viernes, 10 de abril de 2015

BERNARDO RODRIGUEZ DEL TORO


Manuel Hernández González*

EL  PRIMER MARQUÉS DEL  TORO  (1675-1742): LA FORJA  DE  UNA FORTUNA

EL  PRIMER MARQUÉS DEL  TORO (1675-1742): LA FORJA  DE  UNA  FORTUNA EN  LA VENEZUELA COLONIAL

THE  FIRST MARQUÉS DEL  TORO (1675-1742): THE  FORGING OF A FORTUNE IN  COLONIAL VENEZUELA
Profesor Titular de Historia de América. Departamento de Historia. Universidad de  La  Laguna. Campus de  Guajara, s/n.  38071. La  Laguna. Tenerife. España. Teléfono: +34  922 31 78 06;  correo electrónico: mvhdez@ull.es
Anuario de  Estudios Atlánticos  núm. 58,  pp.  105-132
ISSN   0570-4065, Las Palmas de  Gran Canaria.

Resumen: Este artículo estudia el papel desarrollado por un  inmigrante canario en  la  sociedad venezolana de la primera mitad del  siglo XVIII. Bernardo  Rodríguez del Toro, natural de  Teror (Gran Canaria) llegó  a convertirse en  poseedor de  una de  las  mayores fortunas de la  Venezuela colonial. Comerciante y hacendado, adquirió el  título de Marqués del  Toro. En  este  trabajo se  estudian sus  vías  de  enriqueci- miento y sus  estrategias familiares y sociales.

Palabras clave: Historia de  la emigración canaria a Venezuela, Historia   social de  Venezuela colonial, Historia de  la  elite colonial venezolana.

Abstracts: This article examines the role  played by an immigrant Canary islander in the  Venezuelan society of the  first half  of  the  eighteenth century. Bernardo Rodríguez del  Toro, born in  Teror (Gran Canaria) went on  to  amass one  of  the  largest fortunes in  colonial Venezuela. A merchant and landowner, he  acquired the  title of Marqués del  Toro. In  this paper,   we  study how he  and his family became enriched and the  social  strategies he  used.

Key  words: History of  Canary emigration to  Venezuela, Social history of  colonial Venezuela, the  colonial history of  the  Venezuelan elite.


1. UN  EMIGRANTE CANARIO   EN  LA  VENEZUELA  DEL  TRÁNSITO DE  LOS  SIGLOS XVII  AL  XVIII

Bernardo Rodríguez del  Toro había emigrado a Venezuela en los últimos años del  siglo  XVII.  Había nacido en  el seno de  una familia intermedia de  Teror en  la isla  de  Gran Canaria el 18 de mayo de  1675. Su  padre Blas  Rodríguez del  Río  había ejercido como capitán en  las  milicias locales. Contrajo nupcias con  Catalina del  Toro Heredia, hija  de  otro capitán de  milicias. En  el expediente de caballero de la orden de Calatrava de su  hijo  José se asienta, según declaración de José Ortega, castellano del  castillo  de  Santa Catalina y vecino de  Arucas, que  era  hidalgo su linaje por  sentarse en  uno de  los  bancos de  la capilla mayor de la  parroquia de  Nuestra Señora del  Pino junto con  otras familias  del  mismo relieve, enterrarse en  ella  y llevar las  del  palio del Santísimo, que  era  lo que  en  ese  pueblo diferenciaba a los de su clase «del  estado llano». Asimismo su  madre, Catalina del  Toro, había sido   camarera de  la  Virgen del  Pino. Blas  González Marrero, natural y vecino de Arucas, precisó que  Blas  Rodríguez del  Río  en  un  pleito criminal en  la  Audiencia subió a  los  estrados de la Audiencia y se sentó en  ellos,  acto que  sólo  efectúan los  litigantes que  eran hidalgos. En  el  citado expediente José introdujo un  testimonio ya  tardío de  1752  en  el  que  se  hacía constar que  Fernando del  Castillo y Juan Bautista de  Franchy, caballeros de  las  órdenes de  Calatrava y Alcántara, habían visitado la  iglesia y pudieron apreciar una loza  de  cantería sobre «un  sepulcro situado en  medio de  la  capilla mayor y en  dicha loza  gravada un  escudo de  armas con  varios cuarteles», del  que dijeron varios eclesiásticos que  correspondía a  las  casas del Marqués del  Toro, blasones que  pudieron contemplar también en  la puerta principal de la casa que  el citado poseía en  el lugar. Sin  embargo, el testamento de  su  madre, Catalina del  Toro, especificó ser  enterrada «en  la  sepultura que  tiene en  la  capilla mayor del  arco adentro». En  consonancia con  su riqueza solo  se le hace oficio de  cuerpo presente y 25  misas rezadas a lo largo del  año. Su  madre Antonia de  Heredia, viuda ya  de  su  padre Sebastián del  Toro, había fallecido en  Teror el 1 de  septiembre de  1687  a los  75 años de  edad. Según reza en  su  defunción «no testó por  no  tener bienes». Fue  enterrada en  sepultura de  la Iglesia de  8 reales de  precio1. Todos estos testimonios permiten situar con  más exactitud a los Rodríguez del  Toro dentro de una capa de  pequeños propietarios locales que  aspiraban a  distinguirse con  cierta precariedad de  sus  paisanos, labradores como ellos.

Sus  padres tuvieron una larga descendencia de  once hijos, de los que  llegaron a la edad adulta varias mujeres, dos  varones que  contrajeron nupcias y un  clérigo, Domingo, que  sería párroco de su pueblo natal. Tres de sus  hermanas contrajeron nupcias con  miembros de esa  depauperada elite  local, Antonia con  Francisco Leal  del  Castillo; Isabel, que  se desposó dos  veces, primero con  Francisco Navarro del  Río  y más tarde con  Bartolomé de Miranda; María con  Juan de  Ojeda Molina, dispensada en  segundo grado de consanguinidad; Francisca con  Alonso de Ulloa. Salvador se casaría en  Arucas con  María Suárez Marrero y Juan Sebastián en  Teror con  Juana Agustina Quintana del  Río.  La hija  de  éstos últimos Estefanía, se  avecindaría en  La  Habana. Desposada en  primeras nupcias con  su  paisano y pariente Fran- cisco del  Toro Pulido, contrajo segundo matrimonio en  La  Habana, en  la  parroquia del  Espíritu Santo con  el icodense Francisco Rodríguez 2.

La  explicación del  porqué de  la  emigración a  Venezuela de Bernardo Rodríguez del  Toro en  los  años finales del  siglo  XVII tiene que  ver  con  la  expansión a  la  que  se  asiste en  la  región central de  ese  país, la  llamada Capitanía General de  Caracas, durante los reinados de  Carlos II y Felipe V y el papel relevante que  desempeñaron en  ese  proceso los  emigrantes canarios. En torno a  1680  la  economía de  la  provincia, tras un  período de recesión, comienza a manifestarse vigorosa. En  los años centrales del  siglo  se había atravesado una crítica coyuntura en  la que la alhorra había destruido más de  la mitad de  los  árboles en  la costa, donde se  concentraba la  producción de  cacao. Un  terremoto en  1647  destruye la propiedad urbana. El precio del  cacao no  deja de  descender en  Nueva España, su  principal mercado. Se asiste entre 1650  y 1670  a una crisis de  suministros, agravada  por  la represión inquisitorial sobre los  portugueses que  controlaban su  tráfico, acusados de  judaísmo. Los  hacendados se ven  abocados a la venta directa de sus  producciones en  México. Mercaderes y traficantes de  esclavos como el  canario Juan Almeida se  convierten en  infrecuentes desde 16503.
En  los  ochenta se comienza a salir de  la crisis con  un  ímpetu hasta entonces desconocido. En  1684  se contaba en  la región con  434.850 árboles de cacao en  167  haciendas, 18 propiedades dedicadas al  trigo, 26  ingenios y 28  hatos. Más  del  10 % de  los cacaoteros eran de  nueva planta en  una región virgen a  poca distancia de  Caracas, los  Valles  del  Tuy.  Comienza una época que  llegará hasta 1740  definida por  la  disponibilidad de  tierra irrigable para cacao y esclavos. En  1720  había ya  más de  dos millones de  árboles. En  1744  había subido a cinco, estando localizados más de  la mitad en  el Tuy.  Mientras que  las  principales familias de la elite  se consolidan, los inmigrantes que  arriban de forma significativa desde mediados de la década de los setenta podían aspirar a integrarse dentro de  ella  con  la riqueza que les  proporcionaba el comercio, las  plantaciones y la  disponibilidad de mano de obra esclava. Antes de 1700, una parte de ellos comenzaron a  cultivar cacao en  los  valles más remotos de  la provincia, no  sólo  en  el Tuy,  sino también en  la costa de Aragua y en  el Yaracuy. Una  frontera interior que  varias décadas después se desplazará hacia Barlovento. De forma paralela, prospera el tabaco en  Aragua. En  el Valle  y los  altos de  Caracas centenares de  familias se  dedican a  cultivos de  autoconsumo y la ganadería. En  Guarenas o  Guatire introducen ingenios o  se emplean como sus  mayordomos o arrendatarios. Una  expansión que  acontece de  forma paralela a profundos cambios en  el pro- ceso  de  colonización interna de  los  Llanos caraqueños. El éxito de  la fundación de  la villa  de  San Carlos Cojedes en  1678, en  la que  participaron, supuso un  claro avance en  la  ocupación del área con  la fundación de 17 misiones entre 1679-1700. Se llega ría  por  el  sur  hacia Calabozo y por  el  norte hacia el  Estado
Portuguesa.

