CAPITULO VI
La tumba lagunera de Alonso Fernández de
Lugo
Sobre este particular
vamos a seguir al investigador canario, doctor Manuel A. Fariña González en sus
aportes y anotaciones a la obra de don Juan Bethencourt Alfonso Historia del Pueblo Guanche, tomo
tercero, quien refiriéndose al expediente incoado por el Ayuntamiento de La Laguna para localizar los
restos óseos del capitán de los invasores nos dice:
“Como punto de referencia socio-político
debemos recordar el fervor nacionalista español y los acontecimientos de
política internacional que se estaban desarrollando en nuestro continente
africano (ocupación de Tetuán, el 17 de Febrero de 1860; la firma del tratado
Wad-Ras, de 25 de Abril de 1860, etc.). Fruto de esta política de enfrentamiento
con Marruecos, se despertaron los viejos demonios de la lucha contra el infiel
africano...; por ello vale la pena citar las palabras de Manuel Tuñón de Lara,
quien a propósito del análisis realizado sobre esta época nos dice: “...y más
fácil aún, despertar una oleada de frenesí nacionalista, de lucha contra el
“infiel”, etc., dirigida con maestría...”. [La España del Siglo XIX.
Barcelona: Ed. Laia, 1974; pág. 163]. (Manuel A. Fariña González, 1997)
En este contexto el 14 de julio de 1860
siendo alcalde de la ciudad (La
Laguna) Tomás Martel Colombo se inicia en dicho Ayuntamiento
un expediente para el traslado del supuesto esqueleto de Alonso Fernández de
Lugo a la Catedral
lagunera, según recoge el citado Manuel A. Fariña: “Esta decisión fue adoptada
a instancias de dos canónigos del referido templo catedralicio y otras notables
personas que se habían dirigido al Ayuntamiento: ...manifestándole el deseo de
que se busquen los restos del Adelantado Mayor D. Alonso Fernández de Lugo,
cuyo cadáver fue sepultado en la
Iglesia del Stmo. Padre San Francisco... (Archivo Histórico
Municipal de San Cristóbal de La Laguna. Expediente para el traslado de restos
mortales de Alonso Fernández de Lugo a la Catedral de La Laguna. E-XVIII-30,
folº. 1).
Tras conocer Weyler el expediente de 1860,
se identificó rápidamente con la causa, quizás recordando los pasados
acontecimientos africanos o que veía en la figura de Alonso Fernández de Lugo
el modelo a seguir con respecto a Canarias. (Manuel A. Fariña González, 1997)
Es
conocida la costumbre antigua en el ámbito cristiano de enterrar a
la feligresía pudiente en los
propios templos parroquiales o en los conventos, en combinación con un
cementerio adosado a los mismos destinado a los más pobres y para cuando se producían epidemias. En todo caso enterrarse en el cementerio era de pobres, como atestiguan: "...por
ser solos los de los más desvalidos y pobres de los pueblos, y sepultarse en
las iglesias quantos al morir tienen
algun caudal conque poder satisfacer su entierro".
El ideal
religioso cristiano que les llevaba a pensar que estar enterrados en un lugar
sagrado, o lo más próximo a él, les acercaba a su morada eterna, mantuvo
durante siglos los cementerios en el centro de los pueblos. La visión diaria de
los mismos constituiría, sin duda, un recordatorio para sus habitantes de la
brevedad del paso por la vida y de la necesidad de prepararse para la eterna
que creían les esperaba.
Las preferencias de los fieles por ser
enterrados en determinados templos fue causa de no pocos enfrentamientos entre
el clero regular y secular, y no precisamente porque unos u otros compitieran
por ofrecer mejores ritos o servicios en beneficio de las almas de los
difuntos, sino porque ambos pretendían acaparar la mejor parte del suculento
negocio en que la iglesia católica había convertido la muerte, no sólo por las
tarifas de enterramientos sino por las mandas “pías” testamentarias de los
fieles pudientes y los legados a favor
del clero a que en muchas ocasiones eran forzados los moribundos.
Vemos algunos ejemplos:
“Mandas Episcopales de 1666.
“Que los párrocos procuren se abran por la
justicia secular los testamentos, porque si los pobres difuntos dejaron
sufragios a perpetua o “ad tempore” si han estado en el purgatorio por el
descuido de no cuidarse de ello”.
