miércoles, 31 de julio de 2013

CAPITULO XIV-III




EFEMÉRIDES DE  LA NACIÓN CANARIA


UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII


DECADA 1581-1590


CAPITULO XIV-III




Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen


1592. En Eguerew n Chinech (La Laguna-Tenerife) Se realiza una tazmia –equivale a un censo urbano – que arroja un resultado de 952 casas en el actual casco histórico.

1592. El colono Antonio González Moreno, vecino de Eguerew (La Laguna), mató a una mulata, sin razón conocida. Hubo encuesta y se averiguó que estableció que el asesino se volvía mentecato y furioso cada vez que había menguante de luna y que a la mulata la había matado bajo la influencia del menguante. No consta que haya habido  juicio.

1592. En este año concluye sus informes a la corona  de Felipe II, el ingeniero militar cremonés al servicio de la metrópoli Leonardo Torriani, en ella, se recogen importantes aspectos de la historia pre-colonial de Canarias, entre ellos,  diversos retazos en torno a la forma de vida usos y costumbres de nuestros antepasados.  De dicha obra entresacamos algunos pasajes que nos ilustran sobre la vida cotidiana de nuestros ancestros, en este caso, de los primitivos canarios.

Los canarios llevaban vida errante y sin jefe ni gobierno. Cada familia vivía indepen-diente, y obedecía al más importante de ella, como lo hacían los sármatas y los escitas. Poco tiempo antes de que empezase a descubrirse un mundo nuevo en este hemisferío del océano, ocurrió que una mujer de noble estirpe, llamada Attidamana, rica de los bienes que entonces p día conceder la fortuna pastoral, fue insultada por un jefe de familia, donde antes era acostumbrada a ser honrada por todos y tenida en mucha consideración. Por cuya razón, enamorándose de un fuerte y valiente capitán dicho Gomidafe, se casó con él; y éste hizo después tal guerra a todos los demás, que vino a ser príncipe de ellos y de la isla. Gomidafe y Attidamana tuvieron dos hijos, Egonaiga y Bentagoihe  los cuales, después de muerto el padre, dividieron la isla entre si, llamándose cada uno por su parte Guanarteme, que en nuestro idioma es tanto como “rey”).

El Guanarteme Egonaiga vivió en la villa de Gáldar, que debía de ser la mayor y la más importante en la banda del norte; y, el Guanarteme Bentagoihe vivió en Telde, que entonces era la poplación mayor de todas. Bentagoihe fue mucho más poderoso que su hermano, porque tuvo a sus órdenes catorce mil hombres de peléa. Egonaiga solo tuvo  cuatro mil, los cuales eran casi todos nobles; y, aunquue fuesen inferiores en número, superaban a todos los demás en valor. Además, pretendían que los hombres que nacían y se criaban en la 'banda de Poniente o de norte, eran más fuertes y más valerosos; lo cual no parece. Fuera de razón, porgue los frescos vientos septentrionales, que él Océano manda continuamente por estas islas, fortalecen el calor natural, que en la parte austral se consume con los rayos del sol, según hoy todavía se prueba con la experiencia.

Entre estos canarios hubo hombres valentísimos en la guerra. Uno de ellos se llamaba Atazaicate, que quiere decir «animoso» y «de gran Corazón»; pero, por ser feo, las mu- jeres le decían Atabicenen, es decir, «salvaje» o «perro lanudo»; porque tabicena en su lengua significa «perro»; de donde algunos han pensado que antiguamente entre estos canarios la isla se haya llamado Tebicena, que significaría lo mismo que Canaria.

Adargoma fue hombre de muy grandes fuerzas, e igualmente Maninidra, y audaz. También son célebres todavía Nenedan, Bentahor, Benlagai, Guanhaben, Caitafíl, y más
que todo entre estos nobles el villano Doramas, habitador de la montaña que le dio él nombre. Entre estos isleños hubo hombres de gran estatura, aunque no se haga mención de ningún gigante.

Los canarios vivieron sin sentir ni conocer la enfermedad, sino a los ciento veinte y ciento cuarenta años. Por más que se quiera atribuir su salud a la perfección y temperie del aire, se debe explicar más bien por los alimentos poco variados y convenientes, pues sólo se alimentaban con cebada, carne cocida, hervida y guisada, y mantequilla: comida perfectamente adaptada a la salud del hombre.

