1928 agosto 30.
Falleció Juan Franchy y Melgarejo,
a los treinta y cinco años de edad.
JUAN
FRANCHY, UN APUNTE BIOGRÁFICO
SU
FAMILIA
Juan José Francisco Manuel
Benigno de Franchy y Melgarejo nació, en Haría de Lanzarote, a las once de la
mañana del día trece de febrero de mil ochocientos noventa, y fue inscrito en
el Registro Civil del citado pueblo, al folio veintiuno del tomo primero de la
primera sección de Nacimientos, por el juez municipal don José Reyes Pacheco.
Era hijo de don José María de Franchy y Socas y de doña Maximina Melgarejo y
Cabrera, casados en Haría, el veintisiete de febrero de mil ochocientos ochenta
y nueve.
Fueron sus abuelos paternos, don
Francisco de Franchy y Lasso de la
Vega y doña Josefa de Socas y Ramírez, que contrajeron
matrimonio en el citado pueblo el doce de noviembre de 1851, y los maternos,
don Juan Melgarejo y Caballero, natural de Cieza en Murcia, y doña Juana
Cabrera y Perdomo. Don Juan Melgarejo fue alcalde de Arrecife de 1869 a 1873,
durante el sexenio republicano, debiendo su condición de elegible a la
circunstancia de formar parte del censo de los mayores contribuyentes del
partido [1].
Su padre, don José María Santiago
de Franchy y Socas, nació en Haría el 25, y fue bautizado el veintiocho de
julio de 1861 [2], hijo, como queda dicho, de don Francisco de Franchy Lasso de
la Vega , natural
del Puerto de Arrecife, y de doña Josefa de Socas y Ramírez (hija a su vez de
don Vicente de Socas y Peraza de Ayala y de doña María Ramírez de León). Don
Francisco de Franchy, secretario del Ayuntamiento de Haría y jefe del partido
liberal, fue hijo del matrimonio formado por don Pedro de Franchy y Clavijo,
natural de Teguise y doña María del Carmen Lasso de la Vega y García del Castillo,
que lo era del repetido pueblo de Haría [2 bis].
Don Pedro de Franchy y Clavijo
era tercer nieto de Lope de Clavijo y de su mujer doña María de Franchy, hija
de Simón de Franchy, alguacil mayor de la guerra, y de María de Jesús de Armas,
hija a su vez del regidor Andrés de Armas y de su esposa Ana de Umpiérrez.
Los miembros de la familia
Franchy-Clavijo fueron patronos de la capilla de San José del convento de
Miraflores de Teguise, en la que disfrutaban de enterramiento. En la Villa de San Miguel Arcángel
tu¬vieron su residencia principal, con ramificaciones y propiedades en San
Bartolomé y en el pago de Argana, y descendían de Inés de Clavijo –hija del
poblador y paje del Adelantado Juan Clavijo el viejo- y de su marido el capitán
Pedro Lavado Centeno.
Juan Franchy era primo hermano del marino y
poeta Francisco Jordán y Franchy, nacido en 1886, e hijo de don Andrés Jordán
Cabrera y doña Ana Luisa de Franchy y Socas, hermana de don José María.
Juan Franchy se trasladó a
Tenerife, niño aún, con motivo de haber sido nombrado su padre archivero del Ayuntamiento
de la Capital
de la Provincia
de Canarias. Don José María de Franchy fue un acomodado terrateniente, con
propiedades heredadas en Lanzarote (gran parte de ellas procedían de su abuelo
materno don Vicente de Socas y Peraza de Ayala, hacendado de Haría) y otras en
Tenerife, adquiridas al estado, que se había posesionado de ellas a causa del
impago de impuestos por sus propietarios. Su carácter emprendedor le condujo a
solicitar del Ministerio de Fomento, a finales del siglo XIX, en sociedad con
su amigo don Emiliano de Urquía y Redecilla, cuatrocientas hectáreas de terreno
baldío en la Isla
de la Graciosa
y otras tantas en el Malpaís de Máguez, con el fin de crear tres colonias
agrícolas y establecer en cada una de ellas a un administrador y diez o quince
familias de jornaleros. El proyecto, que no llegó a buen fin, asombra aún por
la modernidad de sus propuestas.
