domingo, 17 de noviembre de 2013

EL ESCULTOR FERNANDO ESTEVEZ DEL SACRAMENTO




Eduardo Pedro García Rodríguez
1788 Marzo 3. Nace en La Orotava isla Chinech (Tenerife) el criollo Fernando Estévez del Sacramento. Su padre, don Juan Antonio Estévez Salas- platero de oficio-, le enseñó las primeras nociones de dibujo. Estas técnicas las mejoraría gracias a su mentor franciscano, Fray Antonio López, fraile del convento de San Lorenzo de La Orotava. En este cenobio realizó Estévez sus estudios primarios y sería aquel religioso quien primeramente advertiría la gran facilidad del muchacho para las manualidades, sobre todo el arte del modelado. Lo tomó a su cargo e hizo que perfeccionase el dibujo.
 El primer contacto mantenido por Estévez con otro gran artista canario, el prestigioso imaginero Luján Pérez, se produciría en 1806, aprovechando en que éste se hallaba en el Puerto de La Cruz. Su estancia allí era debida a que estaba  “atendiendo un encargo que la familia Nieves Ravelo le había encomendado” (según Quesada y Calero). Este encuentro se había producido gracias a la mediación de un amigo del escultor grancanario, Fray Antonio Sánchez Tapias. Este fraile, “definidor de la provincia de Canarias”,  atendía así la petición que Fray Antonio López, “uno de los frailes más ilustrados del Convento”, el orgulloso tutor de Estévez – aquí con catorce años-, le había formulado. Éste ya era consciente de la importancia de este contacto para el futuro profesional de su pupilo. Para las mencionadas historiadoras,  se supone que Luján “apreciaría el potencial artístico del muchacho, ya que un año después éste se encontraba adquiriendo los rudimentos de escultura en el taller que el maestro tenía en la calle de Santa Bárbara, en Las Palmas de Gran Canaria.” Tras su estancia en esta capital también asistió a las clases de la Academia de Arquitectura, fundada años “Don Fernando Estévez, ornamento del pueblo que tuvo el honor de ser su cuna, no fue un Montañés ni un Salzillo, como tampoco lo fue su maestro Luján. Pero él encarna el último resplandor de la imaginería canaria.
Una vez dio por finalizada su etapa de aprendizaje en Gran Canaria, el preparado artista retornó a La Orotava, donde abrió un taller. Allí, la erupción del volcán de Garachico en 1706 no sólo provocó el ocaso económico de su puerto, sino que influyó en la paulatina decadencia de sus afamados talleres. Libre de competencia, conoció un período de mucho trabajo, fruto de los encargos de los principales conventos. Sin embargo, la desamortización eclesiástica y la desaparición de algunos cenobios incidieron negativamente en su labor. Tuvo que cerrar su taller y trasladarse a Santa Cruz de Tenerife en 1846. Allí crea un nuevo taller. Comienza a impartir clases de dibujo lineal y de modelado en la Academia de Bellas Artes de esa capital en 1850.
 Defensor de todo aquello que significase progreso, traslada esta inquietud a sus alumnos a los que alienta con su espíritu de superación que parte del ejemplo de quienes se afanan por romper con aquellos moldes considerados como tradicionales. Sus primeras imágenes elaboradas ponen de manifiesto, como nos indica Ana Quesada, “su excesivo interés en conseguir un perfecto modelado, así como un estudio minucioso de las formas anatómicas”. También se ha dicho que su escultura es más fría que la de Luján, bien por el carácter sereno del artista o por la influencia clasicista de la época que le tocó vivir, aunque algunos la consideran más exaltada que la del maestro.
Mantendría esta actividad escultórica hasta 1854, año de su fallecimiento.
Obras suyas son: “Nuestra Señora de Candelaria”, Patrona de Canarias, entronizada en la Basílica homónima de Tenerife,  “San Plácido” de iglesia de San Juan Bautista de La Laguna, el rostro de “San José” de la Concepción (Santa Cruz de Tenerife), “Santa Rita” de Santo Domingo de La Orotava, “la Inmaculada Concepción” titular de su parroquia de La Laguna,  y así un largo etcétera.
El presbítero don Sebastián Padrón, cuando se refiere a la vida del artista, afirma “que ninguno de sus paisanos se había preocupado de buscar las huellas de tan insigne imaginero, gloria del pueblo que tuvo el honor de ser su cuna”. Efectivamente, el religioso se encontró con la inexistencia de documentos que se refirieran a la vida y obra del insigne escultor. Don Gerardo Fuentes, en su obra sobre los autores canarios que se implicaron en el clasicismo, pretendió retomar la labor investigadora que don Sebastián había dejado a su muerte acaecida en 1953.
La muerte del ilustrado Estévez, conocido como “mentor del progreso del arte”, influyó de manera decisiva en la organización de la Academia de Bellas Artes, ya que había sido el mentor del progreso del arte, “al que, con su espíritu ilustrado, propició una mayor dignidad”. La memoria del curso, según las profesoras Calero y Quesada, le recuerda con estas palabras que resultan elocuentes para su categoría artística: “distinguido escultor, sobresaliente dibujante y pintor (José Guillermo Rodríguez Escudero)

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