martes, 27 de diciembre de 2011

¡¡Feliz Solsticio de Invierno 2011!!

¡¡Felices Fiestas Navideñas
y de Año nuevo!! 
¡¡Feliz Solsticio de Invierno 2011!!  
      
        Con un timple parrandero

Canto a la Navidad,
Con un timple parrandero;
Canto a lo que más quiero,
Canto a la libertad.
 
Canto al Lucero del Alba,
Canto a  la Luna y al Sol;
Canto a mi familia del alma,
Y a mis compatriotas, con amor.
 
Canto al amanecer,
Canto a la luz del día;
Canto al anochecer,
Canto a la Patria mía.
   
Álvaro Morera
 
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      Con chácaras y tambor

Con chacaras y tambor
le canto a mi tierra amada,
quiero verte libre,  ¡¡LIBRE!!
quiero verte liberada.

Pedro Trujillo

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El verso que faltaba...

Ese timple parrandero
Tiene un timbre tan sonoro;
Más veloz que los cruceros
Que al amanecer arriban
A esta costa caribeña.

La Laguna, Vilaflor, y el mar
Que a todos circunda;
¡OH!, cálida maravilla
De timple y punto cubano,
Que une a los canaricubanos,
 
¡Qué viva nuestra amistad!
¡A la Familia, al amor,
Honrémoslas con fervor;
Al sol de la libertad,
Y a la independencia plena,
Pues aunque estemos distantes,
Nos une el amor que siembra
Y recoge las cosechas
De frutos dulces de paz
Y armonía en nuestra Tierra!

Olivia Cano (Cuba)

 

lunes, 26 de diciembre de 2011

GUAYOTA EL GENIO DEL MAL




Guayota (en amazighe insular, wa-yewta "el destructor") es el nombre que recibe una de las entidades malignas en las que creen los guanches, pobladores de Tenerife.
Era la principal deidad maligna de los guanches,  aunque también se le asimila a los genios o Yins malignos aborígenes. Guayota era el eterno adversario de la celestial Magek (Diosa suprema del panteón guanche).
Para los guanches, Guayota moraría en los volcanes, pero principalmente en Echeide (castellanizado como el Teide), considerado este volcán como una de las puertas que comunicaban con el mundo subterráneo. El término "Guayota" podría provenir de wa-yewta (el destructor), lo cual puede ponerse en relación directa con la actividad volcánica. Como consecuencia de ésta, podían proveerse de obsidiana para realizar cuchillos o puntas de lanza. Guayota está asociado a los perros negros y simboliza el principio del mal que lucha contra el del bien.
Según la leyenda, Guayota secuestró a la Diosa Magek (Diosa de la luz, la Sol), y la llevó consigo al interior del Teide. Los guanches pidieron clemencia a Achaman, su Espíritu del cielo. Achamán consiguió derrotar a Guayota, sacar a Magek de las entrañas de Echeyde y taponar el cráter con Guayota en su interior. La leyenda cuenta que el tapón que puso Achamán es el llamado Pan de Azúcar, el último cono, de color blanquecino, que corona el Teide. Desde entonces Guayota permanece encerrado en el interior del Teide. Cuando el Teide entraba en erupción, era costumbre que los guanches encendieran hogueras con el fin de espantar a Guayota o bien, según otra versión, para que si Guayota lograba salir de Echeyde, creyera que seguía en el infierno y pasase de largo.
A Guayota se lo representaba a menudo como un perro negro, acompañado de las Tibicenas o Guacanchas sus huestes de demonios. En muchos tubos volcánicos del Teide se han encontrado restos de ofrendas y vasijas con alimentos, por lo que se sabe que los guanches hacian ofrendas en la morada de Guayota para aplacar la ira de este genio.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Diabetes curada con Alpiste

Con un timple parrandero

                                      Confraternidad
 

Noche Buena y Navidad;
Un nuevo año llega,
Y otro se nos va…
 
¡Bienvenida! a los recién nacidos
Y a los que están por nacer;
Que los vamos a querer,
Como deseamos ser queridos.
 
A los que cumplieron su destino,
Los guardamos en la memoria;
Nos acompañan en el camino,
Que conforma nuestra historia.
 
               
Canto a la Navidad,
Con un timple parrandero;
Canto a lo que más quiero,
Canto a la libertad.
 
Canto al Lucero del Alba,
Canto a  la Luna y al Sol;
Canto a mi familia del alma,
Y a mis compatriotas, con amor.
 
Canto al amanecer,
Canto a la luz del día;
Canto al anochecer,
Canto a la Patria mía.
 
                                                        Álvaro Morera
 
Canarias, diciembre de 2011
 
 

viernes, 23 de diciembre de 2011

NOTAS AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (XI)


Eduardo Pedro García Rodríguez

 

9, BREVE BIOGRAFIA DE SIR HORACIO NELSON


El 29 de Septiembre de 1758, en un pequeño pueblo del condado de Norfolk (Inglaterra), llamado Burham Thorpe, en la casa rectoral nace Horacio Nelson  hijo del pastor protestante Emund Nelson y de su esposa Katherine Sukling.


De los once hijos habidos en el matrimonio, solamente tres sobrevivieron, poco después del nacimiento del futuro contralmirante fallece su madre, los avatares de la vida le conducen con apenas doce  años de edad a buscar el afecto y protección de su tío materno Maurice Sukling. En 1770 sienta plaza como “midshipmen” o guardia marina en un viejo buque denominado Redoutable y cuyo capitán era su tío Maurice, bajo la tutela y dirección de éste, el joven Nelson inició su vida marinera, siguiendo la senda habitual en la armada inglesa para la formación de quienes llegarían a ser destacados marinos ingleses del siglo XVIII.

Era Nelson un niño de complexión débil y enfermiza de salud, constitución ésta heredada de la madre; pero lo que de debilidad física tenía lo superaba ampliamente con un espíritu templado y una fuerza de voluntad fuera de lo común.

 Desde muy joven supo autoeducarse en un estoicismo tan rígido, que no había obstáculos, por personales y dolorosos que fuesen, que él no supiese vencer.

En Abril de 1771 Nelson embarcó en el viejo buque Redoutable; pero su permanencia en el navío fue corta, ya que fue desarmado tan pronto como desapareció la posibilidad de una guerra con España, a propósito de la disputa sobre las islas Malvinas
o Falkland.

Desarmado el viejo Redoutable, el capitán Maurice Sukling tomó el mando del Triumph, buque de vigilancia destacado en el río Midway. Ello motivó tras una breve estancia de Nelson en el mismo, su traspaso a un velero mercante que partía para las Indias Occidentales, impuesto por su tío con objeto de que adquiriese conocimientos náuticos sobre las rutas de las Indias.

De regreso de aquel viaje, el inquieto Nelson no dudó en alistarse en una expedición que en esos momentos estaba preparando el primer lord del Almirantazgo, conde de Sandwich, para proseguir las exploraciones por las regiones polares en busca del anhelado paso del Océano Ártico al Pacífico. Durante la expedición Nelson dio pruebas de un valor y arrojo temerarios, despuntado ya la figura del futuro gran marino, estando de regreso en Inglaterra en Octubre de 1773.

Una vez más entra en juego la influencia de Sukling, y hace que su sobrino embarque en la fragata de 20 cañones Seahorse, mandada por el capitán George Farmer, que formaba parte de una poderosa escuadra destinada a operar en las Indias Occidentales. Durante esta estancia en las Indias, Thomas Troubridge y Nelson entablaron una profunda amistad que mantuvieron de por vida.

Los dieciocho meses que duró la estancia del joven marino en las América, no dejaron de pasar factura a su endeble constitución física, hasta tal extremo que el almirante Sir Edward Hughes juzgó conveniente ordenar su traslado al navío Dephin, que estaba preparándose para zarpar hacía Europa. La travesía de regreso fue sumamente ingrata para el joven marino, que tardó bastante en reponerse de sus dolencias. Mientras tanto, su tío Sukling había ascendido en su carrera y ahora desempeñaba el importante cargo de inspector de la Marina, la protección de éste en la carrera del futuro almirante se hizo patente una vez  más, haciendo uso de su influencia, consigue que su sobrino y protegido, sea enrolado como teniente en el navío Worcester, que debía custodiar a un convoy con destino a Gibraltar.

A partir de 1778, comienza la brillante hoja de servicios del teniente Horacio Nelson, teniendo una destacada actuación en América en el apresamiento de piratas, con ocasión de la guerra por la independencia desatada en las colonias inglesas en Norte América, y que dieron lugar al nacimiento de los Estados Unidos de Norteamérica. Durante su permanencia en Jamaica, formando parte de la oficialidad del navío Lowestoffe, Nelson tuvo ocasión de ganarse las simpatías del almirante Parker, quién lo admitió como tercer teniente a bordo de su buque Bristol. Aunque si bien es verdad, que más contribuían las fiebres con sus mortíferos estragos a la vertiginosa carrera de los jóvenes oficiales que sus propios méritos, no fue este el caso del teniente Nelson, quien venía demostrando sus cualidades para el mando durante los pocos años de servicios prestados. En Septiembre de 1778, ascendió a primer teniente del navío Bristol.

            En una época en que el ascenso social y profesional, estaba marcado por las influencias  de los linajes familiares, más que por la capacidad de los individuos, no era fácil el que hombres de orígenes modestos ocuparan puestos de responsabilidad en la administración de los estados, si estos además reunir en su persona una serie de cualidades excepcionales, no contaban con el apoyo de algún poderoso, en este aspecto hay que admitir que nuestro biografiado tuvo suerte, pues además del apoyo de su tío, contó en los comienzos de su carrera de oficial con la protección del almirante Parker.

            La protección prestada a Nelson por el  almirante Parker, fue oportuna, pues su tío Sukling  falleció en 1778. Parker confirió a Nelson el grado de “commander”, el 18 de Diciembre de 1778,  dándole el mando del bergantín Badger. Un año más tarde, en 1779, era ascendido a “post-capitain” encargándose  como comandante de la dirección de la fragata Hichimbook.

            A los veinte años de edad, Nelson era ya “post-capitain” ventaja de valor inestimable, ya que el ascenso a contraalmirante sólo podía lograrse por rigurosa antigüedad. Dieciocho años tardaría nuestro biografiado en obtener  este preciado ascenso; cuando sólo contaba con treinta y nueve años de edad, siendo pocos los marinos que podían equipararse a Nelson en brillantez de carrera y en prestigio dentro de la Marina Inglesa.

            El resto de esta guerra por la independencia de las colonias, más tarde complicada con la intervención de Francia y España a favor de la independencia de las  colonias británicas en Norteamérica, ocupó a Nelson en operaciones grises que acabaron por minar su salud hasta el extremo de que los médicos le prescribieron el retorno a Inglaterra.

            Durante su estancia en el país en 1780, mientras se recuperaba de sus achaques, le fue asignada la misión de instruir al príncipe Guillermo- más tarde Guillermo IV, rey de Gran Bretaña- en tácticas navales. (Más tarde, en 1784, Nelson completaría estudios sobre esta materia en Francia), apenas repuesto de sus males, volvió a solicitar su embarque, entrando en el servicio activo. Le fue asignado como navío el Abermale, zarpando para el Báltico, en Octubre de 1781, en operaciones de transporte.

