jueves, 12 de marzo de 2015

EDUARDO TARQUIS Y RODRÍGUEZ

1948 abril 29.

Eduardo Tarquis y Rodríguez falleció en Santa Cruz, dejando viuda a doña Paz García Andueza, con la que había procreado cinco hijos llamados Eduardo, Josefina, Rosa, Miguel y María de los Ángeles Tarquis y Garcia.

Noticias para la biografía del escultor Eduardo Tarquis

A Eduardo Tarquis le corresponde un honroso lugar en los anales insulares de la historia del Arte, quizá más como pedagogo y hábil gestor museístico que como artista plástico. El conjunto de su obra conocida excede en poco la docena de trabajos escultóricos, aplicados la mayor parte de ellos a la decoración exterior de edificios monumentales, como ocurre con los relieves que exornan la Institución Villasegura; los bustos de la corta galería de Canarios Ilustres dispuestos en los paramentos intercolumnios de la fachada principal del Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, o los motivos ornamentales del frontis del Círculo de Amistad XII de Enero de Santa Cruz de Tenerife, realizados en colaboración con Teodomiro Robayna y Arturo López de Vergara [1].

Eduardo Tarquis Rodríguez nació en el número 38 de la calle de San José, en Santa Cruz de Tenerife, el 3 de mayo de 1882, hijo del madrileño don Pedro Tarquis de Soria y de doña Dolores Rodríguez Núñez, natural de dicho puerto [2]. Desde hacía ya cerca de una treintena de años, la población celebraba ese día su onomástica —la festividad de la Cruz— con la solemnidad que los siempre exiguos presupuestos municipales permitían y el concurso generoso de sus habitantes [3].

Su padre, discípulo del pintor Fernando Ferrant y Llausas [1810-1856] y alumno con posterioridad en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid del paisajista Carlos de Haes [1829-1898], viajó a Tenerife en 1870 y tres años más tarde se estableció definitivamente en la Isla donde formó dilatada familia [4].

Los apellidos Tarquis y Soria, ventajosamente conocidos en el ambiente artístico de la capital de España, eran propios de dos célebres estirpes de afamados diamantistas, orfebres y plateros de oro. En el caso del primero, el prestigio se remontaba a un don Juan Tarquis el mayor, quien, junto con don
José de la Guardia,

fueron los oficiales que sobresalieron de la fábrica que restableció Carlos III, haciendo venir del extranjero a Mr. Lemoine, famoso lapidario holandés con obligación de tener y enseñar oficiales españoles. Los cuales no pudieron continuar trabajando por falta de mineral, a causa de la muerte de dicho monarca, dedicándose después al comercio de piedras finas [5].

Los homónimos Juan Tarquis, padre e hijo, compartieron profesión e inquietudes políticas, porque ambos fueron regidores del Ayuntamiento de Madrid en 1820 y 1838, y alcaldes de barrio en el de Leganitos donde vivían y tenían su obrador, en el número 2 de la calle del mismo nombre entrando por la plazuela de Santo Domingo. Además, el menor de ellos formó parte de la primera compañía del escuadrón de caballería de la Milicia Nacional [6]. La saga familiar recoge otros muchos nombres de plateros de oro y artífices diamantistas, entre los que destacan don Antonio y don Eduardo Tarquis quienes concluyeron en 1847

un magnífico alfiler de señora compuesto de una orla con un elegante grupo de hojas en su parte inferior de donde salen dos ramas con unas graciosas flores que se unen en la parte superior en un tulipán. En el centro esta el retrato do S. M. don Francisco María de Asís, cincelado en oro y de un parecido regular: el cuerpo es asimismo de oro guarnecido de brillantes rubíes, zafiros turquesas, en armonía con los colores que el uniforme e insignias requieren. La obra está perfectamente acabada, y puede competir con las mejores de su género. Parece que será presentado a S. M. el Rey [7].

A esta actividad artística añadieron los Tarquis otra de carácter científico, de forma que algunos de ellos constituyeron y fueron presidentes de varias sociedades mineras, entre las que destacaron las tituladas de San Carlos y Santa Isabel [8].

Pero es probable que el que mayor renombre haya alcanzado de entre los miembros de estos notables linajes de orífices sea don Narciso Práxedes Soria, diamantista mayor de Sus Majestades y Alteza, guardajoyas de la Corona española, autor entre otras muchas obras del conjunto de alhajas que doña Isabel II regaló a la imagen de Nuestra Señora de Atocha el 18 de febrero de 1852, tras salir indemne del magnicidio intentado por el sacerdote Martín Merino el día 2 de dicho mes, cuando la reina cumplía con la antigua costumbre practicada por los monarcas españoles de presentar a la Virgen a los infantes recién nacidos, en este caso a la princesa primogénita Isabel. La ofrenda consistió en dos coronas y un rostrillo cuajados de brillantes y topacios del Brasil, procedentes de un aderezo que el propio Soria había montado en 1843, al que se añadieron otras muchas piedras preciosas del joyero real. La totalidad de las alhajas fue realizada en apenas dos semanas, por lo que se supone que el orfebre debió contar con la asistencia de su hijo Ildefonso Soria [9].

Avecindado definitivamente en Tenerife, Pedro Tarquis de Soria abrió primero una academia privada y luego fue profesor numerario de la Escuela Municipal de Dibujo de Santa Cruz de Tenerife —plaza que ganó en oposición celebrada el 24 de septiembre de 1890— e impartió clases en la de Artes Industriales, dependiente del citado consistorio. Más tarde, por Real Orden de 21 de abril de 1913, fue confirmado como profesor de término de Dibujo Artístico y Elementos de Historia del Arte en la de Artes y Oficios, institución que dirigió entre 1913 y 193310. Su labor artística en el Archipiélago, en sus facetas de pintor, pedagogo y cofundador del Museo Municipal de Bellas Artes, ha sido ampliamente estudiada por diversos especialistas y fue objeto de una tesina de licenciatura redactada por su nieto don Fabián Tarquis Fariña, bajo la
dirección del doctor don Rafael Delgado y Rodríguez, presentada en 1981 en la Universidad de La Laguna [11].

