martes, 20 de diciembre de 2011

AMARO PARGO



           Creo que todos hemos recitado en alguna ocasión “La Canción del pirata”, del insigne poeta romántico y republicano español don José de Espronceda. La obra de este autor en su conjunto forma un canto a la libertad, condensado quizás, en éstas estrofas correspondientes a su “Canción del pirata”: ...<<¿Qué es mi barco mi tesoro, /Que es mi Dios la libertad, /Mi ley la fuerza y el viento, /Mi única patria la mar... >>


BREVE RESEÑA HISTORICA DE LA PIRATERÍA

   Desde Que el hombre fue capaz de navegar y desplazarse entre distancias más o menos largas, bien costeando por los mares o navegando por ríos y lagos,  usó de este medio para transportar personas y mercancías con las que comerciar en poblados próximos. A medida que los conocimientos en la navegación y las técnicas les iba permitiendo ampliar el radio de acción de sus navegaciones marítimas y comerciales, el volumen de los negocios iba en aumento, paralelamente, no faltaba quienes deseaban adquirir riquezas rápidamente y sin excesivos esfuerzos, por lo que les resultaba más cómodo apoderarse por la fuerza de lo que otros ya habían atesorado. Por tanto, podemos afirmar que la piratería nació con la navegación.

Sin lugar a dudas uno de los pueblos de la antigüedad que tuvieron pleno dominio de los mares, fueron los fenicios. Es bien sabido que la piratería nació con la navegación en el antiguo mundo mediterráneo. Las condiciones geográficas del mismo favorecieron la organización de los piratas, y la práctica de su técnica de ataque: el asalto por sorpresa. El mar Egeo fue centro de un importante núcleo pirático teniendo su base en Delos, aprovechando la facilidad con que podían apresar el rico tráfico fenicio con Occidente; el objetivo fue en un principio la obtención de prisioneros, esclavos de calidad que proporcionaban suculentos rescates. Polícrates, rey de Samos, marcó el gran periodo de hegemonía de la piratería antigua. Posteriormente, Mitrídates, rey del Ponto, utilizó a los piratas del mediterráneo  en su lucha contra Roma dándoles un porcentaje sobre lo que saqueaban, siendo éste hecho quizás el antecedente de lo que en siglos posteriores se conocería como patente de Corso. Con la caída del imperio romano, la decadencia del comercio privó a los piratas de su razón de existir. A partir del siglo VIII, piratas Imazighen  (Beréberes)  se adueñaron del mediterráneo; sin embargo, el centro de las actividades piráticas lo ocupaban los nórdicos, quienes asolaban las costas de la Europa Occidental: los Vikingos (normandos) emprendieron la conquista de los países donde desembarcaron; en el siglo IX, aunque posteriormente optaron por cesar en sus saqueos convirtiéndose la mayoría de ellos en mercaderes.

             En los tiempos de las cruzadas, el comercio con Oriente recobró la importancia que había tenido en épocas anteriores, el crecimiento de las repúblicas de la Península italiana se vio acompañado  por un  gran incremento de la piratería. Durante la edad media ésta se practicó abiertamente, consiguiéndose con ello la creación de grandes capitales señoriales y mercantiles; de nuevo los principales protagonistas fueron los Mazigios; su principal centro de operaciones lo constituía el norte de África, con base en Metredia, los efectivos de éstos piratas se vieron aumentados por los musulmanes de Al Andalus expulsados de España en 1492, quienes unidos a los corsarios del sultán de Constantinopla, llegaron a dominar tres cuartas partes del Mediterráneo; bajo el liderazgo de los hermanos Barba roja, hicieron  la piratería oficialmente otomana, como represalia a los continuos ataques y saqueos de que eran objetos las costas africanas por parte de los europeos, y cuyo impulso se prolongó hasta la derrota de los turcos en la batalla de Lepanto, en 1571. A pesar de esta derrota, la actividad pirática desarrollada por otomanos y beréberes permanecía larvada y poco a poco fue tomando auge hasta que de nuevo se adueñó del Mediterráneo y costas atlánticas africanas. Siglos después, la toma de Argel (1830) por Francia dio fin al dominio de los Beréberes en el Mediterráneo.

A raíz del expansionismo español en el continente americano, el escenario de la piratería se trasladó al Océano Atlántico especialmente al mar Caribe, y posteriormente al Pacífico. La lucha entre potencias europeas por el dominio del comercio y explotación de los recursos naturales de las para ellas nuevas tierras, dio lugar al nacimiento de una nueva clase de piratas, los denominados corsarios. Éstos, amparados por sus respectivos gobiernos, practicaban no sólo el abordaje en alta mar, sino que saqueaban villas y ciudades, ejercían la captura y tráfico de esclavos, el contrabando y, en general, cualquier actividad que les resultase rentable, no distinguiendo en ocasiones entre amigos y enemigos.

              El monopolio español atrajo a las Antillas, principalmente, a los piratas y corsarios. Se añadieron a la piratería clásica además de los Corsarios, los bucaneros y filibusteros, quienes actuaban con la ayuda encubierta de los gobiernos británico, francés y neerlandés. Su principal objetivo era abordar los navíos españoles que desde América se dirigían a la metrópolis, y el tráfico de esclavos negros cuya demanda había aumentado considerablemente en las colonias españolas de las Indias occidentales. La negativa por parte de algunos gobiernos europeos a aceptar el monopolio ejercido por españoles y portugueses, dieron a las actividades piráticas un tinte político.

 Durante los siglos XVI, XVII y XVIII el contacto de los piratas con el mundo de las finanzas fueron muy estrechos; formándose sociedades para financiar expediciones de saqueo. Por otra parte, la manera de actuar de los piratas se fue modificando conforme avanzaban los adelantos técnicos, las obsoletas técnicas del abordaje se fueron desechando al armarse los buques con cañones, culebrinas, falconetes etc.; el negocio de la piratería requirió de mayores inversiones, creándose todo un entramado económico en torno a  los propietarios y capitanes de los barcos, estableciéndose estrechas ligazones entre los comerciantes de Ámsterdam, Londres o Sevilla, y  con banqueros italianos o con los mercaderes de Liverpool, e incluso con la Hansa (liga de comerciantes y banqueros europeos, fundada en 1158 y que perduró  con bastante altibajos, hasta 1938.) Los nuevos tiempos requerían una organización más compleja, para que los barcos mercantes fueran transformados para el ejercicio de la piratería. El estamento político no era ajeno al tema, participando en ocasiones directamente en los suculentos negocios que esta actividad proporcionaba y en otras tolerando, o encubriendo las actividades de los piratas amparándolos bajo la patente de corso, simplemente por hostigar al enemigo si se estaba en guerra. No es de extrañar pues, que algunos Gobernadores, Capitanes Generales,  altos funcionarios e incluso miembros de la jerarquía eclesiástica, estuviesen involucrados en las actividades piráticas.

