CAPITULO VII
AÑO 1495
Breve síntesis sobre las respectivas situaciones de guanches y
españoles con relación a los sucesos ulteriores. Tercera campaña
de Lugo. Combate de Las Peñuelas. Refuerza al ejército invasor unos
dos mil voluntarios españoles. Escasez de víveres. El Real de La
Laguna. Replegase el ejército al Real de Santa Cruz. Nueva penuria
por escasez de vituallas. Resolución desesperada de los nobles
ligueros. Batalla de La Victoria y sus consecuencias.
Anticipándonos a los sucesos vamos a dar una breve síntesis sobre
las respectivas situaciones de guanches y españoles, para
orientarnos respecto a las causas que determinaron el natural
desarrollo de los acontecimientos hasta la conquista de la isla, que
repetimos no fue por fuerza de armas como hacen entrever los
cronistas y aún algunos interesados en sus informaciones de nobleza
por estimarlo más honroso.
Ya dijimos que mientras vivió Bencomo fue como el eje alrededor del
cual giraban sordamente la enemistad y el temor de los demás
soberanos, los odios güimareros y la efervescencia de los siervos en
sus avances de emancipación, pero que al desaparecer tan abrumadora
personalidad desatáronse las pasiones en razón directa de lo que
estuvieron refrenadas; con especialidad los siervos o villanos, más
propiamente esclavos, que rompieron con su antigua mansedumbre.
Para comprender este movimiento social hay que tener presente sus
condiciones de vida. Según las instituciones el noble guanche no
tenía más ocupaciones que la guerra y la administración pública.
Estábale prohibido todo trabajo manual como el labrar la tierra, el
pastoreo, ordeño del ganado, oficios menestrales, etc., al extremo
de que a la menor infracción quedaba descalificado con pérdida de
los privilegios. Por esto la ley, en relación con la categoría de
cada noble, le tenía adscrito uno o más siervos como bestia
doméstica de trabajo para atender a sus necesidades. Está por demás
añadir que el siervo no se le reconocía ninguna clase de derechos
civiles, políticos, ni sociales, hasta el punto que dentro del
régimen socialista en que estaban organizados no figuraban para el
reparto de materias alimenticias, sino que dejaban cierto margen en
la de los nobles para que los racionaran.
Al concepto de esclavitud que esta condición de servidumbre de los
villanos merecía a Diego de Herrera, se debió su acto impolítico
de disponer de los 81 que les facilitaron los reyes para los trabajos
de la casa de contratación áeAñaza.
Pero los siervos además de estar privados de todos los derechos y de
soportar la pesadumbre de todos los trabajos, eran también
utilizados como hombres de guerra. Es de presumir les agitaran de
antiguo las ideas de emancipación, cosa que no se sabe aunque es
probable más en la época a que nos referimos la propaganda de los
españoles y los mismos campos de batalla les abrió los ojos,
cayendo en la cuenta que a la par daban sus vidas por la patria y por
la defensa de los aborrecidos privilegios, por lo que que clamaron
contra éstos. Lo particular del caso no estuvo en que acogieran la
doctrina contra la servidumbre prometida por los españoles, sino que
siendo los invasores los que les ofrecían garantías de realizar la
reforma, arraigó a la vez en los villanos las ideas de redención y
de independencia.
Compréndese, por lo tanto, que los siervos se avisparan por una
aspirada mejora que los sacaba de su miserable condición; así como
el horror que sentía la nobleza por estas aspiraciones niveladoras,
que sólo podemos avalorar por lo que hace 50 años experimentaba un
blanco cuando su esclavo negro le hablaba de igualdad de derechos;
como también se comprende el partido que podía sacarse de esta
irritante tensión de ánimo entre nobles y siervos, así como de la
enemistad de unas naciones con otras, fomentándolas con habilidad y
haciéndoles imposible la vida común dentro de sus legendarias
instituciones.
