CAPITULO VIII
AÑO
1496
Errores del primer cronista. Nueva escasez de mantenimientos en el
Real de Santa Cruz: solicítanlos infructuosamente en el mes de Marzo
en Canaria y con éxito en Mayo del duque de Medina Sidonia. Tirantez
insostenible entre nobles y siervos guanches. Trabajos políticos del
general Lugo y su tratado secreto a fines de Junio con la nobleza
liguera. Celebración el 25 de Julio de la paz de Los Realejos entre
españoles y la nobleza liguera. Sublevación de los siervos
ligueros.
Es difícil juzgar a ciertos autores como nuestro primer cronista
fray Alonso de Espinosa, en ocasiones fuente de datos preciosos y en
otras de verdaderas monstruosidades históricas. Tienen natural
explicación sus errores por mala interpretación o ignorancia de los
hechos, pero lo que no se explica es la omisión voluntaria de
noticias porque contradicen sus afirmaciones; y decimos voluntarias,
porque su obra ofrece pruebas de que sacó testimonios de los libros
originales del Cabildo de La Laguna donde constan las noticias a que
aludimos, que pasó por alto. Habríase de renunciar a la crítica y
al análisis para ocultar la verdad de los acontecimientos, de
conformarse con la especie de escamoteo del fraile dominico al
período histórico tal vez más interesante de la conquista de
Tenerife.
Dice el citado cronista refiriéndose a la batalla de La Victoria:
«Desde este día acobardaron los naturales y los nuestros conocieron
ser ya la tierra suya; y recogiéndose algunos días en el Realejo
aguardaron el designio del enemigo; y viendo que no acudía en
escuadrón formado como solía, envió el Gobernador y capitanes
algunos caballos y hombres ligeros a correr el campo; los cuales
volviendo al Real y trayendo algunos prisioneros consigo dijeron que
ya no había más que temer, porque en la batalla pasada habían
puesto los naturales su buena o mala fortuna y así estaban de paz; y
también porque no había casi gente, ni la hallaban con quien pelear
por morirse todos de una pestilencial enfermedad, y así los hallaban
de ciento en ciento muertos y comidos de perros. Estos perros eran
unos zatos o gozques pequeños que llamaban cancha, que los naturales
criaban, y como por la enfermedad se descuidaban de darles de comer,
hallando carniza de cuerpos muertos tanto se encarniza ron en ellos
que acometían a los vivos y los acababan; y así tenían por remedio
de su desventura los naturales dormir sobre los árboles cuando
caminaban por miedo de los perros. Fue tan grande la mortandad que
hubo, que casi quedó la isla despoblada, habiendo más de quince mil
personas de ella; y así a su salvo podían los españoles correrla
sin mucha resistencia. Con questo estuvieron tres años en sujetarla,
ganarla y apaciguarla; y tardaran mucho más, si la peste no fuera,
por ser la gente della belicosa, temosa y escaldada».
Y seguidamente continúa en el capítulo X:
«Ya que el Gobernador y caballeros de la conquista vieron la tierra
pacífica y quieta, que ya no tenían nececidad de andar con el
cuidado de las armas, volvieron su estudio y diligencia en componerse
a sí y ordenar modo de vivir tranquilo y sosegado y por leyes
civiles y urbanos regidos con que lo adquirido se conservase; y así
escogiendo para vivienda el lugar de La Laguna...».
Todo esto es inexacto, completamente gratuito y hasta de cierto sabor
infantil que recuerda los cuentos de niños. Aparte de hallarse
desmentido por todos los historiadores, incluso su coetáneo Viana,
el relato es inverosímil. No hemos de comentarlo, pero ¿no es tan
extraño como original de que los españoles ignoraran las fuerzas
guanches cuando acababan de tener una batalla y podían avalorarlas?
