1889. Nace María
Celestina en La Sabinita
María Alayón Gómez, María Celestina, maestría entre
la costura y los partos
María Alayón Gómez, María
Celestina, prestigiosa costurera de ropa de hombres, residió, y ejerció su
profesión, desde alrededor de 1900, en Los Cristianos. Y en las cercanías de la
mar se inició en el arte de la costura, ocupación por donde se movían manos
femeninas, compaginados con otras labores. Zaraza, batista, percal, popelín;
telas con la confeccionar el traje, la bata o la camisa; telas que se compraban
en Arona, y en muchas ocasiones se encargaban a San Miguel de Abona e incluso a
Granadilla de Abona. Coger medidas, cortar, registrar, hilvanar, cocer a
máquina y rehilar, y por medio si daba tiempo probar.
María Celestina nació en 1889 en La Sabinita , Arona, en cuyo
lugar residían sus padres, Celestina Gómez Martín, de quien acoge el apodo, y
el pescador Prudencio Alayón García. Contrajo matrimonio, en la Parroquia de San Antonio
Abad, el 23 de junio de 1909, con el pescador José Melo Cabeza, El Rubio.
En el Censo de Población de Arona, a 31 de diciembre de 1920, María Alayón
Gómez se encuentra inscrita en Los Cristianos, con 31 años de edad y de
profesión sus labores. José Melo Cabeza, contaba con 37 años; y sus
hijos: Eulalia. Antonio, Tonero. Elías, Elías el Noruego. Y María
Luisa, María Luisa la Rubia ;
que tenían entre los 10 y 3 años de edad.
Residían en El Cabezo, en una
vivienda que tan bien recuerda Encarnación Alayón Melo, nieta de Celestina y
Prudencio. Y mi abuela, cuando ella vivía con sus hijos vivía en los dos
partes, la parte arriba donde vivió tu abuela era nada más que las habitaciones
de dormir y eso, y la parte abajo, como no era sino una calle estrecha y antes
no eran sino cuatro vecinos, tenían allí un solar murado con una cocina y el
molino, de eso si me acuerdo yo. Y en cuyo solar se criaban cabras,
gallinas y los cochinos.
En la costura se inició porque
había que encontrar el sustento, tal como recuerda su nieta, y mi madre, Teresa
Martín Melo. Empezó a coser
por necesidad, a los trece años se murió su hermana Eulalia, y desde entonces
comenzó a coser para sus hermanos, para su padre y para el marido de su hermana
que vivió con la madre muchos años viudo. Empezó desarmando lo viejo para coger
el patrón y hacer ropa nueva, porque antes había que hacer de todo, porque no
venía nada hecho.
Teresa también recuerda como le enseñó su abuela a dar las primeras puntadas, a
marcar, cortar o coser, porque a mi me gustaba desde muy niña,
entonces yo desde que ella se sentaba yo cogía una aguja y yo miraba lo que
hacía, me iba copiando y hacía como ella y entonces cuando era más grandita me
explicaba como hacía las cosas.
En una de las imágenes, de la
década de 1960, que acompañan este texto, se contempla a María Celestina,
junto a Isabel Martín Melo, Antonia Socas Barrios, Araceli Martín Melo y a otra
mujer sin identificar. Y así era su cuarto de costura, con ventana asomada a la
mar, en su vivienda en la entrada a El Cabezo, una habitación donde había lo
imprescindible: un ropero, una mesa donde cortar y dos máquinas de coser.
Por las manos de María Alayón
Gómez, María Celestina, pasaron buena parte de la vestimenta de hombre
que se lucía en Los Cristianos, y en algunos pagos cercanos, a los que se
acercaba a tomar medidas, hilvanar, probar y después coser en Los Cristianos.
Como cuando se desplazaba a Guaza: a coser iba con ella a Guaza, a casa de
Josefina Reverón, porque mi abuela siempre le cosía al marido y a los hijos.
Pero también sus manos cuidaron
de heridas y golpes, y en la ayuda en los partos. Manos que atendían por vez
primera a un buen puñado de descendientes playeros, como fueron mi madre y mis
tías, algunos de mis primos, y yo mismo, que llegamos a este mundo acogidos
entre sus manos.
Los momentos en los que vivió María Celestina fueron de grandes
esfuerzos, en los que había que aprovechar cada uno de los recursos
disponibles. Por sus manos transitaron múltiples quehaceres, desde niña se
ocupó de las faenas domésticas, además del aprendizaje en la costura para poder
vestir a su familia. Asimismo se le recuerda por sus buenas maneras en la cura
y atención a enfermos y en la asistencia a partos.
Pero sobre todo se le evoca por su oficio en la costura, especializada
en vestimentas de hombre, desde la ropa interior confeccionada con muselinas,
las camisas de popelín, los pantalones de dril las clásicas chaquetas, o los
trajes de cualquiera tipo. Labor en la que mantuvo hasta su repentina muerte,
acaecida en 1969. Y aquí nos dejó los recuerdos de su buen hacer, la de su
afable mirada, la maestría de sus manos, o la de alguna costumbre como el
acercarse alguna tarde a la costa de El Cabezo, recoger varios erizos y
degustar sus rojizas huevas acompañadas con una pelota de gofio.
(Marcos Brito, 2013)
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