jueves, 4 de junio de 2015

Leyendas y cuentos de brujas.


De cuanto hemos dicho encontramos exponentes en cada una de las Islas Canarias. ¿Quién siendo isleño canario, no ha oído hablar de las brujas de Aguatona, del Barranco de Santa Águeda, de las Cuevas de Berriel, y de los Tirajanas, en la isla de Gran Canaria; de las hechiceras de Tenerife?; ¿quién desde niño no ha oído con el máximo deleite, sobrecogimiento e interés los cuentos de brujas, duendes y maleficios, narrados ingenuamente por nuestros campesinos y viejas sirvientas?

La creencia del pueblo en brujas-hechiceras, curanderos y maleficios ha sido de hondo arraigo. Muestras elocuentes de estas prácticas infernales están recogidas en diversos legajos del Archivo del Tribunal de la Santa Inquisición de Canarias, que se custodian en la Biblioteca y Archivo Canario del Museo Canario de Las Palmas. Aunque el tiempo ha pasado y la civilización se adentra por pueblos y aldeas, aún perviven todas estas prácticas demoníacas y supersticiosas.
Algunos ejemplos de estas creencias y hechos infernales, producto de la fantasía y de la leyenda, son los siguientes:




En cierta ocasión se dirigía a la ciudad de Las Palmas, desde el pueblo del Ingenio, montada en un burro, una persona muy conocida del citado lugar del sur de la isla de Gran Canaria. Al pasar por el Barranco de Aguatona se le aparecen, delante del jumento, seis hermosas gallinas blancas y un gallo negro de vistosa cresta, todos ellos cacareando. El caso era extraño, dada lo avanzada de la hora y lo solitario del camino. Como no podia ser menos, el caso sorprendió al viajero, quien a pesar de “azulear” insistentemente a los animalitos éstos no se apartaban ni callaban. Ante tanta majadería insospechada se “amoscó” el jinete, y, bajándose del jumento, sacó el cuchillo canario de su fajo e hizo con él una cruz en el camino, junto a las misteriosas gallinas y apuesto “galán”. Hecho esto, desencantárense las blancas gallinas y el gallo negro, convirtiéndose, según refiere la leyenda, “en lo mejorcito del pueblo”.



Cuéntase que una oscura noche del mes de Diciembre se encaminaba hacia la Ciudad de Las Palmas, desde el vecino pago de Tafira, un arrogante mozo, el que al llegar al lugar conocido por el “Llano de las Brujas” avistó muy cerca de sí a un burro, al parecer extraviado, que andaba con dirección contraria. El buen mozo detúvose breves instantes e hizo sus cábalas sobre tan importante hallazgo, decidiéndose por tomar el cabestro, y, acariciándolo, se montó en él, siguiendo rumbo a la Capital. A poco de ir cabalgándolo y contento “como unas pascuas” por tan feliz encuentro, he aquí que el burriquito empieza a encabritarse, dando rebuznos y respingos, que ponen en serio apuro al nuevo dueño. Ante tanta novedad se decidió bajar de él y, tras largas caricias, logra serenarlo. Al poco rato vuelve a cabalgarlo, repitiéndose la escena anterior, y, desesperado, cortole un pedazo de oreja, que guardó en el bolsillo, al propio tiempo que el jumento emprendía veloz carrera dando atroces rebuznos. De regreso a su casa contó a la familia lo sucedido, y al tratar de mostrar el pedazo de oreja, como testigo indubitable de lo sucedido, cuál no sería su asombro ver cómo el fragmento de oreja del asno se había convertido en la oreja de una mujer que, por el zarcillo que de ella colgaba, dedujo ser de su prometida. He aquí el desencanto y la terminación de unos amoríos.



Otra leyenda brujeril que refieren los viejos es la aparición de un hermoso gato negro a unos señores campesinos que desde el pueblo de Ingenio se dirigían a la ciudad de Las Palmas montados en burros, portando carga diversa para el mercado. El gato con sus saltos y maullidos no dejaba caminar a los jumentos, los cuales estaban muy espantadizos, por cuya razón uno de los viajeros estimando que se trataba de algo demoníaco bajose de su burro y sacando con desenfado su cuchillo canario del cinto, trazó con él, en el suelo, la señal de la Cruz, quedando al momento el gato convertido en “el mejor de sus amigos”.





