martes, 2 de septiembre de 2014

DON FRANCISCO BONNÍN GUERÍN



1963 septiembre 10.
Fallece Francisco Bonnin Guerin

Nace Don Francisco Bonnín, en Santa Cruz de Tenerife. Su padre, An­tonio Bonnín Fuster natural de Ibiza, se había casado en Tenerife con Mercedes Gue­rín Figueroa y fruto de esa unión nacerían Francisco, Claudina, Mercedes y Manuel. En el año 1878
Francisco Bonnín padece la tosferina. Los mé­dicos lo desahucian. En el año 1881 comienza a familiarizarse con el al­fabeto musical, recibiendo lecciones de su pa­dre, que impartía en el propio domicilio clases de piano. En el año 1883 cursa la enseñanza prima­ria en la escuela de don Antonio Martín Mi­rabal, sita en la calle del Castillo de la capital tinerfeña. En el año 1892 participa en la Exposición de Arte e Industria, organizada por la Real Sociedad Económica de Amigos de País en Santa Cruz de Tenerife con motivo de las Fiestas de Mayo.

En el mes de noviembre, entra como voluntario en el Regimiento de Artillería de Santa Cruz de Tenerife. Conoce poco después al capitán Felipe Verdugo, de quien recibirá breves pero valiosos consejos referentes a la práctica de la acuarela. En el año 1894, varios jóvenes, entre los que se encuentran Bonnín, Crosa y Romero, llevan a cabo, diri­gidos por Felipe Verdugo, la decoración del techo, en el salón principal del edificio ocu­pado por la Sociedad Filarmónica Santa Ce­cilia. El tema era una alegoría de Beethoven y la música. Bonnín concurre con cuatro cuadritos al óleo y dos acuarelas a la Exposición Artística, In­dustrial, Agrícola e Histórica, organizada por la Sociedad Económica de Amigos del País. Obtiene una medalla de segunda clase. En el año 1897, se hace cargo de la decoración de la fachada del edificio de la Fi­larmónica Santa Cecilia para las fiestas del centenario de la victoria frente a Nelson. Lí­neas de luces, una gigantesca lira y otros atri­butos de la música se ven completados por la labor pictórica desarrollada en unos pre­ciosos transparentes que cubren las ventanas. Pocos días más tarde embarca en el vapor África y supera las pruebas de acceso en la Academia de Artillería de Segovia. En los años 1898/99, mantiene contactos con Da­niel e Ignacio Zuloaga, que despiertan su vo­cación pictórica. Visita los museos de Madrid y conoce en el Palacio de Cristal las acuare­las de Villegas y Parada Fuste. Comienza Bonnín a exponer sus cartones en el bazar Bru, de la Granja de San Ildefonso. Cinco de ellos son adquiridos por la infanta Isabel de Borbón. En el año 1900 obtiene la medalla de pla­ta en la Exposición Regional de Pintura de Segovia. Expone en La Granja un conjunto de sus obras. En el año 1907, tras cursar cinco años de estudios, se licencia como primer teniente. Ha obteni­do, además, la cruz blanca del mérito militar por las acuarelas pintadas para la academia. En el año 1908,  funda en el instituto de Santa Cruz de Tenerife el Círculo de Arte, or­ganizando junto a Diego Crasa una escuela de pintura. Su desaparición será rápida, al necesitarse para otros menesteres el aula que se les había cedido para la organización de exposiciones pictóricas. Bonnín participa, sin embargo, en las dos exposiciones artísticas que el Círculo organiza. Junto a Luís Rodríguez Figueroa, Pedro de Guezala y Ángel Villa y Rodriga Villabriga, entre otros, Francisco Bonnín fundará más tarde el Círculo de Escritores y Artistas, que desaparece prácticamente sin haberse presen­tado en sociedad, al no contar con el apoyo de las autoridades del municipio. En el año 1910, contrae matrimonio con Luisa Miranda Reverón, en el mes de junio, imparte clases de dibujo en el insti­tuto de Santa Cruz de Tenerife, magisterio que seguirá desarrollando durante más de dos décadas. En el año 1911, nace su hijo Francisco en el mes de junio. En el año 1912 asciende al grado de capitán. Se le nombra hijo adoptivo del Puerto de la Cruz.  En esa localidad conoce la obra del pin­tor inglés James Paterson. Aparecen reproducidas en la revista madrileña La Esfera tres obras suyas: Cueva de Al­magro, Entrada de la casa Cólogan y Pico del Teide. En el año 1913, en el mes de diciembre nace su hijo Antonio. Bonnín vende frecuentemente sus acuarelas en el hotel Taoro, donde son adquiridas por los turistas ingleses, que las pagan muy bien. Se le anima a viajar a Londres. En el año 1914 es destinado a África. En el año 1915,  regresa a Tenerife. Organiza una exposición de acuarelas de sus discípulos en el Círculo de Bellas Artes, co­mo acto inaugural del curso 1929/30.

