NOTAS AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (IX)
Eduardo Pedro García Rodríguez
8, ATAQUE DE UNA ESCUADRA INGLESA A SANTA CRUZ DE TENERIFE EN 1797 (I)
En los hechos de armas que han tenido lugar tanto en nuestra isla como en las restantes del Archipiélago Canario, los cronistas e historiadores se extienden ampliamente narrándonos la situación de las tropas la disposición de la artillería y sobre todo, las acciones supuestamente heroicas de determinados protagonistas que han intervenido en algún enfrentamiento o combate. Los comportamientos digamos heroicos reales o fraguados en las mentes de los actores, cuando no, fruto de la cohorte de aduladores que suelen pulular alrededor de quienes ostentan algún poder por mediocre que éste sea. Este planteamiento, naturalmente no es aplicable a un buen número de personas que haciendo honor a su condición de hombres de bien y de patriotas canarios que, al margen de su situación social o económica actuaron con el valor y valentía que las circunstancias demandaban. Estos historiadores y cronistas suelen olvidar con frecuencia a los verdaderos protagonistas, que por no gozar en la época de la consideración de vecino – como contribuyentes- o ocupar empleos artesanales o de servicios, son despreciados cuando no despojados de los méritos que hubiesen contraído en determinadas circunstancias al producirse peligros ciertos para la comunidad, tales como incendios, inundaciones, epidemias o ataques de algún enemigo del exterior, a pesar de que, sin la intervención de éstos, los hechos hubiesen podido tener otros derroteros.
La situación que hemos reseñado anteriormente, se da entre los atalayeros de nuestras islas, hombres que realizaban una función vital para la seguridad de los pueblos y que, con sacrificios sin cuento velaban mientras que el resto de los ciudadanos descansaban tranquilamente. Fue una ocupación poco apetecible por la precariedad de medios con que se veían obligados a desarrollar su cometido de vigías. Siendo los ojos que velaban mientras que el resto de la población dormía, carecían de abrigos adecuados y agua potable, pobremente alimentados y con un salario ínfimo. Estaban continuamente expuestos al sol, a la lluvia y a los continuos vientos inclementes que azotaban los lugares donde tenían que desarrollar su labor de vigías. Un ejemplo de lo que venimos diciendo nos lo aporta las atalayas de Anaga, las cuales jugaron un destacado papel en los hechos (no reconocidos debidamente) el 25 de Julio de 1779, ya que de no haber contado la plaza de Santa Cruz con la eficaz alerta de los vigías de las atalayas de Anaga, los resultados de la invasión inglesa hubiesen podido ser muy diferentes a los que conocemos.
El lector puede hacerse una idea del secular aislamiento a que ha estado sometida la comarca de Anaga, y dentro de ella, de manera muy especial el pago de Igueste o Egueste, hasta fechas muy recientes, mediante algunos de los pasajes que sobre este antiguo menceyato a finales del siglo XIX nos ha legado el viajero y escritor Belga Jules Leclercq: ...”A las ocho de la mañana, me despedí de mis huéspedes, para regresar a Santa Cruz por la vertiente meridional de la cordillera de Anaga. Los caminos en esta vertiente so “...A las tres, llegamos ante una pobre choza, que era la vivienda del buen canario. Me invitó a entrar, e izo que su mujer me sirviese dos huevos y un vaso de agua, excusándose por no tener vino. El canario no vende su hospitalidad: por suerte, me quedaban unos cigarros, y esto fue todo lo que logré que aceptara a cambio de sus buenos servicios”. ...“¡Qué diferentes estas afectuosas costumbres de las de algunas partes de España, de donde el extranjero es expulsado como un malhechor! En Noruega, y en otros países primitivos, he encontrado pueblos afectuosos y hospitalarios, pero dudo que ninguno de ellos pueda rivalizar, en este sentido con los buenos isleños. ¡Dichosos país en el que no es posible dar un paso sin encontrar por el camino un guía, un amigo, un hermano! Estos encantadores hábitos se encuentran, generalmente, en las islas fértiles que gozan de temperatura constante” “ aún peores que las del lado norte. Al consultar el mapa, se podría creer en la posibilidad de llegar en media hora al pueblecito de Igueste, primero que se encuentra a partir del faro. Pues bien, yo no tardé menos de cinco horas en cubrir dicho trayecto, porque este terreno volcánico está tan sembrado de piedras afiladas como hojas de cuchillo y formado por tantas rocas cortadas a pico, barrancos y precipicios, que el camino se duplica”.
