VIERAY
CLAVIJO, NATURALISTA
250
ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO
"¡Cuántos nacen, viven y
mueren en un territorio como el nuestro, sin conocer lo que ven, sin saber lo
que pisan, sin detenerse en lo que encuentran! Para ellos las plantas más
singulares no son sino yerbas; las piedras y las tierras casi todas una; los
pájaros los mismos que los de otras provincias; los peces los de todos los
mares...".
Esta entusiasmada expresión
parece escrita en nuestros días, cuando la eclosión del interés por los temas
isleños y el estudio en profundidad de los diferentes aspectos naturales y
sociales de nuestro Archipiélago alcanzan el grado más alto y razonable. Sin
embargo, tales palabras fueron insertadas hace, nada menos, casi dos siglos por
don José Viera y Clavijo en el prólogo a su Diccionario de Historia Natural
(1799), formando parte de un discurso destinado a convencer a sus conciudadanos
de la lógica exigencia de interesarse por el conocimiento de su propio y
peculiar medio natural. Popularmente, Viera y Clavijo (Los Realejos, 1731 - Las
Palmas de Gran Canaria, 1813) es conocido como el historiador clásico de
Canarias. Su Noticia de la
Historia General de las Islas Canarias, publicada en cuatro
tomos entre los años 1772 y 1783, le hizo legítimo e imperecedero merecedor tiene
tal título. Sin embargo, su tarea como naturalista le atribuye, sin duda, el mérito
de ser recordado en cuanto tal con la misma categoría que la de historiador.
A partir, aproximadamente, de
1762, Viera se había dedicado a elaborar y escribir su Historia. Antes de ello
el horizonte de su pensamiento había sido iluminado por la lectura de las obras
de Feijoo y, después de haber pasado a residir en La Laguna desde 1757, por su
participación en la tertulia de amantes de las artes y las ciencias que se
reunía en la casa del marqués de Villanueva del Prado, Tomás de Nava Grimón.
Asistían a estas reuniones varias de las personas de mayor cultura de la isla.
Entre ellas Viera pudo, a pesar de su juventud, destacar por sus amplios afanes
y por su ingeniosidad. El pequeño pero valioso mundo de la tertulia de Nava le
proporcionó la capacidad de apreciar la cultura europea y la enciclopédica
biblioteca del marqués—seguramente la más rica y selecta del Archipiélago en su
tiempo— le permitió co'nocer a los grandes autores franceses del XVIII
(Voltaire, Rousseau, Fontenelle, etc.). El Papel Hebdomadario (1757-58)
—considerado el primer periódico de las Islas—, el Síndico Personero (1764) y la Gaceta de Dante (1765)
fueron redactados por el sacerdote tinerfeño en este periodo.
En 1770 tenía terminado el primer
tomo de la Historia
y parte del segundo. Desde hacía tiempo —escribiría el propio historiador— le
"causaba desconsuelo el ver que carecía su patria de una exacta, juiciosa
y digna historia, porque la de D. Juan Núñez de la Peña , sobre ser chabacana y
plagada de errores, se había hecho rara y no honraba mucho al país".
"Y —añade— después de haber acopiado varios preciosos documentos,
memorias, noticias, manuscritos impresos y señaladamente la primitiva historia
francesa de Juan Bethencourt, escrita por Bontier y Leverrier, emprendió la
obra, bajo los más felices auspicios...". Muchas de esas noticias y
memorias le fueron suministradas por colaboradores y corresponsales
(Van-dewalle Cervellón, Lope Antonio de la Guerra , Molina Quesada, etc.) de las diversas
islas. Pero, además, el autor fue recopilando un extenso conjunto de
descripciones y fuentes impresas sobre las Islas que incorporó profusamente al
texto general, enriqueciéndolo de forma insospechada en comparación con los
textos históricos que le precedieron sobre el Archipiélago y proporcionándole
un valor como texto de consulta que se ha mantenido hasta nuestros días. Los
cuatro tomos de la Historia
de Viera y Clavijo constituyen un ingente material de noticias sobre el pasado
del Archipiélago, cuyo alto nivel sólo comenzaría a superarse en los Estudios
Históricos (publicados a partir de 1876) de Chil y Naranjo.
