BETHENCOURT ALFONSO, Juan
Historia del pueblo guanche / Juan Bethencourt Alfonso; edición anotada por Manuel A. Fariña González.- La Laguna: Francisco Lemus, Editor, 1991-1997.
3V.; 24 cm.
ISBN 84-87973-10-8 (Tomo III)
ISBN 84-87973-00-0 (Obra completa)
Contiene: T. I. Su origen, caracteres etnológicos y lingüísticos.
T. II. Etnografía y organización socio-política.
T. III. Conquista de las Islas Canarias.
I. Fariña González, Manuel A., ed. anot.
1. Canarias - Historia - Hasta el s. 15.
2. Etnología - Canarias 39 (= 081 : 649)
903 (649) 964.9
Torno I: 1.* Edición: Noviembre 1991
2." Edición: Abril 1992
Tomo II: 1." Edición: Abril 1994
Tomo III: 1.' Edición: Marzo 1997
© Manuel A. Fariña González © Francisco Lemus Editor, S. L.
Cubierta: «Audiencia de losR.R.C.C. a los menceyes,
enAlmazán». (Fresco de la escalera principal
del Ayt2 de La Laguna, de Carlos de Acosta / Octubre de 1764).
Foto de: Efraín Pintos Barate, gentileza de la Concejalía de Cultura.
Diseño de cubierta: JAIME H. VERA
Fotomecánica, fotocomposición e impresión:
LITOGRAFÍA A. ROMERO, S. A.
Pol. Ind. Valle de Güímar - Arafo
Dep. Legal: TF. 711-1991 (Tomo III)
CAPITULO I
ÉPOCA HISTÓRICA (SIGLOS XIV
Y XV)
Breves noticias del conocimiento que tuvieron de las Islas Canarias.
Contrataciones, asaltos y correrías en Tenerife. Primer
y segundo intento de invasión de Diego García Herrera. Su tratado
con los soberanos de la isla; torreón o casa de contratación en
Añaza; expulsión de los españoles. Asalto de Alonso Fernández de
Lugo. Correría de Hernando de Vera. Entrada de Maldonado; batalla de
Añaza.
Aunque las islas Canarias estuvieran bajo el dominio del imperio
romano, de lo que ofrecemos dar testimonio más adelante y que viene
a confirmar el pasaje que Plinio tomó de Estacio Seboso, en que éste
relata lo que oyó a unos navegantes gaditanos respecto a dicho
archipiélago, a partir de la referida fecha nuestras crónicas no
van más allá del siglo XIV en que ya era muy conocido y con alguna
frecuencia visitado: en 1341 se realizó la expedición dispuesta por
el rey de Portugal de que nos habla Bocaccio; en 1343 fue consagrado
por rey de Canarias, D. Luís de la Cerda; en 1360 tuvo lugar otra
expedición de mallorquines y aragoneses; en 1369 el Papa Urbano V
expidió su bula a los obispos de Barcelona y Tortosa sobre misiones
en las Canarias; en 1377 llegó a Lanzarote de arribada el vizcaíno
Martín Ruiz de Avendaño; en 1380 un buque sevillano, el de
Francisco López, embarrancó en la isla de Canaria; en 1385 según
Abreu Galindo, varios vecinos de Sevilla organizaron una expedición;
en 1386 aportó a La Gomera el conde de Ureña; en 1393 refiere Abreu
Galindo otra entrada de vecinos sevillanos; y a principios del siglo
XV, cuando Juan de Bethen-court daba principio a la conquista, sin
depender de éste arribaron a las playas de Lanzarote los buques
Mordía y Tajamar, dueño del primero el honrado Francisco Calvo y
del segundo, el malvado Fernando Ordóñez.
De estas pocas expediciones de que hay noticias, sólo se sabe de una
de aragoneses que tocó en Tenerife. Hablando Marín y Cubas del
conocimiento que tuvo Europa de la referida isla, dice:
«... lo llevaron los aragoneses que llegaron a la parte Sur, en
Adeje, a tratar de paz por el año de 1347. Sólo vino allí un rey
solo, que dicen tenía la isla, llamado Betzenuriga, con muchos
capitanes».
Aún con estos escasos antecedentes y lo sucedido en el siglo XV con
andaluces, castellanos, aragoneses, mallorquines, vizcaínos,
portugueses, sicilianos, genoveses, gascones, normandos y otros, se
llega al convencimiento de que en esas dos centurias visitaron las
Canarias aventureros de todas clases (1): unos para comerciar
pacíficamente con los naturales y otros para robar cuanto podían,
apoderándose de los indígenas para venderlos como esclavos en los
mercados de Europa.
