ANEXO N.° IV
BATALLA
DE ACENTEJO
Informe de la comisión científica creada, en 1884, por la Real
Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife con objeto de
situar el lugar donde se produjo la Batalla de Acentejo, estando
presidida por D. Manuel de Ossuna y Van-de-Heede.
«Encargado por esta digna Comisión Científica de dirigir y llevar
a cabo los trabajos que en el importante punto histórico de su
estudio deben preceder a las inspecciones oculares que tengan efecto
y de exponer a su vez, cuanto de ellos juzgue pertinente a su
esclarecimiento y resolución, según acuerdo tomado en junta de 4 de
Mayo de 1884, tengo el honor de someter a su ilustrada consideración
el presente informe que reasume el resultado de mis investigaciones
como así también, cuantas diligencias al propio fin se han
practicado.
Significaré, primeramente a la Comisión que en el propósito de dar
cima a empeño para mí tan difícil he adaptado el estudio de los
testimonios que deben ser objeto de nuestro examen al orden e
importancia, que a los mismos se da en la ciencia histórica. En tal
virtud, han comenzado mis trabajos por el conocimiento detenido de
las fuentes bibliográficas, examinando cuanto pueda referirse al
sitio teatro de la célebre batalla; en segundo lugar he recogido lo
que sobre el mismo suceso, la tradición ha conservado en las
familias avecindadas desde la conquista en la comarca de Acentejo, y,
finalmente, he completado el resultado obtenido en ambas fuentes
históricas con algunas consideraciones acerca de la topografía de
la mencionada comarca, como sobre los antiguos caminos que la
atravesaban; sugeridas unas y otras, no de apreciaciones subjetivas
sino de textos claros y positivos de aquellas mismas emanados.
En cuanto a las fuentes literarias puedo afirmar que del examen
comparado de los distintos historiadores canarios en el particular
que estudiamos se descubren detalles del mayor interés que, unidos a
la conformidad manifestada por los mismos escritores en lo que hace a
las circunstancias del lugar del combate, permiten formular
conclusiones importantes.
Con efecto el P. Fr. Alonso de Espinosa que aún no había cien años
de la conquista de esta Isla, cuando escribió su historia «Del
origen y milagros de Ntra. Sra. de Candelaria», Sevilla, año de
1594; en el capítulo V, páginas 59 y siguientes de la misma se
dice: «...que Bencomo mandó a un hermano suyo, hombre osado y
animoso por capitán y caudillo de ellos con mandato y aviso que por
lo alto de la sierra vaya con aquella gente y entretenga al enemigo
en algún paso fragoso, mientras él con el resto de su gente le va
en el alcance. No fue negligente el hermano del rey en poner por obra
lo que le había encomendado y así tomando el alto de la sierra y
paso de los nuestros, dejó llegar al Gobernador y a su gente a
tiempo y lugar do no pudiesen aprovecharse de los caballos (que era
lo que ellos más temían y en lo que la fuerza de los enemigos
consistía) a un lugar áspero de monte, cuesta arriba, embarazoso de
piedras, matorrales y barrancos y desde allí dieron voces y silbaron
al ganado que los nuestros llevaban.
Cuando los españoles se vieron en lugar tan peligroso donde no eran
señores de valerse de sus armas ni de mandar sus caballos y que les
tenían tomada la delantera y pasos, pues volver atrás no podían
por no entregarse a las fuerzas de su enemigo y metérsele en las
manos, la vanguardia iba muy adelante, el cuerpo del batallón estaba
deshecho y desbaratado porque el ganado por huir (habiendo oído los
silbos) lo había roto, dióse priesa la retaguardia para juntarse y
hacerse un cuerpo que ya con la vanguardia había hecho alto para
esperar».
Y en el capítulo VI, página 62, dice el mismo escritor:
«...murieron a manos de sus enemigos y desrriscados casi novecientos
hombres, que fue la mayor pérdida que en estas Islas hubo».
En fin hablando de la batalla de La Victoria, en el capítulo IX,
página 72 de la propia obra, dice: que los muertos peleaban con gran
denuedo y esfuerzo «por ser casi en el mesmo lugar la batalla que
había sido la primera los años pasados y querían cobrar la
reputación que habían perdido en el propio lugar do la perdieron
que fue Centejo».
El bachiller Antonio de Viana en sus «Antigüedades de las Islas
Afortunadas de la Gran Canaria, conquista de Tenerife y aparición de
la santa imagen de la Candelaria», Sevilla, 1604; Santa Cruz de
Tenerife, 1854, da detalles muy importantes de aquel hecho de armas.
En el canto VI, páginas 152 y 153, dice, que el famoso Tinguaro con
la gente más valerosa:
«Ocupó lo más alto y más fragoso Del bosque de Centejo, no muy
lejos Del áspero camino por adonde Es forzoso pasar de la laguna
Para entrar en los llanos de Taoro».
En el canto VIH, página 199, afirma que:
«Aquel amargo y desastroso día A las dos horas justas de la tarde
Entraba ya por la montaña oscura El español ejército, y habiendo
Caminado dos millas de arboleda, Al descubrir los llanos de Taoro
Estando en el distrito de Centejo Llegaron dos espías que delante
Iban a descubrir la tierra y monte»
En el mismo canto ocupándose de la captura del ganado que los
guanches habían puesto en el referido distrito dice:
«Ypara bien hacerlo se dividen Desordenando el escuadrón formado
Por unas sendas van de cinco en cinco Por otra de tres a tres y
cuatro a cuatro Cogiendo en medio toda la manada Queriendo dar la
vuelta con la presa Estando en lo más áspero y fragoso Incómodos
al bien de su defensa Y más dispuestos a peligro y daño Con
sobresalto y repentina furia Alzan los gritos, silbos y alaridos Los
naturales, y ligeros bajan De la alta cumbre con terrible estruendo
Investigados de infernal ponzoña Que sembró en ellos la discorde
Muele; Retumba el eco de las roncas voces Y de las cajas, pífanos y
trompas; En los altos montes y profundos valles Altéranse los ánimos
viriles De los sobresaltados españoles, Espántase el ganado in
continenti Huye remolinando a todas partes Desordenando más los que
los cercan Viéndose los leones valerosos En tal paso se juntan como
pueden»
Y trabada la batalla pone en boca del General las siguientes
palabras:
«Ea, leones, fuertes, valerosos, Animo, amigos, nobles caballeros
Que, aunque pocos, seremos victoriosos Pues menos son los enemigos
fieros, Salgamos a lo llano presurosos Todos los de a caballo y los
piqueros Y arcabuces, en tanto, y las ballestas A sus dardos y
piedras den respuestas»
En la estrofa que sigue añade Viana:
«Muéstranse los leones valerosos Aunque afligidos en tan agrio
bosque Valientes, invencibles y esforzados».
Después de algún tiempo de combate dice nuestro poeta que cierto
guanche saltó a las ancas del caballo de Fernández de Lugo quien
reconociendo su peligro, «Bate las piernas, el caballo apriesa Corre
ligero en el fragoso bosque Y el natural, no diestro en la jineta Se
ocupa en sustentarse y no caerse Sin poder ofender al caballero; Sube
el caballo la ladera a saltos».
También nos dice este historiador cómo un anciano guanche que
Gallinato y Vergara trataron de atrepellar, se arrojó desde un
guijiral y muere y cómo otro natural fue despeñado por Hernando
Esteban; notándose que durante la pelea los fuertes naturales,
«Andaban y corrían por el bosque Más fácilmente y como más
ligeros Y en las sendas y riscos más usados Corren descalzos por los
mal países»
Asimismo al hablarnos de la llegada del rey Ben-Como es importante lo
que nos dice:
«Descubren de los llanos de Centejo El incendio y furor de la
batalla Suben aprisa por hallarse en ella El bosque espeso de la gran
montaña»
Y al encarnizarse nuevamente la batalla dice:
«En lo más alto del repecho y cuesta Sobre una gran peña como
torre De las que coronaban aquel risco, Estaban seis valientes
ballesteros, De allí tiraban con algún seguro Ligeros pasadores al
contrario. Matando a muchos, viéndolos Turceto Poligrodono, Punacen
y Sirma, Trazan y ordenan la cruel venganza; Solícitos de abajo les
arrojan Piedras las hondas y las manos dardos»
Al hablar del término del combate se expresa así:
«Y algunos españoles mal heridos Bajaron la ladera y peñascales
Retirándose al mar de aquella parte Y así los que con Lugo se
juntaron Y otros, algunos, que después vinieron Hacen tocar a
recoger la tropa, Congréganse cincuenta mal heridos Y todos
proveídos de caballos Salen de la espesura a toda prisa Rompen las
sendas del camino estrecho Y en ellos pisan cuerpos de difuntos
Huellan cabezas y quebrantan brazos Y corren los arroyos de la
sangre, Aquí ven al amigo, allí al pariente sin piernas unos y
otros travesados Vierten sus ojos lastimosas lágrimas Y salen de
aquel bosque o cementerio donde tres horas largas batallaron Y
murieron quinientos españoles Y canarios católicos trescientos Y
más de tres mil guanches que eran tantos Los que acudieron, que
según se afirma Nueve mil batallaron aquel día».