En varias ocasiones a lo largo de la historia los papas no hicieron asco a los saneados ingresos que proporcionaba la piratería, quizás uno de los primeros pontífices en promover ésta practica fue el español Pero de Luna, erigido al pontificado por castellanos, aragoneses y franceses, como Benedicto XIII, de ello nos dejó constancia en los relatos que mandó a escribir otro célebre corsario español, quien estaba al servicio de Enrique III de Castilla, el doliente, Pero Niño, quien saqueó, incendió y esclavizo de manera inmisericorde en cuantos puertos villa y ciudades eran conocidas en la época, además de cuantos navíos se les cruzó en su camino, en nombre de Dios y del rey, pero siempre en beneficio propio. Veamos el siguiente pasaje: <<Desde las almenas del convento benedictino de San Victor, situado a la misma orilla de la mar, contemplaba la escena el tozudo aragonés Pero de Luna. El de Luna ordenó a un caballero de San Juan de su séquito salir en un bergantín a calmar a los atacantes y convocarlos a su presencia. Niño viendo que ni por fuerza ni por autoridad podía hacerse con la ansiada presa, optó por disimular, <<mandó a los suyos que todos dijesen que cuidaron que eran moros, e que por esta razón los quisiera tomar>>, pero no dejó de hacer anotar la verdad en su crónica: << Aquellos dos corsarios estaban ahí en la guarda del Papa; habían sueldo de él; iban a robar e volvían a Marsella.>>

Corría la última semana de junio. Por las fiestas de San Juan, Niño fue invitado a comer en el Tinelo con el papa Luna, su colegio cardenalicio y su corte nobiliaria. La sastifacción de verse tratado con todos los honores o el empacho por la comilona eclesiástica le hicieron enfermar (posiblemente intentaron envenenarle); de forma que pasó los siguientes días en cama. Castrillo y Aymar (los dos corsarios al servicio del Papa) prefirieron no esperar a que sanara y se fueron al mar sin dejar aviso>>

              El tratado de Ryswich (1697) entre las potencias coloniales trasladó la piratería de las colonias españolas a América del norte, y sobre todo al continente asiático, (mar Rojo y costas de Malabar); inducidos por los funcionarios de la compañía de Indias orientales quienes iniciaron contra los neerlandeses, las acciones piráticas en el Océano Indico con base en Madagascar. En el siglo XIX sólo perduraron algunos piratas aislados en ciertas costas de África, golfo Pérsico, China y Polinesia. La era industrial, el vapor y el desarrollo de las comunicaciones, hicieron menos segura y poco rentable la piratería.

En el siglo XX se dieron diversos casos de piratería motivados por cuestiones políticas, quizás los dos  más notables por sus connotaciones políticas fueron los sufridos por los trasatlánticos Santa María portugués y  el Andrea Doria italiano.

            La aventura del Santa María, interesó mucho a la sociedad canaria de aquel tiempo, pues el buque con su gemelo el Veracruz, hacían frecuentes escalas en nuestros puertos estando muy vinculados con los mismos desde que se legalizó la emigración con destino a América, especialmente para Venezuela, por ello permítaseme una pequeña digresión. En 1961 un grupo de portugueses y españoles, protagonizaron uno de los actos piráticos de los tiempos modernos. La acción fue inspirada por móviles políticos, debido a la dictadura franquista en España y a la salazarista en Portugal, así mientras en Latinoamérica bullía el fuego vivo de las intentonas guerrílleras. El Trasatlántico Santa María, orgullo de la Marina mercante portuguesa (y en el cual según voz popular tenía intereses económicos doña Carmen Polo, esposa del dictador Franco, mientras que la flota mercante española estaba compuesta por pura chatarra), corría las Antillas con trescientos cincuenta tripulantes y seiscientos cincuenta pasajeros a bordo. En el puerto de La Guaira habían embarcado dos docenas de hombres de aspecto decidido luciendo y con indumentaria menos llamativa que las usadas habitualmente por los pasajeros que desde éste puerto, retornaban a Europa. En la madrugada del 23 de enero atacaron el puente de mando del buque, la cabina de trasmisiones, la sala de máquinas y el camarote del capitán Simóes Maia. El oficial de guardia en el puente José do Nascimiento, presentó resistencia y lo mataron a tiros. Otros dos o tres marineros cayeron heridos en la operación, cuya coordinación resultó solo aproximada. El grupo asaltante era el autodenominado Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación y acababa de inaugurar un nuevo tipo de piratería cuyos móviles como hemos dicho eran paramente políticos. Al mando del grupo estaba el oficial colonial portugués Enrique Galváo, con el gallego Fernando Fernández Vázquez– que se hacía llamar Sotomayor   quizás en recuerdo del levantisco Pero Madruga- de segundo el también gallego Xosé Velo Mosquera como ideólogo. Su primera medida fue cambiar el nombre del buque por el de Santa Liberdade, la caja fuerte, de la nave que guardaba 40.000 dólares, ni la tocaron, ni las pertenencias del millar de rehenes que habían capturado. Los turistas americanos y europeos se vieron sorprendidos por una imprevista aventura que no estaba incluida en el precio del pasaje, por lo que muchos de ellos estaban verdaderamente encantados: no paraban de sacarles fotos a aquel grupo de hombres decididos a luchar hasta la muerte contra las tiranías instauradas por el general Francisco Franco y el doctor Salazar para oprimir a los pueblos de la Península Ibérica. Se decían revolucionarios comunistas exiliados además de unos caballeros, como anédocta de los primeros momentos, es digno de resaltar que con el fin de mantener la calma entre los pasajeros, en el salón sacaban a las damas a bailar fado.

            En principio los planes de los modernos piratas consistían en navegar a la colonia portuguesa de Luanda, y  allí promover un levantamiento, aunque los españoles preferían tomar la isla de Fernando Poo colonia española en Guinea. El armamento de los asaltantes consistía en un par de metralletas y una docena de armas cortas, pero la fe que tenían en su causa les hacía creer en el buen término de su quijotesca  aventura: habían bautizado la operación como <<operación Dulcinea>>. La operación no debía marchar conforme a lo planeado en un principio por lo que Galváo ordenó tocar en el puerto de Castries, isla de Santa Lucía, para desembarcar a los heridos. La posibilidad de cruzar el Atlántico antes de ser descubiertos quedaba desbaratada. Las Marinas de Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda, desplazaron algunas unidades de guerra para la captura de los piratas y defensa de los ciudadanos de estos países que viajaban en el trasatlántico, España y Portugal también enviaron algunas unidades para tratar de apresar a los rebeldes. Sotomayor –oficial de la marina de la República portuguesa- no tenía buen concepto de Galváo de quien dijo que era un figurón de caballería sin idea de las cosas de la mar. Frustrado el intento de llegar a África, Galváo da orden de virar hacía Recife; donde deberían desembarcar los pasajeros según un pacto verbal secreto suscrito por radio entre los capitanes de los buques acosadores y Galváo. El 2 de febrero atracaron en aquel  puerto del Nordeste brasileño y pidieron asilo político al Presidente Junio Quadros quien se lo concedió. Así terminó el penúltimo acto de piratería en la mar en el siglo XX, que según Cunha Rego uno de los piratas diría años más tarde <<Fue un asalto mitómano y romántico>>.
             
