sábado, 3 de agosto de 2013

CAPITULO XIV-VI




EFEMÉRIDES DE  LA NACIÓN CANARIA


UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII


DECADA 1581-1590


CAPITULO XIV-VI




Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen

1595. Un navío en ruta hacia América es atacado a la altura del Puerto de Winiwuada (Las Palmas), sale en su persecución un bajel canario y logra apresarlo.

1595.
Próspero Casola, en su Discurso de la fortificación de la isla de Fuerteventura se lamentaba tardíamente, en 1595, de tan ciega política, que pareciendo que contribuía a repoblar las islas orientales, contribuía a su verdadera despoblación por el éxodo ininterrumpido de castellanos viejos, conquistadores y pobladores, que huían de contaminarse diariamente con la población berberisca; y sin remontamos a tan lejos, bastará recordar la fuga del morisco lanzaroteño Juan Felipe, en 1552, con toda su familia y treinta allegados más para comprender el terrible peligro que sembraban con aquella semilla encizañada los Savedras y los Herreras de Fuerteventura y Lanzarote.

Los hechos vendrán en seguida a dar la razón de estas lamentaciones.

Sin embargo, no fueron los canarios orientales los únicos en acudir al palenque africano, pues desde las demás islas, y aun desde España, se organizaron en los siglos XV y XVI múltiples expediciones. Famosos fueron entonces los viajes del gobernador de Gran Canaria Alonso Fajardo al territorio del Sus en 1483, la pacífica expedición del gobernador de la misma isla, Lope Sánchez de Valenzuela, en 1499, y la empresa de ocupación llevada a cabo, sin acompañamiento de éxito, por el primer adelantado Alonso Fernández de Lugo. Estos dos últimos acontecimientos merecen ser consignados con particularidad.

El primero tiene su precedente, título jurídico o, mejor, sanción legal a una ocupación previa formularia, en la bula Inefabilis del papa Alejandro VI, expedida en Roma el 13 de febrero de 1495. El intento de ocupación efectiva fue más bien fruto de las gestiones diplomáticas del gobernador de Gran Canaria Lope Sánchez de Valenzuela, quede la acción militar anterior o simultánea. (En: A. Rumeu de Armas, 1991)

1595.
De un padrón levantado par los inquisidores españoles en la colonia  resulta que había entonces en el Archipiélago 865 moriscos distribuidos en esta proporción: en Gran Canaria, 142; en Tenerife, 196 ; en La Palma, 77; en La Gomera, 52; en Lanzarote, 91, y en Fuerteventura, 307; mas téngase en cuenta que si las primeras cifras dan idea aproximada de la inmigración berberisca en las islas mayores, las últimas sólo reflejan débilmente la realidad, pules aparte de los éxodos voluntarios, algunos tan sonados, como el de Juan Felipe en 1552, ya se habían producido por aquella fecha las emigraciones que acompañaron a los ataques e invasiones piráticas de Calafat, Dogolí "el Turquillo", Morato Arráez y Jaban Arráez a Lanzarote y Fuerteventura.

Pero la inmigración de esclavos berberiscos no impidió el que, sobre todo en las islas mayores, Gran Canaria, Tenerife y La Palma, donde el cultivo de los cañaverales había adquirido tanto desarrollo, la trata de negros fuese una realidad casi desde los albores de la colonización, pues los ingenios de azúcar reclamaban abundante mano de obra que se cubría fácilmente acudiendo ala cantera inagotable de Guinea. Por otra parte, la superior fortaleza de los negros y el alejamiento de su tierra de origen les daban una superioridad sobre los esclavos berberiscos, holgazanes e insumisos y siempre prestos a buscar la salvación en la huída o a servir de adalides a los piratas en sus incursiones. (En: A. Rumeu de Armas, 1991)

1595.
Los meses iniciales de este año estuvieron señalados por el número creciente de navíos corsarios que en todas direcciones surcaban por entre las aguas del Océano, siguiendo los, contornos de las mal llamadas, en este siglo, Islas Afortunadas.

De estos robos y depredaciones aislados destacan dos por su notoria significación: la captura de un navío pirata inglés por el capitán de una de las compañías de milicias de Las Palmas, Antonio Lorenzo, hijo, y émulo ahora, del almirante lusitano Simón Lorenzo, y los robos y trepe, lías cometidos por Walter Raleigh, el famoso caballero, capitán y pirata, a su paso por Canarias, camino de la Guayana, en febrero de 1595.

