EFEMÉRIDES DE
LA NACIÓN CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII
DECADA 1601-1700
CAPITULO XV-XIX
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1607.
Cuando escaseaba el agua en el puerto de Santa Cruz de Añazu, se cuidaba que no faltase a
los navíos, a pesar de las protestas del vecindario.
1607. Grave plaga de cigarrones en Chinech
(Tenerife).
1607.
El guanche Marcos González
del Castillo.
Nació
en Granadilla hacia 1607 (falleció en 1669). Fue capitán del Regimiento de Milicias
de Abona, por patente del capitán general don Luís Fernández de Córdoba y Arce,
fechada en 1642. Entre 1640 y 1644 contrajo matrimonio con su prima hermana
doña María García del castillo, hija del alférez don Marcos Rodríguez y de doña
Ana García del Castillo, como hemos dicho en el texto; la pareja se estableció
en su pueblo natal de Granadilla. Importante propietario agrícola, en 1649 dió
a tributo tres fincas de su propiedad: un cercado en el Ahijadero. por 5
fanegas y 3 almudes de trigo, al alférez don Lucas Rodríguez; otras tierras en
el Lomo del Medio, por 6 fanegas y 3 almudes de trigo, a don Lázaro González; y
un pedazo de tierra en la
Montaña de Ijerfe, por media fanegada de trigo, a don
Bartolomé Hernández Casanova. También tenía esclavos negros, pues uno de ellos
fue sepultado en Granadilla en 1666. Testó en Vilaflor en 1668 ante el
escribano don Lorenzo Díaz Delgado, habiendo dejado 50 misas y nombrado
albaceas a su esposa, doña María García, ya su hijo, el alférez don Marcos
González. Pocos meses después, en 1669, fallecía en Granadilla, siendo
enterrado en la iglesia de San Antonio de Padua, en sepultura propia. Le
sobrevivió doña María García del Castillo, que también falleció en Granadilla
en 1676, recibiendo sepultura en el convento de la localidad. Fueron sus hijos:
El Lcdo. don BaltasarGonzález del castillo (?-1664), presbítero, que falleció
en España en plena juventud; Fray Juan García, vicario provincial de la Orden
franciscana, predicador, examinador sinodal y comisario del Santo Oficio en
Garachico; don Marcos González del Castillo; don Pedro García del Castillo
(?-1725), capitán de Milicias, y padre de doña Juana Peraza de Ayala y Torres,
doña Antonia García del castillo, el capitán don Marcos González Peraza y doña
Agustina Peraza y Ayala; don Mateo; don Francisco González, que falleció
soltero; y don Salvador García del castillo, que también falleció soltero en
Granadilla, dejando 100 misas a la parroquia en el testamento que había
otorgado ante testigos.
1607.
Fue
construida la Batería
que estuvo al S.E. de la
Plataforma de San Francisco, en la ciudad de Las Palmas de
Gran Canaria.
Se
sabe que fue construida en 1607 y abandonada en fecha lejana.
Estaba
situada en la parte Sur y Este de la meseta de San Francisco y cruzaba sus fuegos
Con la Batería
de la Plataforma
o de la «Punta de Diamante».
Está
inscrita en el Registro de la
Propiedad al tomo 892, folio 66, línea 6025, la inscripción,
de 30 de mayo de 1900.
Con
arreglo a proyecto aprobado el 22 de diciembre de 1896 se Construyó la actual,
terminándola en 1897, recibiendo el nombre de Batería n° 4. Por disposición de
1 de abril de 1898, debía formar parte del Fuerte que se intentaba construir en
donde se halla el Castillo de San Francisco del Risco.
1607.
Durante el verano de este año
el puerto de Santa Cruz sufrió una de las mayores sequía que recogen los anales
de la Historia
local, se habían secado las fuentes y agotado los pozos. Había entonces unos
quince navíos en el puerto, mientras que en el pueblo, sumando los recursos de
todos los pozos, sólo había el valor de
unas 50 botas de agua. Quien la tenía la vendía
a la gente, por precio de un cuarto la botija.
Los servicios municipales en
el lugar de Santa Cruz de Tenerife.
