En los remotos montes de las Islas Canarias existen casos de apariciones de grandes perros negros y lanudos, que asustan a las infortunadas personas que tienen la desgracia de toparse con ellos. Ninguna prueba avala la existencia de los mismos, por ello se les considera seres espectrales. Estos perros fantasmas son conocidos por el nombre de “Tibicenas”, y quizás no sean exclusivos de estas islas, ya que se conocen muchos casos por toda España, en Francia, Reino Unido y por todo el planeta. Pero la particularidad de los Tibicenas radica en que ya eran conocidos por los antiguos aborígenes de Canarias, mucho tiempo antes de la invasión y conquista española y por la tremenda similitud entre los testimonios a lo largo de los siglos. Los Tibicenas han pasado la barrera del tiempo y se siguen manifestando por los montes canarios hasta fechas recientes.
Las Islas Canarias en su origen, estaban habitadas por una raza a la que se conoce por el gentilicio de Los Guanches, y éstos contaban entre sus leyendas con una especie de animal con aspecto de perro negro, al que denominaban Tibicena . Si este ser era autóctono de estas islas o fue traído dentro de las creencias de alguna de las oleadas aborígenes, que fueron llegando a este archipiélago, se desconoce. No conocían la escritura y sólo tenemos la trasmisión oral de sus leyendas, aparte de los relatos escritos por los cronistas castellanos llegados después de la conquista de Canarias.
De la rica cultura guanche nos ha llegado esta inquietante leyenda que no deja de tener sus connotaciones misteriosas. Los habitantes de Canarias creían en unos “ perros grandes, negros y lanudos, que representaban la encarnación del mal; demonios de forma canina que solían presentarse al caminante solitario en lo oscuro de los barrancos y caminos” . Estos seres aparecían en las tinieblas de la noche y es del todo lógico pensar que aterraban a los isleños, los cuales solían vivir en estrecho contacto con la naturaleza, pues habitaban cuevas y estaban sumergidos casi en el Neolítico.
Siendo considerados seres del inframundo y del entorno de los espíritus , eran temidos y por ello, les rendían culto a través de pequeños sacrificios ante pequeñas imágenes o ex votos, a modo d e ídolos de terracota o barro cocido, como los encontrados en La Aldea de San Nicolás, Barranco de Guayedra, en Agaete y San Bartolomé de Tirajana , en la Isla de Gran Canaria. Obtener el favor de estos seres espectrales para no sufrir sus encuentros podría ser el motivo por el cual, se han hallado estos curiosos ídolos de forma humana y de animales. Algunos ídolos son muy extraños, ya que representan a una especie de mono u oso, cuando ambos animales no existen en la fauna isleña. Pero además, hay un curioso ídolo que tiene una morfología tal, que podría pasar por una especie de Yeti, de aspecto antropomorfo, cubierto de pelo oscuro y rostro agresivo. Su pose y actitud refleja autoridad, como un presumible objeto de culto, al igual que otros tantos ídolos aborígenes de los que se tienen probada constancia de representar a deidades, como por ejemplo el Ídolo de Tara , con el cual presenta ciertas semejanzas. De hecho, en la literatura científica y arqueológica canaria, a estas figurillas de terracota de variadas formas, se las conocen también por el nombre de Tibicenas, como confirmación de su aspecto mágico y ritual.
De la rica cultura guanche nos ha llegado esta inquietante leyenda que no deja de tener sus connotaciones misteriosas. Los habitantes de Canarias creían en unos “ perros grandes, negros y lanudos, que representaban la encarnación del mal; demonios de forma canina que solían presentarse al caminante solitario en lo oscuro de los barrancos y caminos” . Estos seres aparecían en las tinieblas de la noche y es del todo lógico pensar que aterraban a los isleños, los cuales solían vivir en estrecho contacto con la naturaleza, pues habitaban cuevas y estaban sumergidos casi en el Neolítico.
