jueves, 6 de agosto de 2015

ARCHIVO PERSONAL DE EDUARDO PEDRO GARCÍA RODRÍGUEZ-CXVI




1997 julio 25.

UN DOCUMENTO INÉDITO DE LO OCURRIDO EN LA NOCHE DEL 24 AL 25 DE JULIO DE 1797, QUE APORTA, ENTRE OTROS INTERESANTES DATOS, CONOCIMIENTOS SOBRE

Cuál fue el comportamiento del general Gutiérrez cuando el ataque del contralmirante Nelson a Santa Cruz de Tenerife.

Todo, o mejor dicho, casi todo sobre el importante  acontecimiento  de  lo  sucedido  cuando  el  desembarco de las tropas británicas en Santa Cruz de Tenerife en 1797, es ya conocido. Pocas horas de lucha en un escenario pequeño, no dan para extenderse más allá de lo que ya se ha hecho. Por lo tanto, añadir nuevos datos a aquella valiente crónica escrita por el pueblo canario de Tenerife, no es tarea fácil. Por esa misma razón, hoy nos congratulamos al poder traer hasta estas columnas del periódico EL DÍA, un documento inédito, reseña que fue escrita por un testigo activo en aquella memorable jornada, que aportará datos hasta hoy desconocidos y que sin duda alguna contribuirá a un mejor conocimiento de cómo se desarrolló la defensa de la Plaza, y por ende de la isla, a la par que también nos desvela la conducta que a su juicio mantuvo el controvertido general Gutiérrez en aquella histórica noche del 24 al 25 de julio.

La tradición oral en esta tierra, siempre se ha pronunciado poco favorable al general, sin duda alguna por su deleznable comportamiento en la lucha contra los ingleses, actitud que al parecer dejó mucho que desear. De ahí que dejemos paso a los comentarios y criticas de los eruditos y veamos cuál es, la opinión de los historiadores.

En la monumental obra «Piraterías y Ataques Navales contra las Islas Canarias» (1), don Antonio Rumeu de Armas dedica unas líneas acerca del comportamiento que mantuvo el general Gutiérrez en aquellos difíciles momentos del ataque inglés a esta Plaza, en las que dice:

«Todos los historiadores canarios están unánimes en reconocer su probidad y hombría de bien; pero no están menos unánimes en negarle las cualidades de bizarría y pericia militar», apostrofándoles unos de «poco versado en asuntos de armas» y de ser «débil e irresoluto ante el peligro» (2): y otros de «falta de serenidad en los críticos momentos de la lucha» y de estar poseído del «aturdimiento propio de un bisoño» (3).

Por su parte, don Carlos Acosta García, escribe: «Muchas fueron las criticas que, en distinto sentido, se hicieron recaer sobre Gutiérrez. Se habló incluso, de falta de valentía, acusándosele de haberse encerrado en su castillo» (4).

Del formidable códice de don Francisco María de León, copiamos lo siguiente:

«El mariscal de campo don Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana, sucesor del marqués de Branciforte, mandaba las Islas como comandante general. Era este caballero hombre de bien, con cuyas sencillas palabras queda hecho su mayor elogio; pero de pequeños alcances e inexperto en materias de gobierno. Cúpole en suerte figurar en primera línea en la página más brillante de la historia de las Islas.

...Si con meditación se lee cuanto tan «tensamente dejamos sentado sobre el memorable acontecimiento de la invasión inglesa, descubrimos que hubo precipitación y falta de plan en el invasor, y sorpresa y atolondramiento y falta también

«Uníase a esto el rumor (muy explicable en momentos de angustia y sobresalto) de que habían entrado dos mil ingleses en el pueblo y de que preparaban las escalas, que habían desembarcado, para tomar por asalto el Castillo de San Cristóbal. Pero don José Monteverde, Gobernador de esta fortaleza, inspeccionando todo personalmente y haciendo reconocimiento de descubierta al frente y costado del castillo, logró tranquilizar el inquieto ánimo del general... Corrió la voz de que Gutiérrez había muerto y de que los ingleses se internaban en la isla subiendo hacia La Laguna, y era necesario detenerlos en La Cuesta.