Entre los piratas que Canarias dio al mundo – según algunos- para castigo y terror tanto de herejes como de cristianos,  una de las figuras que más a fascinado a las generaciones canarias es sin duda alguna la de Amaro Pargo. Esto es así hasta el punto de que, dos de las muchas casas que poseyó el pirata, una en Punta del Hidalgo, y la otra en el  barrio de Machado, en el transcurso de las seis últimas décadas han sido reducidas a escombros por obra y gracia de los desaprensivos buscadores de tesoros de exaltada imaginación, así como por la poca sensibilidad, y secular abandono que las autoridades responsables han mostrado hacía determinados aspectos de nuestro patrimonio histórico. Con ello hemos  perdido un par de casonas históricas, verdadero tesoro cultural del legado del pirata. Una de ellas-la del barrio Machado- aún podría recuperarse mediante un taller escuela, y ubicando en ella un museo y parque temático dedicado a la piratería y al Corso en canarias, con lo que el Ayuntamiento del Rosario dispondría de unas instalaciones de gran interés turístico y alta rentabilidad económica para la zona.


LA CASA DEL PIRATA O DE LOS  MESA

La casa del pirata o hacienda “Toriño” en el  del Rosario, (actualmente Municipio) la tenía pro indiviso y sin partir don Juan Gómez de Cañizares, después se partió por mitad según escritura otorgada ante Lucas Rodríguez Sarmiento en el mes de octubre de 1585. Ignoramos quienes fueron los sucesivos propietarios de la hacienda hasta que fue adquirida por el capitán don Amaro Rodríguez Felipe (Amaro Pargo.)

   Entre las múltiples propiedades que don Antonio Rodríguez Tejera, alias Antonio de Mesa, alias Amaro Pargo, adquirió en Tenerife, destacan dos por estar estrechamente vinculadas en la memoria popular con las actividades “empresariales” del pirata. Una de ellas, la ubicada en el barrio Machado, y la otra en la Punta del Hidalgo. Veamos lo que sabemos de estas casonas: por el testimonio aportado por don Felipe Trujillo -último habitante de la casona- que entregó a doña Concepción Reig Ripoll, en el año 1962, y que ésta publicó en su libro La Ermita de Nª. Sª. Del Rosario y la casa del pirata o de los Mesa, en el documento se expresa que don Felipe había nacido en dicha casa en 1878, y habitaba la mitad de la misma, la cual había adquirido por herencia habida de doña Juana Trujillo Mena, y ésta la había adquirido con su finca y otras más de don José González de Mesa, vecino de La Laguna en el año 1835, dicha hacienda conocida como “Toriño”, la había recibido don José González por herencia habida del doctor don Amaro González y su esposa doña Ana Josefa Rodríguez Felipe, sobrina y heredera que fue de Amaro Pargo.

              La hacienda estaba gravada con un tributo perpetuo a favor del capitán don Amaro Rodríguez Felipe de Barrios, quien fundó este tributo ante el escribano público don José Quintero Párraga, según los protocolos 66 y 169 folio 490 del registro de dicho escribano, en el año 1836.

              La casa, o mejor dicho los restos que de ella quedan, está situada en un altozano y próximo al camino de Candelaria, muy cerca de la ermita de la Virgen del Rosario, (en el municipio del Rosario, Tenerife) desde la esquina sur de la casa donde estaba situada una habitación-mirador, se divisa una amplia panorámica de la costa que abarca desde  la Punta de Anaga hasta los confines Sur del Valle de Güímar. Según la leyenda, desde esta habitación el pirata oteaba el movimiento de los navíos que arrumbaban hacía América. Además de ser el lugar una excelente Atalaya, la costa contaba con excelentes puertos y  refugios naturales apropiados para el anclaje de  navíos, entre ellos el de Guadamojete situado en el paraje hoy conocido como Radazul, el que a no dudar usaba el pirata para ocultar o resguardar sus naves de la excesiva curiosidad de los funcionarios no comprometidos con sus “empresas,” residentes en el puerto de Santa Cruz, al tiempo que la abundancia de agua proporcionada por el barranco de Guadamojete, y la facilidad para adquirir víveres de manera discreta  entre los campesinos de la zona, además de las producciones de la propia hacienda hacía de este enclave costero un lugar ideal para el avituallamiento de los navíos  y descanso de las tripulaciones.

              De lo que resta de la casona podemos destacar dos elementos; el Aljibe y un Tagoro o Guachara situado poca distancia de ésta. El Aljibe en su día tuvo un artístico brocal, el cual creo que actualmente se encuentra en un patio del Museo de La Historia  en La Laguna, llaman la atención las losas de toba amarilla que rematan las paredes del Aljibe, éstas tienen excavadas una serie de cazoletas y canalillos, lo que desde mi punto de vista prueba que en el lugar se realizaban prácticas de culto al agua hasta épocas muy recientes.

             Lamentablemente, los desaprensivos se han ensañado también con este lugar y ya han desaparecido varias de las losetas, las cuales poseían una serie de grabados rupestres similares a otros que se encuentran esculpidos en las proximidades de fuentes de agua en varios lugares de nuestra isla.

 El Tagoro o Guachara esta formado por un recinto circular y de unos dieciséis metros de diámetro, destacando del conjunto  el empedrado del piso. Desde un círculo situado en el centro y, de unos 0,60 centímetros de diámetro, parten una serie de líneas rectas hasta el borde interior del muro de piedras que cierra el circuito, el cual queda dividido en doce segmentos. Las líneas están formadas por pequeñas piedras o cantos rodados con una cara más o menos plana que destacan de las del resto del pavimento.

              El conjunto forma un dibujo similar a un signo solar localizado en macizo de Masca así como a otros que se encuentran grabados en algunas piedras de la zona de Los Baldíos. En la parte Oeste del círculo están unos asientos toscos de piedras basáltica a los que da sombra un pino canario de regular tamaño que, curiosamente, es el único que existe en la zona y varios kilómetros a la redonda. Por otra parte, en las paredes de las huertas situadas alrededor de la casona existe gran cantidad de piedras con grabados rupestres. En un altozano situado detrás de la casa está una era grande con el piso empedrado de manera tosca, tal como suelen ser los pisos de este tipo de construcciones agrícolas. Creemos  que, ambas construcciones, así como el aljibe, son  dignas de ser conservadas como bien etnográfico.