Siendo considerados seres del inframundo y del entorno de los espíritus , eran temidos y por ello, les rendían culto a través de pequeños sacrificios ante pequeñas imágenes o ex votos, a modo d e ídolos de terracota o barro cocido, como los encontrados en La Aldea de San Nicolás, Barranco de Guayedra, en Agaete y San Bartolomé de Tirajana , en la Isla de Gran Canaria. Obtener el favor de estos seres espectrales para no sufrir sus encuentros podría ser el motivo por el cual, se han hallado estos curiosos ídolos de forma humana y de animales. Algunos ídolos son muy extraños, ya que representan a una especie de mono u oso, cuando ambos animales no existen en la fauna isleña. Pero además, hay un curioso ídolo que tiene una morfología tal, que podría pasar por una especie de Yeti, de aspecto antropomorfo, cubierto de pelo oscuro y rostro agresivo. Su pose y actitud refleja autoridad, como un presumible objeto de culto, al igual que otros tantos ídolos aborígenes de los que se tienen probada constancia de representar a deidades, como por ejemplo el Ídolo de Tara , con el cual presenta ciertas semejanzas. De hecho, en la literatura científica y arqueológica canaria, a estas figurillas de terracota de variadas formas, se las conocen también por el nombre de Tibicenas, como confirmación de su aspecto mágico y ritual.
En la religión prehispánica, la mujer ostentaba un cargo importante: las Harimaguadas , eran vírgenes y sacerdotisas dedicadas a los ceremoniales religiosos , hacían predicciones del futuro y en unos rituales llamados “ Gucanchas”, invocaban al Demonio , el cual solía presentarse con forma de perro grande y lanudo en casi todas las ocasiones, según nos cuentan las tradiciones. Ante la aparición del Tibicena hacían ofrendas y sacrificios, con la incineración de perfumes vegetales que confeccionaban con resinas y plantas del entorno.
Según las antiguas crónicas, los Tibicenas también podían manifestarse con morfología distinta a la canina, con aspecto porcino o de otros cuadrúpedos, pero su denominador común era su pelaje oscuro y su capacidad de desmaterializarse en el acto, ante el asombro de los testigos. Por ser considerado por los antiguos guanches como una entidad mágica, en el supuesto caso de haber sido capturado uno de ellos, sin duda habría sido momificado para ostentar poder ante aquellas criaturas, y eso no hubiera pasado desapercibido para los cronistas españoles llegados tras la conquista, y por ende, ser trasmitido hasta nuestros días como una hazaña heroica. En la arqueología canaria no se tiene ningún vestigio de la existencia de tales seres, con la salvedad de las enigmáticas figuritas de barro cocido antes mencionadas y que presumiblemente eran depositadas en determinados lugares o caminos para la protección personal.
Desde siempre se han considerado a los Tibicenas como seres demoníacos o malos espíritus, pudiendo en algunos casos, multiplicarse en número o cambiar su fisonomía, desde aspecto humano al de animal y viceversa. No es de extrañar que por ello, siempre se les haya asociado con los seres del mal.
Como los guanches no conocían la escritura, ni adornaban sus cuevas ni sus vasijas de barro con figuras humanas o de animales, irremediablemente se ha perdido en el tiempo casi toda la casuística acontecida durante siglos, llegando hasta nosotros unos pocos casos por la mera transmisión oral. Y es gracias a éstos cronistas del pasado, que no se haya perdido este viejo conocimiento, que ha pervivido a través de sus obras.
En ambientes urbanos se desconoce la existencia estos seres, pero en el medio rural isleño es diferente, ya que la orografía propicia que existan muchos parajes solitarios, y barrancos profundos y sombríos, aspecto este que favorece las apariciones en los lugares más remotos y peor iluminados. Evidentemente, cuanto más atrás en el tiempo se retroceda, mayores posibilidadades hay de encontrar testimonios, ya que en la actualidad, la gente se desplaza mayoritariamente en automóviles y por vías fijas, reduciéndose notablemente los encuentros con lo extraño.
