CAPITULO IV
AÑO
DE 1494. PRIMERA CAMPANA DEL GENERAL LUGO
Batalla de Acentejo: destrucción del ejército invasor e incidentes
de la lucha. Recógense los sobrevivientes al Real de Santa Cruz.
Nuevo socorro de los güimareros. Acuérdase en Consejo abandonar la
isla para levantar otro ejército. Asalto del Real. Embarcan para
Canaria los restos del ejército hispano-güimarero. Asalto de
portugueses en Tenerife.
Ya hemos dicho en el capítulo anterior que a consecuencia de la
entrevista celebrada entre el rey Bencomo y el general Lugo, formóse
éste un concepto tan aventajado del poder enemigo que el día 5
levantó el campo de Gracia y contramarchó al Real de Santa Cruz
para aumentar y mejorar las defensas, ante la perspectiva de una
campaña dura y de mayores riesgos de lo que presumía al
desembarcar. Es indudable que sus inquietudes disminuyeron con la
alianza definitiva del pueblo güimarero, pero con todo no quiso como
general previsor mover el ejército, sin dejar ultimados cuanto
estimó necesario a su seguridad. Por esta razón no abrió la
campaña hasta la amanecida del martes 25 de Mayo, en que después de
levar anclas parte de la escuadrilla con orden de barloventear por el
Norte de la isla para que le sirviera de base de operaciones y de
dejar un pequeño presidio en el Real, rompió la marcha el ejército
reforzado por un cuerpo de 300 güi-mareros mandado por sus mejores
capitanes. Concedidas a las fuerzas dos horas de descanso en la
laguna, a las 10 de la mañana emprendieron de nuevo la marcha en
orden de batalla con dirección a Taoro.
Este reconocimiento ofensivo a lo largo de la trocha era realizado
con todas las precauciones militares, en medio de un silencio
sospechoso y sin ver ni a un solo enemigo ni una cabeza de ganado.
Y sin embargo nunca estuvieron tan vigilantes los guanches. Es
evidente que Bencomo supo con bastante anticipación el día y hora
en que salía al campo el ejército español, así como su propósito
de internarse hasta Taoro, como lo confirmó el voltejeo de los
buques por los mares del valle de la Orotava; pues de no tener estas
noticias con anterioridad, no reuniera oportunamente los labores de
los reinos de Anaga, Tacoronte y Taoro con sus achimenceyatos de
Tegueste y Punta del Hidalgo, es decir, la totalidad de los
contingentes ligueros. También es verosímil que se propusiera
atacar a los españoles, no sólo en terreno en que a éstos le fuera
dificultoso desplegarse en batalla y sobre todo utilizar la
caballería, pues conocía el modo de guerrear y el valor de las
armas europeas, sino cuando se hubieran internado en el valle, por lo
menos más allá del lugar en que se libró la batalla, ¡quizás en
el descenso de la Cuesta la Florida!, como lo demuestran los hechos.
De no ser así, ¿cómo se explica que no embistiera al enemigo a la
ida? ¿Cómo podía prever que contramarchara el ejército desde los
llanos de Acentejo? ¿Porqué se hallaba emboscado con dos mil
hombres a la entrada del valle? Si en los llanos de Acentejo abandonó
unos cuantos rebaños de cabras y ovejas, que sirvieran de cebo a los
invasores, fue para que los embarazara en su avance y perdieran la
formación al ganar el valle.