MADRID
Y EUROPA
En 1770 decidió Viera marchar a
Madrid para ocuparse de la impresión de los primeros tomos de la Historia. Llegó a
la capital del Imperio a finales de aquel año. Una favorable coincidenia iba a
facilitar los proyectos del historiador isleño y a prolongar su estancia fuera
del Archipiélago durante quince años. Residía entonces en la Corte su
amigo Agustín Ricardo Mádan,
prebendado de la catedral canaria, quien desempeñaba interinamente el puesto de
preceptor del hijo único del marqués de Santa Cruz. Mádan se preparaba entonces
para optar a la cátedra de Hebreo en los Reales Estudios de San Isidro y para
poder dedicarse por entero a ello recomendó a Viera para cubrir su empleo en la
casa del marqués.
Cuando don José de Viera y
Clavijo, que por entonces contaba 39 años, aceptó el ser preceptor de Francisco
de Silva, marqués del Viso, nunca pensó que tal circunstancia habría de
significar más tarde un importante giro en su vida. Su adscripción a la casa
del marqués de Santa Cruz —grande de España, gentilhombre de la Cámara del Rey, destinado
al servicio del príncipe de Asturias— favoreció sus movimientos, sus relaciones
y su posición entre los sectores influyentes de la capital y del Reino. En 1774
fue admitido en la Real
Academia de la
Historia y tres años después fue considerado académico
supernumerario. Pero, sobre todo, el viaje emprendido por los marqueses a
varios países a partir de 1777 le permitió el tomar contacto con la cultura
europea de su tiempo. En París, posiblemente el foco cultural más luminoso de
Europa por entonces, adquirirá su formación científica.
En 1776 el marqués del Viso se
había casado con la hija del'duque del Infantado. Al año siguiente los duques
dispusieron hacer un viaje por Francia, Flandes y Alemania, con la finalidad
especial de proporcionar a su hija la toma de los baños de Spá, que los médicos
habían indicado para su convalecencia de la enfermedad de viruelas que había
padecido. El viaje se inició el 24 de junio de 1777 y durante más de un año
residió en diversas ciudades europeas, especialmente en la capital francesa. De
paso para Flandes el grupo permanece dos meses en París (14 de agosto a 15 de
octubre). Viera y el abate Cavanilles—el futuro gran botánico, que va como
preceptor del hijo del duque— recorren aquel París de las Tullerías y los Campos
Elíseos, de Nótre Dame y el Pont-Neuf, del Panteón y los Inválidos, de la Plaza Vendóme , del
Campo de Marte, de los grandes palacios reales de la periferia... Podemos
imaginar la profunda impresión que recibiría el isleño Viera en aquel París
monumental de los últimos tiempos de la monarquía absoluta, que brillaba tanto
por un increíble arte urbano como por el cultivo de las ciencias y de todos los
aspectos concernientes a un mundo cultural en explosión.
Además de los principales
monumentos de la capital francesa, en aquella primera visita Viera acudió a la Biblioteca del Rey, que
entonces contaba con trescientos mil volúmenes; a la. Academia Francesa, en
donde conoció a D'Alembert, Condillac, Marmontel, La Harpe y Delille; a la
biblioteca y el ganete de historia natural de Santa Genoveva, y al Jardín de
Plantas. "Allí —escribía en su Diario en relación con la visita al
botánico del Rey— vi el Euphorbium Canariense que tenía sólo media vara de alto
con dos renuevos muy pequeños; el Plátano Bananier, reducido a un tronco casi
seco. El Drago que tenía vara y media; la Pitera etc.". También se desplazaron a ver
la famosa máquina de Marly, complicado artilugio compuesto de catorce ruedas
hidráulicas y otras tantas bombas que desde las orillas del Sena transportaban
agua para los jardines de Versalles.
Y durante sus paseos parisinos
encontró en una librería de viejo una edición de "Le Canarien", las
crónicas de la conquista franconormanda de Canarias, que inmediatamente adquirió.
FORMACIÓN
CIENTÍFICA
Después de viajar por Flandes, el
7 de noviembre se halla Viera de huevo en París, en donde permanecerá hasta el
21 de julio del año siguiente. Estos ocho meses pasados allí tendrán gran
influencia en su aprendizaje en las disciplinas científicas, especialmente en
la historia natural, en la física y en la química. Toda la parte del Diario
dedicada a esta nueva residencia en la capital francesa está repleta de
anotaciones sobre sus visitas a centros y gabinetes científicos y sobre los
cursos de aquellas disciplinas científicas a los que asistió.