A lo largo del siglo XX, también abundan los testimonios orales o por escrito que describen esta fenomenología. Hace cincuenta años, las condiciones ambientales en Canarias no eran las mismas que hoy día: no habían carreteras asfaltadas ni vías rápidas, la iluminación era muy pobre y la demografía no era elevada; escaseaban los coches y muchos canarios, tenían que recorrer grandes distancias a través de caminos y veredas de madrugada, para estar a primera hora en sus lugares de trabajo. Por eso no es de extrañar que a medida que nos acercamos a los años actuales, vayan disminuyendo las visiones de los Tibicenas u otros seres extraños.
En ciertos relatos aparecen los Tibicenas con características humanas y provistos de inteligencia y, puestos a contrastar información, podemos recordar lo expresado por H. P. Blavatsky en La Doctrina Secreta , publicada en 1.888, acerca de una raza supuestamente extinguida: «pero los anales esotéricos muestran a éstas criaturas velludas como los últimos descendientes de aquellas Razas lemuro – atlantes, que engendraron hijos con animales hembra de especies extinguidas hace largo tiempo, produciendo así hombres mudos, “monstruos” como dicen las “Estancias”». Los Tibicenas semejantes a Yetis también se ven reflejados en la obra Una Dinastía Guanche , de Pedro Castejón , en el que se relata un encuentro entre un campesino de la zona de Las Rosas (Gáldar, Gran Canaria), con un Tibicena que caminaba erguido en el año 1.932, siendo este el último avistamiento conocido y constatado por escrito.
A mediados de los años cuarenta, un vecino del barranco de Mogán , en la isla de Gran Canaria, se dirigía desde su domicilio a las tierras de labor que explotaba barranco arriba, en horas anteriores al alba para comenzar la jornada rutinaria. Aún era de noche pero esta vez se iba a encontrar con una sorpresa en el conocido camino: cuando al llegar a un pequeño paso se topó con un cerdo de medianas dimensiones, extrañándole el hecho de que su cuerpo estaba provisto de abundante pelo negro y brillante, como el azabache, cosa poco usual. Por supuesto se quedó petrificado ante lo extraño de la visión. Tras observar absorto al animal, reconoció rasgos familiares en el mismo, como si fuera una persona ya conocida. En tal punto el cerdo le habló diciéndole: “¡ Tú sabes quién soy yo...! ”, transfigurándose en el acto en una mujer que efectivamente era vecina del entorno en donde él habitaba. Nuevamente ésta se dirigió a él diciéndole: “ No puedes contarle a nadie quien soy; este secreto te lo tendrás que llevar a la tumba, o si no, ¡tu familia lo pagará! ”. Tras escuchar estas amenazas, se asustó mucho y continuó con sus quehaceres, profundamente turbado por la experiencia vivida aquella noche. Consecuencia de ello fue que tardó varios años en confesarles a sus familiares lo ocurrido aquella noche, sin desvelar jamás la identidad de la mujer Tibicena.
Esta asociación de los Tibicenas con las mujeres no es casual; primeramente fueron las Harimaguadas las que dominaban a dichos animales y posteriormente las brujas; en el acervo cultural canario existen numerosos casos en que se involucran a las brujas con los perros negros. También existen muchos santiguados en los que hacen referencia expresa a este animal espectral, como por ejemplo: “ Perro maldito/ vete de aquí/ que éste no es tu viejo/ no es para ti ”. Domingo García Barbuzano , en su libro La Brujería en Canarias nos da buena cuenta de ello y a la sazón, también nos narra el suceso ocurrido en 1.922 en el Valle de Guerra , en Tenerife, donde “ Seña Ángela” , que contaba en aquel entonces con diez años de edad, se encontró de noche con otro extraño Tibicena en el lugar denominado “ La Cruz de Tagoro ”: La testigo iba en esa ocasión con una amiga, tras recoger un farol para ayudar en las labores de empaquetado de tomate en Las Toscas de Abajo , porque al día siguiente iban a embarcarse estas hortalizas y tenían que trabajar duro aquella noche. Seña Ángela recuerda: “ Cuando volvíamos de buscar el farol, vi en la Cruz de Tagoro, un perro tan grande como jamás había visto cosa igual, sus ojos eran rojos y se clavaron fijamente en mí, y su color era blanco como el de una oveja. Viendo aquello me santigüé, aceleré el paso y no me paré hasta llegar al empaquetado”. Cuando llegaron a donde estaban los trabajadores, las dos amigas pudieron confirmarse que efectivamente habían visto lo mismo y, desde ese momento, se cuidaron mucho de no volver a pasar por allí, ya que era un sitio con fama de aparecidos y sucesos extraños.