            Los avatares del servicio le llevan de nuevo a América, teatro habitual de sus operaciones. En 1782 salió escoltando a un grueso convoy hasta Quebec, y más tarde realizó diversos cruceros por la Bahía de Boston y Cabo Cod. Después pasó a Nueva York a las ordenes directas del almirante Lord Hood, quien le tomó bajo su protección en atención al talento excepcional de Nelson y se propuso ayudarle en su carrera.

            La guerra en las colonias sublevadas de América, tocaba su termino, y al firmarse la paz de Versalles en Enero de 1783, se abrió una nueva etapa en la vida del marino, que apenas si está señalada por algunos sucesos de  índole familiar. Nelson regresó a Inglaterra, viajó por Francia, estancia que aprovechó para estudiar táctica naval, como hemos apuntado anteriormente, regresó a su patria y conoció del tedio de los marinos en paz, después de haber hecho durante años la guerra. Regresa de nuevo al servicio activo, y al mando de la fragata  Boreas, zarpó para las islas de sotavento, conduciendo al almirante Sir Richard Hughes, comandante en jefe de la base estacionada en antigua.

            Durante su estancia en la isla Nevis, Nelson conoció a frances Woolward, joven viuda del médico Josiah Nisbet, del que tenía un hijo llamado igual que su padre, de la que se enamoró el marino con el ímpetu propio del primer amor. La viuda Nisbet, era además sobrina del general Herbert. El 2 de Marzo de 1787, con algún retraso debido a causas involuntarias, se celebra el matrimonio entre Nelson y Frances Nisbet.

   Después de los acontecimientos reseñados anteriormente, la Boreas, regresó a Inglaterra el 7 de Junio de 1787, conduciendo a Nelson, a su mujer y al hijo de ésta. Desde ese año de 1787 hasta 1793, el marino vive un periodo de inactividad dedicado a sus asuntos familiares, y en espera de ser requerido por el almirantazgo.

   La ejecución en la guillotina del monarca francés Luis XVI, el 21 de Enero de 1793, hizo temblar los cimientos de las monarquías Europeas, las casas reinantes, especialmente las inglesa y la española, se coligaron para invadir Francia y destruir a la recientemente implantada república francesa. Al declarar la guerra a Francia el 1 de Febrero de 1793, tanto ingleses como españoles tuvieron que poner en marcha las máquinas de guerra. Nelson, fue requerido una vez más por el almirantazgo inglés para que se incorporase al servicio activo en la flota. El 7 de Febrero embarcaba en Chatham a bordo del Agamennon para servir a las órdenes del almirante Hotham, primero, y de lord  Hood, después. La escuadra se dirigió, protegiendo un convoy a Gibraltar,

            Mas tarde lord Hood dirigió su escuadra hacía el Mediterráneo para operar contra la flota francesa y los puertos de aquella rivera.

            La escuadra inglesa, combinada con la española se apoderó de Tolón, importante puerto de guerra francés, y allí Nelson tuvo ocasión de convivir con marinos españoles y estudiar la organización de la marina hispana, estudios que le serían de gran provecho en el futuro.

            En Septiembre de1793, Nelson recibe  orden del almirante Hood, de dirigirse con su navío el Agamennon a Nápoles, capital de las dos Cicilias, para recoger tropas  con las que reforzar la guarnición de Tolón. Durante su estancia en Nápoles, tuvo ocasión de conocer a Emma Lyons, lady Hamilton, esposa del embajador británico en Nápoles. Dicha dama influiría de manera decisiva en la vida del futuro contralmirante, convirtiéndose en su amante, aconsejándole y ayudándole en su carrera.

            Cumplida con éxito su misión en Nápoles, Nelson decide realizar un crucero por el mediterráneo en busca del enemigo, y posiblemente, con ánimos de practicar el corso, como era habitual en las marinas de la época en tiempos de guerra, no encontrando enemigos ni presas, decide incorporarse a la escuadra, apostada en Tolón, en la cual se integra el 5 de Octubre de 1793.

Después de rendir cuentas de su comisión, apenas tuvo tiempo para un breve descanso, pues el 9 de Octubre lord Hood le ordena zarpar con rumbo a Cagliari, con pliegos secretos para la división de la escuadra inglesa del almirante Linzee, apostada en la capital de Cerdeña. Durante la travesía a Cagliari, Nelson tuvo un enfrentamiento con navíos franceses y a pesar de la superioridad del número de éstos, el Agamennon salió airoso de la lucha, continuando su rumbo en cumplimiento de la comisión que tenía encomendada, que no era otra que el tratar que bey de Tunez, rompiese sus relaciones con Francia. A las órdenes del almirante Linzee, Nelson visitó el puerto tunecino, pero sus gestiones diplomáticas ante el bey no tuvieron éxito.

 

LA TOMA DE BASTIA Y CALVI


            Una vez que los aliados españoles y británicos fueron expulsados de Tolón, por Napoleón Bonaparte, Nelson participó en la toma de las ciudades corsas de Bestia y Calvi, durante la conquista de la isla de Córcega en 1794, a las órdenes del contraalmirante Samuel  Hood, durante el asedio de Calvi fue herido en el ojo derecho, perdiendo la visión del mismo.

            Desde Túnez, nuestro intrépido biografiado, cumpliendo nuevas órdenes del almirante lord Hood, se dirigió al mando de una flotilla en persecución de la escuadra francesa con la que antes combatiera, hallándola apostada en la bahía de San Florencio, bajo la protección de los cañones de las baterías costera. Nelson no teniendo fuerzas bastante para acallar las baterías de San Florencio, optó por el bloqueo a fin de agotar los recursos de la plaza e impedir la salida de las fragatas francesas.

            Mientras tanto, Hood evacuaba el puerto de Tolón, y precisando de un fondeadero para la flota hispano británica, se planteó la posibilidad de usar para este fin la isla de Córcega, la cual estaba bajo dominio francés desde hacía veinte años. El libertador Paoli, había demandado el auxilio británico y estaba dispuesto a poner la isla bajo el protectorado ingles, lo que animó al almirante a elaborar planes para la ocupación de la isla. Al mismo tiempo se preparaban los planes para la invasión por lord Hood y sus emisarios cerca de Paoli, Nelson continuaba manteniendo el bloqueo de la isla.

   La flota inglesa inició la invasión de la isla por la plaza de San Florencio con un rotundo éxito, los franceses se vieron obligados a retirarse por  tierra hacía Bastia, hundiendo antes de abandonar la plaza las fragatas allí fondeadas. El segundo objetivo de la operación era la ocupación de la ciudad y puerto de Bastia.

   Al elaborar los planes para el desembarco, surgieron diferencias entre el general inglés Dundas  y el almirante Hood, el primero se negaba a atacar Bastia con las fuerzas de que disponía, juzgando temerario e ilusorio el intento. Pero la obstinación de lord Hood se impuso decidiendo dar remate a los planes de ocupación, y puso asedio a la plaza, ésta terminó por rendirse el 22 de Mayo de 1794. En estas operaciones Nelson colaboró activamente en el cañoneo de la villa, y tuvo también una actuación destacada en las operaciones en tierra, distinguiéndose una vez más por su valor y arrojo.

            La tercera operación para concluir la conquista de Córcega, era la ocupación de la ciudad de Calvi, y lord Hood con su estado mayor se enfrascaron en ella, la responsabilidad de transportar las tropas de desembarco recayó en Nelson. Las maniobras de desembarco las dirigió personalmente el futuro almirante quien logró poner pie en tierra con 250 hombres, el 19 de Junio de 1794, e iniciar el bombardeo de la plaza con las primeras baterías instaladas. En el fuego de contrabatería  Nelson resultó herido en el ojo derecho como hemos dicho anteriormente.

            El asedio continuó durante algún tiempo en circunstancias durísimas para ambos contendientes, hasta que por fin el 10 de Agosto se rindió la plaza 

            Concluidas las operaciones en la isla de Córcega, lord Hood fue llamado a Inglaterra, Nelson navegó por el mediterráneo en diferentes comisiones de servicio. Visitó Liorna, donde permaneció un mes para reparar averías; fondeó en Génova; navegó en crucero de vigilancia en el Golfo Juan, y por último recibió orden de incorporarse a la flota del almirante Hotham, candidato al nombramiento de comandante en jefe de la flota en el  Mediterráneo.

            El invierno de 1795, transcurre dentro de una actividad monótona, limitada a continuos cruceros por aquellas aguas, y en constantes luchas con los terribles temporales que azotan estos mares.

            La rutina de la vida en el mar, fue interrumpida en los días 14 y 15 de Marzo, cuando a la vista de una escuadra francesa entran en combate. En ellos Nelson da pruebas inestimables una vez más de su sangre fría, pericia y sobre todo decisión.

            Todo el resto del año 1795 hasta el 30 de Noviembre, fecha en que Sir John Jervis se hizo cargo del mando naval en el Mediterráneo, lo llenan acciones pequeñas, en las que Nelson ayudó al general Vins jefe de las fuerzas austrosardas en su lucha contra Francia, en el Piamonte.

            Sir John Jervis, toma el mando de la flota británica en el Mediterráneo, a que Nelson continua adscrito, y le es encomendadas por éste varia misiones de reconocimiento en Génova, Niza y Tolón, así como diversas gestiones diplomáticas en la República de Génova, que lleva a cabo con extremada habilidad. En estas circunstancias llega a la flota el comunicado de la firma del tratado de alianza de San Ildefonso entre España y Francia, poco más tarde España declara la guerra a Inglaterra, lo que impuso un cambio en los planes navales de los ingleses. En este momento se produce la evacuación del Mediterráneo por parte de la escuadra inglesa.

BATALLA DEL CABO DE SAN VICENTE


            En 1796, Nelson es ascendido al grado de comodoro. Al año siguiente al mando de la retaguardia de la escuadra inglesa que se enfrentó a la española en el Cabo San Vicente, echo de armas que le valió al almirante Jervis el título de conde de Saint Vicent, y a Nelson la Orden del Baño distinción elegida por el propio galardonado.

            Por las veleidades de la política siempre inestable de Carlos IV, éste pasó de ser un detractor acérrimo de la “cortadora” de cabezas regias y nobles, república francesa, a fiel aliado de la misma. Declarada  la guerra a Gran Bretaña, ésta decreta la incautación de los barcos españoles surtos en puertos ingleses, tomándose medidas similares por parte de la monarquía española. Una de las primeras medidas tomadas por la corte española, fue la de expulsar a la flota Inglesa del Mediterráneo, para ello dispuso que la armada española del Mediterráneo, mandada por el almirante don Juan de Lángara, partiese de Cádiz rumbo a Córcega, donde se hallaba el almirante Jervis con sus navíos. Ante la manifiesta superioridad de la escuadra hispano francesa, sir Jonh Jervis, ordenó la evacuación de la isla, rehuyendo el combate y replegándose a Gibraltar, en espera de los refuerzos solicitados al almirantazgo.