Al igual que sus antepasados, compaginó el servicio público con la tarea creadora y fue nombrado varias veces concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz, ejerciendo accidentalmente la alcaldía de la ciudad en dos ocasiones [12]. Académico de Número de la Real Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel —nombrado el 6 de agosto de 1913—, comendador de la Orden Civil de Alfonso XII y director honorario del Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, Pedro Tarquis, que había nacido en Madrid el 19 de octubre de 1849, falleció nonagenario en la ciudad que había elegido para residir la mayor parte de su existencia el día 11 de septiembre de 1940 [13].

Eduardo Tarquis estudió el bachillerato en el Instituto General y Técnico de Canarias, donde compartió aulas con algunos de sus primos hermanos, apellidados Tarquis Soria, por ser hijos de su tío don Narciso Tarquis de Soria, farmacéutico con botica abierta en la calle de Los Álamos de la ciudad de La Laguna, y de su mujer y prima, doña Teresa Soria y Pecul. En posesión de su título de bachiller y a fin de continuar la enseñanza superior se trasladó a Madrid poco después. Su propósito inicial de licenciarse en Ciencias se vio truncado por motivos que desconocemos, pero que nos resulta fácil imaginar, al tiempo que asistía a clases de escultura decorativa [14]. En su expediente personal de la Escuela de Artes y Oficios no queda constancia de otros estudios académicos que los ya citados de bachillerato.

La primera referencia que hemos localizado en la prensa relativa a su nombramiento como apoderado designado por el Ayuntamiento de Santa Cruz —a la vista de un oficio de los profesores de la Escuela Municipal de Dibujo— para que en nombre y representación del Cabildo recogiera en Madrid los objetos que pudieran donarse por el ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes para el Museo anexo a la citada Escuela, data de octubre de 1900 [15]. Entonces dio comienzo una larga estancia en Madrid para aquel joven de dieciocho años, empeñado en conseguir dotar al futuro museo con obras de indudable mérito, procedentes tanto de las diversas instituciones del Estado competentes en materia de Bellas Artes, como de la desinteresada y dadivosa actitud de artistas y particulares. La gestión de Tarquis Pronto comienza a dar frutos pronto y en enero del año siguiente el pleno del Ayuntamiento aprueba
que los gastos de embalaje y conducción desde Madrid a esta ciudad de algunos cuadros de los donados por el ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes para el Museo Municipal y ya recibidos, se abonen con cargo al capitulo de imprevistos y autorizar al alcalde para que sitúe fondos en la Corte a disposición de don Eduardo Tarquis, para que este señor pueda satisfacer todas las atenciones necesarias al envío de los restantes [16].

Este primer envío formado por un lote de pinturas de artistas contemporáneos, premiados en las Exposiciones Nacionales, constituye todo un logro para Tarquis. La prensa local publicó el listado de obras, especificando premios, medidas y precio de las obras:

Con destino al Museo Municipal de Bellas Artes de esta Capital, se recibirán en breve, los siguientes cuadros, que el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, cede en depósito a esta Ayuntamiento:
Retrato de la Reina Mercedes, de Ojeda, premiado con segunda medalla, mide tres metros de alto por dos de ancho, está hecho de encargo, y costó al Estado 8.000 pesetas.
La Pereza, de Martínez del Rincón, con dos medallas de segunda, mide 50 centímetros de alto por 77 de ancho, costó 6.000 pesetas.
Batalla de Qtumba, de Ramírez, con dos segundas medallas y dos terceras, mide 3,90 metros de alto por 5,90 de ancho, costó 6.000 pesetas.
Defensa de Zaragoza, de Mejía, con una medalla de segunda, mide 4 metros de alto por cinco de ancho, costó 4.000 pesetas.
Paolo y Francesca, de Díaz Carreño, con dos medallas de tercera, mide 2,84 metros de alto por 2,4 de ancho, costó 6.000 pesetas.
Alfonso X, de Puebla, con primera medalla, costó 6.000 pesetas.
Felipe III de Francia moribundo bendiciendo a sus hijos, de Ferrant, con varias medallas de segunda, mide 1,33 metros de alto por 1,72 de ancho, costó 2.000 pesetas.
Desdémona, de Muñoz Degrain, con varias medallas de primera, mide 2,70 metros de alto por 2,75 de ancho, costó 6.000 pesetas.
Laguna de Venecia, del mismo, también con varias medallas de primera, mide 1,75 metros de alto por 2,50 de ancho, costó 6.000 pesetas.
Alegoría, de Madrazo, también con varias medallas de primera, mide 0,50 metros de alto por 0,54 de ancho, costó 3.000 pesetas.
—Otra Alegoría, de Rivera, con iguales premios, dimensiones y coste que el anterior.
Calma en el puerto de Valencia, de Monleón, con varias medallas de segunda, mide 0,85 metros de alto por 1,55 de ancho, costó 3.000 pesetas.
Todos estos cuadros proceden del Museo de Arte Moderno, instalado en el Palacio de Bibliotecas y Museos de la Corte. El activo comisionado por este Ayuntamiento, don Eduardo Tarquis, está realizando los trabajos necesarios para conseguir el inmediato envío de los mencionados cuadros[17].

Dos días más tarde, el 16 de enero, el comisionado informaba que los cuadros donados por el Gobierno con destino al Museo Municipal ya habían sido empaquetados y era probable que fueran enviados en el vapor Hespérides en su próximo viaje. De suponer es, pues, que el Ayuntamiento habrá dispuesto lo necesario para que, después de tenerlos aquí, no permanezcan indefinidamente encajonados [18].

