UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL
1501-1600
DECADA 1510-1520
CAPITULO II-V
Eduardo Pedro García Rodríguez
1506 Febrero.
Jácome Dinarte, sanluqueño apoderado por el duque de Medinasidonia en
febrero de 1506, para corregir los desmanes de Gonzalo Muñoz, llevó
instrucciones puntuales.
Habría de visitar las propiedades adquiridas y aquellas sobre las que
pesaban censos o tributos, sacando copia de escrituras, que nunca remitió el
apoderado, enterándose de si el precio confesado de compras y ventas, era real
o ficticio, y si tenía relación con los que corrían en la isla. De no poder
averiguarlo por sí, acudiría al Inquisidor y el Obispo, no olvidando visitar al
licenciado Ortiz de Zárate, juez de residencia, que enmendaba repartimientos
injustos, para el que llevaba cartas, pidiendo que favoreciese al duque, a más
de ayudar a su apoderado a desenmarañar enredos.
Comprobada la situación en que se encontraba la heredad de Abona, vistas
las tierras de Tirajana, buscaría, para valorarlos, cañaverales comprados a dos
hermanos innominados, por 700 @ de azúcar, pues la renta de 150 @ de
azúcar, no respondía al precio. Averiguaría sobre qué tierras pesaba
tributo de130 @ de azúcar, comprobando si estaban “saneadas”, así
como los bienes materiales que correspondían 1.000 @ de azúcar, a cobrar por el
duque el día de San Juan, de 1506.
Habría de analizar las garantías, ofrecidas por un tal Manuel “y
otro", obligados a pagar deuda en 3.000 @ de azúcar, y sí Cristóbal de
Lucena estaba en situación de abonar 1.000 @ que debía, con otras a 1.000
@, prometidas pero no ingresadas. Sumando la deuda global 5.000 @,
temiendo que no fuese pagada, Dinarte tendría preparadas escrituras y
contratos, para acudir a los tribunales, reclamando los bienes hipotecados al
pago, probando los derechos que tenía el duque, “sobre las haciendas de
los sobredichos”. Informado de tierras que Muñoz compró, “para mí con mis
ducados, que el tenía en su poder”, comprobaría si valían las 3.100 arrobas de
azúcar que se pagaron, procurando recuperar el poder que “hubo” el
administrador para la operación.
Llevaba Jácome misivas para Valenzuela, castellano residente en Canarias,
rico e influyente. Gobernador de Gran Canaria y alcaide de la Torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña de 1498 a 1502. Cesado, tenía
denunciado en al Consejo Real al visitador, porque emparentado y asociado con
el escribano Juan de Arines, declaraba mostrencas las tierras de los pobres,
repartiéndose las mejores entre ambos y el resto a genoveses, estando
prohibido, en atención a la generosidad con que recompensaban los favores.
No trataban las cartas del duque de política. Dinarte debía visitar a
Valenzuela, para interesarse por 2.500 @ de azúcar que debía, del
pago de tributo de 500 @, comprado al Guzmán a través de Muñoz, pidiéndole
de paso ayuda, para poner en claro si las deudas que esgrimió el administrador,
justificando alcance en las cuentas, estaban pendientes o fueron saldadas a su
tiempo.
Maestro Gonzalo en el arte de la "contabilidad creativa",
Dinarte repasaría atentamente cuentas y documentación, procurando desvelar la
realidad contable. Terminada la cuestión de las propiedades, pediría
cuentas de las mercancías vendidas que llevó Muños y recibieron los
factores Francisco de Hinojosa y Alemán, inventariando las que quedaban
por vender, haciendo relación de los gastos y del destino que se dio al
beneficio, desde el tiempo de Luna y Gonzalo Suárez.
Reflejado el volumen de negocios de Juan de Guzmán, en las Canaria,
lo corroboran los libros de cuentas, en los cuales aparecen factores e
intercambio en Gran Canaria, Safi, Cabo Verde, Berbería, Guinea, la Mina de Oro e Indias, dándose
la circunstancias de que el nombramiento de Dinarte, en 1506, coincidió
con la segunda y ultima “posesión” de las Islas del Cabo de Aguer, que tomo el
3º duque, a través de apoderado.
La situación del Guzmán en el último año de su vida, era realmente
complicada.
