domingo, 22 de marzo de 2015

MUJERES AFRICANAS SINGULARES

DOÑA ÁGUEDA PÉREZ GONZÁLEZ, EN EL RECUERDO

 leída en el homenaje que le atribuyeron sus históricos vecinos en un restaurante de la Orotava, el día 3 de febrero del año 1996, por motivos de sus 90 años.

Falleció diez años después a los 100 años en el 2006.

Querida Doña Águeda, su memorando es muy admirable, si es que concuerda con la honradez de sus noventa años; pero, por lo contrario, si se aleja de ellos, porque cuanto más cumplas se hace más espléndido el revivir de todos nosotros. Es preciso reconocer, ante todo, si deberíamos hacer lo que usted se mereces o si no deberemos; porque no es de ahora, ya lo sabes, el hábito de prevalecer en una porción de la ya histórica calle orotavense El Calvario (Calle El Calvario, calle de referencias históricas, su calificativo según Tomás Méndez Pérez le viene del añejo Calvario que los franciscanos construyeron en 1669, en ámbito de la dehesa comunal, cedido por Data del Cabildo a la Orden Tercera Franciscana. En antaño era la primordial vía de entrada a la Villa, puesto que en El Calvario terminaba el camino Real, que comunicaba a La Orotava con la Laguna y Santa Cruz, comenzó a denominarse así siendo Alcalde Mayor el licenciado Don Francisco Espinosa y León), tradición que tengo de sólo ceder por razones que me parecen justa, después de haberla reconocido detenidamente. Aunque algunas me sean discrepantes, no puedo abandonar las máximas de que siempre he hecho en nacer, jugar y vivir en el segmento intermedio de nuestra querida calle; ellas me parecen siempre las mismas, y las mismas las honro de igual forma que antes.

Amigas, amigos, ex-vecinas, ex-vecinos; yo no voy a comenzar con aquella frase tan sabida de que “no soy el mas indicado para hablar en este momento”, porque me creo, si no el más, si uno de los más indicados. Estoy desde la lejana infancia y adolescencia, oyendo nombrar a esta señora, hoy abuela, expectante bisabuela, alrededor de la cual hoy nos sentamos para que sepa que estamos cerca de ella. La infancia y adolescencia son edades maravillosas, y están hechas de cosas vagas e inconcretas, y cuando la contagian paisajes hermosos y madres sensibles y buenas, cobra una fuerza con la que más tarde caminará más segura. Con la infancia y adolescencia de muchos ha tenido que ver esta querida madre del antiguo camino de El Calvario villero, porque según testimonios de mis hermanas mayores, en la azotea de su casa se apiñaban jóvenes inquietas a “desfaginar” el millo; Carmita Trujillo, Carmenlola Galloway, María y Cita, Maruchi y María Candelaria Castro, Carmen y Josefina Álvarez, sus hijas Ana, Ninina y Chicha. Acompañándoles unos muchachos algo traviesos; Francisco Castro, Juan Carlos Arencibia, Tito Galloway, Tino y Pepe Santos, y su hijo Pepito. Y en la mansión del balcón medio gótico de la acera enfrente, el impertinente Máximo “Castro” organizaba su Semana Santa, con una auténtica exposición de Pasos Procesionales en el cuarto que llamaban el “del papel”, por ser donde su querido padre Lorenzo Hernández Castro depositaba los pliegos de su imprenta. Semana Santa esplendorosa, porque la sala “del papel”, tenía unas estanterías con anfiteatro y escalera para su acceso. Celebrando en ese noble lugar la entrada del Cristo de La Columna del Sevillano Pedro Roldan a la encantadora plaza de nuestro Ayuntamiento, o el encuentro de la plaza del Teatro con el Nazareno de Santo Domingo que formalizaban en el patio de dicha casa. Esto si que fue una verdadera joya de arte, porque Máximo hacia de “su” Semana Santa un resplandor disfrazado con mantillas, peinetas y velas incluidas, sólo le faltaba la banda de música del maestro Berenguer, que casi no la tiene gratis, para culminar su verdadera diversión, porque la magnanimidad de toda esta recreación aniñada daba la vuelta a la manzana de vuestra calle El Calvario. Si usted no me das argumentos más dinámicos, debe de persuadirse de que yo tengo muchos, aunque muchos de los que estamos aquí tienen los suyos. Pero ¿cómo verificaremos esta reminiscencia de  manera feraz? Recordando quizá nuestras antiguas rutinas, conociendo una rectitud testimonial: que mi querido padre Juan fue su padrino de Boda, en Santo Domingo, boda madrugadora celebrada silenciosamente a las ocho de la mañana.