En  esta atmósfera tiene lugar la  decisión de  la  Corona en 1691  de  dar punto final a la encomienda y acabar de  facto con más de  150  años de  historia de  Venezuela. Una  determinación que  sorpresivamente levantó poca resistencia. Tenía ya  poca importancia en  una economía como la del  cacao fundamentada en  el  trabajo de  mano de  obra esclava. Los  valles de  la  costa caraqueña que  hasta finales del  siglo  XVII  habían monopolizado  la  producción cacaotera estaban al  límite de  su  capacidad productiva. A principios del  XVIII  la región del  Tuy  los  superaba  ampliamente. Suelo fértil, abundante lluvia y fácil  irrigación proporcionaban entre 25  y 30  fanegas de  cacao por  cada mil árboles, mientras que  en  la costa sólo  eran 10.  En  1720  el 60 % de la producción estaba albergado en  las  nuevas haciendas y en 1744  eran ya las  3/4 partes del  total de la provincia. Tan  prolongado boom originó profundas consecuencias en  la sociedad caraqueña. Atrajo la codicia de  los comerciantes vascos que  constituirían la  Compañía Guipuzcoana a  partir de  1728, llevó  a numerosos isleños a cruzar el Atlántico con  ansias y expectativas  de  acceder a un  estatus nobiliario y acentuó la  trata esclavista en  un  nivel  relativamente inusitado4.

La  emigración y el comercio entre Venezuela y Canarias se había desarrollado desde el mismo siglo  XVI. Los  isleños ya participaron en  la  conquista de  Cumaná y fueron contratados por el Gobernador Spira en  Coro en  la  época de  la  concesión a los Welser. En  esa  centuria se esparcieron en  alguna medida por  los Andes y en  el XVII  continuaron haciéndolo en  porcentajes pe- queños en  Coro, Valencia y otras áreas. Algunas de  las  familias de  la elite  caraqueña o cumanesa tienen esa  procedencia como los  Ponte, los  Blanco, los  Ascanio, los  Herrera o  los  Bethencourt. En  el mismo sentido, los  vínculos mercantiles no  se perdieron. Canarias se  convirtió en  el área de  intermediación del tabaco de  Barinas hacia el  extranjero. Sin  embargo, hasta en- tonces tales relaciones eran en  buena medida esporádicas y no se materializaron en  una corriente migratoria y mercantil constante. Es  justamente a  partir de  estas circunstancias cuando comienza a generalizarse.

En  1675  salió desde Las  Palmas el Virgen  de Gracia  y Santa Engracia del  capitán Pedro Urdánegui. En  él se  trasladaron  familias que  tomaron parte en  la  fundación de  San Carlos 5. Cinco años más tarde es cuando realmente comienza una etapa de intercambios más constantes. En  el libro de  matrimonios de  la Catedral caraqueña se  puede apreciar esa  relativa progresión. Entre 1670-1689 eran el  36,8  %  de  los  contrayentes blancos inmigrantes (50  frente a un  total de  136),  que  contrasta con  los exiguos 5,7  y 13,2  de  los  períodos 1630-1649 y 1650-16696.

En  1680  se embarcó en  el Puerto de  la Cruz para La Guaira El Rosario y Santo Domingo de  Laureano de  Torres Gala. Eran sus  dueños dos  miembros de  la  oligarquía canaria, Lucas Anzola  y Bartolomé Benítez de  Las  Cuevas. Al año siguiente El Pilar  y las  Ánimas, del  vecino de  Santiago de  Cuba Francisco Martínez. Invierten en  él dos  comerciantes laguneros Lázaro de Heredia y Simón Herrera  Leiva. En  1682  hace escala en  La Guaira, entre otros destinos, el Santiago Nuestra Señora del Rosario  y San  Diego  de  Francisco García Galán, que  transporta familias a  Cumaná. De  todas las  naos es  particularmente  relevante el San  José y Ángel  de la Guardia de  Juan Ramos Montesdeoca, del  que  son  dueños los  garachiquenses Fernando del Hoyo Solórzano, Señor del  Valle  de Santiago y Jerónimo Ferraz Caraveo. Había salido de Garachico con  destino a La Guaira, La Habana, Cartagena de Indias y Campeche. Dio  comienzo a unas estrechas relaciones entre Garachico y la Provincia de Venezuela,  que  originan una constante emigración de  familias del  no- roeste de  Tenerife, que  llega  a su  punto culminante en  esta etapa.  En  este  navío, el Señor del  Valle  de  Santiago, interesado en consolidar su  prestigio nobiliario, transportará  más de  400 personas. La  Corona le había concedido el señorío el 3 de  julio de  1683. En  este  servicio gastó 20.000 pesos, agradeciéndoselo el Gobernador.

El tránsito de  los  siglos XVII  al XVIII  con  toda su  complejidad, viene definido por  un  fenómeno común a todas las  regiones  que  conforman la actual Venezuela: la irrupción masiva de la migración isleña y su  decisiva contribución a la expansión  y consolidación de  su  sociedad y economía. Paralela a  ella  una pléyade de gobernadores y dirigentes de esa  procedencia no  sólo en  la  provincia de  Caracas, sino, también, en  Maracaibo  y en Oriente. Una  impronta que  se modificará radicalmente con  la política mercantilista borbónica, que  cristalizará en  la  Compa- ñía  Guipuzcoana, creada en  1728, que  los  marginará del  ejercicio  del  poder político en  Venezuela.

Entre la década de los setenta del  siglo  XVII  y 1740, diferentes  generaciones de familias canarias emigrarán hacia Venezuela  atraídas por  las  posibilidades de  futuro que  les  abrían tanto su conversión en cultivadores de autoconsumo en el Valle  de Caracas, hacendados cacaoteros en  el Yaracuy, Aragua, Valencia o Barlovento, como sus  ansias de acceder a la propiedad de hatos ganaderos en  Los  Llanos. Una  superposición de cadenas migratorias en  consonancia con  sus  expectativas. El tránsito entre los siglos XVII  y XVIII  viene definido por  la activa presencia de  las elites canarias en  la  provincia de  Caracas, con  su  punto culminante en  las  gobernaciones de Nicolás Eugenio de Ponte y Hoyo en  la  conflictiva época de  la  Guerra de  Sucesión española y de Marcos Bethencourt y Castro entre 1716  y 1720. Una  incorporación que  se  puede apreciar en  el protagonismo alcanzado en el comercio y migración canario venezolanos por  Juan Rico de Moya, Bartolomé de  Ponte y Hoyo, Lorenzo Valcárcel y Lugo, Matías Boza de  Lima, Nicolás Massieu Vandale, Nicolás Lesur, Roberto Rivas, José Costero o  Amaro Rodríguez Felipe entre otros. Las  clases dominantes canarias fueron conscientes de  las ventajas que  les reportaba la floreciente expansión venezolana y trataron de  canalizar en  su  provecho el  tráfico mercantil con Veracruz y Curaçao. No  es nuestro propósito el estudio de  tales intercambios abordado por  otros autores7, pero sí  reseñar su influencia en  el comercio ilegal, en  el novohispano, e incluso en el canarioenezolano, que  vive  unos momentos de  expansión, como puso de  manifiesto Arcila  Farias. Un  auge mercantil al margen de las  relaciones con  la Península que  explica el interés de  la  Corona por  reconducirlo con  la  erección de  la  Compañía Guipuzcoana en  1728.

Las  Gobernaciones de  Ponte y Hoyo y Bethencourt y Castro han sido  profundamente controvertidas por  su  conflictividad tanto desde la  perspectiva de  la  intensidad del  comercio ilícito como sobre la escasa lealtad a La Corona de las  elites isleñas en Venezuela. Un fenómeno como la sospechosa actitud de significativos miembros de ella,  empezando por  el propio Gobernador, ante la  recepción en  Ocumare del  enviado del  Archiduque de Austria en  plena Guerra de  Sucesión 8, se  repetirá a lo largo de este  período, llegando a su  punto culminante en  la Guerra de la Oreja como veremos. No  era  casual que  se  vieran implicados Pedro de  Garay y Castro, capitán de  armas y secretario del  Gobernador, acusado de  haber tranzado con  los  ingleses la  venta de  la plaza en  150.000 pesos; Miguel García del  Castillo, Castellano y  Sargento  Mayor de  la  Guaira; Bernardo de  Matos, Teniente de Ocumare, que  permitió el desembarco de los holandeses y sus  parientes Marcos Montañés, clérigo acusado de  in- troducir propaganda austriaca y de facilitar la fuga de su  enviado  y de Matías Viña. Viña  y Matos fueron condenados a la pena capital, pero la sentencia nunca fue  ejecutada. Precisamente los hermanos silenses Bernardo y Diego Matos, hacendados  del Yaracuy, principal centro del  contrabando de  cacao, estarán implicados tanto en  la  conflictiva situación de  la  Gobernación de  Bethencourt, como en  la  rebelión de  San Felipe de  1741  en plena Guerra de Sucesión Austriaca, con  la amenaza de la intervención británica 9.