Con la paz que después tuvieron los canarios entre sí, debajo del gobierno de los reyes, empezaron a fabricar juntos casas y poblaciones ya reunirse para vivir urbanamente, abandonando la vida pastoril y rústica. Hay mención (como también se puede comprender por los restos) que tuvieron ciudad de hasta catorce mil fuegos, lo que parece increíble.

Sus calles eran estrechas y las casas hechas con piedra seca (es decir sin argamasa u otra cosa parecida), pequeñas, limpias y bien labradas, pero bajas de techo, como las de los frigios, de las cuales habla Vitruvio Polión. Dichas casas cubrían con troncos juntados de palmas, y encima de ellos, para defenderse de las aguas de lluvia, hacían una costra de tierra, que todavía se usa hoy en Canaria; porque no tenían útiles para poder adelantarse a más noble arquitectura. A las casas ponían pequeñas puertas de tablas de palma, labradas con hachas de piedras duras afiladas, apretadas entre dos pedazos de madera bien unidos y atados juntos, así como las hachas de diamante que se hacen para labrar las durísimas piedras de jaspe de la custodia que está en el sagrario del famoso y excelente templo de San Lorenzo del Escorial, voto de la Sacra Cesárea Majestad del rey Felipe, segundo de este nombre, y obra del excelente matemático Juan de Herrera.

También tuvieron los canarios otras moradas más antiguas, bajo tierra, como se dijo en el capítulo IV de este libro, y tan bien y diestramente hechas que hasta hoy mantienen su perpetua duración. En estas casas vivían los hombres viejos y los reyes y los nobles, para protegerse en invierno con el calor retirado en los poros de la tierra, y descansar en verano con el frescor que se refugia allí de los rayos calientes del sol.

Cuando querían fabricar de este modo, primeramente escogían la ladera de alguna pendiente, para que, al socavar en dirección horizontal, tuviesen sitio donde ir en lo alto y adentrándose algún tanto, hacían una gran entrada que servía de pórtico, y al lado de ésta dos lavaderos a modo de cisternas; y encima de la puerta abrían una pequeña ventana, por la cual entraba la luz en todas las habitaciones de la casa. Después, a una altura de diez a doce pies frente a la puerta, cavaban una sala larga, y su puerta casi tan grande como su largo. En medio de cada pared cavaban después una puerta, y de allí adentro labraban cuartos grandes y pequeños, según sus familias y necesidades. Pero al llegar encima del pórtico, a la altura de la sala, hacían otra pequeña ventana, por la que recibían todas las habitaciones segunda y tercera luz. Después hacían, tanto alrededor de la sala como las demás habitaciones, muchos nichos, a poca altura del piso, para sentarse y colocar en ellos algunas cosas manuales de su casa.

Estas habitaciones las hacían los canarios en las cuevas de los montes, o las cavaban en la toba o en la tierra, sin madero ni hierro ni otro instrumento, sino con huesos de cabra y con piedras muy duras. A éstas últimas las labraban tan agudas y pulidas, que las usaban también para sangrarse; y en el día de hoy se usan en Canaria, entre los campesinos, en lugar de navaja de afeitar, a las cuales llaman tausas, como antiguamente se decían.

Esta clase de casas debajo de tierra fueron hechas por los antiguos por orden de Noé, como escribió Beroso Caldeo, en el libro de las antigüedades del mundo; y, según Hesiodo, en su Teogonía, en ellas fueron obligados a vivir los hombres que en el Siglo de Plata, en tiempo de Júpiter, tuvieron poco respeto a los dioses; pero después también menospreciaron esta orden, y, al hacerse más fuertes, durante los peores Siglos de Cobre y de Hierro, que siguieron, fabricaron las soberbias ciudades, adornadas con suntuosos edificios y pertrechadas con fuertes murallas, contra el poderío de los hombres adversarios que se presentasen. (Leonardo Torriani; 1959)

1592
Un navío inglés propiedad de la Reina, de retorno de Santa Cruz de Berbería (adonde se había dirigido para dejar un embajador inglés acreditado cerca del Xarife), decidió darse una vuelta por las Canarias para hacer alguna presa.

El primer puerto donde intentaron los ingleses capturar un navío fue en Santa Cruz de Tenerife; mas el castillo de San Cristóbal con sus certeros disparos logró abortar el asalto. Desde Tenerife los ingleses se dirigieron a La Gomera, donde se les presentó ocasión excelente, pues entonces se hallaba en Vallehermoso un buque flamenco de nombre Tres Reyes, su maestre Giraldo, contratado por el vecino de Garachico Luís Ro- dríguez, para cargar en aquella isla ejes de carreta y conducirlos a Sevilla.