El primero tuvo por escenario el Puerto de la Luz, en Gran Canaria, y es conocido, con muy escasos pormenores, a través de la descripción del historiador Viera y Clavijo. “Un bajel de guerra enemigo-dice el ilustre polígrafo-sorprende el Puerto de la Luz en el mismo año de 1595, y saca otro navío que estaba allí cargado para la América. Sábelo Antonio Lorenzo; toma otra embarcación que había lista; sigue al enemigo; acométele; ríndele valerosamente, y quitándole la presa, la vuelve al puerto con merecido aplauso.” (A.Rumeu de Armas, t.II. 2ª pte. 1991)

1595 Enero 6.
Hace testamento Arguenta de Franquis. Sin duda, una de las figuras coloniales más destacadas en el valle de Güímar en Chinech (Tenerife) durante el último tercio del siglo XVI fue Arguenta de Franquis Luzardo, segunda mujer de Pedro de Alarcón. De su infancia alcanzamos a conocer que procede de Lanzarote, siendo hija de Diego Pérez de Betancor y de Inés Buenavía Cardona. Tuvo por hermanos a Margarita de Betancor que casó con Rodrigo de Valdés Melián (padres de Rodrigo de Valdés, el mozo, Diego de Valdés y Angel Escoto de Valdés y a María de Betancor, que casó con Luís de León Perdomo.

Por medio de cálculos indirectos se deduce que Arguenta nace entre 1527 y 15 30 y se casa entre 1546 y 154 7, en la época que Pedro de Alarcón era Regidor en La Palma. Ya estaban casados cuando en 1548, Pedro arrendó el ingenio del Adelantado en Los Realejos y Los Sauces, en La Palma, en compañía de Marcos Roberto y del Ldo. Juan de Sta. Cruz, con quien luego establece lazos familiares por medio del matrimonio del hijo de éste Luís, con su hija Leonor de la Peña.

Años más tarde, en 1556, Pedro de Alarcón, mayor y envejecido, y Arguenta de Franquis una mujer joven y llena de energías, compran el ingenio de Güímar. En ese tiempo han tenido dos hijos: Leonor y Hernando.

En marzo de 1568 muere Pedro de Alarcón, tomando Arguenta la administración del ingenio hasta la zafra del año 1570. En el testamento reconoce que todos los bienes fueron multiplicados durante el matrimonio, por ello a Arguenta le pertenecía la mitad de toda la propiedad y al ser menores sus hijos, concentra en sus manos la administración de la mayor parte de la hacienda de Güímar.
En medio de grandes dificultades, con numerosas deudas e hipotecas, lleva adelante el negocio siendo capaz incluso de mejorar el rendimiento del mismo. Siempre refleja en sus actuaciones una gran visión comercial y antepone la hacienda a cualquier otro interés, para ello no duda en manipular y luchar contra todo lo que desvíe el camino que se ha trazado.

Ese mismo interés lo muestra en la formación de Hernando intentando que su hijo fuera una persona fuerte y capaz de tomar con garantías las riendas del heredamiento y así cuando él plantea, en 1573, retirarse a Castilla para estudiar y hacer vida religiosa, Arguenta no descansa insistiendo hasta que cambia de parecer. De hecho, le promete 2500 doblas y mejoras en el tercio y quinto de sus bienes si se casa en dos años. Sin duda un estímulo que le llevará al matrimonio con María de Fonseca hija del gobernador d. Juan Álvarez de Fonseca y Beatríz Mexia.

Esta relación, a veces tormentosa, no está falta de afectos. A pesar de las discrepancias, no duda en salir en defensa de Hernando y pagar la fianza cuando éste fue encarcelado bajo la acusación de haber forzado a Mariana, la hija de Luís Perdomo.

Las deudas agobiaban a Arguenta, por eso en junio de 1574, ante Sancho de Urtarte, vendió su parte del ingenio y heredamiento (la mitad de la hacienda), a Diego de la Peña vecino de Cartagena de Indias, por 20.000 ducados. Buscaba una defensa frente a los acreedores. Al día siguiente, Diegootorgó poderes para que Arguenta siguiera administrando la propiedad.

