lunes, 30 de diciembre de 2013

CAPTURA DEL JULIANA Y DEL SAN JUAN






Eduardo Pedro García Rodríguez

1816. Julio 20. Nos consta, en primer lugar, la actividad corsaria llevada a cabo por un barco argentino y la contraofensiva del Capitán General en el verano de 1816. El 20 de julio, el capitán de puerto de Santa Cruz de Tenerife daba parte al Comandante General, Pedro Rodríguez de La Buría, del avistamiento, con las primeras luces del alba, de una goleta y dos bergan­tines a una distancia de entre siete y ocho millas al Este de la Plaza; y que, "cruzando dos botes con frecuencia de ella a uno de los bergantines, apa­rentaban ser estas gestiones algún saqueo".

A las dos de la tarde, se vio como era capturado un barco del tráfico interior de las Islas, el "San Juan", que transportaba ganado desde el puerto de Gáldar a Tenerife. Su patrón declaró, una vez llegado a tierra, que la goleta era de corsarios procedentes del Río de la Plata, quienes el día 17 habían abordado, en las cercanías del Salvaje, al bergantín "Rosario", que había salido de Garachico con carga de maderas para Lanzarote, y que, el día 19, habían apresado igualmente, en las inmediaciones de la Punta de Anaga, al bergantín español "Juliana" que, poco antes, había zarpado de Santa Cruz de Tenerife con rumbo a Mogador.

Los capitanes de ambos bergantines, que atracaron poco después en Santa Cruz de Tenerife en sendas lanchas con sus respectivas tripulaciones, describieron a su vez su particular aventura.

Marcos Cabrera, patrón del "Rosario", relató como hallándose a es­casa distancia del Salvaje, se encontró bajo el tiro de la goleta, en cuyo peñol tremolaba una bandera angloamericana. Tras un disparo intimidatorio. su bergantín fue hecho prisionero en nombre del Gobierno de las Provincias Unidas de Buenos Aires, y, en ese instante, la goleta insurgente cambió su enseña por "otra bandera con dos listas azules que dijeron era la que usaban los buques de aquel gobierno". Al rato, Cabrera y sus hom­bres fueron trasladados a bordo de la goleta insurgente, donde el patrón isleño comprobó que la tripulación corsaria estaba integrada por marinos de diversas naciones, como españoles, angloamericanos, portugueses y criollos de Buenos Aires, y pudo observar, además, diferentes detalles sobre armamento y características del barco. Cabrera supo también que sus captores habían salido del Río de la Plata el día 1° de abril, y que, según le dijo su capitán, el raguseo Miguel Ferreres, "su buque era el 56 de los corsarios que se habían armado contra los españoles de Europa", y que llevaba por nombre "La Independencia", (a) "La Invencible".

Sebastián Badaró, capitán del "Juliana", señaló por su lado que fue hecho prisionero a unas cuatro millas al Sur de la Punta de Anaga, aunque había tratado de huir porque entendió que "acaso sería la goleta que se decía cruzaba por estas Islas y apresó al bergantín 'Carmen' sobre la de Lanzarote", pero la mar en calma no le permitió ganar puerto. Además, coincidió con Cabrera en que la goleta insurgente y los dos bergantines en manos corsarias seguían con rumbo al Oeste para remontar el Norte de Tenerife, "con el fin de apoderarse de alguno de los buques menores que se ocupan en la conducción de vinos, de cuyo artículo estaban muy faltos".

El Capitán General informó con detalle a Madrid de cuanto había sucedido y, paralelamente, el día 26, realizó gestiones ante el Real Consu­lado, para que de sus fondos se libraran las cantidades necesarias, junto a otras aportaciones de comerciantes, de cara a armar un barco capaz de apresar o ahuyentar a los insurgentes, "mayormente cuando se esperan por instantes varios buques de La Habana con intereses del Rey, y de particu­lares".

El Real Consulado alabó la idea del Comandante General, pero tras­pasó el problema a los alcaldes de Santa Cruz de Tenerife y del Puerto de la Cruz, que debían obtener fondos de los comerciantes de sus respectivos distritos; y, pese a las disposiciones que impedían "expender ni aventurar parte alguna" de sus caudales sin autorización regia, prometió tratar el asunto en una próxima sesión.

El alcalde de la Villa santacrucera, empero, no encontró el apoyo adecuado para la empresa, y otro tanto debió sucederle al del Puerto de la Cruz; por ello, La Buría ordenó al primero que convocara una nueva junta y que le remitiera listas de los concurrentes y de los ausentes "para dar cuenta a S.M.", sobre todo porque el capitán del "Arriero", bergantín surto en el puerto e idóneo para los fines propuestos, se disponía a partir "si no ve apariencias en el comercio de esta Isla a adoptar sus proposiciones".