El navío inglés, por nombre Gabriel, artillado con 25 cañones, asaltó sin reparo a la nao flamenca, desvalijándola de bastimentos y artillería.

Había esta última venido de Irlanda a Canarias con un cargamento “de madera para pipas” destinado a Garachico, Santa Cruz de La Palma y San Sebastián de La Gomera, y ahora finalizada su comisión había sido fletado por el mercader de Garachico, Rodríguez, con el fin indicado. Por el maestre de la nao, Juan Giraldo, supieron los ingleses que en el puerto de Santa Cruz de La Palma estaba fondeado un rico galeón de Indias, y entonces se prepararon sin pérdida de momento para asestar sobre aquel poderoso navío su segundo golpe.

Con tal objeto se acercaron sigilosamente al puerto de Santa Cruz, a cuya vista y con la primera oscuridad se separó del Gabriel una lancha con diez tripulantes, de ellos seis ingleses, tres alemanes y el flamenco Juan Giraldo como práctico, quienes después de bogar toda la noche sin descubrir el puerto, comprobaron con las primeras luces del alba que la fatalidad se había atravesado en su camino, encargándose el mar, impetuoso en extremo, de separarlos para siempre de el Gabriel.

De esta manera, en medio de la mayor desesperación, quedaron aquellos seis ingleses y sus cuatro forzados compañeros a merced de las olas, desorientados y sin saber la ruta que seguir. Primero se dirigieron a La Palma robando una barca de pescadores, por tener vela, mientras abandonaban su lanchón; apenas si pudieron hacerse en esta entrada con algo de vino, pescado y pan. De La Palma volvieron a La Gomera para hacer aguada, y después de vagar diversos días siempre en espera de algún buque compatriota o amigo, tuvieron que acercarse a la isla de Tenerife, extenuados por el hambre y la fatiga, hasta encallar en las costas de Abona, y más concretamente en el surgidero de Montaña Roja.

Los flamencos se ofrecieron para hacer de intermediarios con los naturales, sin otro objeto que recuperar su libertad, y una vez alcanzada se dirigieron a Abona a comunicar el caso al alcalde y al capitán Pedro Soler.

Puestas las milicias en marcha para capturarlos, los ingleses reembarcaron otra vez; mas no teniendo ya fuerzas para nada se entregaron al día siguiente a la primera llamada que se les hizo.

Eran éstos, según la confusa ortografía española: Richarte Persi, Guillermo Sebastián, Roberto Estrefi, Constantino Collymgd, Pedro Rodrigo y Francisco Luís.

Por acusaciones de los mismos prisioneros se supo que este último, Francisco Luís, había dado asilo en 1586 a tres marineros del Primrose, procesados por el Santo Oficio, y que  había conducido como fugitivos en su carabela a la isla de Fuerteventura, donde al verse perseguido los desembarcó, mientras el huía a la isla de la Madera, su punto de destino.

De igual manera se supo que Juan Giraldo, flamenco, maestre de los Tres Reyes J había sido uno de los prisioneros del Primrose en 1586 y que se había escapado de Las Palmas cuando tenía la ciudad por cárcel, abusando del buen trato de los inquisidores. Por tal motivo, tanto éste como aquéllos quedaron detenidos.

Desde Abona fueron trasladados a La Laguna, hasta que reclamados por el Santo Oficio fueron embarcados en septiembre de 1592 para la isla de Gran Canaria. (A.Rumeu de Armas, t.II. 2ª pte. 1991).

1592.
Por unos y otros motivos, el mando de don Luís de la Cueva en el Archipiélago aparecía gastado y falto de prestigio, tres años después de la reforma del régimen político militar del Archipiélago.

En general, las islas se mostraban poco propicias a aceptar aquellos cambios, que aumentando de manera extraordinaria los gastos públicos no ofrecían, en compensación, a sus moradores, más amplias garantías de seguridad. El recelo de los organismos loca1es, atentos sin descanso a la defensa de sus privilegios y franquicias, fue siempre en progresivo aumento, y si bien al principio no clamaron contra la más alta magis-tratura militar, no cesaron en dirigir sus tiros contra las fuerzas del presidio, como perenne elemento de discordia y pesadísima carga para el país.