Amigas, Amigos; yo sé que Doña Águeda, sencillamente la madre Águeda, la abuela Águeda, ha vivido una vida de grato y dulce recelo: de grato y dulce recelo espiritual. Pudo tomar de las adolescencias que tan cerca tuvo, la expansiva alegría que le es propia, y dio a esas infancias y adolescencias tan necesarias de ilusión en el destino, un contenido de belleza y también de ilusión. Yo no quisiera que esta fuese solamente una reflexión mía, sino que me gustaría ser el intérprete de otras reflexiones iguales, porque así es como las palabras tienen sentido. Por eso quisiera que bajo ese aspecto de misión delicada y generosa viéramos a esta señora, porque esas misiones no son fáciles, y cuando de veras son puras, dan, en vez de posesiones, entretenimiento y alegría. Para vivir hay que ser y sentirse alegre como aconsejaba el filosofo Ortega y Gasset, que es una alegre manera de aconsejar la bondad. De si ha habido razón para decir que hay aquí ciertas opiniones que debemos respetar. Puedo decir aquí, que, con Doña Águeda convivió una mujer  asistencial, auténtica menestral, benévola, de gratos recuerdos para todos nosotros “Mercedes Arocha”, !mandados para arriba¡, !el cargar del agua para abajo¡ !y no sé que más¡.   Reitero....,   !una auténtica peregrina del llevar, del traer, del acompañar, del alegrar, y sobre todo del descubrir la complacencia a las jóvenes moradoras del lugar¡ Doña Águeda, deseo, pues, reconocer aquí contigo, el enredo singular de los entonces niños “majaderos”; un servidor, Carmelito Santos y Miguelito Santos, de repente he descubierto que, fue un juego infantil al aire libre, en mucha ocasiones saltando los muros, patios, huertos y tejados de nuestras casas colindantes, no siendo en el fondo más que una necesidad, un juego de niños con mentalidad de proeza. Deseo, pues, volver a examinar aquí, contigo, a mis cuarenta y cinco años(la mitad de los tuyos), si este principio era maravilloso, ya que siento un recuerdo inquietante de tu hermano Pepe, “Pepe el de Kiosco”, - que casi me manda un tablazo con una viga, asentada en su patio para arreglar el interior de la casa de Maruca y Aurora -, por observarlo desde mi azotea, no recuerdo si me acompañaba Carmelito o mi primo Enrique(Quique), cuando se afeitaba en el patio a través de un pequeño espejo. O el recuerdo verídico del decir “sin novedad en el frente”, cuando le preguntaba a tu marido también con el apelativo de Pepe, por el arreglo del frontil de tu casa (casi no se acaba), y la introducción hacia el interior de aquella polémica escalera que salía hacía la calle. Es cierto, si yo no me engaño, que entre las opiniones de los que estamos aquí con usted las hay con dignas de la más alta estimación. Aquella calle, digo aquella, porque ahora no se parece en nada, creo que le parece esto bien dicho. Porque, según aquellas gloriosas apariencias humanas, que formalizaban el cercenar de la calle; y que le voy a evocar, a propósito, y para su reivindicar, que enfrente de su casa se atinaba: el Bazar de Doña Chana, la familia Luque, las Canarias con el cántico de Luisa bajo la atenta mirada de Juana y Pino. Doña Sole y “su” Maximino en sus sillones por fuera de la puerta errabundos esperando por Covadonga “La Palmita”, la rígida y excelsa Doña Margarita, la botica de Don Pompeyo Martínez Barona después Joyería de Gabriel Llano, el bazar y la imprenta de la familia Castro con el humor chillón de Angelita, el sosiego de Mamalola en su balcón y el recuerdo de Mamamina, debajo la oficina del Agua Norte, así como el bullicio de Lala y Carmilla muchachas de la Casa de Don Pedro y Doña Ciriaca Fuentes. Por arriba el bucólico carrito de Aurora y su anciano padre ex - guardia civil donde adquiríamos los chicles Bazooka a perra cortados a mano con una navaja, el inquietante Bar - Restaurante  de la familia Fariña, el bazar de Doña María Jesús, la barbería de Manolo Toste que después fue churrería de Manolo el “ochenta y ocho” el del Circo, La Campana y la adquisición de monumentales zapatos para las celebraciones, el bazar primero de la vieja Armenia y después de Don Antonio Gutiérrez, Las Afortunadas morada de las tachas grandes y pequeñas para hacer los gallineros. Por abajo María Cruz atenta a su establecimiento y Leonor con su huerto al miramiento de Doña Magdalena.