Francisco Bonnín promueve en el Círculo de Bellas Artes los debates urbanísticos que sus­cita el anunciado derribo del castillo de San Cristóbal, presentando, además, un proyecto alternativo para la nueva entrada a la capital de la isla. En el año 1930, expone en enero en el Círculo de Bellas Ar­tes de Santa Cruz de Tenerife. Bonnín mantiene contactos con Bruno Brandt, que le proporcionan un nuevo mo­do de enfrentarse a la acuarela. Junto con Guezala, imparte enseñanzas pictóricas en el Círculo de Bellas Artes, a través de la academia de pintura que venía funcionando desde 1928 en dicha entidad.

Francisco Bonnín es nombrado socio de ho­nor de la Masa Coral de Santa Cruz de La Palma, por su apoyo y por el del Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. En el año 1931,  expone sus obras en el Círculo de Be­llas Artes de Santa Cruz de Tenerife en el mes de febrero. Acogiéndose a la ley de Azaña, se retira del Ejército con el grado de Comandante.

Por estos años, Bonnín colabora activamen­te con la sección de teatro del Círculo de Be­llas Artes, realizando muchas de las esceno­grafías de las obras presentadas al público: Resurgimiento, de Carlos Fernández Castillo (1928), Marilinda, de M. Guimerá (1933) o Cándida, de Bernard Shaw. El nombre de Francisco Bonnín Guerín apa­rece en la edición de ese año de la Enciclopedia Espasa. En el año 1932, El presidente del Museo Canario de Las Pal­mas de Gran Canaria lo nombra socio corres­ponsal en Tenerife. Francisco Bonnín cursa instancias al ayunta­miento y al Ministerio de Instrucción Públi­ca y Bellas Artes, solicitando su apoyo a través de subvenciones para el Círculo de Bellas Ar­tes de Santa Cruz de Tenerife. Comienza a impartir clases en la escuela gratuita de pintura que se pone en funciona­miento en el Círculo de Bellas Artes. En el año 1954, coincidiendo con su ochenta cumpleaños, el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Te­nerife rinde un homenaje, inaugurando una exposición antológica de su obra.

En el año 1957, su acuarela San Diego del monte recibe la me­dalla de honor en la exposición nacional de acuarela abierta en Madrid. En el año 1959, promueve, mediante un es­crito en la prensa, la erección de un monu­mento a Teobaldo Power, espoleando al ca­bildo y al ayuntamiento a que tomen cartas en el asunto. El secretario general de Educación y Cultura, le concede la medalla Anchieta, con­memorativa del cuarto centenario de la lle­gada del padre Anchieta a Brasil. En el año 1960,  es testigo de la inauguración del nuevo edificio del Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, que tiene lu­gar el día uno de mayo. En el año 1962, provoca la organización y celebración de una gran muestra en el Museo Municipal de Bellas Artes titulada La Acuarela en Tenerife, cuya inauguración se hace coincidir con las tradicionales Fiestas de Mayo de la capital ti­nerfeña. En el año 1963, en el IV Salón Nacional de la Acuarela de Bilbao resulta premiada su obra Nieve en Las Cañadas y se le otorga una medalla en reconocimiento a la veteranía. El día  10 de septiembre fallece en el Puerto de la Cruz. En el año 1964, concretamente en el mes de marzo, la Real Sociedad Econó­mica de Amigos del País celebra una sesión en su homenaje.