            El día primero de diciembre, y tras una serie de desgraciados accidentes que le fueron restando navíos y cañones, la flota de Jervis reducida a sólo nueve buques, entra en el puerto de Lisboa en busca de refugio y en espera de los refuerzos. Esta disminución de las  fuerzas inglesas animó a los españoles a dar la batalla a la escuadra enemiga aprovechando la superioridad numérica que sobre ella tenía.

             El 2 de febrero de 1797, reparado y provisto de agua, víveres y pertrechos de guerra y mar, enarboló su bandera en el Santísima Trinidad. El mayor navío de su época y el único que contaba con cuatro puentes, armado con ciento treinta cañones, el nuevo comandante de la escuadra española en el Mediterráneo, el teniente general de la Real Armada Don José Fernández de Córdoba. La armada estaba compuesta por veintisiete navíos de línea, diez fragatas, un bergantín, trece lanchas, cuatro urcas y de cuarenta a cincuenta embarcaciones mercantes, las cuales transportaba ricas mercaderías,

             La dotación de la flota la componían dieciséis mil ciento quince plazas efectivas, y su artillería contaba con un total de mil trescientos ochenta y cuatro cañones, faltándole para completar la fuerza reglamentaria dos mil quinientos hombres.

            Esta escuadra estaba dividida en seis divisiones, al frente de las cuales enarbolaban sus insignias los respectivos jefe, cada uno en un buque de tres puentes. El día 5 de febrero, con vientos favorables la escuadra rebasó el estrecho de Gibraltar, pero  el día 6 un cambio repentino del tiempo y de la dirección del viento, obligó a la flota a la altura de Cabo Espartel a ganar la alta mar haciendo imposible el que la  formación ganase el puerto de Cádiz.

            El día 8 se recibe noticias de que la flota inglesa se encontraba al abrigo de la costa portuguesa; pero la escuadra española continuaba dispersa como consecuencia del mal tiempo que habían tenido que capear  dos días atrás, pasando varios días ante de que se concentrase. Por fin el encuentro con la flota enemiga tuvo lugar el día 14 en aguas del Cabo de San Vicente, los 15 navíos ingleses y la escuadra de Córdoba se aprestaron para el combate. Desde las naves almirantes de ambas escuadras  se impartieron las órdenes oportunas, las ordenes emanadas desde el Santísima Trinidad, no se entendieron o simplemente no se obedecieron, por lo cual el movimiento envolvente que debía realizar la escuadra española no se llevó a cabo, y de los navíos españoles sólo seis entraron en combate contra los quince buques británicos. En vano el general Córdoba trasmitía continuamente desde el Santísima Trinidad, órdenes al resto de la flota para que entrara en batalla, las señales del navío almirante no eran atendidas. En tan desigual lucha,  y donde se llegó a luchar cuerpo a cuerpo hallaron la muerte los ilustres marinos españoles Don Tomás Giraldino, comandante del San Nicolás, Don Francisco Winthuysuen, capitán del San José, el brigadier Don Antonio Yepe que mandaba El Salvador. Sobre el Santísima Trinidad, cargaron cuatro navíos ingleses a las ordenes de Nelson, a las dos horas de combate, el buque orgullo de la marina española estaba inoperativo por el duro castigo recibido, la gran cantidad los trozos de bergas  jarcias, velamen y cordajes, más los innumerables muertos y heridos amontonados sobre las cubiertas hacían muy difícil la circulación de la gente y hacían muy difícil  el gobierno del navío.

            El mastelero de gavia deshecho a cañonazos se desplomó sobre una banda inutilizando toda la artillería de aquel lado. En este momento de la lucha Nelson con la división a su mando, se apodera de los buques San José, San Nicolás, El Salvador y el San Isidro, los cuales al encontrarse sin capitanes  y con la tripulación maltrecha y agotada por las largas horas de lucha, fueron presa fácil para los ingleses.

            El Santísima Trinidad, aún mantuvo la lucha durante dos horas más, con la gallardía propia de un coloso que, acosado por una jauría de lobos, recibe continuas dentelladas por todos los frentes, hasta que agotado y casi desangrado opta por buscar un momento de reposo, es indudable que Nelson, una vez más, hizo gala de un arrojo y temeridad fuera de lo común, al dejar fuera de combate al coloso de los mares, y demostrando que, en las nuevas tácticas de lucha en el mar, los navíos ligeros por su gran maniobrabilidad, eran mucho más efectivos en las acciones de ataque y defensa que, los grandes buques difíciles de  maniobrar.

            En el Santísima Trinidad, se celebró por su plana mayor un breve consejo de guerra, pues la apertura de una gran vía de agua imposible de taponar en aquellas circunstancias, aconsejaban arriar la bandera de combate acto que se llevó a cabo a continuación. En estos momentos de la batalla el buque prácticamente era un pontón, y en palabras del enemigo <<el estado del Trinidad, era el de un navío completamente destrozado, enteramente inservible y absolutamente indefenso>>.

             En aquellos momentos, la tardía llegada de los navíos San Pablo, Pelayo y Conde de regla, decidieron a los ingleses dar por terminada la batalla y abandonar el mar del combate, de esta manera se salvó el Trinidad, de ser apresado por los ingleses, privando a Nelson y su división del gran honor que les hubiese supuesto la captura al enemigo, del mayor navío de su época.

El teniente general de la armada española. Don José Fernández de Córdoba, y su estado mayor, se trasbordaron a la fragata Diana, que se había incorporado tarde a la lucha. Así y todo, ordenó Córdoba, que en el navío Príncipe, se pusiese en señal de pronta línea de combate para restablecer el orden de la escuadra, y estar dispuesto para reiniciar al día siguiente el combate.

            Al preguntar a los buques si al alba estarían en buena disposición para entrar en combate, respondieron afirmativamente San Pablo, Don Pelayo, San Antonio y el Oriente. Contestaron que no: La Concepción, Mejicano y Soberano, poco después, aportó el aviso La Perla, con el parte de los navíos Santo Domingo y Atlante, en él se informaba al comandante Córdoba de que el primero no podía por tener la pólvora mojada, y el segundo por carecer de gente suficiente. Avanzada la mañana, se divisó a la flota enemiga y deseando Córdoba ver las posibilidades reales de entrar en combate, insistió en preguntar a sus subordinados si estaban en condiciones de combatir, contestaron que sí el Príncipe,  Conquistador, y Pelayo; que convenía evitar el ataque: el Mejicano, San Pablo, Soberano, Santo Domingo, Concepción, San Idelfonso, San Juan Nepomuceno, Atlánte, San Jenaro y Firme. Opinaban que era menester aplazar el enfrentamiento, el Glorioso, Conde de Regla, San Francisco, y San Fermín.

            Ante la baja moral mostrada por sus subordinados, el teniente general Córdoba, decidió no prestar batalla a la escuadra inglesa. De lo expuesto se deduce fácilmente por una parte, que en la armada española reinaba una anarquía  total, donde cada capitán se consideraba un virrey en su nave, con absoluto desprecio hacía sus mandos superiores, extremo éste que era aplicable en general al resto de los ejércitos españoles de la época, por otra, queda patente que los mandos de la Armada, no estaban dispuestos a luchar por una república extranjera que enarbolaba como lema la igualdad, la humanidad y la fraternidad, entre los hombres.

             Los resultados finales de la batalla del Cabo de San Vicente, supuso para sus principales responsables la obtención de honores en premio al valor mostrado como hemos visto. El almirante Jervis fue recompensado por la corona con el título de Conde de San Vicente, y a  Nelson le fue concedida la Orden del Baño.

             Por su parte el jefe de la escuadra española Don José Fernández de Córdoba, y sus subordinados, se les  sometió a un consejo de guerra por orden del Rey para discriminar las responsabilidades de los accidentes de la batalla, el proceso duró más de dos años, al final del cual,  Córdoba  y muchos de los oficiales, fueron suspendidos de sus empleos y sueldos, siendo además extrañados de los Sitios Reales.

             Nos hemos alejados un tanto de la figura de nuestro biografiado, para ofrecer al curioso lector - de manera muy somera- algunos aspectos de la batalla de Cabo San Vicente, que creemos servirán para ir descubriendo el perfil y profunda  personalidad de quien llegaría ser el marino  más admirado de su tiempo.

             Descartado el enfrentamiento con la flota británica, el general Córdoba decide internar los restos de su maltrecha escuadra en el puerto de Cádiz, el cual fue bloqueado por las fuerzas navales del almirante sir Jonh Jervis, impidiendo cualquier movimiento de la flota española. El largo periodo del bloqueo, mantenía a  los buques ingleses en una forzada inactividad y alejados de los teatros de operaciones de la guerra, esta situación era poco grata al espíritu inquieto y aventurero del intrépido Nelson, quien veía pasar los días entre las monótonas tareas de crucero en la vigilancia de las costas gaditanas.

EXPEDICIÓN A LA ISLA DE TENERIFE PARA LA CAPTURA DE LOS TESOROS DE INDIAS


            Estando en esta situación comenzó a prestar atención a una serie de rumores sobre la existencia en la plaza de Santa Cruz de Tenerife, (Islas Canarias) de fabulosos capitales que procedentes de Méjico, habían sido desembarcados en la misma, para evitar ser apresados por la escuadra británica que tenía puesto cerco a  las costas y puerto de Cádiz.

            Los rumores tomaron viso de veracidad, al ser informado Horacio Nelson, del apresamiento en el puerto de Santa Cruz, de la fragata de la Real Compañía de Filipinas Príncipe Fernando, cargada con un riquísimo botín, estas noticias, aportadas por el audaz capitán Bowen, autor de la hazaña, hizo concebir en la inquieta mente de Nelson un audaz plan para apoderarse de las inmensas  riquezas que supuestamente se encontraban depositadas en la ciudad de Santa Cruz.

            Elaborado el plan, Nelson lo sometió a la consideración del almirante Jervis, quien viéndolo viable, y conociendo sobradamente el valor y arrojo de su subordinado, y en atención de que las arcas de las armadas se resienten considerablemente cuando están prácticamente inactivas, aprobó el plan de Nelson, permitiéndole  elegir los buques que creyese más convenientes  para llevar a cabo el proyecto.

             El contralmirante Nelson eligió para formar su división, navíos mandados por capitanes de su máxima confianza contándose entre ellos a su amigo Frenmale. A pesar de la libertad de elección dada por Jervis a Nelson, éste no quedó muy sastifecho al  no poder incorporar a la flota soldados de asalto, los que consideraba necesarios para el buen éxito de la operación  planeada.

             Dispuesta la escuadra, el contralmirante Nelson decide hacerse a la vela el sábado 15 de julio bien de madrugada poniendo rumbo al este. Reunidos los capitanes a bordo del Theseeus, Nelson les expuso los planes que él mismos había elaborado. Una vez que la formación parte, Jervis cursa un parte al almirantazgo inglés en los siguientes términos: “Sírvase  informar a los lores comisionados del almirantazgo que destaqué al contraalmirante Nelson a la cabeza de una división, compuesta de los navíos  Theseus, Culluden, Zeaolous, Seahorse, Emerald, y Terpsichore, y el cúter denominado Fox, con orden de hacer una tentativa contra la villa de Santa Cruz de Tenerife, que, según varios informes, me parecía muy fácil de atacar. El contraalmirante se dio a la vela el sábado 15 de julio, y habiéndoseme  incorporado el Leander, que venía de Lisboa, el 18, le envié con instrucciones al contralmirante.”