En un lugar que carece de ayuntamiento no se puede exigir
mucho de los servicios municipales. Cuando se
conoce la historia administrativa del
lugar, no puede chocar el observar que todos los servicios públicos son más o menos inexistentes en los
primeros siglos y sólo empiezan a
desarrollarse con el XVIII Hasta entonces,
los vecinos se las arreglan como pueden
y, naturalmente, más bien mal.
Por ejemplo, en La Laguna había matadero público y estaba prohibido sacrificar reses en la calle o en la casa,
así como despachar carne fuera de la
carnicería. En Santa Cruz no había matadero y por consiguiente, a
pesar de todas las prohibiciones proclamadas desde arriba, no quedaba otro recurso que el de no comer carne, o de matar las reses
donde fuese y despachar la carne fuera del circuito previsto por las ordenanzas y las normas de sanidad. El Cabildo no
se metió mucho en el asunto, probablemente por no hallarse envuelto en nuevos
gastos. Fueron los vecinos los que se dirigieron a la Real Audiencia:
ésta prohibió la práctica tradicional, de matar las reses en el patio de las
casas, por su provisión del 26 de octubre de
1748, que se envió directamente al alcalde pedáneo, por encima de la Justicia que se había
inhibido. Probablemente fue
entonces cuando se generalizó la costumbre de matar las reses en el barranco
de Santos, cerca de su desembocadura.
Para el despacho de la carne se utilizaba una casa,
propiedad de la iglesia parroquial, en la plaza de la Iglesia, que servía
también de pescadería. Este arreglo
particular del mayordomo de la iglesia con los carniceros, sus inquilinos, no
debe confundirse con lo que se llama un servicio público o municipal: es una
serie de tiendas cualquiera, que dependen en
la misma medida que las demás, de las visitas de salud y de las posturas fijadas por los diputados. La
pescadería fue la primera en separarse de
aquella combinación, en 1792, cuando la Junta de Abastos le señaló un lugar destinado exclusivamente a la venta del pescado,
en el boquete del muelle.
Tampoco hubo lugar reservado para el mercado, hasta
1775, cuando pidió el alcalde, y se le dieron, unos
sitios en la marina, entre la pila del
castillo y el Triunfo de la
Candelaria. A partir de entonces se estableció allí el mercado de las verduras y demás
vituallas que llegaban del campo.
No existe servicio alguno de limpieza o de alumbrado
público. Se entiende que no son
necesarios, por la obligación que tienen los vecinos, por una parte, de barrer
y mantener limpia la parte de las calles que
corresponde a sus casas y, por otra parte, de poner faroles durante la noche en la pared que da a la calle. Estas
obligaciones han sido inventadas hacia
fines del siglo XVIII, como generalmente por todas partes en España. Cabe dudar de su eficacia; pero un
ayuntamiento sin recursos ni presupuesto
difícilmente hubiera podido conseguir mejores resultados.
Si falta una luz en la calle o si se tropieza con un
montón de escombros, todavía se pueden
cerrar los ojos, o buscar venganza en alguno
de esos reniegos que le ponen a uno en contacto directo con el comisario de la Inquisición. Pero
no se puede concebir que falte el agua, que
es el primer deber y el más imprescindible, para todos los servicios públicos. Es verdad que esto no ocurre a diario,
porque en tal caso sería imposible la
vida de la población. Lo que pasa a diario es que el agua escasea. La falta se hace notar de vez en cuando y, cuando se produce, tiene el aspecto de un azote o de una
calamidad pública.
Así pasó durante el verano de 1607, cuando se habían
secado las fuentes y agotado los pozos.
Había entonces unos quince navíos en el puerto, mientras que en el pueblo,
sumando los recursos de todos los pozos, sólo
había el valor de unas 50 botas de agua. Quien la tenía la vendía a la gente, por precio de
un cuarto la botija. Hacía un año que duraba la sequía y los navios ya evitaban la escala, porque no se les
podía asegurar la aguada. Peor aun, había en el
ambiente, como siempre cuando se pierde la
esperanza, algo así como una amenaza de rebelión.