La literata cubana premio Cervante de las letras hispánicas, Dulce María Loynaz visitó por todo el mundo muchos lugares sorprendentes y apasionados, sin embargo, dedicó su libro de viajes a la tierra de los dragos milenarios.

Un verano en Tenerife, como tituló esta suerte de diario, o crónica, refleja el amor por el paisaje tinerfeño, sus habitantes y costumbres como no lo hizo antes ningún historiador, biógrafo o viajero. Hay quienes afirman que amaba esta Isla antes de conocerla, seguramente a través de las evocaciones de su esposo Pablo Álvarez de Cañas.  La poesía emana de este texto con la misma intensidad que sus experiencias. La belleza del paisaje, siempre a la sombra del Teide, permanece con una distinción lírica, enriquecedora de afectos. Un capítulo inolvidable reproduce el gesto dadivoso y cristiano, que incidiría notablemente en los habitantes del Puerto para declararla; “Hoy, que estoy lejos, cuando pienso en las Islas, veo, primero que nada, sus rosas.” Hija Adoptiva del hermano pueblo: el manto de seda azul, confeccionado porartesanas cubanas para la Virgen de la Peña de Francia. Otro de los momentos más atractivos de la citada obra, donde los afectos fluyen con un tono intimista, es el diálogo con Francisco Bonnín Guerín, cuyo Capítulo XIX incide en esta reflexión. Sobre la cercanía entre ambos artistas ha declarado Ana Luisa González Reimers durante una exposición de cuadros del pintor en el Puerto de la Cruz: “En la siguiente visita de Loynaz, durante el verano de 1957, la amistad había cristalizado de forma rotunda. La intimidad del estudio se abrió para la amiga poeta y ésta acudió con frecuencia a la ‘casita soleada’, hogar del maestro en el Puerto de la Cruz, compartido con su esposa y la dulce presencia de su hija Marciana”. Entonces Bonnín tenía 83 años. Maestro consagrado de la acuarela, prestigioso artista, presidía la Agrupación de Acuarelistas Canarios, de la que era fundador desde 1944, razones por las cuales Dulce María lo presenta como “…un anciano pulcro y delicado, muy erguido en su sonrisa de niño, muy niño en sus ojos azules”. Pero la autora quiere mostrar a su viejo amigo como se revela en ese instante, al lado de su pecado, de su único gran pecado. De ahí que el júbilo de la paleta se torne mustio, igual al árbol ceniciento que hace y deshace y “…tiene mucho de fantasmal y de esotérico…”. Dulce María teme por lo que va a escuchar. Observa entre los motivos aparentemente gráciles una nueva dimensión: “Don Francisco hace una pausa y suspira; las acuarelas se desprenden de su mano como flores marchitas al soplo helado de un recuerdo que viene de tan lejos. Ella redescubre el paisaje, al pintor. Una lejana noche de mayo, Bonnín, no contento con la imposición de sus padres de acompañar a su única hermana al concierto de la banda municipal, desató sobre la joven, que no había cumplido aún los 15 años ni asistido a una fiesta, una avalancha de quejas y protestas durante el paseo. Él consiguió que su hermana prorrumpiera en llanto y, después de dar la primera vuelta a la glorieta de la música, le pidiera regresar a casa. Al siguiente día, una repentina enfermedad robaría la vida a aquella niña sin lucir su vestido color de rosa. Un vivo remordimiento que perdura a lo largo de 63 años. Conmovida por la historia, Loynaz refleja una arista filosófica vitalicia en las palabras que dedica al anciano amigo con el ánimo de consolarle: “... (…) Pero ya usted sabe que los seres completamente felices no crean belleza para los demás (…) Es esa vieja pena, o, mejor dicho, el fantasma de una pena lo que da vida y razón a su pintura…”.  De manera que en ese balbuceo – acertado o no – se encuentra una explicación de un fenómeno humano. La pregunta formulada obtiene una respuesta, es precisa una pena, secreta pena, para el acto de la creación y de la belleza..."