Aunque las cosas ocurrieron de otro modo, el éxito de las armas
guanches debióse de todas suertes al acertado plan estratégico de
Bencomo. No cabe calcularse racionalmente, como diremos en otra
parte, en más de 6.000 combatientes los que podían poner en línea
de batalla la Liga. Según tradición, con estas fuerzas formó el
rey de Taoro tres cuerpos de ejército de a 2.000 plazas cada uno,
equivalentes en número por separados al ejército español, con el
mandato imperativo de que ninguno entrara en batalla sin estar
apoyado por los menos por otro; para lo que los escalonó del
siguiente modo: dispuso que el primer cuerpo, bajo el mando de los
reyes Acaymo y Beneharo, se emboscase al Este del barranco de
Acentejo hacia la parte baja, con orden de ocultar su presencia al
enemigo y correrse sobre la trocha así que pasara; el segundo
cuerpo, regidos por Tinguaro, que era precisamente achimencey del
gobierno de Acentejo, y por el llamado rey de Tegueste, que
igualmente se emboscara a lo largo del Sur del camino de Santo
Domingo sin dejarse ver, mientras el mismo Bencomo se ocultó con el
tercer cuerpo en las cercanías del pie de la Florida.
Por manera que todo hace presumir intentaban sorprender al ejército
invasor cuando bajara la Cuesta de la Florida, cayendo sobre su
retaguardia los dos cuerpos guanches que quedaban emboscados a su
espalda y recibiéndolos al pie Bencomo al bajar desordenados; pero
como el ejército castellano al llegar a los llanos de Acentejo
contra-marchó por el mismo camino, ignorándose la causa,
escurriéndose por entre el monte, el cuerpo de Tinguaro se emboscó
a lo largo del camino de Santo Domingo, por el lado Sur, mirando al
mar, y el de los reyes Acaymo y Beneharo por el Este de la trocha o
camino, a partir de la ermita de Guía a lo largo de lo que aún
lleva el nombre de Toscas de los Muertos (por los muchos que allí
perecieron) o Callejón de Acentejo, cuesta arriba hasta la actual
carretera o más. En estas posiciones esperaron emboscados al
enemigo.
El ejército español en su marcha de avance recorrió todo el camino
en orden de batalla; y como de los exploradores destacados hasta la
Cuesta de la Florida, de donde se descubre el valle de Araotapala y a
lo lejos Taoro, retornó una pareja manifestando no verse seres
vivientes excepto unos rebaños abandonados en los llanos de
Acentejo, dispuso el general siguiera el ejército adelante para
apoderarse de dichos rebaños y de allí volver sobre sus pasos en
dirección a la laguna.
Esta contramarcha ha dado motivo a originales comentarios. Hasta hay
autores que censuran con acritud al general Lugo, porque suponiendo
que la antigua trocha de Acentejo atravesaba el barranco de este
nombre por un sitio más profundo, por el hoy camino de San Antonio
abierto años después de la conquista, no dejó fuerzas para guardar
el paso dando lugar a otro Roncesvalles; cuando el camino llevaba
otra dirección como hemos visto, ni aunque la llevara por donde
suponen se trata de un abismo, ni le hizo caso en las invasiones
posteriores, pues fiara nadie fue un misterio que se debió el
desastre a no contramarchar el ejército en el mismo orden de batalla
que observó al avanzar.
Calcúlase que entre 4 y 5 de la tarde, ya de vuelta, alcanzaba la
vanguardia las Toscas de los Muertos o séase el comienzo de la
trocha cuesta arriba, caminando el ejército al paso del ganado, si
no a la desfilada en grupitos de 3, 4 ó 5 personas, revueltos y
confundidos hombres, cabras y ovejas en el centro de la columna o
cuerpo de batalla; ocupando esta muchedumbre una extensión lineal de
2 ó 3 kilómetros de un terreno agrio y accidentado, donde unos
quedaban ocultos de otros por lo desigual del suelo por los
matorrales y barranquillos como los de Chibana (Chivana), Marta,
Pascuala y otros, a través de un monte bajo de pinochos, jaras,
tabaibas, zarzales, etc., campo a propósito para luchar los guanches
cuerpo a cuerpo.