             De la primitiva casona de La Punta del Hidalgo, apenas quedan los vestigios de los cimientos. Otro elemento vinculado a la figura del pirata es la cueva conocida como de “Amaro Pargo” cueva de unos 88 metros de longitud, la cual sufrió un derrumbe provocado con unos cartuchos de dinamita, y que según creencia popular conectaba con la casa de Amaro Pargo, y era utilizada por éste para almacenar mercancías precedentes de las “empresas” que los barcos del pirata realizaban en las travesías americanas.

            Quizás el retrato más acertado que poseemos del pirata nos lo proporciona la jovial y siempre joven de espíritu, doña María Rosa Alonso,   en su libro Un rincón tinerfeño, Punta del Hidalgo. En ésta amena e interesante publicación que debieron costarle a la autora algún disgusto proporcionado por los apetentes de apellidos ilustres, según se desprende de una  especie de segunda parte del  mismo, donde a través de los diálogos mantenidos entre el “erudito” don Juan y el curioso pero  tímido don Pedro,  puntualiza con su natural desparpajo y simpatía, algunas notas que enriquecen aún más si cabe la primera parte del mencionado libro.

            Amaro Rodríguez Felipe, desde muy joven se destacó por mantener una actitud poco acorde con las exigencias morales de la sociedad de su época, actitud que hoy denominaríamos de rebelde o  inadaptado.

             El espíritu indómito del joven Amaro, proporcionó innumerables disgustos a sus progenitores, don Amaro Rodríguez Felipe y doña Beatriz Tejera Machado. La azarosa vida del inquieto Amaro, le llevó a buscar su destino en el mar, sirviendo en las galeras reales según una versión (ignoramos si obligado por su padre o por las circunstancias), o embarcando por propia voluntad como grumete en un barco pirata que estaba anclado en la rada de Santa Cruz, según otra. En ambos casos, las versiones coinciden en que, al verse atacado el navío donde prestaba sus servicios el avispado isleño, éste se permitió dar algunos consejos a su capitán, y que, seguidos por éste, les proporcionó la victoria sobre su presa, reportándoles un cuantioso botín, a partir de este hecho el joven Amaro comenzó a gozar de la estima de su capitán, lo que le permitió ir ascendiendo laboralmente, al tiempo que iba adquiriendo una sólida formación marinera y financiera.

El comercio de seres humanos era tan rentable como el vino o el azúcar. Grabado: Archivo del Autor.
 
            Con el trascurso del tiempo, el emprendedor isleño, decidió independizarse y trabajar por su cuenta, para ello se hizo con un buque (quizás el de su antiguo capitán) y dio inicio a sus empresas con tan buen acierto que en pocos años, y gracias al auge comercial que España, Portugal, Inglaterra, Francia y los países bajos mantenía con sus colonias americanas, Amaro pargo, poco a poco, logró hacerse con una considerable flota de navíos, dedicándolos a la recuperación en alta mar de los más diversos géneros tanto de importación como de exportación, incluidos en ellos los esclavos de Guinea, que después eran vendidos en las Antillas a propietarios de ingenios azucareros.
            Dueño de una considerable fortuna, agenciada durante su dilatada vida de pirata, decide desarrollar su capacidad de traficante iniciando sus actividades comerciales en tierra, y comienza a comprar importantes propiedades rústicas y urbanas en la isla, dirigiendo sus negocios marítimos desde su cede principal de La Laguna, pero siguiendo el movimiento de las flotas que se dirigían o retornaban de Indias desde su Atalaya de la hacienda Toriño. Necesitando de una base de operaciones situada en un lugar discreto, compra la hacienda de la Punta del Hidalgo, de la cual se erige en señor de “orca y cuchillo”, según afirmaban los pocos súbditos de hecho que no de derecho  que habitaban en el pretendido señorío. En esa época inclusa sufrió un motín protagonizado por un negro gigantesco que pastoreaba sus ganados por la zona de Guacada, éste se negó a pagarle tributo al pirata jurando además, matarle allí donde lo encontrara. Es posible que el pastor fuese bien conocido por don Amaro, (quizás un ex miembro de algunas de sus tripulaciones) pues éste decidió recoger velas y dejarle en paz.

             Desde su base puntera, don Amaro organiza la distribución de sus mercancías “importadas”, las que al estar exentas de impuestos y de costos de producción por decisión unilateral del mismo, producían  pingüe beneficios, parte de los cuales don Amaro invertía en obras de caridad, especialmente en iglesias y conventos, comenzando así a asegurarse un saldo favorable para el más allá, al tiempo que se iba ganando el respeto de sus conciudadanos, y muy especialmente la voluntad del clero, que recibía las liquidaciones de las primas del “seguro marítimo”. Este seguro aceptado por corsarios,  piratas e incluso armadores consistía en garantizarse el feliz término de  las empresas emprendidas mediante la protección de determinadas advocaciones y las plegarias de frailes y religiosas, generalmente los piratas y corsarios se dirigían a un santo de su particular devoción y les decía: “esto os daré, asegurador verdadero; guárdame mi navío” así, al término de cada viaje se procedía a la liquidación de la mencionada prima la que generalmente consistía en donaciones de ornamentos de plata para el culto y en crecidas sumas de dinero para misas de ánimas.

              Si grande debió ser la fortuna atesorada por el pirata, no menos debía ser las deudas contraídas con el cielo, como consecuencia de los métodos empleados en conseguirla, así, siguiendo las creencias y costumbres de la época, don Amaro se esfuerza en rebajar los números rojos en su cuenta corriente con el más allá y, además de los múltiples donativos realizados a iglesias y conventos, adquiere el patronazgo de la capilla de San Vicente Ferrer, en el convento de Santo Domingo, en cuya iglesia parroquial está ubicada la sepultura familiar y, en cuya lápida figura una calavera con dos tibias cruzadas, también donó la urna del Santo Entierro, según figura escrito en la misma <<Esta urna la mandó hazer el capitán don Amaro Rodríguez Felipe por su devoción este año de 1732>>. Como es bien sabido también costeo la urna que guarda el cuerpo incorrupto de sor María de Jesús como veremos más adelante. Fue así mismo benefactor de la ermita de San Amaro o del Rosario, aunque a decir verdad, no fue excesivamente generoso con éste modesto templo lugar de descanso de los peregrinos que desde diferentes puntos de la isla se desplazaban a Candelaria, y lugar de descanso también de la imagen en las ocasiones en que ésta era trasladada a la ciudad de La Laguna.  También fue hermano del Santísimo de los Remedios y de la Virgen del Rosario.

            Como la posesión de grandes riquezas lleva implícito la búsqueda del  reconocimiento social, el pirata decide dar lustre a sus apellidos y, así, aprovechando una de las frecuentes crisis económicas en que acostumbraban estar las monarquías españolas, inicia expediente de declaración de hidalguía, la que consigue en 1725, dos años después, obtiene certificación de nobleza y escudo de armas, dados en Madrid, (por supuesto a cambio de un sustancioso donativo para las arcas reales) y crea mayorazgos.