Consecuentemente con las exigencias del corazón en ambos creadores, lo bello se asoma a la sensibilidad, el alma quiere retenerlo, como la alfombra de rosas en La Orotava, destruida durante la procesión del Corpus Christi, escándalo para los ojos de la cubana, quien comienza a comprender el sentido de la tradición local en la belleza divina.  Si la natural belleza remite a Dios, la autora de “Juegos de agua” respira ese aire en la visita que hace al paisaje agreste más hermoso del mundo. El Teide, magnánimo, ha sido inspiración para los poetas que le han dedicado su canto. Asimismo, el volcán dormido inspira al no menos grande escritor José Javier Hernández. En su libro El Teide en la mirada, este gran amigo “mira con los ojos del corazón la realidad que le circunda” siendo “verdaderamente recreado y convertido en un hombre nuevo”. La presencia de Dulce María no solo se sitúa en el poema que él le ofrece, “Todo es inmediato”, bajo la advocación del viejo Pico, sino además en el tono coloquial que sentimos en “Un lugar secreto”, poema que aborda su casa roída desde la altura del Volcán. El tema, sensitivo para quienes han habitado las paredes que se mueren, es el mismo que recreara Dulce María en sus “Últimos días de una casa”. El tratamiento personalizado en los dos textos fluctúa con matiz elegíaco de manera tangible en la rememoración de un pasado que alberga felicidad. Cuando subí al lugar que señala “un punto / diminuto / cerca del bajío / y los taraviscales” hallé el silencio amado de Dulce María, la metáfora de José Javier, la atención que los dos prestábamos al amigo Gustavo, el policía, a quien escucho siempre que pienso en la corona de las siete islas, sus atinadas palabras de que tanto fotografías como vídeos permitirán a nuestros descendientes conocer los familiares muertos, a diferencia de épocas pasadas. Supongo que, incluso, reconozcan lo esplendente, cercenado por la perspectiva del tiempo. Y retornamos al momento en que Bonnín continúa pintando las flores que Dulce María habría de llevarse a Cuba. Ella asiste al nacimiento de esas rosas, inspiradas en el poema “La oración de la rosa” de su libro Versos, 1920-1938, cuyo poemario dedica al pintor en 1947. En la edición de ese año se habían hecho 350 ejemplares, donde aparecían los ensayos escritos por María Rosa Alonso, José Manuel Guimerá y Domingo Cabrera Cruz sobre la poetisa. Los 50 primeros, concebidos en papel especial, fueron dedicados a estos y a otros amigos como Celestino González Padrón, Candelaria Reimers Suárez, Diego Guigou, Juan Felipe Machado, la familia Baudet, entre muchos más. La autora, por tanto, ha hecho una traslación. En esta segunda edición ya aparecía en la página 30 el “Jarrón con rosas”, que le había obsequiado el amigo. Ella desea corresponderle e inmortaliza – como hizo él con su arte – el instante en que las rosas “…van surgiendo en la vertical blancura frescas, vivas, imperecederas. Diez años atrás, es decir, previo a la publicación de Un verano en Tenerife, lo había hecho destinándole el número 12 de los ejemplares impresos en papel especial, pero la fina sensibilidad había calado profundamente su interior y la inspiración la condujo por el sendero del color y el resplandor de la luz en “Las acuarelas de Bonnín”: “(…) Porque he aquí que el pequeño milagro del agua redimida se repite con sencillez y eficacia en los cuadros del maestro Bonnín. No es que él pinte el paisaje canario trasplantándolo simplemente al lienzo, no es que él lo retrate o lo copie con pincel certero, es que él ‘devuelve’ ese paisaje a un estado de gracia, a una transparencia luminosa sin mancha original.” No