sábado, 10 de octubre de 2015

EFEMERIDES CANARIAS






UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL 1501-1600
DECADA 1571-1580

CAPITULO X-II



Eduardo Pedro García Rodríguez

 Viene de la entrega anterior

Firmada el acta de la representación, la ceremonia continuó a lo largo del camino, que llevaba al río Abona,  por las tierras situadas a la “otra parte”,  hasta el barranco “que dicen del Mocan”, donde estaba la linde. La finca terminaba  “arriba a la cumbre”, donde empezaban las montañas del rey. Y al otro extremo en la mas. Termino la posesión el 26 de abril,  con turno de reclamantes. Despejada la tierra,  sólo compareció las viuda Beatriz Petra, propietaria de suerte a orillas del Abona, suponiendo que se incluyó en el heredamiento.

Quedó Godejuela sobre el terreno, con la cuadrilla. Durante varios días, “anduvieron” visitando los  tomaderos, por donde “en otros tiempos se sacaban las aguas”. Registrados, Gordejuela los mudó, quizá sin más fin que el de dejar su huella. Según el maestro de hacer ingenios, González, que conocía la tierra desde hacia 30 años,  pues trabajó en el Abona en tiempo de Cabrera, con su suegro Antonio Blas, haber elegido  “sitio diferente”,  “en parte donde sacaba otra tanta agua más de la que se tomaba, por la parte que de antes se sacaba”, se debía a que estando el tomadero demasiado alto, no aprovechaban los afluentes o “fuentes principales” del río, siendo la altura  suficiente para que el agua bajase, “aún en corriente”,  a los llanos de Montaña Gorda, pudiendo regar por pie toda la tierra.

Rotundo el medidor, afirmó que visitado el tomadero de Cabrera, el señalado permitía sacar más agua, con más provecho, a condición de que las canales fuesen de madera de teca, “enterizas”,  gruesas,  “anchas y buenas”, así como  los “esteos”, que habrían de fijarlas.

Partiendo de los tomaderos, el medidor fue “midiendo y borneando” la canalización, hasta la "junta de las aguas". Equidistante de ambos ríos, sumaría una legua, estando previsto que el agua “camine otra media legua, por canales", desde la fuente de los Escuriales, a los que se habría de sumar la legua larga, que la llevaría al tanque de Montaña Gorda, poniendo el costo  de las conducciones en 1.500 ducados, “si no más”,  Diego González, carpintero de 40 años, declaró que estando la hacienda  "lejos de poblado", se encarecían los portes, por lo que la obra costaría 2.000 doblas, a las que se habían de sumar 1.000 ducados y "no menos", para el tanque.

Desaconsejaron los testigos intentar vender o buscar tributarios, en tanto la instalación del riego no estuviese terminada, pues harto el súbdito español de promesas incumplidas, para acudir habría de ser llamado, ofreciendo en consecuencia, precios y tributos de miseria. Pero viendo el agua, puesta donde fuese aprovechable,  se presentarían, disputándose la tierra, por estar asegurado que la heredad, sería de “mucha importancia”.

Hernando Yánez el Viejo, único testigo que supo firmar, declaró en Realejo, a 10 de mayo. Dijo haber visto, muchas veces,  que  “querían sacar agua” de aquellos ríos y  de las fuentes de los Escáriales y Pedro Báez, para regar cañaverales, sin lograrlo, estando los más de acuerdo que en caso de conseguirlo, la tierra puesta de viña sería dispendio, por ser muy superior el beneficio, que procuraba la caña. En regresión el cultivo y los ingenios, el precio del azúcar era elevado. Habiendo agua sobrada, sin necesidad de recurrir al caudal de las fuentes,  sobrando leña, era el abandono la causa de la  mejor y “mayor” tierra de la isla, sólo se pudiese “señorear”, poniendo pan.

Dedicada al vino sería "importante", pero ofrecerían censo "más aventajado", si se hiciese el ingenio de azúcar que se estaba señalado, por haber “aguas y montes, bastantes para este efecto”, perjudicando gravemente al duque el cultivo del trigo: “ni se haga otro partido, hasta que las aguas no sean sacadas”..

Con experiencia de haciendas de viña y azúcar, no tan ricas en agua y montes, ni de tanta calidad como la de Abona, el maestro de ingenios declaró que aún puestas de vid, vivían  “muchas personas”, sustentando mayorazgos florecientes. Pero “estando como están en esta isla el día de hoy, y los frutos de azúcar tan encarecidos y las tierras no tan buenas ni tan fértiles”, la caña sería de más provecho. El albañil Manuel Felipe, de 30 años, se pronunció, contundente, a favor del  ingenio.

