sábado, 4 de enero de 2014

CAPÍTULO XLIII-II




EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1821-1830

CAPÍTULO XLIII-II




Eduardo Pedro García Rodríguez


La sociología de los grupos de colonos y criollos que controlaban las instituciones de gobierno durante el Trienio Liberal no implicaba un cambio drástico con respecto a las clases dominantes del Antiguo Régimen, pues en su mayoría se trataba de funcionarios, abogados, y terratenientes, cuyo ascenso político se había ido fraguando en el marco de la sociedad antiguorregimental, por ello no es de extrañar su tibieza en el fomento de una política reformista basada en el reparto de baldíos que pocas expectativas podían ofrecerles ya que estas tierras pobres que se entregaban en repartimiento estaban situadas en su mayoría en áreas marginales de las islas. Se entiende así que la frustración de las masas campesinas y de la burguesía rural que aspiraban a los repartos de tierras en sus demarcaciones y la movilización de la antigua terratenencia, temerosa de la marea de pleitos por la tierra que auspiciaban los nuevos ayuntamientos, constituyesen una alianza casual que dio lugar al levantamiento popular de 1823 en Tamaránt (Gran Canaria), que siendo un movimiento de aparente carácter absolutista tenía unas bases sociales muy dispares y adquiría el doble carácter de movimiento social de lucha campesina por la tierra y de levantamiento políticamente reaccionario orquestado por los criollos terratenientes.

Fue durante la denominada Década Ominosa en la metrópoli (1823-1833) cuando las ventas de tierras para liquidar créditos contra el Estado, así como las datas fraudulentas de baldíos en la colonia adquirieron una mayor trascendencia, afectando de forma significativa alas tierras de monte de Tamaránt (Gran Canaria) y Chinet (Tenerife). La distribución de baldíos en grandes datas otorga da por los comandantes de Marina y por el subdelegado regio D. Gerónimo de Villota fue especialmente importante en los montes de La Orotava, Vilaflor y Granadilla, en tanto que en Tamaránt (Gran Canaria) se entregaron importantes concesiones de tierras a prominentes cargos militares como fueron las 3.871 fanegadas de terreno cedidas al gobernador militar español de Tamaránt (Gran Canaria) en Guía, Moya, Tejeda y Mogán, las 2.118 fanegadas que obtuvo el comandante español de Ingenieros en San Bartolomé y Mogán y la data de 952 fanegadas de terreno al canario de servicio general Tomás Morales, comandante general de Canarias, en la montaña de Doramas, concesión que supuso la práctica extinción de aquel monte. (Juan Ramón Núñez Pestano1991)

1823. Sucedió un lance extraordinario en este pue­blo (Arrecife de Lanzarote), que pudo haber ocupado la sabia observación de un químico, así como llenó de espanto a los que vieron los efectos, ignorando la cau­sa. En cierto sumidero ya de muchos años desusado de la destila de los herederos de D". Josef Ginori, que parece iban a limpiar, entró un mozo; pero observando los circunstantes que ni llamaba ni res­pondía, ni salía; descendió otro a ver en que consistía, y con éste su­cedió lo mismo. Admirados los presentes de aquel encanto, se arrojó un tercero a examinar, y quedóse como los antecedentes. Los espec­tadores ya con el juicio alterado, así de la admiración, como por la relación que tenían con los desaparecidos, iban a repetir la bajada. Melchor, cuñado del último quitando aprisa la chupa para ir en pos de su hermano, cuando vecinos que llegaron en el momento frescos de fuera tuvieron que forcejar para apartarle y contener esta arreba­tada enfatuación en que se hallaban los espectadores resueltos a irse precipitando uno en pos de otro en aquel infernal agujero. Intervino el juez, destapóse a lo largo por encima, y se hallaron extendidos sin lesión alguna los tres cadáveres, pero el último que yacía más contra la puerta aún daba señales de vida.

Uno de los concurrentes me aseguró, que además de los tres di­chos, había empezado a bajar el 4° con la precaución de ir atado con una cuerda por la cintura y un farol en la mano; que a la mitad del descenso perdió el sentido y se apagó el farol, lo cual observado por los de arriba tiraron aprisa por el hombre, quien de allí a poco que estuvo al aire libre volvió en sí.