Explícase la confianza y abandono en que marchaba el ejército,
fiados en sus batidores y descubiertas, en la formación de los
escuadrones de la vanguardia y retaguardia, por una región cruzada
poco antes sin rastro de enemigos; como también es fácil hacerse
cargo de la turbación y confuso arremolinamiento de aquella mezcla
de hombres y animales, cuando al sonido de unos cuantos bugg nube
de piedras y banótes, seguidos de una fila de millares de hombres
que cargaban saltando como tigres sin darles tiempo a desplegarse,
quedando todo el ejército desde el primer momento peleando en su
mayor parte en combates singulares. Fue una lucha épica durante 2 ó
3 horas por el valor de los combatientes' y de resultado trágico,
pues quedó casi aniquilada la expedición española.
Después de algún tiempo de empeñada la lucha, llegó el rey
Bencomo con su cuerpo de ejército cayendo como una avalancha sobre
el enemigo, que no pudo resistir el empuje de estas fuerzas de
refresco. Cargó sobre la retaguardia tan rabiosamente que la obligó
a replegarse hacia los llanos de Acentejo, donde derrotada se entregó
a una desenfrenada carrera, buscando el mar por el Barranco Hondo
para ganar la Baja de Acentejo; en la que se salvaron 100 o 120
naturales de la isla de Canaria y 4 portugueses, pues no están de
acuerdo los autores respecto a las dos primeras cifras, que fueron
recogidos por los buques a la siguiente mañana.
La cabeza de la columna, después de una hecatombe que quedó escrita
para siempre en el nombre de las Toscas de los Muertos que aún
lleva, a favor de la noche y todos heridos se salvó el general con
50 caballeros y 30 güimareros; que guiados por éstos atravesaron la
sierra central hasta llegar a un sitio de donde descubrieron los
fuegos del Real de Santa Cruz y se animaron con los gritos de
¡esperanza, esperanza!; gritos lanzados en momentos de angustia, y
que sirvieron de bautismo al actual lugar de La Esperanza. (Vid.
Anexos n.m 2/3/4, donde se precisa con mayores detalles el desarrollo
de la batalla de Acentejo).
Habiendo logrado 30 soldados formarse en escuadrón pudieron ganar
una cueva y fueron sitiados; lo que sabido por Bencomo los perdonó
dándole libertad y mandándolos escoltados al campamento de Añaza,
pues los guanches no sacrificaban los prisioneros de guerra. Y
cuéntase que al ser conducidos de Taoro al Real de Santa Cruz, al
pasar por el campo de batalla se les incorporó disimuladamente,
según Viana, el capitán Gonzalo del Castillo y, según otros
autores, Juan Be-nítez que para salvar la vida se había hecho el
muerto entre los demás cadáveres; pero echando de ver la escolta
que figuraba uno más de los 30 que le entregaron, de nuevo los
condujo ante Bencomo, que pronto conoció al intruso y lo perdonó
como a los demás.
Por manera que de un ejército de 1.300 infantes, incluyendo los 300
del cuerpo auxiliar güimarero, y 125 caballos o séase un total de
1.425 plazas, murieron 1.170, a saber: 600 españoles
peninsulares,cios se levantó de pronto en toda la línea un
espantoso estruendo acompañado de una 300 españoles isleños y
270 güimareros; habiéndose salvado únicamente: 39 hombres que
quedaron de presidio en el Real de Santa Cruz, 185 que más o menos
heridos pudieron escapar de la batalla a través del monte o fueron
recogidos por los buques y 31 prisioneros devueltos por Bencomo, o
séase un total de 255 sobrevivientes de la primera invasión y de la
primera campaña.
El hecho de no figurar ni un herido entre los 1.170 cadáveres que
quedaron en el campo de batalla, nos autoriza a deducir que los
guanches durante la lucha no dieron cuartel; de lo que derivamos el
corolario, tenido en cuenta muchas circunstancias, que si bien en el
acto del combate las bajas de los guanches debieron ser muy
superiores, las definitivas o por muerte probablemente no pasaron de
un millar. Este cálculo lo creemos razonable atendiendo a las
fuerzas que presentaron más tarde en línea de batalla y a la
densidad de población que podía ofrecer los Estados que formaban la
Liga. Tan fuera de la realidad consideramos a aquellos autores que
dan a entender que Tinguaro con 300 hombres destruyó al ejército,
sorprendido en el fondo de un soñado barranco, como a Viana que
asienta entraron en combate 9.000 ligueros perdiendo 3.000 muertos.