Don José María de Franchy
compartía su residencia entre Santa Cruz de Tenerife y Madrid, ciudad esta
última en la que pasó largo tiempo, siguiendo el proceso de anulación de
matrimonio de su hija Piedad, casada con don Ricardo Schmelz von Hecht, que fue
disuelto en 1926 por Pío XI, tras un largo y costosísimo proceso que
prácticamente le arruinó. Falleció en Madrid el día diecinueve de noviembre de
1925, en su casa de la calle de Santa Engracia, número 64, sin conocer el
resultado del proceso que le había costado la vida.
La adolescencia de Juan Franchy
transcurrió en Santa Cruz de Tenerife, donde cursó estudios de bachillerato y
comercio, obteniendo el título de Intendente Mercantil, para más tarde
licenciarse en Derecho por la
Universidad de San Fernando de La Laguna.
Formó parte de
la redacción del periódico La
Prensa desde 1913 [4], y allí publicó sus primeros
textos literarios. Fundó en 1918 El Regionalista, diario de la tarde,
que dirigió hasta su desaparición. En 1925 y, en compañía de Víctor Zurita, dió
a la imprenta el semanario Avante [5].
En 1926 se trasladó
definitivamente a Madrid, en cuyo Colegio de Abogados se había inscrito el año
anterior, y obtuvo la plaza de director de la Hemeroteca Nacional
Desde allí siguó enviando sus
colaboraciones a La Prensa ,
muchas de ellas insertas en una columna semanal que llevaba por título Metonimia
andante.
Juan Franchy falleció el 30 de
agosto de 1928, a los treinta y cinco años de edad.
Su obra literaria,
compuesta casi exclusivamente por artículos de prensa, cuentos cortos y un
guión cinematográfico -que permanece inédito-, se encuentra dispersa, publicada
en periódicos y revistas de la época.
JUAN FRANCHY, VISTO POR SUS CONTEMPORÁNEOS
Recordando a sus amigos muertos,
Francisco González Díaz envió a La
Prensa , desde su retiro de Teror, el 15 octubre de 1935,
la semblanza que sigue:
Vamos a escribir,
movida la pluma por el corazón, para esos amigos que murieron jóvenes,
justicieros epitafios: la justicia de Ultratumba...
La de más acá, no suele ser justicia.
Juan Franchy, llevaba un
apellido ilustre, era ágil periodista y prometía ganar nombre de maestro en la Prensa literaria. Amistad
tuvimos. Este otro buen Juan vivo en mis recuerdos propúsose organizar un
partido regionalista, que entonces hacía falta y mucha más falta está haciendo
hoy, porque la región canaria está pidiendo a gritos ser reconocida por la
nación española... Me metió en la empresa, y me arrastró consigo...
Yo di, acompañado de Juan
Franchy, en el Teatro Guimerá, una conferencia sobre el tema del regionalismo
político, que La Prensa
a evocado entre sus gratas memorias con ocasión de su vigésimo quinto
aniversario.
Nada más... Otro que iba firmemente al éxito,
y desapareció en el misterio nocturno de la Muerte.. . Madrid lo mató... Con él murió una
esperanza...
En el mismo periódico y en
idéntica fecha, su director, Leoncio Rodríguez, publicó la siguiente
necrológica:
En Madrid, donde desempeñaba
un importante puesto como funcionario de la Hemeroteca Nacional ,
le sorprendió traidoramente la muerte. El triste desenlace causó profunda
impresión entre los numerosos amigos con que contaba entre nosotros el culto
escritor, que con sus perseverantes esfuerzos, su sólida cultura y su carácter
noble y caballeroso se había conquistado un verdadero prestigio y un porvenir
risueño entre la juventud intelectual de Canarias.