A la gente no la exasperaba tanto la sed, como el
trato de favor que la administración
había considerado necesario reservar a los navios. Uno de ellos había llenado en el pozo del Cabildo
algunas pipas de agua, que a la mañana
siguiente aparecieron derramadas. La justicia fulminó amenazas, recordando que estaba prohibido impedir
las aguadas y prometiendo el destierro a los
recalcitrantes. Pero el problema era demasiado grave, para que fuesen suficientes las soluciones represivas.
En algo tuvieron que abrir la mano el Cabildo y
el corregidor, dejando a los pobres la
posibilidad de sacar agua sin dinero de los pozos particulares,
que hasta entonces debían pagar.
Otra vez vino a faltar el agua en 1619, cuando
tenían que traerla desde Candelaria.
Incluso más tarde, cuando estaban funcionando las
canales que surtían con agua los chorros públicos de la plaza, en 1779, la falta del precioso líquido llegó a ser tal,
que los vecinos iban a buscarlo en La Laguna «y se regalaba un
vaso de agua como uno de los mejores presentes». El corregidor Feliz Ramírez de
Medina tomó la feliz iniciativa de mandar agua
en toneles a Santa Cruz. Feliz para los otros,
no para él, ya que ni el Cabildo ni los vecinos se avinieron a pagarle los
gastos y lo que era mera disposición administrativa se transformó, muy a pesar suyo, en obra de caridad.
Lo que es más sorprendente es la sorpresa que
produce la falta del agua. Cuando interviene,
todos la miran como un castigo inmerecido; cuando desaparece, todos respiran
con alivio, como si se tratase de una epidemia que
va cediendo o de una guerra que ha terminado. En condiciones normales, el agua nunca ha sido considerada como problema y en cuanto a las condiciones anormales, no
son como para hacer previsiones.
El lugar escogido por los españoles para su primer
desembarco y, después, para el lugar y el
puerto de Santa Cruz, tenía a su favor, entre otras ventajas, la abundancia de
ríos y riachuelos característica de todo el
reino de Anaga. A los guanches y a sus rebaños nunca les había faltado el agua: ¿por qué iba a faltarles a los
españoles? Tan tranquilo se hallaba don Alonso
Fernández de Lugo con respecto a este particular, que no había dudado en regalar a maestro Diego de León, en calidad de repartimiento, «qualquier agua que hallárades en
esta ysla de Tenerife, que esté hundida que no paresca
encima de tierra, para que la saquéis para
vos e para quien vos quisierdes». Don Alonso regalaba las aguas como los
Reyes Católicos, los continentes. Menos mal que maestro Diego desapareció rápidamente, desalentado por aquel
regalo tan pesado como inútil: a cualquiera se le ocurre cavar la tierra
para sacar agua.
En Santa Cruz había agua suficiente. El barranco de
Santos arrastraba aguas más o menos
permanentes, ya que en el Sobradillo se había puesto
un molino, «en un caedero de agua que está en el dicho barranco».
Tampoco
faltaba en los demás barrancos: en el de Aceite, que mucho más tarde se ha cubierto, pero sin haberse agotado su caudal; en el de San Francisco, que estaban utilizando los
vecinos; en el de Tahodio, que también
movía molinos y, en su tramo inferior, sirvió hasta finales del siglo XIX para los trabajos específicos de las lavanderas; en
el
Paso Alto, donde también solían ir las mujeres a
lavar la ropa. Lo que veía la gente era que
estaba cogiendo agua del río o del chorro y que el líquido no se agotaba: la conclusión lógica era que no había razón
para forjarse problemas.