Las tensión de las relaciones entre Arguenta y Hernando llegan a su cenit en 1580, cuando éste plantea un pleito a su madre. Los motivos de la reclamación se basaban en 1a promesa que antes mencionamos., referida a que en el momento de su matrimonio, María de Fonseca, Arguenta le prometió en dote 2500 doblas además de otras mejoras. Una vez que el matrimonio tuvo efecto y los plazos pasaron, Hernando, hizo reclamación dado que su madre no había cumplido lo estipulado. Por la Justicia se falló a su favor y se pusieron los bienes de Arguenta a remate en pública almoneda. En la subasta fueron adjudicados a Pedro de Hinojosa por 25 l01 doblas ( diez más que la supuesta deuda) y Arguenta alegó inmediatamente que sus bienes, con dolo, habían sido infravalorados y, además, estableció en recurso que la tal deuda reclamada no existía, ya que su hijo había cobrado en demasía lo acordado, no  abonándole cuatro pagas de 800 doblas de las rentas como arrendatario de la parte que ella tiene en el heredamiento de Güímar. Al  final renunciaron al pleito y acordaron que Arguenta vendiese a su hijo la mitad de su parte en el heredamiento por unas 4000 doblas  y éste las pagara haciéndose cargo de una larga lista de deudas.

Otro de los personajes más interesantes en esa etapa del heredamiento de Güímar es Luís Horosco. Realmente es el verdadero administrador de la hacienda, conjuntamente con Francisco de Alarcón. Son los que están en las tierras y al frente del ingenio ejecutando, contratando y administrando. Mientras que Hernando pertenece a la clase absentista, viviendo en San Cristóbal y cobrando las rentas. Detrás de las actuaciones de Arguenta intuimos la mano de Luís Horosco, quien va a consumir en la hacienda  de Güímar el saneado patrimonio que trajo de La Palma, cuando se casó con Leonor de la Peña.

Nos encontramos también, en el entorno del ingenio, familiares de Arguenta y de Pedro de Alarcón, con algunos de los cuales  están continuamente en pleitos.

En primer lugar estaban los hijos de su marido del primer matrimonio con Juana Ramírez: Francisco de Alarcón, casado con Juana Ramírez, su prima hermana y Martín de Alarcón, los hijos de Arguenta y de su marido: Leonor de la Peña, casada en 1572 con Luís Horosco de Santa Cruz, que había sido regidor en La Palma, hijo del Ldo. Juan de Santa Cruz y socio de Pedro de Alarcón durante muchos años, y Hernando de Alarcón casado con María de Fonseca, hija del Gobernador d. Juan Álvarez de Fonseca.
Martín deja a su hermano como administrador de su parte de la hacienda porque él se dedicará al comercio con Indias, frecuentemente está de viaje, siendo vecino de Ayamonte y Lanzarote. El testamento de su padre nos da a conocer algunas de sus diferencias. En 1578 corre el rumor que Martín de Alarcón había muerto en Indias y Hernando de Alarcón intenta convertirse en su heredero enfrentándose con Francisco de Alarcón, terminando por reconocer que no tenía derecho a la herencia. Estas noticias
eran falsas porque cuando fallece su hermano Francisco en 1602, Martín aparece en Tenerife para reclamar su parte del heredamiento.

Con Francisco de Alarcón vivía su suegra, Inés de Betancor, hermana de Juana Ramírez (primera mujer de Pedro de Alarcón), que en unión de varios cuñados tuvieron que salir de Lanzarote ante los ataques de los piratas berberiscos, perdiendo casi todo y viviendo de su caridad.

Inés de Betancor mantenía diversos pleitos con Arguenta y los hijos de Pedro de Alarcón, alegando, entre otras cosas, que éste compró el ingenio y heredamiento de Güímar con dinero aportado, en parte, por Diego de la Peña, su marido, por lo tanto a ella ya sus hijos les pertenecía la mitad de la hacienda (no lo podía demostrar porque las escrituras que lo confirmaban habían sido quemadas en uno de los numerosos ataques de piratas moriscos a Lanzarote) , allí encontraremos también a una hermana de Arguenta llamada Margarita Betancor que estaba casada con Rodrigo de Valdés. Este conjunto personal y familiar establece unas pautas de convivencia bastante «sui géneris» con tensiones fácilmente detectables en la lectura de los documentos.

En 1590 al fallecer Hernando, su mujer, María de Fonseca, otorgó poder a su hermano Alonso de Fonseca para que tomara posesión en nombre de sus hijos de la parte de sus bienes en el heredamiento recuperados de Juan de Vega. Alonso va a terminar comprando la parte de los herederos de Hernando y algunos de los que pertenecieron a Francisco de Alarcón y así a partir de ese momento va a estar presente la rama de los Fonseca en la gestión de una parte de las tierras del heredamiento, tomando parte, de una forma activa, en la vida local del valle de Güímar (figura como alcalde del lugar en las primeras décadas del siglo XVII).