En esta casa, donde Juan Franchy
hizo sus primeras armas periodísticas, destacándose briosamente como un gran
valor literario, perdurará siempre, entre nuestros recuerdos más íntimos, el
nombre del entrañable camarada, modelo de corrección, estudioso, trabajador,
que demostró en todo momento un vehemente cariño por su tierra, enalteciéndola
en notables crónicas y profesándole una intensa y espiritual adoración.
Como se recordará, el señor Franchy fue uno de
los más entusiastas gestores del proyecto del Parque, al que consagró un asiduo
y patriótico interés, y su labor como concejal y teniente de Alcalde durante la
gestión del Ayuntamiento republicano, le capacitó como elemento valioso y de
gran alteza de miras.
José González Rodríguez, en su
libro Pro-Cultura, Biografías de personalidades contemporáneas que más han
contribuido al progreso intelectual, material y artístico de Canarias [6],
hizo este boceto de la personalidad de Juan Franchy:
Nació en 1893 (sic) en
la isla de Lanzarote, y desde muy joven sintió la magia del arte literario,
recibiendo las primeras lecciones de Retórica de un antiguo profesor de segunda
enseñanza e inspirado poeta, paisano suyo.
A los dieciocho años publicó un artículo en el
diario “La Prensa ",
titulado El hijo del Cónsul, que tuvo la virtud ética de revolucionar
el espíritu, de suyo tan monótono y aquietado de nuestro pueblo, dando lugar a
que algunos pensaran que era piedra de escándalo por figurárselo alusivo a
determinadas personas d nuestra sociedad; pero los más admiraron el ingenio y
soltura que en aquel su primer artículo demostraba no ser el principiante en el
difícil arte de escribir.
Desde entonces el Sr. Franchy
no ha cesado de colaborar en "La
Prensa ", y cada artículo suyo constituye un triunfo para
su autor.
Sus escritos Los Reyes
que no caen; el Cuento del árbol; La muerte del príncipe,
publicados durante la guerra europea con motivo de la muerte del Príncipe de
Battenberg; El Testamento de Isabel la Católica; El Duque
Ruiz, El Divino tesoro y otros muchos, constituyen verdaderos modelos
de originalidad y galanura.
Con motivo de la publicación
de la novela a escote, escrita en co¬laboración por los mejores ingenios de la
isla, fue el señor Franchy uno de sus autores cuya semblanza hizo el poeta y
abogado señor Gil-Roldán.
Don Juan Franchy es
Licenciado en Derecho Civil y Canónico, e Intendente Mercantil. Estudió en el
Instituto General y Técnico y en la Universidad de San Fernando de la hidalga Ciudad
de La Laguna ,
con gran aprovechamiento y rapidez.
Durante sus estudios de
Derecho publicó un artículo magnífico y vibrante, titulado Universidad y
fábrica, que mereció el elogio de los espíritus selectos, y la felicitación
de sus profesores y compañeros.
Ha sido miembro del Ateneo de
Tenerife, y es en la actualidad Secretario del Círculo de Escritores y
Artistas.
Su colaboración valiosa,
eficaz y desinteresada, se solicita siempre en todos los momentos en que hay
que emprender una labor difícil y seria en cualquier aspecto de la vida
ciudadana.
Pero donde ha culminado su
laboriosidad y patriotismo, lleno de honradez y de constancia, es en esa
empresa casi gigantesca de construir un Parque urbano en la Capital de la Provincia.
Fue el Señor Franchy Presidente de la Comisión del Parque, y,
en año y medio, con la labor entusiasta de todos los miembros de la Comisión , se han podido
regalar, adquiridos por suscripción, unos terrenos en los cuales se ha de
emplazar la futura construcción y que actualmente valen más de un millón de
pesetas.
