UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL
1501-1600
DECADA 1510-1520
CAPITULO II-VI
Viene de la
entrga anterior
Eduardo
Pedro García Rodríguez
No habiendo aparecido comprador ni tributario, Cabrera se decantó por
Antonio Alfonso, vecino de Ico de los Vinos. Dispuesto a formar sociedad, le
presentó como hombre “suficiente” y eficiente. Se comprometía a llevar el agua
de los ríos por canales y acequias, hasta el lugar más conveniente para
cultivar la tierra,`por “obra lo más firme y durable que sea posible”, haciendo
tanque o tanques, limpiar, cercar y plantar la hacienda, todo a su costa, a
condición de que el duque pagase la mitad del ingenio.
Terminado y dotado de herramientas y pertrechos, lo apreciarían por dos
expertos, pagando el duque por plazos y en azúcar la parte que le
correspondiese, a partir de la primera zafra, que se haría tres años después,
de terminada la plantación.
Azúcares y espumas de la primera “cocha”, de todas las cañas, se partirían
por mitad, retirado del “monto mayor” costos y diezmo, siendo tasada la
del duque, al precio que vendiese Pedro Ponte, propietario del ingenio más
próximo, quedando las mieles y su procedido para obras de mantenimiento y
mejoras de la propiedad y el ingenio.
Dotada la iglesia de capellán de “misa”, pues habría de decirla en los
días de precepto, al personal y vecinos de la hacienda, el Guzmán habría de
contribuir al gasto, con 10 @ de azúcar al año.
A cambio de las propiedad de la mitad de las aguas, tierras de labor,
pastos y montes, que el Guzmán pudiese tener “en el Reino de Abona y sus
comarcas”, Antonio Alonso plantaría seis suertes de cañas, entregándolas al
Guzmán labradas, curadas, escardadas y criadas de 2 años, destinando las
primeras 50 arrobas de azúcar “leal”, que saliesen del ingenio, al gasto de la
casa de Sanlúcar, encajadas, empapeladas y puestas en puerto.
Antonio Alfonso podría de cañas todas las suertes que se pudiesen regar,
teniéndolas labradas y escardadas, salvo la tierra dedicada a cepas, que sería la necesaria para
hacer 40 pipas de vino, con destino al personal. Caso de ampliar la viña,
pagaría al duque 40 @ de azúcar, por el agua destinada a cada suerte, que
dedicase a este cultivo.
Para el gasto de la hacienda, pondría frutales y hortalizas,
productos de los que participaría el Guzmán, en forma de 12 arrobas de
conserva “muy buena”, de peras, membrillos, duraznos y otras frutas, hecho con
azúcar del monto mayor, que debidamente embarriladas se podrían en puerto, embarcándolas
con la parte que le tocase en la cosecha.
Siendo habitual que pendencias entre socios, “arruinasen” ingenios, el
duque había de delegar el 50% de la administración, que le tocaba, en Antonio
Alfonso, por poder irrevocable, “para siempre jamás”. No podría inmiscuirse en
la elección del personal, ni en cuestiones de dirección, pero si nombrar
mayordomo, con derecho a residencia y sustento en la hacienda, conforme a
"su calidad" o posición social, de la persona, que vigilase la
molienda, asistiendo al “al peso del azúcar”.No se sacaría de la
Casa de Purgar, sin estar presente, en persona o por delegación.
De surgir pleitos con terceros, que tocasen a la hacienda o entre
los socios, se someterían a las audiencias de Tenerife y Gran Canaria, corriendo
costas y gastos de abogado por cuenta del duque, de llegar por apelación,
a la
Chancillería Granada.
Estando en vida el duque, cuando llegó la propuesta, tuvo tiempo de
aceptarla, firmando Cabrera con Antonio Alfonso , compromiso firme ante escribano,
el compromiso, ante escribano. Muerto Juan Alonso, le heredó nieto con 9
años, huérfano de padre, que tenía por tutriz a su madre, Leonor de Sotomayor,
de la casa de Bejar. Cuantiosas las deudas del difunto, aquella mujer,
enemiga de aventuras económicas y novedades, centro sus energías en enjugarlas.
Valorada la propiedad canaria en 10.000 ducados, apenas partidos los bienes, se
acordó su venta, en el consejo familiar.