Uno de los aspectos mas conocidos en el ámbito popular de la vida de Amaro Pargo, fue su relación con la monja lega del convento de las clarisas María de León Delgado,  Sor María de Jesús, “ La sierva de Dios”. La fe popular ha venido creando en el transcurso de los siglos una serie de leyendas en torno a ambos personajes, en muchos casos alentadas y sustentadas por el clero. Veamos algunos sucintos rasgos biográficos de Sor María de Jesús: nace ésta en el Sauzal el 23 de marzo de 1648, siendo bautizada el 26 del mismo mes, sus padres fueron Andrés de León Bello y María Delgado, ambos descendientes de isleños según se desprende de una data otorgada en 1501 a Pedro de Vergara: << ...un pedazo de tierras que son junto con El Sausalejo linde con Pedro Hernández de las islas>> . Este Pedro casó con María Gutiérrez, quienes tuvieron a Pedro Hernández Perera y a Catalina Delgado, quienes entre otros hijos tuvieron a Andrés de León Bello, quien casó con María Delgado Perera quienes a su vez fueron padres de Pedro de León Delgado, Catalina de León Delgado, María de León Delgado y un hermano más cuyo nombre se ignora.

 Era frecuente que las familias extremadamente pobres, “colocasen” como criados  desde muy temprana edad a sus hijos pequeños al servicio de alguna familia pudiente, como medio de garantizarles la subsistencia. En este caso se vio Maria Delgado madre de la pequeña María, quien  con apenas siete años de edad tuvo que colocarla al servicio de la familia de un médico tinerfeño residente en La Laguna. Este médico posiblemente fue, el doctor don Bartolomé Álvarez de Acevedo, quien había estado ejerciendo su profesión en España donde probablemente casó, a juzgar por los calificativos que el biógrafo  de María don José Rodríguez Moure emplea al referirse a la esposa del doctor, a la que en unos pasajes denomina “peninsular” y en otros “española”. Este fue contratado por el cabildo de Tenerife en 1655 pero sus relaciones con el mismo no debieron ser muy buenas pues 1659 ya mantenía pleito con el mismo, y posteriormente,  le vemos gestionando el embarque con su familia para Indias, viaje que de llevarlo a cabo sería sin su esposa, pues ésta, ya había fallecido por estas fechas.

Generalmente la contratación de niñas para el servicio doméstico tenía lugar cuando éstas rondaban en torno a los diez o quince años de edad, aunque se producían algunas excepciones como en el caso de María de León y de otra también de siete años e igualmente procedente de Acentejo, que fue contratada por la viuda Carmenatys, la que además exigió a la niña un periodo de prueba de doce días, al objeto de comprobar si la niña se adaptaba a las exigencias domésticas de la viuda. La duración de los contratos oscilaba entre los cinco o ochos años, durante los cuales los amos se comprometían a alimentar vestir y calzar de manera modesta a la joven criada, al final del mismo, la sirvienta recibía una pequeña cantidad de dinero o más comúnmente una modesta dote compuesta de ropas de cama generalmente elaboradas por las propias dotadas, y algunos modestos enseres domésticos, ya que el fin último de estas muchachas de servicio era el matrimonio, se acostumbraba a especificar en los contratos que las niñas estaban obligadas a prestar las labores propias de una casa tales como: lavar, fregar, cocinar, hacer mandados... <<de todo el serviçio de una casa  e de mandados e servicios honestos que se suelen hazer por muchachas que se ponen de serviçio  de cosas buenas e honestas en  cualquier casa e de mandados por las calles, e a las cuales se le ofrecen buena doctrina e honestas costumbres>>. A pesar de las aparentes buenas intenciones de la letra de estos contratos, la verdad es que, estas niñas, servían en un régimen de semi esclavitud, realizando trabajos superiores a sus fuerzas, y en unas jornadas laborales que solían durar desde el amanecer hasta las diez o doce de la noche, sin gozar de más asueto que el de alguna festividad celebrada por sus amos, o cuando éstos arbitrariamente decidían conceder algún descanso, además de daba la circunstancias en la mayoría de los casos de que sí la criada enfermaba, ésta estaba obligada a prolongar su servidumbre tantos días como hubiesen durado su enfermedad. 
 

Detalle de un mapa de Torriani, la flecha indica el desaparecido Callejón de la  trasera de la Catedral, donde el misterioso caballero quiso comprar a la niña.
 
            La vida de la pequeña María con la familia del médico  no debió ser muy agradable, pues a pesar de que apenas contaba con 7 años de edad se le obligaba a realizar tareas domesticas propias de adultos, fregar, lavar, cernir la harina para el pan, e  incluso ensillar el caballo del doctor  empleando una banqueta para poder colocar la asilla en la grupa del animal. La madre de la pequeña al tener conocimiento de estos abusos, y ante la posibilidad de que se la llevasen a América,  trató de rescatar a su hija, pero la esposa del médico se negó rotundamente. Ante la decidida actitud de la española,  María Delgado tuvo que hacer uso de la astucia y, argumentando la celebración de las fiestas del Salvador en su pueblo natal, pudo convencer a la esposa del médico para que dejara marchar a la niña durante unos días, conseguida la autorización de la empleadora, no sin muchas cortapisas, la madre de la niña aprovechó  las circunstancias para enviar a su hija con unos parientes que tenía en la Orotava. La española –como la califica Moure- montó en cólera al tener conocimiento de la negativa de la madre de María a que esta volviese a su servicio, en cumplimiento del resto del contrato que por aquellas épocas acostumbraba a celebrarse. El despecho de la señora fue tal que llegó incluso a contratar a unos matones para que se trasladaran al Sauzal y secuestraran a la pequeña María, destino de la que se libró al encontrarse refugiada con  sus parientes en la Orotava.

            Fallecida la madre de María de León, ésta, continuos algunos años viviendo en compañía de la familia de Inés Pérez sus parientes de la Orotava, con quienes sin duda, adquirió conocimientos de medicina popular y de la consiguiente utilización de plantas medicinales, conocimientos que más adelante empleó no solo en beneficio de sus compañeras de claustro, sino que, ayudó a ciudadanos que la con consultaban sobre determinadas dolencias, entre los que figuraba un conocido médico a quien curó de una enfermedad cutánea.