Entre el 17 y el 28 de noviembre
siguió las disertaciones y experiencias sobre los "aires fijos"
impartidas por el físico Sigaud Lafond, que precisamente en el año 1779
publicaba Essai sur drfférentes especes d'air fixe, una de las numerosas obras
científicas (sobre física experimental, electricidad, etc.) de las que fue
autor. Con el propio Sigaud siguió un curso experimental de física y química,
que inició el 24 de diciembre y finalizó el 25 de febrero.
El afán de Viera y Clavijo por
las ciencias y por la historia natural no surgía entonces. Por él contrario,
era ya manifiesto en su periodo lagunero. Clara manifestación de ello son su
Carta filosófica sobre la
Aurora Boreal observada en la ciudad de La Laguna en lanoche del 18 de
enero de 1770 y sus Observaciones del paso de Venus sobre el disco solar del
día 3 de junio de 1769.
Este fue el famoso eclipse,
seguido al igual que el de 1761 con gran interés por los astrónomos de aquel
tiempo el que determinó a la
Royal Society a enviar al capitán Cook, con un astrónomo, a
la bahía de Matavai, en Tahití, como punto óptimo para su contemplación.
Sin embargo, profundo interés por
las ciencias naturales pudo ser desarrollado a través de la penetración en
aquel universo científico que le proporcionaban las academias, los
observatorios, los gabinetes, las bibliotecas y, en especial, la comunicación
con varios de los grandes científicos de la época. Además del curso citado,
asistió a un curso de química con el profesor Sage y a otro de historia natural
impartido por el profesor Valmont de Bomare.
El curso B.J. Sage se extendió
desde el 1 de diciembre de 1777 al 13 de marzo siguiente. Sage era un joven
químico y mineralogista, recién ingresado en la Academia de Ciencias. Sus
conocimientos químicos guardaban fidelidad a la teoría del flogisto, la cual
siguió defendiendo incluso años después de que fuera rebatida por Lavoisier por
aquellas mismas fechas. La concepción del flogisto había sido lanzada por Georg
Ernst Stahl a finales del siglo XVII, siguiendo la estela de los alquimistas y
las enseñanzas de su maestro Joachin Becher. En pocas palabras, el flogisto era
un elemento inaprensible que, según esta teoría, contienen todos los cuerpos
combustibles; en el momento de la combustión el flogisto rompe su unión con
esos cuerpos (como el azufre, el carbón, los aceites, el fósforo) y con esa
supuesta pérdida de flogisto se explicaba el cambio de propiedades de aquéllos
después de la combustión. En cuanto que explicaba algo que hasta entonces no
recibía otra interpretación, esta teoría se mantuvo a lo largo del siglo XVIII
hasta que en el último tercio de esta centuria las experiencias realizadas en
torno a los gases por Priestley, Scheele, Cavendish y, sobre todo, por
Lavoisier (con el precedente de Lomonosov) la fueron desmoronando y refutando
de forma definitiva. Desgraciadamente, Viera aprendió la química del flogisto
cuando ésta ya empezaba a ser desechada por la vanguardia científica que
entonces representaba Lavoisier, el padre de la química moderna. Pero también
aprendió de Sage otros fundamentos de química y de mineralogía y, entre otras
cosas, el procedimiento para verificar análisis de aguas, experiencia muy de
moda en aquellos tiempos.
Viera compatiblizó su asistencia
a las lecciones de Sage con la aplicación al curso de historia natural de
Valmont de Bomare, naturalista que se había distinguido por sus eruditas
conferencias en el campo de la mineralogía entre 1756 y 1788 y, más tarde, en
el de la botánica. Este curso significó un recorrido general por los
conocimientos de los tres reinos de la naturaleza, desde la geología y los
minerales hasta la zoología terrestre y marina, pasando por los sistemas
botánicos (Linneo y Tourne y los árboles y plantas de interés económico. Fue un
curso de cuatro meses de duración (desde principios de diciembre hasta finales
de marzo). Este naturalista —que, entre otros tratados, fue autor de un
Diccionario razonado universal de historia natural (1765)— sería recordado por
Viera en el prólogo a su propio Diccionario, rememorando "aquellas cortas
luces que no dejé de adquirir —escribe— en el curso de historia natural que
hice con el célebre Valmont de Bomare, durante mi mansión en París".