El vacío y la picaresca
La noticia de la muerte del duque, llegó a Tenerife. Fresco el recuerdo
del abandono en que quedó la heredad de Abona, a la muerte del padre, los
regidores de Tenerife aprovecharon la ocasión, para agregar el predio a los
bienes comunes, mudando la linde de la montaña al llano.
Buscando causa que justificase el deslinde, la encontraron en concesión
de Carlos V, otorgada en 1531. Un Diego Pérez, vecino de Oporto, habiendo
pasado varios años en la isla, regreso a su ciudad de origen. Casado, no
debieron rodarle las cosas como esperaba, pues enterado de que el
Emperador buscaba pobladores para las islas, se dirigió a la reina Juana,
titular del trono, manifestando su pesar, porque al carecer de bienes, no podía
mudarse a la isla. Respondió el monarca efectivo concediéndole 300
fanegas de tierra cultivable, segregadas de los baldíos, con el agua
correspondiente.
Recibida la orden de buscarlas por Pedro de Lugo, gobernador y
justicia mayor perpetuo de Tenerife y de San Miguel de la Palma , como heredero del
conquistador, traspasó el encargo al alcalde de Daute. Poblada y explotada la
isla, las reunió sumando parcelas dispersas: 50 fanegas en la comarca de la Orotava , “a los
pies” del Teide, entre las tierras de Francisco Pérez. Y Cristóbal
Aponte; suerte de 130 a
la otra parte de la propiedad, que se extendía hasta la montaña real,
lindando con diferentes propietarios: en termino de Icod de los Vinos, se 30
fanegas a un lado de la fuente, que estaba “arriba” de la Fuente de la Vega y 20 al otro,
completando 60 fanegas junto al Río Gordo y 30 fanegas en término de Ico de los
Trigos. Expuesto el lote y pregonado, dando plazo de 9 días a los posibles
perjudicados, para reclamar, el lote hubiese sido entregado a Diego Pérez, de
haber comparecido, pero no había constancia de que hubiese tomado posesión.
Alegando que la concesión fallida, había mermado los propios, en 1559 el
Concejo de San Cristóbal recabó asistencia del Cabildo de la Isla , para restablecer
las lindes, recuperando las 1.000 fanegadas de “propios”, concedidas por
Fernando el Católico en 1511, en los montes de la isla, a demanda del
gobernador Lope de Sosa, cuyo deslinde autorizó el Emperador en 1520 para que
“vecinos y moradores” pudiesen disfrutar de los derechos de
“vecindad”, a petición del regidor Andrés Suárez Gallinato.
Partía la linde del Roque, entre Anaga y Altico, siguiendo por las
cumbres hasta la punta de Daute, “aguas vertientes a la mar, a la parte de
barlovento”. Penetrando al interior, continuaban a sotavento, por los montes de
Agache. Cortando el camino del Taoro, seguía derecha a la sierra. Continuando
por las cumbres, bajaba a la
Fuente de los Berros, de donde subía a la montaña de
Abimarge, En dirección a San Cristóbal, daba en el final de la sierra, a la
banda de Anaga. Por el del Taodro arriba, terminaba en la punta del
Hidalgo.
En los propios los vecinos metían ganado libremente, precisando licencia
del Concejo, para cortar madera y acopiar leña, con destino a los ingenios.
Gratuita, había zonas de las que estaba prohibido sacarla de la isla, so
pena de 1.000 maravedís por carretada del “blanco” y de 300 por cualquier otra
madera, en rollo o tablazón, siendo multada la carretada se leña, destinada a
la exportación, con 100 maravedís y la carga con 30.
Circunscritos los propios a los montes, en 1560 los miembros del
cabildo insular acodaron amojonar, corriendo la linde, para
incluyendo en las 1.000 fanegadas el término de Granadilla, de la desembocadura
del Abona a la hacienda de los Soleres, en Villaflor, extiendo a “Vanda de
Adexe”, por su termino y el de Agache, tocando el mar en el de
Guymar. Regresando al interior, los “montes propios” alcanzaron el
frontón de Arico, la Cruz
de Mazas, Fuente Blanca y el Hornillo, agregando en Garachico, del sitio
de la Culata ,
a las tierras de los herederos de Cristóbal Ponte y en Icod de los Vinos, la Corte de la Nao y el Malpaís de Acoden,
con la tierra que había entre el camino real y el barranco, hasta la mar.
