lunes, 5 de octubre de 2015

INQUISICIÓN Y DIFUSIÓN DE LAS IDEAS REVOLUCIONARIAS FRANCESAS EN CANARIAS Y VENEZUELA: EL PROCESO DEL ARTESANO FRANCÉS LUIS HARDOVIME







Manuel Hernández González 
XVI Coloquio de Historia Canario-Americana


NTRODUCCIÓN
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La difusión de las ideas revolucionarias francesas en el archipiélago canario y su  proyección desde las Islas hacia América a través, entre otros medios, de artesanos o mercaderes que cruzaron el Atlántico y se establecieron en ellas, se puede constatar desde fechas anteriores a la toma de la Bastilla. 

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Estas personas las dejaron y por distintos motivos se trasladaron hacia el Nuevo Mundo amparados en las facilidades existentes para ello dada la falta de control e inexistencia de exigencias de naturalización y limpieza de sangre. Un ejemplo fehaciente de ello lo fue Luis Hardovime o Harduvin, un artesano francés establecido en Tenerife, que se vio obligado por decisión del Tribunal de la Inquisición Canaria a dejar el archipiélago. Se trasladó desde ellas hacia Venezuela a través de un barco del comercio canario-americano, siendo procesado de nuevo por sus ideas en el país del Orinoco.

LA DENUNCIA

Su proceso comienza el 16 de junio de 1776 a raíz de una denuncia de dos vecinos de La Laguna, el herrero Juan Pedro del Castillo y el procurador Marcos Alonso. El primero relata cómo estuvo en esa ciudad en la casa de Luís Hardovime, que llevaba residiendo en ella desde hacía 8 o 9 meses con el motivo de fundir algunas campanas. En presencia del  procurador conversaron sobre lo afirmado en una gaceta inglesa o francesa. En ella se decía que había un hombre que en 6 horas formaba un niño y a los 6 días alcanzaría el tamaño de uno de 9 meses. El herrero entendió que con ello se quitaba el poder a Dios, quien era el único que podía ejecutar ese prodigio. El francés le replicó “con ademán burlesco Vmd. No sabe lo que los hombres alcanzan y adelantan”. Al ver el fuego preparado para los moldes de las campanas le refirió: “Vmds. creen que en el Infierno hay fuego que quema”. Ellos le contestaron que según la doctrina cristiana había tormentos mayores que los que podemos imaginar. Hardovime manifestó, sin embargo, que “en el infierno no hay más tormento que la  privanza de ver a Dios”. Les puso como explicación el amor paterno. Si un padre no es capaz de quemar a su hijo “cómo Dios, siendo nuestro padre, nos había de atormentar con fuego en el Infierno”. En otra chanza sobre el Paraíso, se preguntó quién hizo ese Dios. Sobre la bula de la Santa Cruzada le oyó decir que “valía tanto como un perro”. No le había visto oír misa ni los demás actos que son característicos de los católicos, pese a ser vecino inmediato y trabajar diariamente en su casa. Una acusación que ratifica Marcos Rodríguez, que afirma que sus disparates eran constantes.
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Por su parte, el francés Antonio Anglés le había dicho que el artesano era un apasionado de Voltaire, que poseía algunos libros prohibidos, que leía con entera satisfacción de su contenido y que el médico ilustrado lagunero Carlos Yánez se los  pedía prestados para leerlos.

LA CELERIDAD DEL PROCESO Y LA DETENCIÓN

El Tribunal de Las Palmas ordenó el 13 de agosto su prisión. Sorprendió la celeridad de su actuación con tan sólo el testimonio de tal conversación. Su afán por castigarle parece como si obedeciese al interés inquisitorial en demostrar su eficacia, por entonces ampliamente contestada entre amplios sectores de las elites. Precisamente ese galeno antes nombrado había sido procesado por considerar que “en el purgatorio e infierno no hay fuego material como el de acá y que la peña de los condenados es la carencia de la vista de Dios”, ideas muy similares a las vertidas por éste. El burgués majorero José Feo afirmaba otro tanto, que ese fuego era “para atemorizar a la gente porque no había infierno ni purgatorio, que el infierno y  purgatorio lo daba Dios”. Eran muchos los que entre tales sectores dudaban o tenía una visión de la condena eterna que se apartaba de la ortodoxia. Pero sus procesos sólo se habían iniciado. No había habido condenas. El Santo Oficio parecía sentir impotencia para condenar a las elites rectoras de la sociedad. Quería reprimir esa libertad de palabra, ese cuestionamiento de los dogmas entre los laicos cultivados y los sacerdotes ilustrados que les erizaba. Pero se veían incapaces de castigar esa “rebelión” y esa forma de pensar entre los miembros de las clases dirigentes.
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En cierto sentido el haber obrado así suponía convertir a un humilde artesano extranjero en un chivo expiatorio. Daba así, con esa débil apoyatura, ejemplo a los miembros de las clases acomodadas de la dureza de las penas contra los que hablasen de esa forma. Pero en su misma condena sobre un foráneo sin apoyaturas estaba mostrando una vez más esa incapacidad. Lope de la Guerra relata en sus memorias el contratiempo sufrido por el campanero. Fue conducido a Las Palmas por el Santo Oficio “por deposición de algunos, que ni entendían lo que hablaba, pero ha vuelto libre. Casi lo mismo había sucedido había dos o tres años a una  pobre mujer de Geneto, que también volvió libre, pero esto no ha estorbado que lo llamen comúnmente”.
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En la libertad se equivocaba el memorialista, como veremos, porque en realidad era coyuntural, porque fue finalmente expulsado. Pero este testimonio es un fehaciente ejemplo de la atmósfera reinante y cómo era vista por los ilustrados.