“esta es la excursión a caballo más peligrosa que he hecho desde que recorro montañas...”. En estos agrestes parajes tan bien descritos por Jules Lecclercq, René Verneau y otros científicos y aventureros, desarrollaban su labor los sufridos atalayeros de Anaga.
En un interesante libro elaborado por el colectivo “Atalaya” de Igueste de San Andrés y titulado precisamente Igueste rincón de Anaga, los autores nos dan una de las pocas referencias escritas que existen sobre las atalayas que existían en Anaga, en él nos van desgranando las diferentes funciones que realizaban los atalayeros conforme a las necesidades de las épocas, en unas ocasiones las causas de las vigías estaban motivadas por las epidemias con que con bastante frecuencia Europa o América acostumbraban a “obsequiarnos”, y en otras, por las alertas motivadas por las frecuentes guerras europeas o por las visitas de piratas y corsarios.
El Cabildo colonial de Tenerife, ante los avisos recibidos de epidemias en Europa, dispone como medidas de protección sanitaria el que las atalayas den aviso de la presencia de barcos sospechosos de ser portadores de la infección (anunciando el rumbo que traían las naves.) Alguna de las medidas preventivas tomadas, consistía en la vigilancia de los puertos y caletas por los guardas o rondas de salud quienes sometían a cuarentena a los navíos sospechosos de estar infectados. Una de las primeras epidemias sufridas en la islas después de la conquista, tubo lugar en 1505-1507, en Anaga, cuyo foco principal fue localizado en el valle de Abicore o Abikur, (hoy San Andrés) posiblemente debido a los contactos que los Ibautes, familia de notables de Anaga, acostumbraban a mantener con piratas y esclavistas, desde tiempos anteriores a la conquista, en que el negrero Salazar, al servicio del bandolero Alonso Fernández de Lugo, frecuentaba las costas de Anaga para llevar a cabo las razias contra los menceyatos de Tegueste, Tacoronte y Taoro.
Precisamente en el Valle de San Andrés, tuvo lugar el primer confinamiento sanitario de que tenemos noticias en la isla.
En el Cabildo colonial del 26 de Mayo de 1505, el segundo asunto tratado fue referente a la epidemia que azotaba a la familia Ibaute, por lo que, “Ovieron plática en cabildo que hay cierta noticia e información que en Anaga, en las moradas de Diego de Ibaute e Guaniacas e Fernando de Ibaute e sus hermanos a avido e ay mal pestilencial de manera que en pocos días an fallecido muchos dellos e por remediar el daño que del comunicar con ellos se podría recrecer mandaron dar un mandamiento contra los susodichos para que estén en sus moradas e sitio donde moran e se entiende en todo el valle donde moran y no vengan a comunicar con las otras personas desta isla, ni salgan de dicho valle, ni se junten con ninguna persona otra y si alguna persona inorantemente fuere a hablar con ellos, que le avisen y se aparten dellos.”
El 10 de Septiembre de 1508, el Cabildo colonial hace pregonar las precauciones a tomar ante la posible arribada de navíos procedentes de las tierras que no están sanas y mueren de pestilencia en especial de las islas de La Madera, Cabo Verde y Las Azores.