Habiendo perdido Gibraltar y los bienes americanos, por delito de
incesto, restituidos sobre el papel, al perdonarle la Reina Católica , en
1504, en 1505, fallecida la soberana, Juana y Felipe nombraron al Guzmán
Capitán General en Andalucía, poniendo bajo su mando los puertos, y
cuanto navegaba por el Atlántico. “Retirada” Juana por su padre, tras la muerte
de Felipe I, el duque se alzó por la reina. Recuperada Gibraltar, ciudad
carismática en el Maruecos americano, se preparó a la guerra, recabando la
asistencia de sus vasallos del Cabo de Aguer.
Se movía el duque por los campos andaluces, eludiendo Sevilla, controlada
por los fernandinos, hasta que incurrió en el error de dejarse engañar por el
traidor de turno.
Convencido de que la ciudad había cambiado de opinión, decantándose por
Juana, se metió intramuros, cayendo en ratonera, que le aguardaba en su propia
casa. A 10 de julio en posición inconfortable, pues lo hizo de
“hinojos”, luciendo sambenito de estameña, que aparece entre sus pertenencias,
atuendo inadecuado en noble, pero adecuado a cadáver en proyecto. Encabezadas
las últimas voluntades con abjuración de toda herejía, en especial de la
“herética parvedad”, terminó reclamando sacramentos, que de no haber
impedimentos, se administraban de oficio. Es probable que su fallecimiento,
registrado el 14, se produjese con ayuda.
Heredero Enrique de Guzmán, nacido de Isabel de Velasco, primera esposa
del difunto, el joven estaba casado con María Girón, hermana de Pedro Girón,
esposo de Mencía de Guzmán, que lo era del duque, el cual tomo la dirección de
la casa del cuñado.
Fernando el Católico entró en Sevilla, antes de haber terminado la
testamentaria.
Llamado Enrique al Alcázar, quedó retenido, según Barrantes Maldonado,
hagiógrafo de la casa de Guzmán, para descasarle, con el fin de unirle a
nieta del rey, por vía ilegítima, llamada Ana de Aragón. Pero según otras
fuentes, pura y simplemente prisionero. Liberado por Pedro Girón, los cuñados
huyeron a uña de caballo, cruzando la “raya” de Portugal, antes de perderse.
Secuestró el Católico las fortalezas del duque, que entregaron los
alcaldes, con excepción de Niebla, pues hubo de ser tomada, como la villa, por
“fuerza de armas”, siendo probable que los huidos se encaminasen a Lisboa, con
intención de buscar embarque para el Cabo de Aguer. Ciertos documentos
pudieran indicar regreso del duque en 1510, pero la prueba incontestable de su
regreso, no se produce hasta enero de 1513. Encontramos a Enrique en la
fortaleza de Morón, propia de los Girones, testando por estar en las
últimas.
Al considerar los hijos de Isabel de Velasco ilegítimo el segundo
matrimonio del padre, en consecuencia a los hijos de Leonor de Guzmán, lego
títulos y mayorazgo a Mencía, dando pie a Pedro Girón, para ampararse del
estado de la casa Medina Sidonia. Desamparada la madre y tutriz del 5º duque
Alonso, es probable que la rama primogénita hubiese perdido la sucesión, de no
intervenir el Rey Católico.
En posesión de casa y bienes, Leonor de Guzmán ordenó a Dinarte pasar a
Tenerife, para sacar copia de cuantas escrituras tocasen a propiedades del
duque, situadas en Canarias. Perdido Caballero y Rodrigo Bastidas, que llevaron
barco cargado con mercancías de duque, para vender en Indias, extendió poder
para que los buscasen en San Miguel, San Cristóbal y otras villas, con el fin
de que rindiesen cuentas del cargamento. .
Publico que Alonso de Guzmán nació faltoso, la circunstancia no alteró
los planes del Católico. Antes de terminar 1513, le hizo llevar a Plasencia,
para casarlo con su nieta, Ana de Aragón. Fallecida Leonor de Guzmán en
ausencia del hijo, la edad del duque, sumada a sus circunstancias personales y
la mala relación de la duquesa con su hijo segundo, Juan Alonso, al que temía
por inteligente, justificó el nombramiento de tutor.