Frente a tales conflictos guanches hallábase indudablemente un
enemigo astuto. Tuvo el general Lugo el mérito de hacerse cargo del
estado de cosas y la gran virtud de la constancia para sostener su
plan a prueba de las mayores privaciones, de los desdenes de los
émulos y hasta de la calumnia de sus detractores, que lo motejaban
por la lentitud de sus operaciones militares. Aspiraba a conquistar
una isla en que sólo dominaba lo que pisaba, sin poblaciones que
tomar, quebrada y montuosa con un principal camino o trocha que no le
llevaba a ninguna parte; no debiendo aventurar su ejército en los
bosques, desfiladeros y barrancos por otro lado sin objetivo
estratégico, ni fraccionarlo ante un enemigo tan osado como valeroso
que lo acechaba sin descanso; lo que unido al convencimiento de que
no lograría reducirla por fuerza de armas dados sus recursos, hay
que reconocer tuvo un gran acierto en la conducta que se trazó como
ya dijimos: permanecer acantonado cuanto era posible en el Real de
Santa Cruz; recorrer algunas veces al año la trocha con su ejército
en orden de batalla incitando a los guanches al combate y sostener
con los triunfos su influencia moral, mientras azuzaba por todos los
medios las disensiones internacionales y sociales.
Ya referimos cómo después de la batalla de La Laguna marchó el
ejército español sobre el Real guanche del Peñón, donde durante
dos horas se provocaron al combate pero sin abandonar ninguno sus
respectivas posiciones; hasta que al fin un aguacero determinó al
general Lugo levantar el campo para contramarchar al Real de Gracia y
de allí, el mismo día, al de Santa Cruz.
Según los autores los fríos, tormentas y lluvias mantuvo recluido
al ejército hasta fines de Enero del nuevo año de 1495, en que el
general Lugo quiso abrir su tercera campaña disponiendo que una
fuerte columna de 500 infantes y 40 caballos, mandada respectivamente
por Hernando Trujillo y Gonzalo del Castillo, practicara un
reconocimiento por la laguna y campos limítrofes, procurando a la
par apoderarse de algún ganado porque ya sentían un tanto la
escasez. Prescindiendo del supuesto cuadro lúgubre que se
encontraron los expedicionarios en la laguna, de los perros devorando
los cadáveres abandonados como dicen los cronistas y que nosotros no
creemos, como cuanto acontecía por aquella época revestía el
aspecto de lo extraordinario, añaden que los soldados oyeron a una
mujer que les gritaba en lengua guanche desde lo alto del risco de la
Atalaya: «¿Qué hacen cristianos! ¿Cómo no entráis y os
apoderáis de la tierral Todos los guanches se van muriendo y no
hallaréis con quien pelear».
Tal incidente nos parece poco serio y hasta una prueba improvisada
del soñado espectáculo de muertos insepultos, pero como no afecta a
lo sustancial seguiremos a la expedición, copiando a Serra de
Mora-tín, que a su vez lo hace de Viana:
«Dudaron... los jefes de lo que decía aquella mujer, pero habiendo
subido «... las Peñuelas descubrieron a sus pies, y en el mayor
silencio, el valle de Tegueste; y a excitación de Castillo
determinaron bajar a él. Sólo encontraron chozas y cabanas
abandonadas, en las que había pequeñas cantidades de gofio, queso y
cebada; pero oyendo lamentos en una cueva cercana penetraron en ella
y encontraron a un anciano venerable, que acompañado de una niña y
dos niños se deshacían en lágrimas junto al cadáver de su madre
que acababa de morir... Por este viejo se enteraron de que el
príncipe Zebenzuy y el mencey ¡Tegueste! se encontraban en el
barranco de Tejina; y que la mayor parte de los ganados se hallaban
recogidos detrás de las montañas que se ven en el centro del valle.
Con tal noticia tomaron los españoles el camino de la Goleta y se
echaron sobre los referidos ganados. De retorno volvieron a la cueva
en que habían encontrado al viejo, el que en su ausencia había
matado a los tres niños y él se había atravesado un dardo de tea
por el vientre, pues más quería (tales fueron sus palabras) perecer
con sus hijos que verse con ellos en una esclavitud desdichada».