            Como se deduce de este parte, Jervis, emplea una argucia para reforzar la flota de Nelson con un navío más, y además, no hace mención de que la obusera Rayo, forma parte de la expedición, quizás por haber sido esta, presa tomada a los españoles, en el bloqueo y por consiguiente, no figura inventariada en esos momentos entre las naves de su graciosa majestad británica.

            Después de una travesía de siete días, en la tarde del 22 de Julio de 1797, Nelson vislumbra las costas de Tenerife, sobre la una de la madrugada del día 23 la flota estaba a la altura de la punta de Anaga.

martes, 20 de diciembre de 2011

AMARO PARGO



           Creo que todos hemos recitado en alguna ocasión “La Canción del pirata”, del insigne poeta romántico y republicano español don José de Espronceda. La obra de este autor en su conjunto forma un canto a la libertad, condensado quizás, en éstas estrofas correspondientes a su “Canción del pirata”: ...<<¿Qué es mi barco mi tesoro, /Que es mi Dios la libertad, /Mi ley la fuerza y el viento, /Mi única patria la mar... >>


BREVE RESEÑA HISTORICA DE LA PIRATERÍA

   Desde Que el hombre fue capaz de navegar y desplazarse entre distancias más o menos largas, bien costeando por los mares o navegando por ríos y lagos,  usó de este medio para transportar personas y mercancías con las que comerciar en poblados próximos. A medida que los conocimientos en la navegación y las técnicas les iba permitiendo ampliar el radio de acción de sus navegaciones marítimas y comerciales, el volumen de los negocios iba en aumento, paralelamente, no faltaba quienes deseaban adquirir riquezas rápidamente y sin excesivos esfuerzos, por lo que les resultaba más cómodo apoderarse por la fuerza de lo que otros ya habían atesorado. Por tanto, podemos afirmar que la piratería nació con la navegación.

Sin lugar a dudas uno de los pueblos de la antigüedad que tuvieron pleno dominio de los mares, fueron los fenicios. Es bien sabido que la piratería nació con la navegación en el antiguo mundo mediterráneo. Las condiciones geográficas del mismo favorecieron la organización de los piratas, y la práctica de su técnica de ataque: el asalto por sorpresa. El mar Egeo fue centro de un importante núcleo pirático teniendo su base en Delos, aprovechando la facilidad con que podían apresar el rico tráfico fenicio con Occidente; el objetivo fue en un principio la obtención de prisioneros, esclavos de calidad que proporcionaban suculentos rescates. Polícrates, rey de Samos, marcó el gran periodo de hegemonía de la piratería antigua. Posteriormente, Mitrídates, rey del Ponto, utilizó a los piratas del mediterráneo  en su lucha contra Roma dándoles un porcentaje sobre lo que saqueaban, siendo éste hecho quizás el antecedente de lo que en siglos posteriores se conocería como patente de Corso. Con la caída del imperio romano, la decadencia del comercio privó a los piratas de su razón de existir. A partir del siglo VIII, piratas Imazighen  (Beréberes)  se adueñaron del mediterráneo; sin embargo, el centro de las actividades piráticas lo ocupaban los nórdicos, quienes asolaban las costas de la Europa Occidental: los Vikingos (normandos) emprendieron la conquista de los países donde desembarcaron; en el siglo IX, aunque posteriormente optaron por cesar en sus saqueos convirtiéndose la mayoría de ellos en mercaderes.

             En los tiempos de las cruzadas, el comercio con Oriente recobró la importancia que había tenido en épocas anteriores, el crecimiento de las repúblicas de la Península italiana se vio acompañado  por un  gran incremento de la piratería. Durante la edad media ésta se practicó abiertamente, consiguiéndose con ello la creación de grandes capitales señoriales y mercantiles; de nuevo los principales protagonistas fueron los Mazigios; su principal centro de operaciones lo constituía el norte de África, con base en Metredia, los efectivos de éstos piratas se vieron aumentados por los musulmanes de Al Andalus expulsados de España en 1492, quienes unidos a los corsarios del sultán de Constantinopla, llegaron a dominar tres cuartas partes del Mediterráneo; bajo el liderazgo de los hermanos Barba roja, hicieron  la piratería oficialmente otomana, como represalia a los continuos ataques y saqueos de que eran objetos las costas africanas por parte de los europeos, y cuyo impulso se prolongó hasta la derrota de los turcos en la batalla de Lepanto, en 1571. A pesar de esta derrota, la actividad pirática desarrollada por otomanos y beréberes permanecía larvada y poco a poco fue tomando auge hasta que de nuevo se adueñó del Mediterráneo y costas atlánticas africanas. Siglos después, la toma de Argel (1830) por Francia dio fin al dominio de los Beréberes en el Mediterráneo.

A raíz del expansionismo español en el continente americano, el escenario de la piratería se trasladó al Océano Atlántico especialmente al mar Caribe, y posteriormente al Pacífico. La lucha entre potencias europeas por el dominio del comercio y explotación de los recursos naturales de las para ellas nuevas tierras, dio lugar al nacimiento de una nueva clase de piratas, los denominados corsarios. Éstos, amparados por sus respectivos gobiernos, practicaban no sólo el abordaje en alta mar, sino que saqueaban villas y ciudades, ejercían la captura y tráfico de esclavos, el contrabando y, en general, cualquier actividad que les resultase rentable, no distinguiendo en ocasiones entre amigos y enemigos.

              El monopolio español atrajo a las Antillas, principalmente, a los piratas y corsarios. Se añadieron a la piratería clásica además de los Corsarios, los bucaneros y filibusteros, quienes actuaban con la ayuda encubierta de los gobiernos británico, francés y neerlandés. Su principal objetivo era abordar los navíos españoles que desde América se dirigían a la metrópolis, y el tráfico de esclavos negros cuya demanda había aumentado considerablemente en las colonias españolas de las Indias occidentales. La negativa por parte de algunos gobiernos europeos a aceptar el monopolio ejercido por españoles y portugueses, dieron a las actividades piráticas un tinte político.

 Durante los siglos XVI, XVII y XVIII el contacto de los piratas con el mundo de las finanzas fueron muy estrechos; formándose sociedades para financiar expediciones de saqueo. Por otra parte, la manera de actuar de los piratas se fue modificando conforme avanzaban los adelantos técnicos, las obsoletas técnicas del abordaje se fueron desechando al armarse los buques con cañones, culebrinas, falconetes etc.; el negocio de la piratería requirió de mayores inversiones, creándose todo un entramado económico en torno a  los propietarios y capitanes de los barcos, estableciéndose estrechas ligazones entre los comerciantes de Ámsterdam, Londres o Sevilla, y  con banqueros italianos o con los mercaderes de Liverpool, e incluso con la Hansa (liga de comerciantes y banqueros europeos, fundada en 1158 y que perduró  con bastante altibajos, hasta 1938.) Los nuevos tiempos requerían una organización más compleja, para que los barcos mercantes fueran transformados para el ejercicio de la piratería. El estamento político no era ajeno al tema, participando en ocasiones directamente en los suculentos negocios que esta actividad proporcionaba y en otras tolerando, o encubriendo las actividades de los piratas amparándolos bajo la patente de corso, simplemente por hostigar al enemigo si se estaba en guerra. No es de extrañar pues, que algunos Gobernadores, Capitanes Generales,  altos funcionarios e incluso miembros de la jerarquía eclesiástica, estuviesen involucrados en las actividades piráticas.

En varias ocasiones a lo largo de la historia los papas no hicieron asco a los saneados ingresos que proporcionaba la piratería, quizás uno de los primeros pontífices en promover ésta practica fue el español Pero de Luna, erigido al pontificado por castellanos, aragoneses y franceses, como Benedicto XIII, de ello nos dejó constancia en los relatos que mandó a escribir otro célebre corsario español, quien estaba al servicio de Enrique III de Castilla, el doliente, Pero Niño, quien saqueó, incendió y esclavizo de manera inmisericorde en cuantos puertos villa y ciudades eran conocidas en la época, además de cuantos navíos se les cruzó en su camino, en nombre de Dios y del rey, pero siempre en beneficio propio. Veamos el siguiente pasaje: <<Desde las almenas del convento benedictino de San Victor, situado a la misma orilla de la mar, contemplaba la escena el tozudo aragonés Pero de Luna. El de Luna ordenó a un caballero de San Juan de su séquito salir en un bergantín a calmar a los atacantes y convocarlos a su presencia. Niño viendo que ni por fuerza ni por autoridad podía hacerse con la ansiada presa, optó por disimular, <<mandó a los suyos que todos dijesen que cuidaron que eran moros, e que por esta razón los quisiera tomar>>, pero no dejó de hacer anotar la verdad en su crónica: << Aquellos dos corsarios estaban ahí en la guarda del Papa; habían sueldo de él; iban a robar e volvían a Marsella.>>

Corría la última semana de junio. Por las fiestas de San Juan, Niño fue invitado a comer en el Tinelo con el papa Luna, su colegio cardenalicio y su corte nobiliaria. La sastifacción de verse tratado con todos los honores o el empacho por la comilona eclesiástica le hicieron enfermar (posiblemente intentaron envenenarle); de forma que pasó los siguientes días en cama. Castrillo y Aymar (los dos corsarios al servicio del Papa) prefirieron no esperar a que sanara y se fueron al mar sin dejar aviso>>

              El tratado de Ryswich (1697) entre las potencias coloniales trasladó la piratería de las colonias españolas a América del norte, y sobre todo al continente asiático, (mar Rojo y costas de Malabar); inducidos por los funcionarios de la compañía de Indias orientales quienes iniciaron contra los neerlandeses, las acciones piráticas en el Océano Indico con base en Madagascar. En el siglo XIX sólo perduraron algunos piratas aislados en ciertas costas de África, golfo Pérsico, China y Polinesia. La era industrial, el vapor y el desarrollo de las comunicaciones, hicieron menos segura y poco rentable la piratería.

En el siglo XX se dieron diversos casos de piratería motivados por cuestiones políticas, quizás los dos  más notables por sus connotaciones políticas fueron los sufridos por los trasatlánticos Santa María portugués y  el Andrea Doria italiano.