Designado el Obispo de Almería, delegó en Martín de Gurrea, pariente de
Ana, la administración y gobierno de la casa con la tarea adjunta de expurgar
el archivo familiar, eliminado la documentación políticamente incorrecta,
generada por familia que mantuvo relaciones comerciales continuadas, a través
del Atlántico, desde muchos antes de nacer Colón, “descubridor” reciente
y titulado, al servicio de Castilla.
Impotente el marido, a más de tonto, parece natural que apenas en el
palacio de Sevilla, Ana se enamorase perdidamente de Juan Alonso de Guzmán,
cuñado bien parecido, con merecida reputación de inteligente. Sobrados los
problemas, dimanantes de la ambición y agresividad de Pedro Girón, la pareja se
propuso alcanzar el fin, aplicando medios, que no les complicasen la vida. Abocados
a compartir domicilio, sin llamar la atención, pudieron mantener relaciones
íntimas sin alertar al personal, ni mermar las prerrogativas del duque.
Obligado disimular mentecatez congénita, se introdujo en el
mobiliario trono, tarima y dosel. Debidamente enmarcado por los signos del
poder, amparado por servidor diligente, que respondía en su lugar, bastaba
deslumbrar al visitante, para que pasase por alto la suplantación.
Transcurrió la vida familiar si incidentes, tratando el hijo de Ana y Juan
Alonso, de tío al padre y de padre al tío. Al corriente los criados de las
intimidades del amo, en casa sin más cerradura que la del cuarto de
"mis libros", cuya llave llevaba Juan Alonso, en la faltriquera, no
se dieron por enterados ni hicieron comentarios, aceptando las “familia” y
Sevilla con naturalidad, que el hijo de la duquesa fuese vivo retrato del
cuñado, heredando para mayor desvergüenza, los ojos “zarcos” del padre.
El problema surgió cuando Carlos V, exigiendo servicio o impuesto especial,
sin pasar por el filtro de las Cortes, desencadenó la Guerra de las Comunidades.
Comunero Pedro Girón, al decantarse los Guzmanes por el Emperador, la guerra
familiar, reñida en el marco de la civil, impuso a los duques el gasto, de
guardar y defender Sevilla, neutralizando a la facción comunera.
Al no ser reembolsados en la paz, carga de deudas aconsejó a los
duques moderar el gasto, por medio de drástica reducción de personal. Sabiendo
que buena parte de “la familia” , no aceptaría el traslado, acordaron mudar el
domicilio principal a Sanlúcar, anunciando que perdería empleo y sueldo, el que
no lea siguiese, para continuando el servicio.
Considerando el decreto abuso, pues en opinión del colectivo, habiendo
sido contratados para servir en Sevilla, el cambio de domicilio de la parte
contratante, no podía afectar a la nómina, al no ser ellos quienes alteraban
las condiciones del contrato, presentaron la preceptiva
demanda. Ofuscado al no ser admitida, los criados se vengaron a su
manera, denunciando ante las autoridades civiles y en especial eclesiásticas,
las relaciones que mantenían Ana de Aragón y Juan Alonso de Guzmán.
Fue la consecuencia proceso, farragoso a más de peligroso, pues despedía
marcado olor a chamusquina, del que los implicados salieron airosos, quizá
debido a mediar importante préstamo, solicitado por Carlos V y concedido.
Comprobada por el monarca la utilidad de Juan Alonso, salvó del mal paso a la
pareja, consiguiendo sentencia favorable, que les permitió subir al altar, en
la parroquia de Sanlúcar, para contraer matrimonio, legal y debidamente
bendecido, en 1532. Poco después el Emperador, necesitado de duque a parte
entera, que fuese de correa de transmisión de la real voluntad, en Andalucía,
traspasó el ducado al hermano menor, cuidando la familia de que el mayor,
fallecido en 1544, no se diese cuenta del cambio.
De haber sido Leonor de Guzmán más comunicativa con el segundo de sus
hijos, éste hubiese sabido del señorío las Islas del Cabo de Aguer, y de las
propiedades de Canarias. Pero sus relaciones con Juan Alonso fueron tan
distantes, que supo de la tradición familiar, lo que contaban los cronistas.