En este testimonio el Tibicena era de color blanco, pero no es el único caso, también tenemos otro suceso ocurrido en 1.968, cerca de Agüimes , en Gran Canaria, donde un jornalero que se dirigía desde los tomateros hacia su casa, se topó con un perro blanco de grandes dimensiones, al que tuvo que mantener alejado arrojándole piedras hasta llegar a su vivienda. Algo fuera de lo común tuvo que poner en guardia a un hombre de campo, acostumbrado a tratar con animales de toda índole. Lo cierto es que, aunque los encuentros con Tibicenas son abundantes y han provocado terror a los testigos, es curioso el hecho de que no se tiene constancia de ningún tipo de agresión física ni lesión personal, antes bien, se diría que estos seres se limitan solamente a asustar a las personas, como si se alimentaran del pánico generado.
No siempre los perros negros amedrentan a los pobres caminantes, otras veces parecen huir de quien los ve; tenemos el caso de Carmelo S., que contaba con 23 años en 1.956, cuando se desplazaba de madrugada desde Los Sauces hasta La Cuesta , en la isla de La Palma , y en una abrupta ladera del barranco de La Herradura , de repente se encontró con un perro negro y lanudo que nada más verlo escapó del lugar con una rapidez “ abrumadora ”, corriendo ladera abajo. El testigo se quedó perplejo de que pudiera bajar por un risco vertical a esa velocidad, cualquier otro animal habría caído al vacío sin más, pero este no. Tal vez, de haber tenido un comportamiento normal no le hubiera prestado mayor importancia a lo que vio, pues Carmelo era un hombre de constitución fuerte y no se atemorizaba fácilmente. Aún recuerda con cierta hilaridad como increpó al Tibicena, envalentonado por su rápida huída.
Lo que deja poco lugar para las dudas es que muy pocas cosas podrían amedrentar a una pareja de curtidos Guardia Civiles, que tuvieron la poco usual suerte de ver dos apariciones de Tibicenas, en la década de los cincuenta. Éstos llevaban bastantes años de Servicio y conocían a la perfección la comarca agrícola de Arucas , en Gran Canaria, gracias a las largas y frías patrullas a pie por fincas de plataneras y caminos de herradura .
En una de estas rondas nocturnas, yendo por un camino aislado, pudieron escuchar que alguien los seguía , percatándose de que un cerdito iba tras ellos. Era pequeño y no le prestaron mayor atención, pues pensaban que se habría escapado de alguna finca, continuando su caminata nocturna y entretenidos en sus conversaciones. Al rato, quisieron comprobar si el cerdito continuaba detrás y sintieron un repentino escalofrío al ver que dicho cerdo, había aumentado notablemente de tamaño de manera inexplicable, con lo cual aligeraron el paso presas del nerviosismo; al poco tiempo se volvieron para comprobar horrorizados que ¡tenía unas dimensiones enormes! No les quedó otro remedio que echarse a correr, pues aquello no era normal.