Una persona veraz que se halló presente en tan inaudita escena, me ha asegurado, que fueron siete los individuos que perecieron, el último de los cuales llamado Francisco escribe conoció siendo muchacho. Y aterrorizados ya los espectado­res no bajaban y extraían a los asfixiados con bichero de pescadores y los extendieron en hilera en la calle con doloroso asombro de cuantos los vieron. (J. Álvarez Rixo, 1982:121-122)

1823.
En un documento existente en el archivo de Acialcázar que corresponde al año 1823, constan los arbitrios de fortificaciones en las islas Canarias que consistían en:

I. Los sobrantes de Propios, de que no se dan cuenta.
2. El producto del 1% sobre todos los ramos comerciales de entrada y salida de las Islas, de que no existen cantidad alguna de que la Junta pueda disponer.
3. La Dehesa de Tamaraceite en la isla de Gran Canaria que fué enagenada por aquel Cabildo general.
4. El importante de la Sisa, concedida a la ciudad de la misma isla para este objeto.
5. La Dehesa del Mocanal en la Palma que administra y recauda aquel Ayuntamiento.
(En: José María Pinto y de la Rosa. 1996)

1823 Enero 22. Los pueblos en conflicto en Tamaránt (Gran Canaria) alcanzan un acuerdo de pacificación, pero los influjos absolutistas de los empleados de la metrópoli y los colonos hacendados hacen que la tensión aflore de nuevo entre los pueblos limítrofes con la Montaña de Doramas. A principios de 1823 se registran «diversas ocurrencias ruidosas» promovidas por aparceros y vecinos del común de los pueblos de Teror, Arucas y Firgas, cuyos vecinos aprovechan la declaración de un incendio en agosto para, al mismo tiempo que sofocan el fuego, destruir las propiedades y robar sus frutos. Los 100 soldados del Ejército de ocupación que se desplazaron desde Winiwuada (Las Palmas) a Moya no logran reprimir a los sublevados porque éstos, armados con los fusiles del Regimiento de Guía y con hoces y garrotes, logran ponerlos en fuga.
1823 Abril 17. En la metrópoli el Duque de Angulema, al mando de los llamados Cien Mil Hijos de San Luís, cruza el Bidasoa para derrocar el régimen constitucional instaurado en aquel país y devolver a Fernando VII sus poderes absolutos. Al tener conocimiento de la invasión, los sectores contrarios al liberalismo promovieron en los pueblos y ciudades alzamientos y motines para favorecer la acción de la “Santa Alianza”.
En la colonia de Canarias, los criollos más poderosos, así como la mayoría del clero, se alineaban con el bando absolutista y estaban en relaciones con la junta apostólica que había preparado la contrarrevolución. Por otra parte, entre los campesinos también provocaba rechazo la naciente legislación agraria liberal, así como lo que percibían como ataques a la religión y al orden tradicional. Y en el caso de la isla de Tamaránt (Gran Canaria), a ello hay que añadir las fuertes tensiones que desde tiempo atrás existían entre la capital y el resto de los pueblos y ciudades, que veían como una amenaza a sus derechos tradicionales y a su misma supervivencia la cada vez mayor influencia de Las Palmas; esto se agravaba con las medidas centralizadoras de los liberales, más proclives a favorecer a las ciudades y a la burguesía comercial e industrial que a los pueblos dependientes de la agricultura. De hecho, a lo largo de todo el siglo XIX se sucederán los motines y revueltas de los pueblos contra la capital, en defensa de sus fueros y derechos o privilegios.
La fecha de la sublevación en Tamaránt (Gran Canaria) se fijó para el 8 de septiembre, con el objetivo de asaltar la capital, destituir a las autoridades y proclamarse independientes de Chinet (Tenerife). Para ello contaban con el apoyo de algunas fuerzas de la milicia provincial y de algunas familias nobles de Winiwuada (Las Palmas). La escasa guarnición de la ciudad, así como la milicia cívica, se sintió alarmada por los rumores y conatos de levantamiento, hasta el punto de que el jefe político de Canarias, Rodrigo Fernández Castañón, se trasladó desde Chinet (Tenerife) con una columna de granaderos, desembarcando en Winiwuada (Las Palmas) el 30 de agosto de 1823. En aquellos momentos la victoria absolutista ya era casi total en la metrópoli, y sólo Cádiz resistía
En los pueblos del sur de la isla, la rebelión estaba encabezada por José Urquía, Juan Gordillo y Matías Zurita. Éste, nacido en Telde el 13 de diciembre de 1751, ya se había destacado por dirigir en 1808 una marcha contra la capital. Al amanecer del 7 de septiembre, fuerzas provenientes del centro y norte de la isla se concentraron al pie de la montaña de Tafira. Ante la noticia, Castañón se puso al frente de la milicia ciudadana, la columna de granaderos y algunas piezas de artillería de montaña. La masa de los sublevados la componían campesinos sin dirigentes cualificados, preparación ni armamento, de modo que no es de extrañar que cuando Castañón ordenó disparar algunas balas al aire huyeran en desbandada por los campos.
Pero al día siguiente los absolutistas se reorganizaron y, reforzados por algunas milicias provinciales, se dirigieron hacia Telde con José Urquía y Matías Zurita a la cabeza, acampando en la llanura de Cendro que domina el cauce del barranco de Telde. Las fuerzas gubernamentales no tardaron en salirles al encuentro, formando en orden de batalla frente a los amotinados. Antes de comenzar la lucha, Castañón envió parlamentarios ofreciendo a los rebeldes un perdón generoso si se retiraban a sus casas, lo que tuvo como efecto que los soldados y oficiales de las milicias provinciales se pasaran con armas y bagajes a los liberales. Los campesinos, al verse sin el apoyo de los milicianos, y ante el sonido de los primeros disparos, volvieron a huir por cerros y barrancos sin oponer apenas resistencia. Aquella misma tarde la columna liberal entró en Telde y acampó en la plaza principal.
Dado que Matías Zurita se había destacado como cabecilla de la sublevación, los liberales salieron en su busca, lo capturaron y en juicio sumarísimo lo condenaron a muerte, a pesar de su avanzada edad (contaba 72 años). El 13 de septiembre fue fusilado en la Plaza o Alameda de San Juan de Telde por los granaderos de Chinet (Tenerife), ya que los milicianos de Winiwuada (Las Palmas) no quisieron participar en tan injusta acción y regresaron a la capital la tarde anterior. Se cuenta que Zurita demostró gran entereza al llegar al lugar de la ejecución y exclamó: "¡Cuánta gente para ver morir a un hombre!".(Agustín Millares Torres).
1893 Abril 24.
En la mañana fondeó en la bahía del puerto de La Luz el vapor Reina María Cristina.
En él arribaron a las islas, camino de América, los Infantes Eulalia de Borbón (1864-1958) y Antonio de Orleáns, príncipe de Orleáns, su esposo. La joven pareja representaba a la Reina Regente y a España en las Antillas españolas y los Estados Unidos. Formaban parte de esa embajada el duque de Tamames, que portaba las instrucciones del Gobierno; el duque de Veragua —descendiente del gran almirante y que se llamaba Cristóbal Colón, como su antepasado—, en representación de la familia del descubridor; la marquesa de Arco Hermoso, dama de honor de la Infanta; y Pedro Jover, secretario particular del Infante. Su principal objeto era mitigar el descontento que reinaba en las Antillas y también el de establecer nuevos vínculos con los Estados Unidos de América.