Todos los periódicos de la ciudad se hicieron eco del positivo éxito de las gestiones realizadas por el joven Tarquis y de la decisiva intervención del diputado marqués de Casa-Laiglesia a la hora de solicitar del ministerio las obras:

Según telegrama recibido hoy por un respetable y querido amigo nuestro, han sido recogidos en Madrid por el joven don Eduardo Tarquis y Rodríguez, apoderado al objeto del Excmo. Ayuntamiento de esta Capital, los doce magníficos cuadros que por gestiones de nuestro dignísimo representante en Cortes señor marqués de Casa-Laiglesia, ha cedido a esta ciudad el ministerio de instrucción Pública y Bellas Artes con destino al Museo municipal que aquí se está formando.

La capital de Canarias está de enhorabuena por este valiosísimo donativo y queda agradecida a nuestro celoso diputado Excmo. señor don Guillermo Rancés porque con sus activas gestiones está asegurado el éxito del citado Museo.

Al señor Marqués de Casa-Laiglesia reiteramos nuestro aplauso, que es el aplauso de todo un pueblo que sabe agradecer en lo mucho que valen los beneficios que recibe [19].

Se planteaba entonces de manera perentoria la ubicación inmediata de la colección en un espacio a propósito. La idea inicial era usar para ese fin unas dependencias que estaba dispuesto a ceder el director de la Institución de Enseñanza, don Eduardo Domínguez Alfonso, situadas en el edificio de la plaza de la Constructora. Mientras tanto seguían acopiándose donativos. Don Teodomiro Robayna Marrero, otro de los impulsores capitales del proyecto, envió a la prensa para su publicación una carta del célebre artista don Agustín Querol, quien, no satisfecho con haber contribuido con varias obras suyas a la formación del museo, comunicaba a Robayna que si el proyecto de monumento al general Leopoldo O’Donnell se concretaba estaría dispuesto a modelar otro, sin costo alguno por su parte, dedicado al insigne historiador don José de Viera y Clavijo. No sabemos si el escultor llegó a trabajar en el segundo, pero intentaremos averiguar si entre su extensa producción se conserva algún boceto del mismo.

DE ARTE

Dijimos ayer que estaba en vías de pronta y satisfactoria solución el que había llegado a ser difícil problema de encontrar un local donde instalar nuestro Museo de Bellas Artes; pues el señor don Eduardo Domínguez Alfonso, como presidente de la institución de Enseñanza, en conferencia con el alcalde señor Martí se mostró propicio a ceder para ello la parte necesaria del edificio que ocupa el Establecimiento de segunda enseñanza, del que también es Director.

Y en la sesión que ayer mismo celebró el Ayuntamiento, el señor Martí confirmó la noticia, de suerte que debemos esperar confiados en que muy pronto ha de ser un hecho lo que tan difícil parecía.

También en la sesión de ayer, como verán nuestros lectores por el extracto que publicamos en otro lugar de este mismo número, se dio cuenta de una carta del señor Robayna, profesor de la Academia Municipal de Dibujo, dirigida al señor alcalde, y transcribiendo otra del señor Querol, que por considerarla de interés la reproducimos a continuación.

Dice así:
Santa Cruz de Tenerife, Septiembre 6 de 1901.
Sr. Alcalde de esta Capital.
Muy distinguido Sr. mío:

En carta que he recibido por el correo de ayer del eminente escultor Sr. Querol, contestando a otra, mía en la cual, dada la amistad con que él me honra, le anticipaba algunas noticias particulares respecto a los acuerdos tomados en la reunión que celebró la junta constituida bajo la presidencia de S. S. para tratar de la erección de un monumento al general O’Donnell, me dice que hace a nuestro pueblo un ofrecimiento, el cual, a mi juicio y al de las demás personas amantes de nuestras glorias patrias y del desarrollo de nuestras aficiones artísticas, es de verdadera importancia, y por ello me apresuro a ponerlo en su conocimiento y por su digno conducto en el de la Excma. Corporación municipal, acompañándole copia de la carta del señor Querol a fin de que, teniendo en cuenta este tan valioso ofrecimiento y los donativos hechos ya en otras ocasiones para nuestro Museo de Bellas Artes, se sirva acordar, si así lo estima justo y oportuno, se le den las gracias de oficio, aceptando su ofrecimiento y nombrándole además Director honorario de dicho Museo, pues creo a mi corto entender, que será éste tal vez el mejor medio de corresponder a su atenta galantería y generoso desprendimiento.

Anticipando a todos las más expresivas gracias y con el respeto debido, queda como siempre a sus órdenes atento y seguro servidor q. b. s m.
Teodomiro Robayna.


En lo relativo al particular, la carta de referencia dice así:

Madrid, septiembre 1 de 1901.
Sr. D. Teodomiro Robayna.
Mi distinguido amigo:

Acabo de recibir su afectuosa carta de 23 del pasado y no puedo menos que expresar a usted mi mas profundo agradecimiento por su valiosa intervención en el feliz resultado del monumento a O’Donnell de cuyo asunto me da en ella noticias interesantísimas para todos.

Yo quisiera merecerle el favor de saludar en mí nombre a todos los demás señores de la junta constituida en esa con aquel objeto, haciéndoles a la vez presente mi reconocimiento y entusiasmo en la ejecución de una obra que tanto cariño me inspira y cuya idea honra debidamente al país del héroe de la Guerra de África.

Estimo en todo cuanto vale el trabajo de ustedes para que la emulación entre dos hombres ilustres de esa tierra no viniera a hacer infecunda la idea de honrar a uno de ellos. Yo que vivo alejado de toda clase de contiendas a excepción de las de carácter artístico; con objeto de demostrar mi complacencia para todos, desde luego les ofrezco hacer un modelo de monumento a Viera y Clavijo y regalárselo al Ayuntamiento de esa Capital.

Puede V. comunicarles esta noticia, si lo estima conveniente, a los interesados.