Es verdad que en el poblado habían empezado desde
muy temprano a cavar pozos y a pensar en canalizaciones;
pero tanto los proyectos como las obras no
tenían su origen en la idea de escasez tanto como en la de comodidad. Los pozos proporcionaban un
agua más limpia y de mejor sabor: por
lo menos en teoría, porque la práctica no correspondió siempre a las
esperanzas. Además, ponían el líquido a proximidad del puerto y simplificaba la operación de las aguadas. Era normal,
pues, que se utilizasen los pozos. Los hubo desde la época del primer desembarco: todavía en el siglo XVII existía uno que se llamaba «el pocito del Adelantado». Era propiedad del Cabildo, junto
con otros que se habían hecho después, «a la entrada de Santa Cruz» y que
sacaban el agua por el sistema de la
noria. De estos pozos se surtían tanto los vecinos
como los navíos del puerto. La verdad es que no sabemos ubicarlos con seguridad. Los pozos abiertos por el
Cabildo parece que estaban situados en el lugar que todavía conserva el nombre
de las Norias que sacaban su agua. Otro pozo,
en la margen derecha del barranco de Santos, cerca del puente, fue cegado en
1805, «siendo constante y notorio que dicho pozo se construyó a costa de los
vecinos, siendo la primera agua que se
conosció en esta población». Además, eran muchos los vecinos que
tenían algibe o pozo en su misma casa. No cabe duda de que el uso tan difundido de filtrar el agua de beber por medio de una destiladera no se explica sólo por la frescura
que de este modo adquiere el
líquido, sino también como una necesidad dictada por la mala calidad del agua recogida de este modo.
De todos modos, con noria o sin ella, un pozo
entrega el agua con tasa y significa, más que
una facilidad, una remora considerable en los trabajos del puerto. Por otra parte, muchos pozos se agotan durante el verano, y entonces escasea el agua incluso
para los vecinos. El caudal más
importante, el que discurre por el barranco de Tahodio, queda algo lejos para ir y venir por una botija de
agua, pero suficientemente cerca para
que se pueda pensar en un aprovechamiento común. La solución parecía estar al alcance de la mano.
El agua de Tahodio era propiedad de los herederos de
Marcos Verde, quienes la vendieron al Cabildo el 17 de
agosto de 1556, por precio de 1.080 doblas.
Pronto se empezó el estudio de su conducción. Parece que incluso se
puso mano a la obra, porque en 1574 las
canales de madera estaban ya listas para su colocación. Pero el Cabildo, como
todos los pobres, no tenía capacidad suficiente para vestir dos santos a la vez.
Cuando vio las canales preparadas, se acordó que tampoco había conducción de agua en La Laguna y reflexionó que la mejor caridad es la que empieza por la casa:
en otros términos, ordenó traer a La
Laguna las canales que tenía destinadas para Santa Cruz.
Se opuso el gobernador, don Juan Álvarez de Fonseca, quien precisamente estaba entonces muy empeñado en dotar
el puerto con un sistema de defensa
adecuado. No fue fácil decidir cuál de las dos conducciones de agua merecía la prioridad y, mientras las partes se acordaban un respiro para meditar sobre el
problema, los trabajos quedaron
interrumpidos por ambos lados.
Era aquél un momento malo para Santa Cruz, porque
abajo no había agua y los navios habían
dejado de venir a su puerto. Al fin, la administración tomó una decisión que cortaba el nudo gordiano: en La Laguna se harían caños de
manipostería por debajo de tierra, quedando de este modo las canales de madera libres para Santa Cruz. Tampoco se
adelantó mucho por este camino, a pesar de estar todos de acuerdo. En 1583 se habían terminado ya las obras del
castillo, y por el lado de Tahodio todavía no
había progreso. A los regidores se les cae el alma a los pies,
cuando piensan que llevar el agua al puerto representa para los propios un gasto de 5.000 ducados. A lo mejor
los tienen; o, si no, no es cosa en
que no se pueda pensar: en el castillo se han gastado ya más de 7.000, y Juan Alvarez de Fonseca dice
que en Cabildo se han malgastado más
de 20.000. Pero gastar tanto dinero en agua es tirarlo por la ventana: más vale
tratar de aprovechar, sin necesidad de invertir cantidades tan importantes, «el agua questá descubierta en el puerto de Santa Cruz, de que pende aver mucho trato en el
dicho puerto, con que se repararía el
daño y se ylustraría esta cibdad» '". Con el agua descubierta no se pudo ilustrar, porque no daba
bastante. Tampoco surtió efecto la
orden real enviada al corregidor, para que activase las obras. El agua
de Marcos Verde seguía sirviendo exclusivamente para lavar la ropa o abrevar el ganado: y esto, cuando lo
permitían los propietarios de.las
fincas de su recorrido, que no eran muy amigos de dejar el paso libre para su aprovechamiento común.