fue el Jarrón con rosas la única pintura que le obsequiara el afamado acuarelista. La prensa local recogió el momento en el que éste le entregó dos acuarelas suyas, Barranco del infierno y Torreón Ventoso, durante el homenaje que le rindieron en el hotel Taoro, el sábado 18 de agosto de 1951, año en el cual la proclamaban Hija Adoptiva del “pueblecito costanero”. Asimismo, el 14 de diciembre de 1958, de regreso a La Habana en la Santa María, con la publicación de Un verano en Tenerife, el periódico La tarde reprodujo fotográficamente cuando el pintor le hacía entrega de sus Flores de pascua en gratitud por el amor profesado a su Isla.  Allí, “…con ganas de cantar y de reír por ese inusitado, descubierto jardín de mirtos y laureles” quedaban entrelazados la palabra y el paseo: las flores que caen de altas tapias; la casa vacía de la familia Ventoso, ese sitio enigmático, que el pintor supo transmitir de la mansión deshabitada y a Dulce María le atrajo por la antigua historia de la atalaya; la destiladera, por donde el recipiente mantenía el nombre de bernegal; la retama, el zaguán de un volcán dormido, bendecida en flor; y las rosas… otra vez las rosas; motivos todos eternizados por la poesía y la pintura.  Ahora bien, la Casa de los Árabes, sita en el número 16 de la Calle de los Oficios, en La Habana antigua, exhibe un grupo de pertenencias de la autora de “Carta de amor al rey Tut-Ank-Amen”. Frente a una de las acuarelas del “hombre de mañanas y primaveras” se advierte el Torreón de Ventoso, con sus balconaduras de madera, en cuyo pie de ese original puede leerse: “A Dulce María Loynaz de Álvarez de Cañas / El Puerto de la Cruz agradecido / 18-agosto-1951”. Otra se titula El patio de la herrería, obra que refleja, con la luminosidad propia de un experto, el emparrado descubierto bajo el cual probablemente el sugerido herrero asiste a sus ilusiones… La última acuarela es aún más interesante, porque el autor olvidó nombrar la pieza. En ella se observa el patio interior de una mansión típica canaria, que se asemeja al imaginado por Dulce María en su visita a la casa de Ventoso. Suelo de baldosas, plantas en sus tiestos, escaleras que conducen a las galerías altas, como si la casa hubiera despertado del profundo sueño conminado por Victoria, su moradora. Ambas razones (similitud y descuido) estimulan a nombrarla El patio olvidado, un hallazgo de verdadera importancia para los estudiosos del arte bonniniano. Esas pinturas, donadas por Dulce María Loynaz al Historiador de la Ciudad Eusebio Leal Spengler, son un ejemplo irrefutable del afecto de Francisco Bonnín por la poetisa y su deseo de exponer en La Habana, pues, sin duda, este número de piezas integrarían la exposición que nunca se concretó en la ciudad caribeña. Actualmente, un espíritu sortílego conserva la casa de Ventoso, cuyo aspecto apenas ha variado; sí el entorno, modernizado al punto de desconocer el sitio exacto donde Bonnín ubicara el atril para pintar el cuadro que yo habría de encontrar en mi Habana. Una de esas extrañas relaciones que percibimos del mundo recuerda a la poetisa cubana Serafina Núñez y su mejor soneto “A un ruiseñor amaneciendo”. Qué misterio el de Victoria Ventoso, muerta en su residencia y en el puño de la mano un papel que decía: A un ruiseñor. Qué misteriosa la belleza que abre la puerta, se muestra y su seducción nos deja un sabor amargo de amor y de muerte. Retomar la lectura de Las acuarelas… será siempre el testimonio trocado en mito, que aún se manifiesta en las palabras de Bonnín, la heredad poética de los clásicos españoles por donde el pensamiento expía la fugacidad de las rosas…"

