EFEMÉRIDES DE
LA NACIÓN CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII
DECADA 1581-1590
CAPITULO XIV-III
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1592. En Eguerew n Chinech (La Laguna-Tenerife)
Se realiza una tazmia –equivale a un censo urbano – que arroja un resultado de
952 casas en el actual casco histórico.
1592. El colono Antonio González Moreno, vecino de Eguerew (La Laguna), mató a una mulata,
sin razón conocida. Hubo encuesta y se averiguó que estableció que el asesino se
volvía mentecato y furioso cada vez que había menguante de luna y que a la
mulata la había matado bajo la influencia del menguante. No consta que haya
habido juicio.
1592. En este año concluye sus informes a la corona de Felipe II, el ingeniero militar cremonés
al servicio de la metrópoli Leonardo Torriani, en ella, se recogen importantes
aspectos de la historia pre-colonial de Canarias, entre ellos, diversos retazos en torno a la forma de vida
usos y costumbres de nuestros antepasados.
De dicha obra entresacamos algunos pasajes que nos ilustran sobre la
vida cotidiana de nuestros ancestros, en este caso, de los primitivos canarios.
Los canarios llevaban vida
errante y sin jefe ni gobierno. Cada familia vivía indepen-diente, y obedecía
al más importante de ella, como lo hacían los sármatas y los escitas. Poco
tiempo antes de que empezase a descubrirse un mundo nuevo en este hemisferío
del océano, ocurrió que una mujer de noble estirpe, llamada Attidamana, rica de
los bienes que entonces p día conceder la fortuna pastoral, fue insultada por
un jefe de familia, donde antes era acostumbrada a ser honrada por todos y
tenida en mucha consideración. Por cuya razón, enamorándose de un fuerte y
valiente capitán dicho Gomidafe, se casó con él; y éste hizo después tal guerra
a todos los demás, que vino a ser príncipe de ellos y de la isla. Gomidafe y
Attidamana tuvieron dos hijos, Egonaiga y Bentagoihe los cuales, después de muerto el padre,
dividieron la isla entre si, llamándose cada uno por su parte Guanarteme, que
en nuestro idioma es tanto como “rey”).
El Guanarteme Egonaiga vivió en
la villa de Gáldar, que debía de ser la mayor y la más importante en la banda
del norte; y, el Guanarteme Bentagoihe vivió en Telde, que entonces era la
poplación mayor de todas. Bentagoihe fue mucho más poderoso que su hermano,
porque tuvo a sus órdenes catorce mil hombres de peléa. Egonaiga solo tuvo cuatro mil, los cuales eran casi todos
nobles; y, aunquue fuesen inferiores en número, superaban a todos los demás en
valor. Además, pretendían que los hombres que nacían y se criaban en la 'banda
de Poniente o de norte, eran más fuertes y más valerosos; lo cual no parece.
Fuera de razón, porgue los frescos vientos septentrionales, que él Océano manda
continuamente por estas islas, fortalecen el calor natural, que en la parte
austral se consume con los rayos del sol, según hoy todavía se prueba con la
experiencia.
Entre estos canarios hubo hombres
valentísimos en la guerra. Uno de ellos se llamaba Atazaicate, que quiere decir
«animoso» y «de gran Corazón»; pero, por ser feo, las mu- jeres le decían
Atabicenen, es decir, «salvaje» o «perro lanudo»; porque tabicena en su lengua
significa «perro»; de donde algunos han pensado que antiguamente entre estos
canarios la isla se haya llamado Tebicena, que significaría lo mismo que
Canaria.
Adargoma fue hombre de muy
grandes fuerzas, e igualmente Maninidra, y audaz. También son célebres todavía
Nenedan, Bentahor, Benlagai, Guanhaben, Caitafíl, y más
que todo entre estos nobles el
villano Doramas, habitador de la montaña que le dio él nombre. Entre estos
isleños hubo hombres de gran estatura, aunque no se haga mención de ningún
gigante.