El aturdimiento del general fue la causa de esta alarma. En vez de conservar éste la serenidad propia de un caudillo en los críticos momentos de la lucha, se lanzó al muelle con el imprudente aturdimiento de un bisoño. Allí se sintió desfallecer y hubo de retornar al castillo de San Cristóbal "en brazos de varios oficiales, al tiempo que algunos defensores, atemorizados, gritaban que el general había muerto...» (6). Vemos, según los historiadores, que todos coinciden en otorgarle al debatido general las cualidades de hombre recto, íntegro y honrado; pero al mismo tiempo, lo tildan de cobarde, inexperto, alocado, endeble... Sin embargo hay otros que lo califican de todo lo contrario, si bien sus opiniones carecen de total fundamento al no basarse en ningún hecho que así lo demuestre. Dentro de los poquísimos (fue opinan de esta manera, leemos lo que el señor Cioranescu comenta al respeto acerca del militar español:

«...también hubo por el lado canario unos cuantos individuos que aprovecharon la oscuridad para ocultar su temblor. Ello no merecería la pena de señalarse, si la maldicencia, que no suele ser atributo del valor, no hubiese transformado los fantasmas en gigantes, echando culpas más allá de lo que hubiera sido justo. Su primera víctima fue el general Gutiérrez; a pesar de lo cual, el comandante general condujo perfectamente la acción desde su puesto de mando» (7).

Pero si tal es el aspecto bajo que, con relación al enemigo, consideramos este hecho de armas, en orden a los nuestros y particularmente con respecto al general Gutiérrez, vemos sólo en él un hombre que venció porque tan malo fue el plan del enemigo que necesariamente habían de estrellarse en su ejecución; y no vemos en él un general valiente en el combate, pronto en la ejecución de planes, intrépido y atinado, sino un militar que se sorprende, que se encierra en el castillo, que no recorre la línea para animar a las tropas, que hace sólo una salida al muelle cuando en él no había peligro; que vuelve casi desfallecido a la fortaleza apoyado para no caerse en dos oficiales; que encerrados ya los ingleses en el convento de Santo Domingo, no reúne al punto las tropas y al frente de ellas bate y vence al enemigo como pudo fácilmente realizarlo; que se deja cortar, por decirlo asi, sin procurar restablecer la comunicación con las tropas de la derecha de la línea hasta tanto que «por casualidad» supo que el batallón permanecía intacto; que no se aprovecha, en suma, de la victoria que la fortuna ciega le depara; porque, a no ser así y a no considerar a Gutiérrez todavía sorprendido y azorado ¿cómo puede comprenderse esa capitulación en la que se deja reembarcar a los enemigos con sus armas y con los honores de la guerra, cuando debieron haberlas rendido y quedado nuestros prisioneros? ¿Cómo no haberse aprovechado de los planes mismos y contraseñas sorprendidas para haber hecho acercarse a la escuadra, ya impotente por falta de su tripulación y tropas, y haberla rendido, o a lo menos, algún buque de ella bajo el cañón de nuestros castillos y fortalezas? ¡Cuál no hubiera sido entonces la gloria de las Canarias y de su general! Pero Gutiérrez, harto irresoluto y pacato, ni antes dispusiera lo que disponer debía, ni después supo conseguir todos los laureles que podía, contentándose con los que ya creyó asegurados...

El primer paso que por su parte debía darse era elevar al gobierno la circunstanciada noticia y exacta relación de lo sucedido; y efectivamente, verificólo así, dando primero la sencilla noticia de la victoria y luego el pormenor de ella; empero, tachable es la conducta de Gutiérrez cuando en el primero de estos partes fue tan apasionado de los suyos que, callando tantos servicios distinguidos y relevantes, recomienda sólo eficazmente a S.M. el mérito de sus dos sobrinos don Francisco y don Pedro Gutiérrez, de los cuales nada de importante por cierto ha conservado ni la tradición ni las memorias escritas de aquéllos tiempos...» (5).

