domingo, 21 de julio de 2013

LA ELVIRA




Prólogo
Gonzalo Morales es africano por vencidad, canario por nacencia y venezolano por querencia, y no es profesional de la literatura: es éste su primer libro y este libro no es un fin, ni una vocación, ni una vanidad sino consecuencia, entre muchas, de un apasionado y tímido amor a sus tierras, dicha la "tierra" como lugar de personas.
Sabido es que el amor y el conocer van juntos; y cuando el amor es apasionado y tímido se entiende como una sed, y sed de amar es entonces sed de conocer, y sed de conocer es sed de amar. No sé si transmito el sentido radical del término "tímido", que no es el de timorato, apocado, vergonzoso, sino el de con­centrado, escondido, denso: en una palabra, en el término "tí­mido" pretendo enviar un mensaje de fuerza; creo que el amor tímido es más fuerte que el simple amor. Vivió muchos años Gonzalo Morales sediento de conocer qué fue de los fugados de Canarias; y esta sed no se sacia con tres fechas, cuatro números y cinco nombres, ni siquiera con todo lo que narra este libro; después de escribirlo, el autor sigue sediento de saber, sigue amando: tal es su profesión, no la de escritor. Lo que no supone defecto literario sino, como severa, merecimiento para ser consi­derado en adelante legítimo integrante de la literatura en lengua castellana.
He aquí la primera virtud literaria de Gonzalo Morales: dice lo que tiene que decir; relata claro y preciso; su narración no atiende a brillos añadibles sino a datos ineludibles que sus­tancian la realidad de la aventura. Tal la aventura del autor:
buscar la realidad para servirla, profundizar la realidad para serle fiel. Es este libro un prodigio de fidelidad a los fugados. Así comienza:
Organizar la "fuga" de La Elvira no nos fue nada fácil.
Podría el autor haber prescindido del pronominal en bien de la esbeltez de la oración:
Organizar la "fuga" de La Elvira no fue nada fácil.
Pero la "fuga" no es cosa del que la cuenta sino de noso­tros; Gonzalo Morales pospone la esbeltez a la fidelidad al noso­tros: 85 hombres, 11 marineros, 10 mujeres y una niñita de cuatro años.
Paradójicamente, la sana ausencia de embellecedores inne­cesarios produce escuetas expresiones de contenida belleza:
Los recuerdos familiares reconfortan su espíritu... Y tratando de fijar imágenes tan queridas va cayendo en una profunda somno­lencia, arrullado por el ronco sonido del mástil y el silbo de la brisa a su paso por las velas. El vientre de La Elvira está gestando una nueva criatura. Se duerme un niño, se despertará un hombre.
Como he dicho, la fidelidad al "nosotros", el sentido de lo colectivo impregna instantes íntimos:
...se metieron en el vientre oscuro y hediondo del barco y los marineros acentuaron su vigilancia nocturna. El timonel enrumba la proa hacia el poniente, se encienden las luces de posición y La Elvira se hace silencios.
Va a utilizar Gonzalo Morales con cierta frecuencia el ati­nado recurso de emplear tiempos verbales en pasado -se metie­ron, acentuaron- como situación de acceso al eterno tiempo presente -enrumba, se encienden- donde la metáfora rinde amor al nosotros. Podría haberla impersonalizado:

La Elvira se hace silencio
mas no: el silencio está fabricado por cada uno de los 106 silen­cios:
La Elvira se hace silencios.
No sólo dice el autor las cosas que tiene que decir, sino las nombra con su propio nombre. Otra virtud literaria: la propie­dad. Expresiones coloquiales de los isleños, características inclu­so de islas determinadas, canciones, frases, chistes, artistas vigentes en el tiempo de la fuga; herramientas y órdenes tal como las usan marineros y patrones; nuevas palabras de colores, primicia de la Tierra de Gracia:
... los de La Palma estábamos aquellados... Era un hombre medio jodido... Por fin la faluga salió... Eramos un rancho... Eres un malcriado...
...cazada la vela mayor a la banda, cazadas las escotas, caza­da la vela trinqueta, llevada la botavara a un largo en dirección de la popa, el velero dejó la estela de amplia curva.
...habia venido a San Juan de Uñare a traer ñame, ocumo, yuca, jojotos... Llegamos a su conuco al amanecer, entre palmeras de coco, bucares, ^agrumas y árboles frutales.
Una tercera virtud literaria es la documentación. La mayo­ría de las intervenciones sustanciales de los diferentes persona­jes reproducen manifestaciones auténticas, verbales o escritas, recogidas por Gonzalo Morales a lo largo de años en paciente búsqueda, encuentro y escucha de testigos, generalmente direc­tos. Aveces estas manifestaciones trascendían el específico tema de la fuga y se referían a cuestiones familiares, biográficas, socio-políticas, costumbristas; Gonzalo Morales las transcribe no tan­to por su intrínseco interés sino, sobre todo, porque tales cuestiones, en diálogo o monólogo, en tertulia o debate, estuvieron presentes a lo largo de la ruga y constituyeron importante defensa contra la monotonía, el tedio y, sobre todo, el veneno del cavilar. El autor es cuidadoso en este punto y no expresa personal simpatía por cualquiera de las diferentes opiniones, tendencias, sensibilidades y creencias de los pasajeros; sólo se permite la parcialidad cuando se trata de Venezuela: comparte y potencia entonces el unánime entusiasmo de los fugados, lo cual no tiene por qué constituir extremada benevolencia sino legíti­ma gratitud. En este sentido el libro proclama la alabanza a "la tierra libertada hacia donde se van acercando".
Mas, en definitiva, Fugados en Velero es un poema épi­co, tan real el poema como la gesta relatada, tan atinada su for­ma como modesto el bagaje literario del autor. Se trata, dice la portada del libro, de la historia de La Elvira; pero fundamental­mente se trata de la historia de la Esperanza:
Mas de pronto se recuperan los ánimos, porque un barco es signo de vida, de que vamos en buen rumbo, porque la tierra no puede estar lejos...
...La Elvira deja una gran estela de esperanza: "estamos en el buen camino" es la frase preferida.
...La tierra no apareció. El marinero de guardia encendió los candiles de kerosén con su mecha protegida por un duro vidrio verde a babor y rojo a estribor... Angustias y esperanzas se sumergen con un astro agónico envejecido por el cansancio de los días; de sur a norte cruzan rezagados cirros... La Elvira continúa rumbo a Occi­dente, f>roa a los últimos rayos violetas de la tarde moribunda.
. . . Con hambre y sed, con la botavara caída 31 el timonel roto, con el mástil resquebrajado, con tempestad tropical y calma chicha, "Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca..." había dicho con motivo del terremoto de 1812

el Héroe de la tierra libertada hacia donde se van acercando, y son estos he'roes añonamos de La Elvira los que van haciendo realidad la temeraria afirmación. Coloreando su esperanza, el sol traspasa la línea de un horizonte multicolor y anima la andadura del velero.
... ¡Vamos, barquito, vamos Elvira, más rábido, cono!
Desde relato de La Elvira, Gonzalo Morales trasciende al relato de la Pobreza y la historia de la Esperanza; de ahí que yo considere este libro como un apasionado y tímido poema épico sintonizable con todo tiempo y lugar; y como un terrible canto de gesta, posible mientras la Pobreza hiera y mientras la Espe­ranza, surgiendo al final de cada aventura, alivie la herida:
...La aventura terminó. [Ahora] una nueva esperanza y una nueva ilusión.
Este libro que tienes, lector, entre las manos, termina con un mensaje a los rugados venideros que a bordo de La Nueva Elvira cruzarán el viejo Océano:
...Algunos dicen que vieron trocitos de madera y palitos de la goleta irse mar adentro aprovechando las corrientes para anunciar la esperanza de la tierra cercana a otros Jugados" que se acercan a esta Tierra de Gracia.
El libro es un trocito de madera en mar de soledad, de tormentas y calmas inclementes, sobre todo de calmas inclemen­tes en esta rica parcela del hemisferio Norte; un trocito de made­ra que habla de Gonzalo Morales, solo, a bordo de La Otra Elvira, amando tímida y apasionadamente, queriendo conocer, queriendo conocerte, siendo testigo de que la Tierra de Gracia está menos lejana de lo que su enemiga, la desesperanza, permi­te suponer.
Luis Cobiella Cuevas

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