Recelosos los españoles del silencio que les rodeaba, Hernando
Trujillo dividió las fuerzas en cinco columnas de a 100 hombres, que
precedida de los batidores rompieron la marcha escalonadas,
apoyándose unas a otras, colocando la caballería a retaguardia y
conduciendo el ganado apresado entre la cuarta y quinta columnas
postreras. Mientras tanto el achimencey Tegueste y su hermano
Sebensuy se habían emboscado con 1.200 hombres (cifras que dan los
autores y creemos muy exagerada). Aunque de lo alto de Las Peñuelas
observaron el buen orden que llevaban los castellanos, embistieron
repentina y furiosamente.
El resultado del combate fue 60 guanches y 12 españoles muertos,
muchos heridos por ambas partes y prisionero el capitán de a caballo
Gonzalo del Castillo; a quien le mataron el caballo de una pedrada.
Durante la refriega el rebaño apresado se dividió en dos manadas,
una que se corrió al valle de Tegueste que recobraron los indígenas,
y la otra ganó la vega de La Laguna que después se llevaron por
delante los españoles. Cuanto al prisionero el capitán Castillo,
fue enviado por Tegueste al rey de Taoro Benytomo con un destacamento
de 40 hombres mandados por su hijo Teguaco; y a las pocas horas
retornaba libremente al Real de Santa Cruz montado en un caballo que
le regaló Benytomo, de los seis que poseían desde la batalla de
Acentejo o de La Laguna, según Viana.
Ésta fue la única ocasión que los españoles abandonaron el camino
de la trocha algunos kilómetros fuera de la vía y no estimaron
prudente repetir la suerte.
* *
Día tras día irán destacándose con mayor relieve hechos muy
significativos, que si bien en la apariencia contradictorios hállanse
subordinados a relaciones de causalidad.
Efectivamente, debido en parte a la resonancia de las batallas épicas
libradas entre guanches y españoles, a las dificultades de la
conquista de Tenerife que interesó el espíritu aventurero de la
época, y en parte a las gestiones del influyente Diego de Cabrera,
acudieron en la primera quincena de Marzo a reforzar a los
castellanos como 2.000 soldados; y sorprende a primera vista que con
un ejército alrededor de 3.000 españoles, sin contar los aliados
güimareros, no aparezca el general Lugo dando gran actividad a la
campaña; máxime cuando las vituallas, no siendo abundantes, con tan
crecido número de consumidores los metía con frecuencia en la
miseria. La escasez llegó en ocasiones a los extremos que vimos en
la información de nobleza de la casa de Guerra, en una nota con
motivo de la batalla de Acentejo, en la que hay testigos declarando
que «fue tanto el trabajo, que se pasaba a cada soldado siete higos
de cada ración» y que padecieron «mucha necesidad de hambre y de
sed, comiendo yerbas y palmitos». Viana refiriéndose a este
particular dice:
«Sólo un pequeño puño de cebada
y cinco higos para todo el día,
y con silvestres yerbas, y con esto
pasaban, y los días que faltaba
la cebada, hacía a remedio
de las raíces del helécho secos
una harina, y remolido polvo
muy semejante al gofio, y desta suerte
el tiempo referido padecieron
sin dejar el intento de conquista,
por el punto de honor y juramento
solemne que hicieron aquel día
que aportaron segunda vez al puerto».
Por lo transcrito se echa de ver experimentaron los castellanos
privaciones; y aunque suele ser moneda corriente dar a esta clase de
sucesos un subido colorido, extremando las faltas o generalizando lo
excepcional, no puede negarse sufrieron grandes penalidades y que
hicieron heroicos sacrificios.
¿Cómo explicar, repetimos, que hallándose constantemente
amenazados por el agotamiento de las vituallas, permaneciera en la
apariencia inactivo tan crecido ejército? Porque el hecho es que
después de la batalla de La Laguna a mediados de noviembre de 1494,
salvo el reconocimiento y combate de Las Peñuelas, figura unos siete
meses acantonado en el Real de Santa Cruz donde dejando una
guarnición en la segunda quincena del mes de junio del 95, sentó el
Real de La Laguna sobre el morro de la Concepción. Allí estuvo el
general Lugo hasta septiembre ordenando de vez en cuando
reconocimientos ofensivos a lo largo de la trocha sin resultados
decisivos, y de nuevo apremiado por la falta de víveres levantó el
campamento y se encerró otra vez en el Real de Santa Cruz.