Arguenta se retiró para vivir sus últimos años en Candelaria, en las casas que tenia junto a un mesón propiedad del heredamiento, dejando a Luís Horosco como administrador de su parte. Otorgó testamento el 6 de enero de 1595, ante el prior del convento de Candelaria, fray Francisco de Carvajal O.P., siendo protocolizado luego por el escribano Lucas Rodríguez Sarmiento el 9 de marzo. En sus últimas voluntades dice entre otras cosas, que quiere ser enterrada con su marido Pedro de Alarcón, en la Iglesia del Monasterio de Sto. Domingo en San Cristóbal, también que su hijo Hernando y a era difunto, no asi su hija Leonor, que la nombra albacea. En su testamento está presente y. firma como testigo su nieto, Pedro de Alarcón Fonseca.

En enero de 1597, cuando muere Luís Horosco, la mayor parte de las tierras que antes se dedicaban a cañas habían sido destinadas a otros cultivos introduciéndose paulatinamente cereales, frutales y viñas. En su testamento, declara que hace dos o tres años que administraba la hacienda de Güímar con poder de Fadrique de Vargas, lo que nos confirma que las deudas de los censos debidos habían determinado una retrocesión de la propiedad.

1595 de Febrero 6. Parte del puerto de Plymouth una flota inglesa al mando de Sir Walter Raleigh. El objetivo de esta Flota era las colonias españolas en América, pero antes de dar el salto en el Atlántico, Raleigh se entretuvo merodeando por aguas de la colonia española de Canarias posiblemente con el objetivo de aprovisionarse de de los excelentes vinos de las islas. El 20 de Febrero desembarco en la isla de Erbania (Fuerteventura) para hacer aguada y de camino robó el ganado suficiente para abastecer su flota. En una de las caletas de la isla capturo a dos navíos, uno estaba cargado de armas de fuego que enviaba el Rey castellano para las milicias de las islas y el otro flamenco con un gran cargamento de vinos de Canarias. Ambas presas fueron de gran valor para Raleigh, armas y licores, dos de las más poderosas ayudas para emprender correrías navales. Tras esto, Raleigh partió hacia América. Tomó parte en 1596 en la expedición contra Cádiz donde resultó gravemente herido y en 1597 se apoderó de Fayal, agriándose una vez más las relaciones con Essex, entablándose entre ambos un duelo a muerte que sólo terminó con la ejecución de éste en 1601. Dos años después falleció la Reina Isabel sucediéndole Jacobo I cuyo advenimiento señaló el término de su preponderancia; fue encerrado en la Torre de Londres y murió decapitado el 29 de octubre de 1618. (J.M. Pinto y de la Rosa. Antiguas fortificaciones de Canarias)

1595 Febrero 13.
Con el destino al gobierno de Galicia del virrey Luís de la Cueva Benavides, las islas se vieron por fin libre de uno de los mayores déspotas dictadores enviados por la metrópoli para su gobierno colonial.

“Uno de los más entusiastas en expresar su alegría el Cabildo de Tenerife, quien en su sesión de 13 de febrero de 1595 acordó “que se escriba por la ciudad al Rey nuestro Señor y al Presidente del Consejo Supremo, besando a S. M. las manos por la merced que ha fecho a estas islas en quitarles el presidio e que la Audiencia volviese  a lo que solía...” (A.Rumeu de Armas, t.II. 2ª pte. 1991)

1595 Febrero 27.
Algunos de los procesos incoados por la Inquisición española en Canarias fueron extraordinariamente ruidosos, como el que se abrió contra el alguacil de guerra por el capitán general Luís de la Cueva, contra Diego de Castroverde, absuelto por la Suprema después del retorno de don Luís a la metrópoli.

Actuó de calificador en el proceso fray Basilio de Peñalosa, y depuso a favor de Castroverde, Gonzalo Argote de Molina.

La sentencia absolutoria, expedida en Madrid el 27 de febrero de 1595, era una dura amonestación para los inquisidores en canarias. Decía asi: “... y pudierales excusar el ayer tenido preso al susodicho en las cárceles secretas tanto tiempo, pues el negocio no lo requería, de que estareis advertidos para adelante”.  (M. C.: Inquisición, signats. VIII-2 y Cvrll-7.)

1595 Abril 3.
Toma posesión de su cargo como gobernador de Canaria Alonso de Alvarado de Gran Canaria. Inmediatamente procedió este soldado a inspeccionar las fortalezas y castillo al mismo tiempo que señalaba el domingo de Pontecostés, 14 de mayo, para la concentración en Las Palmas de todas las milicias de la isla con objeto de revistarlas en alarde general.