Cuanto a los heridos guanches debieron ser muchos, entre los que se
encontraban el rey Bencomo y el infante Tinguaro.
Tan sangrienta batalla jamás la olvidaron los pocos sobrevivientes
españoles. El mismo general Lugo pasados algunos años, en 1503, al
agraciar con una data a Juan Benítez, hace en ella referencia a la
«rambla honda donde estuvimos el día del desbarato de Acentejo»,
que como ya dijimos, está hacia la Tosca de los Muertos.
Refiriéndose a esta función de guerra dice Viana:
y son tantas las cosas que se cuentan de aquel tan desdichado y
triste día que por ser temerarias y algo incrédulas no he querido
tocarlas, ni escribirlas; más sólo digo porque es bien se crea, que
batalla más cruda, más reñida, ni de mayor estrago, no se ha visto
en otro tanto número de gente, pues que de mil soldados de los
nuestros murieron ochocientos poco menos, quedaron todos los que se
escaparon con daño heridos lastimosamente.
Respecto a los hechos de heroísmo personal menudearon por ambas
partes, así como los lances y situaciones singulares. Al agigantado
y valeroso Pedro Benítez2, el Tuerto, de aspecto tan feroz que
servía a las madres de coco o espantajo para asustar a los
muchachos, debió la vida el general Lugo, que desmontado y tendido
de una pedrada que le rompió varios dientes, consiguió rescatarlo
de un grupo de guanches. Hablase asimismo de las hazañas de Tinguaro
y de la muerte que dio al blasfemo capitán Núñez, así como de las
heroicidades del guanche Leocaldo y sus siete hijos y de las que
llevaron a cabo seis ballesteros; y de la contestación de Tinguaro
al rey Bencomo, que hallándolo sentado a consecuencia de una herida
recibida como le dijese:
«¿Pues ahora es tiempo de descanso, hermano!, le respondió: «Ya
he cumplido con mi obligación de capitán, ahora cumplan los
soldados con la suya». Cuéntase también del sacrificio que se
impuso el soldado Pedro Mayor, al ver cómo el enemigo perseguía a
Lugo, cambiando su ropón azul (por el rojo del general) y que como
temblara el valeroso canario Pedro Maninidra antes de entrar en
combate, al preguntarle el general si sentía miedo, contestó:
«Tiemblan las carnes del aprieto en que las pone el alma»; por más
que tratándose de una sorpresa es de presumir que los guanches no
dieran tiempo a tan generosos propósitos y gallarda frase. En estos
y otros sucesos andan mezcladas la leyenda y la verdad histórica.
Y ponemos término a estos episodios mencionando el cuento infantil
que nos relata fray Alonso de Espinosa, que fue otro obispo de
Chiapas en Tenerife. En su afán de presentar a los guanches con el
fondo de simplicidad de los indios de América, refiere que unos
cuantos enviados a recoger los despojos de la batalla, como trataran
de comprender el mecanismo de una batalla que encontraron armada y se
les disparó matando a uno, de allí en adelante cuando veían alguna
daban grandes rodeos para no pasar cerca.
¡Y esto se dice de hombres que vivieron años en contacto con los
españoles en Añaza, que se batían con frecuencia contra
ballesteros y que moraban con ellos compatriotas educados por los
castellanos, como eran los gomeros partidarios de la independencia de
su país!
*
El desastre de Acentejo produjo en el pueblo de Güímar una honda
impresión, no ya por la pérdida de sus deudos sino por las temidas
represalias de Bencomo, de ausentarse los españoles; por lo que
resolvieron anticiparse enviándoles el mismo día 26 un socorro de
algunos subsidios y una fuerza de 300 hombres.