Doña Eulalia era la menor de las cuatro hijas de la reina Isabel II; la tercera la Infanta Pilar había fallecido de improviso a los dieciocho años de edad. Las restantes hermanas Isabel Francisca, Paz y Eulalia poseyeron muy diferente carácter, si bien, permanecieron siempre entrañablemente unidas en fraternal afecto. Las tres tuvieron personalidades muy definidas y notables. Doña Isabel Francisca era altiva y llana al mismo tiempo, muy pagada de su rango y amiga de la popularidad callejera. Doña Paz prefería la intimidad del hogar, la piedad y las letras; patrocinó importantes obras de enseñanza y de beneficencia, apasionada hispanista y extraoficial embajadora de la cultura española en Alemania. Casada con el príncipe Luis Fernando de Baviera, médico, cirujano, entusiasta de la Histología y de la música. Vivía en el palacio muniqués de Nymphenburg. Señalaremos que Eulalia de Borbón era mujer de gran belleza y elegancia, «sangre de Capetos»: una cabeza enhiesta, donde el prognatismo y la frialdad celeste de la mirada dice altivez, mientras que una leve sonrisa, acentuaba la feminidad inteligente.

Eulalia de Borbón perteneció a una escuela cosmopolita de mujeres, que culminó en María Bashkirtseff, y, de modo más particular, a una escuela cosmopolita de princesas, que culminó en Elisabeth de Austria.

Los temas de estas dos escuelas eran «el cultivo del yo» y la angustia «por vivir su vida». Eulalia de Borbón tomó este último lema en su famoso libro J´ai voulu vivre ma vie.

Los Infantes Eulalia y Antonio de Orleáns fueron objeto durante su breve estancia, en Gran Canaria y en Tenerife, de un recibimiento entusiástico. Las impresiones de este viaje son así «recreadas» por Doña Eulalia en sus Memorias:

Fuimos acogidos jubilosamente y me llamó mucho la atención los ¡hurras! que nos daban miles de ingleses que habían invernado en las islas y acudían al recibimiento. Después de recibir en el palacio del Gobierno a las autoridades y representaciones distintas, escalamos al Teide y regresamos a bordo para la larga monótona travesía.