Jesús García Marín de la Asociado, Arca - Llegat Jueu, relata sobre el pintor afincado en el Puerto de la Cruz: Que el periodista lagunero  Gilberto Alemán recreó su libro sobre el café El Águila el entorno de los personajes que pululaban por el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. Dado que no había bar en tan artística institución, los pintores acudían a charlar a El Águila. Los fundadores del Círculo fueron el gran acuarelista don Francisco Bonnín y el pintor Guezala, ambos academicistas, al decir de algunos, entorpecían o impedían que los jóvenes pintores hicieran lo que les venía en gana, ello dio lugar a unos versos —recogidos por don Gilberto— que eran la comidilla entre los que apostaban por las nuevas formas artísticas: "... Dos cosas hay en el Círculo / que me tocan los cojones / las maguitas de Guezala / y de Bonnín los balcones..."

Bonnín, militar de profesión, fue un extraordinario artista, redescubrió en sus acuarelas el paisaje tinerfeño. Aprendió de los Zuloaga y su obra fue admirada, pongamos por caso, por Dulce María Loynaz. Guezala fue pintor coherente y con inusual sentido del cromatismo. 

Juan Manuel Valladares ha publicado en la red la partida de nacimiento del pintor: Don Francisco Bonnín Guerín nació en Santa Cruz de Tenerife (no en el Puerto de La Cruz, como indica algún biógrafo) el día 25 de mayo de 1874. Padres: Antonio Bonnín y Fuster, natural de Ibiza, y María de Las Mercedes Guerin y Figueroa, nacida en Santa Cruz de Tenerife. Abuelos paternos: Francisco Bonnín y Josefa Fuster, naturales de Ibiza. Abuelos maternos: Diego Guerín y Catalina Figueroa, naturales de Santa Cruz de Tenerife. Hermanos: Manuel y Claudia. Padrino del bautizo: Tomas Panasco. Así se contiene en el acta original investigada con fecha de hoy en el Archivo Diocesano, libro 4, Folio 51, Parroquia de San Francisco de Santa Cruz de Tenerife. 

El padre del pintor era una persona muy culta, ibicenco y de origen judío, profesor de piano primero en Ibiza y, luego, en Santa Cruz donde se casó y comenzó una nueva vida coronada por el éxito, pues su familia perteneció de hoz y coz a la élite cultural (pintura, música, literatura). Ahora bien, ¿llegó Antonio Bonnín a Tenerife un poco harto, para cambiar de aires?, ¿era la presión social sobre los judíos en Ibiza tan asfixiante como en Mallorca? Desde luego, en Tenerife la presión sobre los mal llamados “chuetas” era nula hasta el punto que en las biografías sobre Francisco Bonnín, que sepamos, no se hace ninguna referencia a sus orígenes.

Dos ejemplos a modo de botón de muestra. En el libro Francisco Bonnín, sentimental y acuarelista escrito por Alfonso Trujillo (1974) leemos: Su padre, don Antonio, había arribado desde Ibiza a la capital tinerfeña, en donde ejercía como Profesor de piano, y en donde caso con doña Mercedes Guerín. Al uno y al otro se les ha buscado ascendencia francesa, haciéndose corresponder el apellido Bonnín con el de una familia de la antigua nobleza gala, cuyos orígenes se remontan al siglo IX. No obstante, los actuales descendientes muestran un cierto escepticismo con tal fijación genealógica, de ambos patronímicos, que no cree que trasciendan los límites de la zona catalana-balear.
Por su parte Carlos Platero Fernández (Los apellidos de Canarias, Las Palmas, 1992) escribe: BONNIN, apellido de origen mallorquín, aunque oriundo de Francia. Son armas del linaje, En campo de azur en lucero de oro, de ocho puntas, bordura de gules con diez cabezas de moros al natural. ¡Ennoblecimiento, escepticismo, no remover el pasado por motivos sociales? Parece que el pasado íntimo seguía latiendo en Tenerife, ¡en una sociedad casi nueva!… (Bruno Juan Álvarez Abreu)


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