Iniciadas la probanzas a 26 de junio, ante el Alcalde Mayor  de San Cristóbal, Gordejuela solicitó copia a 11 de julio, para mandar a Sanlúcar, con plan de explotación adjunto, asentado en escritura pública, para darle mayor credibilidad. El tributario podría solicitar la tierra que quisiese, comprometiéndose a tenerla limpia “dentro” de los dos años “primeros siguientes”, consintiendo por escrito, que de no hacerlo supliesen peones del duque. Tasado el trabajo bajo juramento, se pasaría la factura al titular, que estaría obligado a pagar en un plazo de 10 días, so perna de dejar la tierra.

Ésta se entregaría deslindada, para viña o pan, con autorización de transmitirla o enajenarla, en las condiciones habituales. A partir del día en que el agua llegase al tanque, se daría a los tributarios otros dos años, para labrarla y sembrarla,  quedando exentos de tributo, hasta tanto no cogiesen el fruto. El duque se comprometía, en nombre propio y de sus sucesores, a dar a cada uno, perpetuamente, agua suficiente para las 4 regaduras anuales, que exigía la vid.

Obligado ordenar la distribución del agua, el Guzmán pondría en el tanque dos personas “de ciencia y experiencia”, que con otras dos, nombradas por los tributarios, repartirían el agua, por su orden “y rueda”, dando “más al que más necesitase”, en función al cultivo, calidad y cantidad de tierra. Los regantes habría de plegarse a lo que acordasen estos delegados. De haber discrepancia y empate, designarían una tercera persona, para zanjar la cuestión con su voto.

Frecuentes los "escándalos" entre regantes, el duque, a través de su apoderado, buscaría persona “cual convenga”, para nombrarle “acequiero”. Visitaría “aguas y acequias”, vigilando su limpieza y ordenando los reparos necesarios. El salario sería distribuido a la “rata”, entre los tributarios, en función a la cantidad y calidad de tierra que llevasen, no pudiendo exceder, al año, de 24 ducados, un cahiz de trigo, una pipa de vino y 6 ducados para el condumio, "según la costumbre de la tierra". Conviniendo  a todo aprovechar “duelas” y riegos, los regantes tendrían limpias las acequias, presentándose a la salida del tanque, cuando les tocase, para recibir su agua,

Insuficiente para preservar la paz, dadas las peleas que surgían en torno al agua, entre usuarios y con el acequiero, el duque pediría a la justicia real que nombrase  alcalde,  dotándole de “jurisdicción cumplida”, para que pudiese ver los pleitos, castigando al que transgrediese las ordenanzas del alcalde y duque, al tomar agua en exceso, o sin corresponderle. Caso de ser necesario decretar  prisiones, lo haría, con licencia del gobernador de la isla. Añal el oficio, no podría ejercerlo forastero, pues quedaba reservado a vecino de la villa,   

Los tributarios tendrían la viña cultivada, podada y cuidada,  para que produjese a los tres años, plazo en el que habrían de hacer lagar de madera, con viga para prensar la uva, instalación obligada, pues de no emprender la obra, lo haría  el duque, cobrando el costo y tomando prendas, al que no quisiese pagar su parte, que habría de asumir los gastos  de justicia. Costumbre guardar los vinos a domicilio, no era obligado construir bodega, pero si deseaban hacerla, podrían ocupar solar de 60 pies “cumplidos” por 40, “y no más”.

Importante deshojar las cepas y vendimiar a su tiempo el duque pondría “hombre”, con salario de 6 reales, a cargo de los labradores, que avisado 6 días antes de empezar la vendimia, visitase las viñas, verificando si la uva estaba para cortarla, a más de preparar, con tiempo, el embarque del mosto del duque. Vería el sitio señalado  para hacer el mosto, con tiempo para remediar errores, “que lo vea hacer”, para que el vino se hiciese "bien y en sazón".El duque podría reclamar los daños que recibiese,  por error o desidia.

Caso de que Guzmán cambiase de idea, destinando el heredamiento a cañaverales, las plantaciones de viña serían suspendidas por 6 meses,  para verificar si el caudal de agua era suficiente. De ser positivo el resultado, el que no quisiese criar cañas, tendría que dejar la tierra, no pagando tributo, renta ni derechos, el que se quedase, en tanto las cañas  no estuviesen en producción y el duque tuviese terminado el ingenio, a construir a su costa.

Del “monte mayor” o producción bruta, se retiraría el costo y el diezmo, antes de sacar el tributo, fijado en  ¼ del esquilmo. Se  pagaría en agosto , “e antes, si antes se cogiere”, incluso  las hortalizas y  fruta, que tributario criase en su huerto.

El administrador podría visitar viñas y heredamientos cuando le pareciese, no pudiendo el tributario vedarle la entrada. Comprobaba sí la tierra estaba debidamente labrada. Prohibido meter animales en la heredad, “en ningún tiempo del año”, debido al daño que hacían en los cultivos, de encontrarlos  los mandaría atar, estando el tributario obligado a obedecerle.