Cuanto al monumento de O’Donnell puedo decirle que inmediatamente comenzaré a modelarlo a todo su tamaño conforme al boceto aceptado por ustedes, y los Sres. Tarquis y Delgado Barreto, como secretarios de la comisión de aquí podrán ir viendo como adelanta la obra.

En cuanto a los dibujos del proyecto que tuve el gusto de remitirle, quedan cedidos según V. me indica para el museo de esa capital. y tendré el gusto además de mandar otras cosas de vez en cuando y siempre que se me presente ocasión.

Sin otra cosa por hoy y esperando sus órdenes, se repite suyo como siempre muy afectísimo. amigo y s. s. q. b. s. m.
Agustín Querol

Vese, pues, que el eminente escultor señor Querol no sólo acoge con entusiasmo la idea del monumento al General O’Donnell, sino que ofrece un modelo para el de Viera y Clavijo y anuncia el envio de nuevas obras para el Museo, que ya cuenta con algunas suyas de gran mérito.

No dice en su carta cuales son los nuevos donativos que piensa hacer, además de los bocetos de los monumentos a O’Donnell y Viera y Clavijo; pero sabemos de algunos de ellos y de los que han hecho también otros distinguidos artistas, por las siguientes líneas que publicó ayer nuestro colega La Opinión y que reproducimos con mucho gusto:

El museo municipal de Bellas Artes, contará cuando se abra, con varios hermosos trabajos que juntos con los que ya nuestros lectores saben, compondrán una lucidísima colección de cuadros y esculturas.

El comisionado de este ayuntamiento en Madrid, don Eduardo Tarquis, tiene ya perfectamente preparada para el envío otra remesa y aguarda sólo órdenes de la Corporación.

Los trabajos de que se trata son los siguientes:

Un busto de Tulia, hecho en yeso por Querol.

Un busto de Cos-Gayón, también en yeso y de Querol.

Un busto de Conde y Luque, de lo mismo, firmado por Querol.
Un cuadro de un metro cuadrado próximamente, obra de Hidalgo de Caviedes, que lleva por título Poverello cieco.

Un dibujo al carbón, tamaño grande, original de Nin y Tudó.

Varias reproducciones del Greco, por nuestro paisano señor Tejera.

Y dos esculturas, una de Alcoberro y otra de Suñol, y ademáss un cuadro de Mota.
Todos estos trabajos son regalo de sus autores, y también podemos afirmar que las dos acuarelas que representan los proyectos de monumento a O’Donnell, de Querol, quedan a favor del museo, pues las cede su autor; así como también el boceto en yeso del proyecto aprobado, que pronto nos será remitido a esta Capital.

El proyecto, en acuarela, de monumento a Viera y Clavijo, obra del mismo Querol, y que pronto recibiremos aquí, también quedara para el museo.

Además vendrá una colección de fotografías de Querol, en tamaño grande, y corregidas y firmadas por éste.


Es digna de todo elogio la gestión del señor Tarquis que tan bien sirve los deseos del Ayuntamiento, en el delicado encargo que se le ha conferido.

Están, pues, perfectamente justificados el acuerdo del Ayuntamiento otorgando al Sr. Querol el título de Director honorario de nuestro Museo y el de representante en Madrid del entusiasta joven señor Tarquis, a cuyas gestiones puede decirse que se debe exclusivamente que otros artistas hayan hecho también importantes donativos [20].

Entretanto se formó en Madrid la comisión encargada de la erección en esta ciudad de un monumento al general O’Donnell, que quedó constituida de la siguiente manera:

Presidentes honorarios, excelentísimos señores ministro de la Guerra y duque de Tetuán.

Presidente efectivo, excelentísimo señor general don Emilio March.

Vocales, excelentísimos señores don José March, don Enrique Bargés, marqués del Muni, duque de Híjar, marqués de Casa-Laiglesia, marqués de Villasegura, conde de Belascoaín, don Juan Montilla, don Francisco Fernández de Bethencourt, don Antonio Domínguez Alfonso, don Lorenzo García Beltrán, don Tomás García Guerra, don Pedro Poggio, don Juan Alonso y don Ramón Antequera.

Secretarios, don Eduardo Tarquis y don Manuel Delgado y Barreto [21].

Continuaba la actividad incesante de Tarquis y, dada su juventud, no puede menos que asombrarnos que lograra concitar tantas voluntades, si bien es cierto que además de la amistad y protección de los miembros más distinguidos de la denominada colonia canaria, disfrutaba de la que le prodigaban antiguos amigos y compañeros de su padre, don Pedro Tarquis de Soria, que le franquearían, sin duda, la entrada en multitud de talleres artísticos madrileños.

Ya en 1903 y, tras haber presentado al Ayuntamiento una instancia solicitando la plaza de nueva creación de profesor de Dibujo Lineal de la Academia Municipal, la retiró [22], siendo designado al año siguiente por el citado consistorio, junto con don Leandro Serra, para el arreglo de los museos municipales [23]. Asimismo, asociado al pintor don Teodomiro Robayna y a don Francisco Quintero presentó, también al Ayuntamiento, un proyecto para decorar el Salón del Palacio de Justicia, por la suma de 20.000 pesetas, el 21 de noviembre de 1904.

Dos años más tarde podemos comprobar como el destino de Eduardo Tarquis está decidido y ya la prensa comienza a llamarlo joven artista. Transcurre 1906 y la corporación santacrucera decide sacar a concurso-oposición una beca de estudios para Escultura Decorativa destinada a un alumno con escasos recursos y natural del municipio, a la que también optó el novel escultor don Guzmán Compañ, que ya había sido pensionado con anterioridad para que siguiera cursos de esta especialidad artística en Barcelona. Entre los documentos con que acompañó su instancia figura un certificado de haber aprobado la asignatura de Dibujo, cursada en la Escuela Superior de Artes y Oficios de Madrid, dependiente de la Universidad Central [24]. La concesión de la ayuda económica a Tarquis —que importaba 1.500 pesetas anuales— propició una controversia en los medios periodísticos y algunos diarios que hasta ese momento eran afines a su trayectoria. Muchos se decantaron entonces por apoyar la pretensión de Compañ, al que consideraban merecedor de ella con más motivo por el hecho de que su familia carecía de medios para sufragar su formación fuera. La Opinión optó por solicitar la nulidad del concurso:

Continúa ocupando lugar preferente en todas las tertulias, la tan debatida pensión que Guzmán Compañ ha solicitado para su carrera.