El programa se desarrolló conforme a un arquetipo que luego sería utilizado en las posteriores visitas reales. La mañana del 24 de abril de 1893 fondeó en la bahía del puerto de La Luz el vapor Reina María Cristina. Nada más desembarcar, fueron saludados por las autoridades, se dieron vivas a España, al Rey y a los Infantes, ampliamente coreados por la multitud que allí se había congregado. Seguidamente se trasladaron a la plaza de Santa Ana, donde fueron recibidos por el alcalde accidental Diego Mesa de León, al frente del ayuntamiento, el obispo y el presidente de la Audiencia. Tras la recepción, penetraron bajo palio en la Catedral Basílica, donde se cantó un solemne Te Deum. Luego visitaron el tesoro catedralicio. Más tarde, acompañados por el alcalde y los próceres grancanarios, dieron un paseo por la ciudad, admirando especialmente el monumental barrio de Vegueta; todavía, pudieron visitar el Museo Canario, entonces ubicado en unas dependencias del palacio Municipal. La gracia y el empaque de la joven pareja despertó la simpatía de la gente de a pie, que recordó largamente los pormenores de esa ronda por el centro de su histórica ciudad. Finalizado el recorrido, se trasladaron al palacio episcopal, donde el obispo José Cueto y Díez de la Maza obsequió a los Infantes, y a su séquito, con un espléndido almuerzo. Luego, tuvo lugar una breve excursión campestre, al regreso de la cual asistieron a los diversos festejos organizados en su honor, para, ya de anochecida, trasladarse al trasatlántico, que levó rápidamente anclas y partió hacia Tenerife.

A Santa Cruz llegaron al amanecer del día siguiente, 25 de abril de 1893. Al desembarcar, en el propio muelle los Infantes fueron saludados con el ceremonial que la ocasión requería, por el capitán general, José López Pinto y Marín Reina, y por el gobernador civil de la provincia, Julián Settier y Aguilar. Tras la presentación a las diversas autoridades, revista de la fuerza militar, se trasladaron, siempre entre el clamor popular, hasta la parroquia matriz de Nuestra Señora de la Concepción, en la que tuvo lugar la solemne función religiosa. Luego de una parada militar y desfile de las tropas de la guarnición, recorrieron la ciudad, en compañía del alcalde accidental, Francisco Delgado, con visita a los centros hospitalarios y culturales. Al mediodía se celebró un banquete ofrecido por el ayuntamiento capitalino y por la noche, función de gala en el teatro municipal.

Al finalizar la gala en el teatro municipal los Infantes se retiraron directamente al Reina María Cristina. Al bajarse del coche, Doña Eulalia se dio cuenta de que uno de los hilos de su collar se había roto y desperdigándose las perlas; inmediatamente se inició la búsqueda y aunque en el interior del vehículo se encontraron algunas, muchas habían desaparecido, posiblemente en el trayecto. Comenzó un exhaustivo rastreo y, asombrosamente, aparecieron todas las perlas. Rasgo de la honradez de los santacruceros que la Infanta agradeció profundamente.


EXCURSIÓN A SAN CRISTÓBAL DE LA LAGUNA Y AL VALLE DE LA OROTAVA.

Al día siguiente salieron temprano de Santa Cruz y a primeras horas estaban ya en La Laguna. En la plaza de San Cristóbal, fueron recibidos por la corporación municipal presidida por Cirilo Olivera y Olivera, quien presentó a las diversas entidades de la ciudad y a sus más ilustres conciudadanos. Desde allí, se encaminaron a la entonces vetusta catedral, donde esperaba el obispo Ramón Torrijos y Gómez con el cabildo catedralicio. Los Infantes penetraron bajo palio en el templo, cantándose a continuación el Te Deum de rigor. A la salida, se trasladaron al recién adquirido palacio episcopal —la antigua casa Salazar, en cuya verja de entrada colocó ese obispo sus armas heráldicas—, donde se sirvió un desayuno. Luego, siempre entre el aplauso de los laguneros, recorrieron las principales vías públicas. Al punto, se despidieron y tras agradecer las atenciones recibidas, continuaron camino al norte de la isla.