En la retirada, dice el poeta historiador, nuestras tropas se
desviaron del camino y perdidos llegaron a Geneto, dejando a un lado
la la guna, donde hubieran muerto irremisiblemente por las fuerzas
de Anaga y Tacoronte de continuo por el camino de los Rodeos. También
nos dice que treinta españoles se dirigieron al mar, siguiendo «un
cerro por lo más tajado, huyendo de los naturales y hallaron una
gran cueva en un andén, en la que se internaron».
A nuestro propósito interesa finalmente consignar que Viana
describiendo la segunda entrada del ejército cristiano por los
llanos de Centejo, donde está edificada la iglesia parroquial de La
Victoria, dice lo siguiente: (Véase canto XIV, página 367):
«Y después a la tarde caminando Pasaron aquel paso peligroso De la
Matanza cerca de Centejo A donde el general famoso Lugo Cierta
imaginación en su memoria Representa el estado lastimero Del martes
a la tarde cuatro días De Mayo, año de noventa y cuatro, Advierte
atentamente y considera Las partes y lugares de aquel bosque Adonde
fue herido y maltratado Mira donde mataron el amigo Y ve donde
embistieron al contrario Contempla de los cuerpos difuntos Las
calaveras y los secos huesos Y enternecido el corazón y entrañas
Derraman tiernas lágrimas sus ojos, Hasta que ya bajando la ladera Y
peñascales del espeso bosque salieron a lo llanos de Centejo Y el
real se formó en la parte adonde les pareció que estaban más
seguros».
El P. Fr. Juan de Abreu Galindo en su «Historia de la conquista de
las siete islas de Gran Canaria», 1632; Santa Cruz de Tenerife,
1848, y en el libro 3a, capítulo XVIII, página 209 dice que:
«Alonso de Lugo, teniendo en poco a los guanches puso su real en la
laguna que llamaban Agüere y de allí corrían la tierra y de aquí
hizo marchar el campo hacia el reino de Taoro, pareciéndole que
vencido este rey tenía todo hecho por la noticia que de ello tenía,
y pasó por el reino de Anaga y de Tacáronte y de Tegueste sin que
le hiciesen resistencia, marchando el campo hasta La Orotava, donde
tomaron algún ganado, corriendo la tierra de la Orotava que los
naturales llamaban Arautápala visto por los guanches todos y
volviéndose Alonso Hernández de Lugo salió el rey de Taoro Bencomo
con los 300 hombres y mandó a un hermano suyo muy valiente que fuese
por lo alto de la sierra con aquellos 300 hombres, entreteniendo los
cristianos en los pasos más fragosos de la sierra y que él iría en
su seguimiento con la demás gente que se le iba juntando y que así
los mataría a todos. Y así en un lugar estrecho y muy fragoso y
áspero y de mucho monte, dando voces, gritando y dando silbos,
dieron sobre los cristianos que no podían valerse ni pelear ni
aprovecharse de los caballos que era la fuerza de la gente; no
sabiendo qué medio tomar dieron los cristianos a huir a quién más
podía».
Y en otro lugar de la misma página dice:
«Murió aquí la mayor parte de los cristianos que había llevado
Alonso de Lugo y por esta desgracia que le aconteció se llamó este
lugar La Matanza de Centejo hasta hoy».
El lie. Don Juan Núñez de la Peña en su «Conquista y antigüedades
de las islas de la Gran Cañaría», Madrid, 1676; Santa Cruz de
Tenerife, 1847 (páginas 120 y 121) dice:
«...que el ejército español pasó adelante por el camino real a
Centejo, en donde estaba el príncipe y capitán Tinguaro con sus
soldados emboscados; el cual los dejó pasar al llano de Centejo, en
donde tenía con industria un poco de ganado sin guardas, con
intención de que cogiéndolo los españoles y volviendo con él
cuando más gustosos darles pesar con el asalto».
Los españoles cayeron en la red, añade aquel cronista, se apoderan
del ganado para llevarlo a Santa Cruz y, «cuando caminaban por el
barranco y camino de la emboscada, unos cantando, otros riendo, muy
propio de caminantes y más de soldados, descuidados de la pelea,
desarmadas las ballestas y masque tes, unos de otros apartados; a
este tiempo los naturales guanches que en lo alto y andenes del hondo
barranco, entre árboles y matorrales estaban escondidos con su
capitán Tinguaro, descubriendo los cuerpos tan grandes silbos y
alaridos dieron que el ganado se desmandó por diferentes sendas y
por entre pedregales; los españoles oyendo las horrendas voces se
asustaron y no sabían qué hacerse con el sobresalto, y a voces del
general se juntaron los que pudieron en escuadra, aunque en
malpaso...».
«Esta batalla que se dio en Centejo, dice el mismo historiador
(página 126), fue la mayor que en esta isla de Tenerife fue armada
de españoles y guanches, duró cuatro horas sin parar en ella,
murieron quinientos españoles y trescientos canarios católicos y
salieron sesenta heridos; murieron dos mil guanches, que según
afirman algunos autores seis mil fueron los que dieron la batalla y
mil y doscientos cristianos; en este sitio en donde se dio la batalla
llamaron después La Matanza y cerca de allí se pobló un lugar con
el mismo nombre...».
Y en otro pasaje de la misma obra (página 153) al hablar de la
segunda entrada en el interior de la isla dice:
«Llegó el día veinte y cuatro del dicho mes de Diciembre y marchó
el ejército; pasó por Tacáronte, que sin gente estaba y de allí a
Centejo, por el peligroso paso en que les sucedió la inmemorable
desgracia de españoles y victoria de nivarios, en cuatro de Mayo del
año pasado de noventa y cuatro; llegaron al llano de Centejo, allí
hicieron alto y sentaron el real...».
Don José de Viera y Clavijo, el más leído de nuestros
historiadores, en sus «Noticias de la Historia General de las Islas
Canarias», Madrid, 1772, en su tomo II, página 209 y siguientes,
después de manifestarnos que el ejército de Lugo tuvo el arrojo de
dirigirse hacia Taoro con el intento de atacar a Ben-Como en sus
propios estados, pasando por los Rodeos, tierras del reino de
Tacoronte, donde expresaba ser acometido dice así:
«Entre tanto, teniendo Ben-Como noticias positivas del movimiento
del enemigo y que se iba avanzando a su corte, acordó que su hermano
Tinguaro (uno de los guerreros más famosos de Tenerife) marchase por
lo alto del monte con trescientos guanches, toda gente escogida y se
apostase en emboscada sobre el barranco de Acentejo, mientras él con
el resto de sus vasallos le esperaba en La Orotava a pie firme».
Viera y Clavijo, siguiendo particularmente a Núñez de La Peña
añade que;
«... habiendo transitado por Acentejo en donde no encontraron otros
víveres que unas manadas de ganado sin pastores, efecto todo de la
astucia de aquellos naturales, se desmandaron algunos soldados para
recogerle, y otros se adelantaron hasta dar vista al gran valle de La
Orotava, que los guanches llamaban Arautápala. Pero reflexionando
entonces el general Lugo que el profundo silencio en que se hallaba
un país tan poblado, podía ser indicio de alguna mala estratagema,
tuvo la circunspección de mandar retirar su gente, con orden de
retroceder al campamento de la laguna de Agüere, satisfecho de haber
recorrido aquella porción de la Isla y de haber hecho un botín tan
considerable de ganado».
«Ya entraban desordenadas nuestras tropas, continúa el mismo
escritor, por el mismo barranco de Acentejo, cuando el príncipe
Tin-guaro y los suyos (que se habían emboscado en aquel intrincado
paso, rodeado todo de precipicios, cubierto de arboleda y erizado de
peñascos fragosos) salieron de tropel y exhalando horrendos silbos y
alaridos, cerraron y se echaron sobre ellos a manera de bestias
salvajes. Sobrecogidos los españoles no supieron qué hacer. Veíanse
oprimidos por todas partes sobre los riscos más ásperos. Veíanse
en el fondo de un áspero precipicio donde les era imposible usar de
los caballos, ni aún formarse en escuadrón para defenderse.