Don Leopoldo Pedreira Taibo enjuicia la obra de don Francisco María de León —de la que acabamos de reseñar parte—, de este modo: «...es notable por su claridad, método e imparcialidad. El autor no disimula ningún detalle y acusa de inepto a don Antonio Gutiérrez, aunque dice que fue enérgico como buen aragonés y que fue un cumplido caballero» (6).

La polémica

Desde estas dos perspectivas de juicios totalmente opuestas, surge la natural polémica sobre quiénes tienen la razón y quiénes no. De ahí que el repetido investigador, señor Rumeu, se lamente y exprese que: «Ninguno de estos juicios se apoya en el testimonio de algún contemporáneo —llámese cronista particular u oficial— y, por tanto...» (1).

Cuando esto escribió el historiador en el año 1948, desconocía los escritos de dos testigos activos y presénciales; uno, la «relación de don Bernardo Cólogan Fallón», desempolvada y sacada a la luz pública por don Agustín Guimerá Ravina, de los archivos de la familia Zarate Cólogan, hoy depositados en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife; y el otro, la carta inédita que hoy se publica, de don Pedro Forstall. Nosotros, que ni entramos ni salimos en la controversia existente, nos mantenemos imparciales ante los pareceres emitidos y solamente nos vamos a limitar a contribuir con una aportación que puede tener el Ínteres histórico deseado y que tanto se ha venido echando en falta, la que tal vez ayude a darle a esta parte de la Historia el verdadero rigor que caracteriza a la ciencia.

Comprendemos y entendemos perfectamente bien las naturales quejas que expone el mencionado historiador, señor Rumeu de Armas, ya que cuantas personas sentimos apego y tenemos curiosidad por conocer y escudriñar las múltiples y diferentes vicisitudes históricas por las que ha pasado nuestro Archipiélago, lamentamos sinceramente encontrarnos con una serie de lagunas que han impedido el avance ordenado y cronológico de las páginas que conforman nuestra hermosa e interesante relación de los hechos pasados; es decir, nuestra Historia de Canarias.

El pillaje, los expolios, incendios, inundaciones, etc. que han padecido los más valiosos y preciados archivos y fondos bibliográficos isleños, han aumentado aún más los obstáculos con los que siempre han tropezado historiadores e investigadores, ai faltarles esas pruebas documentales tan necesarias para llegar a ciertas e irrefutables conclusiones.

La relación de don Bernardo Cólogan Fallón (8)

Natural del Puerto de Arautava (La Orotava), donde nació el 8 de septiembre de 1772.

Se educó en Navarra, París, Inglaterra y Francia. Hombre culto y político destacado tanto por su buen hacer y saber, como por los puestos importantes que ocupó en la isla en diferentes etapas de su corta vida. Sable en mano, tuvo una muy destacada actuación, tal y como relatan las crónicas, combatiendo a las tropas de Nelson. Murió en Londres cuando sólo contaba 41 años de edad.

Don Bernardo, comerciante y, como dijimos anteriormente, hombre de gran cultura, se encontraba en Santa Cruz atendiendo a los negocios de su casa de comercio cuando se produce el ataque de los ingleses. Tenía a la sazón 24 años.

El escrito que titula «Relación de la defensa que hizo la Plaza de Santa Cruz de Tenerife atacada por una Escuadra inglesa al mando del Contra AImirante Horacio Nelson desde el 22 de julio de 1797 hasta la mañana de! 25», lo escribió años más tarde, probablemente a principios del siglo XIX, y por lo tanto es un documento desapasionado, sosegado y relajado, ya que no se hizo en el momento del júbilo y celebración de la importante y sonada victoria. A tener en cuenta, que no destaca sus propias acciones.

Manifiesta el autor su intención de no mencionar a nadie: «A pesar de haber hecho propósito de no nombrar persona alguna en mi relación...». Muy a su contra, no le queda más remedio que sacar a relucir el comportamiento que mantuvo el general, aclarando que: «A estas reflexiones, que creo imparciales..., bien que hablo sin conocimiento del arte (militar) y sólo expongo lo que presencié, y lo que creo poder juzgar con mis propias luces».