Al mediodía de ese 26 de abril de 1893 llegaron a La Orotava, la contemplación del Teide y del famoso valle era el primordial objeto de esta excursión. En el punto en que confluyen desde la carretera del norte los ramales de la Villa y del Puerto, habían erigido un hermoso arco de camelias, junto al que esperaban, el alcalde, Enrique de Ascanio y Estévez, al frente del Ayuntamiento, el clero, títulos del reino, autoridades civiles y militares, vecindario de la Villa y de los pueblos comárcales. Al detenerse el coche, la marquesa de La Candia, al frente de una comisión de señoras4 ofreció a la Infanta un precioso bouquet, mientras un grupo de niñas arrojaban flores a su paso, en medio de continuos vítores y de los acordes de la banda de música. Desde el ramal se trasladaron al «Gran Hotel y Sanatorium del Valle de Orotava», en el inmediato municipio de Puerto de la Cruz. En los propios jardines fueron recibidos por el alcalde Luis González de Chaves y Fernández. A continuación, en el interior del hotel, se celebró un banquete, girando luego un paseo a pie, para regresar directamente a Santa Cruz, y embarcar seguidamente en el Reina María Cristina.

Tanto en Tenerife como en Gran Canaria, Doña Eulalia entregó a los alcaldes de todas las poblaciones visitadas importantes sumas para ayuda de los más necesitados. La Infanta, conocedora como nadie de su oficio de princesa se desenvolvió con el mejor estilo y exquisito tacto, dejando al abandonar el Archipiélago grato recuerdo de su presencia. Al siguiente día, desde alta mar, escribió a su madre, describiéndole la impresión que estas islas le habían causado. Documento que recoge Marcos Guimerá Peraza5 en su obra El Pleito Insular:

La propia Infanta Eulalia ha contado su viaje, en dos libros suyos. En una carta a su madre, Doña Isabel II, fechada en Tenerife el 27 de abril, se refiere a la «manera tan entusiástica y espléndida con que hemos sido acogidos en Las Palmas y en Santa Cruz de Tenerife, en esas dos Islas hermanas que, como muchas hermanas, no siempre van perfectamente de acuerdo». Y en la misma carta se refiere a «la penosa impresión que me produjo el poco interés que nuestros compatriotas demuestran por estas Islas». (Antonio Luque Hernández, 2009)

1823 Abril 29. En Puerto Mequínez (Puerto de la Cruz) Chinet, hubo fuertes lluvias con  vientos del N.O. Como consecuencia del mal tiempo naufragó en el Rey, un velero del tráfico interior llamado el Patache. Era su propietario y patrón don Agustín Casares.
1823. Mayo 4.
En la ermita del Arcángel San Rafael extramuros de esta Villa Capital Ysla de Lanzarote una de las Canarias á veinte y cuatro días del mes de mayo año de mil ochocientos veinte y tres: ante mi el Escribano y testigos que se designaran pareció a esta hora de las once de la mañana el que dijo llamarse Don Antonio del Rio y ser Capitán, Primer Piloto, y maestre del bergantín Goleta Español nombrado Las Amalias (a) Centinelas y que el día dos del presente mes por la noche dio a la vela del del Puerto de Barcelona que se halla en la Latitud Norte de cuarenta y / un grado y veinte y seis minutos y en la Longitud de ocho grado veinte y ocho minutos al Leste del meridiano de Cádiz con destino a la ciudad Puerto de Cuva [Cuba] en la Ysla de Santiago del mismo nombre que se halla en la Latitud Norte de veinte grados cincuenta y dos minutos al Oeste del mismo meridiano y que habiendo navegado hasta el Sábado a medio día diez del corriente y hallándose inmediatos al monte de Gibraltar por la parte del Leste le visitaron los corsarios faluchos españoles de los quales uno era guardacostas de Algeciras y el otro particular armado contra los franceses que el capitán de uno de los expresados corsarios les advirtió que el gobierno español había declarado la guerra a la Francia y que ya se hallaban detenidos en Algeciras tres barcos por uno de los faluches de aquel puerto que en vista de esta noticia y hallándose en calma hacia ya algún tiempo y considerando que según el cariz no había señales de viento favorables para desembocar determinó entrar en la Bahía de Gibraltar auxiliado por la palamenta y de algunas ventolinas variables lo que efectivamente benefició anclando en el fondeadero de Algeciras al medio día en siete brazas de agua.

