Eduardo Pedro
García Rodríguez
Uno de los acontecimientos
históricos más importantes desarrollados durante el expansionismo del entonces
naciente imperio colonial español, tuvo lugar en la Matanza de Acentejo. En
este lugar, las tropas mercenarias dirigidas por el destacado mercenario y
traficante de esclavos al servicio de la corona española Alonso Fernández de
Lugo vio doblada su altiva e insolente cerviz, ante el más grande caudillo que
ha tenido la patria canaria, el grande entre los grandes de su tiempo, kebehi
Benchomo.
La batalla en Acentejo supuso la mayor derrota sufrida por las tropas españolas
en sus conquistas imperialistas, no sólo en canarias (cuya conquista duró casi
un siglo), sino que, en las innumerables batallas sostenidas por la posesión
del continente americano, las tropas españolas jamás tuvieron una pérdida de
hombres como la que sufrieron en el encuentro de la Matanza de Acentejo, donde
un cuerpo de ejército guanche compuesto por 300 hombres dirigidos por el
achimencey Chimenchia/Tinguaro, (hermano de Benchomo), infligió al ejército
invasor la mayor derrota que jamás sufrieran los ejércitos españoles en sus
aventuras coloniales durante la baja edad media.
Pacificada la isla de tamarant (gran canaria) gracias a los buenos servicios prestados por el traidor y converso Thenesor Semidan, conocido después de bautizado por Fernando Guanarteme y una vez repartida la isla entre los conquistadores, el término de Gaete le fue asignado a un capitán de mercenarios que se distinguió en la conquista tanto por su arrojo como por su falta de escrúpulos en el empleo de métodos poco ortodoxos en sus luchas contra los canarios.
En este territorio creó su feudo e ingenio azucarero Alonso
Fernández de Lugo quien atrincherado en su torre de gaete -de la cual era
alcalde daba rienda suelta a sus sueños de grandeza y maquinaba la manera de
satisfacer su insaciable afán de rapiña.
Desde la torre, divisaba en días claros las siluetas de las
islas de la Palma
y Tenerife las cuales formaban el objetivo más íntimo de sus apetencias.
Decidido a dar cima a su proyecto y teniendo en cuenta que el producto de su
incipiente ingenio y la porción de esclavos que le había tocado en el reparto
no eran suficientes para trasladarse a la corte “decorosamente” para
gestionar ante la misma la concesión de la invasión y conquista de las dos islas afanes de
su soñada grandeza, decide continuar con las entradas y razzias en ambas islas
con el objeto de reunir el capital suficiente con que trasladarse a España y
comprar influencias en la corte que le permitieran la consecución de sus fines,
así comienza el merodeo por las islas de la Palma y Tenerife con la intención de apresar
esclavos y ganados, en ésta última, hace una “entrada” nocturna en 1479
por el menceyato de Icod, consiguiendo robar y transportar a gran canaria, un
cuantioso botín consistente en gran cantidad de cabras que estaban
encorraladas, es decir, era ganado manso, mucho cebo y carne salada, panes de
cera y cantidad de velas de cera a medio terminar y una parecida a un cirio
pascual acabado, cueros de cabra y cebada, tres mujeres dos hombre y algunos
muchachos, dejando en el terreno, quizás por falta de capacidad de carga en la
nave buena cantidad de cueros y cebada, molinos de mano, gánigos y platos de barro.
Naturalmente, este tipo de asaltos sólo era posible
llevarlos a cabo con el concurso de gente del país buenas conocedoras del
terreno que les permitía moverse de noche entre riscos y barrancos. Quizás, las
buenas relaciones que Lugo mantenía con el menceyato de Anaga procedían de
estas correrías en la que posiblemente contaba con el concurso de la familia
ybaute, única de éste menceyato que, con la del mencey, fue agraciada por Lugo
con reparto de tierras en Anaga después de la conquista.
Durante ocho años Lugo alternó el cuidado de sus noventa
fanegadas de tierra en agaete, con las continuas razzias y saqueos en las islas
de la Palma y
Tenerife, al tiempo que iba preparando la invasión y conquista de las mismas procurando
fomentar las disensiones internas entre menceyatos, y las de achicaxnas y
achimenceyes dentro de estos, usando para sus fines como valiosos
colaboradores en Tenerife a los menceyes de los bandos de Güimar, Abona, Adeje,
los cuales ya habían venido recibiendo influencia cristiana por parte de los frailes
instalados desde dos siglos antes, en el eremitario de Güimar, así cómo a un
buen número de gomeros cristianizados que fueron introducidos en la isla,
conocidos como babilones y quienes con
posterioridad a la conquista decidieron sacudirse el yugo de los españoles y
formaron un núcleo importante con los los resistentes denominados como alzados.