Las zozobras de los castellanos en las primeras horas después de la
derrota, nos las hace conocer Viana, describiendo la sucesión de
impresiones del general Lugo y de los pocos que con él ganaron el
Real, cuando creyéndose abandonados de todos y los únicos
sobrevivientes, fueron llegando los prisioneros puestos en libertad
por Bencomo y conducidos al Real de Santa Cruz por un escuadrón
guanche, los navios con un centenar de soldados recogidos en la Baja
de Acentejo y el auxilio acordado por los güimareros, cuyo acto de
lealtad en momentos tan amargos jamás olvidaron los españoles.
No con poco alboroto los cincuenta que con el general allí asistían,
temieron ser escuadra de enemigos, la que vieron llegarse, pero luego
que conocieron su esforzada gente excesivo fue el gozo que sintieron;
recíbense, y abrázanse, y se cuentan los unos a los otros sus
desastres. En este mismo tiempo, los navios que sacaron a esotros de
la roca, iban llegando al puerto deseado, y así se vieron juntos
brevemente más de doscientas en la arena y playa, despidióse Sigoñe
y sus soldados de los de España, y vuélvense a Taoro. Sacan algún
refresco de comida de los navios, tratan de animarse, y dar alivio a
los cansados cuerpos, y cuando en más descanso se juzgaban vieron
que se acercaba a toda prisa un formado escuadrón de naturales; de
nuevo se alborotan los espíritus, el real estandarte en sangre tinto
al aire se desplega tremolando, la caja rota, destemplada y floja, y
la trompeta ronca al punto suena;
armarse todos, y aunque mal heridos
al torrejón se suben animosos,
porque tan cerca estaban, que difícil
fuera embarcarse a tiempo que escapasen,
más, llegan dos del bando que venía
y dicen que departe deAñaterve,
Rey de Güímar, su constante amigo;
el pésame les dan de su desgracia,
y herbolario diestro que les cure
y un presente aunque pobre, en testimonio
de voluntad, y fuéles presentado:
doce cerdosos puercos y gruesísimos,
doce carneros mochos, mansos, bellos,
doce castrados báifos y cabrunos,
doce cabritos, doce corderillas,
doce {echones tiernos regalados,
doce docenas de conejos bellos,
doce quebeques grandes de manteca,
quesos anejos doce, y doce frescos,
doce odres grandísimos de leche,
doce cueros de gofio de cebada:
estimó el general mucho el presente,
y al punto el cirujano se dispuso
a ejercitar su ciencia en los heridos,
y estuvo en su compaña cinco días,
y al cabo dellos como agradecidos
envió el general al Rey de Güímar
un morrión lustroso con sus plumas,
una gorra de fino terciopelo,
un caballo y jaez, muy estimado,
una cortante espada reluciente,
bañada en sangre del Rey Bencomo,
una banda amarilla con sus borlas,
una graciosa caja de cuchillos,
unas medias de seda granadinas,
seis pares de zapatos pespuntados,
un borceguí argentado costosísimo,
y sobre todo, un rico anillo de oro,
y en él una esmeralda trasparente,
como en señal de su esperanza cierta,
y al sabio herbolario, y demás gente,
dieron diversas piezas y regalos:
y al fin se despidieron muy gozosos...».
Efectivamente, a virtud de los acuerdos tomados en un consejo
celebrado por el general con los principales sobrevivientes de la
batalla, el 30 o 31 de Mayo le fue devuelto a Añaterve el cuerpo
auxiliar de 300 hombres, con un amistoso mensaje de que abandonaban
la isla para volver pronto con otro ejército. A la verdad la
situación en que se encontraban era insostenible. Ni el general Lugo
podía mantenerse en el Real de Santa Cruz con las reliquias de
Acentejo, ni levantar con la urgencia que el caso requería otro
ejército permaneciendo en Tenerife, ni contaba ya con bastantes
recursos personales, ni quería por honor desistir de la conquista; y
en este callejón sin salida expuso con sinceridad el estado de cosas
en el referido consejo, pero en términos tan conmovedores y
patrióticos, que juraron todos no abandonarle en la empresa.