En una de estas rondas nocturnas, yendo por un camino aislado, pudieron escuchar que alguien los seguía , percatándose de que un cerdito iba tras ellos. Era pequeño y no le prestaron mayor atención, pues pensaban que se habría escapado de alguna finca, continuando su caminata nocturna y entretenidos en sus conversaciones. Al rato, quisieron comprobar si el cerdito continuaba detrás y sintieron un repentino escalofrío al ver que dicho cerdo, había aumentado notablemente de tamaño de manera inexplicable, con lo cual aligeraron el paso presas del nerviosismo; al poco tiempo se volvieron para comprobar horrorizados que ¡tenía unas dimensiones enormes! No les quedó otro remedio que echarse a correr, pues aquello no era normal.
Años más tarde volvió a repetirse una situación similar, pero en esta ocasión les seguía un gato negro, al que tampoco prestaron atención ya que su trabajo cotidiano se desarrollaba en un medio rural, y no les extrañó que el animalillo buscase el lógico calor de la compañía humana en la fría madrugada. La cosa no hubiese pasado de ahí si no es porque sintieron que aumentaba el ruido detrás de sus espaldas, comprobando que ya no era un único gatito, sino que les acompañaban un nutrido grupo de gatos negros. Al poco tiempo sobrepasaban la docena de ejemplares y nuevamente nuestros dos testigos, tuvieron que recurrir a la carrera para huir del lugar. Irónicamente, ellos nunca han creído en sucesos extraños ni en fantasmas; sólo contaron lo vivido a su familia a modo de anécdotas inexplicables, manteniendo un férreo silencio sobre los mismos, atenazados por la obligación de guardar una correcta imagen personal.
Para finalizar y como uno de los casos más actuales registrados, tenemos un extraño avistamiento ocurrido a finales de 1.997 en la playa de Melenara, en Gran Canaria, donde Carmen - nuestra testigo - paseaba tranquilamente con su marido por la orilla de la playa, cerca de las 23,00 horas de un día cualquiera. En un momento dado se vieron sorprendidos por la proximidad de un “grandísimo perro blanco”, cosa que los asustó un poco; no se explicaban cómo pudo acercárseles un perro tan grande y de ese color, cuando se hallaban en la orilla de una playa cuyas arenas son oscuras, tendrían que haber advertido con tiempo suficiente que se les aproximaba el enorme can. El perro les dejó muy intrigados y desde ese momento sólo se limitó a seguirles. Carmen estaba sumamente desconfiada con la presencia del animal, porque algo le indicaba que había algo extraño en el, sin embargo su marido protagonizó la nota simpática cuando se entusiasmó con el perro, llegando incluso a tratar de convencer a Carmen de que deberían llevárselo a su domicilio y adoptarlo, cosa a la que ella se negó rotundamente. Mientras discutían este aspecto, se percataron de que el enorme perro blanco había desaparecido sin proferir el menor ruido o dejar huella alguna, simplemente se había esfumado en el aire. Como poco, lo tendrían que haber visto alejarse durante un buen rato en la despejada y amplia playa, lo que les llevó a asustarse.
Dada la diversidad de testigos y las coincidencias entre sus casos, podemos plantearnos de que en los montes de canarias existe algo más que se nos escapa a la comprensión, y que los antiguos guanches ya habían experimentado, pasándonos el testigo de ser ahora los guardianes del secreto de los Tibicenas; aquellos seres que entre dos realidades diferentes, recorren los barrancos oscuros y umbríos, en su eterno deambular por una tierra poblada de extrañas visiones y aparecidos . Quizás sean los guardianes de las islas, al igual que los dos canes que custodian el escudo de Canarias.
Tal vez la reflexión de F. Max Müller , en su obra Mitología Comparada , nos ayude a justificar la existencia de estos seres enigmáticos; o tal vez no, cuando escribe: “ La idea matriz de éste cuento es que, apenas hay cosa que un hombre no acabe por creer si la afirman tres personas diferentes”.
LUIS JAVIER VELASCO QUINTANA.
Corresponsal del IIEE en Las Palmas de Gran Canaria.
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