Este vil tráfico que ha manchado a todas las sociedades de la
tierra, fue durante dicha época un negocio lucrativo a lo largo de
ambas riberas del Mediterráneo; viniendo a ser las Canarias una mera
prolongación de la mina productora para los abastecedores del
mercado.
Es evidente de que las islas se redimieron de tan infame codicia a
medida que fueron conquistadas, si bien con perjuicio de las que
quedaban por conquistar, por servir de blanco no ya a los piratas de
fuera sino a los de dentro del Archipiélago, que eran los más
temibles por su vecindad y mayores facilidades. Así, no bien
sometidos los indígenas de Lanzarote, en unión de los europeos
cayeron sobre Fuerteventura, que a su vez contribuyeron a dominar a
los del Hierro y todos ellos a La Gomera; para luego estas cuatro
islas de señorío ser durante un siglo el azote de las tres
restantes, hasta que reducidas Canaria y La Palma quedó Tenerife
como única apetitosa presa de todas las demás. Son legendarias por
el Sur de la isla las entradas de las fustas o pataches de los
señores de La Gomera y de Lanzarote, unas veces de paz y otras de
guerra; y sin embargo, salvo dos o tres casos, no existen testimonios
escritos de los asaltos y correrías que sufrió Tenerife.
La primera de que hacen mención los cronistas la llevó a cabo
Hernán Peraza, como a mediados del siglo XV al frente de 200
hombres, mitad de peninsulares y mitad de naturales. Según Núñez
de la Peña saltó Peraza con 120 soldados por una playa del reino de
Güímar, que repartidos en escuadras se metieron tierra adentro como
media legua, hasta que una de ellas, sorprendió a siete pastores que
iban a comer, «por ser propio de esta gente hacer juntas y medios
días a costa de sus amos». Retiráronse con los siete cautivos y
más de mil cabezas de ganado; pero al embarcar descubrieron a un
niño de siete años cogiendo pecesitos en los charcos y también se
lo llevaron para Lanzarote. ¿Quién había de pensar que este
muchacho, conocido en la historia por Antón, era llamado a jugar un
papel tan maravilloso en la fe de los tiempos pasados? Fue bautizado
y apadrinado por Hernán Peraza, y después de permanecer siete años
a su lado pudo escapar en una playa de su misma nación, donde aportó
el buque que conducía a una playa de su misma nación, donde aportó
el buque que conducía a Peraza de la isla de Lanzarote a La Gomera.
Otra de las mayores correrías de que habla la tradición, y a la que
alude Marín y Cubas aunque de un modo muy confuso, fue la que
llevaron a cabo lanzaroteños y castellanos unidos en 1458 más o
menos. Constituían una fuerte columna compuesta de gente de a pie y
de a caballo, que desembarcó por una de las playas de Güímar.
Tuvieron varios encuentros con los naturales comandados por su
valeroso mencey Da-darmo; conocido más tarde por el Rey de las
Lanzadas, a consecuencia de su famosa hazaña, en uno de los
combates, batiéndose a la vez con varios soldados de a caballo, que
no lograron rendirlo a pesar de las heridas que recibió. Contábanse
de este rey muchos hechos heroicos.
Aunque los escasos recursos del inquieto señor de las cuatro islas
menores, Diego García de Herrera, no le permitían aventurarse a los
peligros del mayor empeño en el Archipiélago como era la conquista
de Tenerife, séase por su espíritu emprendedor, ya para cubrir las
apariencias con la Corona, bien a excitación de su amigo el guerrero
obispo D. Diego López Illescas, o por todas estas razones, el hecho
fue que levantó un ejército de 500 hombres por mitad de naturales y
peninsulares, que condujo en tres navios a Tenerife, dando fondo en
el Bufadera del puerto de Añaza el 21 de Junio de 1464; siendo su
primera diligencia echar a tierra 400 soldados.
Alborotóse la isla en tales términos, que al poco tiempo se vio
Herrera amenazado por fuerzas muy superiores dispuestas a cargar; y
en la alternativa de un desastre si entraba en batalla o de
reembarcar con pérdida completa de su crédito, optó por el partido
de poner en juego los medios diplomáticos enviando intérpretes a
los guanches con una embajada de paz. Se ignora lo que positivamente
pasó, pero a juzgar por los sucesos, Herrera en medio de protestas
de amistad debió solicitar el permiso de construir una casa de
contratación para establecer un comercio regular con el país,
prometiendo a la par defenderlos de los asaltos de los piratas.
Mas no consiguió realizar su propósito en aquella ocasión, ya
porque no supo desvanecer la desconfianza de los guanches o porque no
estaban presentes todos los reyes de la isla como afirma Marín y 40
Cubas, contándose entre los ausentes el de Taoro que era el
principal, sin embargo de lo que declara el instrumento público que
damos a conocer en la adjunta nota'; pero lo que sí parece probable
fue que aprovechó el tiempo transcurrido en las conferencias, para
poner en práctica la fórmula de posesión de la isla a nombre de la
Corona de Castilla, «hollando la tierra con sus pies», «cortando
ramas de árboles», etc., tal vez en medio de las risas o
indiferencia de los indígenas ignorantes del alcance de tales actos.