A pesar de su juventud, el
señor Franchy ha sido Profesor de varios centros de enseñanza, y actualmente es
Secretario de la "Academia Minerva" y Profesor de idiomas de la
misma.
Fue el traductor durante la
gran guerra, de los famosos y sensacionales partes en inglés, que venían de la
estación de telegrafía sin hilos de "Poldhu", y que luego la
curiosidad d nuestro público devoraba con interés.
Ha sido también Concejal y Teniente de Alcalde
del Ayuntamiento de esta Capital, en cuya gestión llegó a alcanzar merecidos
triunfos, que están en la memoria de todos.
A propósito de la publicación de La Novela a
escote trasladamos un texto inserto en El Día, el domingo 27 de
enero de 1985:
La Novela a escote,
publicada por el diario "La
Prensa " el año de 1915, constituyó uno de los mayores
éxitos literarios que se recuerdan en el país por la curiosidad y expectación
que despertó en todos los pueblos de la isla.
Un concurso semejante
lo había iniciado en España la revista "Madrid Cómico", dirigida por
el popularísimo Sinesio Delgado y de él surgió la interesante novela Las
vírgenes locas.
La de "La Prensa " se titulaba
Máxima culpa y en ella tomaron parte los siguientes escritores: Benito
Pérez Armas, Domingo Cabrera (Carlos Cruz), Domingo J. Manrique, Diego Crosa,
Emilio Calzadilla, Guillermo Perera, Ildefonso Maffiotte, Juan Franchy, Leoncio
Rodríguez, Manuel Verdugo, Ramón Gil-Roldán y Guillón Barrús.
Cada uno de los citados
señores tuvo a su cargo un capítulo de la novela, para lo cual fueron
semanalmente sometidos a riguroso sorteo, fijándose un plazo de dos días para
la entrega de las cuartillas. El primero que fue designado por la suerte, según
se había convenido, se encargó de titular la obra.
Los mismos ligeros descuidos que un sagaz
observador hallará en el transcurso de la novela, tanto en su trama como en el
aspecto mudable del género literario, son la prueba más elocuente de la
legalidad con que los autores se sometieron a las bases del concurso.
El desarrollo de la novela
fue seguido, como decimos, con extraordinaria curiosidad por el público, que en
algunos momentos llegó a sentirse apasionado ante las múltiples peripecias de
los personajes que desfilan por las páginas de Máxima culpa, y en el
inesperado giro que cada autor daba al argumento central de la obra, hasta
llevarla a feliz término venciendo las innumerables dificultades que tal labor
representaba (...)
Con motivo de la edición de la
novela se imprimió una tarjeta postal con las caricaturas de los autores. La de
Juan Franchy es obra del poeta Manuel Verdugo.
También fueron publicadas
unas semblanzas cómicas, correspondiendo la de nuestro personaje a su amigo don
Ramón Gil-Roldán y reza:
Juan Franchy, dandy taciturno
y pálido; mirada torva, pulcro en el vestir; siempre sombrero pajizo. Entre
venezolano y conejero, participa de la índole de Isaac Viera y del Libertador.
Su prosa de estirpe
Y factura coruscante,
Es algo abracadabrante,
Con dejos de vieja alquimia,
Y de "metonimia
andante".
Concluimos esta aproximación a la
biografía de Juan Franchy, reproduciendo unas declaraciones a La Prensa de quien
fuera inspirador del talante literario de algunos de los jóvenes miembros de la
generación de gaceta de arte. Domingo Pérez Minik, confesaba que la figura
infrecuente de Juan Franchy, con su profundo conocimiento de la lengua y
literatura inglesas, su ideario político avanzado y cierto toque de
dandismo, habían influido notablemente en el posterior desarrollo de su
personalidad.
Mis aficiones literarias
Como declaración previa, debo
decir que, para mí, la literatura constituye un culto.