Lector de Erasmo, poseedor de un Corán y una Biblia, quizá traducida en su
convento de Santiponce, pues a su muerte la Inquisición secuestró
ambos libros, cuando el Rey de Portugal le pidió que reanudase las
exportaciones de grano, a sus lugares de Allende, lo hizo ignorando que sus
pasados, hasta el tiempo del padre, practicaron con regularidad aquel comercio.
Exportador de atún a Flandes y los países mediterráneos, aficionado a
introducir cultivos y a los grandes proyectos, mantuvo relación tangencial con
América, hasta que un día de 1554, apareció en Sanlúcar el tinerfeño Bartolomé
Cabrera, con informe y proyecto de explotación de propiedad que el duque
poseía, ignorándola, en el “Reino de Abona”, comarca de la Isla de Tenerife.
Al tener la verdad existencia propia, en mano del hombre está deformarla
por la palabra, pero no modificarla. No pudiendo ser mudada la orografía, por
la mirada y criterio del espectador, el proyecto de Cabrera apenas difirió
del de Suárez. Ligero desplazamiento de los "tomaderos" de las aguas
de los ríos, intento de sumar el caudal de las fuentes de los Escuriales y Pedro
Báez, pronto abandonado y reducción a la mitad de la cabida del tanque, que
tendría 100 pies
por 50, con los mismos 20 palmos de profundidad, a construir en Montaña
Gorda, donde estuvo el anterior, fueron las únicas modificaciones, si excluimos
cambio en los fines: en lugar de caña dulce, se pondrían viñas.
Perdió Cabrera un tiempo, registrando las aguas y manantiales
de los Riscos de Casa Girón, inclinándose por canales de teca “enterizos”,
renunciando a combinarlos con acequias y al trazado en terrazas.
De la “junta de las aguas” al tanque, se proyectó media legua de canales,
lo cual indica que los tomaderos, se alejaron del "nacimiento" de los
ríos, revelando conocimientos someros confesión, formulada por Cabrera, de no
poder predecir, en tanto no estuviese el agua en el tanque, si habría
suficiente para poner ingenio y cañaverales, asegurando que habría bastantes
para viña, huerta y frutales, cultivos menos rentables pero más sencillos y
baratos.
Desconfiada la población, al haber sido engañada reiteradamente, el
tinerfeño que no habría aspirante a la tierra, en tanto no estuviese terminado
el regadío, pero teniendo el agua donde aprovechase, acudiría multitud,
dispuestos a pagar al duque ¼ de la producción. Se daría a
cada uno “la suerte, que pudiere y se atreviere a cultivar”, corriendo a
cargo del tributario limpiar la tierra, hacer las acequias, incluida la
mayor y plantar la tierra, obligándose el duque a garantizar 4 riegos al año.
Sería función del Guzmán nombrar “mayordomo del agua”, que la repartiese
“por sus días”, en función a la cabida, calidad de la suerte y cultivo.
Destinada la heredad a vid, pasados 6 años, desde que se hiciese la
plantación, reportaría 6.000 ducados, por ser tierra nueva, que “nunca ha
sido rasgada”, cuando menos en las cuatro década, en que estuvo olvidada.
Señalado sitio para pueblo, en el que viviesen los tributarios, se les
daría solar de 70 pies
por 40, por el que pagarían censo de una gallina, ponedora y buena, por
Navidad, en reconocimiento del señorío. Hipotecado al pago del tributo,
habría de construir, a su cuenta, casa de piedra y teja. Irrenunciable la
iglesia, la haría el duque, pagando el salario del beneficiado, que dijese misa
en las fiestas. Adulador Cabrera, propuso llamar, al lugar, Nueva
Sanlúcar.
Aprobada la idea por los duques, Bartolomé Cabrera regresó a Tenerife en
compañía de Juan Viña, carpintero sanluqueño, al cual seguía
compañero, conocido por “el de la cuchillada”. En Santa Cruz
desembarcaron con ayuda de barcos y carros, al no haber muelle, lo que era
común. A 3 de marzo de 1555, en la misma playa, Cabrera vendió 157 fanegas de
trigo, a ducado fanega, al italiano Lomelin, con merma del 8%, por ser mayor la
medida de las islas, y 20 botas de vino, a 10 ducados. En alto la villa
de Santa Cruz, carretas de bueyes cargaron los bagajes..