            La aventura del Santa María, interesó mucho a la sociedad canaria de aquel tiempo, pues el buque con su gemelo el Veracruz, hacían frecuentes escalas en nuestros puertos estando muy vinculados con los mismos desde que se legalizó la emigración con destino a América, especialmente para Venezuela, por ello permítaseme una pequeña digresión. En 1961 un grupo de portugueses y españoles, protagonizaron uno de los actos piráticos de los tiempos modernos. La acción fue inspirada por móviles políticos, debido a la dictadura franquista en España y a la salazarista en Portugal, así mientras en Latinoamérica bullía el fuego vivo de las intentonas guerrílleras. El Trasatlántico Santa María, orgullo de la Marina mercante portuguesa (y en el cual según voz popular tenía intereses económicos doña Carmen Polo, esposa del dictador Franco, mientras que la flota mercante española estaba compuesta por pura chatarra), corría las Antillas con trescientos cincuenta tripulantes y seiscientos cincuenta pasajeros a bordo. En el puerto de La Guaira habían embarcado dos docenas de hombres de aspecto decidido luciendo y con indumentaria menos llamativa que las usadas habitualmente por los pasajeros que desde éste puerto, retornaban a Europa. En la madrugada del 23 de enero atacaron el puente de mando del buque, la cabina de trasmisiones, la sala de máquinas y el camarote del capitán Simóes Maia. El oficial de guardia en el puente José do Nascimiento, presentó resistencia y lo mataron a tiros. Otros dos o tres marineros cayeron heridos en la operación, cuya coordinación resultó solo aproximada. El grupo asaltante era el autodenominado Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación y acababa de inaugurar un nuevo tipo de piratería cuyos móviles como hemos dicho eran paramente políticos. Al mando del grupo estaba el oficial colonial portugués Enrique Galváo, con el gallego Fernando Fernández Vázquez– que se hacía llamar Sotomayor   quizás en recuerdo del levantisco Pero Madruga- de segundo el también gallego Xosé Velo Mosquera como ideólogo. Su primera medida fue cambiar el nombre del buque por el de Santa Liberdade, la caja fuerte, de la nave que guardaba 40.000 dólares, ni la tocaron, ni las pertenencias del millar de rehenes que habían capturado. Los turistas americanos y europeos se vieron sorprendidos por una imprevista aventura que no estaba incluida en el precio del pasaje, por lo que muchos de ellos estaban verdaderamente encantados: no paraban de sacarles fotos a aquel grupo de hombres decididos a luchar hasta la muerte contra las tiranías instauradas por el general Francisco Franco y el doctor Salazar para oprimir a los pueblos de la Península Ibérica. Se decían revolucionarios comunistas exiliados además de unos caballeros, como anédocta de los primeros momentos, es digno de resaltar que con el fin de mantener la calma entre los pasajeros, en el salón sacaban a las damas a bailar fado.

            En principio los planes de los modernos piratas consistían en navegar a la colonia portuguesa de Luanda, y  allí promover un levantamiento, aunque los españoles preferían tomar la isla de Fernando Poo colonia española en Guinea. El armamento de los asaltantes consistía en un par de metralletas y una docena de armas cortas, pero la fe que tenían en su causa les hacía creer en el buen término de su quijotesca  aventura: habían bautizado la operación como <<operación Dulcinea>>. La operación no debía marchar conforme a lo planeado en un principio por lo que Galváo ordenó tocar en el puerto de Castries, isla de Santa Lucía, para desembarcar a los heridos. La posibilidad de cruzar el Atlántico antes de ser descubiertos quedaba desbaratada. Las Marinas de Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda, desplazaron algunas unidades de guerra para la captura de los piratas y defensa de los ciudadanos de estos países que viajaban en el trasatlántico, España y Portugal también enviaron algunas unidades para tratar de apresar a los rebeldes. Sotomayor –oficial de la marina de la República portuguesa- no tenía buen concepto de Galváo de quien dijo que era un figurón de caballería sin idea de las cosas de la mar. Frustrado el intento de llegar a África, Galváo da orden de virar hacía Recife; donde deberían desembarcar los pasajeros según un pacto verbal secreto suscrito por radio entre los capitanes de los buques acosadores y Galváo. El 2 de febrero atracaron en aquel  puerto del Nordeste brasileño y pidieron asilo político al Presidente Junio Quadros quien se lo concedió. Así terminó el penúltimo acto de piratería en la mar en el siglo XX, que según Cunha Rego uno de los piratas diría años más tarde <<Fue un asalto mitómano y romántico>>.
             
Entre los piratas que Canarias dio al mundo – según algunos- para castigo y terror tanto de herejes como de cristianos,  una de las figuras que más a fascinado a las generaciones canarias es sin duda alguna la de Amaro Pargo. Esto es así hasta el punto de que, dos de las muchas casas que poseyó el pirata, una en Punta del Hidalgo, y la otra en el  barrio de Machado, en el transcurso de las seis últimas décadas han sido reducidas a escombros por obra y gracia de los desaprensivos buscadores de tesoros de exaltada imaginación, así como por la poca sensibilidad, y secular abandono que las autoridades responsables han mostrado hacía determinados aspectos de nuestro patrimonio histórico. Con ello hemos  perdido un par de casonas históricas, verdadero tesoro cultural del legado del pirata. Una de ellas-la del barrio Machado- aún podría recuperarse mediante un taller escuela, y ubicando en ella un museo y parque temático dedicado a la piratería y al Corso en canarias, con lo que el Ayuntamiento del Rosario dispondría de unas instalaciones de gran interés turístico y alta rentabilidad económica para la zona.


LA CASA DEL PIRATA O DE LOS  MESA

La casa del pirata o hacienda “Toriño” en el  del Rosario, (actualmente Municipio) la tenía pro indiviso y sin partir don Juan Gómez de Cañizares, después se partió por mitad según escritura otorgada ante Lucas Rodríguez Sarmiento en el mes de octubre de 1585. Ignoramos quienes fueron los sucesivos propietarios de la hacienda hasta que fue adquirida por el capitán don Amaro Rodríguez Felipe (Amaro Pargo.)

   Entre las múltiples propiedades que don Antonio Rodríguez Tejera, alias Antonio de Mesa, alias Amaro Pargo, adquirió en Tenerife, destacan dos por estar estrechamente vinculadas en la memoria popular con las actividades “empresariales” del pirata. Una de ellas, la ubicada en el barrio Machado, y la otra en la Punta del Hidalgo. Veamos lo que sabemos de estas casonas: por el testimonio aportado por don Felipe Trujillo -último habitante de la casona- que entregó a doña Concepción Reig Ripoll, en el año 1962, y que ésta publicó en su libro La Ermita de Nª. Sª. Del Rosario y la casa del pirata o de los Mesa, en el documento se expresa que don Felipe había nacido en dicha casa en 1878, y habitaba la mitad de la misma, la cual había adquirido por herencia habida de doña Juana Trujillo Mena, y ésta la había adquirido con su finca y otras más de don José González de Mesa, vecino de La Laguna en el año 1835, dicha hacienda conocida como “Toriño”, la había recibido don José González por herencia habida del doctor don Amaro González y su esposa doña Ana Josefa Rodríguez Felipe, sobrina y heredera que fue de Amaro Pargo.

              La hacienda estaba gravada con un tributo perpetuo a favor del capitán don Amaro Rodríguez Felipe de Barrios, quien fundó este tributo ante el escribano público don José Quintero Párraga, según los protocolos 66 y 169 folio 490 del registro de dicho escribano, en el año 1836.

              La casa, o mejor dicho los restos que de ella quedan, está situada en un altozano y próximo al camino de Candelaria, muy cerca de la ermita de la Virgen del Rosario, (en el municipio del Rosario, Tenerife) desde la esquina sur de la casa donde estaba situada una habitación-mirador, se divisa una amplia panorámica de la costa que abarca desde  la Punta de Anaga hasta los confines Sur del Valle de Güímar. Según la leyenda, desde esta habitación el pirata oteaba el movimiento de los navíos que arrumbaban hacía América. Además de ser el lugar una excelente Atalaya, la costa contaba con excelentes puertos y  refugios naturales apropiados para el anclaje de  navíos, entre ellos el de Guadamojete situado en el paraje hoy conocido como Radazul, el que a no dudar usaba el pirata para ocultar o resguardar sus naves de la excesiva curiosidad de los funcionarios no comprometidos con sus “empresas,” residentes en el puerto de Santa Cruz, al tiempo que la abundancia de agua proporcionada por el barranco de Guadamojete, y la facilidad para adquirir víveres de manera discreta  entre los campesinos de la zona, además de las producciones de la propia hacienda hacía de este enclave costero un lugar ideal para el avituallamiento de los navíos  y descanso de las tripulaciones.

              De lo que resta de la casona podemos destacar dos elementos; el Aljibe y un Tagoro o Guachara situado poca distancia de ésta. El Aljibe en su día tuvo un artístico brocal, el cual creo que actualmente se encuentra en un patio del Museo de La Historia  en La Laguna, llaman la atención las losas de toba amarilla que rematan las paredes del Aljibe, éstas tienen excavadas una serie de cazoletas y canalillos, lo que desde mi punto de vista prueba que en el lugar se realizaban prácticas de culto al agua hasta épocas muy recientes.

             Lamentablemente, los desaprensivos se han ensañado también con este lugar y ya han desaparecido varias de las losetas, las cuales poseían una serie de grabados rupestres similares a otros que se encuentran esculpidos en las proximidades de fuentes de agua en varios lugares de nuestra isla.

 El Tagoro o Guachara esta formado por un recinto circular y de unos dieciséis metros de diámetro, destacando del conjunto  el empedrado del piso. Desde un círculo situado en el centro y, de unos 0,60 centímetros de diámetro, parten una serie de líneas rectas hasta el borde interior del muro de piedras que cierra el circuito, el cual queda dividido en doce segmentos. Las líneas están formadas por pequeñas piedras o cantos rodados con una cara más o menos plana que destacan de las del resto del pavimento.

              El conjunto forma un dibujo similar a un signo solar localizado en macizo de Masca así como a otros que se encuentran grabados en algunas piedras de la zona de Los Baldíos. En la parte Oeste del círculo están unos asientos toscos de piedras basáltica a los que da sombra un pino canario de regular tamaño que, curiosamente, es el único que existe en la zona y varios kilómetros a la redonda. Por otra parte, en las paredes de las huertas situadas alrededor de la casona existe gran cantidad de piedras con grabados rupestres. En un altozano situado detrás de la casa está una era grande con el piso empedrado de manera tosca, tal como suelen ser los pisos de este tipo de construcciones agrícolas. Creemos  que, ambas construcciones, así como el aljibe, son  dignas de ser conservadas como bien etnográfico.

             De la primitiva casona de La Punta del Hidalgo, apenas quedan los vestigios de los cimientos. Otro elemento vinculado a la figura del pirata es la cueva conocida como de “Amaro Pargo” cueva de unos 88 metros de longitud, la cual sufrió un derrumbe provocado con unos cartuchos de dinamita, y que según creencia popular conectaba con la casa de Amaro Pargo, y era utilizada por éste para almacenar mercancías precedentes de las “empresas” que los barcos del pirata realizaban en las travesías americanas.

            Quizás el retrato más acertado que poseemos del pirata nos lo proporciona la jovial y siempre joven de espíritu, doña María Rosa Alonso,   en su libro Un rincón tinerfeño, Punta del Hidalgo. En ésta amena e interesante publicación que debieron costarle a la autora algún disgusto proporcionado por los apetentes de apellidos ilustres, según se desprende de una  especie de segunda parte del  mismo, donde a través de los diálogos mantenidos entre el “erudito” don Juan y el curioso pero  tímido don Pedro,  puntualiza con su natural desparpajo y simpatía, algunas notas que enriquecen aún más si cabe la primera parte del mencionado libro.