Para que se realizase el proyecto de conducción,
hubo que esperar más de un siglo. Los
trabajos, organizados por orden del capitán general Agustín de Robles y
Lorenzana, se llevaron a cabo de 1707
a 1708 e importaron
89.849 reales. Los caudales habían sido reunidos aprovechando las fuentes de ingresos más variados. Los vecinos no comerciantes habían contribuido con 2.280 reales,
los del comercio con 11.671; el regimiento de
Tacoronte dio 817 y 620 el caudal de fortificaciones. El juez de Indias, Bartolomé Casabuena, ofreció 8.000 reales de plata: no era una inversión a fondo
perdido, porque se le recompensó con la
concesión, otorgada el 29 de junio de 1708, de un dado de medio real de agua, para su aprovechamiento personal. Hubo también algunos dados más modestos, que apenas
sumaban 130 reales. La diferencia fue
cubierta por la Real
Hacienda y los pósitos del Cabildo.
Para la conducción de las aguas se había empleado el
sistema de canales altas, o sea canales de
tablas de madera, colocadas sobre palos o
soportes de relativa altura. Se esperaba, gracias a este sistema, impedir que el agua sirviese para abrevadero directo del
ganado. En cambio, tenía el doble efecto de
perder mucha agua, por los resquicios de la madera y en los ajustes de las tablas, y por otra parte dificultaba
el tránsito callejero. Para remedio del primer inconveniente se necesitaban frecuentes arreglos, que se pensó hacer más
fáciles abriendo un camino transitable,
que seguía todo el recorrido, paralelamente a las canales.
Para evitar el segundo defecto, así como los aprovechamientos abusivos por parte de los vecinos, se había
preferido seguir un camino largo y complicado, que hacía pasar las canales por
fincas y jardines a los que el público
no tenía acceso: cosa que, naturalmente, no había sido posible conseguir a lo largo de todo el recorrido.
Las canales entraban por la calle que por ellas se
llamaba de Canales Bajas, pasaba por la del
Pilar hacia San Roque y entraba en este último
punto en una caja o arca de agua. Seguía después por la calle de Canales, actualmente Ángel Guimerá, hasta llegar
a la Casa de Agua, en una calle que salía al barranco de Aceite,
después de haber seguido la pared del convento de
Santo Domingo. En esta casa, que servía de
partidor de aguas, tomaban su principio las canales que conducían el agua a la fuente pública de la plaza de
Santo Domingo, a la popular pila de la
plaza principal, al chorro de las aguadas o fuente del muelle, debajo de la Alameda, en la esquina
formada por la costa con el muelle y, más
tarde, a las demás fuentes públicas que se venían estableciendo.
Al darse por terminadas las obras, el primero de
octubre de 1708, el capitán general fijó
por decreto unos derechos de aguada para los navíos que se abastecían en Santa Cruz. Lo que se pretendía con esta imposición era disponer siempre de fondos
para el mantenimiento y los eventuales reparos de las canales. Naturalmente,
el agua de las fuentes públicas era
gratuita y libremente accesible a todo el vecindario.
Sin embargo hubo, como los hay siempre,
privilegiados que llegaron rápidamente a
proliferar y a formar una categoría separada. Desde el principio, el capitán general había acordado a determinados vecinos
el derecho de tomar directamente de la atarjea
y conducir a sus casas o fincas, por canales de su propiedad, ciertas
cantidades de agua que se sustraían de este
modo al uso común. Las concesiones se justificaban en
algunos casos por las cantidades con que habían contribuido los beneficiarios, facilitando la ejecución de las obras;
en otros casos se trataba de simples
limosnas. El agua atribuida a Casabuena es un ejemplo del primer tipo. Con título de limosna dio el
capitán general a los frailes de San Francisco
una cantidad de agua para su convento y huerta, tomada directamente de las canales
que pasaban por la parte alta del convento, donde había «una caxa de cantería y
sobre ella un canuto para recevir dicha agua y en él embutido y puesto un dado
de bronze por donde cabe en su gueco y abertura un dedo el más pequeño de la
mano de hombre, que llaman parbo y vulgarmente se dize el margarito». Con
tantos regalos y obligaciones y con lo que se perdía en las canales, el agua desaparece antes de llegar a los chorros en
que espera la gente.