             Pasados unos años, se presentan en casa de la familia de María, en la Orotava, dos misteriosas “damas” procedentes de La Laguna que portaban una carta supuestamente escrita por su tío Miguel Pérez Perera, su pariente, y casado con su tía Catalina Delgado, hermana de su madre, residentes en la ciudad, hombre económicamente bien situado, en ella se le pedía a la joven que se trasladara a La Laguna para vivir con los mismos. La joven María y las dos misteriosas damas inician a píe el camino de regreso a La Laguna, haciendo un alto de descanso en el Sauzal, llegadas a la ciudad, las dos mujeres, aprovechando el desconocimiento que María tenía de la población, en lugar de acompañar a la joven directamente a casa de sus tíos, comenzaron a vagar por las calles hasta  que en un callejón que existía a espalda de la parroquia de los Remedios y, que hoy está ocupado por parte del altar mayor de la Catedral, en él, se encontraron con un misterioso caballero, con el cual las dos mujeres mantuvieron avivada conversación, llegado a un punto en que, el caballero exigió ver el rostro de la joven María, la cual  como era habitual por esas fechas llevaba cubierto. Por los retazos de conversación que pudo oír la joven María, comprendió que de lo que estaban tratado aquellas arpías y el supuesto caballero era nada y nada menos que la venta de su virginidad, horrorizada, salió corriendo de aquel callejón y preguntando a un viandante sobre el domicilio de Pedro Bello, tío suyo a quien recordaba, obtenida la información se dirigió a casa de éste.

             Grande fue la sorpresa de Pedro Bello cuando se encontró con su sobrina, y mayor fue la de sus otros tíos Miguel Pérez y Catalina Delgado, cuando por aviso de aquél supieron que estaba en su casa; y aunque extrañados de que a píe y sin orden suya hubiera hecho aquel largo viaje, enterados de lo ocurrido, alojaron a la joven en su domicilio. Por otra parte, es evidente que Fr. Jacinto de Contreras que con el tiempo fuera el confesor de la- ya- sor María de Jesús, conoció la identidad de las dos “Celestinas”, pero por “caridad” es decir, por no herir la vanidad de algún acrisolado linaje familiar de La Laguna, se guardó de consignarlos en la biografía  que de la monja estaba escribiendo cuando le sorprendió la muerte.

             Instalada María en casa de sus tíos, fue destinada a las labores propias de la casa, no distinguiéndose de los esclavos y criados que sus tíos tenían, así transcurrieron algunos años,  hasta que por mantener el buen nombre de la familia éstos decidieron  buscar acomodo a la chica con el matrimonio, pero María era poco proclive al mismo, así que optaron por hacerla profesar como monja en el convento de Santa Clara sirviendo como criada de su prima, la hija de sus tíos Miguel Bello y Catalina Delgado, que ya había profesado como monja de velo. Ignoramos las causas que motivaron en María el rechazar la entrada en el convento de las Claras, optando por hacerlo en el Santa Catalina, donde hacía falta una lega que se hiciera cargo del cuidado de una monja anciana y enferma, así pues una mañana del domingo 22 de febrero de 1668, entró al servicio de Sor San Jerónimo (es curioso el que por esas fechas a las monjas se les impusiesen nombres de Santos varones,) con gran disgusto de sus tíos que, veían así privada a su hija de los servicios de la criada que le habían destinado. Una vez ingresada, le fue destinada una celda infestada de ratas e insectos, en la cual vivió hasta que pudo comprarse otra más decente en el propio convento por el precio de 500 reales. Es indudable que en esta ocasión los conocimientos que María tenía sobre herboristería les fueron muy útiles para librarse de las plagas de ratas e insectos mediante algunos sahumerios, aunque algún biógrafo interpreta que dicha liberación se produjo por la intervención de algunos ángeles.

             Para su subsistencia  dependió siempre de las limosnas que desde el exterior le remitían, pues  la comunidad no se hacía cargo de su alimentación, a pesar de los trabajos que la lega realizaba en el convento después de la muerte de su ama sor San Jerónimo.

             Esta ampliamente recogido por los biógrafos de la monja, las labores de sanación llevadas a efecto por sor María de Jesús, en las que, independientemente de la mística, demostró un amplio conocimiento de las plantas medicinales y de las enfermedades a que debían aplicarse, curando incluso a un doctor como hemos dicho, de unas afecciones que padecía en la piel.
           
La piedad popular de la época fomentada por el clero, llegó a atribuir a la monja el don de la bilocación, don empleado por  sor María de Jesús, no sólo para proteger al pirata Amaro Pargo, sino incluso sus “empresas” y colaboradores, conforme se desprende de determinadas leyendas atribuidas a la moja como veremos a continuación.

Estando Amaro Pargo desarrollando sus actividades habituales en alta mar, fue sorprendido por una tormenta que estuvo a punto de hacer naufragar al navío, en tan grave trance recordó que llevaba consigo unos objetos de sor María de Jesús, que él consideraba como reliquias las arrojo al mar, implorando la intervención de la monja, inmediatamente se calmó la borrasca,  la nave recobro el rumbo arribando felizmente al puerto de Santa Cruz.
En otro de sus viajes, abordan un navío mercante de manera decicidida; arrojan los garfios y asaltan a la presa, la tripulación de ésta opone una dura resistencia  entablándose un sangriento combate cuerpo a cuerpo entre ambas tripulaciones, y auque los piratas hicieron gala de una gran bravura, era tal el valor y denuedo de los contrarios, que les obligaron a batirse en retirada, cuando estaban próximos a rendirse, Amaro Pargo oye una voz que le decía <<anímate, no temas, Dios está de tu parte>> este mensaje hizo que el pirata recobrara bríos y animando a su gente, arremetió de nuevo contra la presa con tal ímpetu que consiguieron reducir y apresar al navío. Llegados triunfalmente al puerto de Santa Cruz de Tenerife con la embarcación apresada un sábado Santo. En memoria de tal acontecimiento, el pirata dotó perpetuamente con parte de sus bienes el costo de exponer al Santísimo Sacramento, el lunes y martes de la pascua de Resurrección de cada año, en la Iglesia del Monasterio Santa Catalina, por atribuir la victoria obtenida a la intercesión de sor María de Jesús a quien fue a visitar y dar las gracias, y dando relación detallada de los pormenores del combate, entendiendo el pirata que la sierva había tenido revelación del combate y del peligro que éste había corrido y quizás permiso del Señor para ir a alentarle.

Otra de las ocasiones en que Amaro Pargo fue objeto de la protección de la monja, a decir de los biógrafos de ésta, tuvo lugar en La Habana cuando el pirata enfrascado en alguna de sus “empresas”; una noche, Amaro Pargo es atacado por un desconocido en una taberna, quien le tiró varios golpes de daga de los cuales salió ileso, huyendo el agresor acto seguido, Dando gracias Dios por salir bien librado de la agresión, quedando extrañado de no haber sido herido; al día siguiente le dirigió un hombre y le preguntó <<si no era él la persona con quien en la noche anterior había tenido unas palabras y si no le había resultado algún daño>>, contestándole que sí, y que a Dios gracias estaba ileso. El agresor confuso, le suplicó le dijera que devoción particular tenía que le había librado de tanto peligro, a lo que el pirata contestó diciéndole que en un Monasterio de Tenerife había un alma justa, que creía le encomendaba siempre a Dios; oído lo cual, el hombre le rogó marcara el día, y conmovido le confesó que le había agredido creyendo que lo había dejado muerto.