Que habiendo continuado la calma permaneció anclado en dicho fondeadero hasta el quince al amanecer que habiéndose llamado y afirmado el viento al NE se puso a la vela a las diez de la mañana siguiente su navegación con el mismo viento hasta el domingo diez y ocho del presente mes al amanecer que hallándose en la Latitud Norte de treinta y un grado veinte y nueve minutos y en la Longitud de cuatro grados diez y nueve minutos al oeste de Cádiz tiempo caliginoso viento Nordeste gallando marejadilla del viento y del Norte y elevando la proa al Sudoeste quarta al oeste del compas con la intención de pasar entre la costa de África y las Canarias descubrió por la proa esta Goleta de dos gabias que seguía la vuelta del este y estaban a muy corta distancia y como había mucha neblina y era aún al amanecer hizo todas las maniobras y diligencias necesarias a fin de liberarse del peligro de ser apresado en que se hallaban, pero a las diez de la mañana teniendo ya a nuestro costado la referida Goleta se ven en la necesidad de rendirse habiendo sido apresados con la bandera Colombiana; que inmediatamente mandó el bote a bordo del buque de mi mando y le llevaron al corsario con todos los demás tripulantes a excepción de dos que dejaron a bordo de la presa tripulando esta y carga como – Rol, patente, contraseña conocimientos y demás de los que se apoderó el comandante declarando que toda era buena presa por la bandera de Colombia que de aquel punto y permaneciendo a la de dicho corsario se dirigieron a estas Islas a las que llegaron el veinte y anclaron entre esta y la de la Graciosa donde nombran el Río con el corsario y presa despachando esta el veinte y uno para la costa firme y echando los marineros prisioneros en un despeñadero de esta de Lanzarote conservando a su bordo al compareciente a su segundo, al pilotín, contramaestre , y paje hasta el veinte y dos por la tarde que los echaron en la expresada Ysla de La Graciosa que está desierta en la que permanecieron hasta ayer veinte y tres por la mañana en compañía de unos pescadores que les condujeron a esta de Lanzarote y a su Villa capital en la que les pusieron inmediatamente en cuarentena de observación en esta Ermita del señor San Rafael situada extramuros de ella en esta atención deseando hacer constar los hechos que deja relación y no quedan responsables en manera alguna de las perdidas, daños y perjuicios que han recibido los dueños del cargamento que traía a su bordo con motivo de haber sido apresado por la Goleta Colombiana de que lleva hecho mención en la vía y forma que mejor lugar haya en derecho y enterado del que en este caso le compete otorga que los protesta una dos tres y las mas veces en derecho necesarias contra el mar Vientos cargabres y demás contra quienes deba hacerlo, y pide a mi el escribano le de fe por fe y testimonio esta protesta que asegura bajo de juramento hecho en debida de que certifico no las hace de malicia sino por los motivos relacionados, y en comprobación de su verdad presenta por testigos de vista que presenciaron el apresamiento y demás hechos que lleva expuesto a Don Francisco Grau, segundo piloto, a Don Eloy Bazalt pilotín y a Don Juan Sintas contramaestre de la dotación del expresado buque que fue de su mando quienes bajo de juramento que también hicieron según por derecho – quienes aseguración que cuanto lleva expuesto su capitán en esta protesta es la pura verdad de los sucesos que les han ocurrido en su navegación en la que se afirman y se afirman bajo el mismo juramento: Así lo expresaron otorgaron y firmaron hallándose presente como testigos Marcos Miguel Lorenzo, Nicolás Hernández Matías Baptista de esta vecindad.” (AHPLP. Escribano Matías Rancel, Lanzarote. Legajo 2932, año 1823. Folio 229-230.)

1823 Junio. El Ayuntamiento de Mazo en Benahuare (La Palma) había acordado instruir expediente para la creación de una parroquia de la secta católica del citado pago, que terminaría convirtiéndose en el embrión del nuevo municipio.

El distrito parroquial de Fuencaliente no se crearía hasta julio de 1832. Años después, en agosto de 1836, se daba curso al informe que sobre la segregación del sur se solicitaba desde el Gobierno Civil. Se consideraron juntas las reivindicaciones de los fuencalenteros que alegaban a su favor, entre otras razones, la gran distancia que les separaba de mazo, la carencia de servicios públicos propios y la existencia de suficiente patrimonio como para desarrollar su autonomía. Los límites del nuevo territorio municipal, surgido en 1837, se hicieron coincidir con los de la jurisdicción parroquial formada cuatro años antes. Pese a todo Fuencaliente intentaría, sin éxito, la reunificación en 1852 y 1853 y todavía en 1868 la cuestión se seguirá planteando, pero la vida en común de ambos pueblos era ya a todas las luces imposible.

1823 Julio 19.
Treinta y seis años después de que el Rey Carlos III prohibiese por Real Orden los enterramientos en las iglesias, fue bendecido oficialmente por el Vicario y Beneficiado de la parroquia de la Concepción de La Orotava Domingo Currá Abréu el Cementerio católico de esta Villa.