¿No es asombroso que a los pocos días casi todos murieran a
centenares de la modorra? ¿Acaso no es regocijante aquello de los
perrillos acometiendo a los hombres y acabándolos, obligándolos a
dormir sobre los árboles, cuando en todo caso tenían a su alcance
millares y más millares de reses menores, completamente inofensivas
y probablemente de carne más sabrosa. En conclusión, fray Alonso de
Espinosa sale del paso dando un corte a los acontecimientos, para
rendir la isla 9 ó fO meses antes de la fecha en que tuvo lugar.
Ya dijimos que después de permanecer el ejército español 9 días
sobre el campo de batalla curando sus heridos, contramarchó al Real
de Santa Cruz el 6 de Enero a donde llegó ese mismo día. No hay
noticias de que realizara operaciones militares durante varios meses,
pero es de presumir practicara reconocimientos ofensivos como
acostumbraba de vez en cuando a lo largo de la trocha. Lo que sí se
sabe es que no obstante los socorros de vituallas de los aliados
güimareros, la escasez de víveres volvió a sentirse en el
campamento; viéndose el general Lugo en la necesidad de solicitar a
fines de Marzo subsidios a los proveedores de Canaria, que se los
negaron en absoluto; y en situación tan apurada el mismo general de
acuerdo con el Capitán Mayor Bartolomé Estupiñán, determinaron
enviar en últimos de Abril a Alonso de la Peña al duque de Medina
Sidonia para que los favoreciera. No fue sordo el general procer a la
demanda, porque sin pérdida de tiempo les despachó un buque con 30
barriles de harina, 24 fanegas de garbanzos, 60 quintales de
bizcocho, 20 toneles de vino y 80 arrobas de aceite, fondeando en
Añaza la embarcación a fines de Mayo.
Mientras los castellanos como vemos pasaban grandes privaciones
arbitrando por todas partes recursos, en otro orden de cosas no era
menor el conflicto entre los guanches, pues la cuestión social
planteada a la nobleza por los siervos se agudizó después de la
batalla de La Victoria, en que ya al descubierto los curas babilones
se pusieron a la cabeza de los descontentos villanos. Es indudable
que cuantas noticias respecto al particular hemos podido recoger
carecen de fijeza en los detalles, pues sólo hablan de que los
siervos celebraban secretamente de noche sus conciliábulos, de que
cometían en colectividad desmanes en venganza, robaban el ganado a
los señores y asaltaban los aregüe-mes o depósitos del común para
reintegrarse de lo que les detentaban, sin lograr los nobles
descubrir a los malhechores; ofreciendo una concertada resistencia
pasiva, hasta que concluyeron por no recatar sus pretensiones y
declarar públicamente que antes de batirse contra los españoles
habían de reconocerles sus derechos. Parece contribuyó a dar mayor
pábulo al movimiento de la nobleza güimarera a los principios
aristocráticos, que al ver perdida su nacionalidad, en su implacable
odio a los taorinos establecieron un régimen de relativa igualdad
que sirvió de pernicioso ejemplo.
Aparte de que las circunstancias en que se encontraba el pueblo de
Güímar parecen abonar hasta los mayores extremos, prestan visos de
veracidad a dicha revolución dos particulares: 1Q: Que de la isla,
únicamente en el territorio que constituyó el reino de Güímar
aunque no es general, existe la tradición de que «todos eran
iguales del rey abajo», como si prevaleciera en la memoria de parte
de sus deseen
Fotografía 1.—Relieves de Bencomo y Alonso Fdez. de Lugo, en la
fachada de la iglesia de Ntra. Sra. de la Concepción, Realejo Bajo.
(1)
dientes esta radical reforma de última hora; y 2°: Que el sistema
de igualdad absoluta en que estaban organizados los alzados muchos
años después de la conquista, se dice lo copiaron de los
güimareros.