Siguiéndole tu inolvidables hermanas Maruca y Aurora casi siempre reunidas con Lala y Fela Álvarez Oramas y Magdalena García, mi madre María y mi tía Consuelo (Tata para todos), Doña Lola la de Vicente Lucas leyendo en la ventana las noticias de la prensa con el periódico invertido, al parecer las oía por la radio ( por cierto ya tiene noventa y cuatro años hay que felicitarla directamente si está con nosotros y si no, que se le envíe un gran recuerdo cariñosamente a su destino, y que no se enfade con Loly y Flory), Doña Edelmira, su anciana madre María y su tertulia en la ventana con Dª. Concha, esposa de Sandalio, Dª. Mercedes, esposa del Dr. Buenaventura Machado, sus sobrinas Rosalba, Genoveva y Antoñita(Linares), su hermana Enriqueta y las alborozadas Cristina y África, los Arencibias y su mansión misteriosa que se debió conservar (retaguardia de Andrea llamando por Fela y su hermano Tono o por los hermanos Pepe y Carlos, que se criaron allí), la casa de las viejas misteriosas que capitaneaba Manuel donde se asentaba el pánico, Doña Mercedes Buenafuentes con su grandioso patio de perros, gatos y algún otro roedor, La tapicería de Pepe Hernández Quevedo, Doña Manola de Fariña velando por Beba y Manolito, Los Suministros de mi padre Juan, Isabel la de Santiago el camionero, y Aniceto el de las macetas esposo de María cocinera de los Arencibia. Todo esto no le hace usted variar su felicidad; píenselo, pues, bien. Con razón hemos sentado que es preciso estimar las opiniones de todos los que estamos aquí con usted, y que no de todos indistintamente, sino de muchos. ¿Que dices a esto? ¿No le parece indudable? Aquí he sentado este principio; Porque es también recuerdo, una noche honesta, aquella rubia coche de color gris propiedad de su marido Pepe !olvidó poner el freno de mano¡y la rubia se fue sola por aquella calle abajo, chocando con el primer árbol del Llano, no pasó nada embarazoso, quedando el coche empotrado en el arbusto. Esa noche de tinieblas, estrellas y Luna llena nos reunimos todos en pijama alrededor del percance para luego remolcar la furgoneta a su punto terminante. Pero no sólo su marido Pepe sufrió este contratiempo, porque el espíritu aventurero de Juan José Arencibia (tacorontero hasta la médula) pidió “prestado” a su marido, su coche, y en su huida, lo “depositó” sobre el gallinero de Doña Mercedes. Estoy seguro que no desorbito las cosas y quisiera que todos las vieran como yo las veo. Puedo hablar de ello por varias razones: porque estuve cerca de aquella mansión, sin darme cuenta entonces; porque aprendí mucho de usted y de las madres del lugar, que tuvieron la gentileza por divisa y la bondad y sencillez por norma, y porque mi infancia y adolescencia recibió el generoso y alegre impacto de ellas. Permíteme que por un momento hable de cosas personales, pero tomadas como apoyo y razón para lo que con ello quiero expresar. Porque en su venta se congregaban los amores y muchos secretos de la época, los novios, los casamientos y otros muchos misterios. Recuerdo una gran concentración de la pandilla de chicas y chicos de aquella gentil venta, para realizar una expedición a pie por la cumbre de Izaña a Candelaria, dirigida por el amigo Francisco Castro. Las clases de ingles para las chicas, que tenían como profesor a Domingo Antonio Méndez, primero la impartían en la biblioteca de mi padre y después por mis ruindades, se trasladaron al comedor de las vecinas Maruca y Aurora. Las magistrales veladas que organizaba su hija Chicha con nosotros en el zaguán de mi casa, que hacía de mago con auténtica adivinaciones. Los madrugones de las muchachas para ir a misa de Luz a San Juan, así como las prisas para presenciar las novenas de la Milagrosa en Santo Domingo, o el acechar de las bodas ilustres y aristocráticas de La Concepción, huyendo de Don Manuel Díaz Llano, El disfrute del circo Cubati en Franchi Alfaro, la preparación de los trajes de magos para participar en el cuadro infantil de Don Gustavo Dorta, mejor que mejor, el auténtico saque de honor de su querida Carmen (Ninina) como brillante madrina de aquel potente equipo de fútbol juvenil a olor de campeones, “El Plus Ultra” de Nazario Castro(Chile). Ninina tuvo muchos compromisos pero al final se queda con el perspicaz de Don Paco, o la rivalidad de los equipos de fútbol de La Orotava y el Puerto, con un protagonista demasiado sedicioso “Soriano” que después pedía la mano de su hija Ana María.