El  Gobernador Cañas diría al  respecto en  1714  que  «todos los más complicados en  los delitos de ilícito comercio son  naturales de  las  Islas Canarias, casi  la  mitad de  los  moradores de esta Provincia son  asimismo de  dichas islas y con  tal  unión  y conformidad que  unos a otros se amparan y ocultan los delitos, y como todos los más viven  en  el campo se facilita más bien así la  ocultación de  los  delincuentes, como de  los  géneros que traen, y por  esta razón no  se logra la total extinción de  tan pernicioso comercio, porque así  se  dificultan los  castigos que, logrados todos, se  consigue la  enmienda y el  mayor servicio de V.M.».  Apostilla sobre Bethencourt: «siendo como es natural de las  Islas Canarias mi  sucesor, emparentado aquí con  nuevas alianzas por  el casamiento de su  cuñado y con  tanto número de paisanos habitadores lo tenga presente»10.

El Consejo de  Indias tomó buena nota de  las  recomendaciones  del  palmero Antonio José Álvarez de  Abreu en  1715, Alcalde  Visitador de  la  Veeduría General de  Comercio entre Castilla e Indias y destacado teórico del  regalismo y el mercantilismo, designado por  la Corona con  amplísimos poderes jurídicos, políticos y económicos para examinar la tensa situación de la Provincia. Convertido en  Gobernador de  facto, envía un  memorial donde quedan retratadas las  relaciones entre los  funcionarios peninsulares y la  oligarquía criolla y los  mecanismos para amparar el  funcionamiento  fiscal. En  1716  Bethencourt y Castro toma posesión del  cargo y a partir de  ese  momento se generará un  conflicto permanente entre ambos. El  Virrey de  Nueva Granada, Villalonga nombra a Álvarez Gobernador interino. El  cabildo caraqueño se opone y no  le permite tomar posesión, pero reitera la orden y lo multa. Toma posesión por  fin  el 2 de  mayo de  1721. Sus  ideas mercantilistas se  consideran el antecedente de  la  Compañía Guipuzcoana11. Con  Bethencourt se pone fin  a la  hegemonía isleña en  los  cargos públicos venezolanos y se inaugura una etapa regida por  las  directrices de la elite  mercantil  vasca, que  colocará como capitanes generales a  algunos de sus  más influyentes representantes, como Lardizábal o Zuloaga. Una  identidad de intereses con  la Corona que  se puede apreciar en  sus  amplios privilegios y poderes12.

2. EL  COMERCIO COMO   MOTOR DE  LA  RIQUEZA

En  esa  coyuntura de  expansión económica, a fines del  siglo XVII,  arribó a La Guaira Bernardo Rodríguez del  Toro desde su Gran Canaria natal. Frente a los  tópicos tradicionales que  vinculan miméticamente a los hacendados criollos con  la posesión de  la  tierra y su  concentración en  una reducida pléyade de  familias en  las  que  el  origen de  sus  propiedades, su  trayectoria vital  y la  procedencia de  su  riqueza lo  contradice. El  canario hace añicos ese  modelo. Él,  que  fue  uno de  los  hacendados mantuanos más caracterizados y el fundador de uno de los linajes  más singulares de  la oligarquía caraqueña, no  constituyó su fortuna como consecuencia directa de  su  gestión de  la  tierra, sino a partir de  sus  actividades mercantiles, que  le permitieron obtener capitales que  pudo invertir en  haciendas, cultivos y esclavos en  una época en  la que  los espacios prácticamente  vírgenes  por  roturar y destinar a  la  explotación agrícola eran muy extensos y en  la que  escaseaba precisamente disponer de  recur- sos  monetarios para invertir en  su  aprovechamiento.

Debemos de  tener en  cuenta que  el tópico tradicional de  la disociación entre la actividad mercantil y propiedad agrícola no funciona en  América, como acaecía también en  la  tierra natal de Bernardo Rodríguez del  Toro. Los  comerciantes invertían en la propiedad de  la tierra en  la misma medida que  los  hacendados  adquirían almacenes y bodegas en  los  puertos y fletaban barcos para dar salida a las  producciones locales. La riqueza es el motor que  permite afianzar su  preeminencia en  la  sociedad. A partir de ella  procede a través de la política matrimonial y del ennoblecimiento a cimentar y consolidar su  preponderancia en el tejido social caraqueño. El joven Bernardo Rodríguez del  Toro es  un  exacto prototipo del  comerciante en  una sociedad en  expansión cacaotera como la venezolana que  es consciente de  los beneficios que  le  reporta un  tráfico en  auge como era  el  de Nueva España y que  le  permite adquirir pesos fuertes de  esa procedencia de  los  que  disponer para poner en  explotación un amplio elenco de  propiedades agrícolas, cuyo usufructo no  sería  factible sin  los  mismos.

Bernardo Rodríguez del  Toro era  propietario en  La  Guaira de  dos  casas de  tapias y rafias cubiertas de  teja  contiguas, una de  las  cuales había derribada y fabricada desde sus  cimientos; otra casa junto a la que  se hallaba una bodega grande que  daba con  la plaza del  lugar que  también había sido  construida a fines de 1738  y una casería en  la calle del  cerro, en  la que  fabricó dos bodegas con  casa de alto  encima. Junto a ellas, en  un  solar contiguo, otras dos.  No solo  se dedicaba a la exportación de productos  agrícolas, también importaba manufacturas. En  su  testamento refirió que  se  hallaba en  su  bodega una porcioncilla de medias de  seda de  capullo de  mala calidad, pertenecientes a su compadre Roberto Rivas, por  lo  que  no  han tenido salida 13. El garachiquense Roberto Rivas, hijo  del  regidor de  Caracas Marcos  y nieto del  gobernador de  Yucatán Roberto Rivas y abuelo de  José Félix  Rivas, era  capitán del  comercio canariomericano.  Una  vez  más la estrecha ligazón de  los  negocios, el compadrazgo y el paisanaje.

Un  isleño clave  en  la  sociedad venezolana de  esos  años, el arriero y mercader Juan Martín de Alayón, originario de Icod de los Vinos, vivía  en otra vivienda de tapias y rafias cubierta de tea de  su  propiedad, por  la que  le pagaba alquiler. El  tinerfeño de- sarrolló un  activo papel en  las  relaciones mercantiles de  aquellos  años, por  lo  que, dentro de  las  estrategias comerciales del Marqués del  Toro, era  un  elemento significativo de sus  alianzas, en  las  que  los  lazos con  los  isleños y sus  descendientes juegan un  papel significativo14. No es tampoco casual al respecto que  su escribano preferente, con  el que  sellaba todas sus  transacciones y en  el que  depositó sus  apuntes testamentarios fuera Francisco Areste y Reyna, hijo  de su  paisano el teldense Juan González de  Areste y Reyna, que  emigró con  su  mujer Isabel Suárez Gallardo y cuatro hijos y que  contrajo nuevas nupcias en  Caracas con  Margarita de  Avalle  y Alvarado15.