Era por aquella fecha tal la penuria que muchos de los últimos
voluntarios se marcharon y hubo de los antiguos quien pensara en
abandonar la conquista retirándose a Canaria; pero el general
recordando en un consejo de guerra a sus oficiales el juramento que
habían hecho de morir antes que volver la espalda a Tenerife,
reanimó los espíritus, acordándose continuar la guerra y
comisionar a Juan de Sotomayor, con poderes de Alonso de Lugo y de
Estupiñán que mandaba la gente del duque Medina Sidonia, para que
marchara a Canaria a obligar el cumplimiento del contrato a los
proveedores genoveses.
A virtud de ese acuerdo trasladóse inmediatamente Sotomayor a Las
Palmas y demandando ante la justicia a la compañía de comerciantes
para que le facilitasen provisiones, manifestaron ante Gonzalo García
de la Puebla, escribano público de la referida isla de Canaria: «Que
era constante no haber faltado a los conquistadores ocasiones muy
favorables para terminar aquella empresa, pero que las habían
malogrado todas inclinados siempre a una afectada lentitud: que en el
presente año habían acudido casi dos mil hombres de las islas
vecinas, y que no habían querido emplearlos en las operaciones de la
campaña; finalmente que los armadores estaban imposibilitados de
suministrar los socorros que se le exigían para una conquista
interminable de que no sacaban provecho».
Sin embargo de lo alegado por los armadores, como a todos constaba lo
difícil de la empresa, la sentencia fue condenatoria; por lo que
tuvieron que expedir un buque con harina, bizcocho, cebada, armas,
etc. que llegó a Añaza el 1a. de Diciembre con Sotomayor, recibido
con aclamaciones de júbilo.
Tan interesante documento confirma, no sólo la lentitud de las
operaciones militares que echaban en cara al general Lugo, sino un
particular muy importante consignado por las tradiciones, de negarse
en absoluto a hacer esclavos guanches desde que pisó la isla, que no
otra cosa significa la frase de que era «una conquista interminable
¡de que no sacaban provecho!».
Por otra parte, ¿cómo contando los españoles con el recurso del
ganado de la isla, que se comprobó más tarde montaba de 200.000 mil
cabezas y lo sabían por sus aliados los güimareros, no se
apoderaron de él?, ¿porqué no iban a buscarlo? Todo prueba
claramente de que el general Lugo no se atrevió, ni debía
atreverse, aventurar el ejército fuera de la trocha abierta entre
Añaza y Taoro; y como de no salir de la trocha no era posible
conquistar la isla por fuerza de armas, a despecho de los impacientes
mantuvo su plan de sostenerse a la defensiva a lo largo del referido
camino, fiado en que las disensiones de los propios guanches le
darían el triunfo: era cuestión de tiempo y víveres.
Pero si el general Lugo fiaba la victoria a las discordias intestinas
y a la acometividad de los guanches atrayéndolos a combatir en campo
abierto, éstos aleccionados ajustábanse a los acuerdos tomados no
aceptando el terreno elegido por el enemigo para su caballería. Así
hemos visto que no abandonaron sus posiciones del Peñón cuando los
provocaron al combate, sino que a su vez provocaban a los españoles
para que los atacaran, que eligieron el terreno quebrado de Las
Peñue-las para caer sobre Hernando de Trujillo y no la senda
desmontada en la parte llana de la vega; y que durante los tres meses
que permaneció el ejército castellano en el Real de La 'Laguna,
practicando a lo largo de la trocha reconocimientos ofensivos
marchando en orden de batalla y excitándolos a la pelea, ellos no
desamparaban sus puestos, si como es posible aparecían a la vista
del enemigo.