Ello no ha de extrañar a quien conozca .la vida militar de la época, la forma de ser reclutadas las milicias voluntarias, el espíritu indisciplinado de la soldadesca y los perennes roces a que siempre ha dado lugar el acantonamiento de unas fuerzas extrañas y forasteras. Males todos que se agravaban por el estado de casi perpetua ociosidad en que las tropas del presidio vivían, descontadas las ocasiones de guerra, que no se pre- sentaban, ni mucho menos, con extraordinaria frecuencia; sobre todo en las dos islas mayores, que soportaban el peso integro del presidio, y que eran las más respetadas por los piratas aislados.

La lista de los soldados del presidio que formaron en el décimo auto de fe celebrado en Las Palmas el 1 de mayo de 1591, prueban cómo el Santo Oficio terció también en las discordias, dispuesto a. velar por la pureza de la ley las costumbres.

Algunos de los procesos incoados fueron extraordinariamente ruidosos, como el que se abrió contra el alguacil de guerra del capitán general, Diego de Castroverde, absuelto por la Suprema después del retorno de don Luís a la Península.

No contribuyó poco a estos altercados y pendencias la misma oposición de los naturales a servir a las órdenes de don Luís de la Cueva, por considerar que al presidio correspondía defender la tierra en los casos de alarma.

Mas ninguna otra persona dio tantos sinsabores y preocupaciones al capitán general como el oidor de la Audiencia don Rodrigo de Cabrera, que si no era canario de nacimiento, estaba emparentado con familias de La Gomera y Gran Canaria y quizá perteneciese a algunas de las ramas del ilustre tronco de los Cabrera Solier.

Hasta entonces no había encontrado don Luís de la Cueva hombre de genio tan violento como él que se hallase dispuesto a hacerle frente y combatirle con descaro. Los otros dos oidores, don Pedro López de Aldaya y don Luís de Guzmán, se habían plegado obedientes a sus mandatos y hasta a sus caprichos, no ofreciendo la menor resistencia.. a trasladar la Real Audiencia a la propia morada particular del capitán general, en la calle de los Remedios, cerca de la ermita de San Justo, cuando éste así lo exigió por no Encontrarla alojada con la suficiente dignidad en el edificio que ocupaba.

Pero a mediados de 1591 llegó a Las Palmas para tomar posesión de una de 1as plazas de oidor don Rodrigo de Cabrera, y siendo el capitán general y el oidor tan iguales de temperamentos como impetuosos de carácter, el choque y la aversión se puede decir que fueron instantáneos.

Don Rodrigo de Cabrera agrupó en torno a su persona a todos los descontentos y empezó pronto una guerra sorda, procurando cada cual, con renovados ánimos, molestar a su rival.

Cabrera empezó a mover a los demás oidores contra el general para forzar el traslado de la Audiencia a su antigua morada, y don Luís inició su correspondencia con el secretario Juan Vázquez atacando al oidor, de quien decía convenía se lo llevasen porque tenía en las islas muchos deudos y pocas simpatías, y que estaba tratando de indisponerle con Aldaya y Guzmán para favorecer a sus parientes de La Gomera, contra los que estaba procediendo la Audiencia.

Los desarreglos de la vida privada del oidor, sus trapicheos y andanzas, también fueron comunicados a la corte; y a tanto llegó la tirantez de relaciones, que el mismo capitán general se permitió abofetear a Cabrera en su morada, harto de sus desacatos e intemperancias.

Con todo ello, el prestigio de don Luís de la Cueva, ya muy quebrantado, se iba resquebrajando por momentos. Todavía acudía de cuando en cuando a su defensa el corregidor de Tenerife, Tomás de Cangas, asegurando que “don Luís cumplía bien” con las obligaciones propias de su cargo; pero ya por febrero de 1592 circulaba insistente por el Archipiélago la noticia de que el Rey estaba decidido a llamar al capitán general a la Península, reintegrando el presidio a sus cuarteles de origen y devolviendo el Archipiélago a su antiguo régimen político con Audiencia, regentes y gobernadores.

Este rumor era acogido con el mayor entusiasmo por el corregidor de Tenerife, a medida que se iban amortiguando sus fervores hacia don Luís, convirtiéndose de aliado en enemigo y hasta en rival.

En estas circunstancias produjeron extraordinario revuelo los sucesos del verano y otoño de 1592. El primero, de carácter privado, llevó a la cárcel a Gonzalo Argote de Molina, y no tiene más interés que reflejar cómo iba perdiendo terreno e influencia el capitán general, hasta el punto de no poder impedir la prisión de su íntimo amigo y favorecido; el segundo, de más resonancia y escándalo, tuvo como consecuencia el procesamiento de1 alférez .Juan de la Cueva, hijo del propio presidente.