Veíanse, en fin, embarazados con el mismo ganado que conducían y
que empezó luego a descarriarse. El primer impulso fue el de huir
precipitadamente; pero dando entonces el general Lugo grandes voces
para animarlos a que hiciesen frente a los bárbaros, consiguió,
aunque con algún trabajo, que se uniesen entre sí: Ea, amigos míos
(les decía) aquí del valor castellano. Ninguno desfallezca ni tema
hacer caso a ese corto número de infieles desarmados, que nacieron
para servirnos. Defendámonos con el favor de Dios y adquiriremos una
victoria digna de nuestro nombre».
«El estrago, dice en otro lugar el autor de Los Meses, que los
guanches hicieron en los conquistadores será eterno en la memoria de
cuantos habitasen nuestras islas y el nombre de La Matanza de
Acen-tejo, un monumento infausto de aquella sangrienta batalla. Los
bárbaros emplearon en ella a satisfacción sus dardos y banotes de
tea, que traspasaban las adargas más duras y las piedras rollizas
que partían todos los escudos más fuertes. Causaba horror la lluvia
de peñascos y troncos que hacían rodar sobre los cristianos,
quienes morían a tres y cuatro de un solo golpe. Todos los
desfiladeros del barranco se tiñeron de sangre y se cubrieron de
miembros desunidos.
Había ya dos horas que duraba la refriega cuando sobrevino el rey
Bencomo a concluir la obra de la destrucción de los españoles con
tres mil hombres de retén. Es tradición común que habiendo
encontrado este príncipe a su hermano Tinguaro descansando sobre una
colina y que miraba tranquilamente el combate le reprendió su
indiferencia; pero que aquel bárbaro le respondió: Yo he
desempeñado la obligación del capitán que es vencer; aguardo aquí
a que mis soldados cumplan con la suya que es matar y recoger el
fruto de la Victoria que les he dado».
Después de manifestarnos el mismo historiador que la mortandad y
carnicería entre los muertos fue entonces mayor y que Lugo corriendo
tras Bencomo que andaba con una espada en la mano, consiguió
herirle, siéndolo a su vez en una mejilla el dicho general y que
después hallándose casi solo rodeado de guanches se salvó como por
milagro, añade:
«Finalmente, cuantos fugitivos escaparon de la derrota partieron por
los montes de la Esperanza y salieron al campo de la laguna, de donde
bajaron a curarse sus heridas al cuartel de Santa Cruz. Es constante
que si se hubiesen retirado por el camino de los Rodeos, hubieran
caído, sin remedio, en manos de los guanches de Tacáronte que los
esperaban al paso».
Termina diciendo que el sangriento desastre de Acentejo:
«... duró más de tres horas, muriendo en él seiscientos españoles
y trescientos isleños de Canaria. De las doscientas personas que se
salvaron de nuestro ejército no hubo una que no saliese herida.
Hasta este día se llama aquel famoso sitio La Matanza, en donde hay
una población que retiene su nombre; y en el fondo del referido
barranco se hallaban hasta estos últimos tiempos muchos huesos
humanos, piezas de algunas armas y monedas de oro».
El mismo Don José de Viera, en el tomo III de su referida obra,
página 508, dice:
«Matanza. Dista media legua del Sauzal y dos y media de La Laguna.
Llamóse en otro tiempo Acentejo, y Matanza después de la derrota de
los españoles en aquel sitio por los guanches».
D. Antonio Porlier en su «Disertación histórica sobre la época
del primer descubrimiento, expedición y conquista de las Islas
Canarias», páginas 104 y 105, confirma cuanto se deja reseñado
respecto a la disposición del terreno donde tuvo lugar la batalla y
añade que:
«...los nuestros perdieron 800 hombres y quedaron 60 heridos. Los
guanches tuvieron más de 2.000 muertos y muchos heridos. Esta
célebre batalla se dio en 4 de Mayo de 1494».
Don Juan Montero en su «Historia militar de Canarias», Santa Cruz
de Tenerife, 1847, tomo I, página 217, dice:
«...ni uno sólo de los guerreros se presentaron durante el
tránsito; le esperaban a la vuelta. A la entrada del barranco de
Acentejo nuevo temor de parte de Lugo y nuevas seguridades también:
la mayor tranquilidad reinaba allí; ni el menor indicio de
sorpresa... Los guanches emboscados esperaban a su enemigo en la
retirada. Se decide a atravesar el peligroso paso y llegan las tropas
a dar vista al hermoso valle de Arautapala».
Y al describir el regreso dice el mismo Sr. Montero:
«... mas, apenas, ha entrado de nuevo en el fatal barranco que
silbidos agudos resuenan por todas partes...inmensos trozos de roca,
enormes troncos de árboles eran despeñados desde los bordes del
barranco y al caer rodando, al principio aplastaban filas enteras».
Y termina así:
«De vez en cuando aprovechando los guanches su agilidad que les
permitía descender al barranco y retirarse a su placer por
cortaduras que parecían inaccesibles, atacaban a su enemigo más de
cerca».
Don Pedro Agustín del Castillo en su obra «Descripción histórica
y geográfica de las islas de Canaria», Santa Cruz de Tenerife,
1848; dice en la página 176, lo que sigue:
«Hicieron la recolección (de los ganados) y enderezándola con gran
contento a los pasos por donde se habían introducido y llegando a un
profundo barranco todo lleno de asperezas y desiguales peñascos,
cuando menos prevenidos en las armas caminaban, oyeron furiosas voces
y silbos que acompañaban una nube de piedras sobre el ganado y
castellanos, durmiéndose y retirándose por sobre los soldados el
ganado a los riscos y bosques; y los soldados puestos en confusión
con el súbito asalto de la muchedumbre de guanches, sin hallar
orden, ni adonde hacer pie los caballos, atrepellando a los suyos sin
poder hacer daño a los contrarios».
En tal situación, añade el mismo escritor, los castellanos sólo
atendían a salir del,
«...estrecho sitio sin poderse favorecer unos a otros, antes sí se
atrepellaban y los caballos que sin obediencia corrían valiéndose
los guanches de los privilegios que les dio el infausto sitio,
soberbios con haber logrado el vencimiento de los nuestros con
pérdidas de muchas vidas de los que antes se juzgaban invencibles».
Los señores P. Barker, Webb y Sabin Berthelot en su extensa obra
«Histoire naturelle des lies Cañarles», París, 1842, en el tomo
I, página 326 dicen:
«Les espagnols ont appelé cette vaille la matanza de Acentejo. Déla
le nom de Matanza (le carnage) qui a eté imposé au village situé
prés du fameuz ravin, que les habitants de Teneriffe appellent
commu-nement barranco de la Matanza».
El mismo Sr. Berthelot en su «Etnografía y Anales de la conquista
de las islas Canarias», traducción de D. Juan Arturo Malibrán,
Santa Cruz de Tenerife, 1849; en la página 325, da noticias
idénticas a las manifestadas por los escritores que preceden y en la
página 326 añade:
«Tal fue el triste resultado de esta batalla sangrienta en la que
Alonso de Lugo perdió 600 españoles y 300 canarios. La acción
había durado más de tres horas y de los 200 hombres que entraron en
el campamento no se encontró uno solo que no estuviese herido».
Finalmente Don José María Bremón y Cabello en su «Bosquejo
histórico y descriptivo de las islas Canarias», Madrid, 1847, cree
que fueron 3.300 el número de combatientes guanches, en la batalla
que tratamos; siendo de ellos 300 mandados por Tinguaro y 3.000 por
Ben-Como, y que de los del general Lugo murieron 900.
De lo expuesto se deduce:
1a) Que el ejército español tomó, para dirigirse a Taoro, el
«camino de los Rodeos» que Núñez de la Peña llama «camino real
de Cen-tejo», pasando por el llano que lleva el propio nombre de
Centejo.
2a) Que al hallarse Tinguaro con su gente emboscada, por lo alto del
monte, al decir de Viera, o por lo alto de la sierra, según se
expresan los eruditos frailes Espinosa y Abreu Galindo, debe
entenderse que se hallaba, a su vez, en el camino real de Centejo o
en sus inmediaciones pues que en el primer pasaje transcrito del
historiador Núñez de la Peña se dice:
«...que el ejército español pasó adelante por el camino real de
Centejo en donde estaba el príncipe y capitán Tinguaro con sus
soldados en emboscada, el cual los dejó pasar al llano de Centejo»,
afirmación de la mayor importancia para nuestro objeto que corrobora
Viana al decir que Tinguaro:
«Ocupó lo más alto y más fragoso del bosque de Centejo, no muy
lejos del áspero camino por adonde es forzoso pasar de la laguna
para entrar en los llanos de Taoro»,
siendo lógico entender también que al hallarse en el camino real de
Centejo se encontraba en el barranco de este nombre por afirmar Viera
que Ben-Como «acordó que su hermano Tinguaro marchase por lo alto
del monte con trescientos guanches, toda gente escogida y se apostase
en emboscada sobre el barranco deAcentejo».