Los canarios vivieron sin sentir
ni conocer la enfermedad, sino a los ciento veinte y ciento cuarenta años. Por
más que se quiera atribuir su salud a la perfección y temperie del aire, se
debe explicar más bien por los alimentos poco variados y convenientes, pues
sólo se alimentaban con cebada, carne cocida, hervida y guisada, y mantequilla:
comida perfectamente adaptada a la salud del hombre.
Con la paz que después tuvieron
los canarios entre sí, debajo del gobierno de los reyes, empezaron a fabricar
juntos casas y poblaciones ya reunirse para vivir urbanamente, abandonando la
vida pastoril y rústica. Hay mención (como también se puede comprender por los
restos) que tuvieron ciudad de hasta catorce mil fuegos, lo que parece
increíble.
Sus calles eran estrechas y las
casas hechas con piedra seca (es decir sin argamasa u otra cosa parecida),
pequeñas, limpias y bien labradas, pero bajas de techo, como las de los
frigios, de las cuales habla Vitruvio Polión. Dichas casas cubrían con troncos
juntados de palmas, y encima de ellos, para defenderse de las aguas de lluvia,
hacían una costra de tierra, que todavía se usa hoy en Canaria; porque no
tenían útiles para poder adelantarse a más noble arquitectura. A las casas
ponían pequeñas puertas de tablas de palma, labradas con hachas de piedras
duras afiladas, apretadas entre dos pedazos de madera bien unidos y atados juntos,
así como las hachas de diamante que se hacen para labrar las durísimas piedras
de jaspe de la custodia que está en el sagrario del famoso y excelente templo
de San Lorenzo del Escorial, voto de la Sacra Cesárea
Majestad del rey Felipe, segundo de este nombre, y obra del excelente
matemático Juan de Herrera.
También tuvieron los canarios
otras moradas más antiguas, bajo tierra, como se dijo en el capítulo IV de este
libro, y tan bien y diestramente hechas que hasta hoy mantienen su perpetua
duración. En estas casas vivían los hombres viejos y los reyes y los nobles,
para protegerse en invierno con el calor retirado en los poros de la tierra, y
descansar en verano con el frescor que se refugia allí de los rayos calientes
del sol.
Cuando querían fabricar de este
modo, primeramente escogían la ladera de alguna pendiente, para que, al socavar
en dirección horizontal, tuviesen sitio donde ir en lo alto y adentrándose
algún tanto, hacían una gran entrada que servía de pórtico, y al lado de ésta
dos lavaderos a modo de cisternas; y encima de la puerta abrían una pequeña
ventana, por la cual entraba la luz en todas las habitaciones de la casa.
Después, a una altura de diez a doce pies frente a la puerta, cavaban una sala
larga, y su puerta casi tan grande como su largo. En medio de cada pared
cavaban después una puerta, y de allí adentro labraban cuartos grandes y
pequeños, según sus familias y necesidades. Pero al llegar encima del pórtico,
a la altura de la sala, hacían otra pequeña ventana, por la que recibían todas
las habitaciones segunda y tercera luz. Después hacían, tanto alrededor de la
sala como las demás habitaciones, muchos nichos, a poca altura del piso, para
sentarse y colocar en ellos algunas cosas manuales de su casa.
Estas habitaciones las hacían los
canarios en las cuevas de los montes, o las cavaban en la toba o en la tierra,
sin madero ni hierro ni otro instrumento, sino con huesos de cabra y con
piedras muy duras. A éstas últimas las labraban tan agudas y pulidas, que las
usaban también para sangrarse; y en el día de hoy se usan en Canaria, entre los
campesinos, en lugar de navaja de afeitar, a las cuales llaman tausas, como
antiguamente se decían.