Por estos meses Gonzalo Argote de Molina, enemistado con su suegro, el primer marqués de Lanzarote, don Agustín de Berrera, por haber contribuido segundo matrimonio en Madrid con doña Mariana Enríquez y Manrique de la Vega” poniendo en riesgo el porvenir de su bastarda, no tuvo otra ocurrencia que dedicar su fértil ingenio a escribir en Las Palmas un largo romance en que ponía en solfa las virtudes y hazañas de
su suegro. Enterado éste a tiempo se querelló ante la Audiencia contra su yerno y tuvo fuerza bastante para lograr que los oidores votasen por mayoría su encarcelamiento en las prisiones del rey.

Además el marqués, puesto ya en el camino de la ruptura violenta de relaciones, denunció a Argote ante el Tribunal de la Inquisición por sustentar proposiciones heréticas. (A.Rumeu de Armas, t.II. 2ª pte. 1991)

1592 Marzo 12.
Hernando de Lezcano Muxica inicia expediente de nobleza.

Juan de Ciberio y Lezcano vino a Canaria en unión de su primo hermano Miguel de Múxica, siendo ambos naturales de VilIafranca, en la provincia. de Guipúzcoa, a una de cuyas más solariegas casas pertenecian. Casó con Catalina Guerra y tuvo de este matriomino los siguientes hijos: Juan de Civerio, que casó con Francisca. de Salas; Miguel de Múxica, que se unió en matrimonio con Florencia Tejera; Bernardino de Lezcano Muxica, nuestro biografiado; Ginebra de Muxica, esposa del licenciado Juan Ortíz de Zárate (el cual vino a Gran Canaria en 1505 por reformador de los repartimientos); Maña de Múxica, mujer legitima de Ruy Diaz; Juana Villafranca, que matrimonió con Juan Airiñíez, y Marina
de Múxica, soltera.

Juan de Civerio Guerra, como primogénito, heredó la mejor porción del patrimonio de esta importante casa; pero Bernardino de Lezcano Múxica, por su suerte en los negocios, su actividad personal y su brillante matrimonio con doña Isabel del Castillo (hija del acaudalado propietario de los ingenios de Telde Cristóbal Garcia del Castillo) supo crearse en el marco de la vida en la colonia una posición económica y política sin igual en la isla de Gran Canaria por esta época, y sólo comparable a la que más adelante gozaria Pedro Cerrón hacia mitad de siglo.

En opulencia, ostentación y boato su casa tan sólo tuvo por rivales en la décimo sexta. centuria a la de Cerón de Santa Gadea, en Gran Canaria; a los Lugo y Pontes, en Tenerife, y a los Herrera, en Lanzarote.

Para perpetuar su casa fundó mayorazgo, con autorización real, el 9 de abril de 1556, en presencia del escribano Pedro de Escobar, y en cabeza de su primogénito, Juan de Civerio Múxica, segundo alférez mayor hereditario de la isla de Gran Canaria.

Sus otros hijos fueron: Cristóbal de Muxica, que casó con su prima hermana María de Muxica; Miguel de Múxica y Lezcano, que matrimonió con Ana Ramírez (hija del regidor Alonso de Baeza y de Juliana Ramírez, (la hermana del famoso deán don Zoilo) Bernardino de Lezcano y del Castillo, soltero; Lope de Múxica y del Castillo, soltero, y Hernando de Lezcano Múxica, que casó con Beatriz de Venegas Calderón.

Su morada, una de las más lujosas residencias de Las Palmas en el siglo XVI, estaba emplazada en la calle de San Francisco, lindando con la casa mayorazgo de los Civerio Lezcano, por la derecha; con la calle de San Nicolás, a la izquierda, y con la huerta de la familia genovesa de Cairasco, a su espalda.

Bernardino de Lezcano Múxica adquirió además, a sus propias expensas, catorce piezas de artillería de bronce, que tenia 'emplazadas delante de su casa para acudir con ellas a la defensa de la isla al primer aviso de peligro.

De 1a misma manera, consta que "proveía de armas, municiones y bastimentos a 1os vecinos y naturales que las necesitaban en las ocasiones de rebatos y otras salidas,
que eran muy frecuentes".

Bernardino de Lezcano testó ante Bernardino de Vega el 16 de noviembre de 1545
y falleció en Las Palmas en junio de 1558.