Su espíritu pleno de viva
curuosidad y su gran avidez de conpcimientos le llevaron al Gabinete de
Historia Natural del Rey (el actual Museum), en donde pudo contemplar dos
momias de Tenerife, una de ellas perteneciente a una mujer (seguramente las que
había llevado Borda en 1776); al Gabinete de Máquinas del duque de Chantres; a la Academia de Ciencias, en
donde, en distintas ocasiones, tuvo oportunidad de asistir a sesiones
científicas en las que tuvieron lugar disertaciones y lecturas de memorias por
D'Alembert, Lavoisier, Daubenton, Maguer, Delalande y otros científicos; a la Academia de Medicina; al
Hotel d'Espagne, en donde vio los movimientos de un artilugio inglés que
reproducía el sistema solar; al Colegio Real, en donde conoció al astrónomo
Delalande; al observatorio astronómico de Messier, a través de cuyos aparatos
observó las manchas solares, las cumbres de la Luna , el planeta Venus, los satélites de Júpiter
y el anillo de Saturno; tuvo ocasión, asimismo, de observar el eclipse de sol
del 24 de junio de 1778; estuvo en los talleres de los relojeros Berthoud y Leroy,
inventores de cronómetros marinos de gran precisión; visitó el taller de
Fournier, fundidor de caracteres de imprenta, y, de nuevo, acudió a la Biblioteca del Rey y al
Jardín de Plantas.
Frecuentó, asimismo, con gran
asiduidad, las reuniones que celebraba De la Blancherie , a las que
concurrían las más destacadas personalidades de las artes y las letras. En una
de ellas conoció al botánico Adanson, de la Academia de Ciencias, quien le recordó a Viera su
estancia en Canarias, de paso hacia el Senegal, en 1749. Además debilos ya
mencionados. Viera tuvo contacto con otros relevantes intelectuales, académicos
y políticos. Estuvo presente en una sesión de la Academia de Inscripciones
y Bellas Letras en la que se hallaba Turgot. Con el propio De la Blancherie visitó los
estudios de artistas tan destacados como Fragonard. Y es bien conocida la
anécdota de su presencia en aquella sesión de la Academia de Ciencias en
homenaje a Voltaire, en la que éste —en los últimos tiempos de su vida— se
había quedado dormido desde el comienzo, junto a Voltaire se hallaba Benjamín
Franklin, entonces residente en París. Al regresar a España, nuestro
historiador traería la noticia de la muerte de Voltaire —conciencia y revulsivo
del pensamiento de su siglo— y también la de Rousseau, el más importante e
influyente pensador de su tiempo en el orden de la filosofía moral y de la
filosofía política.
Todavía realizaría Viera un nuevo
viaje (1780-1781) a otros países europeos —Italia, Austria, Alemania—,
acompañando esta vez al marqués de Santa Cruz, que había enviudado y contraería
nuevo matrimonio con una joven de la aristocracia de Viena. En Italia tomaría
contacto con el legado artístico del Renacimiento y del Barroco italiano y con
el mundo de la antigüedad clásica. Visita Milán, Pisa, Siena, Florencia,
Bolonia, Roma, Venecia... En la Biblioteca Vaticana , el archivero Felipe Larzoni
pone a su disposición "muchas bulas, breves, letras apostólicas y noticias
pertenecientes a las antigüedades eclesiásticas de las Canarias, durante el siglo
quince".
Pero de este segundo viaje nos
interesa especialmente recordar las anotaciones de su estancia en Viena, entre
noviembre de 1780 y febrero del siguiente año, porque allí conoció a Jan
Ingenhousz, científico holandés al servicio de la familia imperial austríaca
como médico. Ingenhousz, padre de la fisiología vegetal, fue el primero que
demostró —siguiendo los trabajos de Hales y Priestley— que las plantas verdes
absorben anhídrido carbónico y exhalan oxígeno a la luz solar. Había publicado
sus experiencias en 1779, ingresando en la Royal Society de
Londres. En su laboratorio, asistió en dos ocasiones a experiencias sobre
electricidad y sobre el oxígeno desprendido por las plantas, que Viera en su
Diario sigue llamando aire desflogisticado, de acuerdo con la concepción del
flogisto e incluso con Priestley, descubridor del oxígeno.
También en Viena recorrió el
jardín botánico, en uno de cuyos invernaderos crecían "plantas africanas y
de las Canarias, como son plátanos, dragos, ñames, cirios, cítiso, retama de
las cumbres de Tenerife, etc.".
Le acompañó en esta oportunidad
el naturalista, también holandés, J. Jac-quin, quien había estudiado la flora
de las islas del Caribe y había introducido en los invernaderos de Schoenbrunn
numerosas plantas americanas.