Esta clase de casas debajo de
tierra fueron hechas por los antiguos por orden de Noé, como escribió Beroso
Caldeo, en el libro de las antigüedades del mundo; y, según Hesiodo, en su
Teogonía, en ellas fueron obligados a vivir los hombres que en el Siglo de
Plata, en tiempo de Júpiter, tuvieron poco respeto a los dioses; pero después
también menospreciaron esta orden, y, al hacerse más fuertes, durante los
peores Siglos de Cobre y de Hierro, que siguieron, fabricaron las soberbias
ciudades, adornadas con suntuosos edificios y pertrechadas con fuertes
murallas, contra el poderío de los hombres adversarios que se presentasen.
(Leonardo Torriani; 1959)
1592
Un navío inglés propiedad de la
Reina, de retorno de Santa Cruz de Berbería (adonde se había dirigido para
dejar un embajador inglés acreditado cerca del Xarife), decidió darse una
vuelta por las Canarias para hacer alguna presa.
El primer puerto donde intentaron
los ingleses capturar un navío fue en Santa Cruz de Tenerife; mas el castillo
de San Cristóbal con sus certeros disparos logró abortar el asalto. Desde
Tenerife los ingleses se dirigieron a La Gomera, donde se les presentó ocasión
excelente, pues entonces se hallaba en Vallehermoso un buque flamenco de nombre
Tres Reyes, su maestre Giraldo, contratado por el vecino de Garachico Luís Ro-
dríguez, para cargar en aquella isla ejes de carreta y conducirlos a Sevilla.
El navío inglés, por nombre
Gabriel, artillado con 25 cañones, asaltó sin reparo a la nao flamenca,
desvalijándola de bastimentos y artillería.
Había esta última venido de
Irlanda a Canarias con un cargamento “de madera para pipas” destinado a
Garachico, Santa Cruz de La
Palma y San Sebastián de La Gomera, y ahora finalizada su comisión había sido
fletado por el mercader de Garachico, Rodríguez, con el fin indicado. Por el
maestre de la nao, Juan Giraldo, supieron los ingleses que en el puerto de
Santa Cruz de La Palma
estaba fondeado un rico galeón de Indias, y entonces se prepararon sin pérdida
de momento para asestar sobre aquel poderoso navío su segundo golpe.
Con tal objeto se acercaron
sigilosamente al puerto de Santa Cruz, a cuya vista y con la primera oscuridad
se separó del Gabriel una lancha con diez tripulantes, de ellos seis ingleses,
tres alemanes y el flamenco Juan Giraldo como práctico, quienes después de
bogar toda la noche sin descubrir el puerto, comprobaron con las primeras luces
del alba que la fatalidad se había atravesado en su camino, encargándose el
mar, impetuoso en extremo, de separarlos para siempre de el Gabriel.
De esta manera, en medio de la
mayor desesperación, quedaron aquellos seis ingleses y sus cuatro forzados
compañeros a merced de las olas, desorientados y sin saber la ruta que seguir.
Primero se dirigieron a La Palma
robando una barca de pescadores, por tener vela, mientras abandonaban su
lanchón; apenas si pudieron hacerse en esta entrada con algo de vino, pescado y
pan. De La Palma
volvieron a La Gomera
para hacer aguada, y después de vagar diversos días siempre en espera de algún
buque compatriota o amigo, tuvieron que acercarse a la isla de Tenerife,
extenuados por el hambre y la fatiga, hasta encallar en las costas de Abona, y
más concretamente en el surgidero de Montaña Roja.
Los flamencos se ofrecieron para
hacer de intermediarios con los naturales, sin otro objeto que recuperar su
libertad, y una vez alcanzada se dirigieron a Abona a comunicar el caso al
alcalde y al capitán Pedro Soler.
Puestas las milicias en marcha
para capturarlos, los ingleses reembarcaron otra vez; mas no teniendo ya
fuerzas para nada se entregaron al día siguiente a la primera llamada que se
les hizo.
Eran éstos, según la confusa
ortografía española: Richarte Persi, Guillermo Sebastián, Roberto Estrefi,
Constantino Collymgd, Pedro Rodrigo y Francisco Luís.