“Que no salga la
cruz de la parroquia a buscar el difunto sin que primero esté el testamento en
poder del colector o del párroco”.
“Que los herederos y albaceas, cuando el que
muera tiene bastante hacienda, sean
liberales en sus sufragios”.
“Cuando el que muere debe
más que lo que tiene, si los herederos o albaceas piden pompas fúnebres, se les
contestará que lo paguen ellos de su casa”.
“Funerales. Póngase en
público, tabla de sus derechos”.
"...percibe la Yglesia de cada uno que se
entierra dentro de ella, de los adultos 25 Rs y por mitad de los párbulos, pero
son poquísimos los (párvulos) que se entierran dentro". (año1771)
Adagio episcopal: “Párroco con miedo, perro sin provecho;
perro que ladra, guarda la cabaña”.
Y, aunque se dice que la
muerte a todos iguala, incluso aquí estableció la Iglesia católica
diferentes tipos de funerales. Había entierros de 1ª, 2ª y 3ª y hasta de 4ª
clase que, amén de la parafernalia escénica, establecían la calidad de la caja,
el número de sacerdotes y monaguillos. Todo ello con sus tarifas diferenciadas.
Sana, piadosa y
desinteresada tradición sostenida por el clero católico hasta que los
enterramientos y cementerios pasaron a ser competencias de los municipios, no
sin la tenaz resistencia de la iglesia católica que veía como esta importante
fuente de ingresos económicos se escapaba de las manos.
Tacoronte, Chinech (Tenerife).
En nuestro siglo
(principios del s. XX) aún conservaban los frailes, la piadosa costumbre de
exigir a los moribundos algún legado o manda en que quedaran obligados los
herederos, a depositar todos los años, el día de finados, sobre el sepulcro,
cierta cantidad de los mejores frutos de sus fincas; tales como pipas de vino,
quintales de queso, etc. que eran cuidadosamente recogidos por los, frailes.
Candelaria, Chinech (Tenerife).
Libro de
mandatos episcopales. Obispo fray Joaquín de Herrera. (1781) “Que a todos los
que murieron abintestato, les averigüe sus bienes, les haga gastar el quinto, en funeral y
sufragios para su alma”.
San Miguel-Arona-Chinech
(Tenerife).
Cuando se morían, las personas se le ponían a la vera y lo exhortaban
(frailes y curas) a dejar al convento fincas determinadas, “para que murieran
bien”. (Bethencourt Alfonso, 1985:254)
Algunas consideraciones en torno al
esqueleto de Alonso Fernandez de Lugo
“Como el paso del tiempo borra casi todo,
los referidos restos mortales se hallaban enterrados en el solar de la antigua
iglesia de San Miguel de Las Victorias, del convento franciscano. Dicho solar
se había convertido en huerta, cuyo propietario era don Juan Manuel de Foronda, y
debido a que los supuestos huesos del
capitán no podían continuar durmiendo el sueño eterno a la sombra de un
pencón de tuneras, se iniciaron los trámites de su traslado “para depositarlos
en paraje más digno”.
El hallazgo del sepulcro en que
supuestamente se encontraba enterrado Fernández de Lugo, fue presenciado por un
numeroso grupo de personas (entre regidores, canónigos, nobles y demás
representantes de la sociedad criolla isleña eran veintiún individuos), a lo
que hay que añadir la asistencia de algunos testigos espontáneos de tales
excavaciones; en definitiva, se convirtió este episodio en un acto social
inesperado.
Después de varios intentos, teniendo en
cuenta las disposiciones testamentarias del Adelantado, más la ayuda
inestimable de la tradición oral conservada por dos ancianos testigos que
habían asistido a misa en la antigua iglesia del Cristo de La Laguna, se halló la
sepultura en el presbiterio del citado templo.
“18 de Junio de 1860... Se encontró, como en
el centro del Presbiterio, un sepulcro
que aunque ya no conservaba loza alguna...afortunadamente se encontró en él un
fragmento de loza negruzca jaspiada, y el esqueleto de un seglar... por lo que
no dejó duda a los circunstantes, según los precedentes, de que aquellos eran
los restos mortales que con tanto empeño buscaban los habitantes de esta población
para depositarlos en paraje más digno a la memoria y méritos relevantes de la
persona a quien correspondieron...”. (Archivo Histórico Municipal de San
Cristóbal de La
Laguna. Expediente para el traslado de restos mortales de
Alonso Fernández de Lugo a la
Catedral de La Laguna. E-XVIII-30, folº. 16/17).
