ANEXO N.° V
BATALLA
DE AGÜERE
La Batalla de La Laguna y la muerte de Tinguaro. (Estudio de
hermenéutica histórica por Buenaventura Bonnet. (Memoria dirigida a
la Comisión Provincial de Monumentos Históricos de Canarias, por su
autor).
«Siendo norma del historiador el descubrir la verdad, desvaneciendo
por todos los medios posibles el error, y, encontrando el que esto
escribe demasiado oscuro uno de los pasajes más interesantes de
nuestra historia regional, o sea la llamada batalla de la laguna en
los tiempos de la conquista, verificada entre guanches y españoles,
a esta memorable acción hemos dedicado algún tiempo con objeto de
iluminarla en lo que podamos.
La casualidad hizo que este verano asistiéramos a las fiestas de San
Roque. Allí estudiamos con detención el terreno y leímos después
todos los autores que narran la expresada batalla y la muerte del
esforzado príncipe Tinguaro; repetimos más tarde nuestros viajes al
cerro y a indicado, más, la dificultad para interpretar a los
historiadores y conocer la verdad se hacía mayor, pero al fin la luz
se abrió paso desvaneciendo errores, y hoy, después de poner en
orden nuestas investigaciones las ofrecemos a la sabia comisión de
monumentos históricos de esta provincia, más como tributo y
homenaje a la tierra canaria, que disquisición crítica repleta de
sabiduría y erudición, de la que aún nos ha menester.
Comienza el trabajo con un artículo de antecedentes necesarios para
comprender el desarrollo de los hechos que luego analizamos, cuyos
datos son copiados de los más diligentes historiadores, sucediéndole
tres capítulos cuyos epígrafes indican la materia que en ellos se
trata, a saber:
I. La batalla de La Laguna.
II. La muerte de Tinguaro.
III. Pedro Martín Buendía, y un resumen que condensa los hechos que
se pretenden demostrar; a más dos gráficos: uno de la batalla, y
otro, del paraje en que ocurrió la muerte del hermano de Bencomo.
Esperando que la acogida benévola que ante esa Comisión tenga la
memoria adjunta no la exima del saludable rigor con que deba ser
analizada en todos sus puntos, corrigiendo yerros si se advierten o
descuidos que empañen la verdad, cierra estas líneas que a modo de
prólogo o introducción para presentarla escribe. El Autor.
Antecedentes.
Después de la batalla de Acentejo llegó el general Alonso Fernández
de Lugo a Canaria con menos opinión de la que se había sacado en la
buena conducta que había tenido de castellano de la torre de Agaete,
y fortuna en la prisión del Guanarteme, según asegura el
historiador Castillo, ganándose en todo muchas estimaciones, que,
aunque la batalla de Acentejo, fue una hora mala de fortuna
contraria, a la fechoría alevosa que obró con los vasallos del rey
de Güímar, (contra las sentencias Pontificias y Reales
Declaraciones a favor de la libertad de los naturales de estas islas)
no se le hallaba descargo.
Y, en efecto, el Adelantado, según cuentan todos los historiadores
se encontraba con mucha pesadumbre y disgusto, no sabía qué orden
se tener, dice Galindo, porque le habían muerto en las entradas que
había hecho, más de 700 hombres.
Dispuesto Fernández de Lugo a no abandonar la empresa comenzada,
trató con Francisco de Palomar, Nicolás de Angelatte, Guillermo del
Blanco y Mateo Viña, mercaderes genoveses que se encontraban en
Canaria, para que le ayudaran en lo que pudieran. Dichos mercaderes
dieron poder a Gonzalo Xuárez Maqueda en 13 de Junio de 1494 ante
Gonzalo de la Rubia, escribano público, para que fuera a España y
consiguiera de algún noble que se asociara a la empresa con 600
infantes y 30 jinetes.
Llegado Maqueda a Cádiz, trató el negocio con algunas personas, de
quienes sólo sacaba entretenimiento, hasta que se pasó a la ciudad
de Sanlúcar de Barrameda, proponiéndole el negocio a don Juan
Guzmán, duque de Medina Sidonia, en quien sólo pudiera tener
aceptación negocio de tanta magnitud: «que le consideró como tan
del servicio de Dios, en la dilatación de su santo nombre, y del
servicio del Rey en el aumento de sus vasallos, añadiéndose aquella
isla de Tenerife a las otras que estaban conquistadas». Admitió el
Duque proteger la empresa, que sólo lo pudiera su grandeza; y luego
mandó poner banderas, y un estandarte para la caballería, y con
publicación de leva, se reclutaron los 600 hombres; nombrando
Maestre de Campo a Bernardina o Bartolomé Estupiñán Cabeza de
Vaca, caballero jerezano, y por capitán de los 30 jinetes a Diego de
Mesa, y otros capitanes y oficiales para la referida infantería,
que, con los aprestos necesarios salieron de Sanlúcar por el mes de
Octubre, y navegaron a Canaria, adonde arribaron con felicidad.