            Amaro Rodríguez Felipe, desde muy joven se destacó por mantener una actitud poco acorde con las exigencias morales de la sociedad de su época, actitud que hoy denominaríamos de rebelde o  inadaptado.

             El espíritu indómito del joven Amaro, proporcionó innumerables disgustos a sus progenitores, don Amaro Rodríguez Felipe y doña Beatriz Tejera Machado. La azarosa vida del inquieto Amaro, le llevó a buscar su destino en el mar, sirviendo en las galeras reales según una versión (ignoramos si obligado por su padre o por las circunstancias), o embarcando por propia voluntad como grumete en un barco pirata que estaba anclado en la rada de Santa Cruz, según otra. En ambos casos, las versiones coinciden en que, al verse atacado el navío donde prestaba sus servicios el avispado isleño, éste se permitió dar algunos consejos a su capitán, y que, seguidos por éste, les proporcionó la victoria sobre su presa, reportándoles un cuantioso botín, a partir de este hecho el joven Amaro comenzó a gozar de la estima de su capitán, lo que le permitió ir ascendiendo laboralmente, al tiempo que iba adquiriendo una sólida formación marinera y financiera.

El comercio de seres humanos era tan rentable como el vino o el azúcar. Grabado: Archivo del Autor.
 
            Con el trascurso del tiempo, el emprendedor isleño, decidió independizarse y trabajar por su cuenta, para ello se hizo con un buque (quizás el de su antiguo capitán) y dio inicio a sus empresas con tan buen acierto que en pocos años, y gracias al auge comercial que España, Portugal, Inglaterra, Francia y los países bajos mantenía con sus colonias americanas, Amaro pargo, poco a poco, logró hacerse con una considerable flota de navíos, dedicándolos a la recuperación en alta mar de los más diversos géneros tanto de importación como de exportación, incluidos en ellos los esclavos de Guinea, que después eran vendidos en las Antillas a propietarios de ingenios azucareros.
            Dueño de una considerable fortuna, agenciada durante su dilatada vida de pirata, decide desarrollar su capacidad de traficante iniciando sus actividades comerciales en tierra, y comienza a comprar importantes propiedades rústicas y urbanas en la isla, dirigiendo sus negocios marítimos desde su cede principal de La Laguna, pero siguiendo el movimiento de las flotas que se dirigían o retornaban de Indias desde su Atalaya de la hacienda Toriño. Necesitando de una base de operaciones situada en un lugar discreto, compra la hacienda de la Punta del Hidalgo, de la cual se erige en señor de “orca y cuchillo”, según afirmaban los pocos súbditos de hecho que no de derecho  que habitaban en el pretendido señorío. En esa época inclusa sufrió un motín protagonizado por un negro gigantesco que pastoreaba sus ganados por la zona de Guacada, éste se negó a pagarle tributo al pirata jurando además, matarle allí donde lo encontrara. Es posible que el pastor fuese bien conocido por don Amaro, (quizás un ex miembro de algunas de sus tripulaciones) pues éste decidió recoger velas y dejarle en paz.

             Desde su base puntera, don Amaro organiza la distribución de sus mercancías “importadas”, las que al estar exentas de impuestos y de costos de producción por decisión unilateral del mismo, producían  pingüe beneficios, parte de los cuales don Amaro invertía en obras de caridad, especialmente en iglesias y conventos, comenzando así a asegurarse un saldo favorable para el más allá, al tiempo que se iba ganando el respeto de sus conciudadanos, y muy especialmente la voluntad del clero, que recibía las liquidaciones de las primas del “seguro marítimo”. Este seguro aceptado por corsarios,  piratas e incluso armadores consistía en garantizarse el feliz término de  las empresas emprendidas mediante la protección de determinadas advocaciones y las plegarias de frailes y religiosas, generalmente los piratas y corsarios se dirigían a un santo de su particular devoción y les decía: “esto os daré, asegurador verdadero; guárdame mi navío” así, al término de cada viaje se procedía a la liquidación de la mencionada prima la que generalmente consistía en donaciones de ornamentos de plata para el culto y en crecidas sumas de dinero para misas de ánimas.

              Si grande debió ser la fortuna atesorada por el pirata, no menos debía ser las deudas contraídas con el cielo, como consecuencia de los métodos empleados en conseguirla, así, siguiendo las creencias y costumbres de la época, don Amaro se esfuerza en rebajar los números rojos en su cuenta corriente con el más allá y, además de los múltiples donativos realizados a iglesias y conventos, adquiere el patronazgo de la capilla de San Vicente Ferrer, en el convento de Santo Domingo, en cuya iglesia parroquial está ubicada la sepultura familiar y, en cuya lápida figura una calavera con dos tibias cruzadas, también donó la urna del Santo Entierro, según figura escrito en la misma <<Esta urna la mandó hazer el capitán don Amaro Rodríguez Felipe por su devoción este año de 1732>>. Como es bien sabido también costeo la urna que guarda el cuerpo incorrupto de sor María de Jesús como veremos más adelante. Fue así mismo benefactor de la ermita de San Amaro o del Rosario, aunque a decir verdad, no fue excesivamente generoso con éste modesto templo lugar de descanso de los peregrinos que desde diferentes puntos de la isla se desplazaban a Candelaria, y lugar de descanso también de la imagen en las ocasiones en que ésta era trasladada a la ciudad de La Laguna.  También fue hermano del Santísimo de los Remedios y de la Virgen del Rosario.

            Como la posesión de grandes riquezas lleva implícito la búsqueda del  reconocimiento social, el pirata decide dar lustre a sus apellidos y, así, aprovechando una de las frecuentes crisis económicas en que acostumbraban estar las monarquías españolas, inicia expediente de declaración de hidalguía, la que consigue en 1725, dos años después, obtiene certificación de nobleza y escudo de armas, dados en Madrid, (por supuesto a cambio de un sustancioso donativo para las arcas reales) y crea mayorazgos.

Uno de los aspectos mas conocidos en el ámbito popular de la vida de Amaro Pargo, fue su relación con la monja lega del convento de las clarisas María de León Delgado,  Sor María de Jesús, “ La sierva de Dios”. La fe popular ha venido creando en el transcurso de los siglos una serie de leyendas en torno a ambos personajes, en muchos casos alentadas y sustentadas por el clero. Veamos algunos sucintos rasgos biográficos de Sor María de Jesús: nace ésta en el Sauzal el 23 de marzo de 1648, siendo bautizada el 26 del mismo mes, sus padres fueron Andrés de León Bello y María Delgado, ambos descendientes de isleños según se desprende de una data otorgada en 1501 a Pedro de Vergara: << ...un pedazo de tierras que son junto con El Sausalejo linde con Pedro Hernández de las islas>> . Este Pedro casó con María Gutiérrez, quienes tuvieron a Pedro Hernández Perera y a Catalina Delgado, quienes entre otros hijos tuvieron a Andrés de León Bello, quien casó con María Delgado Perera quienes a su vez fueron padres de Pedro de León Delgado, Catalina de León Delgado, María de León Delgado y un hermano más cuyo nombre se ignora.

 Era frecuente que las familias extremadamente pobres, “colocasen” como criados  desde muy temprana edad a sus hijos pequeños al servicio de alguna familia pudiente, como medio de garantizarles la subsistencia. En este caso se vio Maria Delgado madre de la pequeña María, quien  con apenas siete años de edad tuvo que colocarla al servicio de la familia de un médico tinerfeño residente en La Laguna. Este médico posiblemente fue, el doctor don Bartolomé Álvarez de Acevedo, quien había estado ejerciendo su profesión en España donde probablemente casó, a juzgar por los calificativos que el biógrafo  de María don José Rodríguez Moure emplea al referirse a la esposa del doctor, a la que en unos pasajes denomina “peninsular” y en otros “española”. Este fue contratado por el cabildo de Tenerife en 1655 pero sus relaciones con el mismo no debieron ser muy buenas pues 1659 ya mantenía pleito con el mismo, y posteriormente,  le vemos gestionando el embarque con su familia para Indias, viaje que de llevarlo a cabo sería sin su esposa, pues ésta, ya había fallecido por estas fechas.

Generalmente la contratación de niñas para el servicio doméstico tenía lugar cuando éstas rondaban en torno a los diez o quince años de edad, aunque se producían algunas excepciones como en el caso de María de León y de otra también de siete años e igualmente procedente de Acentejo, que fue contratada por la viuda Carmenatys, la que además exigió a la niña un periodo de prueba de doce días, al objeto de comprobar si la niña se adaptaba a las exigencias domésticas de la viuda. La duración de los contratos oscilaba entre los cinco o ochos años, durante los cuales los amos se comprometían a alimentar vestir y calzar de manera modesta a la joven criada, al final del mismo, la sirvienta recibía una pequeña cantidad de dinero o más comúnmente una modesta dote compuesta de ropas de cama generalmente elaboradas por las propias dotadas, y algunos modestos enseres domésticos, ya que el fin último de estas muchachas de servicio era el matrimonio, se acostumbraba a especificar en los contratos que las niñas estaban obligadas a prestar las labores propias de una casa tales como: lavar, fregar, cocinar, hacer mandados... <<de todo el serviçio de una casa  e de mandados e servicios honestos que se suelen hazer por muchachas que se ponen de serviçio  de cosas buenas e honestas en  cualquier casa e de mandados por las calles, e a las cuales se le ofrecen buena doctrina e honestas costumbres>>. A pesar de las aparentes buenas intenciones de la letra de estos contratos, la verdad es que, estas niñas, servían en un régimen de semi esclavitud, realizando trabajos superiores a sus fuerzas, y en unas jornadas laborales que solían durar desde el amanecer hasta las diez o doce de la noche, sin gozar de más asueto que el de alguna festividad celebrada por sus amos, o cuando éstos arbitrariamente decidían conceder algún descanso, además de daba la circunstancias en la mayoría de los casos de que sí la criada enfermaba, ésta estaba obligada a prolongar su servidumbre tantos días como hubiesen durado su enfermedad. 
 

Detalle de un mapa de Torriani, la flecha indica el desaparecido Callejón de la  trasera de la Catedral, donde el misterioso caballero quiso comprar a la niña.
 
            La vida de la pequeña María con la familia del médico  no debió ser muy agradable, pues a pesar de que apenas contaba con 7 años de edad se le obligaba a realizar tareas domesticas propias de adultos, fregar, lavar, cernir la harina para el pan, e  incluso ensillar el caballo del doctor  empleando una banqueta para poder colocar la asilla en la grupa del animal. La madre de la pequeña al tener conocimiento de estos abusos, y ante la posibilidad de que se la llevasen a América,  trató de rescatar a su hija, pero la esposa del médico se negó rotundamente. Ante la decidida actitud de la española,  María Delgado tuvo que hacer uso de la astucia y, argumentando la celebración de las fiestas del Salvador en su pueblo natal, pudo convencer a la esposa del médico para que dejara marchar a la niña durante unos días, conseguida la autorización de la empleadora, no sin muchas cortapisas, la madre de la niña aprovechó  las circunstancias para enviar a su hija con unos parientes que tenía en la Orotava. La española –como la califica Moure- montó en cólera al tener conocimiento de la negativa de la madre de María a que esta volviese a su servicio, en cumplimiento del resto del contrato que por aquellas épocas acostumbraba a celebrarse. El despecho de la señora fue tal que llegó incluso a contratar a unos matones para que se trasladaran al Sauzal y secuestraran a la pequeña María, destino de la que se libró al encontrarse refugiada con  sus parientes en la Orotava.