El cementerio era por esos años una necesidad acuciante en la Villa pues las iglesias y ermitas ya no daban abasto para afrontar tantos enterramientos, debido a los problemas de insalubridad que presentaban, y al hecho de que los dos cementerios provisionales creados urgentemente en los años 1816 y 1821 no ayudaron a solucionar estos inconvenientes.

Durante años como era costumbre en el Antiguo Régimen, se enterraba a los fieles en las iglesias. En el caso de La Orotava se empezó a enterrar primero en la iglesia de la Concepción, no en vano su curato data de 1503 y luego desde 1681 se compartió con la recién creada parroquia de San Juan Bautista.

Aunque La Orotava ya tardado mucho tiempo en tener un cementerio permanente, a pesar de la R. O. de Carlos III, no es una situación distinta al resto de los municipios canarios, porque como señala Francisco José Ga­lante en su libro Los Cementerios otra lectura de la Ciudad Burguesa, en Canarias se vulnertaron en mñultiples ocaciones aquellas disposiciones reales.

Aun así, La Orotava pudo haber sido el `primer municipio canario en constar con un camposanto municipal, pues su primer proyecto de necrópolis data del año 1790, obra del teniente coronel Juan Antonio de Urtusústegui y Lugo, quien se propuso situarlo en la inmediaciones del nuevo templo de nuestra señora de la Concepción, pero lamentablemente no se llevó a cabo, por los inconvenientes que ese lugar presentaba.

Esa temprana preocupación tuvo su origen a finales del siglo XVII al surgir pro­blemas con las sepulturas en las parroquias, se empezaron a realizar enterramientos en er­mitas y Conventos, para liberar la tremenda presión que soportaban las dos iglesias parroquiales.

La Orotava contaba a finales del siglo XVII con cinco conventos, tres masculinos y dos femeninos. El de San Lorenzo de frailes franciscanos. el de San Benito de dominicos, el de San José de monjas clarisas, el de San Nicolás Obis­po de monjas catalinas y el de Nuestra Señora de Gracia de padres agustinos, siendo todos ellos utilizados en mayor a menor medida como lugar de enterra­miento, no sólo para los patronos de las capillas, sino también para el pueblo en general.

PARROQUIAS DE SAN JUAN Y DE LA CONCEPCIÓN

Durante años, tanto en la iglesia de San Francisco como en el convento de San Lorenzo, se dio sepultura a los cadáveres de los feligreses de las dos parroquias villeras que deseaban ser enterrados en su bendito suelo, si bien los provenientes de San Juan, lo hacían de una manera más esporádica. Durante el siglo XVIII, los fieles difuntos de esta parroquia recibieron, casi todos, sepultura en su iglesia titular, que contaba a mediados de dicho siglo con catorce filas de sepultura situadas en la nave principal que iban “desde la puerta principal hasta la grada del pavimento”.

Esa parroquia continuó en la misma situación durante el siglo XIX hasta que el dos de junio de 1816 fue bendecido el cementerio provisional de la Villa de La Oro­tava que la justicia determinó en un terreno contiguo al convento franciscano, en un emplazamiento donde había estado la antigua iglesia de dichos religiones, incendiada en 1801.

Desde entonces y hasta finales de febrero de 1817, la parroquia de San Juan estuvo enterrando sus fieles allí, pero desde esa fecha, dada la imposibilidad de recibir este cementerio provisional más sepulturas, volvió nuevamente a enterrar sus difuntos en su iglesia, en esta ocasión compartiéndolos con la ermita de Santa Catalina, la de San Jerónimo en la Perdoma (Higa), La Piedad y la Candelaria. Así estuvieron hasta el 24 de mayo de 1820 cuando por espacio de seis meses se realizaron los enterramientos en el convento de San Agustín, convertido en esos momentos en un nuevo cementerio provisional. La situación era sumamente delicada lo que originó que en determinados momentos los templos tuvieran que cerrarse para poderlos someter a las necesarias medidas de desinfectación y control sanitario.

Durante la primera mitad del siglo XVIII, el caso de la parroquia de la Concepción fue muy similar al de San Juan, ya que principalmente estuvo enterrando a sus fieles en su propia iglesia, aunque a partir de la segunda mitad comenzaron los enterramientos en las iglesias de los conventos de Nuestra Señora de Gracia y de San Nicolás. A finales de dicha centuria, era mayor el número de enterramiento fuera de la Concepción que en ella, destacando las iglesias de los conventos de Santo Domingo y de San Lorenzo como los lugares más utilizados para enterrar a los fallecidos. Ello se debió en parte al lamentable estado en el que quedó la iglesia de la Concepción tras los terremotos del volcán de Güimar, que obligó incluso a su derribo en 1768, volviendo luego a levantarla con su actual configuración.