Por acusaciones de los mismos
prisioneros se supo que este último, Francisco Luís, había dado asilo en 1586 a tres marineros del
Primrose, procesados por el Santo Oficio, y que
había conducido como fugitivos en su carabela a la isla de
Fuerteventura, donde al verse perseguido los desembarcó, mientras el huía a la
isla de la Madera,
su punto de destino.
De igual manera se supo que Juan
Giraldo, flamenco, maestre de los Tres Reyes J había sido uno de los
prisioneros del Primrose en 1586 y que se había escapado de Las Palmas cuando
tenía la ciudad por cárcel, abusando del buen trato de los inquisidores. Por
tal motivo, tanto éste como aquéllos quedaron detenidos.
Desde Abona fueron trasladados a La Laguna, hasta que
reclamados por el Santo Oficio fueron embarcados en septiembre de 1592 para la
isla de Gran Canaria. (A.Rumeu
de Armas, t.II. 2ª pte. 1991).
1592.
Por unos y otros motivos, el
mando de don Luís de la Cueva
en el Archipiélago aparecía gastado y falto de prestigio, tres años después de
la reforma del régimen político militar del Archipiélago.
En general, las islas se
mostraban poco propicias a aceptar aquellos cambios, que aumentando de manera
extraordinaria los gastos públicos no ofrecían, en compensación, a sus
moradores, más amplias garantías de seguridad. El recelo de los organismos
loca1es, atentos sin descanso a la defensa de sus privilegios y franquicias,
fue siempre en progresivo aumento, y si bien al principio no clamaron contra la
más alta magis-tratura militar, no cesaron en dirigir sus tiros contra las
fuerzas del presidio, como perenne elemento de discordia y pesadísima carga
para el país.
Ello no ha de extrañar a quien
conozca .la vida militar de la época, la forma de ser reclutadas las milicias
voluntarias, el espíritu indisciplinado de la soldadesca y los perennes roces a
que siempre ha dado lugar el acantonamiento de unas fuerzas extrañas y forasteras.
Males todos que se agravaban por el estado de casi perpetua ociosidad en que
las tropas del presidio vivían, descontadas las ocasiones de guerra, que no se
pre- sentaban, ni mucho menos, con extraordinaria frecuencia; sobre todo en las
dos islas mayores, que soportaban el peso integro del presidio, y que eran las
más respetadas por los piratas aislados.
La lista de los soldados del
presidio que formaron en el décimo auto de fe celebrado en Las Palmas el 1 de
mayo de 1591, prueban cómo el Santo Oficio terció también en las discordias,
dispuesto a. velar por la pureza de la ley las costumbres.
Algunos de los procesos incoados
fueron extraordinariamente ruidosos, como el que se abrió contra el alguacil de
guerra del capitán general, Diego de Castroverde, absuelto por la Suprema después del
retorno de don Luís a la
Península.
No contribuyó poco a estos
altercados y pendencias la misma oposición de los naturales a servir a las
órdenes de don Luís de la Cueva,
por considerar que al presidio correspondía defender la tierra en los casos de
alarma.
Mas ninguna otra persona dio
tantos sinsabores y preocupaciones al capitán general como el oidor de la Audiencia don Rodrigo de
Cabrera, que si no era canario de nacimiento, estaba emparentado con familias
de La Gomera y
Gran Canaria y quizá perteneciese a algunas de las ramas del ilustre tronco de
los Cabrera Solier.
Hasta entonces no había
encontrado don Luís de la Cueva
hombre de genio tan violento como él que se hallase dispuesto a hacerle frente
y combatirle con descaro. Los otros dos oidores, don Pedro López de Aldaya y
don Luís de Guzmán, se habían plegado obedientes a sus mandatos y hasta a sus
caprichos, no ofreciendo la menor resistencia.. a trasladar la Real Audiencia a la
propia morada particular del capitán general, en la calle de los Remedios,
cerca de la ermita de San Justo, cuando éste así lo exigió por no Encontrarla
alojada con la suficiente dignidad en el edificio que ocupaba.