En la villa, Cabrera compró hachas, azadas, picos, “una reglas para pesar
el agua de los ríos”, bizcocho y bastimentos varios, que mandó por mar al
puerto de Abona, siguiendo a San Cristóbal con los sanluqueños y tres
fogueros, el uno portugués de Madera, isla de cañaverales e ingenios,
considerado experto, en virtud a su naturaleza. En la capital cumplimentó los
trámites burocráticos, previos a la toma de posesión, contratando a 16 de abril
al carpintero y maestro de hacer ingenios, Antonio Blas, reputado en la
isla. A cambio de 1.000 ducados de oro, de 528 maravedís de Tenerife, que
cobraría en 3 plazos, se comprometió a señalar los tomaderos, sacar el agua
al llano, juntarlas y bajarlas al tanque.
Completada cuadrilla de 15 fogueros, expertos en canalizaciones,
Cabrera abandonó la ciudad, completando el utillaje en la etapa de Orotava,
donde hacía noche. Pasando por Garachico fichó a Juan Pérez, foguero y
aserrador, con su hijo Gonzalo Pérez. Elegirían y cortarían la madera,
haciendo los canales “enterizos” en la finca. Yunta de bueyes,
adquirida por 42 ducados, arrastró troncos y piezas. La tarea les ocupó un mes,
percibiendo padre e hijo salario conjunto de 10 doblas, y 4 de micción,
cobrando 250 maravedís por cada uno de los 200 canales de tea, de 24 pies , con sus
"esteos", que hubieron de hacer.
En Granadilla, lugar del Reino de Abona, próximo a la propiedad, Cabrera
presentó al Alcalde el mandamiento del gobernador, para que le procurase
alguacil, que le diese la posesión, como apoderado del duque de Medina Sidonia.
Sumado a la comitiva con escribano, que habría de levantar acta, la ceremonia
se desarrolló en el nacimiento de los ríos.
Terminada apareció Felipe Jácome, diciendo ser propietario del río de los
Abades y de cuanta tierra pudiesen regar sus aguas, por haberlo dado Alonso
Fernández de Lugo a su padre, el bachiller Alonso Belmonte, reclamando los
heredamientos de Abona y Adeje, repartidos por la misma ocasión a
su abuelo materno, Juan Benítez, supuesto que probó presentando escritura,
firmada en San Pedro de Daute, a 25 de Enero de 1545, por el bachiller y
su madre, Inés Benítez, por la cual le cedieron sus bienes,, “sin dejar ni retener
para nos cosa alguna”.
La precaución que tomaron, al incluir la fórmula de “sin perjuicio
de tercero que mayor derecho tenga” y la coincidencia de que el supuesto hijo
de Belmonte y Benítez, se apellidase Jácome, llamándose Jácome Dinarte el
administrador que en 1513, a
la muerte de Leonor de Guzmán, quedó colgado en Tenerife, debió
excitar la curiosidad de Cabrera. Pero pasando por alto la circunstancia, alegó
que ríos y tierras aparecían, en el “Libro del Repartimiento”, a nombre de Juan
de Guzmán, en lugar relevante, cual encabezaba la relación de seglares,
acreedores a propiedad en la isla.
Paró Jácome paró en la cárcel, debiendo acudir a la confusión de
topónimos, para recuperar la libertad. Habiendo afirmando que el río de los
Abades, en tiempo de los guanche se llamó Aguas de Tamadarte,
topónimo que aparecía en la donación de 1545, el Alcalde achacó las
pretensiones de Felipe a confusión de buena fe. En sentencias de 3 de junio de
1555, le prohibió “inquietar" al duque, en sus derechos a la
propiedad de Abona, so pena de multa de 1.000 ducados,, que se partirían por
mitad entre la real cámara y el perjudicado, poniéndole en libertad.
Apeló Jácome y se equivocó Cabrera. Evaporado el “Libro de los
Repartimientos”, que se custodiaba en las casas de ayuntamiento de San
Cristóbal, quizá con intervención de Jácome, entonces regidor,
alegó posesión continuada de los Guzmanes, por más de 50 años, probada por las
ruinas de molinos, casas, albarradas, acequias, ingenio, instalaciones de
riego y huella de cañaverales, prósperos en tiempo del 3º duque, pero abandonados
a su muerte.