En ínterin de estos avíos que se hacían en los puertos de
Andalucía, hacía el Adelantado sus aprestos en Canaria, auxiliado
de sus amigos, especialmente de Lope Fernández de la Guerra,
conquistador, que vendió dos ingenios de azúcar, para asistencia de
este despacho, y otros muchos caballeros canarios alentados de la
conducta de don Fernando Guanarteme, su hermano don Pedro Maninidra y
demás parientes, que en ninguna fortuna dejaron de seguir a don
Alonso Fernández de Lugo, que entre todos formaron un cuerpo de más
de 500 hombres.
En este número se han de contar los soldados que se escaparon del
desastre de Acentejo y la gente enviada por Doña Inés Peraza, viuda
y señora de Lanzarote.
Unidos estos soldados a los enviados por el duque de Medina Sidonia,
y hecha reseña de toda la gente, Lugo embarcó la expedición en
seis carabelas y en otras muchas barcas y carabelas menores que tenía
juntas y dirigióse de nuevo al puerto de Santa Cruz de Tenerife.
El total de hombres reunidos ascendía a:
600 soldados del Duque. 500 « de las islas.
30 « de caballería del Duque.
40 « de « de las islas.
1.170 en total, que componían una hueste muy lucida con alguna
artillería, y muy superior a las fuerzas con que Cortés dominó el
imperio mejicano.
Muy pronto llegó Fernández de Lugo a Tenerife. Era en los primeros
días de Noviembre, según los historiadores, cuando el Adelantado
desembarcó de nuevo en Nivaria, con el propósito firme en esta
ocasión de llevar a cabo la conquista definitiva de la última isla
que no reconocía aún la soberanía de Castilla.
Luego que las naves echaron las áncoras, dispararon los cañones de
las carabelas en honor de la Virgen de Candelaria, amortiguando con
sus ecos, dice Castillo, los ánimos de los guanches que se
consideraban victoriosos, animando a la vez a los soldados con las
voces de los clarines y trompetas con que salieron a tierra, siendo
su primera aplicación la reedificación de la torre para la defensa
y alojamiento de la gente.
I. BATALLA DE LA LAGUNA.
No cabe duda que la batalla decisiva, y que virtualmente sujetó la
isla de Tenerife al dominio español, tuvo por teatro la vega
lagunera.
Si estudiamos con atención los testimonios de los historiadores se
observa al momento el descuido y la falta de método en la
descripción de tan importante hecho de armas.
Viera y Clavijo pudo muy bien en esta ocasión lucir su crítica; de
esa manera tendríamos hoy despejados muchos puntos oscuros
relacionados con este combate.
En nuestras investigaciones procuraremos hacer un estudio de
hermenéutica hasta donde nos alcancen las fuerzas, pero tan solo de
los acontecimientos que nos convenga aclarar para el fin que
perseguimos.
Y dicho esto entremos en materia. Después de fortificado el real de
Santa Cruz, los españoles al mando del Adelantado Fernández de Lugo
se dirigieron con su ejército, que según todos los cálculos
ascendía a unos mil hombres, a la vega de La Laguna.
Como buen militar y experimentado capitán dejó guarnecido el
campamento de Santa Cruz con fuerzas suficientes para evitar una
sorpresa, y, con gran prudencia apostó en La Cuesta, que era un
punto estratégico, a los oficiales Juan Benítez y Fernando del Hoyo
con una manga de soldados y la orden terminante de prohibir en
absoluto la subida a La Laguna a las tropas que guardaban el real de
Santa Cruz.
Estas medidas y disposiciones si bien denotan una previsión
necesaria, evitando así una sorpresa o facilitando una retirada en
caso grave si fracasara la empresa, también denota cierta
desconfianza en el Adelantado contra los canarios que seguían sus
banderas, puesto que la guarnición del real estaba compuesta de la
gente reclutada en Gran Canaria, mandada por Fernando Guanarteme que,
como sabemos, era natural de aquella isla.
Tomadas estas disposiciones, los españoles avanzaron hacia La
Laguna. En tanto, los guanches apercibidos por la gente de la costa
de la llegada de los buques, se aprestan a la defensa. Bencomo envía
emisarios a todos los reyes de la isla, y éstos acuden con sus
hombres a la presencia del rey de Taoro. Este ordena que bajen espías
al real para conocer las fuerzas y las intenciones de los españoles
y al mismo tiempo se prepara colocando gente armada en La Cuesta que
era por donde inevitablemente había de subir el ejército español.
Conociendo Fernández de Lugo las disposiciones de los guanches,
levantó el real muy de madrugada, de suerte que, protegido por las
sombras de la noche, no pudiera ser visto ni sentido de los espías
hasta el despuntar del día, y que esto acaeciera en lo más alto de
La Cuesta y ya ganado el llano, en donde podía arrostrar con el
auxilio de la caballería sin gran peligro el ímpetu de los
naturales.