Pese a reconocer que la situación era muy crítica, censura la falta de energía y decisión de Gutiérrez en las primeras horas del combate, con los ingleses ya introducidos en el pueblo: «La confusión y el desorden que reinaban en la plaza, la inexperiencia de casi toda la tropa, la oscuridad de la noche, la ignorancia en que estaban en el Castillo de lo que pasaba; todas estas causas reunidas eran capaces de poner perplejo al más valiente y quién sabe lo que hubiera sucedido a no haber llegado en aquél momento critico don Vicente Sierra (sic), Teniente que era de la bandera de la Habana, conduciendo unos prisioneros que había hecho, y a no haber informado a su Jefe de la verdadera situación de la Plaza, animándole osadamente a que de ningún modo tratase de rendirse. La entereza con que este oficial habló a su General es de los hechos más loables de esta defensa, y muchos pretenden fue la causa principal de su buen éxito».

Esto nos viene a decir claramente, que la intención del general Gutiérrez en aquellos momentos, era la de rendirse.

Relata el valor de las milicias y de los ciudadanos, así como de su hermano comportamiento una vez terminada la contienda, e igualmente destaca la ayuda prestada por los marinos franceses.

«Dicen que todo este destrozo provino del acierto con que se disparó un cañonazo a metralla del Castillo de San Cristóbal; muy enhorabuena que aquel primer golpe consistiese en eso, pero seamos más justos; si el Vivac que está en aquélla entrada del pueblo no hubiese sido defendido con espíritu, los enemigos, una vez recobrados del primer susto, se hubieran apoderado de un puesto tan importante y hubieran penetrado por allí; mas siendo cierto que ninguno entró y que todos fueron muertos, heridos, prisioneros o dispersos, es evidente que esta ventaja no consistió únicamente en el cañonazo, sino principalmente en la resistencia que hizo el Capitán de Milicias don Luís Román ayudado por el Teniente del mismo Cuerpo don Francisco Jorva y por una docena de hombres cuya mayor parte eran milicianos...

Es por demás decir cuan celebrada fue la victoria en alegres vivas y en aclamaciones de júbilo; pero no lo es el publicar que apenas cesaron las hostilidades el muelle que había sido teatro de sangrientas escenas se trocó en reunión de amigos y enemigos, donde se vio que si en el combate había el inexperto canario hecho esfuerzos de valor después de él sabía igualmente acreditar su humanidad...

También hubo unos sesenta franceses que se ofrecieron gustosos a la defensa de la Plaza y que se portaron con denuedo y notable actividad. Sería injusticia negarles el mérito que adquirieron. Mucho ha dado que decir esta acción, tanto por lo mal dirigido que fue el ataque por parte de los ingleses, como por lo mal combinada que fue nuestra defensa, y el poco fruto que sacamos de la victoria...

Por nuestra parte no fueron mejores las medidas de defensa y lo que se puede decir es que todo queda olvidado con la victoria. La que hemos de confesar francamente se debió a un conjunto de casualidades y el valor particular de algunos individuos mas bien que a un plan bien premeditado y seguido».

Vemos que el señor Cólogan lo que propone es echar tierra a tanta acción mala que hubo por parte de quienes tuvieron que haber llevado el peso y la responsabilidad de rechazar el ataque, y todo lo da por bueno gracias a la consecución de la victoria alcanzada, aunque hace hincapié en que ésta se consiguió gracias al denodado valor particular de algunas personas.

Irlandeses en Canarias

A fin de irnos situando en el personaje del preciado manuscrito que aquí se aporta y conocer mejor su ascendencia, actividades y vida que llevó en la isla, empezaremos diciendo que de todos son bien conocidas las luchas que tuvieron lugar en Irlanda en el siglo XVII debido a la restricción de la libertad de culto y de los derechos civiles de los católicos irlandeses, por leyes impuestas cuando se inicia la reforma anglicana, por Enrique VIH e Isabel I de Inglaterra, que dan lugar a fuertes e interminables enfrentamientos entre los protestantes anglicanos y los católicos irlandeses.

Y es justamente a partir de la dura intervención de Cromwell en 1649, cuando comienza un éxodo bastante importante de irlandeses hacia países de Europa e igualmente hacia Canarias, que continúa hasta el último tercio del siglo al que hacemos referencia.