Pero a mediados de 1591 llegó a
Las Palmas para tomar posesión de una de 1as plazas de oidor don Rodrigo de
Cabrera, y siendo el capitán general y el oidor tan iguales de temperamentos
como impetuosos de carácter, el choque y la aversión se puede decir que fueron
instantáneos.
Don Rodrigo de Cabrera agrupó en
torno a su persona a todos los descontentos y empezó pronto una guerra sorda,
procurando cada cual, con renovados ánimos, molestar a su rival.
Cabrera empezó a mover a los
demás oidores contra el general para forzar el traslado de la Audiencia a su antigua
morada, y don Luís inició su correspondencia con el secretario Juan Vázquez
atacando al oidor, de quien decía convenía se lo llevasen porque tenía en las
islas muchos deudos y pocas simpatías, y que estaba tratando de indisponerle
con Aldaya y Guzmán para favorecer a sus parientes de La Gomera, contra los que
estaba procediendo la
Audiencia.
Los desarreglos de la vida
privada del oidor, sus trapicheos y andanzas, también fueron comunicados a la
corte; y a tanto llegó la tirantez de relaciones, que el mismo capitán general
se permitió abofetear a Cabrera en su morada, harto de sus desacatos e
intemperancias.
Con todo ello, el prestigio de
don Luís de la Cueva,
ya muy quebrantado, se iba resquebrajando por momentos. Todavía acudía de
cuando en cuando a su defensa el corregidor de Tenerife, Tomás de Cangas,
asegurando que “don Luís cumplía bien” con las obligaciones propias de su
cargo; pero ya por febrero de 1592 circulaba insistente por el Archipiélago la
noticia de que el Rey estaba decidido a llamar al capitán general a la Península, reintegrando
el presidio a sus cuarteles de origen y devolviendo el Archipiélago a su
antiguo régimen político con Audiencia, regentes y gobernadores.
Este rumor era acogido con el
mayor entusiasmo por el corregidor de Tenerife, a medida que se iban
amortiguando sus fervores hacia don Luís, convirtiéndose de aliado en enemigo y
hasta en rival.
En estas circunstancias
produjeron extraordinario revuelo los sucesos del verano y otoño de 1592. El
primero, de carácter privado, llevó a la cárcel a Gonzalo Argote de Molina, y
no tiene más interés que reflejar cómo iba perdiendo terreno e influencia el
capitán general, hasta el punto de no poder impedir la prisión de su íntimo
amigo y favorecido; el segundo, de más resonancia y escándalo, tuvo como
consecuencia el procesamiento de1 alférez .Juan de la Cueva, hijo del propio
presidente.
Por estos meses Gonzalo Argote de
Molina, enemistado con su suegro, el primer marqués de Lanzarote, don Agustín
de Berrera, por haber contribuido segundo matrimonio en Madrid con doña Mariana
Enríquez y Manrique de la Vega”
poniendo en riesgo el porvenir de su bastarda, no tuvo otra ocurrencia que
dedicar su fértil ingenio a escribir en Las Palmas un largo romance en que
ponía en solfa las virtudes y hazañas de
su suegro. Enterado éste a tiempo
se querelló ante la
Audiencia contra su yerno y tuvo fuerza bastante para lograr
que los oidores votasen por mayoría su encarcelamiento en las prisiones del
rey.
Además el marqués, puesto ya en
el camino de la ruptura violenta de relaciones, denunció a Argote ante el
Tribunal de la Inquisición
por sustentar proposiciones heréticas. (A.Rumeu de Armas, t.II. 2ª pte. 1991)
1592 Marzo 12.
Hernando de Lezcano Muxica inicia
expediente de nobleza.