Donde quiera que se reúnen dos personas, sólo se habla del asunto y se hacen cargos al Ayuntamiento por haber sancionado la celebración de un concurso que nació nulo y morirá en olor de nulidad.

Nadie acierta a dar satisfactoria explicación al absurdo, pues absurdo y grande es, consignar en presupuestos 2.500 pesetas para regalarlas bonitamente a un joven cuyos padres, público y notorio es, cuentan con bienes de fortuna.

Tampoco halla fácil solución el hecho inverosímil, pero cierto, de haber sido admitido a ese concurso don Eduardo Tarquis.

Y estos, precisamente, son los fundamentos de las generales censuras que ha conquistado, por un absurdo, el Ayuntamiento.

Por su incitante olor a carne de gato, fue desde un principio descubierta y conocida la procedencia de ese raro pastel confeccionado, cuasi con reservas y a hurtadillas, para favorecer a determinada persona: por eso el asombro y la indignación han sido generales, asombro y estupefacción que han subido de punto cuando se ha conocido la rareza de ese concurso, en el cual falta una esencial condición: la pobreza del o de los aspirantes. Muchos se lo han explicado fácilmente: si se hubiese impuesto esa condición, desilusoria para alguien, el concurso no se anuncia.

Sabemos que entre algunos concejales hay mar de fondo ante la actitud de la opinión pública que se muestra interesada por la pensión a Compañ que, a más de ser pobre, cuenta en el país con gran grandes simpatías, por su modestia, laboriosidad y amor al trabajo.

Es pues, nulo, por dos razones, ese concurso-buñuelo [25].

 Eduardo Tarquis: Juan de Iriarte
Este rotativo fue más allá en la denuncia del caso, alegando semanas después:

QUISICOSAS

Ha dado sus frutos, óptimos por cierto para el paniaguado joven don Eduardo Tarquis, la sesión que ayer celebró el Ayuntamiento, de común acuerdo los concejales conservadores de El Tiempo y los republicanos de El Progreso.

El agraciado señor Tarquis, hijo de padre pudiente, será subvencionado para cursar los estudios —nuestras noticias dicen lo contrario— de arte decorativo en la Península.

El pueblo pagará, pues, la enseñanza del señor Tarquis, en tanto los hijos de padres pobres verán con desconsuelo estas irritantes prerrogativas.

Es este el principio de una obra desastrosa para los intereses de Santa Cruz de Tenerife. ¡Y lo que se ha de ver…!  [26].

En marzo de 1907 se embarcó Tarquis rumbo a la Península y, dos meses después, la Comisión de Instrucción Pública acordó abonarle la cantidad de 1.500 pesetas como alumno subvencionado para cursar estudios de Arte Decorativo [27].

En octubre de ese año se supo en las Islas que había participado con éxito en la Exposición de Caricaturas que se celebraba en Madrid, con una obra que llevaba por título Esperando al novio. Sabemos además —informó la prensa— por cartas particulares que dicho amigo está trabajando ya en las obras que, como pensionado, tiene que enviar en cada año al Ayuntamiento en prueba de sus adelantos [28].

El de 1908 fue un año de triunfos para el escultor. Habiendo participado junto con su paisano el pintor don Juan Rodríguez-Botas y Ghirlanda en la Exposición Nacional de Bellas Artes,ambos fueron galardonados con una mención honorífica, por un jarrón decorativo el primero de ellos y un paisaje al óleo el último, al tiempo que en julio de ese mismo año Tarquis obtuvo el primer premio en la clase de Modelado que cursaba en la Escuela Central de Artes Plásticas [29]. Poco después fue nombrado secretario —primero con carácter honorario y luego en propiedad— del Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife [30], teniendo en cuenta el interés que durante su estancia en Madrid ha demostrado por la prosperidad del Museo el aventajado alumno pensionado don Eduardo Tarquis, cuyo jarrón decorativo, premiado con mención honorífica, regaló al Ayuntamiento para que fuera depositado en dicho centro [31].

A finales de año y tras la llegada de las últimas piezas obtenidas gracias a su mediación y a la de los señores conde de Torrepando y don Antonio Domínguez Alfonso, se inauguró por fin el museo. Quedaría situado en nueve salas que fueron habilitadas en el antiguo convento de San Pedro Alcántara y abrieron sus puertas el día de Navidad de 1908 [32]. Las flamantes dependencias museísticas ocupaban el frente del antiguo cenobio que daba a la plaza de San Francisco, y que había sido recientemente desalojado por la Excelentísima Diputación Provincial [33]. Con este motivo el Ayuntamiento de Santa Cruz acordó solicitar al Gobierno de la Nación la concesión de cruces de la Orden Civil de Alfonso XII para los artistas don Teodomiro Robayna y el propio Tarquis, en atención a los trabajos realizados para la formación, conservación y fomento del Museo Municipal, del cual eran en aquel momento director y secretario, respectivamente [34].

Poco tiempo después ambos fueron agraciados con la encomienda de dicha orden.

En 1909 continuaba su labor de captación de obras con que engrosar la colección del museo, logrando que le fueran cedidos diecinueve bustos y diez estatuas procedentes de la Academia de Bellas Artes. A ellos se sumó una magnífica colección de modelos de la que era dueño el difunto escultor don José Alcoverro y Amorós [1835-1910], aunque su destino era la Escuela Municipal de Dibujo y no el nuevo centro expositivo [35].