Entre las destacadas y conocidas familias irlandesas que se asentaron en Tenerife, están los Madan, Cambreleng, Murphy, Cullen, Power, White o Blanco, Fitzgerald o Geraldin, Walsh o Valois, MacColgan o Colgan o Cólogan, etc., así como los Forstall, que eran uno de los pocos comerciantes mayoristas que habían en la isla por aquellos tiempos.

Esta familia, en unión con la también descendientes de irlandeses, los Rusel!, cubrieron con su dinero casi toda la obra de la construcción de la capilla de la Venerable Orden Tercera en Santa Cruz, que se realizó entre los años 1760 al 1763 (9).

En la lámpara central de bronce que posee dicha capilla, podemos leer su nombre y año en que la donó. Fue enterrado en esa iglesia a la derecha del altar y en cuya losa se puede leer claramente: «Este sepulcro es de don Pedro Forstall y de sus herederos. Año de 1768». A la misma altura, pero en el lado izquierdo, está igualmente la sepultura de don Gregorio Rusel!, fechada un año después que la otra.

Contribuyeron igualmente con una importante cantidad de dinero a la financiación para la ampliación del primitivo y varias veces destruido muelle de Santa Cruz, al que posteriormente se le conocerá por Muelle Sur.

Dicho esto, y antes de entrar de lleno en el interesante manuscrito, nos parece lógico que sepamos la fuente de la que proviene, toda vez que, dependiendo de la, misma, podremos evaluar, con mejor criterio, su credibilidad. El autor de dicho documento fue,
Don Pedro Forstall.

Habiendo llegado a mis manos hace unos meses la carta manuscrita que aquí se reproduce, entendí que había que divulgarla para que todos conozcamos mejor una parte importantísima de los acontecimientos que sucedieron en este «lugar» durante el ataque de la flota del contralmirante inglés a Santa Cruz, en estos momentos en que justamente se cumplen dos siglos de aquella memorable efemérides, la que dejó huella universal e imperecedera, al ser vencido el marino más audaz e intrépido de todo el siglo XVIII por nuestras olvidadas y marginadas Milicias Canarias, quienes imitando el reconocido valor de sus nobles ancestros, los primitivos canarios, derrotaron —con la ayuda de los los marinos franceses de la corbeta «La Mutine» (La Obslinadaj—, al temido y poderoso navegante; el mismo al que Ortega y Gasset lo enjuicia y eleva, por su destacadísima importancia en la Historia Moderna, muy por encima del todopoderoso Napoleón Bonaparte.

«Los humildes oscuros habitantes de este tranquilo oasis africano o vencen o sucumben; que no en vano descienden  de  una  raza de gigantes!». (Del poema «Grandezas» de don Antonio Zerolo, al ataque de Nelson a Santa Cruz)

Digamos que este tinerfeño, don Pedro Forstall, descendiente de irlandeses (9), fue uno de los seis regidores del primer alcalde elegido conforme al privilegio de villazgo en el año 1804, don José Víctor Domínguez, por sus relevantes méritos contraídos en la común defensa (5).

Este ilustre personaje vivía en la calle de La Marina, en casa colindante con la de don Matías de Castillo Iriarte (10) y tomó —tal y como se obligaba a todos los hombres útiles de 15 a 60 años (II)—, parte activa antes y durante el ataque de Nelson a Santa Cruz. Como fácilmente podemos deducir, su casona ocupaba palco preferente de la que presenciar cuanto ocurría en el amplio espacio que desde ella se divisaba: el incipiente muelle, plazas, calles, mar, playas y castillos cercanos; en otras palabras, estaba en primera fila de aquel inesperado y pasajero teatro de guerra.

Ya en el mes de mayo de ese mismo año de 1797, se encontraba al frente de una de las seis «Rondas de Abastos» que se habían constituido, compuesta cada una de 20 paisanos, según había dispuesto la autoridad civil, «con el objeto de vigilar la población, de poner a salvo mujeres, niños, caudales y papeles, remitiendo todo a la ciudad de La Laguna...» (12).