Tras su viaje, cuando don Amaro llega a La Laguna, fue como en él era habitual a ver a sor María de Jesús, y contándole la experiencia vivida en La Habana, ella le mostró un cobertor que estaba acribillado de cuchilladas, haciéndole ver que, éste, había recibido los golpes dirigidos contra su persona, haciendo la moja esta manifestación al pirata por consejo de su confesor. Se dice que el pirata conservó el cobertor durante toda su vida llevándolo siempre consigo en todos sus viajes.

Otra de las situaciones en que el don de la bilocación permitió a sor María de Jesús, socorrer los intereses de la casa de Amaro Pargo, sucedió – según una  leyenda– que, arrollado por una tempestad un barco perteneciente a la flota del pirata, que venía de retorno para estas islas, el Capitán vio una monja que los socorría, superada la tormenta, el navío arriba felizmente a la isla, el Capitán da cuenta a don Amaro de los pormenores del viaje especialmente de la visión que tuvo durante la tormenta, afirmando que vio tan claramente a la monja que,  de volver a verla, la reconocería sin duda alguna. Llevado al convento de Santa Catalina por el confesor de la comunidad, fueron llamadas al locutorio las monjas, y en cuanto el Capitán fijo la vista en las monjas señaló a sor María de Jesús como la monja que había visto y les protegió durante la tormenta.

Creemos que es digno de significar el hecho que en los episodios referentes a la bilocación hasta aquí narrados, de manera directa o indirecta, siempre estaba presente la figura del confesor de sor María de Jesús. Ignoramos si éste lo era también de don Amaro Pargo.

Después de algunos intentos por abandonar el convento, María de León entró en una fase de tranquilidad espiritual, posiblemente fue en este periodo cuando comenzó a tener contactos con Amaro Pargo, quien visitaba a una hermana suya que compartía claustro con sor María de Jesús, esta hermana de Amaro, era conocida por Sor San Vicente Ferrer. Los lazos de amistad entre el pirata y la monja se fueron acrecentando con el tiempo, hasta el punto de que el pirata no dejaba de visitar y obsequiar a la monja cada vez que regresaba de sus “empresas” marítimas, y cuando decidió dedicarse a sus negocios en tierra, continuó frecuentado a la monja a quien solía consultar en momentos de dudas.

 En el año de 1731, un doce de febrero Sor María de Jesús entra en un trance en el cual se mantiene hasta el 15 del mismo mes, en que, entre las doce y las trece, fallece a los ochenta y cuatro años diez meses y veinticuatro días de edad. Era frecuente en la época que los cadáveres de las monjas fuesen enterrados sin féretros, pero en el caso de Sor María de Jesús, el opulento don Amaro Pargo dispuso que el cuerpo de la monja fuese sepultado en una caja.

   Es digno de encomio el afecto que, mostró siempre hacía la monja, el pirata, a los tres años de la muerte de la misma, hace gestiones antes los superiores de la orden de Santo Domingo en la Provincia para exhumar el cuerpo de Sor María de Jesús. Cumplidas todas las formalidades del caso, en la tarde del veinte de enero de 1734, se reunieron en el coro bajo del monasterio de Santa Catalina, el P. Provincial, Fr. Luis Leal, el Prior de Santo Domingo Fr. Pedro González Conde, el Regente de Estudios Fr. Luis Díaz, el Secretario Fr. Juan Bautista y el Secretario Eclesiástico y Apostólico don Miguel Hernández de Quintana, Prebístero;  también concurrieron al acto los seglares Dres. Don Francisco Barrios y don José Sánchez médicos, los Capitanes don Amaro Rodríguez Felipe y don Antonio de Torres, y los afectos al convento don Andrés José Jaime y don Juan Hernández, encargados de abrir la sepultura.

              Comenzaron a abrir la sepultura colocando la tierra a los lados, Amaro Pargo en su ansiedad por ver la caja resbaló cayendo en la fosa y rompiendo la tapa del ataúd, en cual penetró gran cantidad de tierra. Una vez sacada la caja y abierta se vio que el cadáver estaba muy reducido y los hábitos completamente mojados, el Padre Provincial tocó las manos del cadáver y estas se desprendieron descompuestas, siendo ya tarde y oscuro decidieron dejar el examen para el día siguiente, ordenando el  Padre Provincial el traslado del féretro a la celda que había habitado la difunta, mandando clavar la ventana y la puerta, poniendo a dos religiosas de guardia, acordando que al día siguiente procederían a separar los hueso y demás despojos de la monja, atribuyendo la humedad que mojaba el cadáver y la caja a la pérdida de agua de una tubería que surtía al convento y que pasaba por la parte exterior de la pared del coro.

Al día siguiente concurrieron los personajes arriba citados más el Doctor Barrios que se encontraba de visita en el convento, abiertas la celda y la caja en que estaba el cadáver, comenzó a separar la tierra con sumo cuidado pues por causa de la humedad ésta se había convertido en lodo. Finalizada esta operación, se observó que el cadáver  estaba prácticamente entero (excepto las manos y píes) flexible y con todo su pelo en la cabeza, el paladar y lengua fresco y sonrosados, con su color natural, destilando todo él sangre y un líquido que mojaba los nuevos vestidos que le pusieron así como el lugar donde estaba situado, creyendo que la destilación del cadáver era debido a la humedad del lugar donde había estado enterrado, José Jaime y Juan Hernández  abrieron de nuevo la sepultura, no encontrando más humedad que la habitual, y cogiendo puñados de tierra y apretándolos fuertemente, ésta no soltó la más mínima gota de agua. Pasados 20 días de la exhumación continuaban destilado líquido igual que al principio. Todo lo expuesto animó al capitán Amaro Rodríguez Felipe a costear el lujoso sarcófago en que reposan los restos de la monja, en lugar de la sepultura que le tenía prevista, y haciendo esculpir en la urna en un claro deseo de dejar constancia de su sobrenombre los siguientes versos:

                         P arece a quien el humano afán
                         A  mirar con luz divina
                         R ara ave peregrina
                         G irando al Cielo Guzmán
                         O al trono de Catalina.

             Es posible que la momificación del cadáver  de Sor María de Jesús se debiera al proceso conocido como saponificación, éste tiene lugar cuando la cantidad de grasas en el cuerpo del difunto tiene un volumen considerable, esta grasa se transforma en adipocira, dando lugar a un proceso de saponificación  o hidrólisis de las grasas cuando existe un grado de humedad determinado. De esta manera el cuerpo  muerto dispone de una protección natural que lo aísla de los agentes externos y, por tanto, de la putrefacción. También al acrecentar al máximo el misticismo mortificando su cuerpo con severas penitencias, es viable que el organismo desarrollase mecanismos de defensa creando alguna sustancia endógena que, sería la responsable de la conservación del cadáver.