SU ORIGEN Y FORMACIÓN

Luis Hardivime era natural de Le Mans, por entonces capital de la provincia del mismo nombre, y en la actualidad del departamento de Sarthe. Era un importante centro agrícola y de tradición en las fundiciones en la confluencia de los ríos Sarthe y Huisne. Fundidor de campanas y relojero, era hijo de Luis Anduain y María Divalen, ya difuntos por aquel entonces, naturales de su localidad natal. Sólo tuvo una hermana soltera, María, que desconoce si estaba viva o muerta. Era viudo de Margarita Rubin, natural de Anguleme, con la que tuvo 5 hijos vivos, 2 varones de nombre Juan y Margarita, María y Catalina. Sólo la  primera se había casado. Contrajo nupcias con el natural de Bayeux Juan Mautista Tessaut, con el que tuvo 3 descendientes, un varón y dos hembras. Los restantes permanecían solteros, siendo uno de ellos sargento en la tropa española, en el regimiento de voluntarios extranjeros. Sobre el cumplimiento de sus deberes religiosos sostiene que suele confesar el día de su santo. La última vez lo hizo este año en Tacoronte con el franciscano Fray Claudio Lasala, hijo de francés. También comulgó, por lo que le dio cédula, que entregó a su cura en La Laguna. En cuanto a sus estudios, aprendió a leer y escribir en su tierra y estudió gramática en el convento de Santo Domingo. A los 8 años marchó a París a casa de un tío, campanero y relojero, donde aprendió esos oficios. Una vez culminada su formación anduvo por Francia durante 2 años y medio. Después marchó a España. En ella estuvo 15 días enfermo en Zaragoza. De allí pasó a Cartagena, donde residió por espacio de 4 meses empleado por un sombrerero y relojero de su nacionalidad. Después estuvo otros 8 en Cádiz en idéntico trabajo. Desde allí se embarcó para Santa Cruz de Tenerife, donde permaneció por espacio de 2 meses, hasta que finalmente subió a La Laguna para dedicarse a la fundición de campanas y al arreglo de relojes. Cuando vino de Cádiz se había trasladado con él Juan Paster, relojero  protestante suizo, con el que estuvo en Santa Cruz y en La Laguna. En esas dos localidades vivían en la misma casa trabajando cada uno por su cuenta. Los dos habían sido protegidos  por el Cónsul de Francia Le Conte, a cuya instancia habían arribado desde Cádiz.
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SU DEFENSA Y LA SENTENCIA INQUISITORIAL

En su confesión refiere que Paster le dijo que él no creía que hubiera purgatorio y que se iba al cielo o al infierno. También afirmó que Jesucristo cuando subió a los cielos dijo a los apóstoles que no volvería a la Tierra sino para juzgar al mundo. Sobre la Bula reconoce que no sabía el contenido y privilegios que se le concedían, porque, enterados de ellos los toma todos los años. Había dicho que se hincase de rodillas, aunque algunos no lo hacían, y dijo que en Francia sólo se hacía cuando pasaba La Majestad. En un escrito, ya preso en las cárceles inquisitoriales, lógicamente trata de desmentir tales acusaciones. Afirma que le “criminalizan de unas proposiciones que sólo siendo protestante o habiendo caído en apostasía pudiera proferirlas”. Entiende que la especie de la formación de un niño en 6 horas estaba tergiversada o mal comprendida, pues la diría con ironía y siguiendo la misma burla había dicho que no sabe lo que los hombres alcanzan, pero eso de ningún modo quería decirlo porque “aun sin la religión y sólo por lo natural conozco ser imposible semejante asombro. Lo había sostenido sólo “en términos irónicos”. Sobre su negativa a “haber en el Infierno la pena de sentido, que consiste en los incomparables tormentos que causa el verdadero fuego que allí hay, además de la otra que estriba en carecer de la vida de Dios y se llama daño, jamás he creído otra cosa como fiel cristiano”. Su respuesta nació de la comparación con el fuego de las hornillas de la fundición, “sin que  pueda esto parecer disculpa porque la comparación del niño privado del socorro y cariño de su madre y aquél que de que siendo Dios nuestro Padre, no nos había de atormentar con fuego no se adapta a otra cosa que el limbo, donde es cierto no haber la pena del sentido”. Denuncia  por enemigo suyo al herrero antes citado y a su mujer “por no haberle querido darle gusto en casarse con una gran amiga de ellos llamada María Arocha”.
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Debemos tener en cuenta que el detenido no tenía acceso a las acusaciones vertidas contra él. El comisario señala, por su parte, que Hardovime practicó diligencias para contraer matrimonio y que frecuentaba diariamente su casa. En una ocasión que la novia estaba rezando alguna devoción le dijo que se pondría fin “en casándose la práctica de aquellos disparates”. Con su detención se esparció por la ciudad la voz de que era blasfemo. En su defensa recibió el apoyo y estímulo de personalidades de ideología ilustrada que trataron de quitar hierro a los argumentos de los opositores. Todos se reafirmarían en que no se expresaba bien en castellano. El capitán Tomás Eduardo, ministro calificado del Santo Oficio, sostuvo que sólo lo entendían perfectamente los que tuvieran alguna tintura del francés por intercalar muchas expresiones de ese idioma en el castellano. El presbítero Juan de Armas dijo que en los diálogos que tenía con Santiago Eduardo no entendía muchas cosas  porque mezclaba en las conversaciones palabras francesas con las españolas, pero afirmó que el comerciante y presbítero lo entendía bien por conocer esa lengua. Por su parte, otro interesado en la Carrera de Indias, Fernando Rodríguez de Molina, afirmó que no podía.

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