A 28 de junio de 1555, estando el pleito en tal estado, la duquesa
Ana de Aragón firmó contrato formal, a favor de Cabrera. Tratándole de
“pariente”, muy honrosamente, le nombró administrador, autorizándole a tomar
posesión de los bienes que tuviese el Duque, en la Isla de Tenerife y las demás
“islas de Gran Canaria”, con salario anual de 50.000 maravedís a percibir con
carácter retroactivo, desde 1º de septiembre de 1554, sin derecho a
dietas ni comisiones, debiendo pagar a su cuenta los viajes que hiciese a
Sanlúcar, para rendir cuentas o dar información.
Estando en el “Reino y término de Abona”, “en esta Isla de
Canaria”, el maestro de ingenios, Antonio Blas, registró los ríos, buscando
“tomaderos”, bajo la dirección de Fr. Pedro Grimon, de la orden “del
Señor San Agustín”. Experto en la tierra, formó en la expedición, con otros
frailes de la orden. Del Abades, conocido por “Aguas del Valle de Tahodio”, en
tiempo de los guanches habían sacado el agua a Los Llanos y Las Vegas,
regando algunos “pedazos”, con ayuda de las fuentes. Al no ofrecer dificultase,
las obras se iniciaron en el Río Abona, por ser “el barranco donde nace”
profundo y agreste.
Al ofrecer dificultades sacar “fuera” el agua, poniéndola en “tierra
limpia”, Cabrera instaló campamento junto al “nacimiento”, comprando caballo
que llevase el costo, ahorrando tiempo en idas y venidas.
“Tajados” los riscos, los esteos se fijaron con argamasa, sujetando 100
piezas de canales, en obra “sólida” y “durable”. Ocupado el equipo 13 semanas,
puesta el agua en el “llano”, los oficiales se entretuvieron,
limpiando en las 1.500 de regadío, que estaban a la parte de Montaña Gorda, a
la espera de que Cabrera señalase el trazado de la canalización.
Menos avezado de lo que presumía, al pertenecer a la especie que se
abstiene de preguntar, por temor a que confesión de ignorancia, le restase
autoridad. Retirados los hombres del tajo, quedó en la propiedad el
portugués Pedro González. Percibió 13 doblas canarias de 500
maravedís, por haberse ocupado de abril de 1555, hasta el mismo mes de
1557
A la espera de que se le aclarasen las ideas, el administrador se
presentó al Alcalde Mayor, por el gobernador “de esta isla y de La Palma ”, Juan López de
Cepeda, pidiendo que hiciese “probanza”, recogiendo testimonios para
informar al duque del trabajo realizado. Presentados por testigos los que
trabajaron en el Abona, analfabetos con una sola excepción, cruzar
testimonios de interesante visión, del Tenerife azucarero. El carpintero
Juan Gómez contó que estando presente Cabrera, en la colocación del último
canal, se “preciaba más de haberla terminado de sacar [el agua], que de tener
por suya a la Orotava ”,
indicando la importancia de la principal comarca azucarera.
Disciplinadamente, los testigos reiteraron que el "tomadero" se
puso en el sitio “más provechoso”, pues se “cabalga desde allí toda la
hacienda”. Responsable Antonio Blas de la elección, omitiendo que le
orientó el fraile, declaró que habiendo registrado el río “por muchas
partes”, señaló el sitió que permitía regar más y mejor tierra, elección
que obligó a rebasar el presupuesto, contratando 7 peones suplementarios, para
“tajar” riscos. Un Alfonso portugués, de la isla de Madera, insistió
en los obstáculos que se hubieron de vencer, debido a la “aspereza” del
barranco, insistiendo en que no había otro lugar, desde el cual se pudiese
“señorear” mejor la tierra, regando Las Vegas, además de los llanos de Montaña
Gorda.
Fuera “de peligro” los canales, Juan Gómez “pesó” el agua, calculando que
juntado el caudal del Abades al Abona, llevarían 4 azudes, suficiente para
regar toda la tierra, susceptible de ser cultivada, a más de alimentar
ingenio “que fabrique 15.000 arrobas de azúcar, no habiendo en Tenerife
tanta y tan buena tierra para cañas”, virtudes a las que sumó la
“cantidad de montañas”, en las inmediaciones, "que es lo más necesario
para madera y leña para el ingenio”.