Todos estos datos constan en una información abierta en Las Palmas a pedimento de Hernando de Lezcano Muxica, regidor y maestre de campo general de Gran Canaria el 12 de marzo de 1592. (Archivo del marques de Acialcázar: información de nobleza , citada, y M. C.: Historia del origen y descendencia de los apelldos de Mújica y Lezcano; legado Marrero.)
Véase también la biografía de Bernardino de Lezcano Múxica en Biografía., de canarios célebres, de Agustín Millares Torres, t. I, Las Palmas 1878, págs. 109-123. (En: A. Rumeu de Armas, 1991, nota a pié de página)

1592    Mayo 20.
R.C. Dirigida al Cabildo de Tenerife para que informe á S.M. sobre la artillería que considere necesario para dotar las fortalezas de Sta Cruz y de Garachico. Dice el documento que aquellas obras se ejecutaron por orden de S.M. habiéndolas provehido de artillería y municiones á expensas de la isla de Tenerife que igualmente las había dotado de todo lo necesario; y que por la fortaleza de Sta Cruz ser grande y tener cuatro cubelos hechos por la traza dada á la misma por Don Francés de Alava, siendo Capitán General de la Artillería, resulta la dotación de esta anda escasa y las piezas emplazadas,
de corto alcance; que los gastos que la misma proporciona al Cabildo anualmente son muy crecidos, como los salarios de Alcaide, bombarderos y servicio de centinelas, á los que han de añadirse el municionamiento y otros gastos que arrojan cada año mas de 1.000 ducados; que además de esto, el Cabildo había contribuido con 2.000 ducados á la fábrica de las seis fragatas que se han hecho en islas, a cuya construcción habían ayudado los vecinos con otros auxilios y lo dado para ayudar al alojamiento de la gente de guerra que ha sido mucho. Todo hace que dicha Corporación haya menester ser auxiliada con la artillería necesaria para atender á la enunciada fortaleza. Esta artillería necesaria eran 4 culebrinas  dos balas de 31 libras y dos de 24, 4 sacres y 6 falconetes. y por que la dicha Isla ha hecho á su costa la enunciada fortaleza sin haberle hecho S.M. merced que á las demás de Licencias de esclavos suplica la merced de las dichas piezas de artillería, en cuya vista mandó S.M. que el Capitán General D. Luís de la Cueva, le informe, en San Lorenzo á 20 de Mayo de 1592. f 120. (En: José María Pinto de la Rosa, 1996)

1592 Agosto. Un navío ingles pretende atacar el Puerto de Añazu n Chinech (Santa Cruz de Tenerife), siendo rechazado. Lo intenta en la Gomera, capturando una nave flamenca, y en Benahuare (La Palma), donde es rechazado por la artillería.

1592 Octubre 21.
Con haber armado mucho ruido la prisión del conde-provincial Argote de Molina, mayor escándalo promovió en Las Palmas el suceso ocurrido en la noche del 21 de octubre de 1592, en que aparecieron colgados de la puerta del domicilio del oidor Cabrera varios pares de cuernos. A la mañana siguiente el oidor, en lugar de ocultar éste el suceso, procuró jalearlo “con mucho contentamiento”, según testimonio del capitán general Luís de la Cueva y Benavides, deseoso de que la ofensa se difundiese por toda la ciudad, máxime cuando empezó a presumir que el autor de ella no era otro que el alférez don Juan de la Cueva, hijo tercero del presidente.

Don Rodrigo Cabrera creyó ver llegado el momento de su venganza, y cuando ya hubo sacado todo el partido posible de la contemplación por los vecinos del “cuerpo del delito”, ordenó recoger los cuernos, los introdujo en un “saco de terciopelo carmesí”, y se dirigió, seguido de un paje “y con mucho acompañamiento”, a la Audiencia para exigir pronto y riguroso castigo para el autor de la ofensa.

El presidente ordenó al oidor don Luís de Guzmán que instruyese la causa, y si bien don Luís de la Cueva dio todas las facilidades para el esclarecimiento de los sucesos, disponiendo la detención de dos soldados y obligando a declarar en la causa a su hijo, no bien pudo apreciar los manejos de Cabrera para alzarse con ella, ordenó que su hijo, en calidad de detenido, se trasladase a Madrid, a donde remitía el sumario para que resolviese sobre él el Consejo de guerra.

A tanto llegó la tirantez de relaciones entre el presidente y el oidor que en 1593 dispuso el primero el arresto de1 segundo, enviándolo detenido a la corte. (A.Rumeu de Armas, t.II. 2ª pte. 1991)







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