El supuesto esqueleto de Lugo, quedó
depositado en una caja de caoba (al parecer fue de pinsapo) en uno de los
armarios de la sacristía del clausurado convento de San Francisco.
Durante más de veinte años, permanecieron
tales restos humanos en el citado armario m hasta que el general Valeriano
Weyler, en 1878, como Capitán General de Canarias instó al Ayuntamiento de La Laguna y a otras entidades
patrióticas, por ejemplo la Sociedad Económica de Santa Cruz de Tenerife,
para reactivar la tramitación del antiguo expediente. (Manuel A. Fariña
González, 1997)
En definitiva, en el mes
de Noviembre de 1880, el Ayuntamiento de La Laguna creó una Junta para ultimar el proyecto de
traslado de restos, en la que estaban representados no sólo el Ayuntamiento,
sino también el Cabildo Catedral, Claustro de Profesores del Instituto
Provincial, Cuerpo de Oficiales del Batallón y la Sociedad de Amigos del
País de Tenerife.
“Por su parte el Capitán General reclamaba
su cuota de protagonismo político en el desarrollo de la celebración; por un
lado, a través del escrito (fechado el 26 de Julio de 1881) manifestaba a la Junta organizadora: “ ...la
conveniencia de que por este A yuntamiento se designe una persona que de
acuerdo con un Ayudante de Plaza que su Excelencia nombrará, señalen de una
manera precisa el orden en que deben marchar las Sociedades, Comisiones y
Corporaciones que han de concurrir a la solemne función cívico-religiosa y
procesión fúnebre. Por otro, desde la Capitanía General
se ordenó que se rindieran honores fúnebres de Capitán General del Ejército que
fallece en plaza, a los restos del conquistador.” (Manuel A. Fariña González,
1997)
En definitiva, el día 1 de Agosto se
procedió al traslado de los supuestos huesos de Alonso Fernández de Lugo, desde
el convento de San Francisco a la
Catedral de La
Laguna, según se plantea en el expediente, la capilla
ardiente se había establecido en la iglesia del convento, en cuya nave se
levantó un pequeño túmulo, estando todo presidido por la imagen del Cristo de La Laguna que había sido una
donación del duque de Medina Sidonia al referido Alonso Fernández de Lugo.
Esta claro que ante la grabe situación por
la que pasaba la corona española con los restos de su imperio colonial en
América, la burguesía dependiente colonial de canarias se esforzó una vez más
por demostrar a la metrópoli su indiscutible españolidad e inquebrantable
fidelidad, espoleada como hemos visto mas arriba por la actuación dictatorial
del general Weyler, a quien ofreció en ara de las “glorias patrias” el rescatar
la memoria del masacrador de pueblos Alonso Fernandez de Lugo.
Como apunta
Manuel A. Fariña: “Recordemos que en Canarias, el prototipo de conquistador de
infieles estaba representado por Alonso Fernández de Lugo quien no sólo había
culminado, en el siglo XVI, el sometimiento de la población guanche de La Palma y Tenerife, sino que
también había realizado desde las islas, algunas incursiones de conquista y
penetración militar a la región de Berbería y Santa Cruz de la Mar Pequeña.”
(Manuel A. Fariña González, 1997)
Los restos óseos
depositados en la Catedral
de La Laguna
¿corresponden realmente a Alonso Fernandez de Lugo?
En un principio Alonso Fernandez de Lugo
había previsto su sepultura en la ermita que había mandado a construir en La Plaza de Abajo y dedicada a
San Cristóbal, pasando el tiempo y posiblemente inducido por los lazos que su
familia mantenían con la congregación Agustina en Andalucía, o bien porque
entendió que los méritos que él atribuía a su propia persona merecían que su
tumba estuviese ubicada en un lugar mas relevante que una simple ermita, así
que cambio de parecer y ordeno la construcción de una nueva sepultura y capilla
mayor en el convento de los franciscanos en La Laguna, tal como dejo
dispuesto en su testamento: “ Iten mando mi cuerpo a la tierra de cuya
naturaleza dios lo crio y que sea enterrado en la capilla mayor del monasterio
de san miguel de las vitorias de la virgen de la orden de san fransisco desta
cibdad siendo acabada al tpo donde no mando q entre tanto este depositado mi
cuerpo donde oy esta el altar mayor en lugar conveniente y luego q la dha
capilla mayor fuere acabada sea trasladado mi cuerpo en el lugar de la dha
capilla que yo quisiere e mandare o donde mis albaceas testamentarios
esecutores desta mi postrimera voluntad ordenaren y mandaren.”