3Q) Que el sitio donde tuvo lugar la batalla, en vista de la
deducción que precede hay que buscarlo por el punto alto en que el
antiguo de los Rodeos o Real de Centejo atravesaba el barranco de
este nombre.
4a) Que se corrobora este aserto al tener presente que según las
palabras transcritas de los historiadores, los españoles al huir en
la derrota de Acentejo no tomaron el camino que existía por la costa
sino que verificaran su retirada en dirección de los montes de la
Esperanza.
5a) Que el sitio teatro de la batalla ha de encontrarse un poco más
alto del plano en que se encuentra hoy la iglesia parroquial de La
Victoria, no sólo por lo que se deja dicho y además por las
palabras, de que ya he hecho mérito, del citado Núñez de la Peña
cuando al hablar de la otra batalla favorable a las armas castellanas
en 1495 dice: que el ejército español, «...pasó por Tacáronte,
que sin gente estaba y de allí a Centejo por el peligroso paso en
que les sucedió la inmemorable desgracia de españoles y victoria de
nivarios en 4 de mayo, del año pasado de noventa y cuatro; llegaron
al llano de Centejo, allí hicieron alto y sentaron el real»;
ganándose la batalla, cuya memoria se ha perpetuado, dando el nombre
de «Victoria» al lugar y erigiéndose en el mismo sitio la iglesia
que hoy en él se encuentra, sino todavía más por las palabras
terminantes de Viana al afirmar que cuando llegó Ben-Como con sus
tropas y, «Descubren de los llanos de Centejo El incendio y furor de
la batalla Suben aprisa por hallarse en ella El bosque espeso de la
gran montaña». 6e) Que el paso del barranco de Acentejo en donde
tuvo lugar el desastre sangriento de 1494 ofrecía, al decir de los
historiadores, mucha profundidad y de uno y otro lado riscos
escabrosos con ande nes poblados de bosque y matorral, y de tal
estructura que los silbos y gritos producían eco, y además que se
daba una vuelta al acercarse al dicho paso; condiciones todas que en
la actualidad presenta el referido barranco en el punto en que le
cruza el antiguo camino aún denominado de San Cristóbal (cuya
identidad con el de los Rodeos se probará después); descubriéndose
todavía en las inmediaciones de aquel difícil paso, restos de
hayas, acebiños y otros árboles que desde la conquista cubrían una
y otra vertiente.
1°) Que en los puntos más próximos del barranco de Acentejo al
actual pueblo de La Matanza debe buscarse el sitio en que comenzó la
batalla ya porque Viera y Clavijo, siguiendo a Núñez de la Peña y
a Abreu Galindo en un pasaje arriba transcrito dice:
«Hasta este día se llama aquel sitio La Matanza en donde hay una
población que sostiene su nombre», ya porque en otro lugar
igualmente inserto dice el mismo historiador:
«Matanza: dista media legua del Sauzal y dos y media de La Laguna.
Llámase en otro tiempo Acentejo y Matanza después de la derrota de
los españoles en aquel sitio por los guanches».
8S) Que suponiendo sea la cueva que llaman «del Guanche», situada
más arriba de la confluencia del barranco de Marta con el de
Acentejo, la que refieren los historiadores haberse refugiado treinta
españoles huyendo de los indígenas en aquella inolvidable jornada,
debe considerarse que el sitio de la batalla se ha de encontrar mucho
más arriba de la precitada cueva, por cuanto Viera al describir este
episodio dice que: «otra partida de treinta españoles que en
Acentejo había tenido modo de retirarse por el barranco abajo,
aunque perseguidos de un cuerpo de quinientos isleños se alojaron en
cierta cueva que divisaron en lo alto de una colina».
Pasando a las fuentes que nos suministra la tradición debo
manifestar a los señores comisionados que al efecto de obtener el
mejor resultado en estas investigaciones dirigí en el mes de Mayo de
1884 atento oficio al Sr. D. Ricardo Gutiérrez Cámara, a la sazón
digno gobernador civil de esta Provincia, manifestándole que como
encargado de estos trabajos estimaría mucho se sirviese ordenar al
Sr. Alcalde del pueblo de La Victoria me prestase la cooperación que
en esta digna empresa necesitase en aquel término y así, también
pasé comunicación al ilustrado canónigo Dor. Don Pedro Llabrés y
Llompart, entonces gobernador eclesiástico de este obispado,
exponiendo igual deseo a cuyo efecto agradecería se dirigiese
análoga comunicación al Ve. Sr. cura ecónomo del pueblo de La
Matanza con el mismo propósito; ambas autoridades correspondieron
atentamente a mi deseo obteniendo por medio de la cooperación del
Sr. Alcalde Don Agustín Afonso y Santos, y del Ve. Sr. cura D.
Valentín González Álvarez de los pueblos nombrados, noticias
importantes al fin que proseguía.
Con efecto, el 3 de Julio siguiente de 1884 se presentaron en la casa
de campo que poseo en el referido pueblo de La Victoria, donde a la
sazón me hallaba, el mencionado señor alcalde D. Agustín Afonso y
Santos acompañado del secretario de la corporación municipal Don
Luciano Pérez y Hernández a contestar verbalmente un oficio que
acompañado de un interrogatorio les había pasado y me manifestaron
haber hecho las preguntas en él contenidas a Don Antonio Hernández
y Fernández, vecino del propio pueblo y de más de 80 años, a Da.
Ni-colasa Oliva, vecina también del mismo y de más de 90 años, y,
finalmente, a D. José Afonso y González, de edad octogenaria y de
la propia vecindad y que a la primera pregunta que se refiere al
lugar donde ocurrió el sangriento combate de Acentejo contestaron,
unánimemente, los susodichos ancianos que «la batalla, habían
oído, ocurrió en las cuevas de San Antonio Abad que están en el
mismo barranco de Acentejo». Acerca de la segunda pregunta que versa
sobre si han visto en algún punto del propio barranco de Acentejo o
en sus alrededores huesos humanos, armas, o monedas antiguas, o bien
si han oído decir alguna cosa sobre haberse encontrado en otro
tiempo alguno de los dichos vestigios precitados me significaron los
señores Alcalde y Secretario que contestaron «no recordar»'; todo
lo cual consta en el acta que se extendió en la dicha mi casa de
campo y que firmaron los nombrados señores, cuyo documento acompaña.
En el entretanto a la comunicación que del Obispado de esta diócesis
se pasaba al Ve. cura del pueblo de la Matanza, secundando mi
propósito manifestado en atenta comunicación de 25 de Mayo del
mismo año de 1884, contestaba el referido señor cura al M. He. Sr.
Gobernador eclesiástico con fecha 8 de Julio la siguiente:
«Tengo el honor de contestar el respetable oficio de V.S. fecha 5
del pasado Junio, manifestándole, que con el mayor gusto cumpliré
sus mandatos, secundando, en cuanto lo permitan mis fuerzas los
trabajos de investigación científica que deben realizarse en este
pueblo por la Comisión de la Real Sociedad Económica de Amigos del
País de Tenerife. Y como V.S. me ordenaba que a la posible brevedad
reuniese las noticias que se conservan por tradición acerca del
lugar en que se dio la célebre batalla de Acentejo, en mi deseo de
acopiar datos fidedignos he demorado el dar cumplimiento a su
respetable oficio. Los ancianos de este pueblo, a quienes he acudido
en demanda de noticias, no recuerdan haber oído a sus mayores, como
parecía natural, un sitio determinado como campo de aquella batalla;
pero todos se inclinan a creer, sin duda por reminiscencias que
tienen fuerza, que aquélla debió librarse en el sitio en que hoy se
halla la Ermita de S. Antonio y sus alrededores, y le vino a
confirmar su opinión el descubrimiento de una multitud de huesos
humanos, cuando se hicieron, hace tres años, las obras de la Ermita
referida de S. Antonio. Lo que tengo el honor de elevar al superior
conocimiento de V.S. a los efectos consiguientes. Dios gue.. V»;
cuyo texto tuvo a bien transcribirme el M. II. y digno Gobernador Sr.
Llabrés en atenta comunicación de 14 de Julio de 1884, que también
acompaña.