Así, a la ligera, ¿es posible hablar de esta
divina concepción que todo lo crea y todo lo expresa? La literatura es el Arte
supremo, en todo lo que este concepto tiene de grandioso.
Es inmenso el ámbito de la
literatura. Difícil es, pues, determinar una afición a este respecto. El género
poético, el dramático, el didáctico, el periodístico, ¡cuánta verdad y cuanta
belleza se puede expresar en todos!... Sin embargo, refiriéndonos a la forma,
tal vez pudiera ser interesante la exposición de algo nuevo sobre la
preferencia del lenguaje rimado o del prosaico. Yo sólo diré que el verso se
presta más (quizás porque tiene ascendencia iconográfica) a disfrazar muchas
tonterías. Y perdonen los malos poetas. La prosa no. El menor desliz que en
ella ocurra, ya es un formidable escollo para el que intenta cultivarla. Con
estas palabras puede establecerse la diferencia entre las dos formas; en el
verso, el ripio es tolerado y obligado; en la prosa, no existiendo esta
obligación, el ripio es una majadería.
En el verso, casi todo es
ambiguo y difuso; en prosa es terminante y preciso. En el primero predomina el
concepto (exaltado por Quevedo y Góngora); en la segunda, el término es
dominante. Para decir verdades, la prosa; hasta el punto de que, en verso,
serían falsos los mismos Evangelios...
En cuanto al amor a la
literatura habría mucho que decir. Si tener afición a la literatura es
frecuentar reuniones de cafés y tascas malolientes en donde se habla de
literatura con machaquería y dándoselas de intelectual, declaro que no soy
aficionado, porque no me gusta la suciedad, ni el plebeyismo, y menos en el
Arte. Sin llegar a decir, como el célebre profesor, que odio con toda el alma
la bohemia artística, afirmaré con él que el escritor debe tener el pelo corto
y el alma grande.
Y ya que empecé hablando de la
"religión", justo es que diga algo de los "dioses". No
puedo darles otro nombre. ¿Cómo llamar a un Goethe, que escribiendo Werther y
Fausto, aún le sobraba talento para saber latín, griego, matemáticas, filosofía
y música?¿Y a Cervantes y Quevedo, cuya fecundidad prodigiosa no les impide ser
políticos y guerreros?¿Y aquel Garcí-Lasso de la Vega que murió a los treinta
años, después de hacer todas las campañas del Emperador y contribuir el primero
a formar nuestro Siglo de Oro? ¿Y la maravilla de Shakespeare; y el milagro de
Dante Alighieri?...
Verdaderamente, que cuando
uno piensa en estos hombres y se decide a emborronar cuartillas, es para
preguntar: pero, ¿puede decirse nada mejor? ¿Queda algo todavía por decir? Y se
siente uno muy humilde y con deseos de sonreírse cuando se llega a creer que
vale algo...
Creo en muchos escritores
contemporáneos. De los nuestros, Galdós y Palacio Valdés, sobre todo. Ni Pedro
Mata, ni Salaverría, pasando por toda la decadencia actual, llegan para mí a la
categoría de iconos. De los extranjeros, no hablaré más que del prodigioso
D'Annunzio, del cual se puede decir (como de Schaffle, en cuanto al socialismo)
que toda su obra genial constituye la quintaesencia de la literatura.
(Carlos Gaviño de Franchy)
NOTAS
[1] GONZÁLEZ
RODRÍGUEZ, Candelaria y SOSA HENRÍQUEZ,
Javier. "Elecciones municipales en Arrecife durante el sexenio
revolucionario (1868-1874)". V Jornadas de Estudios sobre
Fuerteventura y Lanzarote. Tomo I. Excmo. Cabildo Insular de
Fuertevetnura. Excmo. Cabildo Insular de Lanzarote. Puerto del Rosario 1993.
[2] Parroquia dela
Encarnación de Haría, Libro VII de Bautismos, f. 22 repetido.