Las de 1513-1514 y las de 1520 y 1530 por pestilencia en Gran Canaria, Lanzarote y La Gomera. Esta situación, motivó que el Cabildo colonial de Tenerife acordara pagar seis doblas a los dos guardas de la salud (atalayeros) que vigilaban las Punta de Daute y la de Anaga. Como consecuencia de las epidemias de Sevilla, Madeira y Gran Canaria, en 1524 el Cabildo colonial acuerda que se vigile “El Valle de Salazar hasta la punta de Anaga...”La situación se renueva con nuevos casos de calenturas y modorra en los años 1568 y 1579. Las atalayas de Anaga desde su emplazamiento en el siglo XVI hasta el XVIII, empleaban como sistema de comunicación de señales el fuego y el humo en horas determinadas y según los barcos avistados. En 1793, se crea un plan de vigías dividiendo la isla en cinco zonas, correspondientes a los cinco regimientos de Milicias, a cuyo cargo quedaba su cumplimiento y vigilancia. Al cargo del regimiento de Abona quedaban tres centinela o atalayas en Arico, en Guía de Isora dos, en Granadilla, Chasna y Valle Santiago, una en cada jurisdicción. Las de Buena Vista, Los Silos y El Tanque y Punta de Teno. Estaban al cargo del regimiento de Garachico. Al regimiento de La Laguna le correspondía organizar y mantener las de Taganana, Tejina, Valle de Guerra y Tacoronte, quedando excluidos regimientos de La Orotava y Güímar, por las amplias zonas costeras que debían cubrir con sus fuerzas.
Desde la Atalaya de “La Robada” o “Atalaya Vieja” en Igueste de San Andrés, Don Domingo Izquierdo, también conocido como Domingo Palmas (que había sido agregado a la atalaya de Igueste con motivo del estado de alerta, y por ser entendido en el uso de las señales con banderas) cumplía sus funciones de atalayero, con sueldo de 20 pesos mensuales, concediéndosele además las tierras que pudiera cultivar en aquellas ingratas laderas y licencia para construir una casa, suponemos que a su costa.
Mientras sus compañeros José Matías, Luis Rodríguez y Salvador García descansaban. Esa noche, le correspondía hacer guardia, decidió con su habitual resignación a pasar otra noche de tedio, se arropó en su manta pues a pesar de estar en pleno verano, aquella madrugada del 22 de Julio estaba resultando bastante fresca debido a los fríos vientos del Norte que por aquellas alturas se hacen notar. Sentado en el pollo del mirador de la atalaya Don Domingo compaginaba sus pensamientos con un continuo escudriñar en la oscuridad tratando de descubrir las velas cualquier navío que se aproximase a las costas de la isla, misión en la que ponía el máximo empeño pues le habían ordenado poner gran cuidado en su labor ya que el Rey de España estaba en guerra con el de Inglaterra, y era de esperar alguna tentativa de ataque a la isla por corsarios o escuadra inglesa.
Sobre las cuatro y media de la madrugada, Don Domingo, oteando a través de la oscuridad vislumbró una serie de siluetas de navíos, inmediatamente dio aviso a sus compañeros, uno de los cuales se desplazó al pueblo de Igueste y despertando al barquero, aparejaron el bote, (que en la época era el medio de transporte más rápido entre Igueste y Santa Cruz) e iniciaron de inmediato la travesía hacía la plaza y puerto en el bote de éste, a las siete y media de la mañana entregaban el aviso en la fortaleza de San Cristóbal.
El General Gutiérrez ordenó al comandante del batallón de infantería – segundo jefe de la plaza- Don Juan Creagh, oficiar al vigía Don Domingo Izquierdo acusándole recibo del parte al tiempo que le encargaba la mayor vigilancia, “notificando por escrito con claridad cuando ocurra novedad de alguna atención, y que al anochecer le despache “Vm. Una exacta relación de cuanto haya ocurrido y observado durante el día con expresión de las embarcaciones que quedaren a la vista y sus rumbos, no omitiendo hacer las señales establecidas”. A partir del momento en que el General Gutiérrez recibió el parte de la atalaya de Anaga, comenzó a impartir las ordenes oportunas para poner la plaza en estado de defensa, como posteriormente veremos.