Al mismo tiempo me dirigía el expresado señor cura, atenta carta
con fecha 2 del mismo mes de Julio en la que me decía entre otras
cosas lo siguiente:
«Acabo de recibir en este mismo momento su atenta y enterado de su
contenido hago a V. presente los pocos datos que por esta mi
jurisdicción he podido reunir desde que el M.I.Sr. Gobernador de
esta Diócesis se dignó comunicármelo en su atento oficio, de lo
cual he dado cuenta por palabra, no verificándolo aún por escrito
por ser aún temprano y no haber podido recoger datos seguros y
ciertos sobre el punto fijo de la famosa batalla; pues los que he
recogido de las pocas personas aseguran haberse dado en S. Antonio, o
mejor dicho en donde está situada la ermita y plaza, y se afirman
más porque ha dos años que se hizo de nuevo la ermita y haciendo
las excavaciones que son de necesidad para formar los cimientos, se
encontraron una por don grande de huesos debajo de los cimientos que
tenía la ya destruida ermita antigua y por los datos que ya tenía y
lo que dijeron muchas personas de esta comarca, comprendí que podía
ser exacto todo lo que referían, pues así lo aseguran hoy personas
de edad avanzada, como son Don Francisco Hernández Delgado, Don Juan
E. Delgado, maestro de escuela; Don Gregorio Perera y Delgado,
inspector de escuelas, y su hermano D. Manuel Perera y Delgado,
secretario del M. I. Ayuntamiento de este pueblo de La Matanza,
personas las más instruidas y curiosas en retener todo lo que oyen,
han oído y puedan oír con respecto a cosas que puedan algún día
anotarse en historias», cuya carta acompaña también a este
informe.
Pocos días antes, el 29 de Junio, había pasado al pueblo de La
Victoria para proseguir estos trabajos y al propio intento me dirigí
el dicho día a la casa habitación de D. Andrés Martín Pérez,
sorchante de aquella iglesia parroquial y persona, además, de quien
tenía los mejores antecedentes como curiosa y entendida en antiguas
noticias de aquel lugar y haciéndole la primera pregunta del
interrogatorio que como ya dejo manifestado se refiere al lugar en
que ocurrió la célebre batalla de Acentejo se sirvió de darme la
siguiente contestación que a la letra copio:
«Que aún siendo pequeño oyó hablar a Don Isidoro Fernández
Oliva, que era vecino de La Matanza, del lugar donde ocurrió el
combate y por las averiguaciones que entonces hicieron deducían ser
en el sitio que llaman el Reventón, sitio que está un poco más
alto que la ermita de S. Antonio Abad. Añadió también que desde
aquel lugar en dirección al monte y ya del otro lado, allá del
barranco, hay un camino que llaman de S. Cristóbal que va a unirse
al camino real en El Sauzal donde llaman Aparta Caminos. Dijo
también, que esos senderos en lo antiguo eran transitados. Además,
que hay una vereda llamada del «Pinito» que va de la «FLorida» en
dirección al nombrado lugar del «Reventón», añadiendo que por
ese tránsito existen algunos manantiales, lo cual serviría a los
guanches para dar agua a sus ganados. Afirmó, finalmente,
refiriéndose a todas las personas ancianas de este pueblo y con
especialidad al difunto cura párroco Don Gregorio Martín Estévez,
que era la vereda del «Pinito» la más antigua de todas».
El día 3 de Julio siguiente pasé a la casa que posee y habita en el
propio lugar el M. I. Sr. D. Nicolás Calzadilla, deán de la Santa
Iglesia Catedral de Canaria, natural del mismo y de más de 70 años
de edad y habiéndole manifestado el objeto de mi visita me
manifestó:
«...que según lo que de tradición ha oído es que la batalla de
Acentejo tuvo lugar en donde cruza el camino de S. Cristóbal al
barranco del dicho nombre de Acentejo; que allí se pusieron a
descansar los españoles y que los guanches les tiraron piedras y
troncos de árboles, añadiendo que ese camino sube un poco a pasar
por San Antonio Abad»', afirmaciones importantes que la edad
septuagenaria del expresado sacerdote, el ser aquel lugar el de su
naturaleza y en el mismo estar considerado, como la persona de más
ilustración, dan a aquellas mucha autoridad.
Después de haber recorrido en distintos días del mes de Julio del
año último de 1885, el referido barranco de Acentejo desde donde
dicen «la Fuente de los Frailes» hasta la carretera que une a Santa
Cruz con la Orotava, examinando detenidamente la profundidad y paso
en que el antiguo camino de S. Cristóbal atraviesa el expresado
barranco, juzgué del caso conocer el propio barranco en la parte de
la costa, puesto que en esa dirección, al decir de los
historiadores, huyeron algunos soldados del ejército de Lugo, y, al
efecto, pasé el día 9 de Agosto último, acompañado del antes
nombrado Don Andrés Martín Pérez, sorchante de la iglesia
parroquial de La Victoria, a la dicha parte del barranco hasta más
abajo de la ermita de W. Sa. de Guía, logrando recoger una curiosa
noticia conservada por tradición en virtud de la cual se afirma que
en las inmediaciones de/la confluencia de los barrancos de Chivana y
Marta con el de Acentejo «feneció la batalla»', así lo aseguraron
los vecinos de aquel barrio señores Domingo Hernández y García y
José Yanes, quienes añadieron que también por aquellas cercanías
se han encontrado restos de hierro o bronce que oyeron decir eran de
armaduras antiguas.
Ya regresaba a tomar la carretera por el callejón que llaman de
Centejo cuando encontramos a otro vecino del propio lugar de La
Victoria llamado Pedro Hernández y Rodríguez a quien tenían
anotado para examinarle al tenor del interrogatorio mencionado y
aprovechando entonces la ocasión le hice la primera pregunta y
contestó:
«...que ha oído decir a varias personas y entre ellas a Dn. Antonio
Izquierdo y Calzadilla, sacerdote y persona ilustrada que la batalla
que tuvo lugar en el barranco de Acentejo, donde los guanches
obtuvieron una gran victoria, tuvo efecto en las inmediaciones a la
ermita de S. Antonio. Además en el sitio que hoy se llama y se ha
llamado siempre «Las Guardias» es tradición, según el mismo
Izquierdo, que conserva este nombre por haberse puesto en él ciertos
soldados de guardia. Este sitio, añadió, está más arriba de la
dicha ermita de S. Antonio a una distancia de algo más de un
kilómetro» cuya declaración sentó y firmó el referido Sr.
Martín, de la que es copia literal la que queda transcrita. Tanto
este original como el de las dos anteriores declaraciones acompañan
también a los demás documentos.
El 31 de agosto siguiente pasé a ver a los herederos de D. Julián
del Castillo, vecino de La Victoria y cuya casa habitación se halla
muy inmediata al punto en que el camino de San Cristóbal atraviesa
al barranco de Acentejo y María, uno de los hijos y herederos,
rindió la curiosa e importante declaración que sigue:
«...que había oído decir a su padre el referido Julián del
Castillo y a su madre Antonia Rodríguez Bermejo que en aquel
barranco y sitio por donde pasa el camino de S. Cristóbal hubo gran
guerra de guanches y españoles y que aquellos hicieron un gran
montón de piedras en el borde del barranco, donde hay unas cuevas
con ovejas, debajo del borde, en ese punto, y que pusieron ramos y
que los guanches se ocultaron y al llegar los españoles echaron a
rodar esas piedras y escombros y mataron a muchos españoles. También
le oyó decir que corrió mucha sangre en el dicho barranco y que por
eso decían habían de ocurrir desgracias a este lugar por echar
fuera a los guanches que eran los dueños».
Detalles enteramente conformes con los que sientan Viera y Dn. Juan
Montero, cuando éste dice:
«...enormes troncos de árboles eran despeñados desde los bordes
del barranco y al caer rodando al principio aplastaban filas
enteras», y aquél al decir:
«...causaba horror la lluvia de peñascos y troncos que hacían
rodar sobre los cristianos quienes morían a tres y cuatro de un solo
golpe».
Deseando que el antes nombrado señor deán Don Nicolás Calza-dilla
me aclarase el punto interesante de si el actual camino de S. Juan,
donde está enclavada su casa y cruza el barranco de Acentejo, es el
mismo que se llamaba de San Cristóbal, visité el mismo día 31 al
nombrado sacerdote y me habló en el propio sentido que lo hizo en mi
primer entrevista de 3 de Julio del año de 1884, afirmándome
terminantemente, «que el dicho camino de San Juan que pasa por el
barranco de Acentejo es el antiguo camino de S. Cristóbal».