Terminada la posesión a 9 de julio, desencadenó cascada de protesta. Un
Gonzalo Bernardo se dijo desposeído en Abona y la Granadilla , Guillen
Castro, hijo de Jorge Castellanos, del Barranco de Chasna a la montaña de
Narayde, aguas vertientes a la mar, por la parte de Candelaria, tierra que
también se pretendió poseedor un tal Gonzalo García. Juana de Padilla,
viuda de Pedro Soler, con su hijo Gaspar Soler, reclamaron, escrituras en mano,
el Barranco a la Granadilla ,
con “otra cualquier parte que les toque”.
Lorenzo Suárez exigió restitución del Río Abona, hasta el Barranco de
Chasna, en nombre propio y de su madre, Isabel de Lugo, declarándose despojados
el escribano Juan del Castillo, Juan Guerra, Esteban de León. Los herederos
Cristóbal de Aponte, Pedro Nicoloso de Ponte y Bartolomé da Ponte, se
dijeron propietarios de las Vegas de Isoren, en Garachico, pidiendo Inés
Benítez de las Cuevas devolución de Malpaís.
Juan Benítez exigió devolución de tierras en la Orotava , compareciendo
Hernando de Soto a 23 de julio, en Realejo, como propietario de la Rambla y de Abona.
Alonso Jaymes, por sí y en nombre de Felipe Jácome, se personó como
propietario de heredamiento, que partiendo de Cerro Gordo, terminaba en Icod,
pidiendo Jácome, en solitario, devolución del río de los Abades, que disputaba
al Duque de Medina Sidonia en la
Audiencia de Gran Canaria.
La ausencia de Bartolomé Cabrera, obligado a defender los intereses del
duque, como administrador, es clamorosa. Cabe que enterado de que en Sanlúcar
se preparaba la venta de la heredad, se desinteresase, barruntando
despido. O que se mantuviese al margen, por no enfrentarse a la autoridad en
presencia, limitándose a rendir cuentas espontáneamente y ante escribano, en la
“muy noble ciudad de San Cristóbal”, preparándose a lo que había de venir.
Terminada la testamentaría del duque en 1560, partidos los bienes libres
del difunto entre María Andrea Coronel, acreedora a la dote, que
habría de entregarle el titular de la casa, al tiempo de su matrimonio o
entrada en religión, las deudas y la problemática heredad canaria,
quedaron en depósito. Ratificada la tutela en la Condesa viuda de Niebla,
otorgó poder el 28 de agosto de 1561 para vender lo bienes, que el duque
tuviese en las Islas Canarias, en especial la heredad de Abona, a . Diego
de la Rosa.
Sometida la Sotomayor
a la ley, como cualquier tutor, el apoderado hubo de solicitar
licencia para enajenar bienes de menor, ubicados en la Isla de Tenerife, “en
los ríos Abona y Abades”, con vegas, aguas corrientes, estante y manantes, al
corregidor de Sanlúcar, alegando que pese a invertir en instalaciones y
edificios importantes cantidades, jamás produjeron una maravedí a los duques un
maravedí, ni era probable que lo produjesen, como pudo comprobar
habiendo visitado el heredamiento en compañía de otros criados, por orden del
duque difunto.
Obligadas las probanzas, De la Rosa presento los testigos. Coincidieron en que
destinar los 10.000 ducados, en que fue tasada la propiedad, a enjugar parte de
las cuantiosas deudas, que dejó Juan Alonso, beneficiaría a su heredero.
Juan de Santa Maria, “el Viejo”, carpintero que trabajó con Cabrera,
sacando el agua del Río Abona, opinó que habiendo mucha “mar que pasar”,
para llegar a la heredad de Abona, el propietario nunca podría ocuparse de
labrarla y beneficiarla, según convenía. Pedro Díaz, que estuvo en Abona con
otros criados del duque, compartió esta opinión, “porque demás de
estar tan lejos como está”, al “no haber persona que se lo defienda”, ” gentes
de las Islas de Canaria” cortaban pinos, acopiaban leña para los ingenios
de Gran Canaria, haciendo hornos de pez, habiendo visto “por sus
ojos” cargar un navío de tablones, procedentes de árboles talados y serrados en
la finca.