Tal y como fue concebido el plan se efectuó en todas sus partes. Los
soldados de Lugo treparon las últimas lomas de La Cuesta y llegaron
a terreno llano al amancecer el día, retirándose los guanches de
aquel punto vista la sorpresa de que fueron víctimas.
En tal aprieto, el rey de Taoro mostró una energía y entereza digna
de las mayores alabanzas. Urgente era detener las fuerzas invasor as
y a este fin, Bencomo, acaudillando unos 5.000 hombres se dirigió a
las afueras de la laguna con ánimo de cortar el paso a los
españoles, mientras el rey de Anaga se apostaba en la Cuesta con el
objeto de perseguir al ejército cristiano y asaltar el real de Santa
Cruz caso fuera derrotado aquél en la acción que iba a empeñar.
Apenas Bencomo se puso en marcha con sus hombres se presentó a la
vista el ejército de Lugo. Los emisarios de ambos entablaron
pláticas de paz basadas, como siempre, en que los guanches abrazaran
el cristianismo y reconocieran a los Reyes Católicos como sus
señores, obedeciéndoles en todo y rindiendo pleito homenaje a su
poder, prometiendo en ese caso los españoles respetar las vidas y
propiedades de los naturales si a tal obligación accedían, pero muy
pronto vieron los parlamentarios que en el ánimo de unos y otros no
se pensaba sino en decidir la cuestión por las armas.
El campo que cubría el ejército guanche abarcaba desde donde hoy
está edificada la ermita de San Cristóbal a la entrada de La
Laguna, hasta la Cruz de Piedra extendiéndose más allá de los
puntos señalados porque éstos no indican sino la dirección. El
centro era mandado por Bencomo, el ala derecha Acalmo, rey de
Tacáronte y el ala izquierda por el príncipe Tinguaro. El ejército
cristiano se extendía desde la ermita de Gracia punto elegido por
Lugo porque su altura domina el llano y que por eso sirvió de real a
los españoles, hasta las posiciones ocupadas por las fuerzas de
Bencomo.
Duro fue el encuentro y tremendo el batallar, los combatientes se
atacaban con gran encarnizamiento y furor; los guanches decididos a
morir defendiendo el solar de sus abuelos y la independencia de
Niva-ria, los españoles por el honor de sus armas; pero todo fue
inútil; el triunfo de las fuerzas de Bencomo era imposible porque ni
las armas de combate ni la disciplina de los soldados de Lugo eran
elementos fáciles de ser vencidos. La vanguardia española
constituida por arcabuceros y ballesteros desordenadas las filas de
los guanches, sembrando el terror y la muerte y después de
conseguirlo entraban en acción los piqueros y caballeros hiriendo y
matando a los fugitivos.
Sin embargo, la batalla duró todo el día y esto demuestra el tesón
de los naturales y el ardor de la lucha. Muchas veces se rehicieron
los guanches, obligando a los españoles a perder terreno y otras
tantas retrocedieron acosados por la caballería y el plomo enemigo,
pero en esos ataques y contra-ataques pueden citarse ejemplos de
valor y denuedo dignos de ser cantados con épica trompa, ¡que al
caer arrollados por la estrategia y la ciencia militar de los
conquistadores, los guanches cayeron con honor, cumpliendo como
buenos y sin demostrar cobardía ni temor!
Se cuentan famosos hechos de armas realizados por los naturales y que
merecieron la admiración de los vencedores. Los capitanes del
ejército, Bencomo, Acaymo y Tinguaro hicieron prodigios de valor;
Tigaiga desafiaba a sus enemigos enarbolando una bandera perdida por
los españoles enAcentejo, y tan fiero se mostró que hizo morder el
polvo a muchos guerreros, hasta que al fin sucumbió pero matando
siempre; Guadrafet vendió cara su vida y Leocoldo, Badamoet,
Godo-reto y cien más quedaron para siempre en el campo de batalla
después de mostrar un valor rayano en la temeridad.
Pero la derrota era inevitable porque el terreno en que se movían
los combatientes era llano y por lo tanto favorable para los
españoles, y la ventaja de las armas, infinita. Bencomo fue mal
herido, también lo fue Acaymo, y Tinguaro muerto, o sea los tres
jefes del ejército guanche. Entonces se ordenó la retirada hacia
Tacáronte, y las tropas comenzaron a cejar, declarándose en derrota
completa y retirada desordenada cuando se advirtió la llegada de los
canarios que se hallaban en el real de Santa Cruz. Los últimos
ataques de la caballería hicieron un estrago horrible. Las pérdidas
de los españoles fueron escasas, y así era lógico que sucediera.
Sin embargo, raro fue el que escapó sin heridas. Los muertos fueron:
15 piqueros, 20 ballesteros, y 10 hombres de a caballo, total, 45.
Heridos de gravedad 7 de a caballo, y 10 peones; en cuanto a los
hombres de Bencomo juzgamos no es exagerado el número de 1.700 bajas
que consigna Viera.