Estas mencionadas «Rondas» nos las describe y amplía, con mayor género de detalles, el coronel de Artillería don Francisco Lanuza Cano (13), en el documento titulado: «Plan de Rondas de 1° de Mayo de 1797», ejecutado a instancias del alcalde real ordinario de esta Plaza, don Domingo Vicente Marrero; de tos diputados del Común, don José M. de Villa, don Miguel Bosq, don Antonio Power y don Juan Bautista Casalón; del síndico personero, don José Víctor Domínguez, con la asistencia del licenciado don José de Zarate, asesor de esta Junta.

Queremos señalar que la calle del Castillo era la línea que dividía al pueblo en dos mitades, «en cada una de las cuales se emplearán tres Rondas, cada una compuesta de un cabo con diecinueve acompañantes   cuanto le comunica.

Se comprende fácilmente que el señor Forstall vio, oyó y constató hechos indignos en algunas personas del estamento militar, quienes posteriormente sí que corrieron y estuvieron prestos a pedir medallas, ascensos, retribuciones y recompensas por algo que no hicieron; o lo que es peor aún, por su manifiesta cobardía. Por lo tanto, le ruega al primo no comente pañantes, y de estos el uno a caballo para que con más exactitud puedan comunicar los avisos, según las ocurrencias lo exijan».

A don Pedro Forstall le asignaron el «Cuartel primero», que abarcaba «todo el recinto que hay entre la calle de La Marina y la calle del Norte desde las manzanas que le corresponden en la calle del Castillo, hasta la salida del pueblo».

Ronda primera para este Cuartel:

Cabo: don Pedro Forstall
Acompañantes: don Patricio Power, don Nicolás Franco, don Nicolás de Acosta, don Cristóbal Camacho

A caballo: don Rafael Sansón
Carpintero: Luís Rodríguez
Pedrero: José Jorge
Fraguero: Francisco Cabrera
Peones: Cayetano Manchal, Ignacio Barrera, Domingo Marrero, Cristóbal Díaz, Manuel Díaz, Miguel Sarmiento, Antonio Dámaso, Manuel de Armas, José Brito, Juan Mateo González.

Apreciamos que tanto esta Ronda, como la que comandaba don Tomás de Cambreleng, solamente se relacionan 19 nombres en cada una de ellas; figurando 20 en las que mandaban los señores Power, Casalón, Sopranis y Carta.

Hecha esta sucinta descripción sobre el autor del escrito de referencia, señor Forstall, pasamos sin mayor dilación a mostrar el manuscrito, si bien, como entendemos, es muy costosa su lectura, nos permitiremos transcribir y comentar partes del mismo, según la transcripción paleográfica que tan amablemente nos hizo el personal cualificado del Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, a quienes les damos nuestras más sinceras y expresivas gracias por su magnífica aportación a este trabajo.

El documento

Por no obrar en nuestro poder la sobrecarta que acompaña al manuscrito (14), no podemos dar constancia fehaciente de la persona en concreto a la que se le remitió. Sólo sabemos que se trata de un primo que vivía en Las Palmas.

La carta está datada en «Santa Cruz, Agosto. 23 de 1797», apareciendo en el margen derecho y con distinta caligrafía —que suponemos será la del receptor— «Recibida 13 septiembre 97», comenzándola de esta manera:

«Querido primo: Con las de vuestra merced de 4 y 18 del corriente me entregó Domingo Marrero los cinco reales de plata de las tixeras».

Continúa comentándole temas propios de sus negocios y ocupaciones, pasando luego a decirle:

«Veo las dudas que a vuestra merced le ocurren sobre lo acaecido en la función con los yngleses, y aunque en parte se habrán aclarado con las varias relaciones que posteriormente se habrán remitido a esa Ysla, diré lo que he podido comprehender por informes de sugetos de verdad y de toda formalidad porque no de todos se puede fiar, y muchos o por no entenderlo exageran las cosas o lo hacen para alabarse de lo que no han executado. Espero que lo que escribo quedará reservado».
Continúa escribiendo:

«La noche del 24 al 25, habría en la plaza, según me ha dicho el sargento mayor (suponemos se refiere al teniente coronel don Marcelino Prat, que ocupaba por aquel entonces dicho cargo. N. del A.) que llevó el detalle de 1600 a 1800 hombres entre batallón, milicias y rozaderas; los vecinos que no estaban empleados en la artillería eran pocos y desarmados, empleados los unos en cuidar de la provisión para la tropa que repartían por cuenta, y otros en rondar el pueblo...».