Me dirigí'nuevamente al pueblo de La Victoria el día 14 de Marzo
del corriente año y pasando a la casa del Sr. D. Andrés de Armas y
Fragoso, vecino del propio pueblo y al presente es juez municipal, le
encontré casualmente en la plaza de la iglesia del dicho lugar y a
la primera pregunta del interrogatorio me contestó
«...que desde pequeño había oído decir que aquella batalla tuvo
lugar en el barranco de S. Antonio y en el sitio en que lo cruza el
camino que de la ermita de dicho Santo va a la casa de Dn. Matías
Izquierdo, que es el camino de S. Cristóbal».
Por lo tanto del propio día 14 de Marzo pasé acompañado del ya
nombrado señor alcalde Don Agustín Afonso y Santos y del secretario
del Ayuntamiento, también ya citado, Don Luciano Pérez y Hernández
a la casa habitación de la Sra. Angela del Castillo y Hernández de
edad de más de 70 años y natural y vecina del propio pueblo de La
Victoria y examinada al tenor de la primera pregunta contestó:
«...que había oído a sus padres que sobre las cuevas del barranco
de S. Antonio, encima del camino que cruza para La Victoria, tiraban
piedras y mataban; si bien no aseguraba si eran los españoles o los
guanches los que mataban».
Leída la declaración contestó estar conforme y que no firma por no
saber. Además de los expresados Alcalde y Secretario se hallaba
presente Don Juan Hernández y Rodríguez de aquella misma vecindad.
Pasábamos después a la casa del anciano Sr. José del Castillo y
Hernández cuando lo encontramos con otras personas en el camino de
S. Juan; manifestó tener setenta y cuatro años y hecha la primera
pregunta referida contestó:
«...que había oído a sus padres y a otras personas ancianas que
como todo estaba lleno de monte pusieron los guanches unos palos,
formando una empalizada falsa y como pasaban los españoles por
debajo del barranco de S. Antonio, como que era el camino que había,
con los palos mataron a españoles»', leída después esta
declaración manifestó era lo mismo que decía y que aunque supo
escribir no ve ya para firmar. Se hallaban presentes además de los
señores Alcalde y Secretario D. Andrés Gutiérrez y Fernández,
Francisco Oliva y Antonio Abreu.
Nos dirigimos, luego, a la casa de D-. Isabel Gutiérrez del
Castillo, donde vive D. Ángel Gutiérrez del Castillo, de edad de 73
años y hecha la misma pregunta acerca del lugar de la batalla de
Acentejo dijo:
«...que había oído decir a sus padres y a otras personas ancianas
que hubo una batalla en las Montañetas y después en el barranco de
Centejo por San Antonio; que hubo una gran batalla y que murieron
muchos españoles que con piedras mataron y que corrió sangre».
Leída la declaración manifestó era lo mismo y que no firmaba por
no ver y hallarse impedido. Todas las declaraciones firmadas por los
señores nombrados Don Agustín Afonso y Santos, alcalde de La
Victoria y Don Luciano Pérez y Hernández, secretario de la
corporación municipal acompañan igualmente a este informe.
Después de recibidas las declaraciones que preceden pasé acompañado
de la expresada autoridad y del dicho secretario al sitio en que este
último me manifestó denominarse «Llano de Centejo» desde donde
nos quedaba enfrente la ermita de S. Antonio y el antiguo camino de
S. Cristóbal en el que ésta se encuentra y casi a nuestros pies
hallábase el barranco de Centejo, estando a la derecha el difícil
paso por donde cruza al mismo el susodicho camino de S. Cristóbal,
entonces pude hacerles notar la conformidad de las palabras de Núñez
de la Peña con la disposición topográfica de aquellos lugares,
cuando dice en un pasaje ya transcrito:
«...pasó (el ejército español) por Tacáronte que sin gente
estaba y de allí a Centejo por el peligroso paso en que les sucedió
la inmemorable desgracia de españoles y victoria de nivarios, en
cuatro de Mayo del año pasado de noventa y cuatro; llegaron al llano
de Centejo, allí hicieron alto y sentaron el real», y a su vez al
dominar toda la cuesta, en la que se encuentra situada la dicha
ermita, y la margen derecha del célebre barranco, donde, según las
declaraciones que acabábamos de practicar resultaba haberse empeñada
la batalla de verdad de aquellas otras palabras de Viana cuando dice:
«Descubren en los llanos de Centejo El incendio y furor de la
batalla Suben apriesa por hallarse en ella El bosque espeso de la
gran montaña».
Y, finalmente, llamándoles la atención sobre los desfiladeros del
barranco donde debió de apostarse en emboscada Tinguaro con su
gente, les hice observar la verdad de aquellas otras palabras del
mismo Núñez a saber:
«...que el ejército español pasó adelante por el camino real a
Centejo, donde estaba el príncipe y capitán Tinguaro con sus
soldados en emboscada, el cual les dejó pasar al «Llano de
Centejo».
El día siguiente 15 de Marzo pasó a mi casa habitación de aquel
pueblo Don Matías García y Hernández, vecino del mismo y mayor de
cuarenta años, quien en presencia del ya nombrado Don Andrés Martín
Pérez contestó de la siguiente manera a la primera pregunta ya
referida:
«...que había oído a sus padres y estos también a sus
antecesores, que la batalla más sangrienta fue en el barranco de S.
Antonio»,
habiéndole preguntado entonces si podía precisar el sitio del
barranco dijo:
«...que no sabía en qué punto, pero que sí sabía que el camino
más antiguo pasaba por debajo de S. Antonio».
Leída la declaración manifestó estar conforme con lo que había
dicho, firmando a continuación, según se ve en el original que
también acompaña.
Acto continuo el referido D. Antonio Martín Pérez me hizo las
manifestaciones que literalmente copio del original que por él
firmado va unido al informe:
«1.a Que ha visto una escritura antigua sobre tributo que pagaban a
los señores de Araús y que en ella se decía que las tierras
gravadas (que están enclavadas casi en el centro del pueblo de La
Victoria) se hallaban en el «llano de Centejo»; me añadió que las
dichas tierras lindan por el pie con el actual camino de S. Juan, que
es el mismo que pasa por la ermita de S. Antonio Abad.
2.a Que había oído hablar al señor cura Don Gregorio Estévez, a
Don Pedro Afonso, secretario que fue de este Ayuntamiento, y a otras
personas antiguas y entendidas que al verificarse la batalla que dio
nombre al lugar y ganada por los españoles se erigió una ermita
dedicada a Ntra. Sra. de la Victoria y que esta ermita se construyó
en donde llaman el «Charcón», que es un poco más allá de la casa
que hoy posee Don Juan J. Barroso.
3.a Que el antiguo camino de S. Cristóbal une al camino del «Pinito»
y de la «Florida» y que todos los tres fueron uno solo; además que
al pasar por Sta. Úrsula cruzaba y cruza por la «Corujera», barrio
de aquel lugar que está a la altura de S. Antonio Abad, y que este
camino empalma con el de los Rodeos en donde llaman «Aparta Caminos»
en El Sauzal. Finalmente, que había oído que era el camino más
antiguo por donde transitaban desde La Laguna a La Orotava».
En la tarde del 2 de Mayo del presente año acompañado del mismo
señor Martín Pérez pasé a la parte más inmediata al mar del
referido barranco de Acentejo en el punto de su confluencia con los
barrancos de Chivana y Marta y de allí a la casa del Sr. José Yanes
y Armas y habiendo a éste preguntado si había oído decir a qué
baja o roque del mar se dirigieron muchos conquistadores cuando en la
derrota de Acentejo huyeron de los guanches y contestó:
«...que en un punto de la orilla del mar por donde llaman el
«Ca-letón» hay una baja que llaman de Los Cristianos porque se
aguare-cieron allí los cristianos huyendo de los guanches cuando la
batalla y que está en la jurisdicción de La Matanza».
Añadió, «que pueden estar en ella hasta mil personas y que se
puede ir a ella nadando si bien no quieren hacerlo por temor a peces
grandes».
Cuya declaración después de sentada se la leí ante el nombrado Sr.
Pérez, y contestó ser lo mismo que había dicho. Nos dirigimos
después a la casa del señor Diego Martín y examinado al tenor de
la primera pregunta del interrogatorio contestó:
«...que aunque se había criado en las inmediaciones, nada otra cosa
sabía sino que el camino que pasa por San Antonio y cruza el
barranco para llegar a la casa del señor Matías Izquierdo es el
camino antiguo de San Cristóbal», leída después esta declaración
manifestó ser lo mismo que había dicho.
En el día 4 de Mayo de este mismo año compareció en la citada,
campo de La Victoria, la señora María del Carmen Batista, vecina de
La Matanza y mayor de cincuenta años. Hecha la pregunta de si sabía
cuál fue el punto donde se libró la batalla en que fueron muertos
muchos españoles a que se refiere la prima pregunta, contestó:
«...que en los alrededores de San Antonio, particularmente en la
plaza y que cuando en la fiesta del dicho Santo se matan a palos se
dice que aquello es de ab initio, porque en aquella plaza mataron a
muchos cuando la batalla y que esto lo había oído siempre a muchas
personas».