En  Caracas Rodríguez del  Toro era  dueño además de  una tienda próxima al  convento de  concepcionistas y de  una casa contigua a la de su morada principal16. Pero su papel esencial en la esfera mercantil era  el de su  participación en  tres navíos para el tráfico más lucrativo por  aquel entonces, el de  Nueva España.  Era dueño de  una tercera parte en  cada uno de  ellos.  Compartía su  propiedad de dos,  denominados San  Antonio y La Presa,  con  Antonio Pacheco, su  compadre por  entonces Conde de San Javier y el capitán Francisco Antonio Pimentel, vecino de La Guaira. En  el restante, que  era  pingüe, el Santo Cristo  de San Román, participaban junto a  él el citado Conde y Gabriel Bernardo de  Besamo. Al momento de  realizar sus  apuntes testamentarios los  dos  primeros estaban próximos a  hacer viaje  a Veracruz, mientras que  el otro efectuaría esa  misma ruta a principios de  1740. El  San  Antonio estaba capitaneado por  su  hijo Bernardo. Éste llevaría por  caudal lo que  su  padre le había ofrecido por  cuenta de  sus  legítimas, 200  fanegas de  cacao, por  lo que  expresa que  todo lo que  aumentase de  caudal en  dicho viaje y en  los  demás que  hiciese fuera beneficio propio suyo con  la  que  transportaba el  cacao a  La  Guaira. El  origen de  su  fortuna fue- ron sus  actividades mercantiles ligadas a la Guipuzcoana.  Llegó a contar con 200  mulas de  arría. Reconoce en  su  testamento que  esta compañía le había suplido «cantidades gruesas así  en  plata como en  efectos». Se  fía  totalmente de  su  factor «por la  gran fe y legalidad con  que  procede» y pide a sus  herederos que  su  alcance lo paguen «su  gusto y complacencia y tengan presente el gran favor que  he  merecido a dicha Real Compañía, para que  le correspondan y sirvan con  gran lealtad». En  esas negociaciones colaboró activamente su  yerno Gregorio Díaz  por lo que  lo remunera generosamente. Son precisa- mente sus  albaceas sus  yernos Gregorio Díaz, el vasco Bartolomé Galárraga y el factor de  la Guipuzcoana, Matías de  Orroz. A.G.N.  Escribanías. Castrillo, 29  de  febrero y 8 de  marzo de  1756.
Sus  activos negocios mercantiles con  Nueva España explican su  contumaz oposición contra los procedimientos monopolistas de  la  Compañía Guipuzcoana, erigida por  la  Corona en  1728 con  el objetivo de hacerse con  el control del  tráfico de la provin- cia  de  Venezuela. Ésta, aprovechándose de  que  el  precio del cacao se  hallaba en  franca caída en  1738, al  descender a  11 pesos, propuso hacerse cargo de  toda la producción de  la Capitanía para su  conducción a Veracruz, pagándolo a razón de  14 pesos la fanega. El cabildo de Caracas en  su  reunión de octubre de ese  año aceptó la proposición de los factores de la Compañía. Pero el Marqués del  Toro y su  compadre el Conde de San Javier, que, como hemos visto, estaban interesados en  ese  tráfico, al ser los principales cosecheros y los propietarios de los navíos de ese mercado, protestaron ante tal  resolución y llevaron su  demanda  hasta la misma Corte. Los  directores de la empresa monopolista hicieron en  1740  una presentación al  rey  en  la  que  exponían que   los  comerciantes y  cosecheros tenían  escasez de caudales por   no  querer aventurar el  transporte de  cacao a Veracruz en  embarcaciones menores por  el conflicto bélico existente por  aquel entonces entre España e Inglaterra, la Guerra de la  Oreja o de  la  Sucesión Austriaca. Propuso armar una fragata,  la  Santa Ana,  con  50  cañones para tomar carga para Veracruz. La nave transportaría 8.000 fanegas de cacao y los vecinos podrían ocupar en  ella  la  mitad de  su  bodega, quedándose la empresa con  la  otra mitad. Proponía que  el Cabildo debía acatar la  real  orden sin  discutirlo, pero el  Consejo ordenó justamente lo contrario, lo que  no  deseaban los  factores de  la Compañía. El  Marqués del  Toro, por  sí  y por  representación del Conde y de  los  cosecheros y capitanes y dueños de  navíos protestó por  tales diligencias y se  opuso a  sus  pretensiones. Una real  cédula de  22 de  febrero de  1741  ordenaba que  no  se hiciera «novedad en  el modo y forma de  traficar los  cacaos de  esta provincia a la Nueva España. El Cabildo, reunido el 20 de mayo, acordó llamar a los  cosecheros a una junta general. Reunida el 24  de  ese  mes, el Marqués del  Toro sostuvo en  ella  que  no  había  escasez de cacao en  Veracruz y que  se hallaban varias naves preparadas para zarpar con  ese  destino. Se adhirieron a su  pro- posición su  paisano y consuegro Juan Primo Ascanio de la Guerra, Miguel de Aristiquieta, catorce viudas que  dieron su parecer por  escrito y veinte individuos más. El  plan había sido  abortado.  Sin  embargo, al faltar a la reunión varios de  los  principales cosecheros, se  requirió que  un  escribano pasase a sus  residencias  y les tomase por  escrito sus  opiniones. Fue  vista como una maniobra de  los  capitulares adictos a la Compañía. 28  de  ellos aceptaron la  proposición de  la  compañía. Parecía que  con  ello la  mayoría estaba de  acuerdo con  el viaje  de  la  Santa Ana,  por lo que  el gobernador autorizó la  salida.

El  factor principal de  la Compañía, Nicolás de  Aizpurúa, en carta remitida al gobernador, atribuyó la resistencia a la influencia  del  Marqués del  Toro por  ser  éste  el principal propietario de navíos del  tráfico novohispano y «por complacerle y por  benevolencia como hombre que  en  esta ciudad se tiene por  poderoso y necesario, le siguieron otros de dichos cosecheros, manifestando la  misma oposición; y también, sin  embargo, de  que  de dicho viaje  de la referida fragata Santa Ana  no  puede ser  no  tan solo  de  utilidad alguna a la  Compañía, sino antes bien de  quebranto por  los muchos costos». Pero eran inexactas sus  apreciaciones, porque, consultados 85 de  ellos  sobre las  cantidades de cacao que  estaban dispuestos a embarcar, solo  tres respondieron afirmativamente con  cargas por  un  total de  240  fanegas. Los restantes alegaron no  poseerlo, afirmando alguno de  ellos  que, aunque lo tuvieran, no  lo embarcarían en  las  naves de la empresa  monopolista17. Debemos además de  tener en  cuenta que  en los años de la conflagración se vivió  una considerable expansión del  cacao remitido a Europa a través de  Curaçao, una etapa de tolerancia que  se dio  por  finalizada tras la declaración de paz  en 1748, lo que  explicaría y estaría en  la raíz de la rebelión de Juan
Francisco de  León de  1749.

Hasta su  muerte en  1742  el Marqués del  Toro, junto con  su compadre el  Conde de  San Javier, Juan  Jacinto  Pacheco y Mijares y un  primo de  este  último, Francisco de  Ponte y Mijares, se convirtieron en  activos opositores a la Compañía. Marcharon a la Corte, donde residieron por  varios años. Mostraron al  Consejo de  Indias el daño causado al  comercio y la  agricultura del  cacao por  la  Compañía y los  gobernadores vascos que actuaban como sus  aliados, al establecer la alternativa que  obligaba a dar prioridad de  carga al primer barco que  llegase, aunque  no  la encontrase y al repartimiento por  padrón. Criticaron el sistema de  cuotas iniciado en  1734  por  el gobernador Martín de  Lardizábal, en  el que  alegaba que  era  un  esfuerzo para evitar conflictos, mientras que  mantenía la  alternativa. Planteaba que  de  las  60.00 fanegas de  cacao producidas por  la  Provincia, 10  eran para consumo interno, 20.000 para Nueva España y 30.000 para la  Península. Cuando la  cuota para un  destino había  finalizado, la restante producción debía ir para el otro mercado. El  Marqués y sus  aliados subrayaron que  ese  sistema era ilegal y que  les  privaba de  traficar libremente con  Nueva España.  La  Guipuzcoana hizo cuanto estuvo en  su  mano para des- acreditar al Marqués del  Toro y al Conde de San Javier. En  1739 un  abogado a su  servicio expuso que  eran los  únicos que  se  le oponían al ser  los principales comerciantes por  sí mismos o por medio de  sus  agentes en  Veracruz. Aludía que  ellos  dominaban el  mercado por  muchos años y que  la  habían denunciado por ningún otro motivo que  su  deseo a retornar a la  condición anterior en  la  que  no  tenían competidores18.

Pero no  solo  envió cacao a Nueva España, también efectuó remisiones a España en  navíos de  la Guipuzcoana y a Canarias en  los  registros del  comercio de  ese  Archipiélago 19.