Con estos preparativos secretos bastante avanzados y
teniendo la bolsa bien repleta con el producto de la venta de los guanches que
había esclavizado, Lugo se remite a España, y en 20 de febrero de 1492, lo
vemos en el campamento de santa fe recibiendo de los reyes católicos, la
confirmación de las tierras de Gaete, confirmación que le era necesaria para
desarrollar sus planes ulteriores, las capitulaciones para la conquista de la
isla de la Palma
tuvieron que esperar hasta el mes de junio de 1492, pues la reina estaba
enfrascada en los preparativos para la invasión y saqueo de América. Concluidas las
capitulaciones en córdoba, a fines de agosto Lugo levanta bandera en Sevilla
para la recluta de mercenarios con destino a la conquista de benahuare (La Palma ). Las operaciones
fueron rápidas valiéndose para ello el conquistador, de los bandos de paz en
los que tenía gran influencia la palmera Gazmira, y usando como era habitual en
él de la falacia y el engaño, una vez sometida y saqueada de manera
inmisericorde de hombres y ganados la isla, Lugo se retira a gran canaria para
descansar y disponer del botín de su “gloriosa” conquista.
Invasión de Chinech (Tenerife).
Invasión de Chinech (Tenerife).
Desde el campamento de Jardina (Gracia) el ejército invasor
se puso de nuevo en marcha con grandes precauciones, pues durante su marcha
hacía Tahoro eran hostigados continuamente por algunas partidas de guanches de
los menceyatos de Tegueste y Tacoronte, que les hostigaban por los flancos. El
ejercito continuó su avance hacía Tahoro sin mayores dificultades, por el
camino se iban apropiando de numerosos rebaños de ganados que pastaban
aparentemente abandonados y que, por la natural rapiña de los mercenarios éstos
se resistían a dejar por el camino, así continuaron hasta la altura de la
actual cuesta de la villa, donde decidieron hacer un alto y formar consejo de
oficiales para determinar las medidas a tomar. En el consejo prevaleció la
opinión de retornar al campamento de Añaza con la cuantiosa presa de ganados que
tenían, seguidamente iniciaron la contra marcha hacía Eguerew (La Laguna).
De esta manera tan poco estratégica retrocedía la
vanguardia ufana con la rica presa cuando en el aire sonaron unos agudos
silbidos y ajijides que pusieron en movimiento desordenado a los hatos de
ganados al tiempo que caían grandes piedras y troncos de árboles sobre las
sorprendidas tropas españolas, los banotes hendían el aire yendo a frenarse
bruscamente en el pecho de los mercenarios traspasando sus corazas. Pasado los
primeros momentos de estupor en el ejército invasor, cada uno buscó por
instinto, un grupo donde apoyarse y, sin previo concierto, entregados a su
propia iniciativa, se organizó una especie de defensa por pelotones ante la
imposibilidad de maniobrabilidad de los caballos el arma más efectiva de las
tropas españolas.
Bien pronto la línea del frente quedó convertida en un
amasijo de cadáveres de hombres y caballos; toda defensa ante el empuje guanche
era inútil, en el fragor de la batalla destacaron por su arrojo y valentía Chimenchia, sigoñé, Guadafrá, Arafo, Tigaiga y otros significados capitanes de
Benchomo y sus aliados.
La derrota del ejército español
en la batalla, que después pasaría a conocerse como de la Matanza de Acentejo, fue
total. De las tropas españolas, solamente logró sobrevivir un grupo de unos
trescientos que a nado se refugió en una baja, y otro de unos treinta que lo
hizo en una cueva, como veremos más adelante. Entre los hechos recogidos por
los cronista destacan tres que merecen ser narrados, el primero, la vergonzosa
huida a uñas de caballo ayudados por algunos auxiliares güimareros del general
Alonso Fernández de Lugo y, parte de su plana mayor, quienes abandonando a su
suerte lo que restaba de sus tropas, atravesando Chicayca (la esperanza), ganaron
la seguridad del torreón de Santa Cruz. El segundo, es que, llegado Benchomo (
quien se había quedado en los campos de la Orotava en previsión de un ataque por parte de
los bandos confederados con los españoles, según algunos autores, o para cortar
la retirada de los invasores si estos hubiesen decido replegarse a Tahoro según
otros), en las postrimerías de la batalla encontrando a su hermano Chimenchia
sentado en una piedra, le recriminó de la siguiente manera: ¿Cómo es esto hermano, mientras tus hombres
se baten con el enemigo, tú estas holgando?.
A lo que respondió Chimenchia, - dando a entender con ello que un caudillo no tiene que mancharse las manos con la sangre de los vencidos si no es en defensa de su vida.
“Yo he hecho mi oficio de Capitán
que es conducirles a la victoria, ahora que los carniceros hagan el suyo”
El tercero, es el que un grupo de
unos 30 soldados posiblemente informados por isleños buscaron refugio en una
cueva, los cuales concluida la batalla obtuvieron la misericordia y ayuda de
Benchomo quien los hizo conducir sanos y salvos al campamento español de Añaza.
Esta actitud benevolente por parte del régulo tahorino se explica si, como
creemos, los mercenarios se refugiaron en la cueva santa del Sauzal o en la
necrópolis de la montaña de los guanches. Es bien conocido el respeto del
pueblo guanche por los lugares santos y el derecho de refugio que adquirían los
asesinos que se acogían en los lugares sacros. Hechos similares se registraron
durante la conquista de gran canaria, y posteriormente en la batalla de la
laguna.
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