Juan de Ciberio y Lezcano vino a
Canaria en unión de su primo hermano Miguel de Múxica, siendo ambos naturales
de VilIafranca, en la provincia. de Guipúzcoa, a una de cuyas más solariegas
casas pertenecian. Casó con Catalina Guerra y tuvo de este matriomino los
siguientes hijos: Juan de Civerio, que casó con Francisca. de Salas; Miguel de
Múxica, que se unió en matrimonio con Florencia Tejera; Bernardino de Lezcano
Muxica, nuestro biografiado; Ginebra de Muxica, esposa del licenciado Juan
Ortíz de Zárate (el cual vino a Gran Canaria en 1505 por reformador de los
repartimientos); Maña de Múxica, mujer legitima de Ruy Diaz; Juana Villafranca,
que matrimonió con Juan Airiñíez, y Marina
de Múxica, soltera.
Juan de Civerio Guerra, como
primogénito, heredó la mejor porción del patrimonio de esta importante casa;
pero Bernardino de Lezcano Múxica, por su suerte en los negocios, su actividad
personal y su brillante matrimonio con doña Isabel del Castillo (hija del
acaudalado propietario de los ingenios de Telde Cristóbal Garcia del Castillo)
supo crearse en el marco de la vida en la colonia una posición económica y
política sin igual en la isla de Gran Canaria por esta época, y sólo comparable
a la que más adelante gozaria Pedro Cerrón hacia mitad de siglo.
En opulencia, ostentación y boato
su casa tan sólo tuvo por rivales en la décimo sexta. centuria a la de Cerón de
Santa Gadea, en Gran Canaria; a los Lugo y Pontes, en Tenerife, y a los
Herrera, en Lanzarote.
Para perpetuar su casa fundó
mayorazgo, con autorización real, el 9 de abril de 1556, en presencia del
escribano Pedro de Escobar, y en cabeza de su primogénito, Juan de Civerio
Múxica, segundo alférez mayor hereditario de la isla de Gran Canaria.
Sus otros hijos fueron: Cristóbal
de Muxica, que casó con su prima hermana María de Muxica; Miguel de Múxica y
Lezcano, que matrimonió con Ana Ramírez (hija del regidor Alonso de Baeza y de
Juliana Ramírez, (la hermana del famoso deán don Zoilo) Bernardino de Lezcano y
del Castillo, soltero; Lope de Múxica y del Castillo, soltero, y Hernando de Lezcano
Múxica, que casó con Beatriz de Venegas Calderón.
Su morada, una de las más lujosas
residencias de Las Palmas en el siglo XVI, estaba emplazada en la calle de San
Francisco, lindando con la casa mayorazgo de los Civerio Lezcano, por la
derecha; con la calle de San Nicolás, a la izquierda, y con la huerta de la
familia genovesa de Cairasco, a su espalda.
Bernardino de Lezcano Múxica
adquirió además, a sus propias expensas, catorce piezas de artillería de
bronce, que tenia 'emplazadas delante de su casa para acudir con ellas a la
defensa de la isla al primer aviso de peligro.
De 1a misma manera, consta que
"proveía de armas, municiones y bastimentos a 1os vecinos y naturales que
las necesitaban en las ocasiones de rebatos y otras salidas,
que eran muy frecuentes".
Bernardino de Lezcano testó ante
Bernardino de Vega el 16 de noviembre de 1545
y falleció en Las Palmas en junio
de 1558.
Todos estos datos constan en una
información abierta en Las Palmas a pedimento de Hernando de Lezcano Muxica,
regidor y maestre de campo general de Gran Canaria el 12 de marzo de 1592.
(Archivo del marques de Acialcázar: información de nobleza , citada, y M. C.:
Historia del origen y descendencia de los apelldos de Mújica y Lezcano; legado
Marrero.)