            Fallecida la madre de María de León, ésta, continuos algunos años viviendo en compañía de la familia de Inés Pérez sus parientes de la Orotava, con quienes sin duda, adquirió conocimientos de medicina popular y de la consiguiente utilización de plantas medicinales, conocimientos que más adelante empleó no solo en beneficio de sus compañeras de claustro, sino que, ayudó a ciudadanos que la con consultaban sobre determinadas dolencias, entre los que figuraba un conocido médico a quien curó de una enfermedad cutánea.

             Pasados unos años, se presentan en casa de la familia de María, en la Orotava, dos misteriosas “damas” procedentes de La Laguna que portaban una carta supuestamente escrita por su tío Miguel Pérez Perera, su pariente, y casado con su tía Catalina Delgado, hermana de su madre, residentes en la ciudad, hombre económicamente bien situado, en ella se le pedía a la joven que se trasladara a La Laguna para vivir con los mismos. La joven María y las dos misteriosas damas inician a píe el camino de regreso a La Laguna, haciendo un alto de descanso en el Sauzal, llegadas a la ciudad, las dos mujeres, aprovechando el desconocimiento que María tenía de la población, en lugar de acompañar a la joven directamente a casa de sus tíos, comenzaron a vagar por las calles hasta  que en un callejón que existía a espalda de la parroquia de los Remedios y, que hoy está ocupado por parte del altar mayor de la Catedral, en él, se encontraron con un misterioso caballero, con el cual las dos mujeres mantuvieron avivada conversación, llegado a un punto en que, el caballero exigió ver el rostro de la joven María, la cual  como era habitual por esas fechas llevaba cubierto. Por los retazos de conversación que pudo oír la joven María, comprendió que de lo que estaban tratado aquellas arpías y el supuesto caballero era nada y nada menos que la venta de su virginidad, horrorizada, salió corriendo de aquel callejón y preguntando a un viandante sobre el domicilio de Pedro Bello, tío suyo a quien recordaba, obtenida la información se dirigió a casa de éste.

             Grande fue la sorpresa de Pedro Bello cuando se encontró con su sobrina, y mayor fue la de sus otros tíos Miguel Pérez y Catalina Delgado, cuando por aviso de aquél supieron que estaba en su casa; y aunque extrañados de que a píe y sin orden suya hubiera hecho aquel largo viaje, enterados de lo ocurrido, alojaron a la joven en su domicilio. Por otra parte, es evidente que Fr. Jacinto de Contreras que con el tiempo fuera el confesor de la- ya- sor María de Jesús, conoció la identidad de las dos “Celestinas”, pero por “caridad” es decir, por no herir la vanidad de algún acrisolado linaje familiar de La Laguna, se guardó de consignarlos en la biografía  que de la monja estaba escribiendo cuando le sorprendió la muerte.

             Instalada María en casa de sus tíos, fue destinada a las labores propias de la casa, no distinguiéndose de los esclavos y criados que sus tíos tenían, así transcurrieron algunos años,  hasta que por mantener el buen nombre de la familia éstos decidieron  buscar acomodo a la chica con el matrimonio, pero María era poco proclive al mismo, así que optaron por hacerla profesar como monja en el convento de Santa Clara sirviendo como criada de su prima, la hija de sus tíos Miguel Bello y Catalina Delgado, que ya había profesado como monja de velo. Ignoramos las causas que motivaron en María el rechazar la entrada en el convento de las Claras, optando por hacerlo en el Santa Catalina, donde hacía falta una lega que se hiciera cargo del cuidado de una monja anciana y enferma, así pues una mañana del domingo 22 de febrero de 1668, entró al servicio de Sor San Jerónimo (es curioso el que por esas fechas a las monjas se les impusiesen nombres de Santos varones,) con gran disgusto de sus tíos que, veían así privada a su hija de los servicios de la criada que le habían destinado. Una vez ingresada, le fue destinada una celda infestada de ratas e insectos, en la cual vivió hasta que pudo comprarse otra más decente en el propio convento por el precio de 500 reales. Es indudable que en esta ocasión los conocimientos que María tenía sobre herboristería les fueron muy útiles para librarse de las plagas de ratas e insectos mediante algunos sahumerios, aunque algún biógrafo interpreta que dicha liberación se produjo por la intervención de algunos ángeles.

             Para su subsistencia  dependió siempre de las limosnas que desde el exterior le remitían, pues  la comunidad no se hacía cargo de su alimentación, a pesar de los trabajos que la lega realizaba en el convento después de la muerte de su ama sor San Jerónimo.

             Esta ampliamente recogido por los biógrafos de la monja, las labores de sanación llevadas a efecto por sor María de Jesús, en las que, independientemente de la mística, demostró un amplio conocimiento de las plantas medicinales y de las enfermedades a que debían aplicarse, curando incluso a un doctor como hemos dicho, de unas afecciones que padecía en la piel.
           
La piedad popular de la época fomentada por el clero, llegó a atribuir a la monja el don de la bilocación, don empleado por  sor María de Jesús, no sólo para proteger al pirata Amaro Pargo, sino incluso sus “empresas” y colaboradores, conforme se desprende de determinadas leyendas atribuidas a la moja como veremos a continuación.

Estando Amaro Pargo desarrollando sus actividades habituales en alta mar, fue sorprendido por una tormenta que estuvo a punto de hacer naufragar al navío, en tan grave trance recordó que llevaba consigo unos objetos de sor María de Jesús, que él consideraba como reliquias las arrojo al mar, implorando la intervención de la monja, inmediatamente se calmó la borrasca,  la nave recobro el rumbo arribando felizmente al puerto de Santa Cruz.
En otro de sus viajes, abordan un navío mercante de manera decicidida; arrojan los garfios y asaltan a la presa, la tripulación de ésta opone una dura resistencia  entablándose un sangriento combate cuerpo a cuerpo entre ambas tripulaciones, y auque los piratas hicieron gala de una gran bravura, era tal el valor y denuedo de los contrarios, que les obligaron a batirse en retirada, cuando estaban próximos a rendirse, Amaro Pargo oye una voz que le decía <<anímate, no temas, Dios está de tu parte>> este mensaje hizo que el pirata recobrara bríos y animando a su gente, arremetió de nuevo contra la presa con tal ímpetu que consiguieron reducir y apresar al navío. Llegados triunfalmente al puerto de Santa Cruz de Tenerife con la embarcación apresada un sábado Santo. En memoria de tal acontecimiento, el pirata dotó perpetuamente con parte de sus bienes el costo de exponer al Santísimo Sacramento, el lunes y martes de la pascua de Resurrección de cada año, en la Iglesia del Monasterio Santa Catalina, por atribuir la victoria obtenida a la intercesión de sor María de Jesús a quien fue a visitar y dar las gracias, y dando relación detallada de los pormenores del combate, entendiendo el pirata que la sierva había tenido revelación del combate y del peligro que éste había corrido y quizás permiso del Señor para ir a alentarle.

Otra de las ocasiones en que Amaro Pargo fue objeto de la protección de la monja, a decir de los biógrafos de ésta, tuvo lugar en La Habana cuando el pirata enfrascado en alguna de sus “empresas”; una noche, Amaro Pargo es atacado por un desconocido en una taberna, quien le tiró varios golpes de daga de los cuales salió ileso, huyendo el agresor acto seguido, Dando gracias Dios por salir bien librado de la agresión, quedando extrañado de no haber sido herido; al día siguiente le dirigió un hombre y le preguntó <<si no era él la persona con quien en la noche anterior había tenido unas palabras y si no le había resultado algún daño>>, contestándole que sí, y que a Dios gracias estaba ileso. El agresor confuso, le suplicó le dijera que devoción particular tenía que le había librado de tanto peligro, a lo que el pirata contestó diciéndole que en un Monasterio de Tenerife había un alma justa, que creía le encomendaba siempre a Dios; oído lo cual, el hombre le rogó marcara el día, y conmovido le confesó que le había agredido creyendo que lo había dejado muerto.

Tras su viaje, cuando don Amaro llega a La Laguna, fue como en él era habitual a ver a sor María de Jesús, y contándole la experiencia vivida en La Habana, ella le mostró un cobertor que estaba acribillado de cuchilladas, haciéndole ver que, éste, había recibido los golpes dirigidos contra su persona, haciendo la moja esta manifestación al pirata por consejo de su confesor. Se dice que el pirata conservó el cobertor durante toda su vida llevándolo siempre consigo en todos sus viajes.

Otra de las situaciones en que el don de la bilocación permitió a sor María de Jesús, socorrer los intereses de la casa de Amaro Pargo, sucedió – según una  leyenda– que, arrollado por una tempestad un barco perteneciente a la flota del pirata, que venía de retorno para estas islas, el Capitán vio una monja que los socorría, superada la tormenta, el navío arriba felizmente a la isla, el Capitán da cuenta a don Amaro de los pormenores del viaje especialmente de la visión que tuvo durante la tormenta, afirmando que vio tan claramente a la monja que,  de volver a verla, la reconocería sin duda alguna. Llevado al convento de Santa Catalina por el confesor de la comunidad, fueron llamadas al locutorio las monjas, y en cuanto el Capitán fijo la vista en las monjas señaló a sor María de Jesús como la monja que había visto y les protegió durante la tormenta.

Creemos que es digno de significar el hecho que en los episodios referentes a la bilocación hasta aquí narrados, de manera directa o indirecta, siempre estaba presente la figura del confesor de sor María de Jesús. Ignoramos si éste lo era también de don Amaro Pargo.

Después de algunos intentos por abandonar el convento, María de León entró en una fase de tranquilidad espiritual, posiblemente fue en este periodo cuando comenzó a tener contactos con Amaro Pargo, quien visitaba a una hermana suya que compartía claustro con sor María de Jesús, esta hermana de Amaro, era conocida por Sor San Vicente Ferrer. Los lazos de amistad entre el pirata y la monja se fueron acrecentando con el tiempo, hasta el punto de que el pirata no dejaba de visitar y obsequiar a la monja cada vez que regresaba de sus “empresas” marítimas, y cuando decidió dedicarse a sus negocios en tierra, continuó frecuentado a la monja a quien solía consultar en momentos de dudas.

 En el año de 1731, un doce de febrero Sor María de Jesús entra en un trance en el cual se mantiene hasta el 15 del mismo mes, en que, entre las doce y las trece, fallece a los ochenta y cuatro años diez meses y veinticuatro días de edad. Era frecuente en la época que los cadáveres de las monjas fuesen enterrados sin féretros, pero en el caso de Sor María de Jesús, el opulento don Amaro Pargo dispuso que el cuerpo de la monja fuese sepultado en una caja.