Seguidamente describe cómo estaban distribuidos los hombres de la defensa y número de ellos en los diferentes lugares donde estaban apostados, para luego añadir de qué manera realizaron las tropas inglesas el desembarco, descripción de basta/ite interés, por diferir en parte de las versiones oficiales que son las que se conocen:

«La idea era, en los yngleses, acometer por los dos lados del castillo principal y escalarlo, al paso que otra partida se debía dirigir a la plaza de la Pila, y tomar la casa del General que creyan en ella: al muelle no abordaron las lanchas que venían a él, a excepción de una sola, pues aunque esta circunstancia se niega, la percibió claramente Patricio Forstall que vio todo del balcón de mi casa, y otras cuatro vinieron a la playa entre San Pedro y el Castillo porque el fuego del primero no las dexó parar en las escaleras: una lancha se metió por la caleta y boquete de la Aduana, cuya tripulación fue la única que se dirigió al rastrillo de donde la alejó el fuego vivísimo que hizo Lugo en la puerta, y aspilleras del muro bajo que hay en donde antes estaba la estacada; las demás lanchas fueron unas al barranco de Santo Domingo, y otras más abajo al de la Yglesia».

Relata la huida de las tropas del muelle: «...todos, fusileros y rozaderas huyeron quedando abandonado Lara que mandaba estas últimas cuando le hirieron...».

Habla del fuego cruzado de un cañón apostado en San Pedro y de otro de la esquina del castillo, añadiendo:

«...También ayudó mucho un cañón en el flanco del castillo que barría toda la entrada del muelle y playa hasta San Pedro, y cuya tronera se abrió por insinuación de don Francisco Grandi (aquí hay | una contradicción con lo que escribe el propio gobernador del castillo: «...D. Josef Monteverde había mandado colocar aquella misma noche en una nueva tronera que hizo abrir por un costado del baluarte con dirección ala inmediata playa...» (15), artillero provincial, que dirigió el fuego con mucha viveza y acierto. Se da por disculpa del retiro de las tropas del muelle que los cañonazos de metralla de San Pedro cayan sobre nuestra gente, y que el oficial que mandaba la artillería en su cabeza, quando vio subir la gente de la lancha, que atracó a las escaleras, salió gritando que los yngleses eran dueños de los cañones, lo que hizo temer los volviesen contra la entrada...

Los oficiales de estas milicias (que yo vi salir huyendo) fueron los que derramaron por el pueblo la voz de la muerte del General, toma del castillo, etcétera...».

Sigue exponiendo la lucha sostenida cuando el desembarco inglés por el barranco de la iglesia y el de las otras lanchas por el barranco de Santo Domingo... hasta que:

«En la madrugada, quando se divulgó la voz de estar los enemigos acorralados en Santo Domingo, sin municiones y pidiendo capitulación se presentaron muchos, y cuentan ahora hazañas, pero no engañan porque todos saben en donde estuvieron y quando vinieron. El xefe y compañías de La Cuesta se presentaron quando las tropas nuestras estaban formadas en la Plaza de la Pila para que desfilasen los yngleses».

Relata los nombres de algunos oficiales fugitivos, que aquí y ahora vamos a omitir, copiando lo que dice ese párrafo:

«Aunque los fugitivos no tienen disculpa porque dieron exemplo a sus soldados de huir sin esperar el peligro, no por eso se debe vituperar (a) los naturales, Román Lara y Jorva lo son, lo era el Teniente Coronel Castro; los artilleros oficiales y soldados lo más son de aquí y Grandi, que no es estrangero, fue el que hizo algo de provecho con Eduardo en el castillo principal».