3. SU  CONSOLIDACIÓN COMO   HACENDADO DEL  CACAO

Sus  negocios y los capitales en  ellos  acumulados la permitieron adquirir tierras ya  puestas en  explotación y roturar otras nuevas en  una provincia como la Capitanía General de Venezuela  en  las  primeras décadas del  siglo  XVIII  en  la  que  sobraban espacios prácticamente vírgenes para dedicarlos en  sus  costas a ese  próspero y expansivo cultivo que  era  el cacao y que  lo  que faltaba eran caudales para plantar los árboles y adquirir, bien de forma legal  a la Compañía británica o bien a través del  contrabando holandés, esclavos que  fueran empleados en  esas  haciendas  como mano de  obra. Su  control del  tráfico con  Veracruz le permitía exportar con  los  menores costes posibles sus  producciones y, al mismo tiempo, destinar a tan rentable mercado las ganancias obtenidas, cuya plata podía seguir como aliciente, junto con  el cacao, para la  adquisición de  esclavos por  las  dos vías  apuntadas, porque la  compañía hasta la  supresión de  la trata de  esclavos en  1739  podía venderlos a  cambio de  cacao. Olavarriaga en  su  instrucción sobre el estado de  esa  provincia en  los  años 1720  y 1721  dejó  reseñado que  poseía en  el valle  de Nirgua 300  fanegas y 30.000 cacaotales. Distaba dos  leguas de la  playa y en  él  tenían mucho comercio los  holandeses «por acercarse siempre más de  la isla  de  Curaçao». En  los  Valles  del Tuy,   próximos a  Caracas, era   dueño de  542   y  media con
21.70020. Se  trataba de  las  haciendas de  Santa Rosa, en  la  que poseía una casa de tapias y rafias y los esclavos de su  beneficio; San  José,  de  arboledas de  cacao y San  Roque con  casas de  habitación de  tejas y rafias. Entre Santa Rosa y San  Roque era dueño de  unas vegas  de  cacao denominadas La  Cruz,  con  dos esclavos de  su  beneficio, que  las  tenía arrendadas a  su  mayor- domo en  la  de  San  Roque Francisco del  Corro por  250  pesos anuales por  ajuste y convenio firmado con  él por  el que  se compensaba su  salario con  tal  cantidad. Había adquirido también en  esos  valles por  compra a Francisco Domingo Galindo. En  la cabeza de  ella  para su  resguardo había comprado también una fanegada de tierra. En  el valle  de Araire, por  muerte de sus  suegros, había quedado un  trapiche con  todos sus  pertrechos, tierras y esclavos de su  beneficio, con  una posesión de tierras contiguas a él en  el sitio de  Araguita. Pertenecía en  1679  al capitán Antonio Gámez de  La  Cerda, quien para ese  año tenía sembra- dos  en  ese  valle  4.000 árboles de  cacao frutales y 500  horquetados, además de  11 esclavos para su  beneficio. Al fallecer pasó a  manos de  su  viuda, la  grancanaria Catalina Esquier de  la Guerra, quien la poseyó hasta 1695, año en  que  vendió esas  tierras y valle  a Íñigo de  Isturiz, esposo de  su  sobrina doña María Esquier de  la Guerra, suegros del  Marqués quien inició la plantación de  caña de  azúcar. De ella  un  tercio por  herencia materna  les correspondía a sus  hijos, quedando los dos  restantes para los hermanos de su  mujer, Carlos y Martín de Isturiz. Era acreedor  a  ese  ingenio de  4.567 pesos y 7 reales y medio que  había suplido a éste  último que  actuaba como su  administrador y que había empleado para el suministro de  su  casa y 207  pesos y 7 reales y medio a Nicolás Álvarez, que  le debía de  su  salario de mayordomo. Carlos le había traspasado a él su tercera parte por las  deudas de 27.019 pesos y 3 reales y medio que  había contraído  con  él. Asimismo en  la herencia de  Capaya, que  había pertenecido a  sus  suegros, le correspondía también la  parte correspondiente a este  último por  traspaso desde principios de agosto de  1736  y lo mismo un  sitio en  la  Cabeza del  Tirpe y una casa en  el barrio del  Rosario21.

Era también propietario de  unas tierras en  la  Quebrada de Guarenas, que  iban desde la boca del  río  de  Caucagua hasta la Quebrada Seca, cerca de  la  localidad de  Guarenas, que  habían sido  de Martín Román de Moscoso y que  le vendieron sus  herederos por  composición. También le correspondían el sitio de los Mariches en  los  altos de  tales Quebradas, legalizado por  el juez compositor y procedente de  dicha herencia. En  él mantenía diferentes arrendatarios que  le abonaban su  renta anual, bajo la administración de uno de ellos,  Amador Fernández. Tales bienes los había comprado al apoderado de tales herederos, el licencia- do  Esteban Fernández Monacho en  40.000 pesos, de  los  que quedaron  8.000 por  litigio pendiente en  el  Consejo de  Indias. Aunque lo  había comprado con  cargo de  pagar 2.360 pesos de principal perteneciente a una capellanía, lo tenía ya  redimido.

Dos  eran las  vías  con  las  que  Bernardo Rodríguez del  Toro se  iba  haciendo con  nuevas propiedades hasta consolidarse como uno de  los  mayores terratenientes de  Venezuela. La  primera era  su  compra a hacendados mantuanos. En  1737  Beatriz de  Monasterios reconoce que   sus  hermanos Pedro Nicolás, Francisco Alejandro, Francisca y Mariana habían vendido en Capaya 32 fanegadas al Marqués del  Toro por  valor de 35 pesos cada una22. La  otra era  la  roturación de  áreas vírgenes, interés en  el  que  prosiguió su  hijo  sobre las  fértiles tierras barloventeñas de  El  Guapo. Frente a una real  orden de  18  de  enero de 1752  que  prohibía la enajenación de  las  que  se encontraban en las  orillas del  río  de  ese  nombre, en  un  memorial solicitaba su enajenación por  ser  de  gran calidad para el desarrollo de  nuevas  labores de  cacao. Alegaba los  méritos de  sus  mayores y sus donativos y préstamos a  la  Real  Hacienda, de  los  cuales se  le debían 120.000 reales desde 1743, que  ofrecía ceder por  la compra de  El  Guapo. El  compadre de  su  padre, el  Conde de  San Javier, lógicamente acompañó un  informe testifical ampliamente  favorable a tal  enajenación. Era una muestra más de  la pugna  por  el control de  la  tierra de  los  grandes hacendados frente a los  pequeños cultivadores, entre los  que  se encontraba el hijo de  Juan Francisco de  León, retornado  del  destierro, quien se aprestó para reunir un  grupo de  pobladores que  obtuvieron permiso del  gobernador Agüero para fundar y poblar en  dicho valle23.
También era  propietario de un  hato de ganado mayor y sitio en  Sabana Larga, que  había adquirido en  1740. Pertenecían a él 575  reses y becerros y 63  yeguas, 48  caballos, 4 mulas, 12  potros, 109  vacas de  vientre, 93  machos y un  burro24. De  esa  forma  había acumulado a su fallecimiento en 1742  una herencia de consideración. Como evidencia de  su  poder social y económico en  su  inventario se expuso que  era  propietario de  360  esclavos. Su  hijo  Francisco, segundo marqués y heredero de su  mayorazgo,  era  propietario en  1744  de  110.000 cacaotales. Según Brito Figueroa en  1744-1746 la familia Rodríguez del  Toro era  dueña de 17 haciendas de cacao de 4.550 fanegadas con  202.100 árboles  de  cacao y de  3 hatos con  2 leguas y media de  extensión25.

4. SUS   ESTRATEGIAS  FAMILIARES  Y  SOCIALES. LA  ADQUISICIÓN DEL  TÍTULO   DE  CASTILLA

Además del  compadrazgo con  el Conde de  San Javier, Antonio  Pacheco y Tovar y con  Roberto Rivas, claves en  sus  conexiones  sociales, su  matrimonio e hijos supieron abrir a  Bernardo Rodríguez del  Toro nuevas conexiones y relaciones de  poder en la sociedad caraqueña. Contrajo nupcias el 30 de  mayo de  1712 a los  37 años de  edad con  Paula de  Isturiz y Esquier de  la Guerra, hija  del  Tesorero Real, Regidor del  Cabildo caraqueño  y Procurador General Íñigo Isturiz y Azpeitia, originario de Añorbe  (Navarra) y de  la  caraqueña de  ascendencia grancanaria María Ana  Esquier de la Guerra y Santiago. Ésta última era  hija del  regidor del  Cabildo de Las  Palmas Simón Esquier de la Guerra, perteneciente a  una familia de  la  burguesía mercantil de procedencia flamenca. Tal  parentesco le  permitió introducirse en  la esfera de  la elite  mantuana, estrechando sus  vínculos con linajes que  controlaban la hacienda pública venezolana y las  relaciones mercantiles, enlazamientos claves para una persona que  aspira a  hegemonizar su  tráfico y convertirse en  hacendado.  Su  mujer, que  falleció en  1725, había aportado al matrimonio  en  dote y herencia 18.144 pesos y 3 reales y medio. Las  relaciones con  los hermanos de su  cónyuge fueron muy estrechas, hasta el  punto que  los  denomina sus  hermanos. Uno  de  ellos, Carlos de  Isturiz, le  era  deudor de  27.019 pesos y 3  reales  y medio, por  lo que  le hizo traspaso de  todo lo que  le correspondía  por  herencia de  sus  padres. En  el caso de  no  favorecerle la fortuna y ser  mayores sus  deudas, expresa a sus  herederos que no  se  le apure ni  judicial ni  extrajudicialmente por  haber sido «siempre mi  ánimo favorecerle»26.

Once fueron los  hijos de  ese  matrimonio. De  ellos  tres murieron niños y otros tres solteros y sin  descendencia. Tal  era  la confianza depositada en  el  Conde de  San Javier que  lo  dejó como tutor de  sus  hijos menores Antonio y María Teresa. Esta última sería la única que  contrajo nupcias, ya que  las  otras dos murieron jóvenes o en  la más tierna edad. Lo haría precisamente  con  su  hijo  Antonio José Pacheco y Mijares Solórzano. Fueron padres del  III  Conde de  San Javier, José Antonio Pacheco y Rodríguez del  Toro, coronel del  regimiento de  milicias de  Caracas,  alcalde ordinario y caballero de  la orden de  Carlos III27. Le dejó  por  legado una papelera grande del  norte con  aderezo de oro  o diamantes, la ropa de  su  uso, la arca grande, unas pulseras  de  perlas con  broches de  diamantes y otras de  perlas con cruz de oro, esmeraldas y dos  rosas de perlas, tres esclavas, una docena de  taburetillos de  estrado.