Respecto a esta batalla existen pareceres contradictorios en los
historiadores. Galindo supone es la tercera de las libradas en
Tenerife, no sabemos con qué fundamento, pues los demás autores
aseguran que es la segunda. Núñez de la Peña y Viera y Clavija dan
poca importancia a la acción, así como también Castillo, llegando
Galindo a decir que el Adelantado al desembarcar no paró hasta el
reino de Taoro; y continúa:
« subió La Cuesta arriba y junto a la laguna tuvo unarefriega de
poco momento, en una ermita que llaman Nuestra Señora de Gracia».
Por el contrario, Espinosa sostiene que fue:
«... tan brava, tan reñida y peligrosa que duró muchas horas con
dudosa fortuna, porque cada parte peleaba con mucho coraje y ánimo
denodado».
Nosotros nos inclinamos al parecer de este último autor, después
del estudio que hemos efectuado de la indicada batalla en los autores
más cercanos al hecho narrado, procurando hacer resaltar en el
gráfico que va adjunto la disposición de los combatientes. La razón
de no darle los historiadores de la conquista a esta acción la
importancia que merece, creemos hallarla en el desprecio que
mostraron los españoles a la raza vencida, y esto explica, a nuestro
juicio, no haberse efectuado estudios serios del indicado combate,
famoso por más de un hecho de armas.
II. LA MUERTE DE TINGUARO.
Dijimos antes que el ala izquierda del ejército de Ben medir sus
fuerzas con el ala derecha del ejército cristiano. Dada la señal,
el hermano de Bencomo atacó con furor a los españoles quedando
indeciso el combate bastante tiempo; ora retrocediendo, ora ganando
terreno ambas huestes.
Herido Bencomo y puesta en fuga la gente de Acaymo, las fuerzas
españolas reunidas atacaron al héroe de Acentejo que todo el día
había mantenido la lucha sin cejar gran cosa. Era el atardecer
cuando viendo la imposibilidad de sostenerse ante los soldados de
Lugo ordenó la retirada hacia el cerro de San Roque, paraje en que
podía escapar a la persecución de la caballería y en donde su
gente se defendería mejor. Ya herido Tinguaro en la batalla,
continuó defendiéndose en la falda del cerro de los soldados de a
caballo que le acosaban dispersándoles con una alabarda que traía
consigo ganada en Acentejo; libre de sus perseguidores continuó la
marcha cerro arriba. Mas, en lo alto del repecho surge Martín
Buendía que con la pica en alto se dirige al encuentro del
infortunado príncipe. Entonces, Tinguaro, cansado, mal herido, débil
por la sangre que perdía y abatido por la desgracia, cruzó los
brazos en señal de rendición y dijo:
«No mates al hidalgo, que es natural hermano de Bencomo y se te
rinde aquí como cautivo», pero el implacable Martín de un fuerte y
terrible golpe asestado al pecho de la víctima, le arrancó la vida.
Los compañeros de Martín le dieron voces para que no matara a tan
bizarro guerrero, pero ni las excitaciones de aquellos, ni la
abnegación de aquel valiente rindiéndose cautivo, ni su lastimoso
estado movieron a piedad el corazón del feroz y cruel soldado.
Analicemos este pasaje porque tiene bastante importancia. Huía
Tinguaro hacia el cerro de San Roque perseguido por soldados de a
caballo, hasta que al fin pudo escapar de aquéllos; así pues, en
gran estrecho estuvo el hermano de Bencomo mientras era perseguido en
el llano, pero no así en cuanto ganó el cerro, y desde ese momento
pudo considerarse salvado.
Ahora bien: ¿Cómo es que en lo más alto del mencionado cerro se
encuentra aún con sus enemigos que le amenazan y matan?. ¿ Cómo es
posible que soldados de a pie pudieran alcanzar la cima antes que
Tinguaro, después de haber escapado éste, como efectivamente escapó
en las faldas del cerro de la gente de a caballo?. La explicación la
tenemos en el siguiente hecho: Sabemos que los canarioscomo estaba
mandada por el príncipe Tinguaro, quien necesariamente había de
que habían venido a Tenerife para ayudar a la conquista quedaron,
por disposición expresa de Fernández de Lugo, guardando el real de
Santa Cruz. Mandaba estos soldados Fernando Guanarteme, el cual,
inflamado el ánimo y con un sobrenatural impulso, según dice
Castillo, o porque oyó los disparos de los arcabuces, o en fin,
porque conociera por mensajeros el estrecho en que estaban las
tropas, movió su gente y tiró a la laguna. En vano fue que Juan
Benítez y Fernando del Hoyo apostados en La Cuesta se opusieran a su
marcha, porque Guanarteme enristrando la lanza hizo lugar a los
suyos, diciendo que él había de ver la cara al Adelantado, vivo o
muerto, llegando a la batalla en tan buena ocasión para los
españoles que los guanches viendo este no imaginado socorro que
reforzaba a sus enemigos, comenzaron a desamparar el campo hallando
la muerte en todas partes.
