CAPITULO II
RELACIONES INTERNACIONALES DE
LOS ESTADOS GUANCHES EN VÍSPERA DE LA INVASIÓN ESPAÑOLA, AÑOS DE
1492 Y 1493.
Política imperialista del rey Bencomo de Taoro. Declaración de
guerra en 1492 al reino de Güímar y sus consecuencias. Declaración
de guerra en 1493 a los reinos de Taco-ronte y Anaga. Alianza
ofensiva y defensiva de estos dos reinos y Confederación de los de
Abona, Adeje, Daute e Icod. Derrota de los aliados y tratado secreto
del rey de Anaga y Añaterve de Güímar con el general español
Alonso de Lugo contra Bencomo. Propaganda subversiva a favor de la
emancipación de los siervos y de las armas españolas: rápidas
medidas de represión. Concertada la paz entre los reinos de Taoro,
Anaga y Tacáronte, constituyen la Liga bajo la jefatura de Bencomo.
Actitud de las naciones guanches al desembarcar el primer ejército
invasor español.
De muy antiguo el pueblo guanche ventilaba con las armas si la
sucesión al trono debía ajustarse a la línea masculina o femenina,
dando origen a numerosas guerras como veremos en otro lugar; y como
en ese litigio, desde la muerte de Tinerfe el Grande, la casa
reinante de Taoro se creía despojada de su derecho al solio
universal de la isla, sus reyes aunque sin renunciar a vindicarlo
tampoco lo intentaron por impotentes.
Así las cosas apareció en escena Bencomo o el Rey Grande, soberano
de Taoro, cuyo relieve va destacándose a medida que pasa el tiempo.
Hombre de Estado, sagaz, guerrero y de clara inteligencia, fue
superior a su pueblo e imprimió al cargo de la realeza un
sentimiento de dignidad impropio de bárbaros. Justiciero, pronto en
las resoluciones, de temple, de alma para las grandes empresas y
siempre magnánimo, mostrábase tan piadoso para los vencidos en
lucha franca, ¡de que dio repetidos testimonios con los prisioneros
españoles!, como inflexible con los traidores y pusilánimes. Es
proverbial su acometividad cargando al enemigo, su entereza de
carácter, la energía de su espíritu ante las mayores
contrariedades; y para que todo en él fuera extraordinario, era de
tal complexión que a los 70 años se batía al frente de sus
guerreros con los arrestos y agilidad de la juventud, siendo los
héroes legendarios formados a su alrededor mero reflejo de su
personalidad. Vivió temido de sus enemigos de dentro y fuera de la
isla y obedecido sin vacilaciones por su pueblo, hasta que en la
batalla de la laguna murió coronado por la inmortalidad defendiendo
su raza, su honor y su trono.
Como era el soberano más poderoso —pues su Estado comprendía los
llamados por los cronistas reinos de Taoro, de Tegueste y seño- río
de la Punta del Hidalgo— y entre sus cualidades excepcionales la
ambición corría pareja con la astucia, propúsose alcanzar el cetro
de la isla sin dejar adivinar sus designios; para lo que fue
preparando el terreno con cautela, hasta que juzgando llegada la
sazón de ponerlos por obra, bajo el pretexto de unos robos de ganado
y reyertas de frontera, declaró la guerra al rey Añaterve de Güímar
en 1492; invadiendo el territorio ante la expectación de los demás
reinos, que no dieron de pronto al suceso la importancia que tenía.
De los incidentes de esa campaña solamente habla la tradición: de
un combate en la Negrita, debajo de montaña Colorada en la cumbre de
Arafo, que a poco de comenzado le puso término un furioso temporal;
de otro combate en Chaharte, hacia el Pegonal en Igueste de
Candelaria, de resultado dudoso; de un tercer combate en Chivisaya,
perdido por los güimareros; y por último de la reñida batalla de
Güenifan-te, cerca de Pasacola, en la que fueron completamente
derrotados los güimareros muriendo el infante Cayamo, hermano del
rey, y el célebre gigante Emolió que pereció a manos de los
teguesteros y fue sepultado en Guadamoxete; hecho de armas que obligó
a Añaterve a pedir la paz, muy ajeno del oprobio que le esperaba.
Cuando supieron las condiciones impuestas por el vencedor, fue casi
tan grande la temerosa sorpresa de los demás Estados, como la
explosión de indignación de los vencidos, que fueron acumulando
odio día tras día contra el aborrecido enemigo. El pueblo güimarero
sería incorporado en calidad de provincia o achimenceyato al reino
de Taoro perdiendo su nacionalidad, permaneciendo a su frente
Añaterve a título de achimencey, en conformidad con la vigente ley
del derecho paterno para la sucesión del trono que concediéndole
por sus días las apariencias de la realeza; pero el príncipe
heredero Gueton' el guada-meñe o sumo pontífice y otros proceres de
alto prestigio, quedaban en rehenes junto a Bencomo en caución del
tratado celebrado.