   Es digno de encomio el afecto que, mostró siempre hacía la monja, el pirata, a los tres años de la muerte de la misma, hace gestiones antes los superiores de la orden de Santo Domingo en la Provincia para exhumar el cuerpo de Sor María de Jesús. Cumplidas todas las formalidades del caso, en la tarde del veinte de enero de 1734, se reunieron en el coro bajo del monasterio de Santa Catalina, el P. Provincial, Fr. Luis Leal, el Prior de Santo Domingo Fr. Pedro González Conde, el Regente de Estudios Fr. Luis Díaz, el Secretario Fr. Juan Bautista y el Secretario Eclesiástico y Apostólico don Miguel Hernández de Quintana, Prebístero;  también concurrieron al acto los seglares Dres. Don Francisco Barrios y don José Sánchez médicos, los Capitanes don Amaro Rodríguez Felipe y don Antonio de Torres, y los afectos al convento don Andrés José Jaime y don Juan Hernández, encargados de abrir la sepultura.

              Comenzaron a abrir la sepultura colocando la tierra a los lados, Amaro Pargo en su ansiedad por ver la caja resbaló cayendo en la fosa y rompiendo la tapa del ataúd, en cual penetró gran cantidad de tierra. Una vez sacada la caja y abierta se vio que el cadáver estaba muy reducido y los hábitos completamente mojados, el Padre Provincial tocó las manos del cadáver y estas se desprendieron descompuestas, siendo ya tarde y oscuro decidieron dejar el examen para el día siguiente, ordenando el  Padre Provincial el traslado del féretro a la celda que había habitado la difunta, mandando clavar la ventana y la puerta, poniendo a dos religiosas de guardia, acordando que al día siguiente procederían a separar los hueso y demás despojos de la monja, atribuyendo la humedad que mojaba el cadáver y la caja a la pérdida de agua de una tubería que surtía al convento y que pasaba por la parte exterior de la pared del coro.

Al día siguiente concurrieron los personajes arriba citados más el Doctor Barrios que se encontraba de visita en el convento, abiertas la celda y la caja en que estaba el cadáver, comenzó a separar la tierra con sumo cuidado pues por causa de la humedad ésta se había convertido en lodo. Finalizada esta operación, se observó que el cadáver  estaba prácticamente entero (excepto las manos y píes) flexible y con todo su pelo en la cabeza, el paladar y lengua fresco y sonrosados, con su color natural, destilando todo él sangre y un líquido que mojaba los nuevos vestidos que le pusieron así como el lugar donde estaba situado, creyendo que la destilación del cadáver era debido a la humedad del lugar donde había estado enterrado, José Jaime y Juan Hernández  abrieron de nuevo la sepultura, no encontrando más humedad que la habitual, y cogiendo puñados de tierra y apretándolos fuertemente, ésta no soltó la más mínima gota de agua. Pasados 20 días de la exhumación continuaban destilado líquido igual que al principio. Todo lo expuesto animó al capitán Amaro Rodríguez Felipe a costear el lujoso sarcófago en que reposan los restos de la monja, en lugar de la sepultura que le tenía prevista, y haciendo esculpir en la urna en un claro deseo de dejar constancia de su sobrenombre los siguientes versos:

                         P arece a quien el humano afán
                         A  mirar con luz divina
                         R ara ave peregrina
                         G irando al Cielo Guzmán
                         O al trono de Catalina.

             Es posible que la momificación del cadáver  de Sor María de Jesús se debiera al proceso conocido como saponificación, éste tiene lugar cuando la cantidad de grasas en el cuerpo del difunto tiene un volumen considerable, esta grasa se transforma en adipocira, dando lugar a un proceso de saponificación  o hidrólisis de las grasas cuando existe un grado de humedad determinado. De esta manera el cuerpo  muerto dispone de una protección natural que lo aísla de los agentes externos y, por tanto, de la putrefacción. También al acrecentar al máximo el misticismo mortificando su cuerpo con severas penitencias, es viable que el organismo desarrollase mecanismos de defensa creando alguna sustancia endógena que, sería la responsable de la conservación del cadáver.

Casos de momificación similares  al de Sor María de Jesús, se producen con cierta frecuencia en los conventos y monasterios de todo el mundo y en todos los tiempos, en el siglo XVII está registrado un caso similar, el de sor María de Jesús de Agreda, cuyos restos se conservan en la clausura concepcionista de su monasterio. En las revisiones efectuadas al cadáver en los años 1909 y 1989, se observó que éste no había sufrido deterioros apreciables en los últimos ochenta años. Ambas monjas tenían en común el hecho de haber sido enterradas en condiciones pésimas, tenían el don de la bilocación y el sufrir frecuentes estados de éxtasis, y como caso curioso, el cadáver de la madre de sor María Jesús de Agreda, Catalina de Arana, se conserva incorrupto aunque algo estropeado, ésta mujer también estuvo rodeada de un halo de santidad y misticismo. Recientemente, el 20 de abril de 1982, se procedió a desenterrar el cadáver de la monja franciscana sor Clara Sánchez García, del convento de Santo Domingo, en Soria, el cuerpo de la monja pese a haber estado enterrado bajo tierra y sin ataúd, y con humedad por todas partes, su cuerpo se conserva en perfectas condiciones; la piel tenía su color y los miembros los tenía flexibles. Hoy en día son millares los cuerpos incorruptos, entre ellos,  figuran los del  Papa Juan XXIII, el monje Charbel, Santa Bernardette, el cura de Ars, el maestro budista Hui Neng, e infinidad de místicos y seglares.

Creemos interesante insertar a continuación uno de los primeros documentos relativos a la exhumación de los restos de sor María de León:

CERTIFICACIÓN

DEL NOTARIO ECCO. Y APP. D. MIGUEL HERNÁNDEZ DE QUINTANA.

<<Yo D. Miguel Hernández de Quintana, Prebístero, y vecino de esta Ciudad de La Laguna, Isla de Tenerife, testifico a todos los que la presente vieren como hoy veinte de enero de este presente año de mil setecientos treinta y cuatro años, habiendo sabido y entendido que en la tarde del expresado día estaba dispuesto el exhumar el cadáver de la Venerable Soror María de Jesús, Religiosa del Monasterio de Santa Catalina de Sena de esta dicha Ciudad, me fui a la Iglesia del dicho Monasterio a la hora de Vísperas, con el motivo de ver si podía yo hallarme presente a la exhumación de dicho cadáver, y con efecto lo conseguí mediante la licencia del M.R.P. Mtro. Provincial Fr. Luis Tomás Leal y habiendo entrado en el coro bajo de dicho Monasterio con el dicho M.R.P. Mtro. Provincial el Muy Reverendo P. Prior Fr. Pedro Conde, R.P. Regente J. Luis Díaz, Secretario Fr. Juan Bautista, los doctores D. Francisco de Barrios, D. José Sánchez y el Capitán D. Amaro Rodríguez Felipe y D. Antonio de la Torre, se empezó a hacer la exhumación y se desenterró el cuerpo de la Venerable Soror María de Jesús con el motivo de trasladarlo a otro nuevo sepulcro y habiendo extraído el cajón o urna de la sepultura (habiéndole caído antes alguna porción de tierra dentro de él, por haberse desunido la tapa de la sepultura que estaba contigua) se levantó la tapa y quedó patente el cuerpo y éste, a juicio prudente de todos los referidos que lo estaban mirando para ver si se había deshecho y consumido por el poco lugar que ocupaba en la urna y éste juicio que entonces hicimos lo confirmamos luego viendo que el M.R.P. Provincial le fue a coger las manos como para alzárselas y se le desunieron y desbarataron, de que inferimos que el cuerpo estaba resuelto y que la causa de esto era la grande humedad que había en el terreno  a donde estaba enterrado el cajón con dicho cuerpo, pues se reconoció también en esta ocasión que el hábito y la demás ropa estaba mojada y que todo provenía de que pasaba por cerca de la sepultura la cañería o conducto por donde va el agua al dicho Monasterio y luego sin dilación se volvió a cerrar y clavar el dicho cajón y se llevó (ayudando yo a ello) a ponerlo en la celda que había sido de dicha Venerable Soror María de Jesús, en donde se colocó, habiendo quedado las puertas cerradas y clavadas de mandato del dicho M.R.P. Provincial. Y así mismo testifico haber concurrido en el dicho coro bajo de dicho Monasterio todos los arriba expresados (menos el Dr. D. José Sánchez), en el día veintiocho de dicho mes de Enero y de mandato del M.R.P. Provincial, se abrió el sepulcro donde había estado enterrado el cuerpo de la Venerable María de Jesús, para reconocer si en aquél terreno podía haber tanta humedad, que podía ser causa de estar mojado el hábito y ropas del cadáver; y habiendo abierto aún más profundo (a mi parecer) de lo que estaba antes de exhumar dicho cadáver, se registró con luz, habiendo abajado al plano, del, el dicho M.R.P. Provincial y después me dijo su Paternidad M.R. bajase yo y con efecto entré y estuve con una barreta escarbando la tierra por diversas partes y la hallé cuasi seca y sin humedad y como cualquiera otra sepultura regular, de manera que cogiendo yo la tierra y escarbándola con los dedos en el plano del sepulcro y apretándola con la mano volviéndola a soltarla  casi me quedaba sin haberme suciado y habiéndose vuelto a cerrar el sepulcro pasamos a la celda en donde estaba el cuerpo de dicha Venerable Soror María de Jesús el cual ya estaba puesto y tendido con camisón y enaguas todo nuevo y habiéndole desatado la camisa por el cabello reconocí que el cuerpo estaba entero y sólo le faltaba los pies y manos por haberse ido desbaratando, y estaba al parecer con sus carnes, pescuezo y cabello en la cabeza y el estomago esta flexible y blando a modo de un cuerpo vivo y de ser así todo lo que dejo referido lo juro in vervo sacerdotis en dicha Ciudad en veintinueve de Enero de mil setecientos treinta y nueve años=Miguel Hernz. Quintana.>>

 El capitán don  Amaro Rodríguez Felipe, sobrevivió a Sor María de Jesús 16 años, falleció un miércoles 4 de octubre sobre las ocho de la mañana y fue enterrado al día siguiente en el convento de Santo Domingo, en su bóveda a la entrada de la puerta a mano derecha, en la capilla de San Vicente Ferrer, de la que como hemos dicho era patrón.

             Queda una incógnita que no hemos podido resolver, ¿quién fue el misterioso caballero que quiso comprar en el antiguo callejón de la parroquia de los Remedios, la virginidad de la joven María de León Delgado?





Fuentes consultadas
Elías Serra Rafols
“Las Datas de Tenerife libros I al IV”
Pedro Pablo Pons
“El Libros de las Momias””

José Rodríguez Moure
“Cuadros Históricos de la Vida y Virtudes
de la Sierva de Dios Sor María de León Delgado”


Autores citados en el texto.:


Portada: Blas de lezo rindiendo al navío Inglés
“Stamhope”. A. Cortellini. Museo Naval. Madrid