[2 bis] DE LANZAROTE. MUERTE SENTIDA
[2] Parroquia de
[2 bis] DE LANZAROTE. MUERTE SENTIDA
Por
telegramas que se acaban de recibir, nos enteramos de la muerte del señor don
Francisco Franchy y Lasso de la
Vega , ocurrida en Lanzarote.
El
venerable anciano alcanzaba ya la avanzada edad de ochenta y seis años, y fue
en sus buenos tiempos (durante la inquieta política de los Fajardo y León y
Castillo, en aquella isla) jefe del partido liberal, por espacio de más de
cuarenta años, en el pueblo de su residencia. Desempeñó por aquel tiempo la Secretaría del
Ayuntamiento y del Juzgado, siendo el primero y único secretario de su época
[al] que, por sus méritos, le concedió el Gobierno la jubilación.
De haber vivido don Francisco
Franchy en campo más amplio en donde lucir todas sus virtudes, indudablemente,
estaría hoy consagrado como un hombre extraordinario. Baste citar estos hechos
absolutamente probados y verídicos:
Durante su actuación en el Juzgado, es decir, en todos los cuarenta años ya
dichos, no se llegó nunca, para los que al Juez acudían, a celebrarse un solo
juicio de rigor. Don Francisco Franchy, como antiguamente los sabios
patriarcas, llamaba ante sí a los culpables y litigantes y, antes de aplicar
expresamente la ley, imponía a todos su voluntad prestigiosa y conciliadora.
Además, interponiendo sus grandes influencias políticas, obtuvo siempre que
ningún desgraciado del pueblo fuera a presidio, ejerciendo así una santa
caridad.
Hombre de bastante fortuna,
la perdió, en parte, socorriendo a manos llenas a los necesitados. Así se
comprende que ejerciera su profesión burocrática sólo, para con su producto,
sostener a varias familias, que vivían a su sombra. A él acudían los hombres
para remediarse en los años de las frecuentes sequías lanzaroteñas, y a él
pedían hasta las madres, que querían apresurar la redención militar de los
mozos. Todos visitaban, en demanda de auxilio "la casa de don
Francisco", como, por antonomasia, llamaba el pueblo la vieja residencia
del hidalgo.
Ha muerto, pues, uno de los
hombres más íntegros y nobles que han existido.
Expresamos el más sentido
pésame a todos sus parientes, en particular a su hijo don José Franchy y Socas
y a su nieto, nuestro compañero Juan Franchy. La Prensa. Santa Cruz
de Tenerife, 19 de septiembre de 1917.
[3] FERNÁNDEZ BENÉITEZ, Ángel: "Acercamiento al poeta Francisco Jordán". VI Jornadas de estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Excmo. Cabildo Insular de Lanzarote. Excmo. Cabildo Insular de Fuerteventura. Arrecife. 1995.
[4] YANES, Julio: Leoncio
Rodríguez y "La Prensa ":
una página del periodismo canario. Excmo. Cabildo Insular de Tenerife.
Caja General de Ahorros de Canarias. "Herederos de Leoncio Rodríguez
S.A". Santa Cruz de Tenerife. 1995.
[5] RODRÍGUEZ
PADRÓN, Jorge: Primer ensayo para un diccionario de la literatura en
Canarias. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias.
Madrid. 1992.
[6] GONZÁLEZ
RODRÍGUEZ, José: Pro-Cultura. Biografías de personalidades
contemporáneas que más han contribuido al progreso intelectual, material y
artístico de Canarias. Volumen I. Imprenta de Suc. de M. Curbelo. Laguna
de Tenerife. 1923.
UN DÍA DE MAYO
Cuento por Juan Franchy
La campiña, fértil y extensa,
avivaba en los ojos la placentera llama de todo el sortilegio de que es capaz
la madre Naturaleza, en aquella mañanita de Mayo, fresca y lozana, como una
rosa recién florecida, cuando Víctor Arralegui, el médico del Valle, salió de
su casa a visitar a sus enfermos.