«Como quiera que fuese, dice con fina ironía Viera y Clavijo, es
constante que el fruto de esta expedición fue el mismo que el de la
de Canaria: una gran certificación en pergamino» (2).
Conformándose con este simulacro, sin otro resultado positivo que
mutuas promesas de buena amistad, retiróse Diego de Herrera con su
escuadrilla para Lanzarote pensando en nuevas y más fáciles
empresas; hasta que a los dos años, en 1466, fue sorprendido por una
poderosa expedición de portugueses al mando de Diego de Silva,
enviada por el infante D. Fernando. No perdió el ánimo el singular
Diego de Herrera: batido en todas partes y fugitivo, agitó con tal
estruendo sus derechos a la conquista de la totalidad del
Archipiélago ante la curia romana la corte de Portugal y sobre todo
la de España, que al fin consiguió que la Corona revocara la merced
concedida a unos proceres portugueses de las islas de La Palma,
Canaria y Tenerife, su fecha 6 de Abril de 1468, y no solamente le
fueron respetados sus derechos, sino que a su enemigo Diego de Silva
lo hizo su yerno; constituyendo mediante esta unión una formidable
fuerza hispano-portuguesa, que cayó sobre Tenerife.
Mas no bien los guanches vieron en demanda del puerto de Añaza tan
poderosa armada acudieron los naturales en grandísimo número, como
dice Marín y Cubas, «...con admirable braveza armados de palos muy
gruesos jugados a dos manos y a una como espada, y gruesas piedras
con gritería y silbos», para oponerse al desembarco.
Prometíase Diego de Herrera en esta segunda invasión alcanzar por
medio de las armas lo que no pudo obtener en la primera, por la
cuantía de la fuerza que llevaba; y no fue pequeña su sorpresa al
verse hostilizado por una muchedumbre más numerosa que la vez
anterior. Por manera que considerándose impotente para llevar el
asunto por las malas, disimuló su contrariedad acudiendo de nuevo a
las buenas palabras, a sus protestas de amistad y a la conveniencia
de ambas partes del establecimiento en la isla de una casa de
contratación; y se dio tales mañas que como dice Marín y Cubas,
«... al fin le permitieron hacer enAñazo un fuertecillo, que
despreciaban».
Todo hace presumir quedó edificado hacia fines de 1468 y
guarnicionado con un reducido presidio bajo el mando de Sancho
Herrera, hijo de Diego García Herrera; y aunque se emplazó en
territorio de la nación anaguesa, por la hoy plaza de San Telmo en
Santa Cruz, no fue por consentimiento único del soberano de este
reino como da a entender fray Alonso de Espinosa, sino por todos los
reyes, porque los intereses de carácter general eran siempre motivo
de acuerdos internacionales. Pero hay más. Séase que todos
desconfiaban de los extranjeros y querían vigilarlos por su cuenta o
que aspiraban a beneficiarse por igual en el tráfico o que quisieran
entablar una acción común en suceso tan extraordinario, el hecho
fue que convinieron en que cada uno de los nueve reyes que a la sazón
tenía Tenerife, incluyendo en este número el de Tegueste aunque era
feudatario de los de Taoro, pusiera al servicio de los españoles
nueve siervos que daban un total de ochenta y uno, tanto para la
construcción de la casa-fuerte, como para el pastoreo de los ganados
del presidio, corte de madera, fabricación de pez, recolección de
orchilla y demás negocios de exportación.
Los guanches aunque bárbaros eran sagaces y muchos de ellos de clara
inteligencia. Dábanse exacta cuenta del peligro, conocían las
fuerzas de los europeos y las ventajas de sus armas, sus ambiciones
de dominación, sus progresos y mejores medios de vida; y por esto,
si bien rechazaban con energía toda armada que llegara en son de
conquista, hallábanse propicios para establecer relaciones
mercantiles y de amistad cuando éstas no amenazaban su
independencia.
Este buen concierto y armonía duró cosa de seis años; hasta que un
aciago día Diego García Herrera, sin duda falto de recursos y
partiendo del supuesto que los siervos facilitados por los reyes fue
un donativo de esclavos, dio orden de extrañarlos de la isla
probablemente para venderlos2.
No fueron habidos el completo de los 81 siervos, pero al saberse la
noticia de los embarcados, un clamoreo de indignación se levantó en
toda la isla, que se precipitó furiosa sobre el torreón, Sancho de
Herrera y su gente; «asaltándolo, según Marín y Cubas, con
pedradas y varas arrojadizas; lo persiguieron a nado tras la lancha y
el fuerte fue desbaratado».