Los declarantes coincidieron al aconsejar que se abandonase la idea de
poner viña, regresando a la idea de la caña dulce. Antonio Blas, que conocía
todos los ingenios de la
Orotava , coincidió en que no lo había con “tanta agua ni tan
cerca”, “que es la más cantidad de agua que hay en la isla”, pues “es
tanta como la de la
Orotava. Y aún le parece en más cantidad”. Conociendo de
antiguo las aguas de Abona, por haberlas visto “muchas veces”, el maestro
repitió que se podría “hacer el mejor ingenio de la isla”.
Pasaron los días, sin que Cabrera se decidiese a señalar la canalización.
Sin reparar en los efectos del calor, ni en el riesgo implícito a la proximidad
de una población, irritada al sentirse expulsada de lo que consideraba propio,
dejó pasar el tiempo, dando lugar a que cierto día ardiesen los canales,
"puestos y por poner". No lo comunicó el administrador al duque.
Guardando silencio, se limitó a despedir a la cuadrilla.
.
No estando terminados los trabajos, en febrero de 1558, Juan Alonso de
Guzmán, enfermo y agotado, decidió renunciar al proyecto: “ya tenéis entendido
la calidad de aquellos heredamientos y la mucha cantidad de aguas, tierras,
montes y otros aprovechamientos que tienen”. Deseaba continuar invirtiendo,
hasta terminar la obra, pero “las necesidades de mi casa y falta de dineros, no
dan lugar de presente, a proseguir a obrar lo que está”.
No queriendo mantener la tierra en abandono, Juan Alonso se inclinó por
la solución más simple: encontrar comprador, que le quitase de encima propiedad
engorrosa, pues únicamente había generado gastos y problemas. De no encontrarlo
que pagase al contado, aceptaría pago a plazos, en azúcar puesto en
cargadero, o en Andalucía, donde se encontraba, de pagar en metálico.
Difícil encontrar quien invirtiese en la isla, por ser cara y escasa la
mano de obra, debido a las trabas legales, que estorbaban la importación
esclavos, el duque apuntó como solución alternativa buscar tributarios, que
tomasen a su cargo la terminación de la obra, poniendo el agua en el tanque,
desmontando la tierra para plantar caña, construyendo ingenio y haciendo
embarcadero en el puerto, dando al duque el 50% del producto, aceptando la
condición de que de no pagar, por espacio de 3 años, tierra y mejoras
revirtiesen al duque.
Sabiendo igualmente escasos los aspirantes a tributarios, ofreció por
tercera solución formar compañía, dando al socio, que rematase las
instalaciones, el 50% de la propiedad de tierras y aguas, en régimen de pro
indiviso, repartiendo la ganancia a partes iguales.
No habiendo aparecido comprador ni tributario, Cabrera se decantó por
Antonio Alfonso, vecino de Ico de los Vinos. Dispuesto a formar sociedad, le
presentó como hombre “suficiente” y eficiente. Se comprometía a llevar el agua
de los ríos por canales y acequias, hasta el lugar más conveniente para
cultivar la tierra,`por “obra lo más firme y durable que sea posible”, haciendo
tanque o tanques, limpiar, cercar y plantar la hacienda, todo a su costa, a
condición de que el duque pagase la mitad del ingenio.
Terminado y dotado de herramientas y pertrechos, lo apreciarían por dos
expertos, pagando el duque por plazos y en azúcar la parte que le
correspondiese, a partir de la primera zafra, que se haría tres años después,
de terminada la plantación.
Azúcares y espumas de la primera “cocha”, de todas las cañas, se
partirían por mitad, retirado del “monto mayor” costos y diezmo, siendo tasada
la del duque, al precio que vendiese Pedro Ponte, propietario del ingenio
más próximo, quedando las mieles y su procedido para obras de mantenimiento y mejoras
de la propiedad y el ingenio.
Dotada la iglesia de capellán de “misa”, pues habría de decirla en los
días de precepto, al personal y vecinos de la hacienda, el Guzmán habría de
contribuir al gasto, con 10 @ de azúcar al año.
Continúa en la entrega siguiente.
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