Se relacionó, además, en la
capital austríaca con su paisano Domingo de Iriarte, secretario de la embajada
de Carlos III, y con Juan José d'Elhuyar, el único español descubridor de un
elemento químico: el wolfranio. Conoció a Metastasio, pero no a Mozart; y
visitó la biblioteca imperial y la gran galería de arte del Belvedere.
A finales de junio de 1781 Viera
regresó a España del que había sido su segundo y último largo viaje por Europa.
Al igual que de su primer recorrido, volvía impresionado y entusiasmado de
cuanto pudo ver y conocer en Italia, Austria y Alemania. Cuando en octubre de
ese año escribía al marqués de San Andrés contándole de sus viajes le dice:
"He tratado los sabios de más celebridad en todas las materias..." y,
entre todo lo que había visto en aquellos países europeos, menciona "15
jardines botánicos, 44 soberbias bibliotecas, 9 observatorios astronómicos y 25
gabinetes principales de historia natural".
Con anterioridad, durante los
meses pasados en París, había escrito al botánico Gómez Ortega, sorprendido del
gran florecimiento científico de la capital de Francia: "Somos testigos de
los asombrosos adelantamientos de esta nación en ciencias y artes. Nos
encontramos con numerosos sujetos que, cultivándolas, instruyen a un pueblo ya
instruido. Volvemos los ojos hacia nuestra tierra, hacemos la triste
comparación, buscamos el modo de consolarnos".
ADELANTADO
DE LA CIENCIA
Con esta apreciación y este
reconocimiento de lo que la ciencia significaba en la Europa de su tiempo y del adelanto
material de aquellas naciones regresaba Viera a Madrid. Pero volvía, además,
con un insospechado bagaje cultural y científico, fruto de los cursos, sesiones
académicas, visitas de todo género y contactos con intelectuales y científicos
relevantes. Todo ello había enriquecido cualitativamente su horizonte
intelectual y le había preparado para emprender una nueva y no menos fructífera
etapa, en su actividad intelectual.
De vuelta en Madrid, continuó
acrecentando sus conocimientos y si-
guió un curso de botánica con
Antonio Palau Verdera, segundo catedrático del Jardín Botánico y traductor de
Linneo.
Después del primer viaje, Viera
había comenzado a revertir los conocimientos que había adquirido en París
desarrollando un curso de física y química en el gabinete de máquinas del
marqués de Santa Cruz. A ello alude en sus Memorias cuando escribe que en París
había adquirido por mediación de Sigaud Lafond y "por encargo del marqués
de Santa Cruz, todos los vasos y máquinas que eran más necesarios para ejecutar
los experimentos; habíalos conducido a Madrid, y colocado en el gabinete de la
casa, y fue Viera el primero que demostró en esta Corte los fenómenos
principales de los gases, para lo cual se tenían varias sesiones, a que
concurrían muchas personas condecoradas, damas de la grandeza, algunos médicos
y boticarios, profesores de física y otros sujetos amantes de las incidencias,
con general satisfacción". A través de este curso, Viera y Clavijo habría
introducido, en opinión de algunos, la física de Newton en España, a la par que
Antonio Ximeno y Pujades, primer profesor de matemáticas del Colegio de
Artillería de Segovia. Tan bajo era el nivel de los conocimientos científicos
en España que las concepciones de Newton comenzaban a conocerse más de un siglo
después de que se hubieran publicado los Principia.