Preguntada sobre cuál era el camino más antiguo que había oído
atravesaba aquellos lugares contestó:
«...que había oído decir a sus padres era el que cruza el barranco
de S. Antonio por debajo de la ermita del dicho Santo y que va de La
Laguna a la villa de La Orotava».
También dijo, «que el punto que llaman La Asomada, es el nombre
porque allí fueron los guanches o los que iban a pelear a ver si de
allí los veían asomarse, para pelear. Y que el punto que llaman Las
Guardas era el nombre porque allí los aguardaron».
Preguntada que cuál de estos dos puntos estaba más cerca de La
Victoria dijo:
«que Las Guardas y que el camino antiguo antes referido de San
Antonio pasa por los dichos puntos de Las Guardas y La Asomada y que
allí no hay otros caminos desde antiguo y que La Asomada está más
abajo que Las Guardas».
Compareció después en la misma casa el sr. José Delgado, vecino de
La Victoria y de setenta años de edad, examinado al tenor de la
primera pregunta dijo:
«...que había oído a personas ancianas que la pelea de guanches y
españoles había sido entre los dos barrancos de San Antonio y el
otro donde está el tomadero».
Manifestó también, «que el camino más antiguo de tránsito pasa
por Las Guardas derecho al Reventón y de allí va a Apartacaminos
que está en El Sauzal y después a La Laguna»; leídas ésta como
la anterior declaración contestaron los testigos estar conformes.
Como ven los compañeros de la comisión el resultado de los trabajos
en esta fuente histórica no puede ser más concluyente ni más
satisfactorio. Si el examen crítico de la historiografía isleña en
punto al problema de nuestro estudio ha permitido sentar lógicamente
las deducciones que dejo expuestas, pudiendo afirmarse:
«Que el ejército español tomó el camino de los Rodeos que conduce
a Taoro y que al llegar a Centejo, se hallaba en las inmediaciones de
la propia vía y en el barranco que lleva aquel nombre apostado en
emboscada Tinguaro con su gente quien lo dejó pasar al «llano de
Centejo» cruzando el dicho barranco por el montuoso y difícil paso,
ese que el camino le corta, y que una vez llegado a la vista de Taoro
regresó, capturando entonces mucho ganado y que al querer entrar y
dar vuelta nuevamente en el barranco con el ganado y por el mismo
paso áspero y difícil salen los guanches que estaban ocultos y
arrojando troncos de árboles y piedras del borde del mismo se empeña
el combate en el referido sitio y paso, que ha de hallarse no muy
lejos de lo más alto y más fragoso del bosque, en lo más cercano
al pueblo de La Matanza y un tanto más elevado del sitio en que está
edificada la iglesia parroquial de La Victoria»;
la lógica de esta conclusión adquiere irreductible fuerza si
observamos que por cuantas declaraciones se han recibido, la
situación y circunstancias del lugar que se indica por los
historiadores han encontrado completa confirmación.
En efecto, los testigos D. Antonio Hernández y Fernández, D-.
Nicolasa Oliva y D. José Afonso y González afirman «que la
batalla, habían oído, ocurrió en las cuevas de S. Antonio Abad,
que están en el mismo barranco de Acentejo»; el M.Ile. Sr. Deán
Don Nicolás Calza-dilla dice: haber oído «tuvo lugar en donde
cruza el camino de S. Cristóbal el barranco del dicho nombre de
Acentejo...en cuyo punto los guanches les tiraron piedras y troncos
de árboles», que es precisamente el sitio del mencionado barranco
que se halla debajo de las dichas cuevas aludidas por los tres
primeros testigos, como verán los señores de la Comisión al
practicarse las inspecciones oculares que procedan y como se deduce
evidentemente de las declaraciones de la anciana señora Angela del
Castillo y Hernández al contestar:
«...que había oído a sus padres que sobre las cuevas del barranco
de S. Antonio, encima del camino que cruza para La Victoria tiraban
piedras y mataban»; y de la del anciano señor José del Castillo y
Hernández al asegurar, «que había oído a sus padres y a otras
personas ancianas que como todo estaba lleno de monte pusieron los
guanches unos palos, formando una empalizada falsa y como pasaban los
españoles por debajo del barranco de S. Antonio, como era el camino
que había, con los palos mataban a españoles».
Y todavía es más explícita la de María del Castillo cuando dice:
«...que había oído decir a su padre Julián del Castillo y a su
madre Antonia Rodríguez Bermejo que en aquel barranco y sitio por
donde pasa el camino de S. Cristóbal hubo gran mortandad e guanches
y españoles y que aquellos hicieron un gran montón de piedras en el
borde del barranco, donde hay unas cuevas con ovejas, debajo del
borde en ese punto y que los guanches se ocultaron y al llegar los
españoles echaron a rodar esas piedras y escombros y mataron a
muchos españoles».
Y también lo confirma la declaración de D. Andrés de Armas al
contestar, «...que desde pequeño había oído decir que aquella
batalla tuvo lugar en el barranco de S. Antonio y en el sitio en que
lo cruza el camino que de la ermita de dicho Santo va a la casa de
Dn. Matías Izquierdo que es el camino de S. Cristóbal»; y lo mismo
el señor Pedro Hernández y Rodríguez al asegurar:
«...que había oído decir a varias personas y entre ellas a Don
Antonio Izquierdo y Calzadilla, sacerdote y persona ilustrada que la
batalla que tuvo lugar en el barranco de Acentejo, donde los guanches
obtuvieron una gran victoria tuvo efecto en las inmediaciones de la
ermita de S. Antonio», y en fin, la de Don Matías García y
Hernández al afirmar:
«...que había oído decir a sus padres y éstos también a sus
antecesores que la batalla más sangrienta fue en el barranco de S.
Antonio».
Y por lo que hace a las declaraciones remitidas por el Ve. cura
ecónomo de La Matanza a los entendidos vecinos de aquel pueblo D.
Francisco Hernández Delgado, D. Juan E. Delgado, D. Gregorio Pere-ra
y Delgado, D. Manuel Perera y a otras muchas personas que le
aseguraron «haberse dado en S. Antonio o mejor en donde está
situada la ermita y plaza», corroborando esta tradición el hecho de
encontrarse hace cinco años «una porción grande de huesos debajo
de los cimientos que tenía la ya destruida ermita antigua», según
me manifiesta el nombrado señor cura en su atenta carta arriba
inserta debo decir que esas declaraciones no sólo están en completa
armonía con las consignadas en el párrafo que precede sino que las
confirman porque como comprenderán los ilustrados compañeros de
Comisión, hallándose distante la ermita de S. Antonio del sitio
escabroso del barranco de Acentejo que queda determinado y donde se
empeñó la acción conforme las declaraciones que acabo de examinar
apenas trescientos metros y, hallándose, además, situada la ermita
referida en la dirección de la línea de retirada del ejército de
Lugo y lo que es más todavía en el plano del antiguo camino de S.
Cristóbal que había traído el ejército español en su expedición
y naturalmente habían de tomar en su retirada, claro es que aquel
sitio debemos extender el lugar teatro de la batalla.
En los mismos motivos me fundo para afirmar como la declaración de
D. Andrés Martín Pérez al contestar:
«...que aún siendo pequeño oyó hablar a Dn. Isidro Fernández
Oliva, que era vecino de La Matanza, del lugar donde ocurrió el
combate y por las averiguaciones que entonces hicieron deducían ser
en el sitio que llaman «El Reventón», sitio que está un poco más
alto que la ermita de S. Antonio Abad», y la rendida por el anciano
D. Ángel Gutiérrez del Castillo al decir: «que había oído decir
a sus padres y a otras personas ancianas que hubo una gran batalla en
las «Montañetas», no sólo son congruentes con las primeras que
dejo examinadas sino que además les dan fuerza pues que los sitios
denominados «El Reventón» y «Las Montañetas» están inmediatos
al camino de S. Cristóbal y en la dirección de los montes de La
Esperanza, línea de retirada, como dejo dicho, del grueso del
ejército, en aquel triste día, según afirman los historiadores.