En octubre de 1909 el artista comienza a plantearse el retorno definitivo a las Islas y La Opinión de Santa Cruz de Tenerife reproduce una nota publicada en La Mañana de Las Palmas, donde se daba cuenta de una estancia breve de Tarquis en aquella ciudad:

Hemos tenido el gusto de saludar al joven y notable escultor pensionado por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife don Eduardo Tarquis, que regresa de Madrid donde ha permanecido algunos años trabajando con gran actividad y entusiasmo para la adquisición de obras del Museo de arte moderno con destino al que por iniciativa suya se ha formado en Santa Cruz que posee hoy cerca de 200 obras de pintura y escultura, sin contar las que dicho señor ha obtenido recientemente, y entre las que figuran algunas muy notables de artistas amigos suyos y una completa colección de reproducciones en yeso de la academia [36].

En abril del año siguiente ganó por oposición una plaza en la Escuela Municipal de Artes Industriales y fue nombrado profesor numerario de Historia de las Artes Decorativas y Nociones de Anatomía de la misma [37], mientras que en Madrid fue designado suplente del jurado de competentes de la Exposición Nacional de Artes decorativas, junto con otros artistas de la talla de Repullés, Muñoz Degrain, Blay, Sentenach o Martínez Cubells [38]. En enero de 1911 le fue confirmada la plaza de profesor numerario de la Escuela de Artes y Oficios, para explicar la clase de Dibujo Geométrico y Elementos de Topografía [39].

Otro viaje a la capital dio como resultado la cesión de nuevas obras, así como la oportunidad de recoger un premio especial de aprecio con que había sido favorecido en la Exposición Nacional de Artes Decorativas celebrada aquel año:

Se recibió ayer un telegrama de Madrid, del joven don Eduardo Tarquis, dando cuenta de que ya tenía en su poder los nuevos seis cuadros al óleo, procedentes del Museo de Arte Moderno de Madrid, cedidos para nuestro Museo Municipal.

Además ha conseguido el señor Tarquis, de la familia del señor Querol, dos nuevas esculturas de este famoso y malogrado artista que, como saben nuestros lectores, fue director honorario de nuestro Museo, al que había donado en vida otras cuatro notables obras suyas.

Pero es el caso que ni para pintura ni para escultura hay ya hueco, pues el espacioso exconvento de San Francisco, aunque parezca extraño a los que no conozcan el Museo —que no son pocos en Santa Cruz— está totalmente ocupado.

Así ocurre que las últimas ocho esculturas recibidas hace pocos meses, también del Museo de Arte Moderno, no ha sido posible colocarlas y permanecen almacenadas. Únicamente ampliando alguna de las galerías, o habiitando una nueva sala, obra que no habría de sigbnificar un gran gasto pero que de todas maneras sería bien empleado, podría solucionarse este que estimamos como un verdadero conflicto, puesto que dada la importancia que el Museo ha adquirido bien merece que se haga por él cualquier esfuerzo y hasta algún pequeño sacrificio.

Y sería una verdadera lástima que la falta de recursos no le permitiera hacerlos al Ayuntamiento [40].

El 21 de abril de 1913 fue nombrado Tarquis profesor de término de Dibujo Lineal de la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Santa Cruz de Tenerife, dependiente de la Universidad de Sevilla, plaza de la que tomó posesión el día 27 inmediato. Más tarde se le encomendó la dirección de dicho centro, así como del Museo Municipal que estuvo a su cargo entre 1925 —tras la muerte del también fundador don Teodomiro Robayna— y el 6 de noviembre de 1942, fecha en que se jubiló. Asimismo, fue presidente de la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel —en la que había ingresado como miembro de la sección de Escultura en 1913— entre 1921, año en que sustituyó interinamente en la presidencia a don Patricio Estévanez, y 1948.

Eduardo Tarquis y Rodríguez falleció en Santa Cruz de Tenerife el día 29 de abril de 1948, dejando viuda a doña Paz García Andueza, con la que había procreado cinco hijos llamados Eduardo, Josefina, Rosa, Miguel y María de los Ángeles Tarquis y Garcia.


Los retratos escultóricos de Viera

Tarquis modeló en dos ocasiones la figura de don José de Viera y Clavijo y ambas esculturas fueron destinadas al adorno exterior de inmuebles de uso público: la Institución Villasegura y el Museo Municipal de Bellas Artes, ubicados ambos en Santa Cruz de Tenerife. No hay duda sobre la fecha de ejecución del relieve que adorna la fachada principal del edificio de la citada Institución representando a don José de Viera. El periódico La Prensa, en su edición del 29 de junio de 1911, ya informaba que:

En el hermoso edificio que se esta construyendo en la calle del 25 de Julio para la Institución Villasegura, se colocó ayer un busto de este ilustre y malogrado diputado, hecho en Madrid por el joven artista Sr. Tarquis.

Es de suponer que los tres bustos con los retratos de don Imeldo Serías-Granier y Blanco, marqués de Villasegura; don Agustín de Betancourt y Molina, y don José de Viera y Clavijo, realizados en Madrid por Eduardo Tarquis, fueran posteriormente embutidos en los medallones circulares que, rodeados de elementos decorativos, los contienen en la actualidad, salvo el del marqués que hace tiempo se desprendió del paramento y —suponemos— debió destruirse al caer. Situado a la izquierda de la fachada principal del edificio, en la primera planta, el altorrelieve muestra la cabeza del arcediano —interpretada a partir del grabado de Fabregat— que surge del esbozo de las vestiduras talares de abate manteísta que luce en dicha representación. Una hoja de palma y otra de laurel rodean el medallón que parece sustentado por una repisa formada por
dos triglifos con hojas de acanto, de los que pende una guirnalda. Entre ambos, subsiste una cartela donde reza: Don José de Viera y Clavijo 1731-1813.