La concepción también dio sepultura a sus fieles en el cementerio provisional instalado por las justicia en las cercanías del convento de San Francisco por un periodo de ocho meses. Luego continuó con las sepulturas en las ermitas de San José, San Sebastián y San Felipe, e incluso entre enero y marzo de 1818 en la de San Miguel, para luego volver a realizarlos en su glesia. Pero ya la situación era verdaderamente insostenible por lo que se decidió nuevamente dejar de enterrar en la Concepción, consignándose su último sepelio el 15 de octubre de 1821, cuando se enterró en dicha iglesia el cadáver de Cándido Díaz Febles.

Desde entonces, y hasta el 19 de julio de 1823, fecha del primer enterra­miento realizado en el Cementerio Católico de la Orotava, que correspondió al niño de seis años Vicente Barroso, los fieles de la Concepción fueron pasando de dicha iglesia a San Agustín, por espacio de seis meses, de ahí a Santo Domingo por once más y luego a la ermita de San Roque entre abril y mayo de 1823 y a la de San Sebastián entre junio y julio de ese año. En este lugar se realizaron los últimos siete enterramientos provenientes de la Concepción.


LA CONSTRUCCIÓN DEL CEMENTERIO.

Si bien la publicación del decreto de Cortes de noviembre de 1813 alentó nuevamente a La Orotava a construir un cementerio permanente que aliviara los problemas de insalubridad que estaban padeciendo sus iglesias y ermitas, no sería hasta agosto de 1817 cuando se comenzaron a dar los primeros pasos esta dirección. La Junta Superior de Sanidad, para buscar un emplazamiento, creó una comisión que eligió unos terrenos del marques de Torrehermosa como los adecuados para la construcción del camposanto, empezando a realizarse las obras inmediatamente, pese a la escasez de recursos municipales. Pero debido primero a problemas con la legitimidad, el valor de dichos terrenos y la falta de recursos económicos, las obras se retrasaron varios años. Como hemos visto, la situación en octubre de 1821 era insostenible tamo la parroquia de la Concepción como la de San Juan no admitieron más enterramientos en sus iglesias.
Según apunta Juan Alejandro Lorenzo Lima en su obra Una faceta olvidada de Fernando Estévez. Su trabajo como urbanista en la Orotava, uno de los grandes lastres en la Captación de fondos para el para el cementerio fue el nulo apoyo económico del beneficio deja Concepción, por lo que el Ayuntamiento, antes la falta de liquidez, intentó obtener licencia del obispado para derribar las ermitas de San Roque y San Sebastián reutilizando después sus materiales en la construcción del camposanto. La petición fue rechazada desde La Laguna alegando que no podían autorizarlo porque dichos recintos eran responsabilidad de la Diputación Provincial.

La situación era tan alarmante, que tras la autorización del Jefe Superior político de tomar 850 pesos de los presupuestos para volver a ini­ciar las obras, éstas se retomaron rápidamente, aunque en el otro extremo de la finca del marqués de Torrehermosa, para utilizar el muro colindante con la huerta de los padres franciscanos, como parte del cementerio. Los trabajos comenzaron, pero dado que ya no se sabia donde seguir enterrando, el Ayuntamiento de La Orotava pidió al Provisor y Vicario General del obispado José Martinón que concediera "la licencia de bendecir el cementerio que se está construyendo con el objeto de empezarlo a usar en cualquier día que no haya otro recurso”. José Martinón accede a petición y concedió la facultad para bendecir dicho cementerio en construcción a Domingo Currás, haciéndole saber el 23 de junio.

Todavía a comienzos de ese mes, la parroquia de San Juan enterraba en San Agustin y la Concepción en la ermita de San Sebastián, y eso a pesar de los altos indices de insalubridad que ambos lugares presentaban. El Ayuntamiento dada la urgencia en subsanar esta deficiencia, acordó que “sin pérdidas de tiempo se proceda a poner la puerta provisional que ya se haya hecha y a cercar el cementerio al alto de dos varas en toda extensión”.

A los pocos días, el definitivo cierre de la Iglesia de San Agustín y de la ermita de San Sebastian obligó a bendecir el cementerio para proceder des­de esa misma fecha a los entierros en este camposanto que fue construido según planos del destacado hijo de esta Villa, el escultor Fernando Estévez, imitando a su maestro José Lujan Pérez quien realizó los proyectos del cementerio de Las Palmas de Gran Canaria. (José Manuel Rodríguez Maza. 2009).

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