Hoy no cabe duda de que esta fue la causa de la expulsión de los
españoles allá por el año de 1474. En el discurso que leyó en la
Academia de la Historia D. Rafael de Torres de Campo, en diciembre de
1901, dio a conocer la prueba testifical que con arreglo al
interrogatorio de la célebre información (3) sobre el derecho de la
isla de Lanza-rote y conquista de las Canarias, hizo en 1477 Esteban
Pérez de Cabi-tos por mandato de los Reyes Católicos, en la que se
pone en claro el asunto que nos ocupa. Ofrecemos en la presente nota
un extracto de lo que nos importa3.
La impolítica orden dada por Diego García Herrera, aparte de lo
inhumanitaria, no ya puso en peligro la vida de su hijo Sancho y
demás hombres del presidio, sino que malogró la conquista pacífica
de la isla para el progreso y la civilización.
Copiamos de Marín y Cubas:
«En 1479 hizo una entrada Alonso Fernández de Lugo, antes de irse a
España las compañías de la Hermandad (que habían acudido a la
conquista de Canaria). Llevando práctico entró de noche a la parte
de Icod. Trajo a Canaria buena presa de ganado que halló acorralado,
muy manso, todo cabrío; 3 mujeres, 2 hombres y algunos muchachos que
dormían en cuevas; y mucho sebo, carne salada, panes de cera y
cantidad de velas de cera medio enceladas, y uno a modo de cirio
pascual, encelado; cueros de cabra, cebada, dejando allá otras
mayores cantidades de todo esto, y molinitos o tahonillas de mano,
cazuelas y platos de barro toscos».
Sábese que Lugo realizó varias entradas en Tenerife para tantearla
y conocerla, sin duda porque abrigaba el proyecto de conquistarla. En
los tiempos próximos a la invasión sostuvo estrechas relaciones con
algunos indígenas, como pronto diremos.
Pero apartándonos de estos actos de guerra, otros hombres mantenían
con los guanches relaciones amistosas y un comercio regular, como
sucedía con Cristóbal de Ponte Ginovés, que después de la
conquista fue datado en la isla. Esto nos revela que los guanches no
vivían tan ignorantes de lo que pasaba en las demás islas, como
pretenden algunos cronistas, pintándolos a semejanza de los indios
cuando los españoles fueron por primera vez a América. Las
comunicaciones pacíficas o guerreras fueron tan frecuentes desde
mediados del siglo XV, que no pocos de los nombres actuales del
litoral datan de esa época. Desde esos tiempos eran muy conocidas
las siguientes denominaciones: la sabina uropa, que servía de punto
de referencia o señal en el valle de San Andrés; el Bufadera y la
Isla o séase el Cabo, en Santa Cruz; la playa de la Cera, más tarde
del Socorro, y la playa de las Damas, en el reino de Güímar; el
Orís o Porís y los Abrigos de Abona, en Arico; montaña de Roja y
Abrigos de Lulaya, en Granadilla; las Galletas y puerto de los
Cristianos, en Arona, etc.
Llegado en Agosto de 1480 a la vecina isla de Canaria el general
Pedro de Vera, de funesta memoria para los gomeros, cuentan que con
el tiempo quiso deshacerse de los indígenas que habían aceptado la
soberanía de España por el temor que le inspiraban y les propuso
que le ayudaran a conquistar a Tenerife. Prestáronse a ello, y
embarcando 200 naturales y 50 peninsulares en dos buques bajo la
jefatura de Hernando de Vera, hijo del general, surgieron a la
amanecida del día siguiente en el puerto de Añaza, donde saltaron
todos.
En la misma mañana y sin perder tiempo se internaron hasta La
Laguna, donde por sorpresa se apoderaron de un poco de ganado y de
algunos pastores, no sin derrocamiento de sangre por ambas partes.
Mas ante el temor de ser sorprendidos a su vez, se retiraron al
puerto y ganaron las embarcaciones, precisamente cuando por
diferentes puntos aparecían las"fuerzas guanches. No consiguió
Hernando de Vera, como era su propósito, reducirlos a que volvieran
a tierra a medirse con los naturales.
* * *
Habiendo sucedido a Pedro de Vera en el gobierno de la isla de
Canaria el salamantino Francisco Maldonado, a fines de 1490, entró
en deseos el nuevo gobernador de tentar las corazas a los guanches;
pero no disponiendo de bastantes recursos para la empresa interesó
en el proyecto al yerno de Diego García Herrera, al valeroso y
aguerrido Pedro Fernández de Saavedra, copartícipe del señorío de
Lanzarote. Convinieron en apostar cada socio un navio con la gente
que pudiera llevar y se reunieron en Canaria con un total de 250
hombres.