Al amanecer del día 22 de Julio de 1797, se avistó frente a la plaza de Santa Cruz Tenerife, una escuadra inglesa compuesta de cuatro navíos de línea, tres Fragatas, un cúter y una obusera; el Teseus, de 74 cañones en que enarbolaba su insignia de comandante de la flota, el vicealmirante Horatio Nelson, siendo capitán R. Willett Miller: El Colluden, también de 74 cañones, al mando del capitán Tomás Troubridge, El Celoso de 74 cañones, su capitán Samuel Hood; El Leandro, de 50 cañones mandado por el capitán Tomás Thompson; y las fragatas, el Caballo Marino, de 38 cañones, capitán Fremantle; la Esmeralda, 36 cañones, su capitán Waller, y la Tercipsicore, 32 cañones, mandaba ésta el memorable capitán Bowen (quien como se recordará apresó la fragata española Príncipe Fernando), además acompañaba a la formación el cúter Fox, al mando del cual venía el teniente Gibson, y la obusera rayo, que había sido capturada a los españoles en las operaciones del bloqueo de Cádiz.
Esta potente escuadra con escuadra contaba con una potencia de fuego compuesta de 393 cañones, frente a los 84 de que se disponía en litoral santacrucero.
Afortunadamente, los ingleses no hicieron uso de su potencial de fuego por las razones que veremos más adelante, pues no entraba en los propósitos de Nelson el destruir la ciudad y mucho menos ocupar la isla. La flota se mantuvo al pairo en formación frente a Santa Cruz fuera del alcance de los cañones de los fuertes y baterías de la plaza.
Ya desde el 20 de Julio, el contralmirante Nelson, tenía elaborado la primera fase del plan de ataque, el cual sería ejecutado bajo las ordenes del comandante Thomas Troubridge, quien tendría bajo su mando a los oficiales Hood, Freemanle, Bowen, Miller y Waller, el capitán de tropas marinas Tomás Olfiel, y el subteniente de artillería Baynes.
Las fuerzas compuestas de 995 hombres, entre oficiales, soldados de marina, artilleros, marinos y criados, embarcados todos en las fragatas “caballo Marino”, Tersipcore y Esmeralda. Con estas fuerzas debían tomar la altura de Paso Alto poniendo el máximo cuidado en no ser descubiertos, y embarcando en los botes todos los hombres posibles, además de las piezas de artillería, escalas, plataformas para la misma, y todos los pertrechos necesarios para la expedición.
El plan en esta primera fase consistía en desembarcar en las proximidades de fuerte de Paso Alto, lejos del alcance de sus baterías, tomar la altura del “Risco” y desde esta posición batir al fuerte hasta rendirlo y tomarlo, posteriormente el comandante Troubridge debía hacer llegar al comandante de la plaza general Gutiérrez, una carta ultimátum escrita de puño y letra del contralmirante Horacio Nelson conminándole a la rendición (ver documento nº 2), al tiempo que le hacía partícipe de sus verdaderas intenciones, y de lo que realmente pretendía con el ataque. Dicha carta permaneció en el bolsillo del portador en espera de que la suerte de los invasores cambiara de signo, pues en esta ocasión les fue negativo como veremos a continuación.
A las doce de la noche las fragatas siguiendo las instrucciones del comandante, se acercaron a la rada para situarse a unas millas de la costa fuera del alcance de los cañones, pero se encontraron según testimonio del propio Nelson, “con una fuerte ráfaga de viento, que soplaba de afuera y una corriente contraria”, que impidió el que las fragatas pudiesen aproximarse hasta el lugar previsto para anclar, obligándolas a maniobrar durante toda la noche para mantener la formación.
Viendo la imposibilidad de que las fragatas pudiesen llevar a cabo el plan de desembarco, a la una de la madrugada Nelson dio orden al Theseus para que se acercara a la línea de batalla y ordenó a los capitanes Troubridge, Bowen y Oldfield, que se reuniesen con él en su cámara. Comentando las incidencias de la acción, ante unas copas de buen vino de oporto, los oficiales propusieron a su jefe algunas variaciones en el plan inicial, sin dudas provocadas por la escasa fe que les inspiraban los soldados puestos a sus órdenes, pocos prácticos en operaciones en tierra. Los cambios propuestos consistían en no expugnar la fortaleza de Paso Alto, sino saltar a tierra con la mayor rapidez posible y tomar posesión inmediata de las alturas que la rodea y para desde allí dominarla y rendirla, sin pérdidas de hombres ni comprometer el éxito del ataque. La única modificación entre este plan y el primero consistía en no tratar de tomar la fortaleza al asalto. Nelson aprobó sin discusión la propuesta de sus capitanes.