Hubo quejas seguidas por la prohibición de conducir
agua a su casa. Sin duda la prohibición se
entendía con quienes no la podían tener, porque de hecho
se siguió cediendo agua a particulares.
Apenas ha pasado un año cuando, en 26 de diciembre
de 1709, los vecinos de Santa Cruz se
reúnen con el alcalde y el beneficiado para buscar un remedio a los destrozos ocasionados en las canales por
las últimas lluvias. Se nombran para 1710 dos
alcaldes del agua, con la obligación de
recaudar y contabilizar los derechos de aguada, a la vez que velar por los
arreglos y reparos necesarios. Bien por no haber dado resultado esta fórmula, o
por otra razón que se ignora, una real orden
intervino para obligar al lugar a que diese a remate el aprovechamiento del agua pública. Los resultados no fueron
mejores. El arrendador no miraba sino por su
renta y no se preocupaba por el mal estado de la cañería. El sistema de
distribución se había deteriorado a tal punto,
que el agua «corre un día y falta quatro»; la gente vuelve a desesperarse y
llega a «andar a palos en los canales bajos y otros puestos, por ver quál persona a de conseguir anteponerse
a tomarla».
En 1776 se practica una reforma completa de la
canalización, al cuidado del teniente del Rey Matías Calves y por mandado del
comandante general marqués de Tabalosos. Los fondos
necesarios se recaudaron por medio de una
suscripción pública abierta por iniciativa del comandante
general y presentada con el título de préstamo. Bien porque la gente reconocía la necesidad de la reforma, o
porque el marqués poseía el don de hacer que sus ruegos resultasen
convincentes, el hecho esque los vecinos «han
ofrecido más de 14.000 pesos, y en ningún lugar se pudiera al presente hacer y efectuar semejante oferta».
Las canales antiguas fueron sustituidas entonces,
desde la entrada en la zona urbana hasta las
fuentes públicas, por tubos de barro cocido enterrados en el suelo o protegidos
por atarjeas de manipostería. Los trabajos
duraron del 23 de marzo de 1776
a enero de 1783. Al inaugurarse las obras, el 2 de enero de este último año, el comandante general
marqués de Cañada publicó un reglamento de las aguas, que sirvió de base para la explotación de las mismas, hasta
que pasaron a cargo del ayuntamiento. En
cuanto a la parte extrarradio de las canalizaciones, se habían quedado tales como estaban y necesitaron repetidos arreglos y recomposiciones, cada vez más
difíciles por la escasez de la madera y
de la brea.
Curiosamente, el abastecimiento
del agua no era un servicio municipal. Por
decreto del capitán general don Agustín de Robles, de
1.° de octubre de 1708, el agua de Santa Cruz hubiera debido pertenecer al rey. Sin embargo, a raíz de un pleito,
el Consejo de Hacienda decidió que aquella situación no le convenía, en 16 de
noviembre de 1793. Años más tarde, la renta del
agua se quitó a la administración de la Hacienda, que la iba
cobrando, en 10 de octubre de 1799; a pesar de
lo cual, su administración siguió en manos de los
comandantes generales, hasta 1810, cuando pasó finalmente a ser atribución del Ayuntamiento, junto con la designación
de los alcaldes del agua. (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz,
1998.t.1: 328 y ss.).
1607.
Pedro de Medina, pajarero, se obliga a dar a Juan de Unchiar, marsellés, 200 docenas de
pájaros canarios machos, vivos, buenos de
recibir, por cuatro reales y medio la docena, (AHP: 259/297).
1607.
En
el lugar de Santa Cruz de Añazu, Baltasar Calderón, pregonero, se querelló
porque Marcos Gutiérrez Bravo le había dado
una bofetada; pero como en realidad de verdad no le tocó y sólo fue un amago,
se lo perdona. (AHP: 259/541).
1607.