Ocasión se nos presenta ahora para estudiar a la ligera una parte de
la orografía e hidrografía del lugar en que se desarrolló el
combate, pies, importa mucho a nuestro fin y para las conclusiones
que deseamos.
Subida La Cuesta se llega a un terreno llano, o mejor dicho a una
meseta que se continua con ligeras ondulaciones hasta La Laguna. Las
aguas de gran parte de esa meseta discurren por dos barrancos, a poca
distancia uno de otro haciendo más estrecho el camino que servía en
la época de la conquista para subir a la laguna y que constituía en
la parte más alta de La Cuesta una posición estratégica de primer
orden, tanto, que después se construyó un castillo para defender
dicha posición y que modificado en estos tiempos aún subsiste.
Recordemos también que los españoles colocaron en ese paraje
soldados para la defensa del mismo y los guanches también enviaron
destacamentos con ese objeto.
Siguiendo por el barranco principal o sea el de Santos y continuando
por el del Drago se llega a la laguna. Hay que sospechar que una
parte de la gente de Don Fernando Guanarteme siguió por el cauce del
prenombrado barranco apareciendo por el cerro de San Roque, mientras
la tropa de a caballo que acompañaba al jefe continuó por terreno
llano hasta Gracia.
Los canarios que surgieron por el cerro de San Roque, fueron los que
mataron al príncipe Tinguaro pues ya hemos demostrado la
imposibilidad de hallarse las tropas de Lugo en aquel lugar.
Pero aún queda una duda: ¿Cómo conocían esa ruta los canarios?
Desde luego hay que admitir que no fue la casualidad quien los
condujo por tal sendero en tan buena ocasión para los españoles,
sino que alguien les indicó el camino.
En efecto: Los espías que Bencomo envió al campo cristiano para
conocer los movimientos del Adelantado fueron apresados todos por los
españoles excepto uno que regresó a la laguna, y si estos espías,
amenazados quizás por los canarios declararon el paso, y si no
fueron éstos (que es lo más probable) sería algún otro guanche,
¡que en ningún tiempo han faltado traidores! (1).
El cauce del mencionado barranco desembocaba en el puerto de Santa
Cruz junto al real de los cristianos, así lo demuestra la orden de
Bencomo a los espías para que se ocultaran «en un barranco grande
junto al puerto» según dice Viana. Este barranco es el llamado hoy
de Santos, con cuyo nombre fue bautizado porque en ese día (1
Noviembre), desembarcaron los españoles por segunda vez en las
playas de Añaza.
Asimismo, para corroborar que el ya repetido barranco se unía con el
del Drago y surgía por el cerro de San Roque, oigamos a Viana en el
capítulo XII, dando cuenta de las disposiciones de Bencomo:
«...y luego tuvo acuerdo
que fuese el rey de Anaga con la gente
que le seguía, que eran mil soldados
por tras aquellos valles, dando vuelta
al cerro de San Roque, y que saliese
después por el barranco referido
que va de la Ciudad derecho al Puerto».
• Ahora se explican perfectamente los sucesos de la acción.
Tin-guaro mal herido huyó cerro arriba librándose de la persecución
de los hombres de a caballo, pero en lo más alto del cerro, aparece
un grupo de enemigos. Eran los canarios que de Santa Cruz llegaron
siguiendo el cauce del barranco ya indicado, ruega el héroe
deAcentejo que no le maten pero Buendía le hunde la pica en el
pecho.
La interpretación de los autores y la unión de datos que antes
estaban dispersos y ahora reunidos por nosotros, desvanecen la
confusión que rodeaba a la batalla que hemos analizado y ala vez dan
una idea acabada de las circunstancias en que Tinguaro halló la
muerte.
Historiógrafos hay que suponen fuera el mismo Bencomo quien pereció
en el malhadado combate. Espinosa, Castillo y algún otro autor son
de esa opinión, mas hoy día está probada la inexactitud de tal
aserto con tantas pruebas sería perder tiempo el querer refutarla.
Puestas en claro las circunstancias de la muerte de Tinguaro, fácil
es averiguar el lugar en que cayó para siempre el hermano del rey de
Taoro con una precisión que no deja dudas en el investigador.
Espinosa dice que «murió en un barranquillo estrecho do quedó», y
Castillo que «Martín le pasó con la pica en una canal que hacía
la cuesta».
Hemos subido varias veces el cerro de San Roque para estudiar
detenidamente el paraje que citan los historiadores nombrados y de
nuestras investigaciones hemos sacado el convencimiento de que el
lugar en que ocurrió la muerte de Tinguaro no está muy lejos de
donde se levanta hoy la ermita dedicada a San Roque. Allí,
efectivamente, debió haber existido una canal o pequeño barranco
hoy cegado, pero del que hemos encontrado vestigios. Sobre ese
barranquillo se han formado fincas artificiales que por el abancalado
del terreno hacen aprovechable la colina y según puede comprobarse,
los acarreos aluviales de las tierras de la parte alta de la montaña
forman esas fincas. Por ese barranquillo discurrían las aguas de la
parte alta de la colina para unirse a las de un barranco mayor, o sea
el del Drago por donde subieron los canarios. He aquí un gráfico
que determina el perfil de la montaña y el lugar del trágico
suceso, (Vid. página siguiente).