La ira y el enojo que provocó esta conquista material pero no moral
del pueblo güimarero no tuvo límites, lanzándose a conspirar
buscando apoyo por todas partes para recobrar su nacionalidad y
libertar a sus príncipes y magnates. Pero el instinto de
conservación, el egoísmo o la falta de unidad de los reinos les
quitó toda esperanza de redención o de venganza y cuéntase que
desesperados comenzaron a entrar en secreta inteligencia con los
españoles de la isla de Canaria, que por las noches y ocultamente se
arrimaban a la costa en pequeños pataches.
En el curso de estos sucesos y ya entrado el verano de 1493, los
acontecimientos se precipitaron con motivo de una enfermedad mental
que sufría a la sazón el rey Beneharo de Anaga. Como en estas
interinidades ocupaba la representación del trono el príncipe
heredero y en su defecto el hermano más viejo del rey, y por ambas
líneas no había varones, la nobleza anaguera abrigó el proyecto de
que la regencia fuera a parar al primogénito del rey de Tacoronte,
casándolo con la princesa Guacimara, único descendiente de
Beneharo, con el fin oculto de fundir los dos Estados en una sola
nacionalidad por temor a Bencomo.
Pero no lograron engañar a éste. Y como le ofrecían para su plan
una favorable coyuntura porque le amparaba el derecho, pues reversaba
a su casa toda representación circunstancial de cualquiera de los
Estados en las interinidades, aparentando Bencomo verse obligado a
tomar las armas, se apresuró a declarar la guerra a los reinos de
Tacoronte y Anaga, sin lograr tampoco engañar a los demás. La
alarma fue general. Los tacoronteros y anagueses celebraron una
alianza ofensiva y defensiva para hacer frente al enemigo común, y
los reinos de Abona, Adeje, Daute e Icod se constituyeron en
Confederación con el mismo objeto, pues ya eran bien claras las
aspiraciones imperialistas del rey de Taoro.
Una verdadera conflagración amenazaba a Tenerife a semejanza de
otras épocas; pero si en las edades pasadas la paz al fin se
restablecía sin intervención de elementos extraños a la raza, no
aconteció lo mismo en la postrimería del siglo XV. En la época en
que se desarrollaban estos sucesos, los españoles no sólo se
preparaban para rematar la conquista del Archipiélago apoderándose
de Tenerife sino que avizoraban y avivaban sus discordias para mejor
vencerla; con especialidad el alcaide del fortín de Agaete en
Canaria, D. Alonso Fernández de Lugo, con quien capitularon los
Reyes Católicos la reducción de la isla. Desde su acantonamiento
fronterizo, unas veces personalmente y otras valiéndose de
mediadores, sostuvo frecuentes relaciones con los enemigos de Bencomo
para cimentar en sus odios intestinos, que supo alimentar con
habilidad una base de operaciones al ejército invasor.
No nos ha sido posible rellenar las lagunas que existen en la
tradición, respecto a los acontecimientos ocurridos en Tenerife en
esta interesante época histórica. En la campaña sostenida entre el
rey de Taoro y los tacoronteros y anagueses, hablase con vaguedad de
varios encuentros sin resultados decisivos, hasta que empeñaron una
reñida batalla en El Sauzal, en las proximidades del barranco de las
Mejías y cerca de la ermita de Los Angeles por debajo de la actual
carretera, donde fueron derrotados los aliados; derrota que debió re
vestir importancia, porque trajo como consecuencia que el rey
Bene-haro de Anaga (que ya había recobrado la razón), Añaterve de
Güí-mar y el capitán Alonso de Lugo concertaran un tratado secreto
para combatir a Bencomo. Nada dice la tradición de la actitud del
rey de Tacoronte respecto a este tratado, aunque nos inclinamos a que
ni intervino ni estuvo de acuerdo si lo conoció porque tampoco hace
referencia a él un documento que luego veremos y que confirma el
convenio de Beneharo.