Una ves embarcadas las tropas en los botes, éstos se encontraron con las mismas dificultades que los navíos, en una bahía abierta y expuesta a los vientos que soplan del nordeste, del este y del sudeste: (y que cíclicamente suelen soplar con tal violencia, que han estrellado a más de una flota contra la rivera) El fuerte viento contrario, unido a la oscuridad de la noche deshizo varias veces la formación, les impidió avanzar hacía la playa. Tuvieron que esperar a que amaneciera para intentar de nuevo el desembarco, perdiéndose así el factor sorpresa, basa en la que los ingleses fiaban la garantía del éxito de la operación.
Al alba los centinelas de Santa Cruz dieron la voz de alarma, las campanas tocaron a rrebato tardaron poco tiempo en ocupar sus puestos las milicias del lugar. Desde Santa Cruz se divisaba el grueso de la flota inglesa y algo separadas y en disposición de avanzar 30 botes de desembarco formados en dos divisiones: una, de 18 lanchas enfilando la playa del Bufadero, y otra, de 12 frente a Paso Alto posiblemente con el propósito de desembarcar a sus hombres por la playa de Valle Seco.
Sobre las seis de la mañana, las lanchas remaban fuertemente hacía la playa. Sin embargo los disparos de las baterías de la plaza, especialmente los efectuados desde la fortaleza de Paso Alto, contuvieron a los ingleses, obligándoles a virar en redondo y buscar la protección de las Fragatas.
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Los observadores que desde tierra seguían las maniobras de los buques, vieron como los navíos de la escuadra intercambiaron diversas señales, y a las nueve y media de la mañana la flota de botes de asalto, inició de nuevo el desembarco por la playa del Bufadero, acompañándoles en esta ocasión el éxito.
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El desembarco se hizo tranquilamente, sin que los ingleses encontrasen resistencia alguna en aquellos parajes, pero, indudablemente, cometieron un error de apreciación, debido al desconocimiento de la zona, o quizás confiados en la experiencia de los 250 hombres que mandaba el capitán Oldfiel componían las fuerzas veteranas de marina, por una causa u otra, la cuestión es que, dejaban entre el cerro de La Altura, y la posición ocupada, el barranco de Valle Seco, obstáculo éste prácticamente insalvable por lo agreste y escarpado de las vertientes del valle, además era zona fácilmente defendible con muy pocos hombres desde las alturas, el desembarco fue lento debido a lo agreste de la playa y lo embarazoso del material que tenían que transportar a brazos, la artillería y las plataformas para la misma, más los pertrechos de campaña, los asaltantes dieron inequívocas muestras de desorientación y desconocimiento del terreno a pesar del concurso prestado por un práctico malayo que meses antes había apresado el capitán Bowen, y que había sido marinero de la fragata Príncipe Fernando. Una ves tomada la cabeza de playa, Troubridge, ordena a sus tropas tomar las alturas de La Jurada, creyendo que desde esta posición le sería fácil ocupar el risco vecino, pero no tuvo en cuenta la existencia del valle seco con ambas márgenes cortadas a pico en medio de ambos enclaves, como hemos apuntado anteriormente. Troubridge, pudo ordenar el avance de sus tropas por el camino de San Andrés, libre en aquellos momentos, e iniciar la ascensión del risco por la vertiente sur de Valle Seco, inexplicablemente, no lo hizo, quizás por temor a que la altura estuviese ya ocupada por las milicias Canarias, - como así era - en todo caso, se limitó a ordenar la ocupación de la altura de La Jurada. Las tropas inglesas se dividieron en tres secciones, la primera inició el ascenso hacía la cima de La Jurada, la que alcanzó sobre las doce de la mañana, las otras dos, quedaron apostadas en la falda de la montaña en espera de las órdenes de sus jefes. En esta fase de la operación las milicias Tinerfeñas ya habían tomado posiciones en el risco de la altura y en las inmediaciones de la fortaleza de Paso Alto, haciendo prácticamente imposible, cualquier avance de las tropas inglesas. En el bolsillo de jefe de la expedición inglesa, quedó el ultimátum dirigido por Nelson al general Gutiérrez sin que en esta ocasión, tuviese utilidad.