Las  donaciones que  pormenorizadamente detalla legar a sus hijos son  expresión palpable de su opulencia y de su afán de boato,  distinción y preeminencia social. En  su  inventario deja constancia de poseer 24 cuadros, 63 láminas, dos  biombos dorados de cabritilla y dos  de  pintura, un  sitial y un  dosel de  damasco valorado en  500  pesos, dos  retratos del  Rey,  armas blancas y de  fuego,  un  clarín de  plata, platería abundante marcada con  «Toro» y «San Javier», un  reloj de  oro  de  repetición y otro de  sol  de  bronce,  una venera de  la  Inquisición guarnecida de  esmeraldas, un bastón con  el puño de  plata y una silla  de  manos28.

Desarrolló una política matrimonial característica de esa  elite,  que  consistía en  casar a sus  hijas con  miembros significativos  de  la oligarquía local. La  estrategia familiar con  sus  cuatro hijos varones que  llegaron a la mayoría de  edad es un  claro exponente de  la concepción de  su  grupo social, que  combinaba la esfera de  los  negocios con  la  burocracia y la  propiedad territorial, en  clara oposición a los  tópicos tradicionales que  suponen a este  sector social revestido solo  como meros hacendados, desligados del  ámbito mercantil. Para su  primogénito, Francisco, además de la herencia sin  gravamen de su  título nobiliario, dispuso en  sus  últimas voluntades erigir para él un  mayorazgo en el que  se  incluían las  casas principales de  su  morada y su  hacienda de  San Bernardo29. Francisco contrajo nupcias el 16  de diciembre de  1736  con  María Teresa de  Ascanio y Sarmiento, hija  del  hacendado canario Juan Primo de  Ascanio y Lercaro, maestre de  campo y justicia mayor de  La Guaira. Originario de La Laguna marchó a Caracas, donde se desposó en  1723  con  su prima Margarita de  Herrera, con  la que  tuvo 8 hijos. Tenía dos haciendas de cacao, una en  Urama y otra en  Borburata y tierras en  Tipetiripe en  el Valle  de Caracas. Su  padre, al contraer dichas nupcias con  Margarita de  Herrera, le dio  3.800 pesos a cuenta de su  legítima, del  que  1.300 fueron en  100  fanegas de cacao remitidas a Veracruz en  el navío de  Pedro Arrieta. Le  donó también un  espadín de  oro  de  su  uso  y el  reloj de  campana que poseía en  su  cuarto30. Francisco fue  alcalde ordinario de  Caracas  y caballero del  orden de  Santiago.

Bernardo Rodríguez del  Toro no  era  un  hombre de  una vasta cultura, ni  con  una sólida formación, pero sí tenía una idea muy clara de  cual era  el horizonte vital  que  iba  a dejarles a sus hijos. En  su  inventario su  biblioteca era  de  solo  siete libros, siendo todos ellos  de temática religiosa; dos  breviarios, un  librito  con  los  tres oficios del  año del  rezo menor, las  sinodales del obispado, dos  libros de  la  vida  de  Gregorio López por  el Padre Francisco Losa y otro de  la  vida  de  fray  Juan Taulero31. Sin embargo, era  consciente de las  ventajas que  reportaba la formación universitaria para sus  hijos. Por  ello  envió a los  mayores, Francisco y José, a  estudiar a  la  Universidad de  Salamanca, si bien el primero lo hubo de dejar por  problemas de salud. En  ese significativo centro docente donde se formaba junto con  Alcalá lo más granado de  la elite  rectora del  aparato de  Estado y de  la Iglesia, José llegó  a ser  profesor y rector entre el 18 de  noviembre  de  1735  y el 9 de  noviembre de  1736. Había sido  elegido en votación claustral por  6 votos a  su  favor, frente a  los  8 de  su contrincante32. En  sus  últimas disposiciones su padre refirió que «está continuando  en  cátedras y otros actos literarios hasta el grado mayor, seguir sus  pretensiones por  el grado que  más bien vire  y todo sea  costeado a  mis  expensas por  la  obligación de padre, no  se  le cargue por  cuenta de  la legítima cosa alguna, y si sucediese el suplemento para ascenso de mi  hijo  José a algún empleo particular beneficio solo  esté  en  la  cantidad que  constare se  le cargara para que  lo  colacione en  la  partición que  se hiciese de  mis  bienes y se  le adjudique en  su  hijuela»33.

José fue  inicialmente bachiller en  cánones y leyes  por  la Universidad de Sigüenza, graduándose en  ese  centro en  cánones y leyes  el 8 de marzo de 1732. Se agregó e incorporó en  esas  dos disciplinas en  Salamanca el 23 de  noviembre de  173434. El  7 de mayo de 1741compró por  15.000 pesos una plaza de oidor en  la Audiencia de  México. Se  convirtió de  esa  forma en  el  primer venezolano que  desempeñó el cargo de  oidor. La  ejerció a partir de  1743  y la  ocupó por  el resto de  su  vida  hasta su  fallecimiento el 19 de  junio de  1773. En  1752  fue  revestido del  hábito de  caballero de  la  orden de  Calatrava. Contrajo nupcias en Tlaxcala el 27 de  mayo de  1745  con  Ana  María de  Uribe, nativa de  esa  ciudad e hija  del  magistrado originario de  Jerez de  la Frontera, Joaquín de Uribe Castrejón, que, al ser  nacida del  distrito de  su  audiencia tuvo que  obtener una licencia para proceder  a ello,  que  alcanzó en  1744. Uribe había estudiado también en  Salamanca, donde fue  miembro del  Colegio Mayor del  Arzobispo. Nombrado también oidor de  la  audiencia de  México, se convirtió en  uno de  los  mayores terratenientes de  la  región de Huejotzingo. Entre los hijos del  matrimonio Rodríguez del  Toro Uribe, Josefa Mariana se  desposó con  el tesorero de  ese  tribunal  novohispano, Domingo Ignacio de  Lardizábal, natural de Guipúzcoa, y María Josefa con  Pedro Pineda, corregidor de Oaxaca, por  lo que  se vio obligado de  nuevo a solicitar licencia en  177035.

Rodríguez del  Toro destinaría a sus  hijos Bernardo y Antonio  a  la  carrera mercantil, lo  que  es  bien demostrativo de  su concepción de hacendado-comerciante, característica de su  grupo  social. Legó  a cada uno de ellos  dos  mil  árboles de cacao con dos  esclavos y un  reloj de  plata. Bernardo se estableció con  esa finalidad en  Veracruz, donde falleció. Era capitán de  la fragata Nuestra Señora del  Rosario.

Contrajo dos  nupcias, la  primera con  Teresa Melao y Palao, con  la que  tuvo dos  hijos, y la segunda  con  María Ruiz de Florencia, originaria de San Agustín de La Florida, con  la que  procreó otros siete. Por  su  parte, Antonio se asentaría en  La Habana, donde se desposó con  María de la Candelaria Carriazo y Jaime, con  la  que  tuvo tres descendientes36. Su  esposa era  hija  del  lagunero Juan Antonio Carriazo, avecindado en  la  capital cubana.

Su  punto culminante dentro del  proceso de ennoblecimiento fue  la obtención del  título de  Marqués del  Toro por  real despacho  de 26 de septiembre de 1732. En  una época en  la que, como la primera mitad del  siglo  XVIII,  el dinero se convertía en  la vía esencial para la adquisición de  títulos y cargos, como pudimos apreciar en  su  hijo  José con  la adquisición por  15.000 ducados de  su  empleo como oidor de  la  Audiencia de  México, la  nobleza  titulada no  era  la  excepción. La  vía  del  beneficio del  título nobiliario era  la empleada por  la Monarquía para que  determinados individuos accedieran a la máxima expresión del  poder y la preeminencia social. Suponía en  realidad la concesión a solicitud de  parte, en  el caso del  Marqués del  monasterio de  Nuestra Señora de  Monserrat de  Madrid, que  recibió para su  edificación de  Rodríguez del  Toro 22.000 ducados, de  su  título nobiliario. Era verdaderamente una venta simulada bajo la fórmula de  cesión o renuncia del  título que  había sido  cedido por el  Monarca a  ese  convento a  cambio de  esa  cantidad. El  Rey concedía a esa  institución para su  construcción uno o varios títulos para que  procediese a subastarlos entre las  personas interesadas en  adquirirlos. Ese  fue  ni más ni menos el procedimiento  abordado por  Rodríguez del  Toro37.

Además de los 22.000 ducados Bernardo Rodríguez del  Toro sufragó 562.000 maravedíes de vellón por  su  media anata. Ocho años más tarde depositó 188.582 reales y 33  maravedíes para que  la  concesión del  título fuera perpetua, certificación que  le fue  otorgada el 3 de  septiembre de  17403 8.