Pero según
recoge Fr. Luis de Quirós sus
herederos no cumplieron la orden testamentaria de donación de limosnas, por lo
que la capilla mayor no se llegó a terminar hasta 1599, año en que se cumplió
su testamento.
Este tipo
de sepulturas consta de una fosa, generalmente tiene carácter familiar y están
concebidos para albergar varios cadáveres y suelen disponer de un pequeño nicho
u osario donde se depositan los huesos de los antecesores, la fosa de Alonso de
Lugo indudablemente estaba sujeto a esta tipología ya que algunos de los
descendientes de sus parientes dispusieron ser enterrados en la misma.
José de Viera y Clavijo
en nota al pie de página del tomo 3º de su Noticias
de la Historia
General de las Islas de Canaria (Edición Príncipe, libro
duodecimo, página 1), recoge refiriéndose a Inés de Herrera hija Inés de
Bobadilla y Hernán o Fernán Peraza, y esposa de Pedro Fernández de Lugo: “Está sepultada en el sepulcro de su suegro,
en el Convento de San Miguel de las Victorias de La Laguna.”
Según se
lee en el testamento de Dña. Francisca de Lugo, mujer de Lope Hernández de la Guerra, otorgado en La Laguna y abierto el 14 de mayo
de 1609 ante el licenciado Agustín de Calatayud y que dice:
"Iten
mando que, cuando Dios sea servido de llevarme de esta presenta vida, mi cuerpo
sea sepultado en el Convento del seráfico padre San Francisco, de la ciudad de
San Cristóbal de La Laguna,
en la sepultura de mi abuelo don Alonso de Lugo, que está en la capilla mayor
de dicho convento, a donde está una loza de piedra, la cual embiste con el
primer escalón de las escaleras que suben por ella a decir misa al altar mayor
del dicho Convento."
Como era habitual en la época, otros muchos
colonos fueron enterrados en el templo del convento franciscano, como por
ejemplo el portugués Pedro Suárez: "En el nombre de
Dios, amén. Sepan quantos esta carta vieren como yo Pedro Suares zurrador, estante en la ysla de Then., vº. de
San Pedro de Sar, que es en Portugal, estando enfermo del cuerpo e sano de la
voluntad etc., otorgo e conosco por esta presenta carta etc. e mando que sy de
este mal que yo agora padezco falleciere que mi cuerpo sea sepultado en el
monasterio de San Francisco…"
El 28 de
Julio de 1810, en el convento de San Francisco se produce un terrible incendio
que comenzó por el campanario para seguir con la techumbre, lo que provocó que
lo primero que se intentó salvar, fuera el Santísimo Sacramento y sobre todo la
imagen del Cristo de La Laguna,
que fue rápidamente trasladado a la parroquia de los Remedios (actual
Catedral).
El incendio
destruyó totalmente el edificio quedando en pie solamente la espadaña
que permanece en el actual Santuario del Cristo de La Laguna.
Como
consecuencia de este incendio los restos
cremados de Alonso Fernández de Lugo y de todos los sepultados en dicho
convento, quedaron al descubierto, en un estado de total abandono.
El nuevo
convento comenzó a levantarse en 1814, con una ubicación distinta al anterior,
terminándose aproximadamente en 1822.
A modo de resumen.
En el
maderamen de las edificaciones de esa época abundaba la tea de pino, madera muy
resinosa y que cuando arde provoca elevadas temperaturas, normalmente en los
templo además de la techumbre, escaleras, entarimados y puertas se suele
concentrar gran cantidad de madera en los altares mayores pues suelen ser los
más ricos y ornamentados. Por consiguiente, un incendio en un edificio de estas
características genera temperaturas superiores a los
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