Por otro lado, fue Vieca de los
primeros en realizar experiencias con globos aerostáticos en Madrid, siguiendo
la moda vigente en París dede que en 1773 los Mongolfier iniciaran la
navegación aérea. Con tal motivo trabó relación con Bernardo Gálvez —que
después sería virrey de Méjico—, muy aficionado a estos experimentos, algunos
de los cuales llevó a cabo en los canales de Madrid. Ambos personajes
mantendrían en el futuro una comunicación postal en la que no faltaría la
referencia a este tema. En noviembre de 1786 Viera escribía al virrey:
"Siento que la quebrantada salud de V.E., unida a las graves atenciones de
su empleo, no le hayan permitido practicar aquellas bien imaginadas tentativas
que su deseo de perfeccionar esta asombrosa invención de nuestra edad le
ocuparon tanto en la Corte ;
especialmente la bella idea de aquellas alas horizontales de ballena y tafetán,
que movidas de arriba a baxo, pudieran dar impulso y dirección a los globos, de
lo que con tanta satisfacción hicimos la prueba con la barca del canal de
Madrid la tarde del dos de marzo de 1784...". Gálvez nunca llegó a leer
estas líneas pues moriría en Méjico días después de haber sido escritas por su
corresponsal isleño.º
LA
ÚLTIMA ETAPA: GRAN CANARIA
A poco de regresar a Madrid en
1781 Viera se plantea su definitivo regreso a Canarias. Su correspondencia nos
revela su impresión personal de que en Madrid no encontraría marqués de Santa
Cruz le mantenía como miembro de su casa, después de; haber muerto su hijo, el
marqués del Viso, a finales de 1779. Vacante el cargo de arcediano de
Fuerteventura en la catedral de Canarias, en julio de 1782 Carlos III presentó
a Viera para recibir tal dignidad, en la cual fue aceptado. No obstante,
permaneció en la Corte
hasta la edición del tomo cuarto de su Historia, que se imprimió en 1783. En
marzo de 1782 comunicaba al marqués de San Andrés su nombramiento y su
determinación de volver a las Islas: "De esta noticia—le escribe— puede
usted sacar muchas consecuencias. Las principales son que me volveré a ser
guanche...". Pocos meses después, en otra carta, le dirá: "Vamonos a
Canaria, dije yo. Vamonos a la montaña de Doramas, y bebiendo en el Leteo del
olvido de quanto he visto, conocido y tratado en el gran mundo, viviré como
alma separada en aquellos Elíseos...". Y cuando, por esos años, comenta en
su correspondencia con el marqués de Villanueva del Prado su definitiva
decisión de instalarse en Gran Canaria le confesará que lo que echará de menos
será el gran mundo de la cultura y la ciencia europeos, concretamente sus
vivencias en París, pero no Madrid; la distancia real estaría entre la eclosión
cultural y vital de una ciudad como la capital francesa de entonces y el
plácido retiro en Gran Canaria.
Al fin, en el otoño de 1884 se
encuentra ya en Gran Canaria desempeñando el arcedianato de Fuerteventura en la
catedral del Archipiélago. Además de cumplir con sus obligaciones eclesiaes (en
algunos momentos es gobernador de la Diócesis ) y de dar rienda suelta a sus aficiones
literarias, inicia en las Islas, inicia en Gran Canaria, una nueva e importante
fase de su actividad científica. Es a partir de entonces cuando podremos hablar
de un Viera científico y naturalista.
En el año 1785, con motivo de
haber acudido a Teror durante las celebraciones de la Virgen del Pino, lleva a
cabo un análisis de las aguas de la Fuente Agria. Esto lo cuenta en la siguiente
forma en una misiva al marqués de Villanueva: "Me fui después al campo, a
la fiesta del Pino de Teror, me divertí con los paisanos y con aquella
naturaleza rústica, pero magnífica, especialmente con el examen analítico que
hice en su debida forma, de la fuente agria, para el qual había llevado conmigo
los utensilios y reactivos necesarios. Esta operación me sirvió de singular
entretenimiento, por lo que los experimentos que practicaba, me salían todos
según anticipadamente los preveía, y sus fenómenos eran peregrinos. Ya puede V.
inferir que la causa de aquel vivísimo ácido y picante es el Ayre fixo o gas
calcáreo de que está saturada; pero los arbitrios de que usé para manifestarlo
con entera evidencia, fueron verdaderamente curiosos. He puesto por escrito mis
observaciones, y por presentarlas a alguien, las he presentado a esta Sociedad
Económica, para la cual estará en Griego". Aquí vemos ya a un Viera
preocupado por el conocimiento científico del medio insular, que aplica al
análisis de las aguas minerales los conocimientos que había adquirido en sus
cursos de París. Ese "aire fijo" que menciona con este nombre había
sido descubierto años atrás por Black y es el dióxido de carbono o anhídrido
carbónico. Durante sus años de Madrid y, concretamente, a raíz del curso que
impartió en el gabinete del marqués de Santa Cruz, había publicado el poema
"Los aires fixos", del que en nuestros días dirá Sarrailh:
"hagamos un favor a Viera no citando algunas de sus estrofas". Los
análisis de aguas constituían una experiencia frecuente en el siglo XVIII y Viera seguirá esta moda verificando
también el análisis de las aguas de Telde.