La visita de las fortalezas demostró que se hallaban deterioradas y faltas de diversas reparaciones, motivo por el cual Alvarado encargó al ingeniero Próspero Casola el estudio de diversos proyectos de reparación.

En la fortaleza de las Isletas, en cuya plaza de armas había construído el anterior gobernador Melchor de Morales un alto parapeto, con el parecer en contra de Casola, que se negó en redondo a dirigir las obras, fue preciso reconstruir por completo éste, al mismo tiempo que se reparaban la plataforma y otros deterioros de la vieja construcción militar. Por orden del mismo Alvarado “se encavalgaron los cañones que estaban apea- dos” y se reparó toda la artillería restante.

Mayor importancia tuvieron las obras ejecutadas en el castillo de Santa Ana, cuya “plataforma [consta] que estaba arruinada sin poderse disparar la artillería, ya que tenia una grieta por donde entraba agua de mar”. De idéntica manera dispuso Alvarado la inmediata reparación del castillo, cosa que se realizó, merced a su diligencia, en breve tiempo.

Por último, en la torre de San Pedro dispuso el gobernador la construcción de un parapeto en su plataforma, con la misma celeridad levantado.

La dirección técnica de todas estas obras correspondió al ingeniero militar Próspero Casola y la ejecución material al maestro de obras Andrés Luzero.

El domingo 14 de mayo, fecha señalada para el alarde general, se verificó en la plaza mayor de Santa Ana la más amplia concentración de milicias que se recordaba en la isla.

Don Alonso de Alvarado, a caballo, en compañía del teniente de gobernador Antonio Pamochamoso y seguido por el sargento mayor Jerónimo de Aguilera Valdivia (nombrado por la Audiencia con carácter provisional para sustituir a Juan de Ocaña, recién fallecido),  maniobrar durante largo rato a las distintas compañías de la ciudad y del interior de la isla, a las cuales revistó seguidamente en medio de la mayor marcialidad.

Se hallaban presentes ese día en Las Palmas las cuatro compañías de infantería de la ciudad, sus capitanes Antonio Lorenzo, Baltasar de Armas, Juan Martel Peraza de Ayala y Francisco de Cabrejas Toscano; las compañías de la Vega, Teror, Arucas, Guía y Gáldar, sus capitanes Francisco de Torres, Baltasar de Arancibia, Clemente Jordán, Melchor de Aguilar y Francisco de Carvajal; las cuatro compañías de Telde y Agüimes
con el cabo capitán José Hernández Muñiz y los tres restantes capitanes, Andrés de Betancor, Juan Jaraquemada y Juan de Tubilleja; la compañía de caballería con su capitán, el tercer alférez mayor de Gran Canaria, Miguel de Múxica Lezcano Ramírez, al frente, y la compañía de artillería al mandó del capitán Pedro de Serpa, auxiliado por los artilleros veteranos, el cabo Juan Negrete y los artilleros Pedro Bayón y Bartolomé Martín Pavón.

Igualmente estuvieron presentes ese día en el alarde general los cuarenta soldados del presidio, con su cabo y ayudante de sargento mayor Alonso de Aguilera Valdivia al frente.

Estas medidas militares, que demostraban la pericia y previsión de Alvarado, no eran exageradas para el momento ya que moros e ingleses amenazaban sin tregua al Archipiélago.

En efecto, cuando apenas habían transcurrido unos días del alarde general, se recibió en Las Palmas un aviso urgente de don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Sotomayor, VII duque de Medina Sidonia, “capitan general del Mar Océano y de la costa del Andaluzia” de la Invencible-, escrito en Sanlúcar el 19 de mayo, dando cuenta al regente de la Audiencia, don Antonio Arias, de que Xaban Arráez se aprestaba en Salé con sus galeotas para caer de improviso sobre las Islas Canarias.

Desde Gran Canaria la saetía  del duque se trasladó a Tenerife, pues llevaba idénticos pliegos para el gobernador don Tomás de Cangas.

La fama de las atrocidades cometidas por Xaban Arráez en Fuerteventura dos años antes., despertó una general conmoción en todas las islas, donde las medidas de guerra llenan toda la primavera y el verano de 1595.

No sólo se redoblaron las atalayas y vigías, sino que en las distintas caletas se montó guardia permanente por las compañías de milicias. Así sabemos que en Las Palmas durante todos Aquellos meses las cuatro compañías se turnaron en guardias constantes, especialmente nocturnas, y en maniobras y ejercicios para el mejor adiestramiento de los soldados.