El juego era conocido por ambos jugadores; y no es difícil adivinar
cuál hubiera sido el desenlace del problema, cuyos términos
manifiestos eran la virtud de la paciencia por un lado y los recursos
económicos por otro, de no atravesarse un tercer factor o séase la
guerra social entre nobles y villanos, que decidió los destinos por
el momento del pueblo guanche. Cierto es que esa guerra no la
ventilaban aún en el terreno de las armas como aconteció más
tarde, pero se le veía avanzar a pasos agigantados. Mientras por una
parte los güimareros y gomeros castellanizados conspiraban a favor
de España, por otra se unió a los gomeros patriotas la influyente
clase sacerdotal de los babilones para exaltar a los villanos al
grito de igualdad e independencia; lo que produjo en la sociedad
guanche una confusión espantosa, tal tensión moral entre las clases
que desapareció la armonía. Trató la nobleza, no ya de los reinos
invadidos sino de aquellos que todavía no habían hollado los
españoles, ahogar el movimiento con persecuciones y castigos como en
los tiempos de Bencomo, pero fueron ineficaces. Aún señalan en
Fasnia, en el Roque del Chopin del menceyato de Abona, el sitio
«donde emparedaron a un villano por querer emparejarse a los
nobles».
Desesperados los jefes de la Liga con este insostenible estado de
cosas, cada momento más amenazador, intentaron contrarrestarlo
concentrando la atención de todos en el interés supremo de la
defensa de la patria, haciendo una guerra activa a los españoles;
pero como éstos no invadían los territorios ni abandonaban la
trocha, viéronse obligados por las circunstancias a volver sobre su
acuerdo para presentarles batalla en el primer reconocimiento que
practicaran. Éste fue el motivo que, mal a su pesar, impulsó a los
ligueros a librar la batalla de La Victoria; en la que dice con razón
fray Alonso de Espinosa, aunque ignorando la verdadera causa, que
«los naturales peleaban como desesperados y como aquellos que
querían desta vez concluir...».
A los 23 días de retornar Sotomayor de Canaria con los subsidios que
alcanzó de los proveedores por sentencia judicial, o séase el 24 de
diciembre, con una hermosa y despejada mañana emprendió el ejército
castellano uno de tantos reconocimientos a lo largo de la trocha,
llegando a las 9 a Tacoronte y entre 11 y 12 a los llanos de
Acentejo, donde determinó acampar la marcha en orden de batalla sin
perder las filas, precedido de exploradores.
Como los guanches tenían la tierra atalayada, no sólo iban
desalojando los pastizales limítrofes a la trocha a medida que se
aproximaban los españoles, cumpliéndose la orden de no dejarse ver
al punto de parecer deshabitadas las campiñas, sino que noticiosos
los jefes reunieron los contingentes de los tres reinos para
atacarlos en la amanecida del siguiente día 25 de Diciembre.
Conocedores los castellanos del proyecto de los guanches, por un
prisionero que hizo Lope Hernández de la Guerra de una emboscada que
le asaltó al practicar una descubierta, se prepararon para recibir
al enemigo.
Refiere fray Alonso de Espinosa «...y habiéndose los nuestros (como
hombres apercibidos) prevenido la noche antes de lo necesario,
sabiendo que habían de ser acometidos por dos partes, se dividieron,
poniéndose en un sitio el gobernador con parte de la caballería y
peones, y en otro Lope Hernández de la Guerra con el resto de la
gente. Pelearon los unos y los otros valentísimamente: porque los
naturales peleaban como desesperados y como aquellos que querían
desta vez concluir y ver para cuanto eran, y los nuestros como gente
acostumbrada a vencer y que les iba a la honra en salir con victoria,
por ser casi en el mesmo lugar la batalla que había sido la primera
los años pasados... y en agradecimiento desta victoria fundaron en
el propio lugar una ermita, que llamaron Nuestra Señora de la
Victoria... '», (1).
Murieron sobre el campo de batalla 64 españoles y fueron muchos los
heridos, porque no hay que olvidar el armamento europeo de que
disponían varios cientos de guanches; y de éstos, como siempre, no
faltan autores que los cuentan por millares cuando no se supo en
rigor. Indudablemente sus bajas fueron superiores, pero no tantas que
ascendieran a 2.000 como supone caprichosamente; cifra que aún nos
parece excesiva reduciéndola a la mitad entre muertos y heridos.