Mientras estos tenían lugar en el Bufadero, veamos las medidas que se tomaban en la plaza para contrarrestar la acción de las tropas inglesas. Aleccionado por sus colaboradores, el General Don Antonio Gutiérrez, previendo que el enemigo pretendía adueñase de las alturas que dominan el castillo de Paso Alto, o bien el proteger un desembarco de otras tropas durante la noche, para tomar las alturas y caminos que conducen al interior de la plaza, y combinar un ataque por el frente y espalda.
En previsión de ambas posibilidades, los defensores decidieron dividir sus fuerzas, y así, mientras el teniente coronel del batallón de infantería de Canarias, Don Juan Creagh, “quien se ofreció voluntario”, pasaba inmediatamente a La Laguna en unión del teniente del regimiento fijo de Cuba Don Vicente Siera y de 30 soldados del batallón de Canarias, y con una partida de prácticos de La Laguna, dirigirse por los valles para vigilar los movimientos del enemigo, por otra parte se dispuso que partidas sueltas se apoderasen del risco de la Altura y lugares inmediatos
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Para conseguir el objetivo señalado se organizaron las partidas de la manera siguientes: Una de cuarenta soldados del batallón de Canarias, bajo las órdenes del subteniente Don Juan Sánchez, otra compuesta de veinticinco de la división de granaderos con la que iban los capitanes Don Luis Román y don Felipe Viña; los tenientes Don Mateo Calzadilla, Don Antonio Carta, don Antonio Monteverde y Don Laureano Arauz; los subtenientes Don Tomás Velazco, don Carlos Buitrago y Don Vicente Espou, y el ayudante Don Pascual de Castro. Otra de sesenta hombres de las banderas de Cuba y La Habana, mandada por el segundo teniente Don Pedro de Castilla. Otra de cuarenta hombres de la tripulación de la fragata francesa “La Mutine”, a las órdenes de su capitán Pomiés y del teniente de navío Faust
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Estas cuatro partidas estaban bajo las órdenes directas del VI marqués de la Fuente de las Palmas Don Domingo Chirino, quien se había ofrecido voluntario para dirigir dicha partida. Fue tal la ligereza y destreza mostrada por las tropas Canarias que cuando estas fuerzas ocuparon la cima del risco de la Altura, los ingleses aún no habían coronado la de la Jurada conseguido el objetivo, don Domingo Chirino, a la vista de las fuerzas enemigas pidió refuerzos y avituallamiento al General Gutiérrez en un parte redactado en los siguientes términos: “Mi Gral: nos hallamos en la altura mas bentajosa que es la de por detrás de Pasoalto: de esta hemos visto situarse los ingleses en las del Valle Seco: Mr. Fontel (*) dice sería muy util qe. V.E. haga traer a este sitio una pieza de a cuatro que a fuerza de brazos se subirá pues nos recelamos que ellos tamn suben Artll.ª se necesita mas gente y los Artill.s necesarios p.ª el manejo del cañon y pan y Queso o lo que V.E. guste.
El Marqués de la Fuente de las Palmas”.
Exmo. S.or Dn Antonio Gutierrez.
(*) Se debe referir al teniente Faust.
La petición del Marqués, no fue atendida con la premura que las circunstancias demandaban pues en otro parte posterior el Marqués acusaba recibo de la munición de boca, y siete franceses que se unieron al destacamento, y se quejaba de no haber recibido los refuerzos solicitados
Poco tiempo después son destacados para reforzar las posiciones mantenidas por las milicias, una compañía de cazadores compuesta de 16 artilleros y cuatro piezas de campo, al mando del capitán del batallón de infantería de Canarias don Miguel Caraveo, siendo el teniente Don José Feo y subteniente Don Francisco Dugi. Causó especial admiración entre los oficiales españoles, la intrepidez, ligereza y arrojo, mostrado por veinte milicianos del batallón de La Laguna, quienes bajo las órdenes directas del cabo Don Florencio González, subieron a hombros las cuatro piezas de artillería con sus montajes, juegos de arnés y municiones.