Mayor importancia tienen las medidas tomadas en las distintas fortalezas. Contaban 1os castillos de Las Palmas con una guarnición fija de ocho artilleros veteranos: Juan Negrete, cabo de ellos, Diego Ternero, Pedro Bayón, Lope Hernández, Bartolomé Martín Pavón, Francisco López Millán, Juan Calzada y Roque Díaz, y veíntiocho ayudantes fijos instruídos por aquéllos, y entre todos se estableció un turno de rotación de manera que cada noche quedaban un artillero veterano y ocho ayudantes en la fortaleza de las Isletas, y un artillero y cuatro ayudantes en las otras dos de Santa Ana y San Pedro. Ello sin contar con que muchas veces pasaban la noche en ellas sus respectivos alcaides, que lo eran en 1595 Serafín Carrasco de Figueroa, Alonso Venegas Calderón y Jerónimo Baptista Maynel.

No contento con esta vigilancia, Alvarado ordenó todavía reforzar la guarnición nocturna de los castillos con los soldados del presidio, mientras la vigilancia de las caletas, en particular la de Santa Catalina, cuyas trincheras había ordenado reconstruir por completo, quedaba encomendada a las compañías de milicias.
No fué menor: el cuidado y la diligencia que puso el gobernador cerca del Cabildo y del tenedor de bastimentos y municiones de guerra Gaspar Sorio para el abastecimiento de los castillos de cuanto precisasen para la defensa: municiones, pólvora, cuerda, bizcocho y agua. Serafín Cairasco de Figueroa declara haber recibido en junio de 1595, para la fortaleza de las Isletas, “balas, plomo, cuerdas..., cinco quintales de polvora, doze de bizcocho, cantidad de agua y otros bastimentos”.

Por su parte el obispo de Canarias, don Fernando Suárez de Figueroa, que ya el año anterior por la misma amenaza había hecho alistamiento de “armas y criados... para defender la isla de los moros y otros enemigos que nos amenazan”, volvió a reiterar en 1595 análogas medidas militares, al paso que encargaba para asegurar el abastecimiento de la tropa veinte quintales de bizcocho. Como ya sabemos, la hueste eclesiástica tenía por capitán al deán de la catedral, por alférez al canónigo más antiguo y por sargento al racionero de la misma condición, quienes velaban, en la medida de lo posible, por la mejor disposición guerrera de sus subordinados, eclesiásticos y fámulos.

En el mes de julio de 1595 llegó a Las Palmas la flota de Indias, que si al principio alarmó a los vigías, pronto sirvió para calmar los ánimos de todos con su alarde de fuerza y potencia.

En este mismo mes hubo también rebato general a causa de “ciertos fuegos que se vieron”, pero se comprobó el error y las milicias retornaron a sus distritos, a montar guardia permanente en los mismos.

En este mes de julio acordó también la Audiencia que el ingeniero Próspero Casola se trasladase a Fuerteventura, como la isla más amenazada por Xabam Arráez, para reconocer sus cuevas y refugios, trayendo “relación de la grandeza de ellas y de sus calidades y de la forma que se debía tener para ponerlas En defensa”. Próspero Casola abandonó Las Palmas el 4 de julio de 1595 con rumbo a la isla mencionada, lleno de te-
mor “a caer en poder de los moros”; y después de una breve estancia en la villa de Santa María de Betancuria, redactó su conocido Parecer sobre la fortificación de Fuerteventura al que aludiremos con la extensión debida cuando estudiemos en el tomo  la fortificación de esta isla.

Sin embargo, tantos temores eran vanos. No entraba en los cálculos de Xaban Arráez emplear sus galeotas ese año contra las Canarias,  buscó para escenario de sus sanguinarias empresas el Mediterráneo. Resultaron erróneos y equivocados los informes que, a través de sus espías, había recibido el duque de Medina Sidonia sobre las intenciones de los corsarios moros; pero en cambio no fueron vanos los preparativos de
guerra que se tomaron en el Archipiélago. Cuando Xaban Arráez aprestaba en Salé sus galeotas para el crucero veraniego, ya hacía tiempo que los almirantes ingleses Francis Drake y John Hawkins se preparaban para la última de sus expediciones a América. Canarias seria una vez más 1a escala obligada de los famosos piratas. (A.Rumeu de Armas, t.II. 2ª pte. 1991).

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