Habiendo intento expulsar a los que sacaban madera y otros
aprovechamientos de la finca, le respondieron que lo hacían por ser la tierra
propios, sin que la justicia, a la que acudió, hiciese intención de
intervenir. Teniendo los heredamientos “perdidos, como los tiene”, la
única solución razonable que se podría adoptar, era la de vender.
El mercader Leo de Bounomo no conocía la propiedad, pero sí las
Canarias e Indias, donde muchos le pidieron que fuese “tercero” con el duque,
deseando comprar la finca.
Habiendo recibido ofertas, incluso en Sanlúcar, aún siendo
particularmente rentable la producción de azúcar aconsejaba vender,
porque la explotación de cañaverales e ingenios, exigía la presencia del
propietario a pie de obra.
A 5 de septiembre Francisco Álvarez de Mesa, corregidor de
Sanlúcar, aprobó la venta en pública del heredamiento. Sacada de la
partición partida la partida de 10.000 ducados de oro, con destino al pago de
deudas, el corregidor mandó hacer pregones y bandos, anunciado la
subasta. En carta fechada a 6, dirigida al Gobernador y justicias de
Tenerife, certificó la legitimidad del poder, que llevaba Diego de la Rosa , ordenando que en las
islas se hiciesen pregones, para que los canarios concurriesen a la almoneda.
Llegado San Cristóbal, Diego presentó el poder, sentencia y cartas al
alcalde mayor, recibiendo respuesta sorprendente: el Duque de Medina Sidonia no
tenía propiedades en la isla, pues la indicada en el Reino de Abona,
perteneciendo a los propios del Concejo.
Sin saber que hacer el apoderado regresó a Sanlúcar, siendo reemplazado
por Juan Bautista de Bastidas, letrado y contador del duque.
Desembarcó en Tenerife por abril de 1562. Con fecha del 6 requirió al
Cabildo de San Cristóbal, pidiendo la posesión de los bienes, propios del duque
de Medina Sidonia. Al no recibir respuesta insistió, consiguiendo ser recibido
en la casas del Ayuntamiento, por el pleno, a 25 de mayo. Reiteró verbalmente
la petición de que le diesen posesión de la heredad de Abona, con montes de
pinares y otros árboles, las aguas de los ríos Abona y Abades, manantiales y
fuentes, que tenía por lindes el barranco del Charco del Pino y el Barranco de
Tazad, de una parte y la otra, con la montaña a la espalda y al frente el
mar, con el puerto de Xuarra, recordando a la justicia que entre sus
obligaciones, figuraba la de proteger la propiedad privada, expulsando a los
“particulares de esta isla”, a los que sorprendió “haciendo”
pesquerías y hornos de pez, cortando madera y leña a más de meter ganado en la
heredad, que fue concedida al duque en calidad de “cerrada”, sin que
hubiese posibilidad de que un bien inmueble cambiase de propietario, si mediar
venta, cesión o secuestro, debidamente documentado.
Intuyendo que podría procurarse pruebas, pidió a los regidores, sin
perjuicio de los derechos de propiedad del Guzmán, que le informasen sobre los
usos y costumbres imperantes en la isla, en lo tocante a la propiedad,
procurándole copia de las escritura, en que el Cabildo fundamentaba su derecho.
A 29 de mayo reiteraron los ediles que el duque no era parte para
presentar reclamación, por no tener bienes en la isla, formando parte la
propiedad de Abona de los baldíos, concedidos al Concejo en calidad de propios.
A la afirmación acompañaron copias autorizadas de tres reales cédula.
Fechadas en Sevilla y dirigidas al gobernador Lope de Sosa las dos primeras, en
la de 2 de junio del 1511, la reina Juana ordenaba hacer juicio de residencia
en la Isla ; en
la del 20 mismo mes, Fernando el Católico, en nombre de la reina Juana,
concedían a los vecinos de Tenerife 1.000 fanegas de monte en los
baldíos, en concepto de bienes propios. La tercera, otorgada por el
Emperador en Medina de Rió seco, el 20 de noviembre de 1520, permitía al
Concejo de San Cristóbal deslindar los propios y subir los arriendos.