Cuéntase que hace muchos años, finalizando el siglo XIX, un modesto ciudadano regresaba caminando a Las Palmas, desde la ciudad de Telde. Al pasar por el túnel que está en las afueras de la Capital, siendo la una de la madrugada, sintió el caminante unos débiles y lastimeros llantos de recién nacido; lloriqueos y “espurridos” que, a medida que se aproximaba el hombre del cuento, crecían y demostraban desesperación. Ante tanta oscuridad y circunstancias extrañas encendió unos fósforos, aproximándose al lugar donde partían los lastimosos lloros del niño, encontrándose a éste en la cuneta de la carretera. Sorprendido el caminante apresurose a tomar entre sus brazos a tan tierna criatura, procurando consolarla. Lamentando el desamparo del niño y censurando el hecho criminoso realizado por la desnaturalizada madre, hacía a aquél caricias, a las que el niño correspondía riéndose expresivamente y con modales y gestos no propios a su corta edad. Entonces pudo apreciar el caminante cuán hermosa dentadura poseía el infante, al propio tiempo que notara hablaba resueltamente haciendo muecas, cosa que espantó horriblemente al buen hombre. Estos hechos motivaron al caminante a abandonar al precoz niño, emprendiendo veloz carrera de regreso, en medio de miedo y honda preocupación. Un tanto avanzado en el camino, próximo al lugar conocido por La Laja, se encontró con un hombre al cual refirió todo lo sucedido. No habiendo aún terminado su relato, éste díjole: “¿Y te hizo unas muecas como éstas?”, las cuales coincidían con las hechas por el niño en cuestión. Ni que decir tiene que el susto del buen caminante fue mayúsculo. El hombre desapareció en circunstancias raras. Y por fin, al llegar a su casa, después de tantos contratiempos y sustos, saludó a su madre, a la que refirió todo lo sucedido. Y, ¡oh sorpresa!, su propia madre repetía exactamente lo hecho por el hombre desaparecido. En este momento el infeliz hijo “cayó redondo al suelo”. Había muerto. Esto lo narra la leyenda.



Caso raro y en extremo curiosísimo es la leyenda de tipo espiritista, conocida por la leyenda “EI Jacho de La Laguna”, que refiere unas apariciones luminosas en la jurisdicción de la Villa de Teror y Valleseco, en el lugar denominado La Laguna.

Refieren los más ancianos de estos pueblos de medianías y cumbres, oír decir a sus pîdres: Que todas las noches, en el lugar conocido por La Laguna, aparecía un hacho encendido que seguía trayectorias diversas. Esta misteriosa aparición luminosa se interpretaba como el alma en pena de una persona que, llevada de cierta cólera y de ideas anticristianas, se entretuvo en destrozar una cruz de esas que tanto abundan a la vera de los caminos de herraduras y carreteras, rememorando fechas religiosas o desgracias personales. La cruz en cuestión recordaba el accidente, con pérdida de la vida, de uno que se dirigía a una “última” o casorio en el pago de Zumacal. El autor del desafuero, impresionado por ciertas apariciones y sueños, decidió embarcarse para la isla de Cuba, con el fin de olvidar correrías y creerse libre de alucinaciones. Refiere la leyenda que el tal murió allí, y su espíritu venía a penar seis meses en Canarias, en forma de “jacho luminoso”, en el lugar preciso donde él mismo destrozara la cruz de la leyenda, y otros seis meses en Cuba.



Otro tanto podemos decir de la célebre “Luz de Mafasca”, en la isla de Fuerteventura, luz misteriosa y discoidal que, según cuentan crédulamente muchas personas, aparece de noche a los labriegos, caminantes y chóferes, en determinadas épocas del año, en las localidades de Valles de Ortega, Antigua, Tefía y Tetir. Conocemos a personas mayores que, habiéndola visto, dicen, hacen de ella prolijas descripciones, matizadas de anécdotas curiosísimas. Mucho ha recorrido de noche el autor todas esas zonas y, jamás, como es natural, ha podido ver tamaña visión óptica; sin embargo confiesa que le ha impresionado los crédulos relatos sobre aquélla, hechos por hombres de treinta a cincuenta años, fuertes como robles y, por lo tanto, incapaces de amilanarse ante cualquier ciudadano o hecho baladí. También no podemos dejar de consignar la llamada “Luz del Carnero”, en el pueblo de La Oliva, isla de Fuerteventura, de descripción semejante a la de “Mafasca”.

(Sebastián Jiménez Sánchez, Publicado en el número 189 de BienMeSabe)
Este es el fragmento llamado “Fantasía y leyenda” (pp. 16-18) del libro Mitos y leyendas: prácticas brujeras, maleficios, santiguados y curanderismo popular en Canarias, de Sebastián Jiménez Sánchez. Publicaciones Faycán, nº 5. Las Palmas de Gran Canaria, 1955. Las ilustraciones también están tomadas de este libro.


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