Y finalmente entramos en el último párrafo aparte, que antecede al que despide la carta, que es precisamente en el que el señor Forstall vierte su opinión sobre el comportamiento del general Gutiérrez en la noche del 24 al 25 de julio de 1797:

«Lo cierto es que, a juicio inteligente, todo lo debemos a la artillería, lo demás vino por sus pasos contados por que la tropa enemiga estaba atolondrada, sin municiones y sin recursos. Aún así, crea vuestra merced lo que dixe en mi anterior, hubo un mal momento a la primera intimación, y aún a la segunda, y sólo debimos nuestra conservación a dos oficiales de entereza que son Marqueli, y Siera, Teniente de la partida de Cuba, especialmente a este último que llegando de fuera con prisioneros habló al general con Vigor (y aún con expresiones soldadescas) y le impuso del estado verdadero de las cosas. Ahora se dice todo lo contrarío por los que entonces se inclinaban a rendirse, pero tiene cuenta hacerlo así. En el General mas bien se notaba irresolución, porque en aquélla noche dio bastantes pruebas de intrepidez, aún en términos reprehensibles para un xefe».

Como vemos, tanto el relato del señor Cólogan, como este de don Pedro Forstall son coincidentes. A la vista de lo manifestado por los historiadores, y de los escritos de estos dos testigos y defensores del ataque inglés a Santa Cruz, que el amable lector saque sus propias conclusiones.

José Diego Diaz-Llano Guigou, La Prensa del Domingo, separata de El Día, 25 de julio de 1997. (Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)

Bibliografía

(1)  «Piraterías y Ataques Navales contra las Islas Canarias». Tomo III, págs. 836 y 837. Antonio Rumeu de Armas. 1948.
(2)  «La derrota de Horacio Nelson». Pag. 138. Mario Arozena. 1897.
(3)  «Narración de la tercera victoria del puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife contra la flota de Inglaterra» (25 de julio de 1797). Págs. 35 y 36. Leopoldo Pedreira Taibo. 1897.
(4)  «Las Milicias de Garachico y su intervención en la lucha contra Nelson». Pag. 34. Carlos Acosta García. 1988.
(5)  «Invasión de la Plaza de Santa Cruz por la escuadra británica al mando de Sir Horacio  Nelson».   Francisco -María  de León. Revista de Canarias. Año I, número 16, de 23 de julio de 1879. Págj. 241, 245 y 246.
(6)  «La derrota de Nelson en S^anta Cruz de Tenerife». Págs. 9,60,61 y 62. Leopoldo Pedreira Taibo.   1897.  Edición facsímil. Biblioteca Canaria. 1950.
(7)  «Historia de Santa Cruz de Tenerife». Tomo II. Pag. 218. A. Cioranescu. 1977.
(8) «Dos relaciones sobre el ataque de Nelson a Santa Cruz de Tenerife». Anuario de Estudios Atlánticos. Núm. 27? Págs. 211 y síg. Agustín Guimerá Ravina. J981.
(9)   «Burguesía   Extranjera y -Comercio
Atlántico. La Empresa comercial irlandesa en Canarias (1703-1771)». Págs. 104 y 117. Agustín Guimerá Ravina. 1985.
(10)  «El Puerto de la Cruz y los Iriarte». Págs. 299, 300 y 301, apéndice 150. Diego M. Guigou Costa. 1945.
(11)  «Reales Despachos de Oficiales de Milicias Canarias». Años 1771-1852. Pag. 20. José Hernández Moran. 1982.
(12) «Apuntes para la Historia de Santa Cruz de Tenerife desde su fundación  hasta  nuestros  tiempos».   Pag.   163.  José  Desiré Dugour. 1875.
(13) «Ataque y derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife». Pag. 355.   Francisco  Lanuza  Cano. 1953.
(14)  «Carta manuscrita de don Pedro Forstall». 1797. Biblioteca particular.

(15)   «Relación Circunstanciada de la defensa que hizo la plaza de Santa Cruz de Tenerife invadida por una escuadra inglesa al' mando del contra-almirante Horacio Nelson en la madrugada del 25 de julio de 1797». Pag. 20. St le atribuye al gobernador del Castillo de San Cristóbal, don Josef Monteverde.   Edición   facsímil. Goya Ediciones. 1987, 2.O

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