Bastidas no perdió el tiempo en disquisiciones. Cotejando la mojonera
indicada en el documento, con la realidad material, probó, sin
dificultad, que en 1560 los ediles mudaron la mojonera, bajándola de la
montaña al llano. Contundentes las pruebas, las presentó a los regidores,
advirtiendo que de no comportarse “como cristianos”, restituyendo sus bines al
duque, acudiría a los tribunales, reclamando a más de la posesión de la
heredad, lo que hubiese perdido el propietario en los últimos 50 años y medio,
a consecuencia de las licencias que el Concejo dio a los vecinos, para cortar
madera y disfrutar de otros aprovechamientos.
No habiendo en aquel tiempo prescripción por usucapión, mediando
escritura o pruebas de propiedad, tras somero examen del escrito de
Bastidas, los letrados del Cabildo aconsejaron a los ediles entrar en
razón. Eludiendo apropiación enrevesada, que complicaba pleito pendiente en la Audiencia de Gran
Canaria, interpuesto por Felipe Jácome, jurado y regidor alternativamente,
que disputaba al Guzmán la propiedad del Río de los Abades, amen de
causa, que podría acabar en sentencia desagradable, optaron por dar la posesión
a Bastidas.
Solventado el problema, Bastidas puso los pagos al día. El 22 de junio
liquidó al abogado, que había llevado los asuntos del duque, en tiempo de
Cabrera; entrando en contacto con los que trabajaron en el Río Abona, en
el curso de 1563, completó los finiquitos, dando el maestro de hacer
ingenios, Antonio Blas, lección de elegancia, renunciando a cobrar
el tercer plazo, porque “yo no asenté las dichas cient canales, que había
de poner”. A 8 de marzo de 1563, Cabrera rindió cuentas ante la justicia,
de lo gastado en sacar el agua de los ríos, del barranco al llano, sin aludir
a la causa de la interrupción de obra ni al incendió.
La intervención de Bastidas
Tomada posesión de la heredad, Bastidas se enfrentó al pleito con Felipe
Jácome. Sin caer en la afinidad del apellido, con el nombre del último
administrador en Canarias del duque Juan, ni en la disparidad de apellidos con
sus presuntos padres, por ser común entonces elegir apellido, sin relación con
el de los progenitores, al haberse evaporado el “Libro del Repartimiento”,
único registro disponible, continuó insistiendo en la posesión continuada,
argumento inconsistente, dado el abandono en que permaneció la finca, de 1513
cuando menos, hasta 1554.
La persistencia de los guanches, en no reconocer la expropiación general,
decretada tras la última conquista de la isla, Jácome presentar pruebas
de haber comprado 300 fanegas de tierra, entre el Río Abona y al Barranco de
Mocan, que se extendía de la "cumbre" al mar, a Juan Alonso el de Las
Vegas, que teniendo el solar familiar en el Río de los Abades, se decía de Gran
Canaria, fiel a la tradición; de María Vizcaína, viuda de Juan Martín de Sta.
Olaya, “señores de la tierra”, el resto del Valle y Los Llanos,
justificando su derecho al resto de la propiedad, en virtud a la donación de
Belmonte y su esposa Inés Benítez.
Pero el hecho es que el documento adolecía de grave defecto: el río
mencionado era el Tamadate, que corría de la montaña al mar, como cuantos había
en la comarca, suerte en Cerro Gordo, en término de “esta ciudad” de Daute, que
abarcaba del cerro de San Cristóbal, al de Adexe y
Abona, por la Rambla
del Ahorcado y el límite de las tierras de Dña. Juana Mansierres, mujer
que fue del Adelantado, D Alonso Hernández de Lugo, propiedad ubicada en
Icod de los Vinos, habiendo sido extendida la escritura de donación, fechada
, a 25 de enero de 1545, en San Pedro de Daute, no en Granadilla, Villaflor
o San Cristóbal, lo que hubiese sido más razonable.
Consciente Jácome de la debilidad del documento, se ocupó de reforzarlo,
cuando aún no era previsible la aparición de Cabrera, haciéndolo reconocer por
autoridades diversas, esgrimiendo diferentes pretextos. Exhibido ante Antonio
Martín, escribano de San Pedro de Dante, este no tuvo inconveniente en
legalizarlo, permitiendo que fuese utilizado por Felipe, para conseguir
que el gobernador ordenase darle posesión de las tierras de Cerro Gordo, con los
términos y aguas del Tamadate, “que está en un barranco grande, que viene de la
cumbre y va a dar a la mar”. Celebrado el acto en “un agua que corre por un
barranco”, “donde al presente tiene su morada Juan Alonso”, “natural de la Gran Canaria , que es
en esta dicha isla”, el acto no ofreció más anomalía que la de haberse
celebraron en el río el de los Abades, distinto y alejado del Tamadate.