Este año
de 1607 huvo
gran plaga de
cigarra (Langosta africana)
en esta
Isla, que destruía los
sembrados, y el
Ayuntamiento echo suertes
por todos los
Santos y salieron
por Patronos i
defensores de esta
plaga Sn Placido
y sus compañeros
por lo
que les prometieron
hazer fiesta su
dia como se
le haze. (en: Lope Antonio de la Guerra y Peña. 1761)
1607.
Faltaron
barcos para formar las flotas de Indias. Suspendidas, los criollos canarios
fueron a Indias por su cuenta. Imposible castigarlos, por tener razón sobrada y
no estar la situación de excitar los ánimos, el rey comprendió que legislar en
el absurdo, contra el interés común, desprestigiaba al sistema, por excitar la
desobediencia civil. Plegándose a lo posible, Felipe III cambió de pie.
1607.
Se observa que sólo la aduana de Las Palmas de
Gran Canaria estaba alejada de la orilla, y se manda se instale pegada al mar, como las demás (AHS:
Hacienda 1956/16).
1607 Mayo 7. En el Acta del Cabildo colonial de Benahuare (La Palma) se da a conocer que
la fundación del Convento de la secta católica de Santa Clara tuvo lugar en el
mismo emplazamiento donde se hallaba la ermita de la santa, para lo que
fue demolida. Se recoge en la obra
Noticias para la Historia
de La Palma,
que: “el Cabildo había hecho voto y promesa de guardar su día haciendo
procesión solemne a su casa”, que fue edificada, según reza un acta de 1607,
“con gran fervor con limosnas de los vecinos e se trajo su ymagen despaña”.
1607
mayo 7.
Notas en torno al asentamiento colonial europeo en el
Valle Sagrado de Aguere (La
Laguna) después de la invasión y conquista de la isla Chinech
(Tenerife).
El abastecimiento
alimenticio en la colonia.
Yten, que lo primero que hizieren después de ser juntos en el Cavildo, los diputados del mes den
cuenta i relación de los mantenimientos que ay en la ciudad, e a los precios que están puestos, e si conviene subir o abaxar los precios, e hazer que se traigan más mantenimientos de otras partes o hazer alguna otra cosa conveniente a la buena provición de los mantenimientos e governación de la ciudad, e que sobre esto se hable, e pratique e
ordene e determine antes e primero que sobre
otra cosa alguna '.
Introducción.
“Una de las funciones
básicas en un Ayuntamiento de esta época es la de velar por la adecuada provisión de mantenimientos, impulsando la autosuficiencia en productos básicos. Era
fundamental prever su carencia y adoptar
las medidas oportunas para paliarla, así como vigilar la observancia de la tasa que imponía en
determinados productos y controlar la calidad
y debida expedición de las mercancías al por menor. Si esta
misión era consustancial a la existencia del Concejo, con mayor razón se convierte en norte del tinerfeño dada la interrela-ción existente entre los subsectores de su
dependiente economía, sobre todo a
partir del desequilibrio instaurado, como hemos comprobado, desde finales del s. xvi. Conviene, no obstante,
ponernos en situación y sintonizar con la realidad de unas gentes precisadas de
casi todo lo que necesitaban para
llevar una vida acorde con los patrones europeos; y esto es así desde un
principio, como exponían en 1526 los 391 firmantes de un poder para expresar al rey su rechazo a la existencia de un alcalde de sacas2: todo viene de
fuera partes, porque en ella no ay vino que baste para su provisión y se trae de Castilla, e aun carne se trae de otras yslas comarcanas, porque la que en
ella ay no se saca ni ay para sacar
ni basta para proveimiento della, que siempre ay falta en esta gibdad de
carne; ni menos ay cavallos, no solamente para sacar, mas ni aun para los que son menester en la dicha ysla, e por consyguiente se traen de fuera los que los vezinos an menester
(...). Dineros no se sacan desta ysla, ni ay oro ni plata en ella syno lo que
viene de fuera parte, que lo traen los que viene a conprar aqúcares o pan,
y esto fsic] oro y plata no se saca sy no es para Castilla, donde los mercaderes y otras personas van a conprar y
traer mercaderías e provisiones y
otras cosas necesarias para el proveymiento e mantenimiento desta ysla
por ser, como dicho es, todo de acarreto, que no tiene de propia cosecha ninguna cosa que les baste (...). No se coge vino
syno muy poco, y todo se provee del Andaluzía e de Gerés. En ella no ay carne la ques nesqesaria, antes biven
siempre con estrema nesqesidad de
falta della. Como ya hemos
estudiado en otros capítulos, la isla estará obligada a importaciones de
productos básicos, que pueden varias según las épocas, pero la realidad es
similar y podemos ratificarla, además de lo expuesto, con algún que otro
testimonio de calidad. Se señalaba en
las Sinodales de Murga, en 1629: como la gente es tanta, ni le
basta su trigo, centeno y cevada, ni su ganado, sino que es menester socorrerla otras islas. En 1676, en fin, es otro prelado, García Ximénez, residente en ella y buen
conocedor de sus problemas, quien lo expone nítidamente: es común sentir que
un año con otro, aun teniendo medianas cosechas, para personas y animales
necessita que le entren de fuera parte, ya sea del Norte, Tercera, o de las otras yslas de este Obispado, hasta cien mil
fanegas de todos granos4.