Hallábase entre los concurrentes, a pesar de la gravedad de sus
heridas, el generoso Lope Hernández de la Guerra y que afectado por
las palabras del general puso a su disposición cuanto tenía, o sea
dos ingenios de azúcar en Canaria, oferta que provocó clamoroso
entusiasmo. Bajo tan buenos auspicios se disolvió el consejo con la
orden de apresurar los preparativos de reembarque, despidiendo en su
consecuencia, como arriba dijimos, las fuerzas de los aliados
güimareros.
Pero a la mañana siguiente, 1a de Junio, cuando más afanados
estaban aparejando las cosas para su marcha, fue asaltado el Real por
los guanches anagueses bajo el mando del valeroso sigoñe Haineto, en
la forma que refiere Viana:
cuando reconocieron otra gente que deAnaga venía a combatirles, y
conociendo al capitán Haineto, vasallo del deAnaga, alborotados
quisieron embarcarse en los navios, pero andaba la mar tan alterada
que no les dio lugar, y así briosos e dispusieron todos a defensa, y
aunque todos heridos, todos juntos dentro en su torrejón los
esperaron; llegó Haineto, y con fiereza brava persuadiendo a los
suyos al combate, dio al torrejón tres vueltas en contorno,
procurando la parte acomodada para les asaltar, y en un instante,
alzando el silbo y bélico alarido, saltó Haineto y otros que le
siguen, cayó Haineto mortalmente herido, y el cuerpo revolcando en
el arena bañado en sangre suya aún no cesaba, que dando voces a su
fiera gente, los animaron a la batalla cruda, indicios dando de
gallardo esfuerzo, y claras muestras de invencible espíritu; más no
cesaban, no, los fieros bárbaros, que en vez de escarmentar y
acobardarse, viendo a su capitán herido y muerto, con doblado
rencor, saña y enojo, tiraban desde abajo, no atreviéndose volver
de salto arriba, dardos, piedras tales y tantas que tal daño hacían,
que hubo de permitir el rey del cielo, que para que pudieran
socorrerse sus cristianos heridos y angustiados cesase el mar,
crecida la marea, con tal bonanza, que sin riesgo alguno llegaron los
bajeles a la orilla hasta encallar las proas en la arena, y con las
piezas, versos y esmeriles, ballestas, pasadores y arcabuces,
ahuyentaron con notable pérdida a los contrarios, que con furia
tanta el torrejón cercaban y afligían:
murieron tres soldados españoles y como quince fueron mal heridos;
pero murieron de los guanches fuertes que trabajaban más por
señalarse como sesenta, y mal heridos cinco;
A consecuencia de estos nuevos heridos no pudieron embarcar hasta el
8 de Junio, llegando al siguiente día al puerto de la Luz en
Canaria, donde saltaron 255 hombres sobrevivientes del ejército: de
ellos 225 entre peninsulares e insulares españoles y 30 güimareros
salvados de la batalla, que sin duda prefirieron a que un siglo más
tarde escribiera fray Alonso de Espinosa de que los llevaron como
esclavos, a quedarse voluntariamente en Tenerife y los ahorcara
Bencomo.