Casos de momificación similares  al de Sor María de Jesús, se producen con cierta frecuencia en los conventos y monasterios de todo el mundo y en todos los tiempos, en el siglo XVII está registrado un caso similar, el de sor María de Jesús de Agreda, cuyos restos se conservan en la clausura concepcionista de su monasterio. En las revisiones efectuadas al cadáver en los años 1909 y 1989, se observó que éste no había sufrido deterioros apreciables en los últimos ochenta años. Ambas monjas tenían en común el hecho de haber sido enterradas en condiciones pésimas, tenían el don de la bilocación y el sufrir frecuentes estados de éxtasis, y como caso curioso, el cadáver de la madre de sor María Jesús de Agreda, Catalina de Arana, se conserva incorrupto aunque algo estropeado, ésta mujer también estuvo rodeada de un halo de santidad y misticismo. Recientemente, el 20 de abril de 1982, se procedió a desenterrar el cadáver de la monja franciscana sor Clara Sánchez García, del convento de Santo Domingo, en Soria, el cuerpo de la monja pese a haber estado enterrado bajo tierra y sin ataúd, y con humedad por todas partes, su cuerpo se conserva en perfectas condiciones; la piel tenía su color y los miembros los tenía flexibles. Hoy en día son millares los cuerpos incorruptos, entre ellos,  figuran los del  Papa Juan XXIII, el monje Charbel, Santa Bernardette, el cura de Ars, el maestro budista Hui Neng, e infinidad de místicos y seglares.

Creemos interesante insertar a continuación uno de los primeros documentos relativos a la exhumación de los restos de sor María de León:

CERTIFICACIÓN

DEL NOTARIO ECCO. Y APP. D. MIGUEL HERNÁNDEZ DE QUINTANA.

<<Yo D. Miguel Hernández de Quintana, Prebístero, y vecino de esta Ciudad de La Laguna, Isla de Tenerife, testifico a todos los que la presente vieren como hoy veinte de enero de este presente año de mil setecientos treinta y cuatro años, habiendo sabido y entendido que en la tarde del expresado día estaba dispuesto el exhumar el cadáver de la Venerable Soror María de Jesús, Religiosa del Monasterio de Santa Catalina de Sena de esta dicha Ciudad, me fui a la Iglesia del dicho Monasterio a la hora de Vísperas, con el motivo de ver si podía yo hallarme presente a la exhumación de dicho cadáver, y con efecto lo conseguí mediante la licencia del M.R.P. Mtro. Provincial Fr. Luis Tomás Leal y habiendo entrado en el coro bajo de dicho Monasterio con el dicho M.R.P. Mtro. Provincial el Muy Reverendo P. Prior Fr. Pedro Conde, R.P. Regente J. Luis Díaz, Secretario Fr. Juan Bautista, los doctores D. Francisco de Barrios, D. José Sánchez y el Capitán D. Amaro Rodríguez Felipe y D. Antonio de la Torre, se empezó a hacer la exhumación y se desenterró el cuerpo de la Venerable Soror María de Jesús con el motivo de trasladarlo a otro nuevo sepulcro y habiendo extraído el cajón o urna de la sepultura (habiéndole caído antes alguna porción de tierra dentro de él, por haberse desunido la tapa de la sepultura que estaba contigua) se levantó la tapa y quedó patente el cuerpo y éste, a juicio prudente de todos los referidos que lo estaban mirando para ver si se había deshecho y consumido por el poco lugar que ocupaba en la urna y éste juicio que entonces hicimos lo confirmamos luego viendo que el M.R.P. Provincial le fue a coger las manos como para alzárselas y se le desunieron y desbarataron, de que inferimos que el cuerpo estaba resuelto y que la causa de esto era la grande humedad que había en el terreno  a donde estaba enterrado el cajón con dicho cuerpo, pues se reconoció también en esta ocasión que el hábito y la demás ropa estaba mojada y que todo provenía de que pasaba por cerca de la sepultura la cañería o conducto por donde va el agua al dicho Monasterio y luego sin dilación se volvió a cerrar y clavar el dicho cajón y se llevó (ayudando yo a ello) a ponerlo en la celda que había sido de dicha Venerable Soror María de Jesús, en donde se colocó, habiendo quedado las puertas cerradas y clavadas de mandato del dicho M.R.P. Provincial. Y así mismo testifico haber concurrido en el dicho coro bajo de dicho Monasterio todos los arriba expresados (menos el Dr. D. José Sánchez), en el día veintiocho de dicho mes de Enero y de mandato del M.R.P. Provincial, se abrió el sepulcro donde había estado enterrado el cuerpo de la Venerable María de Jesús, para reconocer si en aquél terreno podía haber tanta humedad, que podía ser causa de estar mojado el hábito y ropas del cadáver; y habiendo abierto aún más profundo (a mi parecer) de lo que estaba antes de exhumar dicho cadáver, se registró con luz, habiendo abajado al plano, del, el dicho M.R.P. Provincial y después me dijo su Paternidad M.R. bajase yo y con efecto entré y estuve con una barreta escarbando la tierra por diversas partes y la hallé cuasi seca y sin humedad y como cualquiera otra sepultura regular, de manera que cogiendo yo la tierra y escarbándola con los dedos en el plano del sepulcro y apretándola con la mano volviéndola a soltarla  casi me quedaba sin haberme suciado y habiéndose vuelto a cerrar el sepulcro pasamos a la celda en donde estaba el cuerpo de dicha Venerable Soror María de Jesús el cual ya estaba puesto y tendido con camisón y enaguas todo nuevo y habiéndole desatado la camisa por el cabello reconocí que el cuerpo estaba entero y sólo le faltaba los pies y manos por haberse ido desbaratando, y estaba al parecer con sus carnes, pescuezo y cabello en la cabeza y el estomago esta flexible y blando a modo de un cuerpo vivo y de ser así todo lo que dejo referido lo juro in vervo sacerdotis en dicha Ciudad en veintinueve de Enero de mil setecientos treinta y nueve años=Miguel Hernz. Quintana.>>

 El capitán don  Amaro Rodríguez Felipe, sobrevivió a Sor María de Jesús 16 años, falleció un miércoles 4 de octubre sobre las ocho de la mañana y fue enterrado al día siguiente en el convento de Santo Domingo, en su bóveda a la entrada de la puerta a mano derecha, en la capilla de San Vicente Ferrer, de la que como hemos dicho era patrón.

             Queda una incógnita que no hemos podido resolver, ¿quién fue el misterioso caballero que quiso comprar en el antiguo callejón de la parroquia de los Remedios, la virginidad de la joven María de León Delgado?





Fuentes consultadas
Elías Serra Rafols
“Las Datas de Tenerife libros I al IV”
Pedro Pablo Pons
“El Libros de las Momias””

José Rodríguez Moure
“Cuadros Históricos de la Vida y Virtudes
de la Sierva de Dios Sor María de León Delgado”


Autores citados en el texto.:


Portada: Blas de lezo rindiendo al navío Inglés
“Stamhope”. A. Cortellini. Museo Naval. Madrid



  
  

   

 



  













  


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