Después de muerto Tinguaro su cadáver fue trasladado al real de los
españoles para comprobar si era el famoso capitán que tanto estrago
hizo en la española gente. Allí la soldadesca se ensañó en su
cuerpo dándole puntapiés y otros le herían con los regatones de
las picas, diciendo: «¡Éste es el capitán que en Acentejo nos
causó tanto daño!». Tantos fueron los golpes, que el rostro y el
cuerpo quedaron desfigurados, no pudiendo afirmar los guanches
prisioneros si era Tinguaro o Bencomo. El Adelantado, en la duda de
si era uno u otro, ordenó que le cortaran la cabeza y puesta en una
pica la llevaran al campo enemigo.
Marcharon los soldados a cumplir el encargo. Pasaron por la laguna y
después a los Rodeos hasta el cabo Peñón, cuando desde lo alto de
un monte divisaron el campamento enemigo. Vio Bencomo la cabeza de su
hermano y dando pruebas de una gran presencia de ánimo exclamó:
«Ponedla donde está el cuerpo, mas mire cada cual por la suya».
Apenas se retiraron los españoles, el desgraciado Bencomo lloró con
pena y abatimiento sin igual.
Viera, que encuentra tantas analogías entre nuestra historia y la de
Roma, pudo muy bien parodiar la frase de Aníbal cuando le
presentaron la cabeza de su hermano Asdrúbal, después de la batalla
del Metauro:
«Perdiendo a Tinguaro, he perdido toda mi felicidad y Nivaria toda
su esperanza».
No cumplieron los españoles el deseo de Bencomo. Dejaron la cabeza
de Tinguaro en el sitio en que hicieron alto en Tacáronte y se
volvieron al real. Entonces los amigos y deudos del héroe de
Acentejo la recogieron para honrarla con fúnebres exequias; la
triste comitiva, en la que figuraban los más notables capitanes y
esforzados guerreros, se dirigió al reino de Taoro acompañada de
las reliquias del ejército vencido en la laguna, y ya en marcha el
cortejo aparece Cuajara, la esposa del infortunado príncipe que
llora sobre la ensangrentada cabeza con grandes muestras de dolor.
Lloran también los grandes del reino y los consejeros del rey, los
nobles, los guerreros, y el pueblo en su amargura y desolación,
grita:
«¡Tanaga guayoch, archimensey no haya dir hanido sahec chunga
pelut! que dice en castellano:
«¡El valeroso padre de la patria murió, y dejó huérfanos a sus
hijos!».
Tinguaro, según las descripciones que han llegado hasta nosotros,
era alto, fornido, de color blanco, de cuerpo muy bien proporcionado
y de recia complexión. Usaba larga cabellera signo de su alta
alcurnia y hermosa barba de color rubio, presentando en todo su
conjunto un continente de nobleza y dignidad muy acentuado. En el
combate era infatigable, inexorable con los enemigos de la patria y
magnánimo con los vencidos; en fin, era un verdadero caudillo por
las virtudes militares que le adornaban y digno de rivalizar con los
capitanes de los tercios españoles.
El poeta Viana describe con gran acierto los amores del héroe.
Hermoso es el pasaje en que Benajaro rey de Anaga promete su hija por
esposa a Tinguaro si vence a los españoles, en tanto que Cuajara
llora su mala fortuna por estar enamorada del famoso guerrero hasta
que al fin aquella dama vence y domina al rendido amador. Estos
hechos, de un marcado lirismo se consideran por muchos como producto
de la fértil imaginación del poeta, pero de todos modos acreditan
el renombre del hermano del rey de Taoro. ¡Todo guerrero tuvo en la
aureola de gloria que le teje la leyenda y la tradición un rayo
luminoso formado por el amor y que resplandece con vividos fulgores
inmortalizando su nombre!
Tinguaro, el valeroso representante de una raza de héroes, que dio
su vida por la patria en combate desigual, que muere conservando
hasta en los últimos momentos una dignidad que asombra, un valor a
toda prueba y un gran corazón, no ha merecido aún ni siquiera un
pequeño recuerdo que testimonie y perpetúe la grandeza de su alma
(2).
Para terminar este capítulo diremos que conociéndose el sitio en
que cayó para siempre Tinguaro, y el día de su muerte, pues acaeció
según los escritores de la época el 15 de Noviembre del año 1494,
bien merece que alguna sociedad literaria le dedique un recuerdo
cariñoso en los momentos actuales ¡que honrar a los que fueron
dignos, es honrarnos también nosotros!