Pero Alonso de Lugo no se limitó a esta labor diplomática sino que
en vísperas de invadir la isla le arrimó una tea incendiaria, una
cuestión social que prendió en la clase de los siervos como el
fuego en la yesca conmoviendo las instituciones. Séase que existiera
el rescoldo de una agitación antigua o la sembraran y fomentaran los
españoles para enconar las divisiones, fue lo cierto de que los
siervos empezaron a soliviantarse con la propaganda subversiva de su
derecho a mejorar de condición, de no ser esclavos, y que esa
promesa redentora la traerían las armas españolas, que no podría
contrarrestar Bencomo con palos y piedras a pesar del valor de la
raza. Tales doctrinas filtradas de un modo artero entre hombres
rudos, movedizos, de carácter fiero y por otra parte víctimas de
intolerables privilegios, provocaron una excitación amenazadora.
Fueron los activos propaladores de estas novedades los
irreconciliables enemigos de los taorinos, los güimareros, pero con
especialidad unos cuantos conocidos por la tradición por «gomeros»2
o «guanches mansos», que precediendo como vanguardia al ejército
invasor se derramaron por la isla produciendo una honda perturbación
moral. De ellos, unos decididos partidarios de los castellanos,
ponderaban los beneficios de la civilización, de la libertad, de la
propiedad de las fuerzas de sus armas, etc.; parangonando estas
ventajas con la miseria y esclavitud en que vivían, con los
irritantes abusos de la nobleza, etc.; pero otros, que se habían
fingido amigos de los españoles, fueron ardientes defensores de su
patria desacreditando a los extranjeros desde todos puntos de vista;
más séase por la cultura que adquirieron, o porque se trataba de
una reforma de antemano sentida, o que se vieran obligados a no dejar
como bandera a los españolizados la redención de los siervos, el
hecho fue que también se pronuncian por la reforma; ¡lo que trajo a
la larga el desconcierto social y la pérdida anticipada de la
independencia!
Tan inquietante como peligrosa situación únicamente pudo salvarla
la figura excelsa de Bencomo. Con sus rápidas medidas cesó como por
encanto la propaganda de apocamiento y las pretensiones ostensibles
de los siervos, y decimos ostensibles, porque ya la idea de
emancipación quedó arraigada para siempre. Descubiertos los hilos
de la trama, sin contemplaciones ni pérdida de tiempo la hizo
abortar con ejecuciones que no respetaron las más altas jerarquías,
como fue la de un guadameñe o sumo pontífice3.
Viana que adornó algunos hechos históricos con ficciones poéticas,
simboliza la propaganda subversiva y la sangrienta represión de que
nos hemos ocupado en el guadameña o guañameñe, o séase en el
personaje más culminante descubierto de los que intervinieron en la
conjura.
Por esto Viana pone en boca de este notable agorero por su jerarquía,
el summus aruspex, la profecía que hizo a la infanta Dácil en la
vega de la laguna, (pág. 88):
«Díjole Guañameñe el agorero, que un personaje de nación extraña
que por la mar vendría al puerto y sitio marítimo, llamado Añago
entonces, de ser había al fin de mil desastres, guerras, batallas,
cautiverio, y muertes, su amado esposo, en dulce paz tranquila
Este mismo adivino fue el que en el curso de los Juegos Beñesma-res
que celebraba el reino de Taoro, tuvo la osadía de intentar
soliviantar a los siervos con su propaganda, pero que el autor por
mayor gala poética nos lo presenta pidiendo una audiencia al rey
Bencomo, para anunciarle en medio de los proceres y cortesanos su
triste porvenir, (pág. 77):
«Poderoso Bencomo, sin segundo como en servirte mis deseos fundo
saber el fin dudoso he procurado de tu valor, que no en su bien
dudara, si al mérito fortuna se igualara.
Por el cerúleo mar vendrán nadando pájaros negros de muy blancas
alas, truenos, rayos, relámpagos echando, señales propias de
tormenta y malas; dellos saldrán a tierra peleando, fuertes varones
con diversas galas de otra nación extraña y belicosa para quitarte
el Reino poderosa. Conquistaran por armas esta tierra, sin que puedan
hacerle resistencia,
cuanto Nivaria y un distrito encierra ha de dar a sus reyes la
obediencia; esto por mis agüeros es creíble; perdona, y pon
remedio, si es posible».
En medio del temor que se apoderó del auditorio por la profecía del
guañameñe:
«Sólo Bencomo, que cual otro César
que al prodigioso aviso de Spurina,
con menosprecio y burla estuvo incrédulo,
de Guadameña se mostró injuriado,
y así lo dice con soberbia ira:
«Por la cima del Téida levantado,
¿No sabes que desciende mi linaje del gran Tinerfe, bisabuelo mío,
y que no hizo la fortuna ultraje jamás en su valor y señorío? Hago
a sus huesos voto y homenaje, que has de pagar tu loco desvarío;
muera, muera el traidor descomedido colgádmelo de un árbol al
momento;
El castigo impuesto al conspirador que hacía la causa de los siervos
aunque no fuera ese su propósito, provocó una sorda excitación
como deja traslucir el poeta en distintos pasajes:
«Cesó con esto, y no en la vulgar gente, el murmurar con mil
sentencias varias, la lastimosa muerte, y los agüeros» (Pag.