Y dice Marín y Cubas: «Salió (Maldonado) en dos navios de Canaria
y llegó a la playa deAñazo, donde no vieron a nadie».
«Dispuestos en dos escuadrones, uno en pos de otro la cuesta arriba
para subir a La Laguna, guiaba el delantero Maldonado con los de
Canaria. A pocos pasos salió una emboscada de guanches, con tanto
esfuerzo y ánimo, que no bastó el socorro de Pedro Fernández
Saavedra que con su gente ayudaba a Maldonado, sin que luego no
fuesen muertos más de 100 cristianos y muchos heridos; que al huir
muy arrebatados a embarcarse, no acertando, quedaban miserablemente
muertos. Entraron los gentiles en el mar, el agua hasta los pechos,
tirando astas y piedras, dando voces y alaridos».
«Llegaron a Canaria bien escarmentados, y decía Maldonado: «no más
guanches», «no más guanches»; y Saavedra decía «que más
parecían fieras que hombres».
«Después fueron a hacer algunas presas y robos a Tenerife, aunque
de muy poco precio, costando siempre hombres».
Entre los cristianos muertos se contaban 70 peninsulares; y de los
muertos y heridos guanches —pues las fuerzas que entraron en
función procedían de los tagoros más próximos de los reinos de
Güímar y Anaga— los güimareros sufrieron las mayores bajas,
algunas de hombres muy famosos, como fueron: el tagorero Arifonche,
que cargando con loca impetuosidad se vio envuelto por el enemigo y
después de batirse a la desesperada, se hundió el «feisne de
leñablanca» para no caer prisionero; y el no menos notable chaurero
de Tínzer, Arafun-che, muerto al frente de su cuadrilla; de quien se
cuenta «ganó el terrero» como jugador de palo en los últimos
Juegos Beñesmares del reino de Tacoronte.
Dícese que entre muertos y heridos quedaron tendidos unos 200
guanches.
NOTAS
' He aquí el acta levantada por el escribano de Fuerteventura,
Fernando de Pá-rraga, por mandato de Diego García Herrera; siendo
nuestra opinión de que acaso no merece entero crédito el
depositario de la fe pública en este asunto, no ya por lo que arriba
declara Marín y Cubas, sino por la índole de sus afirmaciones para
vigorizar el derecho de su señor:
«A todos cuantos esta carta viéredes, que Dios honre y guarde del
mal. Yo Fernando de Párraga escribano público, en la isla de
Fuerteventura, en lugar de Alfonso de Cabrera escribano público de
las islas de Canaria; por mi señor Diego de Herrera, señor de las
dichas islas, con la autoridad y decreto que el mismo señor me dio,
vos doy fe y fago saber, que en presencia de mí el dicho escribano e
de los testigos de que de yuso serán escritos, en como un sábado,
veinte y un días del mes de Junio, año del Nacimiento de nuestro
Salvador Jesucristo de mil e cuatrocientos e sesenta e cuatro años
estando en la isla de Tenerife, una de las islas de Canaria, en un
puerto que se llama el Bufadera, estando ende el dicho señor Diego
de Perrera señor de las dichas islas, con ciertos navios armados con
mucha gente que traía en los dichos navios, vinieron ende parecieron
ante el dicho señor el gran Rey de Imobach de Taoro. El Rey de las
Lanzadas, que se llama Rey de Cüímar. El Rey de Anaga, El Rey de
Abona, El Rey de Tacáronte, El Rey de Benicod, El Rey de Adeje, El
Rey de Tegueste, El Rey de Daute. E todos los sobredichos nueve
Reyes, juntamente hicieron reverencia y besaron las manos al
sobredicho señor, Diego de Perrera obedeciéndolo por señor;
presentes los Trujamanes, que ende estaban, los cuales eran rey de
armas que han nombre Lanzarote, e Matheos Alfonso, y otros muchos que
saben la lengua de la dicha isla de Tenerife; e luego Juan Negrin,
rey de armas, levantó el pendón e dijo altas voces tres veces:
Thenerife, Thenerife, Thenerife, por el Rey Dn. Enrique de Castilla,
y de León, y por el generoso caballero Diego de Herrera mi señor, y
luego los sobredichos Reyes de la dicha isla de Thenerife, dijeron al
sobredicho señor Diego de Perrera; que por cuanto ellos conocían
bien, que era señor de todas las islas de Canaria, por justo e
derecho titulo, y razón, que a las dichas islas tenía, e por la
conquista que les facía, e mandaba facer luengo tiempos había, que
ellos juntamente de sus propias voluntades, e cada uno por sí con
sus señoríos, sin premio ni contrini-miento ninguno, les place
obedecer, y obedecen al sobredicho señor por señor, y se ponen