III. PEDRO MARTÍN BUENDÍA.
En el capítulo anterior al hablar de la muerte de Tinguaro dijimos
que éste había sido muerto por un soldado llamado Pedro Martín
Buendía, y que ese guerrero era natural de la isla de Gran Canaria y
no español como hasta ahora se ha afirmado en libros, revistas y
periódicos; lo mismo desde la tribuna, y en el mitin, que en
cadencioso verso, con manifiesta ignorancia de todos.
En estas líneas nos proponemos aclarar la cuestión auxiliados por
los autores más cercanos a los hechos.
Al decir que Buendía era canario queremos significar que pertenecía
a los naturales o primitivos pobladores de aquella isla que al tiempo
de la conquista se bautizaron y siguieron a los españoles como
tropas auxiliares, mandadas por príncipes también sometidos a la
corona de Castilla.
En cuanto al hecho de que fuera un natural de la isla de Gran Canaria
el matador del príncipe Tinguaro, si bien es cierto que ante la
severa moral es un acto punible por las circunstancias en que
ocurrió, por otro lado las leyes de la guerra lo atenúan. De todas
suertes HISTORIA DEL PUEBLO GUANCHE
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el hecho por nosotros descubierto modifica ese punto histórico, pues
todos los historiadores consideraban español al feroz y cruel
soldado.
Desde luego podemos decir que no era español. Para fundamentar
nuestra afirmación tenemos una preciosa fuente histórica, que es la
relación detallada de la tropa que trajo el Adelantado Fernández de
Lugo a la conquista de Tenerife la segunda vez que desembarcó con
dicho objeto en esta isla.
Y en efecto, quien como nosotros lea la indicada relación publicada
por Viera y Clavija copiada de la que inserta Viana en su poema, se
convencerá que entre aquellos 600 nombres y apellidos no existe
ningún sujeto que se llame como el matador de Tinguaro.
Ni lógicamente pensando podía suceder así, pues siendo las tropas
canarias las que subieron al cerro de San Roque y estando mandadas
por Fernando Guanaríeme, era imposible o muy difícil que hubieran
españoles a las ordenes de aquel jefe.
No siendo español, debía ser canario; esta suposición la corrobora
el poeta Viana:
«Luego el gallardo Pedro Maninidra
llegó con los canarios de su bando,
de los cuales se hizo aquesta lista:
Doramas, Rutindana, Bentagaire,
Alonso deAdargoma, Juan Dará,
Juan Blasino, Romano, Gamonales,
Pedro Mayor, y Pedro el de la Lengua,
Juan Pascual, don Fernando Guanarteme,
Juan Bueno, Luis Guillen, Juan de Santa Ana,
Juan Domeados, Pablo Martín Buendía, etc.,».
El historiador Castillo supone que el matador de Tinguaro se llamaba
Pedro Mayor Buendía, pero contra esta opinión está la de todos los
autores que del hecho se ocupan, que le asignan el apellido de
Martín, siendo de gran peso y autoridad las razones que aducen para
preferir el testimonio de Castillo.
Pero aún cuando se sustentara el criterio de este autor, también
resultaría verdadero nuestro aserto, pues en una información que
trae Galindo que se remonta al año 1497 acerca de la cera que
aparecía en las playas de Candelaria, deponen como testigos en
presencia de Lugo «Gonzalo Méndez Castellano, e Pedro Maninidra e
Pedro Mayor, naturales de la isla de Gran Canaria, que ahora están y
habitan en esta isla de Tenerife».
Lo que nosotros pensamos es que Castillo se equivocó de persona
agregándole e Mayor el cognomen de Buendía, que era inseparable del
soldado que mató a Tinguaro, sancionado por la tradición y muy
posterior al hecho de armas que tan tristemente célebre hizo su
nombre. Es de notar que esta confusión u error no fue seguido por
ninguno de los autores que escribieron de estos sucesos, lo que
demuestra la falta de autoridad de la expresada afirmación.
Espinosa, hablando de la acción del cerro de San Roque, cuando
Tinguaro huía de sus perseguidores, dice: « no pudo escaparse de un
fulano de apellido Buendía». Esto comprueba lo que antes dijimos,
es decir, que con el sobrenombre de Buendía se indicaba siempre al
matador del hermano de Bencomo.
Castillo por error le llama Pedro Mayor Buendía, y Espinosa ante la
duda prefiere callar el nombre y primer apellido, pero ambos le
denominan Buendía. Uno por exceso y otro por defecto no dan luz en
el asunto que pretendemos dilucidar, o sea el verdadero nombre del
soldado en cuestión.
Al decir que no dan luz es porque aún deseamos aquilatar la
cuestión, ya que, si termináramos en este punto, bien a las claras
se observa que demostrado quedaría hasta la evidencia que fue un
canario y no un español el verdadero matador del héroe de Acentejo.