Los guanches replegáronse sobre Santa Úrsula sin ser perseguidos;
encaminándose los contingentes a sus respectivos reinos y tago-ros a
hacer la vida ordinaria. Cuanto a los españoles, después de una
permanencia de nueve días en el campo de batalla curando sus
heridos, en la madrugada del 4 de Enero del nuevo año en 1496
contra-marcharon al Real de Santa Cruz, donde llegaron en la tarde
del mismo día.
¿Qué trascendencia en los destinos de Tenerife puede concederse a
este hecho de armas, desde el punto de vista militar? Las cosas
continuaron lo mismo que venían. No avanzaron los españoles ni una
pulgada fuera de la trocha, ni extendieron el radio de influencia
ampliando su primitiva base de operaciones de los navios, el Real de
Santa Cruz y su alianza con los güimareros. Cuanto al ejército
liguero que era de unos 4.000 hombres, deducida una baja prudencial
de 300 o 400 por muerte en la batalla, seguía constando más o menos
de unas 3.500 plazas de soldados aguerridos y cada día mejor
armados.
Así, pues, aunque perdida la batalla por los guanches no alteró
sustancialmente las respectivas situaciones entre invadida e
invasores; ¡y sin embargo, fue decisiva para la contienda que
sostenían nobles y villanos, que envolvió el porvenir de la isla!
NOTAS
1 Esto no es exacto si la ermita a que se refiere se hallaba
emplazada donde hoy está la iglesia parroquial, bastante alejada del
antiguo camino y de los llanos de Acentejo. El sitio en que se libró
la batalla es el aún conocido por Llano de la Reyerta, de
donde se replegaron los guanches sobre Santa Úrsula. Todavía
emplean por La Victoria y Sta. Úrsula ciertos días, un estribillo
en sus canciones coreadas alusivo a dicha batalla:
«Santa Úrsula capitana donde feneció la batalla».
ANOTACIÓN
(1) A propósito de la construcción de esta iglesia nos dice D.
Agustín Díaz Núñez:
«Bien sabido es por la historia que para cumplir el comandante D.
Alonso Fernández de Lugo el voto que ofreció por su triunfo sobre
los guanches en el llano de Acentejo, tan pronto como logró la
pacificación de Tenerife hizo construir en el mismo punto
(denominado ya La Victoria, por el enunciado acontecimiento) una
ermita dedicada a Nuestra Señora de los Angeles, y su campana se
colgó de un pino inmediato, que aún se conserva. A su alrededor se
fueron situando desde luego algunas familias, halagadas por el buen
terreno que se les presentaba, y no tardaron mucho en constituir un
pago numeroso del Sauzal, hasta que, aumentado considerablemente, se
patentizó la conveniencia espiritual de segregaría de su matriz y
erigirlo en curato, sirviendo la mencionada ermita, con más
capacidad y decoro, de parroquia primitiva, cuyo primer párroco hubo
de ser el presbítero D. Sebastián Báez, y, aunque no se sabe con
certeza la fecha de esta instalación, consta del libro más antiguo
de bautismo que existe, haber sido su primera partida en 8 de
Setiembre de 1592...tiene confraternidad del Santísimo y dos
ermitas, una de San Juan Bautista y otra de Nuestra Señora de Guía,
en estado regular...». [Agustín Díaz Núñez. Memoria cronológica
del establecimiento, propagación y permanencia de la Religión
Católica Apostólica Romana en Islas Canarias. Madrid: Imprenta La
Esperanza, 1865; pp. 274-275].
En cuanto a la fecha de fundación del citado templo de Nuestra
Señora de La Victoria hay que matizar algunos datos, como los
citados a continuación:
«El templo fue fundado en 1537 merced a la devoción de Gonzalo de
Salamanca, vecino del lugar, que dejó para ello sus bienes; pero en
1581 esta construcción se perdió en un incendio. Se emprendió a
continuación la reedificación, de modo que el 7 de Noviembre de
1628 Francisco Hernández, mayordomo de la iglesia, sacaba a subasta
la obra de la capilla mayor...».
[María del Carmen Fraga González. La Arquitectura Mudejar en
Canarias. Santa Cruz de Tenerife: Aula de Cultura de Tenerife, 1977;
pág. 255].
Una auténtica joya "La Gaveta de Aguere" gracias por publicar.
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