Sea lo que fuere, no obstante lo confusas y mal delineadas
referencias, no es posible poner en duda la contienda moral
entablada, que pronto confirmarán acontecimientos de vital
importancia; como tampoco dejan dudas las tradiciones, por otro lado
en armonía con los sucesos, a que siendo los ligueros los que se
encontraban en acción por su lucha con los españoles, fue entre
ellos donde primero se exteriorizó con caracteres alarmantes el
choque de intereses de clases; llegando a tal punto las exigencias de
los villanos y la indignación de los nobles, que convencidos éstos
de lo insoluble del problema dentro de sus antiguas instituciones,
concluyeron por enredarse en las tentadoras mallas tendidas por el
general Lugo; que apareciendo inactivo durante seis meses en el Real
de Santa Cruz manejó sin descanso los invisibles hilos de la intriga
entre aquellos bárbaros tan apasionados como tozudos, hasta lograr
el éxito más completo.
El resultado fue una conjura de la nobleza liguera a espaldas de los
villanos y la celebración secreta a fines de Junio de las bases del
tratado de paz de Los Realejos, según las cuales a cambio de hacerse
los guanches cristianos y reconocer la soberanía de los Reyes
Católicos, les garantizaba el general Lugo la libertad con igualdad
de derechos y deberes que los españoles; compromisos que hay que
reconocer cumplieron todos honradamente.
Establecido este concierto, el general Lugo movió su ejército en 30
de Junio sobre Taoro, a donde iba por primera vez llegando al
siguiente día 1°. de Julio y sentando el Real en el hoy Realejo de
Arriba; mientras las fuerzas de la Liga no tardaron en aparecer
acampadas detrás de la estratégica e imponente sierra de Tigaiga,
ignorándose, dado el estado de cosas, de qué medios se valieron los
jefes para incorporarlas.
Permanecieron ambos ejércitos 20 ó más días en sus respectivas
posiciones sin librar el menor encuentro, ni intentar el más pequeño
reconocimiento; pues no se necesita ser muy sagaz para comprender los
verdaderos peligros que corrían y por lo tanto las vacilaciones y
temores de los conjurados para conducir engañada una parte del
ejército, compuesta de hombres levantiscos y fanáticos por su
patria. Mas de pronto en la amanecida del 24 de Julio el ejército
liguero, fuerte más o menos en unos 3.000 hombres y mejor armados a
la europea que en tiempos anteriores, abandonó su inexpugnable
posición para acampar en el Realejo Bajo, como a tiro de espigarda
de los castellanos. De aquí el nombre de Los Realejos que dieron
lugar después al lugar de Taoro, en memoria de los dos Reales
enemigos emplazados tan cerca. El día 24 se lo pasaron ambos
ejércitos contemplándose como si se vieran por primera vez o
temieran de embestirse.
Todo induce a la creencia de que los conjurados ligueros, de acuerdo
con el general Lugo, situaron las fuerzas guanches para contar en
caso necesario con las armas españolas. Atribuyendo los cronistas a
una repentina determinación del rey de Taoro el hacerse cristiano y
reconocer la soberanía de España, le ponen en boca una arenga
patética y emocionante para convencer a sus guerreros de la
conveniencia de someterse. Esto será muy poético pero contrario a
la verdad histórica.
He aquí cómo refiere Viana tan importante suceso:
y víspera del día señalado que celebra la iglesia soberana de San
Cristóbal, con el grueso ejército fue divisado del Real de España
a la parte de abajo en un asiento cercano al suyo, cuando el claro
día despuntaba y el sol en el Oriente su alegre luz comunicaba al
mundo. Estaban los soldados de ambas partes los unos de los otros
contemplando las fuerzas invencibles, la braveza, sin que ninguna
parte pretendiese acometer ni dar batalla entonces, porque los
españoles en su puesto estaban tan a punto y prevenidos, y tan
fortificados, que quisieran que les acometiesen los contrarios allí
do estaban todos tan acomodo, porque vieron traía el enemigo mayor
poder de gente, y con las armas que nunca jamás tuvo; y esto mismo
consideró Benytomo1, y conociendo tenerle gran ventaja los de España
en el lugar do estaban: pretendía esperar que primero le embistiesen
para provecho suyo, y con aquesto frente a frente estuvieron los
Reales, sin escaramuzarse o combatirse todo aquel largo y caloroso
día y todos se aperciben para darse al despuntar el día de la
batalla».