Mientras tanto, el Real Consulado acordó mantenerse a la expecta­tiva, esto es, "que con vista de los esfuerzos que haga el Comercio para la seguridad de los buques que se esperan, se reunirá nuevamente la Junta a fin de resolver acerca de la cantidad con que (según sus fondos y facultades) pueda acudir a un objeto de tanta importancia", y así se lo comunicó al Capitán General.

Por fin, el 2 de agosto, volvieron a reunirse los comerciantes santa-cruceros y acordaron suscribirse con trescientos veinte y siete pesos fuertes, para hacer frente a los gastos en víveres de la tripulación del "Arriero", según la proposición realizada por su capitán Agustín Echevarría.

El barco, efectivamente, se hizo a la mar al siguiente día, pertrechado y armado y con una tripulación de ciento dos hombres, entre la propia del bergantín y la oficialidad, marinería y milicia que se le unió en el puerto tinerfeño. Hasta el día 8 recorrieron las aguas del crucero insular, bordean­do las costas de Tenerife, La Palma y Gran Canaria, sin que sus pesquisas dieran resultados positivos. El Capitán General, no obstante, alabó la generosidad, franqueza y desinterés de Echevarría, y de paso censuró la actitud del Real Consulado y del comercio insular.

Mas, parece que, en algunas ocasiones, el comportamiento de auto­ridades y público no fue tan hostil hacia los corsarios insurgentes. En abril de 1819, el Ayuntamiento de Icod acordó establecer un cordón sanitario en el límite con Garachico, porque sus vecinos habían dejado desembarcar seis u ocho pasajeros de una corbeta insurgente sin tomar las obligatorias medidas de salud pública. Según acta del 17 de abril, los munícipes de Icod se quejaban de "la impunidad con que se introdujeron, el agasajo con que fueron recibidos, el refresco que se les franqueó y la falsa urbanidad con que fueron acompañados y conducidos como en triunfo por las calles, casas y templos del dicho lugar", máxime teniendo en cuenta que se trataba de una "tripulación compuesta de gente inmoral y enemiga de los vasallos fieles de S.M.".

El acoso de los buques corsarios, sin embargo, se dejó sentir nueva­mente antes de que terminara el indicado año de 1819. El Cabildo de La Palma, pese a las presiones de la Intendencia de Reales Rentas de Tenerife, accedió a admitir el retorno de tres bergantines llegados de América, por el peligro real de que cayeran en manos insurgentes. Como diría el teniente coronel don Mariano Norma:
"No puede dudarse que la permanencia de la corbeta, goleta y ber­gantín por más de quince días sobre esta Isla, es un crucero de Insurgentes por lo que la plaza, por disposición del Sr. Gobernador, ha redoblado su celo con retenes de Infantería y Artillería extraordinarios y rondas".
Ahora bien, uno de los textos que mejor refleja el impacto del corso insurgente en Canarias es, probablemente, un parte del Capitán General Juan Ordovás del 30 de noviembre de 1821.

El origen del citado informe estaba en las acometidas de un bergantín insurgente que había apresado tres buques del tráfico interior al Norte de Gran Canaria, con los que había fondeado en la rada de Arguineguín, para proveerse de agua y víveres con objeto de "regresar al parecer a la Isla de la Margarita, de donde eran procedentes'. Al poco tiempo, además, se había presentado otro barco, perteneciente a la "llamada República de Colombia" que, pese a su escasa dotación artillera, "nos ha constituido en un riguroso bloqueo, impidiendo la entrada y salida de todo buque español, reconociendo y apresando a unos, e incendiando a otros sin perdonar a los barcos costeros".

Esta situación, añadía el Comandante General, se veía agravada por la sequía, la escasez de productos agrarios, la consiguiente subida del precio de los artículos de primera necesidad y, en definitiva, por el temor a em­barcar los vinos, único renglón que proporcionaba algunas ventajas comer­ciales. Pero, sobre todo, porque:
"Las remesas de efectos y dinero que los naturales de estas Islas, establecidos en nuestras Américas hacían anualmente para el socorro de sus familiares, vari desapareciendo, y habiendo sido hasta la presente la parte más principal de la riqueza de esta Provincia, es consiguiente que marcha a su mayor decadencia".
En síntesis, falta de numerario e impago de las contribuciones que repercutía, asimismo, en la endeble organización de la defensa insular. Por ello, era preciso que el Gobierno destinase a Canarias un buque de guerra, para evitar males mayores.

Madrid contestó, el 27 de abril de 1822, que se había trasladado el asunto al Secretario de Marina, y que el Rey esperaba que en Canarias se contribuyera por todos los medios a frenar los daños de los buques insur-gentes

Sin embargo, poco hicieron unos y otros porque, aún en 1828, hizo su aguada en La Gomera un corsario insurgente, tal vez más pirata que corsario, "fingiéndose Norte Americano" (Manuel de Paz-Sanchez, 1994).



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