Que tuviese lugar el 25 de agosto de 1552, tiene para nosotros el valor
añadido, de probar que hubo una Isla de Tenerife, debidamente
documentada, en la que los ríos corrían, en pleno verano, pues el alguacil,
llevando a Jácome de la mano, le arrastró corriente arriba, hasta el nacimiento
de las aguas, donde Felipe, en señal de posesión, tomó agua “con sus manos y la
vertió y derramó de una parte a otra” y bebió, antes de empuñar una
azada, para marcar el tomadero, que continuaron sus mozos, trazando
acequia, hasta sacarla del barranco. “Puesta” en tierra llana, plantaron cañas,
que regaron con el agua del río.
Pertrechado del precedente de la posesión, en 1553 Felipe Jácome,
identificando el Abades, a la “parte” de Adexe, con el Tamadate, solicitó
licencia del alcalde Francisco de Mercado, para contar madera, con destino a
los canales que había de hacer, para regar la tierra que desmontada y rozada,
poniéndola de cañas. Al no figurar en la donación original, el topónimo
Río de los Abades, el alcalde exigió pruebas, que permitiesen asimilarlo con el
Tamadate.
El Río Tamadate estaba en Adexe, a 6 leguas del Abona y el Abades.
Al no haberlas escritas, Jácome recurrió a testimonios de canarios. Juan
Alonso el de Las Vegas, Pedro Vizcaíno, de 70 años, hijo de Guanino
Oon, ambos nacidos y criados en el barranco del río, Juan Galxar y Hernán
Pérez, afirmaron unánimes que el Río Abades, se llamó Agua de Tamadate, en
tiempo de los guanches.
Hacía tres años que Jácome se había lanzado a desbrozar la propiedad, la
temía regada y plantada de viña, iniciando “heredamiento de mucho
valor”, cuando apareció Bartolomé Cabrera. Apoderado de unos duques, que Jácome
suponía definitivamente esfumados, aquel hombre expeditivo destrozó acequias,
arrancó sarmientos, derribando cercas, para terminar presentando la debida
demanda ante los tribunales.
A 21 de agosto de 1554, exhibiendo pruebas de que las aguas y tierras del
Abona y el Abades, pertenecían al duque, el cual estaba facultado para plantar
cañas, viñas y árboles, “fabricando las aguas”, intento en el que los
Guzmanes más de 1.000 ducados, construyendo edificios “de mucho valor”,
cuyos restos podían apreciarse, en el marco de proyectó
“muy importante para la dicha isla, e que redundaba en aumento de las
rentas reales y de las décimas y en gran beneficio e provecho de la dicha
isla”, cuya culminación interfirió Jácome, apropiándose del río de lo
Abades.
Jurado por entonces, Felipe no se cortó. A 16 de octubre de 1554,
aprovechando la presencia del gobernador Juan López de Cepeda, en Garachico, le
pidió licencia para desmontar de “tabayba o zarguazo y escobón”, la mitad de la
tierra que se pudiese regar, con el agua, que “en tiempo de los antiguos, se
decía Tamadate, y ahora se dice de los Abades”, a más de 10 cahizes de sequero,
para majuelo, con licencia adjunta para cortar la madera, destinada a canales,
esteos y edificios. Le fue concedida por un año, a condición de no rebasar las
lindes, indicadas en el documento, “por cuanto mostrastes
el título que fue dado de la dicha tierra y agua al bachiller Alonso de
Belmonte, vuestro padre”.
No sabemos si impresionado por manifestación inusual, de sentido de lo
público, o por la categoría social del representado, el caso es que a 3 de
marzo de 1555, el alcalde dictó sentencia, prohibiendo a Jácome molestar al
duque, en el ejercicio de sus derechos como propietario, so pena de multa de
1.000 ducados, a repartir por mitad, entre la real cámara y el
perjudicado. Apeló Jácome, consiguiendo que el auto fuese ratificado a 27 de
marzo, con mandato de prisión adjunto.