En los demás historiadores vemos que Núñez de la Peña y Viera y
Clavija le llaman Pedro Martín Buendía, y Galindo, Pablo. La duda
estriba solamente en si se llamaba Pablo o Pedro, pues en los
apellidos no discrepa ninguno; sin embargo, en eso no vemos
dificultad ni recelo para sospechar la dualidad del personaje objeto
de discusión, por el contrario, puede decirse que robustece y afirma
la unidad del mismo. Todos sabemos que en nuestro santoral el día de
San Pedro y San Pablo los celebra unidos la Iglesia, y nada tiene de
extraño que, el día que fue bautizado Buendía, fuera cuando esa
festividad es celebrada por los cristianos siendo potestativo, como
hoy sucede, usar en la práctica el que mejor le parezca al
bautizado.
Para corroborar lo expuesto, obsérvese que Viana en la relación de
los soldados le denomina PABLO
y en el pasaje del cerro de San Roque le dice PEDRO.
De todo lo expuesto anteriormente se deduce que el matador de
Tinguaro era natural de la isla de Gran Canaria, y se llamaba Pedro
Martín Buendía.
De ese individuo, por más que hemos buscado datos nada hemos
encontrado. Solamente Abreu Galindo dice, al hablar de la conquista
de Tenerife: «...Pedro de la Lengua, Pablo Martín del Buendía,
Juan Núñez de Hoyos, y otros muchos que se quedaron para poblar».
Se presume de esto que Buendía, después de obtener alguna data de
tierras como conquistador, se quedó viviendo en esta isla de
Tenerife pero sin mezclarse en los asuntos públicos y por lo tanto
llevando una vida oscura, contando como una gran hazaña la muerte
que diera al príncipe Tinguaro, hasta que la muerte le llevó ante
el Juez Supremo.
RESUMEN
La presente Memoria, que tenemos el alto honor de presentar a esa
digna Comisión, necesita como epílogo un resumen que abarque o
compendie los puntos que en ella se discuten y resuelven con más o
menos acierto, pero siempre con la mejor intención y buena voluntad.
En este trabajo, aparte modestia, creemos haber demostrado con una
precisión que no puede dar lugar a dudas:
1. Que en la batalla de la laguna descrita por los historiadores
faltaba la cohesión en los hechos, orden en la narración y existía
oscuridad en el conjunto de la acción y que nosostros hemos
intentado con éxito esclarecerla.
2. Que hemos descubierto el paraje en que cayó para siempre el
príncipe Tinguaro, después de las investigaciones efectuadas en el
cerro de San Roque y la compulsa de los historiadores más cercanos a
la batalla que hemos reseñado, y
3. Que los enemigos que encontró el infortunado príncipe en el
cerro eran canarios y no españoles, dándole muerte uno de ellos
llamado Pedro Pablo Martín Buendía.
Si estas conclusiones, a nuestro juicio demostradas plenamente
merecieran la aprobación del señor Presidente de la Comisión, el
autor se atrevería a indicarle que recabara del Gobierno o de las
entidades de la provincia que contribuyeran de algún modo a
perpetuar para siempre el valor del príncipe Tinguaro y la
importancia de la ba talla de La Laguna, ya que hasta la fecha,
quizás por desconocerse pormenores del suceso, no se ha efectuado».
NOTAS:
Para el estudio que hemos hecho nos han servido como fuentes
históricas: Castillo, para los antecedentes que van en las primeras
cuartillas, y además Abren Galindo, Núñez de la Peña, Espinosa,
Viera, etc.
Como fuente de primer orden, y que hasta la fecha ha sido considerada
secundaria, tenemos al poeta Viana al que nosotros hemos respetado y
consultado siempre, porque le concedemos una autoridad superior a la
de muchos historiógrafos.
Para comprender y estudiar la obra de Viana, así como la
interpretación de algunos de sus pasajes, pueden consultarse los
artículos publicados por el autor de esta Memoria en el periódico
Diario de Avisos de la capital con el título «Estudios
semi-críticos del Poema de Viana» que merecieron el aplauso de los
doctos, llegando algunos de esos trabajos a ser unidos por el Sr.
Rodríguez Moure a la editio princeps que conserva en su biblioteca
el expresado erudito (3).
// Buenaventura BONNET.
La batalla de La Laguna y la muerte de Tinguaro. Ejemplar
mecanografiado de 42 cuartillas. Tenerife, Noviembre de 1916.
A.H.M.L.Ll Fondo de
£)ssuna. Caja 153, expediente na. 19//.
ANOTACIONES
(1) En cualquier caso, una vez llegados al terreno, la propia
orografía presentaba sólo dos alternativas para acceder a los
márgenes de la laguna, a través del lomo de Gracia o siguiendo el
cauce del barranco del Drago (hoy de la Carnicería).
(2) Existe un proyecto municipal para levantar un monumento, en
memoria de la Batalla de Agüere y la figura de Bencomo, en la cima
de la montaña de San Roque.
(3) Ver el anexo documental N.° I, de D. José Rodríguez Moure.
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