Estudiaremos, pues, en este
capítulo, los mecanismos y formas de lucha que pone en práctica el
Concejo para llevar a buen término los
objetivos esbozados.
El control básico
del sistema: Las posturas.
El mantenimiento de lo que llamaríamos hoy nivel de
vida o poder adquisitivo, que en esa
época para la inmensa mayoría significaba sencillamente la supervivencia, exige el control de la inflación. Pero
antes debemos advertir la dificultad o casi imposibilidad de hablar de este tema con los parámetros rentas
salarial-precios de productos básicos, pues en una economía de Antiguo Régimen
no sólo el salario no es el único componente
a considerar en la economía familiar, sino que en muchos casos carece de
importancia o sencillamente no existe.
Lo que sí tiene claro el Ayuntamiento es que
debe existir una postura en
determinados productos considerados vitales en cuanto forman parte fundamental de la alimentación familiar y —no
lo olvidemos— de los jornales que percibían
los vecinos que participaban en las zafras azucarera,
primero, y vitícola, más adelante. Por tanto, la regulación de una serie de productos básicos y estratégicos
constituyó uno de los pilares más firmes de la política económica municipal. Es
cierto que algunos aparecen tasados ocasionalmente o sólo durante ciertos períodos, pero en general el cereal, su derivado el pan
—indicándose el valor de las principales variedades y peso—, el vino,
las carnes, el aceite, el pescado...,
estarán sometidos a un seguimiento permanente.
Los diputados de meses tendrían la
responsabilidad de vigilar la adecuación de precios y de otros pormenores
fijados por el Ayuntamiento a la realidad, y
precisamente el primer punto del orden del día de las sesiones capitulares era el informe de los diputados
sobre la situación de los
mantenimientos. Para ejecutar las decisiones adoptadas, la Justicia
y diputados realizaban visitas de inspección a los puestos de venta, carnicería y pescadería, y en su caso abrían
expedientes para sancionar irregularidades o derramaban en la calle el producto
que no estuviese en condiciones de ser comercializado.
Nos referimos en primer lugar al precio del trigo,
como cereal director, pues en otro apartado trataremos del valor del pan. El
Cabildo perderá la batalla sobre la
tasa del trigo de las Tercias, que suscitará un pleito entre el recaudador Tomás de Guzmán y la corporación en la década
de los sesenta del s. xvi. Una provisión real de 1570 dará la razón a Guzmán, decretando que ese cereal podía
venderse libremente, por el precio y a la persona que el recaudador quisiese.
Pero el problema más grave para mantener los precios
del grano radicó en la creciente
insuficiencia del producto. Las importaciones estaban llamadas a originar carestía, pues el trigo podía llegar a
valer hasta 60 rs. (Incluso más) la fanega. El
Cabildo observa no pocas veces su
impotencia, y es la propia institución la que se obligaba con los mercaderes que financiaban la adquisición del
preciado pan a conceder total
libertad de precios o un margen determinado de ganancia, que en cualquier caso recaía sobre el consumidor.
Ello explica la fundación de pósitos y
montes de piedad entre finales del s. xvi y mediados del s. xvii.
Continúa en la entrega siguiente.