Pero supone el poeta que mientras todos dormían sólo el rey de
Taoro se entrega en la soledad de la noche a los más tristes
pensamientos, que describe en un largo monólogo:
«Hame puesto fortuna en tal estado que del que tuvo en tiempo
diferente, apenas me conozco, ya trocado, arruinado, y vencido aunque
valiente, goce el cetro y corona el rey Fernando que al fin como es
cristiano es digno y puede aplico a bien el mal que me sucede, y si
el que tengo pierdo en ser cristiano».
Ya decidido a entregarse en la amanecida del día 25:
«Mandó juntar Benytomo entre los suyos, los grandes, y los nobles
de su Estado y puesto en medio dellos les propone:
Yo no soy de parecer que le rindamos al gran poder de España la
obediencia, que imposible será nos defendamos si agora como amigos
los tratamos usará con nosotros de clemencia, y si aguardamos a
quedar vencidos seréis como cautivos ofendidos. Paces quiero tratar
si de ello os place y quedar todos libres os conceden, que si agora
que es tiempo no se hace, cautivarnos después con razón pueden;
En este canto hace Viana una ligera alusión a los que rechazaron la
paz:
las nuevas de las paces divúlgase en todos los distritos de la isla,
algunos naturales que vivían en términos remotos y apartados,
arrogantes, altivos y rebeldes
negaban la obediencia a los de España,
como eran los deAdeje, los de Daute,
los de Icod, de Abona y otros muchos
de Anaga y de Tegueste, no queriendo
obedecer los unos a los otros,
ni guardar los mandatos de sus reyes,
que en bandos apartados se juntaron
con ánimos parciales y discordes,
y en riscos, valles, montes y espesuras
se apartaban huyendo del poblado
y por estar más bien fortificados».
Por lo transcrito reconoce Viana que no solamente condenaban la paz
los demás reinos de la isla, sino muchos de los reinos de Taoro y
Anaga, o sea, de los subditos de dos de los tres reyes que la
concertaron con los españoles.
Las tradiciones que hemos recogido sobre este acontecimiento en los
que fueron distintos reinos, puede sintetizarse:
«Que en ese día el rey de Taoro derriscó su honor por las fugas de
Tigaiga, que era donde ajusticiaba a los criminales; y que en el
momento de descubrirse el engaño, hubo un gran revuelo en el
ejército guanche desgajándose en dos partes: una de los reyes con
los nobles y pocos villanos que se entregaron a los españo les y la
otra de villanos que se alejaron maldiciendo y llamando traidores y
cobardes a sus reyes».
Los encaminados al Real castellano fueron fraternalmente acogidos con
grandes manifestaciones de júbilo, reconociéndoles oficialmente el
general las bases del tratado de paz que ya dimos a conocer. Es
tradicional que desde el primer momento la amistad y mutua confianza
entre españoles y guanches convenidos fue completa.
Cuanto al número de los que se acogieron del ejército al tratado se
ignora; pero aunque carecemos de una cifra exacta que sirva de unidad
de comparación, teniendo en cuenta entre otras circunstancias la
proporcionalidad probable de nobles y villanos dadas las
instituciones guanches, así como las medidas de precaución de los
conjurados nobles reveladores de que no contaban con mayoría
abrumadora, calculamos que muy poco más de la mitad se adhirió en
la primera hora de la sorpresa.
Al siguiente día, 26 de Julio, se presentó en Taoro el rey Añaterve
a felicitar a Lugo y a sus amigos los españoles, por los que fue muy
agasajado. Tal vez era interesada la visita, si recordamos que desde
los tiempos del Rey Grande su hijo el príncipe Gueton y varios
proceres güimareros estaban detenidos en Taoro en calidad de
rehenes.
NOTAS
1 Donde aparece el nombre de Benytomo pone Viana Bencomo, que
rectificamos por las razones ya dichas.
ANOTACIÓN
(1) Medallones de la fachada de la iglesia de Ntra. Sra. de La
Concepción del Realejo Bajo. Según la tradición, representan el
perfil de Bencomo y de Alonso Fernández de Lugo.
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