Entonces yo no sabía lo que la calle de El Calvario en ese encogimiento había sido como esencia histórica y humana, gracias a eso tuvo para mí el valor de principio.  Uno es, sin saberlo, descubridor de mundos, aunque uno de esos mundos se oculte en un Valle que tiene su cosmogonía y su canción de paraíso. Yo descubría todo eso de un modo repentino, con asombro y sorpresa. Acaso en soledad, en triste soledad, porque los hados también disponen de la soledad del hombre. Porque cuando aparecía en mi casa Carmen la pescadora del Puerto a traer el sabroso pescado fresco a mi padre Juan, yo me desconsolaba por el Atún de lata, que me gustaba más por la antipatía a las espinas, casi siempre iba a tu venta  a por el fiado de Ana María, le pedía el sabroso solomillo de atún en lata, le decía que me lo apuntara, yo a precisar de mi infancia, no sé quien lo pagaba, si mis padres o los duendes de aquella calle. Recuerdo el sabor de aquellos mantecados que tenían una almendra en la médula, valían una peseta de las rubias, además era encantador la obtención de media peseta en aceitunas de tus auténticas barricas. Ese era el contorno, el vasto contorno, porque la calle, es decir, la calle de El Calvario de la mitad arriba, desdoblaba mesuradamente su vivir ordenado y recóndito, atenta más a sus hondos latidos que a su desperezo vital, sujeta, esclava, sumisa, pendiente de aquel orden y de aquella mesura, tocada por un señorío arcaico y armónico. El grupo de su señorío no formaba una congregación ni ninguna sociedad o comunidad, pero si unos nombres que te detallo a continuación; Don Germán (El Alemán), Don Emilio Luque (El Topógrafo), Don Pepe Fariña, Don Manuel Hernández, Don Antonio Gutiérrez, Don Felipe González, su esposo Don Pepe Pérez, Don Maximino Álvarez(Empleado Civil del Observatorio de Izaña que en sus desplazamientos oficiales a Santa Cruz, utilizaba el coche oficial como “Pirata de taxi” invirtiendo en el trayecto, Orotava - Santa Cruz, casi tres horas), Don Antonio Santos(Platero), Don Vicente Santos(Chófer), Don Pepe Pérez (Pepe el del Kiosco), Don Juan Álvarez Díaz (el de la gasolina), Don Lorenzo Hernández Castro (Impresor), Don Vicente Delgado(Lucas), Don Jorge Linares, Don Pedro Fuentes, Don Pepe Arencibia, Don Rafael Arencibia, Don Leopoldo de la Fuentes(Militar), Don Manuel Fariña, Don Santiago Oramas(Camionero), y Don Aniceto(Albañil, no recuerdo sus apellidos). Este es también otro descubrimiento. Solo más tarde se vio la perfecta conjugación entre médula y envoltura, entre cuerpo y atmósfera, entre cuerpo y latido, pero hasta tanto eso se supo, se había hecho el descubrimiento de esas madres, de esta madre. Porque se permitía la imprudencia de mi niñez, y la de mis recordados colegas; Carmelito y Miguelito, pues de tantas travesuras le rompíamos los bajantes de los desagües a Maruca y Aurora, jugando al fútbol en la acera casi perpendicular a mi casa. Y esto, repito, es la reminiscencia de una madre que era un producto de aquel aire y de aquella mesura, de aquel señorío venerable y agradable. Y distinguí tanto a esta mujer que cumple noventa años, aunque ella no lo supiera, sencillamente porque acababa de darle sentido a mi descubrimiento. Hoy puedo decir que Doña Águeda es un puro producto orotavense, y por eso mismo estamos aquí, porque nos hemos dado cuenta a la hora en que estas cosas se hacen evidentes: cuando el tiempo dice su verdad. Nuestra Águeda cumplía con la misión de ir jalonando la vida y andadura de la calle de El Calvario y de ir animando toda esta descripción con su presencia alegre y generosa.
(Bruno Juan Álvarez Abreu)



No hay comentarios:

Publicar un comentario