Sucede otro tanto con el busto situado en los intercolumnios de la primera planta del Museo Municipal, que fue colocado en su lugar en la mañana del día 8 de abril de 1935, junto con los de Ángel Guimerá, Agustín de Betancourt, Miguel Villalba Hervás, Antonio de Viana, Teobaldo Power y Juan de Iriarte [41]. El rotativo La Tarde, comentaba la noticia días después más extensamente:

Suponemos que haya sido el Ayuntamiento quien ha colocado los bustos de siete tinerfeños ilustres en la fachada del Museo Municipal que da a la calle de José Murphy. Ya era hora de que se reparara la injusticia que supone el olvido integral de los antepasados nuestros que se destacaron en las diferentes actividades.

Santa Cruz es una ciudad que carece de monumentos. Ni siquiera la gesta de su heroísmo defensivo en la jornada de un 25 de Junio [sic] de finales del siglo XVIII tiene su menhir representativo. Sólo el llamado Triunfo de la Candelaria simboliza el sometimiento de una raza vigorosa y primitiva al dogma, no desposeído de cierto sectarismo, de la civilización cristiana. Y nada más. Un busto al capitán Fernández Ortega que nació en Tenerife y murió heroicamente en tierras africanas.

Y la primera piedra de un monumento que jamás se alzará al tinerfeño general don Leopoldo O’Donnell, vencedor de las huestes musulmanas y uno de los espadones de la baraja política de Isabel II.

¿Es que no hubo tinerfeños ilustres que merecieron el recuerdo y el homenaje de las generaciones que les sucedieron? Si los hubo, y esos modestos bustos colocados ahora como complemento arquitectónico del edificio del Museo, patentemente lo declaran. Contemplando ahora estos relieves significativos que prestigian los paños de pared del Museo, se nos ocurren algunos comentarios.

Repitiendo el lugar común, diremos que aunque son todos los que están, no están todos los que son. No podría ser tampoco de otro modo. En los testeros del frontispicio sólo había hueco para siete recordaciones, para siete homenajes, y hubo necesidad de escoger y esparcir a voleo, sin normas de depurada prelación, sin espíritu de estricta e inadecuada justicia, los nombres de siete tinerfeños que representasen las más variadas actividades y todas las épocas de nuestra vida civilizada.

No están José Murphy, el único tinerfeño tal vez con sentido político e inteligentemente patriótico que ha existido; no están don Tomás de Iriarte, ni O’Donnell, Villasegura, Anchieta, el marqués de la Florida, Estévanez, etc. […].

Hombres de distintas épocas de la historia de Tenerife, nos parece que esos siete bustos que los representan, sostenidos por las paredes del Museo y acariciados por la dulce sombra de los laureles de la Alameda de la Libertad, están hermanados por un mismo sentido reciamente isleño y universal. Fueron espíritus hondos y libres, tiernos y audaces: hombres preclaros que nos legaron el ejemplo de sus vidas plenas de inteligencia, humanismo y dignidad [42].

Tal y como sucede con el realizado por su autor para el edificio Villasegura, el retrato repite las facciones del abate que nos legara Fabregat, ciñéndose de manera estricta al grabado abierto por éste. No se trata de una pieza sublime de escultura, pero tampoco es la peor de cuantas repiten aquel patrón icónico.
(Carlos Gaviño de Franchy)