debajo de su señoría, y obediencia, e le quieren dar, e le dan
libre e desembar-gadamente la tenencia, e posesión, e propiedad, e
señorío de toda la dicha isla de Thenerife para que de hoy en
adelante, el dicho señor la tenga, y posea toda enteramente, como
cosa suya, e pueda en ella, e en todo ella mandar e vedar, e facer
justicia, así civil, como criminal, así como en cada una de las
otras islas conquistadas, metidas debajo de su señorío, e que desde
hoy en adelante los sobredichos Reyes, todos juntamente e cada uno
por sí, e por sus sucesores, e por los hidalgos, e gente de sus
señorías, que a todo estaban presentes, e les plugo consintieron en
todo lo sobredicho, se desapoderan de la tenencia, e propiedad, y
posesión, y señorío, y jurisdicción que en la dicha isla tienen,
e lo dan todo enteramente en mano, y poderío del dicho señor Diego
de Herrera su señor, para que él ponga en la dicha isla a quien él
mandare, e por bien tuviere, para que administre, rija las dichas
justicias, así civil, como criminal, e el governamiento aellas, e
que desde hoy en adelante se daban por sus buenos vasallos, e se
avasallaban a él, y a su mandado, y se daban por sus buenos
vasallos, e facer sus mandamientos en todo y por todo. E luego el
dicho señor Diego de Herrera dejó ende sus navios gente, e
descendió, y subió por la tierra arriba, bien cerca de dos leguas,
con los dichos Reyes, hollando la tierra con sus pies, en señal de
posesión, y cortando ramas de árboles, que en la dicha isla
estaban, e los dichos Reyes metiéndolo en la dicha posesión
pacíficamente, nongelo conturbando, ni contrallando persona alguna;
yendo con él por la dicha tierra acompañándole, e faciéndole todo
agasajo, e servicio que podían. E luego el dicho señor Diego de Per
7
mandó a los dichos Reyes, que cada uno en su nombre por sí en sus
tierras, y señoríos, que gobernasen e mandasen la justicia, por él;
la cual les dio e corriendo, e ellos e cada uno dellos prometieron de
la gobernar, e mandar por él en su nombre, como buenos, y leales
vasallos, bien, y lealmente, so pena de caer en caso, e en las penas
que caen, e incurren aquellos, que no guardan la justicia que por sus
señores se le es encomendada lealmente, e los susodichos Reyes en la
manera susodicha, hicieron juramento, e juraron de tener, e guardar,
e cumplir, e aver por firme todo lo contenido, e cada cosa, e parte
dello, e que no irán, ni vendrán contra ello ni contra parte dello
en algún tiempo ni por alguna manera, e el sobredicho gran Rey hizo
juramento por sí, y por todos los otros Reyes de lo facer, tener,
guardar, y cumplir todo lo susodicho, como dicho es, en tal manera,
que siempre jamás sea firme todo cuanto en esta carta es contenido e
cada cosa, y parte de ello, so pena de caer en mal caso, en las penas
que caen, e incurren aquellos que van contra su señor e non facen,
ni cumplen las cosas que buenos y leales vasallos pueden, o deben
hacer cumplir. E luego el dicho señor Diego de Herrera, dijo que
tomaba, y tomó la dicha tenencia, y posesión de la dicha isla,
debajo de la Corona Real, y señorío de Castilla, así como bueno, y
leal vasallo del dicho señor Rey de Castilla, so cuyo señorío
vive, y esto en como pasó el dicho señor Diego de Perrera, pidió a
mí el dicho escribano, que se lo diese así por fee, e por
testimonio, para guarda, e conservación de su derecho, e manera, que
ficie-se fee; yo dile ende este en la manera, que dicha es, según
que ante mí pasó en el dicho día, mes y año sobredicho; testigos,
que fueron presentes, los sobredichos Trujamanes, rey de armas, y
Matheo Alonso, vecinos de la isla de Lanzarote, y Alvaro Becerra de
Valdevega, e García de Vergara, vecino de Sevilla, e Juan de Aviles
maestro vecino de Sanlúcar de Barrameda e Luis de Morales vecino de
la isla de Fuerte-ventura e Luis de Casonas vecino de la isla de
Lanzarote, e Jacornar del Fierro, e Antón de Simancas, vecinos de la
dicha isla del Hierro, y otros muchos que sabían la lengua de la
dicha isla de Tenerife; va escrito siete veces, codiz Lanzarote, no
le empezca. E yo el dicho Hernando de Párraga, Escribano, dicho, que
fise escribir esta carta, e fise en ella mi signo, a tal en
testimonio de verdad. Didacus Episcopus Rubi-sensis. Fernando de
Párraga, Escribano público».