81)........................
«Estaba en esto el pueblo alborotado
así por el castigo que se hizo
a Guañameñe el agorero mágico»
(Pag. 82)........................
«... muchos se acuerdan del castigo injusto del difunto agorero, y
del pronóstico cuyos principios ven en breve término, y recelan al
fin, el fin futuro. Sólo Bencomo no se sobresalta. (Pag.
117).......................................>>.
Sofocada por Bencomo la rebelión iniciada y noticioso de que en
Canaria se hallaba dispuesto un ejército español para combatirlo,
en inteligencia con sus enemigos interiores, suspendió en el acto
las hostilidades; y no sólo gestionó y consiguió celebrar la paz
con los reinos de Tacoronte y Anaga, sino que los atrajo al concierto
de una Liga de los tres Estados bajo su jefatura para hacer frente a
los extranjeros; lo que le proporcionó la doble ventaja de unificar
las fuerzas de la mitad más importante de la isla, y lo que era para
él de supremo interés, separar a Beneharo de la alianza castellana.
Por manera que al desembarcar en Tenerife con su ejército Alonso de
Lugo, la actitud de las fuerzas vivas del país era la siguiente: la
Liga del Norte, que abarcaba el territorio comprendido desde Añaza o
Santa Cruz por el Norte de la isla hasta San Juan de la Rambla, bajo
el mando supremo de Bencomo, teniendo por único objetivo los
ligueros batir a los españoles; la Confederación del Sudoeste, que
se extendía desde el barranco de Erques de Fasnia por el Sur hasta
San Juan de la Rambla, comprendiendo los reinos de Abona, Adeje,
Dante e Icod, más temerosa de Bencomo que de los españoles y
resuelta a rechazar lo mismo al uno que a los otros; y el reino de
Güímar, cuyo límite por el Este era Santa Cruz (el barranco del
Hierro) y por el Oeste el barranco de Erques, en convenida alianza
con los españoles, pero aún alimentando la esperanza de que Bencomo
reconociera su nacionalidad probablemente para hacer causa común con
los de sus raza, como parecen demostrar los hechos ulteriores.
NOTAS
1 Viana refiere que Gueton estaba desterrado por su padre (a causa de
un delito) en la corte de Bencomo, pero es una inexactitud que en
cierto modo rectifica más adelante. En éste y otros sucesos que
iremos tocando equivocó las causas que los determi naron, en
ocasiones simboliza los acontecimientos en personajes, ya copia
errores de fray Alonso de Espinosa, o bien oscurece hechos históricos
con las galas de la poesía; pero así y todo lo reputamos por el más
completo y exacto de nuestros cronistas.
El poeta Viana, a nuestro juicio mal comprendido, ofrece la
particularidad de que todos los historiadores lo combaten y todos lo
siguen.
2 En el primer libro de Acuerdos del Cabildo de La Laguna se
encuentran rastros de estos gomeros. Dieron tal nombre a los
naturales de Tenerife ya civilizados antes de la conquista en las
demás islas, sobre todo en La Gomera, donde se hallaban en mayor
número y de ahí el nombre genérico de gomeros con que todos fueron
conocidos. De éstos, unos habían sido hechos cautivos y otros se
marcharon voluntariamente en las fustas que arribaban a la isla,
huyendo de la justicia por algún crimen o por diversas causas.
3 El cargo de guañameñe que por su gran influencia sobre el pueblo
era el más importante después de la realeza, recaía siempre en
individuos de la familia real. Esta circunstancia y la conocida
actitud de hostilidad más o menos franca de los güimareros contra
Bencomo, robustece la tradición de que el guañameñe ahorcado fue
el de Güímar que se hallaba en Taoro entre los rehenes.
Parece que en el mismo sentido se expresaba D. Cristóbal Bencomo,
hijo del rey Benytomo, en la historia que escribió del pueblo
guanche a su vuelta de España donde siguió la carrera de vocero o
abogado. Cuéntase que de dicha obra sólo existieron tres ejemplares
manuscritos, uno de los cuales vino a parar a una familia Oliva de
Chasna, de difícil lectura y muy deteriorado, regalado a un
carabinero peninsular allá por el año 20 del siglo pasado.
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