Véase también la biografía de Bernardino de Lezcano Múxica
en Biografía., de canarios célebres, de Agustín Millares Torres, t. I, Las
Palmas 1878, págs. 109-123. (En: A. Rumeu de Armas, 1991, nota a pié de página)
1592 Mayo 20.
R.C. Dirigida al Cabildo de
Tenerife para que informe á S.M. sobre la artillería que considere necesario
para dotar las fortalezas de Sta Cruz y de Garachico. Dice el documento que
aquellas obras se ejecutaron por orden de S.M. habiéndolas provehido de
artillería y municiones á expensas de la isla de Tenerife que igualmente las
había dotado de todo lo necesario; y que por la fortaleza de Sta Cruz ser
grande y tener cuatro cubelos hechos por la traza dada á la misma por Don
Francés de Alava, siendo Capitán General de la Artillería, resulta la
dotación de esta anda escasa y las piezas emplazadas,
de corto alcance; que los gastos
que la misma proporciona al Cabildo anualmente son muy crecidos, como los
salarios de Alcaide, bombarderos y servicio de centinelas, á los que han de
añadirse el municionamiento y otros gastos que arrojan cada año mas de 1.000
ducados; que además de esto, el Cabildo había contribuido con 2.000 ducados á
la fábrica de las seis fragatas que se han hecho en islas, a cuya construcción
habían ayudado los vecinos con otros auxilios y lo dado para ayudar al
alojamiento de la gente de guerra que ha sido mucho. Todo hace que dicha
Corporación haya menester ser auxiliada con la artillería necesaria para
atender á la enunciada fortaleza. Esta artillería necesaria eran 4 culebrinas dos balas de 31 libras y dos de 24, 4
sacres y 6 falconetes. y por que la dicha Isla ha hecho á su costa la enunciada
fortaleza sin haberle hecho S.M. merced que á las demás de Licencias de
esclavos suplica la merced de las dichas piezas de artillería, en cuya vista mandó
S.M. que el Capitán General D. Luís de la Cueva, le informe, en San Lorenzo á 20 de Mayo de
1592. f
120. (En: José María Pinto de la
Rosa, 1996)
1592 Agosto. Un navío ingles pretende atacar el Puerto de Añazu n
Chinech (Santa Cruz de Tenerife), siendo rechazado. Lo intenta en la Gomera, capturando una nave
flamenca, y en Benahuare (La
Palma), donde es rechazado por la artillería.
1592 Octubre 21.
Con haber armado mucho ruido la
prisión del conde-provincial Argote de Molina, mayor escándalo promovió en Las
Palmas el suceso ocurrido en la noche del 21 de octubre de 1592, en que
aparecieron colgados de la puerta del domicilio del oidor Cabrera varios pares
de cuernos. A la mañana siguiente el oidor, en lugar de ocultar éste el suceso,
procuró jalearlo “con mucho contentamiento”, según testimonio del capitán
general Luís de la Cueva
y Benavides, deseoso de que la ofensa se difundiese por toda la ciudad, máxime
cuando empezó a presumir que el autor de ella no era otro que el alférez don
Juan de la Cueva,
hijo tercero del presidente.
Don Rodrigo Cabrera creyó ver
llegado el momento de su venganza, y cuando ya hubo sacado todo el partido
posible de la contemplación por los vecinos del “cuerpo del delito”, ordenó
recoger los cuernos, los introdujo en un “saco de terciopelo carmesí”, y se
dirigió, seguido de un paje “y con mucho acompañamiento”, a la Audiencia para exigir
pronto y riguroso castigo para el autor de la ofensa.
El presidente ordenó al oidor don
Luís de Guzmán que instruyese la causa, y si bien don Luís de la Cueva dio todas las
facilidades para el esclarecimiento de los sucesos, disponiendo la detención de
dos soldados y obligando a declarar en la causa a su hijo, no bien pudo
apreciar los manejos de Cabrera para alzarse con ella, ordenó que su hijo, en
calidad de detenido, se trasladase a Madrid, a donde remitía el sumario para
que resolviese sobre él el Consejo de guerra.
A tanto llegó la tirantez de
relaciones entre el presidente y el oidor que en 1593 dispuso el primero el
arresto de1 segundo, enviándolo detenido a la corte. (A.Rumeu de Armas, t.II. 2ª pte. 1991)