En Fuerteventura firmó este acta el obispo Illescas para darle mayor
autoridad; pero así todo, los hechos confirmaron fue una mera
fórmula cancilleresca de cuya significación no se enteraron los
guanches, pero que entre los pueblos civilizados de aquellos tiempos
(y en los actuales cuando hay bastantes cañones) daban derecho a la
soberanía de un territorio.
2 Al historiar este suceso fray Alonso de Espinosa, no dio como otras
veces mayores muestras de discreción. Refiriéndose a la primera
invasión de Diego García Herrera en 1464 y a lo ocurrido más
tarde, escribe:
« ... en alguna manera le dieron la obediencia, como consta por auto
público, mas no fundó por entonces pueblo alguno, ni torrejón y
así se volvió a su tierra quedando en paz la isla. Ende algunos
años vino Sancho de Herrera, hijo del sobredicho, a esta isla con
intento de ganalla y poblalla, y saltó en tierra en el puerto de
Santa Cruz, término de Naga, que llamaron Añazo; donde
permitiéndolo los naturales hizo un torrejón en que él y los suyos
vivían, y allí venían los naturales a tratar y contratar con los
cristianos. Sucedió que los españoles hicieron un hurto de ganado,
de que los naturales se sintieron y se quejaron a Sancho de Herrera
de sus vasallos; y para conservar el amistad entre ellos firmada,
hicieron una ley: que si algún cristiano cometie-rera se delito
alguno, que se lo entregasen a ellos para que hiciesen del a su
voluntad, y si natural contra español por el contrario.
Hecha esta ley o conveniencia, sucedió que los españoles
incurrieron en ella, haciendo no sé que agravio a los guanches, los
cuales quejándose del agravio recibido, Sancho de Herrera entregó
en cumplimiento de lo que entre sí habían puesto, para que ellos
hiciesen justicia a los españoles. El rey de Naga usando de
clemencia con ellos no le quiso hacer mal, antes los volvió en paz a
su capitán sin daño.
No pasaron muchos días que los guanches cayeron en la pena, habiendo
hecho contra los españoles cosa de que les convino querellarse a su
rey de ellos, el cual sin más deliberar entregó a Sancho de Herrera
los malhechores; mas no les sucedió con él lo que a los españoles
con su rey, porque los mandó ahorcar luego Sancho de Herrera sin
remedio. No pudieron los naturales sufrir ni llevar la cruel justicia
que de los suyos, en su tierra, los advenedizos y extranjeros
hicieron; y así amotinados quiebran las paces entre ellos asentadas,
y vienen de mano armada al torrejón que los cristianos tenían hecho
y dando con él por el suelo lo arrasan, matando algunos de los que
dentro hallaron; y así fue forzoso a Sancho de Herrera y a los suyos
que, desamparando la tierra, se volviesen a la suya con pérdida de
algunos».
Cuanto refiere fray Alonso de Espinosa de la ley concertada entre
guanches ana-guenses y los españoles, para administrar
alternativamente justicia según la nacionalidad de los delincuentes,
es una pura novela; aparte de que hoy se conoce la verdadera causa
del rompimiento, dadas las instituciones guanches en que no era
unipersonal la administración de justicia, tampoco se prestaban los
celosos y desconfiados indígenas a que un extranjero ejerciera en
sus tierras actos de soberanía sobre sus habitantes. Puede afirmarse
que el que así piensa no conoció al pueblo guanche.
3 En la probanza intentada por Alfonso Pérez en representación de
Diego de Herrera y su mujer, solicita se interrogue a ciertos
testigos a tenor de las preguntas 36 y 37. La 36 se refiere a si por
efecto de la continua guerra que Herrera hacía a los indígenas,
éstos lo reconocían por señor y le dieron posesión de la isla y
le besaron las manos, y ponía Justicia, etc.; y por la pregunta 37,
si sabían si el obispo y clérigos habían visitado la isla, si han
entrado en Tenerife muchos frailes, tenía una iglesia y habían
bautizado muchos indígenas.
El testigo Antón Soria, a la 36:
«... que sabe e oyó decir que en la dicha isla de Tenerife e la
Grana Canaria, ha tenido paz por algunos tiempos con el dicho Diego
de Perrera tanto quanto los dichos canarios han querido; e que
después que ellos no quieren paz se han alzado contra la voluntad de
dicho Diego de Perreras, e aún en las dichas Islas han quedado a los
tiempos de la paz algunas personas captibos, e que non sabe de este
artículo otra cosa».
A la 37: « ... que oyó decir que al tiempo de las paces estovo el
obispo en las dichas Islas, e que dello él non sabe cosa alguna».
Gonzalo Rodríguez, marinero de Triana (Sevilla) y testigo de
Herrera.