Hay vagas noticias de una entrada de portugueses en Tenerife después
de la batalla de Acentejo. Dice a este propósito Viera y Clavijo en
una nota (Tomo II, pág. 198):
«Gonzalo Fernández de Saavedra, que por este mismo tiempo andaba
con dos carabelas portuguesas asaltando las islas para adquirir
honra, era tan fantástico y valeroso, que se dice, jamás quitó
gorra a castellano. Así, no queriendo pasar a Tenerife bajo las
órdenes de Dn. Alonso de Lugo, entró con su gente por otra parte de
la isla, poco después de la batalla de Acentejo, y atacó
furiosamente a los guanches. Los antiguos aseguraban que tenía
rozados con su espada tres almudes de sembradura en el sitio donde le
hallaron muerto, y a su lado dos isleños que había ahogado por la
garganta, después de estar caído y atravesado con gran número de
dardos de tea. En torno de su cadáver se encontraron también otros
diecisiete hombres, muertos por su mano, y un poco más distante a
Baca su escudero, con algunos portugueses algarabías».
NOTAS
1 En la información de nobleza, en 1512, de Hernando de Esteban de
la Guerra, sobrino del conquistador Lope Hernández de la Guerra,
deponen varios testigos de los derrotados en Acentejo. A la pregunta
6-, dicen:
Alonso de la Cruz: «Se pasó mucho trabajo por ser la gente muy
valiente y peleaban como castellanos...y el Adelantado y el dicho
Lope Hernández y los demás salieron por los montes».
Guillen Castellano: « ... es cosa notoria los trabajos y hambres...
y fatigas que pasaron en esta dicha Isla en conquistarla porque los
naturales de esta isla eran de mucho esfuerzo... y el testigo se
halló en el desbarato de Acentejo, que llaman agora la Matanza... y
fue un día de mucho espanto y tristezapara los cristianos...».
Antón Viejo: « ... y fue muchas veces herido, padeciendo mucha
necesidad de hambre y sed y comiendo yerbas, palmitos, porque la
gente de la isla era muy esforzada, e un día en Centejo, a do dicen
la Matanza, pelearon tan fuertemente que desbarataron los cristianos
y mataron más de 600 hombres y los que escapamos fuimos maltratados
y heridos y el dicho Lope Hernández Guerra salió con dos heridas
muy malas y muchos golpes y lo llevaron sus sobrinos travesado en un
caballo...».
Otro: «... se falló el día del desbarato e lo vido e que pereció
mucha gente... e cristianos que serán 900 hombres entre caballeros e
peones que faltarían...».
Otro a la 10": «... se falló al desbarato e vido muertos
muchos cristianos e fueron más y murieron muchos de sus isleños e
que este testigo se escapó...».
Francisco Buches, a la 6a: «... que en el desbarato deAcentejo
murieron más de 600 cristianos y el Adelantado y el dicho Lope
Hernández (que trajo tres sobrinos) y los que quedaron se escaparon
por los montes mal heridos y este testigo vido al dicho Lope
Hernández con dos heridas mortales y muchos golpes de piedra y se
entendió que no escapara y lo vido llevar travesado en su caballo al
puerto de Sta. Cruz a curar, y fue tanto el trabajo, que se pasaba a
cada soldado siete higos de cada ración...».
2 Entre los episodios extraordinarios, que relata Viana de diferente
modo, fue el ocurrido al general Lugo por saltarle un guanche sobre
las ancas del caballo y aprisionarlo con los brazos por detrás; y
del que logró verse libre tendiéndose y dando espuelas al caballo
en dirección a las ramas bajas de un árbol, por debajo de las que
pasó dejando enganchado al guanche.
Y sin embargo de parecer esta leyenda inverosímil tiene su
justificación documental:
«Yo Dn. Alonso... do... a vos Gonzalo Rodríguez... quinientas
fanegas de tierra de sequero... en Acentejo entre el barranco del
Ahorcado... del camino cara a la mar...». (Datas. Libro 2°. Su
fecha: 17 de Junio de 1503).
«Yo Dn. Alonso... digo que por cuanto yo obe dado en repartimiento a
Gonzalo Rodríguez mayordomo del adelantado de Sevilla la hoya de la
mano derecha bajo la Rambla del Ahorcado...(Data.. Febrero, 19 de
1506). Precisamente este ahorcado a que se refiere viene a quedar
donde se libró la batalla.
D. Eduardo una eminencia.
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