A medida que Víctor
Arralegui avanzaba por la calle principal del pueblo, encontraba a su paso,
mozos y mozas, que con su hatillo al hombro, o sobre la cabeza, marchaban a su
labor, con la grata satisfacción y la sana alegría que el campo inspira al
comienzo de todo trabajo, cuando el cansancio y la fatiga bajo un sol
abrasador, o un frío que corta las carnes, no envuelve todavía los cuerpos en
una laxitud de renacimiento.
"Buenos días, don Víctor".
"Adiós, señor médico",
saludaban los mozos y mozas, éstas con cierta marrullería irónica y mirando de
soslayo picarescamente la gallarda apostura de Arralegui, a quien se les
antojaba demasiado joven aún para el ejercicio del grave ministerio de curar al
prójimo.
Pero Víctor Arralegui, a pesar de
todo, ya no era un niño. Contaba ya sus buenos veintisiete años. Y había
estudiado mucho. Y vivido más. Conocía la vida no sólo en la diaria convivencia
con sus semejantes, sino esencialmente en esos templos del dolor y de la
muerte, que se llaman clínicas y hospitales; en esos sitios en los cuales se
profieren las mayores blasfemias por la carne martirizada, o se pronuncian los
votos más sagrados, o se escuchan confesiones increíbles... Ya lo creo que
sabía cosas Víctor Arralegui. Y por eso era tolerante, y comprendía muchas
veces las causas de algunos errores y hasta justificaba las culpas que a otros
parecían horrendas.
Seguía Arralegui su camino.
Ahora pasaba por la senda que conducía al molino del pueblo el cual, a poco
rato, quedó a sus espaldas, y se encontró en plena vega. Los jazmines, en
aquella parte del sendero, sólo cuidados por la mano de Dios, crecían
libérrimamente, plantados allí quizás en otros tiempos, por alguna pareja de
amor, y aguardando, tal vez, a que, ahora, otra pareja amorosa viniera a
disfrutarlos... Y Arralegui aspiraba aquel perfume; y su vista se extendía por
toda la tierra, y luego recorría el límpido horizonte, terminando por elevarla
hasta el cielo magníficamente azul de aquel espléndido día.
-Día de Mayo, -exclamó Víctor Arralegui- día
de Mayo de mi vida y la vida de todos, sagrada para mí...
Y miró con expresión de fe el
botiquín de urgencia que pendía de su mano derecha, como se mira el arma más
eficaz, para combatir todos los males.
De pronto, echando a Víctor
bruscamente del encanto de su abstracción, hendió el espacio un grito
agudísimo, un alarido de angustia. Víctor volvió instintivamente la cabeza. Era
indudable que aquel grito provenía del molino, al que hacía rato había dejado
atrás, pues no se divisaba por aquellos contornos ninguna persona, ni ningún
otro lugar habitado. No vaciló. Allá, en el molino, le necesitaba alguien. Y
echó a correr.
Llegó al molino, que en aquella
hora todavía estaba solitario. Miró el motor, que con sus explosiones, jadeaba
marchando desenfrenadamente, y contempló con estupor cómo las piedras del
molino giraban lanzando chispas sus círculos ferrados, sin grano que triturar,
con la tolva vacía... ¿Qué significaba aquello? ¿Cómo el molinero
había abandonado su puesto?
Siguió Víctor adentrándose en la
casa, y empujó la puerta del almacén, en donde se amontonaban los sacos de
harina. Y en el fondo de la habitación, tan blanca como la harina misma,
desentonando del albo color sólo sus grandes ojos negros, vio Víctor a Maruja,
la más linda zagalilla del pueblo, quien, al divisar al médico, salió de su
inmovilidad exclamando:
¡Yo no lo maté!. ¡Yo no lo maté!...
Y cayó de rodillas a los pies de Arralegui.
Este cerró la puerta y se guardó la llave.