Para tener una idea del desmesurado esfuerzo que supuso esta hazaña debemos tener en cuenta que las laderas del risco de la altura son prácticamente verticales y su cima está a 229 metros sobre el nivel del mar. Montada la artillería, se inició un intercambio de fuego de fusiles, de un cerro a otro, sin que este ni el de los cañones pudiesen causar daño alguno entre los dos bandos debido a la distancia que les separaba y el corto alcance de las piezas empleadas.
Las únicas bajas producidas en esta acción, fueron las de tres ingleses, cuando un destacamento de los mismos se desplazó a una fuente existente en el barranco de Valle Seco, dos fueron abatidos y un tercero murió al escalar a toda prisa la vertiente del valle posiblemente a causa de un sofoco producido por lo áspero del terreno y por las altas temperaturas que en el mes de Julio suele reinar en la zona.
Al tener conocimiento el general Gutiérrez, por medio de un parte remitido por el marqués de la Fuente de las Palmas, de la sospecha de que los ingleses tenían intención de internarse hacía La Laguna, por la zona denominada Sardina (¿Jardina?), Ordenó al teniente coronel Don Juan Creagh, capitán del batallón de infantería, subiese a La Laguna con una partida de 30 hombres de su cuerpo, y reforzándose con milicianos y prácticos del país rodeando por las cumbres viniese a posesionarse de la montaña a cuyo píe permanecía el enemigo; Creagh auxiliado por el teniente Siera, del batallón de Cuba, y al mando de 30 milicianos más 50 rozadores recogidos a su paso por La Laguna, y asistido de los tenientes Don Nicolás Hernández y Don Nicolás Quintín García, a estas fuerzas se les unió un contingente de más de 500 paisanos al frente de los cuales venía el alcalde de Taganana.
A llegar Don Juan Creagh y sus tropas a las posiciones indicadas por el mando, descubrió que los ingleses estaban formados en 5 divisiones, no decidiéndose a atacarles pues según expone en el parte enviado al general Gutiérrez, “solo dispongo de 30 soldados y 50 Cazadores (que) guardan los Desfiladeros ...)”. Los ingleses aprovecharon la noche del 22 al 23 para reembarcar las tropas, con tal orden y sigilo que, los defensores del risco creyeron que se trataba de una añagaza del enemigo, y así lo manifiesta el teniente coronel Chirino en un parte enviado al general Gutiérrez en la mañana del día 23 redactado en los siguientes términos: “A estas horas que son las cinco y 30 minutos no advierto novedad alguna, ni menos la han notado las Partidas de descubierta que he enviado a reconocer las avenidas: Anoche a las oraciones vinieron las Lanchas en busca de la jente y luego se bolvieron a bordo: creo ha sido apariencia dho dicho embarco pues a mas de haber notado el pronto regreso de las Lanchas a bordo se advirtio q.e otras Lanchas conducían poca tropa: hoy solo existen fondeadas las tres fragatas Balandra y Bombarda en el mismo parage que ayer y las Lanchas a su lado: hasta ahora no ocurre mas novedad: Expreso que S.E. se sirva remitirme una lona o bela para precavernos del Sol que en este sitio se deja caer muy bien”
Julio 23 de 1.797.
A la vista de este parte y otro similar remitido por teniente coronel de milicias Creagh, el general Comandante de la plaza ordenó a ambos jefes que regresaran a las líneas del centro con sus tropas, dejando una partida de 30 hombres de retén y para que llevaran a cabo algunas descubiertas en busca de una supuesta partida de 20 ingleses que se habían quedado rezagados. Esta partida quedó al mando de Don Felix Uriondo, que poco después fue reforzada por una partida de 120 rozadores que mandaba el capitán del mismo batallón Don Santiago Madan
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En el transcurso de los acontecimientos narrados, las milicias Canarias no sufrieron bajas excepto la del jefe Don Domingo Chirino quien sufrió una caída del caballo que le tuvo incapacitado para el servicio durante varios días.
