1998 noviembre 28.
¿SOMOS LOS CANARIOS
INFERIORES?
DUDE
en contestar al autor del artículo publicado en este periódico el domingo
pasado, que llevaba por título: «Infancia y personalidad canaria». Primero,
porque lo expuesto allí estaba tan descontextualizado que, aunque me reconocía
en algunas de las ideas expuestas, ser me hacía extraño pensar que se
estuviesen refiriendo a mi libro. Además, ya no sólo por cortesía literaria,
sino por un criterio básico de formalismo periodístico, cuando se escribe sobre
alguna obra, lo mínimo es citar la fuente de manera precisa. Y segundo, porque
dada la superficialidad con la que es tratado mi trabajo («Infancia y
personalidad canaria: la psicología del niño canario», 1994), del que se toman
aisladamente algunas ideas con la única pretensión de exponer su propio punto
de vista; se impone un «pisquito» de responsabilidad ante un tema que, aunque
opinable, está sustentado en un estudio científico.
A pesar de todo estoy aquí, más
que para contestar, para subrayar lo que ya expuse de manera amplia, hace ya
casi cuatro años, con la publicación del libro anteriormente mencionado.
Que los canarios somos diferentes
es una evidencia que la realidad cotidiana nos recuerda permanentemente. El
problema es si somos inferiores.
El dato de la falta de valoración
de sí mismo del canario es una constante en todos los autores revisados, y se
ve confirmado en nuestra propia investigación. Pero como ya planteo en nuestro
trabajo, lo realmente importante es que los canarios frente a los no canarios
(léase peninsulares en cuanto no insulares o continentales) son diferentes en
su estilo de valoración personal. Es decir, nuestros resultados no están
diciendo que los canarios seamos objetivamente inferiores; sino que nos vemos,
nos percibimos caracterizados por cualidades negativas, es decir, enfatizamos
nuestras fealdades. La imagen que se refleja en el espejo de nosotros mismos,
resalta nuestras sombras por encima de las luces.
Esto nos lleva al tema del
criterio comparativo. En ciencia no se puede conocer nada si no se compara.
Pero es que además debo recordar que en la vida cotidiana no vivimos aislados,
por muy archipiélago que seamos. Coexistimos con los otros, y en el caso de
Canarias, ese otro es numeroso, diverso y en algunos casos apabullante. Y en
este mundo de subjetividades, de interpretaciones y percepciones compartidas
somos, o por lo menos creemos ser, el reflejo de nuestra imagen en el espejo de
los demás. No puedo aceptar eso de que «somos lo que somos, independientemente
de lo que sean los demás», porque la percepción de los otros, como ha estudiado
desde hace décadas la psicología, forma parte de nuestra propia personalidad.
Por tanto, el principio anteriormente enunciado no es más que un deseo, un
deber ser, que no coincide con el complejo entramado de espejos de nuestra
realidad psicocultural. Es verdad que nadie se siente inferior si no da su
permiso para ello, pero en nuestro caso son tales los condicionantes históricos,
culturales, educativos y socioproductivos que, a pesar de que hayamos sacado la
cabeza, todavía estamos hundidos en el barro. Situación que no se supera
mirando alegremente hacia el futuro, olvidando las interpretaciones de nuestro
pasado que nos atan a este inevitable presente que se reedita día tras día, y
que nos incapacitan para construir futuros alternativos y viables.
¿Han intentado alguna vez llenar
un colador? Pues lo mismo les ocurre a las personas y a las sociedades que
intentan avanzar y desarrollarse, olvidándose de los «íntimos lastres de
autosabotaje» que impiden su realización personal, social y cultural.
Pero demos un paso más allá, ¿por
qué los canarios hemos desarrollado ese sentimiento de inferioridad? No podemos
pensar de manera simplista que este peculiar modo de vernos a nosotros mismos
ha sido autogenerado y sin ningún interés ajeno. Según algunos autores esta
caracterización ha sido históricamente promovida de forma intencional por
aquellos que han tenido motivaciones de control, dominación y explotación social.
No hay mejor medio de manipulación que hacer creer al individuo que es
«inferior», para que desde ahí sienta la necesidad de depender del «superior»:
Y esto tiene consecuencias
trascendentales para la vida cotidiana. Como botón de muestra, decir que no es
nada circunstancial o anecdótico que nos encontremos a profesionales canarios
con un alto grado de cualificación, desempeñando tareas en puestos por debajo
de su nivel de preparación. Así como tampoco es, casual que empresas afincadas
en Canarias prefieran trabajadores foráneos a los nativos.
Para terminar, decir que con lo
único con lo que estoy plenamente de acuerdo de lo escrito por el Sr. Pablo Paz
es que no ha comprendido la auténtica (no oculta) intención de nuestro estudio.
Por lo que le emplazo a leer más detenidamente el libro, le ayudará a conocerse,
un poquito más, a sí mismo.
Antonio F. Rodríguez Hernández, en El Día, 29 de noviembre
de 1998.
Profesor titular de Psicología de la Educación de la Universidad de La Laguna
(Archivo personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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