Desde la cárcel presentó la cesión de 1545, con la posesión de 1552,
reforzadas con las licencias de 1553 y 1554, consiguiendo ser puesto en
libertad, al achacar el juez su delito, a confusión de buena fe. Pero Jácome no
se contentó. Apeló a 9 de octubre de 1560, muerto el duque Juan Alonso,
consiguiendo que el Río de los Abades, fuese identificado definitivamente
el Tamadate. A consecuencia el Guzmán de turno fue amenazado con multa de
100.000 maravedís, de insistir en molestar a Felipe. Apeló Cabrera, encontrando
Bastidas el pleito en tal estado.
A, 23 de junio de 1562 compareció en la Audiencia Real de
Gran Canaria, esgrimiendo en nombre del duque el argumento, discutible a
causa de olvido prolongado, de más de 50 años de posesión quieta y pacifica,
probada por los restos de cañaverales e ingenio, del tiempo del 3º duque, cuyas
huellas podían apreciarse..
Al darse la circunstancia de ser el perjudicado menor, se le
consintió subsanar errores, cometidos por letrados precedentes,
permitiéndole solicitar del juez que pasase a la heredad, contemplado “por
vista de ojos” los vestigios que probaban el derecho de los Guzmanes. No
viajó el magistrado, pero consintió en admitir plano por prueba, levantado por
pintor contratado, que recorriendo la linde con dos personas enteradas,
hiciese “pinta” de la propiedad. Encontró otros ocupantes, destacando el
lindero Gonzalo González de Granadilla, que corriendo mojones, penetró
por la parte de Abona.
Entregada por Cabrera la documentación que tocaba a la finca,
Bastidas encontró la cesión de 1545 y otras escrituras esgrimidas por
Jácome, descubriendo que el río de los Abades, en tiempo de los “guanches
antiguos”, se llamó Aguas del Valle de Tahodio, no Río Tamadate, el cual
partía de “la balsa de Adexe, donde hay muchas aguas”, discurriendo por
término “distinto, e apartado más de 6 leguas de Abona, donde están los ríos de
Abona y de los Abades”, siendo ésta la razón de que Jácome “escondiese”
los títulos originales, exponiéndose al presentar copias de escaso valor
jurídico, por permitir libertad de interpretación, que facilitaban los
testigos, en un tiempo en la prestación de falso testimonio, era profesión.
A 22 de septiembre de.1565, siendo Felipe Jácome regidor, Bastida intento
que el pleito fuese trasladado a la Chancillería de
Granada, dando a la parte del Duque cuatro meses para comparecer. Pero la Audiencia de Gran
Canaria retuvo la causa. A 10 de agosto de 1566, confirmó la sentencia
condenando al duque, con cargo de las costas. Rechazando la consabida
apelación, los oidores mandaron dar posesión a Jácome del Río de los
Abades, con las tierras anejas.
A 23 de agosto el Alcalde Mayor, Juan de Venero, teniente del gobernador
Juan Vélez de Guevara, que lo era “esta isla y la de la Palma ”, perdido por la isla
el aditamento de “San Miguel”, declaró firme la sentencia, celebrándose el acto
de posesión a 16 de septiembre, con asistencia de alguacil y
escribano.
Estando “junto al agua que corre por el barranco abajo”, el
alguacil hizo cruzar el “arroyo que corría” a Jácome, llevándole de
la mano. Bajando el curso hasta el Agua del Hato, salieron al camino que
cruzaba la finca. Seguido de un criado, Jácome, multiplicó los gestos de
posesión, cortando ramas de pinos y otros árboles, cuidando de marcar pino
venerable, que estuvo en el barranco de Chalna.
Terminada la formalidad en Abona, Gonzalo González, de Granadilla “hizo
contradicción”, presentando títulos de haber poseído su padre, el barranco de
Chivi, con la tierra delimitada por linde que pasaba por la montaña
de Yaco, las moradas de Hayene, Isaso, la fuente del
Almastigo y la del Pinar, de donde regresaba a los pinos de partida, conjunto
incluido en el predio adjudicado a Felipe.
Presentada nueva apelación por Bastidas, al no ser admitida, regresó a
Sanlúcar, quedando arrumbada la conflictiva propiedad, por segunda vez. (Luisa
Álvarez de Toledo)
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