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En este primer encuentro con los ingleses, quedo bien patente la descoordinación existente entre las diferentes partidas que tomaron parte en el mismo, por una parte los jefes de cada compañía, partida o pelotón, comunicaban las incidencias ocurridas en el lugar donde estaban apostados, directamente al capitán general despreciando olímpicamente la escala de mandos, en un claro afán de protagonismo personal, donde cada jefe o oficial actuaba como en reinos de taifas. Esta actitud era tolerada cuando no fomentada por el propio general Gutiérrez, pues teniendo en cuenta la desmedida afición de éste a emitir continuamente órdenes y partes, hasta nosotros no ha llegado escrito alguno, en el que este jefe conmine a los oficiales a seguir los causes reglamentarios en los comunicados de incidencias, esta permisividad, pudo haber costado la pérdida de la plaza de Santa Cruz como veremos durante el desarrollo del ataque llevado a cabo por los ingleses durante la madrugada del 24 al 25.
Reembarcadas las tropas inglesas, la escuadra inicio una maniobra de distracción poniendo rumbo hacía el Sur, sin alejarse demasiado de la costa, con la intención de hacer creer a los defensores que intentaban desembarcar por las costas de Güímar o Abona, ante esta posibilidad se tomaron las medidas oportunas destacando a los lugares amenazados Guadamojete, (Barranco Hondo) Candelaria, Güímar, Adeje y Granadilla, tropas del batallón de Canarias y de las milicias, poniéndose en estado de alerta los surgideros, desembarcaderos y puertos del resto de la isla en que fuese factible un intento de desembarco. Mientras tanto no se descuidaba la defensa de la plaza y se daba ordenes al comandante accidental del batallón de infantería de Canarias Don Juan Guinther, para que concentradas estas fuerzas estuviesen dispuestas, como principal fuerza de choque, allí donde la línea flaquease para entrar inmediatamente en fuego
Con la primera claridad de la mañana del día 24 que los buques maniobraban para ganar barlovento mostrando así las verdaderas intenciones del contralmirante Nelson.
El vigía de Anaga dio aviso del avistamiento de tres navíos por el norte y dos de guerra por el sur pero debió haber error en la comunicación ya que sólo apareció por el norte el navío inglés Leander de 50 cañones, el cual se unió al resto de la flota. A las seis de la tarde anclaron todos los buques de la armada en el mismo lugar en que lo habían hecho las fragatas el día 22 dando la impresión de que intentaban atacar la fortaleza de Paso Alto, al anochecer se aproximaron a este castillo una fragata y la obusera, ésta abrió fuego disparando 43 bombas, de las cuales solamente una dio en el blanco destruyendo una reserva de paja, sin causar daños mayores en el recinto, éste respondió poniendo en acción sus cañones, dirigidos por el capitán de artillería don Vicente Rosique; al tiempo que el subteniente don Juan del Castillo al mando de 16 hombres llevaba a cabo una descubierta por la playa próxima de Valle Seco donde apresaron a un marino irlandés del cúter. Fox quien había abandonado el barco con animo de desertar.
La noche se preveía que sería larga y tensa, del movimiento de los navíos se desprendía que el asalto a la plaza sería inmediato. En la bahía se mecían inquietas y agitadas por las olas dos naves, una era la fragata de la compañía de Filipinas “San José” más conocida como la Princesa, y el correo español Reina María Luisa, que en viaje a América había hecho escala en Santa Cruz para dejar correspondencia y repostar, viéndose sorprendida por los sucesos de Julio de 1797.
Imagen: Amanecer del día 22 de julio de 1797 en la Plaza de Santa Cruz de Tenerife, en primer plano, la boca del muelle y castillo de San Cristóbal, al fondo de la imagen la flota británica.
Noviembre de 2011.
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