5. SU  PROYECTO ULTRATERRENO. SUS   CAPELLANÍAS EN  CANARIAS  Y VENEZUELA

Bernardo Rodríguez del  Toro falleció en  Caracas el  23  de agosto de  1742. En  sus  últimas voluntades invirtió en  misas y sufragios religiosos a tono con  su  posición social. Dispuso que su  sepultura se  efectuase en  la  capilla mayor de  la  iglesia del convento de  Nuestra Señora de  la  Merced de  Caracas, para la que  había dejado cien pesos de limosna para que  fuera iluminada  con  seis  velas  por  espacio de  un  año, a cuya finalización se cantaría una misa con  su  vigilia y responso. Como era  abruma- doramente mayoritario en  la  sociedad caraqueña quiso ser  sepultado con  el hábito de  la orden franciscana, de  la que  era  tercero y en  sus  andas. Doscientas misas se  darían en  su  nombre en  cada uno de  los  tres conventos caraqueños y otras mil  a cargo  de  sacerdotes seculares39, para un  patronato de  misas de ánimas todos los lunes del  año en  el convento mercedario había destinado un  censo de  3.000 pesos, que  procedía de  una parte de  lo  recaudado al  tacorontero Juan Bello  por  la  venta de  una pequeña hacienda de  cacao en  el  valle  de  Uriere y tierras de Guare. Había erigido también en  Venezuela una capellanía y patronato de  cinco mil  pesos de  principal40. Como muestra de su  identidad como isleño en  la  sociedad caraqueña, de  la  que siempre hizo gala, donó 200  pesos a la  fábrica de  la  parroquia de  la  Candelaria, la  antigua ermita de  los  canarios que  había sido  erigida en  curato desde 1730  y donde sus  paisanos tributaban desde su  fundación las  fiestas de  su  patrona  41.

Le  pertenecía también el  patronato y capellanía de  5.000 pesos de principal erigida por  Felipe Rodríguez de Santiago por su  testamento del  año 1723, por  la  que  le sufragaban el rédito de  1.500 pesos los  herederos de  su  paisano Sebastián López de Castro, el  de  1.500 el  capitán originario del  Tanque Mateo González en  Guarenas y el de  2.000 el lagunero Diego Domínguez Rojas42.

Se  propuso también en  unión del  Marqués de  Mijares y de su  comadre la  Condesa de  San Javier la  fundación de  un  colegio  jesuita en  Caracas. Se  había obligado a  dar 500  pesos a  la Compañía de  Jesús para ello.  También había entregado 3.000 y 2.000, respectivamente, donados para esta finalidad por  los hermanos Pedro Domingo y Francisco de  Ponte43. Sin  embargo, su erección se  efectuaría una década después de  su  fallecimiento.

En  su isla  y pueblo natal quiso estar presente y mostrar a sus paisanos su  abolengo espiritual, por  lo  que  instituyó en  Teror una capellanía. Por  escritura otorgada ante Areste y Reyna el 23 de  abril de  1739  instituyó una colativa perpetua con  la  obligación de  una misa rezada todos los  domingos y días de  precepto en  el altar mayor de su  parroquia. Debía decirse a las  diez  de la mañana, aunque terminó por  efectuarse al  alba según lo  dispuesto por  su  fundador en  carta fechada en  Caracas el 4 de  junio  de 1739. Para su  dotación señaló 3.000 pesos de a ocho rea- les  de  plata, que  era  el  valor líquido de  una partida de  cacao remitida en  el navío de  la permisión de  Canarias, cuyo capitán era  Juan González Travieso, que  había sido  enviada por  su  compadre Roberto Rivas a sus  apoderados en  las  Islas para ser  impuesta con  la  mayor seguridad, comprando tierras y aguas libres de  tributo. En  caso de  no  existirlas, se  impondrían en censos sobre fincas seguras. Con  ese  capital fueron adquiridas en  1740  unas 29 fanegas de  tierra con  árboles, agua para riego, estanques, cercas, cuevas y casa de  alto  y bajo en  El  Rapador, junto a  la  Montaña de  Doramas, aunque por  otra venta posteior se  aumenta hasta las  31  fanegas. Una  vez  verificada la  anterior fundación, el  marqués envió cierta cantidad para otra, que  quedó reducida a  683  pesos corrientes y que  se  agregaría finalmente a la anterior44. Instituyó como primer capellán a su sobrino Domingo Leal  del  Castillo. Éste había estudiado cinco años cánones en  la  Universidad de  Caracas y, como su  primo José, se  había graduado de  bachiller en  esa  disciplina y en  Leyes  en  la  de  Sigüenza en  1734, y agregado e  incorporado en ambas y en  la  de  Salamanca en  173845. Pero, al  hallarse éste ausente «en  los  Reinos de  España», donde ejercía como profesor  en  los  estudios mayores de  Salamanca y su  Universidad  y donde más tarde llegaría a desempeñar el empleo de  contador en  Madrid, fue  otro de  sus  primos, Francisco Navarro del  Castillo,  quién la ocupó. Leal,  cuyos hermanos fueron también canónigos de  la  Catedral de  Las  Palmas, estaba colado en  una capellanía erigida en  Caracas por  María de  Elgeta, cuyo principal  era  de 2.000 pesos y su rédito anual de 100.  Precisamente un hermano del  anterior, Cristóbal Leal  del  Castillo, vecino de  La Habana y casado en  ese  puerto, le  era  deudor de  2.200 pesos por  una obligación consignada en  Caracas, que  había pagado por  él y que  estaba obligado a satisfacer con  cargo a sus  legítimas paterna y materna a  su  hermana  Antonia Rodríguez del Toro46. La  devoción por  la Virgen del  Pino fue  una característica común a toda la familia. Domingo Rodríguez del  Toro, párroco de  su  feligresía, puso todo su  empeño en  dotarle una lámpara de plata. Entre 1734  y 1739  trabajó incansablemente por  ello. Recibió de  su  primo Domingo Leal  del  Castillo 500  pesos y tres libras de  plata. Tras ser  autorizado desbaratar la vieja  lámpara, se pudo concluir con  un  costo de  4.000 pesos, supliendo el resto  la  cofradía 47.

Precisamente la  voluntad de  Bernardo fue  siempre dejar en buena posición económica a sus  hermanos. La  parte que  le correspondía de  la  herencia de  sus  padres, como uno de  sus  diez hijos que  fueron sus  herederos, por  haber muerto sin  testar otros cinco, la  habían disfrutado algunas de  sus  hermanas. Incluso dispuso que  si le correspondía algo  de  la  de  su  hermano Domingo, cura párroco de  Teror, pasase su  disfrute a las  anteriores. Había sido  apoderado de  Gregorio López Travieso, un paisano suyo que  falleció en  los  Valles  de  Barquisimeto, al que había adquirido sus  legítimas en  Gran Canaria. Había comprado  también tierras con   agua de  riego del  heredamiento de Firgas en  donde dicen Buen Lugar, que  habían sido  del  capitán Pedro López Travieso, que  se  habían adjudicado al  anterior en la hijuela de  partición, comprándoselas él a sus  herederos en  la Provincia de  Venezuela. Esas propiedades fueron disfrutadas por  sus  hermanos. Al fallecer dispuso que  pasasen a manos de su  hermana soltera Estefanía por  los  días de  su  vida, y a  su muerte, a su  hija  María, para que  las  disfrutasen sus  hijos y he- rederos con  la  obligación de  decir una misa rezada perpetuamente por  su  alma y la  de  sus  padres el día  de  San José en  su altar, si lo hubiere, en  el santuario de  la Virgen del  Pino, y si no en  su  altar mayor. El  Marqués fue  desde siempre devoto del padre carnal de  Cristo. A la su  ermita terorense de  San José del Álamo había donado dos  vinajeras con  una campanilla y un platillo, todo de  plata «hechura de  Indias» 48.