Fruto del análisis de las de
Teror fue, como indicaba en su carta al marqués de Villanueva, la primera de
las memorias presentadas a la
Real Sociedad Económica de Amigos del País de las Palmas de
Gran Canaria, de la que será director desde 1790. Entre noviembre de 1785 y
marzo de 1788 traslada a la citada entidad una serie de memorias en las que
manifiesta sus conocimientos, más o menos sólidos, de química, mineralogía y
botánica; entre ellas, además de las citadas, se encuentran los informes sobre
la orchilla, la barrilla, el tártago o ricino, el tazaygo o raspilla, etc.
desde la perspectiva de sus usos industriales y económicos.
EL
DICCIONARIO DE HISTORIA NATURAL
Pero lo que domina en Viera ya
desde estos años es su interés por la historia natural (en 1796 escribiría al
marqués de Villanueva: "Todo lo relativo a la Historia Natural
de nuestras Canarias es lo que ahora llama más mi atención, pues quisiera dexar
algo es-' crito en obsequio de la patria"). Desde su llegada a Gran
Canaria comenzó a reuní, colecciones de piedras, lavas y rocar volcánicas,
tierras, arenas, conchas, y se dedicó a observar plantas y árboles, aves,
reptiles y peces. Formó así un gabinete de historia natural de las Islas,
posiblemente el primero que se reunió en el Archipiélago, ochenta años antes
que se instituyeran el Gabinete Científico, en Santa Cruz de Tenerife, y el
Museo Canario, en Las Palmas de Gran Canaria. En 1790 ofrece en su casa a un
grupo de amigos e interesados un breve curso, a la vista de las piezas de su gabinete,
acompañado de varios experimentos químicos.
Se dedica por esos años a la
elaboración del Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias, que
concluirá en 1799. Como indica su nombre, se trata de una descripción de
ejemplares de los tres reinos de la naturaleza: rocas y minerales, plantas y
especies animales del Archipiélago Canario, endémicas o no de estas Islas. Es
el primer compen-dio descriptivo de la naturaleza insular.
La corrección de las
descripciones permite afirmar que el autor está en contacto con el ejemplar que
describe, a través de una observación directa, bien mediante un trabajo de
campo, bien en su propio gabinete. El Diccionario destaca especialmente en las
descripciones botánicas. De la clasificación que emplea, se deduce que Viera
conocía las obras de Tournefort, Linneo, Linneo
y Lamarck (tenía en su biblioteca una edición de la Enciclopedia Melódica ,
cuya sección de botánica estuvo a cargo de este último), así como los trabajos
de recolección de Masson y de Broussonet y el Icones Plantarum de Cavanilles. A
la hora de hacer la descripción, establece, en algunos casos, comparaciones
entre las diferentes especies de las islas y señala la afinidad de plantas
nativas con algunas de la península y otras mediterráneas y europeas; sin
embargo, en diversas ocasiones no señala la peculiaridad de algunas plantas
endémicas del Archipiélago y las clasifica como si fueran las mismas que crecen
en otras latitudes. Un dato curioso lo aportan, por otra parte, las referencias
que verifica en ocasiones sobre la v presencia de plantas canarias en jardines
botánicos europeos.
Incluyó también Viera en esta
obra los cultivos ordinarios. Al propio tiempo, hace frecuentes alusiones a la
utilización de las plantas, por lo que el Diccionario es, además, un vademécumar,
ni puesto adecuado a sus merecimientos y a sus inclinaciones, a pesar de que el
medicinal, artesanal e industrial. Otro detalle curioso nos lo proporciona
cuando, por ejemplo, habla del alpiste (Phalarís canariense) y se preocupa de
la importación que del mismo se hacía, cuando es una planta endémica de las
Islas que aquí se da silvestre y que —afirma— se ha llevado desde Canarias al
Languedoc, a Malta y otras regiones.
Interesante es también su
vertiente conservacionista de la naturaleza, que manifiesta especialmente
cuando habla de los árboles y bosques del Archipiélago, subrayando la
beneficiosa función que ejercen para un mayor índice de pluviosidad en las
medianías insulares y mostrando su inquietud por la extinción de las masas forestales.
Y, así, cuando habla de especies como el mocan o el palo blanco se duele de que
estén desapareciendo casi totalmente de nuestros montes. A través de estas
apreciaciones testimonia el gran polígrafo una temprana dimensión ecologista,
que se anticipa casi en dos siglos a esta tardía, agria y hasta ahora, por
desgracia, impotente tarea que nos ha tocado en nuestros días a los amantes de
esta tierra.