Además, la admisión de esta hipótesis resulta de toda lógica si
se considera que, según dicen las fuentes literarias, la batalla
duró cuatro horas y que intervinieron de uno y otro ejército más
de nueve mil combatientes, al decir de Viana, muriendo cerca de
cuatro mil entre vencidos y vencedores, es, por tanto, inconcebible
comprender pudiera limitarse al lecho del histórico barranco,
debiendo así suponer que comprendió una zona en dirección E.N.E.
que abrace el sitio donde se edificó después la nombrada ermita de
S. Antonio hasta llegar más allá de Las Montañetas y punto del
Reventón. No de otra manera pudo decir el mismo poeta historiógrafo
al hablar de la aproximación de Ben-Como con sus tropas al campo de
batalla después de dos horas de pelea, según hace notar Núñez de
la Peña (Viana?) que:
«Descubren de los llanos de Centejo El incendio y furor de la
batalla Suben aprisa por hallarse en ella El bosque espeso de la gran
montaña», pues de hallarse el combate circunscrito al álveo del
referido barranco ni Ben-Como lo hubiera visto desde el «Llano de
Centejo», cuya imposibilidad hice observar en el propio terreno al
Alcalde y Secretario citados, en la tarde de 14 de Marzo último,
según dejo dicho; ni tampoco de estar allí limitado hubiera tenido
el rey de Taoro que subir cuesta alguna, pues sólo el descenso de la
margen izquierda le hubiera colocado en el teatro de la lucha.
Ofenderá la ilustración de los compañeros de comisión si fuere a
manifestarles la importancia que hoy, a la altura de los adelantos
realizados en la ciencia histórica tiene la tradición, como fuente
con cuyos materiales se llenan extensos espacios de tiempo hasta
ahora no descritos. Sabido es que las noticias trasmitidas por el
relato verbal al través de muchos siglos son hoy recogidas por los
más eminentes historiógrafos y que con ellas se escribe la historia
de remotos pueblos como puede ser de ejemplo, la de la antigua Persia
en cuyo trabajo el profesor Justi, de Marburgo, se ha valido para
muchos períodos históricos de las tradiciones conservadas en
distintas regiones del Asia anterior. Ahora bien, si de los
impresionables pueblos de Oriente que hablan lenguas en que la
hipérbole hace tan importante papel y después de lapso inmensísimo
de tiempo, pasando por invasiones extranjeras, epidemias, guerras y
despotismos se recogen las noticias trasmitidas por la tradición en
numerosas generaciones para escribir la historia de los mismos
calificada de positiva y verdadera por la crítica moderna; cuánto
valor no daremos a nuestras tradiciones si se considera que los
sucesos que en ellas se relatan no hace cuatro siglos que ocurrieron,
si se considera que religiosamente han sido transmitidos de padres a
hijos en corto número de generaciones en esas antiguas familias de
labradores que viven en el interior de nuestros campos, con aquella
pureza de costumbres heredada de la raza indígena con aquella
veneración a los ancianos y a todo lo que viene de sus mayores
propia de los mejores tiempos del españolismo, si se considera en
fin que en la vida tranquila y silenciosa de nuestras campiñas ni el
estruendo de las guerras ni el vocerío de las revoluciones
interrumpen el lejano rumor del mar y sólo en las horas de descanso
o junto a la lumbre alterna con las conversaciones diarias que traen
las faenas agrícolas antiguas consejas o relatos de sucesos y
episodios de la conquista, cuyo interés a la vista de los mismos
lugares en que ocurrieron nunca muere. No creo que esté por demás
recordar en este momento la entonación respetuosa que daban a sus
palabras los ancianos de Acentejo al contestar a las preguntas que
les hacían sobre la célebre batalla, significando en ello la
veneración que les merecía las narraciones oídas a sus abuelos; ni
el aspecto que ofrecía el grupo de los respetables ancianos que
constituyen la familia de Gutiérrez del Castillo cuando fui a su
casa en la tarde del 14 de Marzo citado, notando en la franca
hospitalidad que me dispensaron, en su esmerada crianza, en el
respeto con que hablaban de sus mayores y hasta en el ajuar de su
casa aquel modo de ser de las antiguas familias, cuya base moral
desaparece hoy en el naufragio de las costumbres del pasado régimen.
Era un individuo de aquélla la señora Nicolasa Oliva que vivía
cuando aún no había muerto Luis XVI y de cuyos labios deseaba oír
la declaración recibida por el Sr. Alcalde D. Agustín Afonso hacía
dos años, próximamente, allí se encontraba el respetable anciano
de setenta y tres años Sr. Ángel Gutiérrez del Castillo hijo de la
D3. Nicolasa que rindió la interesante declaración de que queda
hecho mérito en otro lugar, formaban, en fin, parte de aquel núcleo
verdaderamente patriarcal las hermanas de éste, Isabel y Beatriz una
y otra de edad septuagenaria. La declaración que la respetable
señora Nicolasa prestó en 1884, pudo oírla a su abuelo que,
nacería en el reinado de Felipe V, en su primera época, y aquel
también al suyo que quizás naciese a mediados del siglo XVII, quien
a su vez, no es imposible que oyese decir al tatarabuelo del anterior
que escuchó relatar las circunstancias del suceso a los hijos de los
conquistadores y añadir que su padre conoció al Adelantado
Fernández de Lugo y a otros españoles y guanches que se hallaron en
la batalla de Acentejo.
Reanudando el juicio que emitía sobre el desarrollo de la acción
debo añadir que si a los mil doscientos hombres del ejército
español los suponemos en su marchar de regreso extendiéndose en una
línea aproximadamente de dos kilómetros dado que, como dicen los
historiadores, las tropas no venían formadas en escuadrón y los
soldados unos de otros apartados y sin guardar la menor disciplina,
sólo se ocupaban muchos de ellos en conducir el numeroso ganado que
habían capturado en los «llanos de Centejo» es presumible que al
ser sorprendidos cuando en esta disposición se aproximaban al
célebre barranco y el grueso de las filas atravesaba el deslindado
paso, los del ala inferior viendo obstruido el camino y empeñada la
lucha en tan agrio punto se batieran en retirada en la dificultad de
avanzar siguiendo el curso de aquella profunda quiebra hasta el
paraje en que confluyen los barrancos de Chivana y de Marta, donde
alguna circunstancia favorable, tal vez un antiguo camino que había
en aquellas inmediaciones les permitió a algunos dejar el campo,
refugiándose en una cueva inmediata que podrá ser la llamada «del
guanche» situada en el barranco citado de Marta y otros huyendo en
dirección al mar alcanzasen la orilla en aquel sitio denominado El
Caletón, donde se ve una baja la que a nado ganaron, burlándose de
la persecución de los guanches.
Fúndanse estas apreciaciones ya en lo afirmado por los historiadores
cuando dicen:
«Otra partida de treinta españoles que en Acentejo habían tenido
modo de retirarse por el barranco abajo, aunque perseguidas de un
cuerpo de quinientos isleños se alojaron en cierta cueva que
divisaron en lo alto de una colina», ya en aquel otro pasaje que
dice:
«También ciento y veinte canarios católicos y cuatro portugueses
por escapar las vidas de la furia de la infernal gente, perseguidos
de más de mil y quinientos guanches se retiraron del barranco y por
entre peñascos, malos pasos, caminaron con mucha prisa hasta llegar
a la orilla del mar por aquella parte de Centejo, en donde estaba una
baja en el mar cerca de tierra».
Ya en lo que la tradición conserva cuando refiriéndose a las
inmediaciones del sitio en que confluyen los citados barrancos de
Chivana y Marta afirman «que allí feneció la batalla», en el
hecho de haberse encontrado en las inmediaciones de la confluencia
referida restos de metales que parecen ser de armaduras antiguas,
determinando la baja del Caletón como la en que se refugiaron los
cristianos, conquista primera, fundándome, en la importante
deliberación rendida por el sr. José Yanes y otros más quien dice
que «existe en un punto de la orilla del mar por donde llaman El
Caletón una baja que llaman de Los Cristianos porque se agüarecieron
allí los cristianos huyendo de los guanches cuando la batalla».
II A.H.M.L.LA Fondo de
Ossuna. Caja na. 34. Expediente 0-34-2. Informe autógrafo de D.
Manuel Ossuna, sobre la localización del sitio en el que tuvo lugar
la Batalla de Acentejo. Pliego n2. I.//
(La Comisión Científica fue nombrada por la Real Sociedad Económica
de Amigos del País de Tenerife, en sesión de 4 de Mayo de 1884,
eligiendo como presidente de la misma a D. Manuel de Ossuna y Van den
Heede; el resto de los miembros que la integraban eran D. Sebastián
Álvarez, D. Ramón de Ascanio y Nieves y D. José Tabares Batlett).
1 Llama la atención esta ausencia de datos sobre restos materiales
de la citada batalla. Recordemos que Bethencourt Alfonso, recorrió
la zona y llegó a tener en sus manos restos de espadas y yelmos. Ver
también, páginas posteriores.
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