Notas:
1  Archivo Histórico Nacional de  Madrid (A.H.N.) Órdenes Militares. Calatrava. Exped. 2237  de  concesión de  la  orden militar de  Calatrava de  José Rodríguez del  Toro.
2   LLORENS  CASANI,  ANTUÑA  LLORENS, S.  y ANTUÑA  LLORENS, A. (1988); TORO  RAMÍREZ (1979).
FERRY (1989), pp.  59-60.
FERRY (1989), pp.  66-136
5   Fue   financiado por comerciantes de  Las  Palmas como el  flamenco Francisco Mustelier o  el  genovés Gotardo Calimano o  de  Puebla de  los  Án- geles  como Jerónimo de  Loreto. Archivo Histórico Provincial de  Las  Palmas de  Gran Canaria (A.H.P.L.P). Leg.  1.143, 21  de  octubre de  1764, 29  de  octu- bre de  1764. Archivo Histórico  Provincial de  Tenerife (A.H.P.T.). Leg.  1.092,
12  de  febrero de  1675.
MACÍAS  HERNÁNDEZ (1992), p.  75.
7   ARCILA  FARIAS  (1956), ARAUZ  MONFANTE (1970) y HUSSEY (1982). Más recientemente, AZPURÚA  (1993).
8  Véase al  respecto,  BORGES (1960 y 1963  a).
9   Sobre Diego Matos, véase un amplio estudio de  su  papel en  BRICEÑO
PEROZO (1981).
10  Archivo General de Indias (A.G.I.), S.D.,  Leg.  724,  4 de febrero de 1714.
11   BORGES (1963 b).
12   Una  visión general de  ese  proceso en  HERNÁNDEZ  GONZÁLEZ (2008).
13  Archivo General de la Nación de Venezuela (A.G.N.). Escribanías. Fran- cisco Areste y Reyna. Año  1742. Testamentaria  de  Bernardo Rodríguez del Toro.
14   Juan Martín de  Alayón contrajo primeras  nupcias en  Canarias con Águeda Jerónima  Especiel, con  la  que  tuvo 6 hijos, de  los  que  tres sobrepasaron la  pubertad. En  ese  matrimonio y un año de  viudez adquirió unos 12.000 pesos, pues no  habían  llevado a  él  cosa alguna. Contrae segundas nupcias con  la hija de isleños Francisca Paula García, sin  descendencia. Casa a su  hija Bernarda Antonia con  su  paisano  Gregorio Díaz. Ambos fueron fundadores de  Panaquire, donde contaban con  una plantación de  25.000 árboles de  cacao y 19  esclavos en  1742. Esa hacienda del  valle  de  Ocoyta la incrementaron hasta los  62.000-63.000 árboles de  cacao y 9 tablones de  caña con  su  trapiche y 17  esclavos, todos ellos  esposos e hijos. Poseía una lancha
15   ITURRIZA GUILLÉN (1967), pp.  755-766.
16   A.G.N.  Escribanías. Francisco Areste y Reyna. Año  1742. Testamenta- ria  de  Bernardo Rodríguez del  Toro.
17   ARCILA  FARIAS  (1975), pp.  257-262.
18   FERRY (1989), pp.  183-187.
19   A.G.N.  Ibídem.
20   OLAVARRIAGA  (1965), pp.  244-254.
21   A.G.N.  Escribanías.  Francisco Areste y Reyna. Año  1742. Testamenta- ria  de  Bernardo Rodríguez del  Toro.
22   CASTILLO  LARA (1981), p.  271.
23   CASTILLO   LARA  (1981), pp.  234-237 y HERNÁNDEZ  GONZÁLEZ (2008), pp.  317-
24   A.G.N.,  Ibídem.
25   LANGUE  (2000), p.  55  y BRITO FIGUEROA (1983), p.  161.
26   A.G.N.  Escribanías.  Francisco Areste y Reyna. Año  1742. Testamentaria  de  Bernardo Rodríguez del  Toro.
27   LLORENS CASANI,  ANTUÑA  LLORENS, S.  y ANTUÑA  LLORENS, A. (1988), tomo II,  p.  252.
28   A.G.N.  Escribanías. Francisco Areste y Reyna. Año  1742. Testamenta- ria  de  Bernardo Rodríguez del  Toro.
29   A.G.N.  Escribanías. Francisco Areste y Reyna. Año  1742. Testamenta- ria  de  Bernardo Rodríguez del  Toro.
30   A.G.N.  Escribanías.  Francisco Areste y Reyna. Año  1742. Testamentaria  de  Bernardo Rodríguez del  Toro.
31   Inventario reproducido en  LEAL  (1978), tomo II,  p.  121.
32   Archivo de  la  Universidad de  Salamanca. Libros del  claustro. A.U.Sa.,
203  y 204.
33   A.G.N.  Escribanías. Francisco Areste y Reyna. Año  1742. Testamenta- ria  de  Bernardo Rodríguez del  Toro.
34   A.U.Sa. Libro de  testificación de  cursos y grados de  las  facultades de
Cánones y Leyes 1533-1734. 683,  f. 35  v-36  r y 255  r-v.
35  BURKHOLDER y CHANDLER (1982), pp.  297  y 333-334; LLORENS CASANI, ANTUÑA  LLORENS, S.  y ANTUÑA  LLORENS, A. (1988), tomo II,  pp.  250-251.
36   LLORENS  CASANI,  ANTUÑA  LLORENS, S.  y ANTUÑA  LLORENS, A. (1988), tomo II,  pp.  232-233 y 277-278.
37   MARURI VILLANUEVA  (2009), pp.  207-240.
38   QUINTERO (2009), pp.  28-30.
39   A.G.N.  Escribanías. Francisco Areste y Reyna. Año  1742. Testamenta- ria  de  Bernardo Rodríguez del  Toro.
40   A.G.N.,  Ibídem.
41   A.G.N.,  Ibídem.
42   A.G.N.,  Ibídem.
43   A.G.N.,  Ibídem.
44   SUÁREZ GRIMÓN (1985), tomo  II,  pp.  536-538.
45   A.U.Sa. Libro de  testificación de  cursos y grados de  las  facultades de
Cánones y Leyes 1533-1734. 683,  f. 62  v-63  r y 256  r.
46   A.G.N.  Ibídem.
47   SÁNCHEZ RODRÍGUEZ (2008), p.  281.
48   SÁNCHEZ RODRÍGUEZ (2008), p.  398.

BIBLIOGRAFÍA

ARAUZ  MONFANTE, C. E.  (1970). El contrabando holandés en el Caribe  durante la primera mitad del siglo  XVIII. Caracas: Academia Nacional de la Historia de Venezuela.
ARCILA  FARIAS,  E. (1956). Comercio entre  Venezuela y México en los siglos  XVII y
XVIII. México: El  Colegio de  México.
ARCILA  FARIAS,  E.  (1975). Economía colonial de Venezuela. Caracas: Italgráfica.
AZPURÚA,  R.  (1993). Curaçao y la costa de Caracas. Caracas: Academia Nacional  de  la  Historia de  Venezuela.
BORGES, A. (1960). Isleños en Venezuela. La Gobernación de Ponte y Hoyo. San- ta Cruz de  Tenerife.
BORGES, A. (1963 a).  La Casa  de Austria en  Venezuela durante la Guerra de Sucesión. Santa Cruz de  Tenerife.
BORGES, A. (1963 b). Álvarez de Abreu y su  extraordinaria misión en Indias. Santa Cruz de  Tenerife.
BRICEÑO  PEROZO, M.  (1981). Temas de  historia colonial venezolana. Caracas: Academia Nacional de  la  Historia de  Venezuela.
BRITO FIGUEROA, F. (1983). La estructura económica de Venezuela colonial. Caracas:  Universidad Central de  Venezuela.
BURKHOLDER, M. A. y CHANDLER, D. S. (1982). Biographical Dictionary of Audien-
cias  Ministers in  the  Americas, 1687-1821. Westport, Greenwood Press. CASTILLO  LARA,  L.  G.  (1981). Apuntes para  la historia colonial de  Barlovento.
Caracas: Academia Nacional de  la  Historia de  Venezuela.
FERRY, R.  J.  (1989). The  colonial Elite  of  Early  Caracas. Formation  & Crisis,
1567-1767. Berkeley: UCLA.
HERNÁNDEZ  GONZÁLEZ, M.  (2008). Los  canarios en  la Venezuela colonial (1670-
1810). Caracas: Bid  & co  editor.
HUSSEY, R.  D.  (1982). La  Compañía de  Caracas, 1728-1784. Caracas: Banco
Central de  Venezuela.
ITURRIZA GUILLÉN, C. (1967). Algunas familias caraqueñas. Caracas. Tomo II. LANGUE, F.  (2000). Aristócratas, honor y subversión en  la Venezuela del  siglo
XVIII. Caracas: Academia Nacional de  la  Historia de  Venezuela.
LEAL,  I. (1978). Libros y bibliotecas de Venezuela colonial (1633-1767). Caracas: Academia Nacional de  la  Historia de  Venezuela. 2 tomos.
LLORENS CASANI,  M.,  ANTUÑA  LLORENS, S. y ANTUÑA  LLORENS, A. (1988). Sebastián
del  Toro,  ascendiente de los  héroes  de la independencia de Venezuela. Jaén.
2 tomos.
MACÍAS  HERNÁNDEZ, A. M. (1992). La migración canaria, 1500-1980. Colombres: Archivo de  Indianos.
MARURI  VILLANUEVA, R.  (2009). «Poder con  poder se  paga: títulos nobiliarios beneficiados en  Indias  (1681-1821)», en  Revista de  Indias, núm. 246, pp.  207-240.
OLAVARRIAGA,  P. J. (1965). Instrucción general  y particular del estado presente de la provincia de Venezuela en los años de 1720  y 1721. Estudio preliminar de Mario Briceño Perozo. Caracas: Academia Nacional de  la  Historia de  Ve- nezuela.
QUINTERO, I. (2009). El  Marquesado de Toro,  1732-1851 (Nobleza y sociedad en la provincia de Venezuela). Caracas: Asociación académica para la  conmemoración del  Bicentenario de  la  Independencia.
SÁNCHEZ  RODRÍGUEZ, J.  (2008). Las  iglesias de Nuestra Señora del Pino  y las  er- mitas de Teror.  Islas Canarias: In  diebus illis.
SUÁREZ GRIMÓN, V. (1985). «Contribución al  estudio de  la  propiedad de  la  tie-
rra en  Gran Canaria. Fundaciones pías y vinculadas de  origen indiano en el siglo  XVIII», en  V Coloquios de Historia Canario-americana. Las  Palmas de  Gran Canaria: Ediciones del  Cabildo Insular de  Gran Canaria. Tomo II.
TORO RAMÍREZ, M. (1979). Genealogía de la Casa  de los  Marqueses del Toro.  Ca- racas.








No hay comentarios:

Publicar un comentario