Habiendo prometido Gordejuela que el agua estaría en el tanque, en año y medio, se habría de pedir, con tiempo, real licencia, innecesaria en el de Cabrera, para fundar el pueblo. Plagiando a medias a su predecesor, Gordejuela propuso el pomposo nombre de Nueva Villa de Sanlúcar. Mostrándose absurdamente cicatero, propuso repartir solares de 50 pies por 35, frente a los 70 pies por 40, señalados por su predecesor, cargados igualmente con censo anual de una gallina, buena y ponedor, en reconocimiento de señorío.

Las casas se harían de piedra y cal,  con tejado de teja, debiendo estar terminadas el agua en la primera Navidad, después de estar el agua en tanque. “Hipotecadas” a la paga del tributo, que correspondiese a la tierra, explotada por el propietario,  no pagarlo dos años sucesivos, implicaba pérdida de tierra y casa, revirtiendo al duque, con las mejoras introducidas, sin intervención de juez. Caso de venta, el tributario debería advertirlo, por reservarse el duque el derecho de retracto, siendo nula la “encubierta”, por defecto de forma.

Fechada el acta a 1 de julio de  1577, en memorial sin fecha, pero probablemente posterior, Gordejuela subsanó lapsos.  Insistiendo en que las aguas y tierras de Abona, podrían remediar “a muchas personas”. Siendo de prever que poblasen, pues el lugar más próximo estaba  a 2 leguas, de “mucho detrimento” que no pudiesen oír misa los domingos y fiestas de guardar, se haría capilla bajo la advocación del Espíritu Santo o San Juan Evangelista, con oratorio en el que cumpliesen los pobladores el precepto pascual, creando beneficio que se daría a clérigo de misa. Preceptiva licencia del Obispo, por imposición reciente, recibida se terminaría la obra en un plazo de tres años, el mismo que se daba el duque para hacer camino de herradura, pues se preveía que transitasen "personas y bestias de carga", que uniese el pueblo al puerto de Guahara, servicio para vecinos de la heredad, que aprovecharía a los lugares comarcano.

Remitido el proyecto, Gordejuela se eclipsa. En los libros de cuentas aparecen intercambios con Gran Canaria, a través de diferentes factores, pero no el administrador. En Sanlúcar se recibía azúcar, mermeladas, en especial de duraznos, vino de malvasia, maderas, halcones, pájaros canarios y otros exóticos, mandando a la Isla, con destino al trueque,  paños, acero y objetos de latón. Pero del “heredamiento” no hay noticias.

Gordejuela reaparece en Sanlúcar en 1585. No tenía el agua en el tanque ni había reclutado tributarios, pero las cuentas, que presentó, de 1571 al 31 de diciembre de 1584,  arrojaban saldo contra el duque de 476.558 ducados, en  moneda de Castilla.

No llevó el duque al administrador ante los tribunales, ni le despidió. Prefirió diluir la deuda en nuevo contrato. A 10 de julio de 1585, le renovó los poderes, fijándole salario de 20.000 maravedís anuales, en  moneda “de esta villa”, que empezaron a correr desde el 1 de enero, con condición de que pusiese el agua de los ríos,  en el tanque o tanques “que se han de hacer”, comprometiéndose a rematar la obra con inversión de 2.000 ducados “y no más”, corriendo las "demasías"  por cuenta de su peculio, a más de recuperar el Guzmán lo gastado con cargo a hipoteca,  que pesaría sobre las suertes a distribuir.

Suponiendo que hacerle propietario el la explotación, excitaría el interés de Gordejuela por terminar la obra, el Guzmán le concedió, por "merced", con carga de la décima,  a pagar desde que los bienes empezasen a producir, sitio para molino de pan, con su herido, que molería el  de los tributario, donde  lo señalasen dos persona enteradas y juramentadas, de manera que no “resulte perjuicio para la corriente del agua, que ha de venir, en ninguna manera ni por ninguna vía”, mandando previamente testimonio a Sanlúcar. Y una caballería, “que son 60 fanegadas, en la medida de España”,  “junta en una partida”, destinada a viña, con agua proporcional a la que correspondiese a los demás tributarios, donde no hiciese “daño a la demás tierra que se ha de sembrar”, condicionando ambas. Donaciones a que los azudes de agua previstos, estuviesen “puestos” en el tanque, incurriendo en el error de otorgar poder al administrador para tomar posesión,  con promesa de no revocarlo: “entretanto que realmente la toma, me constituyo por su inquilino".

Prueba que el acto de aparente generosidad, se debió a intento de eludir males peores, que el duque autorizase al administrados a vender la heredad, de tener ocasión, al contado o a “fiado”, sin aguardar nueva orden. Únicamente en defecto de comprador, se darían a tributo o partido tierras, aguas, pinares y montes, entrevistándose previamente con Antonio Alonso, el vecino de Ico de los Vinos, que se asoció con el duque anterior, para explotar la finca a medias, a través de Bartolomé Cabrera. Gordejuela procuraría que asumiese el compromiso, disolviéndolo por vía de transacción, en caso contrario.

Continúa en la entrega siguiente.

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