A la 36: « ... que sabe que en la dicha isla de Tenerife obedecieron
los canarios al dicho Diego de Perrera por señor, e que fizo en ella
una fortaleza como señor della e que le besaron la mano nueve Reyes,
lo qual dijo que oyó decir. E que este testigo, por mandado del
dicho Diego de Perrera con otros marineros fue a la dicha Isla de
Tenerife e troxeron dende ochenta e un esclavos canarios, que los
Reyes de dicha Isla dieron en señal de dicho obedecimiento al dicho
Diego de Perrera; de los cuales ochenta y un esclavos que assí le
ovieron de dar por lo que dicho es, quedaron en la dicha Isla cierta
parte de ellos. E que después desto era pública voz e fama, que
andando el dicho Diego de Perrera por la dicha Isla de Tenerife los
canarios de ella le mataron a Ferrando Chemiras que había salido en
tierra por lengua a fablar con un Rey canario, e que por esta
cabsafue quebrantado el dicho obedecimiento que la habían fecho; e
que fasta hoy les face guerra el dicho Diego de Perrera con sus
fustas y navios».
A la 37: «... que en dicho tiempo del dicho obedecimiento oyó decir
este testigo que entraron, e estuvieron en la dicha Isla el Obispo e
ciertos frayles, e que después se salieron dende sin les facer por
qué; e que oyó decir que algunos dellos habían baptizado, pero que
non viven como christianos».
Diego Martín, carpintero, de Sevilla y testigo de Herrera.
A la 36: «... que sabe e visto que nueve Reyes canarios de Tenerife
obedecieron e besaron la mano por señor al dicho Diego de Perrera, e
estovieron assí pacíficos, e entraban e salían los christianos en
la dicha Isla tiempo de seis años más o menos, e que sabe que
estaban ende el Obispo de Canaria, e otros frayles, e que después se
quebró la paz».
Martín Torres, de Sevilla... «assimismo que oyó decir que en
Tenerife habían entrado frayles, e que este testigo ayudó a sacar
un frayle que se llamaba Fray Mace-do, que había entrado ende e lo
tenían detenido».
Alvaro Romero, «clérigo Presbytero», vecino de Sevilla y testigo
de Herrera. A la 36: « ...que sabe que en un tiempo los canarios de
Tenerife le consintieron al dicho Diego de Perrera facer una
fortaleza... e le obedecían por señor... E que después que vido en
como sacaban de la dicha Isla pez, e madera, e que después que sabe
que los dichos canarios se alzaron e derrocaron la dicha fortaleza e
mataron los ganados que en la dicha Isla los christianos tenían e
que assí se están infieles como de antes estaban».
Johan Iñíguez de Atabe, escribano de Cámara y testigo de Herrera:
«Otrosí, dijo: que después el dicho Ferrand Peraza... traía (de
Canaria y Tenerife) aellas a esta cib-dad muchos cativos y cativas, e
esto dixo que lo sabe porque este testigo tovo arrendado... el quinto
de los captivos en las dichas islas... E antes e después vido traher
a esta cibdad asaz captivos».
«Otrossí dixo: que sabe quel dicho Diego de Perrera... que ha
conquistado a la Grand Canaria e Tenerife... E assimismo fizo en
Tenerife una torre, e una iglesia e después... se le rebelaron».
ANOTACIONES
(1) Entre la amplia bibliografía de D. Elias Serra Ráfols destaca
su interés por el estudio de los contactos de europeos con las
Canarias prehispánicas. Así deben recordarse los siguientes
trabajos:
«El descubrimiento, los viajes medievales de los catalanes a las
Islas Afortunadas». La Laguna: Universidad de La Laguna, 1926.
«Los mallorquines en Canarias. Revista de Historia. La Laguna, 1941.
«Más sobre los viajes catalano-mallorquines a Canarias». Revista
de Historia. La Laguna, 1943.
«El descubrimiento de las Islas Canarias en el siglo xrv». Revista
de Historia. La Laguna, 1961.
Otra aportación, ya clásica, para este tema es la de: [Antonio
Rumeu de Armas. El obispado de Telde. Primeros mallorquines y
catalanes en el Atlántico. Madrid-Las Palmas: C.S.I.C., 1960.]
(2) El documento original de este primer pacto de paz entre Diego de
Herrera y los menceyes de Tenerife, se conserva en el Archivo
Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife.
(3) A partir del original, conservado en la Biblioteca del Escorial
(sigt": X-II-22), con la transcripción y aportaciones del
prof. Eduardo Aznar Vallejo, se editó la citada Pesquisa de Cubitos.
Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo Insular de Gran Canaria, 1990.
Este manuscrito constituye una de las escasas muestras de crónicas
coetáneas a la conquista de Canarias.
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