Viera y Clavijo fue, con Agustín
de Bethencourt y Clavijo Fajardo, la cima de la Ilustración canaria. Y
no casualmente cada una de estas tres figuras — cuya personalidad científica
trascendió los límites del Archipiélago— hubo de beber en las fuentes de la
cultura europea de su tiempo, más allá, también, del legado cultural que
podrían recibir en aquellas y estas Islas del aislamiento. Como persona, como
naturalista y como historiador Viera se adelantó a tantas y tantas inquietudes
que hoy comparten los canarios de mentalidad más progresiva y, en este sentido,
su ingente labor intelectual podría ser proyectada al presente recordando aquel
pensamiento de Chaucer que dice así: "Y de campos más antiguos que los que
el hombre ve procede este grano nuevo".
El 250 aniversario del nacimiento
de don José de Viera y Clavijo—que vino al mundo en los Realejos el 28 de diciembre
de 1731 y murió en Las Palmas de Gran Canaria en 1813— se celebró
brillantemente con una serie de actos organizados por la Real Sociedad
Económica de Amigos del País. Viera fue director de la Económica de Las Palmas
a partir del año 1790 y merced a su iniciativa se llevaron a cabo diversas
acciones de signo positivo para el progreso de la isla, entre ellas la
instalación de la primera imprenta que funcionó en Gran Canaria.
El programa se inició el día 22
de diciembre con la presentación del nuevo salón de actos de la Económica a cargo de don
Diego Cambreleng, director de la Institución. El
día 23 se descubrió el busto de Viera y Clavijo —obra del escultor Plácido
Fleitas— en su nuevo emplazamiento de la Plaza de la Real Sociedad
Económica de Amigos del País; en este acto se hizo una ofrenda floral por
diversas entidades e instituciones sociales y culturales de Gran Canaria y el
alcalde de la ciudad, señor Rodríguez Doreste, pronunció unas palabras
recordatorias y enaltecedoras de la figura del ilustre polígrafo. Por la tarde,
el escritor e investigador don Alfredo Herrera Piqué disertó sobre el tema
"El horizonte científico europeo y Canarias en la época de Viera y
Clavijo", fue presentado por don Juan Andrés Melián, vicepresidente del Cabildo
Insular de Gran Canaria y vocal de la Económica.
El 28 de diciembre se inauguró en
el Museo Canario la exposición "Recuerdos de D. José de Viera y Clavijo,
su obra y su época"; hizo la presentación el presidente de la Junta Directiva de
dicha Entidad, don José Miguel Alzóla. Seguidamente se celebró en la catedral
de Santa Ana una misa solemne, con intervención de la coral "Regina
Coelli", dirigida por el maestro Chano Ramírez; al finalizar la misa se
verificó un responso ante la tumba de Viera y Clavijo, en la capilla de San
José de dicho templo. Después los asistentes a los actos se trasladaron al
salón de la Económica
en donde, previas las palabras de don Cristóbal García del Rosario,
bibliotecario de esta Real Sociedad, se presentaron los libros Extractos de las
Actas de la Real
Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas de Gran
Canaria", desde su primera erección hasta fines del año 1790, realizados
por Viera y Clavijo, e Historia de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las
Palmas, 1776-1900, de Cristóbal García del Rosario.
Las palabras de presentación
corrieron a cargo del investigador don Enrique Romeu Palazuelos, secretario de la Real Sociedad
Económica de Amigos del 'País de La Laguna. Finalmente ,
don Joaquín Blanco Montesdeoca, director del Archivo Histórico Provincial,
pronunció una conferencia con el título de "D. José de Viera y Clavijo, un
canario universal".
Los actos prosiguieron con las
conferencias pronunciadas el día 29 por el investigador y escritor don José
Juan Ojeda Quintana sobre el tema "El cambio de la concepción de la Historia desde Viera y
Clavijo hasta nuestros días", con presentación del conferenciante por don
Gabriel Cardona Wood, vicesecretario de la R.S .E.; el día 4 de enero, con intervención de don
Juan Luís BaézArencibia, catedrático de Química, sobre "La obra científica
de Viera y Clavijo", previa presentación de don Nicolás Díaz Saavedra de
Morales, secretario de dicha sociedad; y, por último, el día 8 con la presencia
del investigador don Miguel Rodríguez y Díaz de Quintana que trató de "La
ascendencia portuguesa de Viera y Clavijo", tras ser presentado por don
Andrés Hernández Navarro, escritor y censor de la Económica.
Alfredo Herrera Piqué, en: Revista Aguayro
Año XII nº 138, diciembre
de 1981.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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