Notas
[1] Aparte las obras ya citadas, también fue autor de la lápida que distinguía la casa natal del dramaturgo Ángel Guimerá; los relieves con alegorías musicales de la fachada del Teatro; el frontón del Ayuntamiento, que modeló junto con Teodomiro Robayna, y una Virgen de Dolores en yeso que se conserva en el Museo Municipal. Tarquis Rodríguez, Pedro, Pedro: Desarrollo del Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife [edición, introducción y notas de Ana Luisa González Reimers]. Santa Cruz de Tenerife: Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, 2001.
[2] En la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, capital de la provincia de Canarias, a la hora de las once de la mañana del día cinco de mayo de mil ochocientos ochenta y dos, ante don Víctor González de Vargas, juez municipal y don Miguel Sansón y Herrera, secretario, compareció don Pedro Tarquis Soria, natural de Madrid, término municipal y provincia de su nombre, casado, de treinta y dos años de edad, comerciante, domiciliado en esta ciudad, calle de San José número treinta y cinco, con su cédula personal; presentado con objeto e que se inscriba en el Registro Civil un niño y al efecto, como padre del mismo declaró: Que dicho nació el día tres del corriente mes a la hora de las cinco y media de su madrugada en su casa habitación. Que es hijo legítimo del declarante y de doña Dolores Rodríguez y Núñez, natural de esta ciudad, de treinta años de edad, dedicada a las ocupaciones de su casa, domiciliada en el de su esposo. Que es nieto por línea paterna de don Juan Tarquis, natural de Madrid, difunto, y de doña María Josefa Soria, de la propia naturaleza, viuda, mayor de edad, dedicada a las ocupaciones propias de su sexo, domiciliada en la casa del declarante; y por la materna de don Eduardo Rodríguez, natural de la ciudad de Las Palmas, término municipal en esta provincia, casado, mayor de edad, del comercio, domiciliado en esta capital, calle de San José, y de doña Felipa Núñez, de la misma naturaleza, casada, mayor de edad, dedicada a su casa, domiciliada en el de su esposo. Y que al expresado niño se le puso por nombre Eduardo, Juan de la Cruz. Todo lo cual presenciaron como testigo don Elías Zerolo, natural del Puerto del Arrecife, casado, mayor de edad, periodista, domiciliado en esta capital en la calle de la Cruz Verde, y don José R. de Salas, natural de la ciudad de Granada, casado, mayor de edad, comerciante, domiciliado en esta capital en la calle de San Francisco. Leída íntegramente esta acta e invitadas las personas que deben suscribirla a que la leyeran por sí mismas, si así lo creían conveniente, se estampó en ella el sello del juzgado municipal y la firmaron el señor juez, el declarante y los testigos, y de todo ello como secretario certifico. El juez municipal, Víctor González. El declarante, Pedro Tarquis. Testigos, E. Zerolo. J. Salas. El secretario,
Miguel J. Sansón. Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife: Sección Primera. Libro XXII, f. 338. El matrimonio formado por don Pedro Tarquis de Soria y doña Dolores Rodríguez Núñez, hermana del también pintor, escritor y farmacéutico don Eduardo Rodríguez Núñez [1857-1899], procreó siete hijos llamados Juan, Dolores, Columba, Eduardo, Marta, Pedro y Felipe Tarquis Rodríguez.
[3] Martínez Viera, Francisco: El antiguo Santa Cruz. Crónicas de la capital de Canarias. Santa Cruz de Tenerife: Instituto de Estudios Canarios, 1968, pp. 42-43.
[4] Don Juan Tarquis y Pugeo y doña María Josefa de Soria y Vilar tuvieron de su matrimonio, entre otros hijos, a don Pedro y don Narciso que, en 1898, fecha del fallecimiento de esta señora en Santa Cruz de Tenerife vivían, el primero de ellos, en compañía de la difunta y, el segundo, en la ciudad de La Laguna. Acta de defunción de doña María Josefa de Soria y Vilar, hija de don Narciso Práxedes de Soria y de doña María Manuela Vilar. 24 de enero de 1898. Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife: Sección Tercera. Tomo XL, p. 152. Don Narciso Tarquis de Soria, licenciado en Farmacia, casó con su prima doña Teresa de Soria y Pecul y tuvieron once hijos, nacidos la mayor parte de ellos en Tenerife, algunos en Icod de los Vinos y otros en La Laguna, poblaciones en las que su padre tuvo farmacia abierta. Esta rama de la familia retornó a la Península y don Narciso abrió botica en la calle Mayor de San Bernardo, a cuya parte permaneció hasta su fallecimiento en 1915. Cfr. Morales y Morales, Alfonso: «Narciso Tarquis y Soria [1854-1915]. De Navahermosa, Toledo, a Icod y La Laguna, Canarias. Inventario para una posible biografía». Homenaje
al Profesor Guillermo Folch Jou. Madrid: Sociedad Española de Farmacología Clínica, 1983, pp. 153-162.
[5] Miró, José Ignacio: Estudio de las piedras preciosas, su historia y caracteres en bruto y labradas con la descripción de las joyas más notables de la Corona de España y del monasterio
del Escorial. Madrid: Imprenta a cargo de C. Moro, 1871.
[6] Diario de Madrid. Madrid, 31/V/1802; 29/IV/1812; 15/V/1820.
[7] El Espectador. Madrid, 6/I/1847.
[8] Diario Oficial de Avisos de Madrid, Madrid, 1856.
[9] A los desvelos de don Narciso Práxedes Soria, diamantista y guardajoyas de Sus Majestades y Alteza, hermano mayor de la Real e Ilustre Archicofradía de San Miguel, Santos Justo y Pastor y San Millán, se debe la construcción de la Sacramental de San Justo en la cima del Cerro de las Ánimas de Madrid. Por Real Orden de Su Majestad la reina Isabel II, de 4 de noviembre de 1845, se autorizó a la archicofradía la construcción del cementerio, cuyas obras finalizaron dos años más tarde. Cfr. Arbeteta Mira, Letizia [coord.]: La joyería española. De Felipe II a Alfonso XIII en los museos estatales. Madrid: Ediciones Nerea, 1998.
[10] Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife: Escuela de Artes y Oficios. Expediente personal de don Pedro Tarquis de Soria. 1913. Sign. 8.663.
[11] Tarquis Fariña, Fabián: El pintor don Pedro Tarquis de Soria [tesina de licenciatura en la Facultad de Bellas Artes]. Santa Cruz de Tenerife: Universidad de La Laguna, 1981. Alloza Moreno, Manuel Ángel: La pintura en Canarias en el siglo XIX. Santa Cruz de Tenerife: Aula de Cultura de Tenerife, 1981, pp. 295-297.
[12] Poggi Borsotto, Felipe Miguel: Guía histórico-descriptiva de Santa Cruz de Tenerife [edición facsímil. Biblioteca Capitalina IV, tomo II]. Santa Cruz de Tenerife: Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, 2004.
[13] Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife: Sección Tercera. Tomo CIV, p. 745.
[14] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 10/X/1902.
[15] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 13/X/1900.
[16] Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 10/I/1901.
[17] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 14/I/1901.
[18] Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 16/I/1901.
[19] Unión Conservadora. Santa Cruz de Tenerife, 25/I/1901.
[17] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 14/I/1901.
[18] Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 16/I/1901.
[19] Unión Conservadora. Santa Cruz de Tenerife, 25/I/1901.
[20] Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 12/IX/1901.
[21] Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 7/I/ 1902.
[22] Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 21/I/1903.
[23] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 2/IV/1904.
[24] Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 20/X/1906.
[25] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 27/X/1906.
[26] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 22/XI/1906
[27] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 23/III/1907; El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 16/V/1907.
[28] Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 24/X/1907.
[29] El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 22/V/1908.
[30] El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 14/VII/1908. La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 21/VII/1908.
[31] El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 27/IX/1908.
[32] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 26/XII/1908.
[33] Tarquis Rodríguez, Pedro: op. cit.
[34] El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 3/IV/1909.
[35] El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 17/VII/1909.
[36] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 6/X/1909.
[37] El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 7/IV/1910.
[38] El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 24/IV/1910.
[39] Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife: Escuela de Artes y Oficios. Expediente personal de don Eduardo Tarquis y Rodríguez, 1913. Sign. 8.662.
[40] Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 29/V/1911.
[41] La Tarde. Santa Cruz de Tenerife, 9/IV/1935.
[42] La Tarde. Santa Cruz de Tenerife, 11/IV/1935.



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