Volvió luego la cabeza, y
descubrió, echado de espaldas en el suelo, con la mano crispada sobre el
costado, al molinero, de barba hirsuta y descuidada, con sus cincuenta años
faunescos, y su boca de dientes negruzcos, a través de los cuales, un espumarajo
viscoso se deslizaba manchando su cuello. Deshizo el botiquín y se precipitó
hacia el caído. Tomó su pulso, le examinó atentamente y se convenció de que
estaba muerto. Le separó la mano crispada de sobre el pecho, y vio Víctor que
allí, sobre el corazón, erecta y reluciente, tenía a medio clavar una de esas
agujas largas y buidas que se usan para coser los sacos.
-¡Yo no lo maté!...-volvió a exclamar la
hermosa zagalilla, llena de terror.
Aproximose el médico, y le tomó una mano.
-Ven, dime que ha pasado.
-¡Mire, don Víctor,
mire!...-gritó Maruja.
Y en el deseo
de querer disculparse, olvidando el pudor con un miedo lleno de convulsiones,
mostró a Arralegui sus senos virginales maculados por unos arañazos, como de
una zarpa. Examinándolos más atentamente, observó el médico la señal de unos
dientes voraces.
-¡Mire don Víctor!. ¡Quiso morderme, quiso
atropellarme!...
Y volvió a caer de hinojos,
cubriendo ahora con sus manos el tesoro de sus senos.
-Pero yo no lo maté... ¡Yo no lo
maté!...
Víctor la contempló un momento. Y su espíritu
comprensivo se extendió sobre la muchacha como un manto protector. Claro,
clarísimo, que ella le había matado; pero era tan inocente como cuando su madre
la echó al mundo.
-Ven, Maruja- le dijo Víctor con dulzura.-
Nada, no te asustes; no ha pasado nada. Ya sé que tu no lo mataste... Ahora vas
a irte. Saltas por esa ventana, vas a tu casa, y a nadie digas una palabra de
lo ocurrido hasta que yo vuelva a verte. Si puedes, ve mañana por la tarde al
sendero, donde crecen los jazmines... Anda, salta. Adiós...
La muchacha, sin saber lo que
hacía, saltó por la ventana, miró un momento hacia arriba, y, después, sin
volver la cabeza, desapareció.
Cerró Víctor la ventana y se
acercó al muerto. Entreabrió su camisa y contempló una vez más aquella aguja
homicida, que sobresalía como gajo monstruoso entre la selva del velludo pecho
del molinero. Entonces con la serenidad de sus tiempos de estudiante, cuando
operaba en las salas de San Carlos, avanzó el índice y hundió la aguja
haciéndola desaparecer en la herida, que se sumió en una hemorragia casi
imperceptible. Lavó Víctor hasta la menor gota de sangre, y sobre el negro y
peludo tórax del desgraciado molinero, sólo quedó una pequeña señal, como la
picadura de un insecto, que desapareció asimismo bajo la camisa nuevamente
abrochada.
Después Víctor abrió la puerta y
esperó a que fueran llegando los parroquianos.
Afortunadamente, el molinero
muerto no tenía más familia, ni más íntimos afectos que la persona del amo que
le había encargado de la explotación del molino, que allá, al otro lado, seguía
girando, girando, sin grano que moler, con la tolva vacía, como loco...
-¿Qué ha sido, don Víctor?,
-preguntaron, a medida que iban llegando, aquellas buenas gentes.
Víctor, sereno, un poco
pálido, atando las correillas del botiquín, contestaba a todos:
-Un colapso, y en el se
quedó...
Después, con pulso firme,
certificó la defunción del molinero de muerte natural.
Víctor Arralegui, el médico del
Valle, no quiso volver a pasar nunca por aquella parte del sendero en que
crecían los jazmines, y en donde le esperaba en vano, en los días que siguieron
al del suceso del molino, Maruja, la más bella zagalilla del pueblo.
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