martes, 20 de enero de 2015

MOLINOS Y MOLINAS DE GOFIO EN CANARIAS





1957 junio 20.

Fallece Clemente Rodríguez Martín a la edad de 92 años. 

 Es sabido que la inteligencia humana no obedece a unas normas rígidas. Por fortuna, en cualquier parte del mundo y en todo tiempo surgen mentes creativas de la más variada condición. En Tijarafe, hasta hace poco un municipio aislado de La Palma, a principios del siglo XX, un avispado vecino, Isidoro Clemente Rodríguez Martín (1865-1957), agricultor de profesión, puso en funcionamiento un tipo de molino de viento de su propia inventiva.
 Conviene recordar que el término de Tijarafe es una demarcación de 54 km2 dedicada a los cultivos de secano. Durante la mayor parte del siglo XVII la producción cerealista de esta zona se encontraba a la cabeza de la isla. La posterior molturación del grano para la obtención de gofio o harina era efectuada bien en los molinos domésticos de mano del término (las denominadas cajas de gofio), bien en los viejos molinos hidráulicos de Tazacorte, Argual o en los ubicados en la zona este de La Palma. Así, el grano cosechado en Tijarafe, en gran parte, era transportado desde los puertos norteños de Candelaria, Puntagorda, Garafía (especialmente La Fajana) o Barlovento (Talavera) a otros desembarcaderos próximos a las muelas antedichas.
 En buena media, este panorama cambió en la segunda mitad del siglo XIX, cuando proliferó en todo el territorio insular un espécimen de molino desarrollado por Isidoro Ortega Sánchez (1843-1913). Se trataba de molinos de viento mucho más parcos que los de torre, cuya tipología, debido a su complicada traza, no llegó a expandirse con profusión en la geografía palmera. En cambio, con la aparición del Sistema Ortega la construcción se reveló más sencilla. Molinos del arquetipo Ortega se levantaron por todo el arco norte de la isla, desde Puntallana hasta Puntagorda, con incursiones en Breña Alta, Villa de Mazo y Fuencaliente.
 Si bien en Tijarafe nunca se llegó a construir un ingenio del modelo Ortega, es preciso subrayar la genuina aportación del mencionado Isidoro Clemente Rodríguez a la historia molinera de Canarias. Hacia finales del siglo XIX o principios del XX, Rodríguez Martín fue capaz de construir y poner en uso un ingenio eólico harinero, parecido a los clásicos molinos de torre (tan característicos de La Mancha), pero en miniatura, que poco tenía que ver con el artilugio creado por su homólogo Isidoro Ortega.
 Don Isidoro Clemente había nacido en Tijarafe el 23 de noviembre de 1865, hijo de Miguel Rodríguez Lorenzo y de María Antonia Martín de la Concepción. Casó en 1897 con Isabel Martín Hernández de 17 años, con la que alcanzó una extensa prole (11 hijos). Rodríguez Martín falleció el 20 de junio de 1957 a la edad de 92 años, y pocos días después dejaba de existir su esposa. El espíritu inquieto de don Isidoro le llevó a tentar ciertos artilugios de movimiento continuo, juguetes u otros mecanismos impulsados por  energía eólica en los que aplicaba su imaginación y sus habilidades de carpintería. En este sentido, cabe interpretar su aproximación a la ingeniería molinera y, aunque carente de unos resultados concluyentes, se trató de un prototipo de uso industrial y así se mantuvo abierto durante algunos años.
 En la aplicación práctica de su idea, don Isidoro erigió dos edificios. El primero en el barrio de La Punta, junto a la actual carretera general, que por escasez de viento, más tarde trasladó hasta la cima de El Time, atalaya natural desde la que se puede divisar un singular paisaje del Valle de Aridane. En la actualidad, de uno y otro molino sólo se conserva la estructura cilíndrica en forma de torre construida en piedra volcánica (basáltica) y mampostería. En un principio ambos cuerpos estarían culminados por un cono metálico (de lata o latón) forrado interiormente de madera, con aspas igualmente de madera y ejes de hierro. Asimismo, entre los herederos de Rodríguez se conservan algunas piezas pertenecientes a la maquinaria interna.
 En el archipiélago canario, además, se han localizado ejemplares similares al de Isidoro Rodríguez en Los Majanos y Los Machitos (Los Espinos), en la isla de Gran Canaria, definidos, éstos últimos, por Víctor Manuel García Cabrera, que ha estudiado el tema en profundidad, como “una de las variaciones más significativas que se producen en la construcción del molino de viento tipo torre”. No obstante, se debe subrayar que se desconoce si existe alguna relación entre los ingenios grancanarios y los tijaraferos.
 De manera muy sucinta, estas líneas han pretendido reseñar el talento de Isidoro Clemente Rodríguez Martín, ingeniero popular de molinos y uno de los pocos inventores que han florecido en La Palma. Scriptum est.
 (Manuel Poggio Capote y Antonio Lorenzo Tena. Publicado en el número 520 de BienMeSabe)
La molina de La Asomada, que cuenta junto a otros 23 molinos de la isla con la declaración de Bien de Interés Cultural, volvió este sábado a ver girar sus aspas para moler gofio ante los propietarios y sus familiares, tras la restauración llevada a cabo por el Cabildo de Fuerteventura en este inmueble centenario.
 La Consejería de Infraestructuras y Ordenación del Territorio ha dirigido un proyecto que ha permitido devolver su funcionalidad a una molina que pertenece a Juan de Dios Cabrera González y Emerenciana Oramas Felipe desde principios de la década de los años 70, momento en que adquirieron el inmueble con la compra de unos terrenos. Anteriormente, la molina de La Asomada había pertenecido a Antonio González, y antes de eso, en 1918, la maquinara de la molina se instalaba en La Asomada desde su anterior ubicación, en Casillas del Ángel.
 Según comentaron Juan de Dios Cabrera y Emerenciana Oramas, la intención de la familia es que alguno de sus once hijos pueda mantener la molina en funcionamiento "para hacer gofio a la manera tradicional, ya que cuando compramos la molina no funcionaba ni tampoco se arregló porque en ese momento ya habían llegado máquinas más modernas", recordó doña Emerenciana. Juan de Dios Cabrera dijo que estará feliz con que sus hijos y nietos puedan seguir viendo la molina funcionando.
 La puesta en funcionamiento de La Molina de La Asomada contó este sábado con un nutrido grupo de asistentes entre familiares y vecinos, mientras que por parte de la institución que ha impulsado su rehabilitación estuvieron el presidente del Cabildo, Mario Cabrera, y el consejero de Infraestructuras y Ordenación del Territorio del Cabildo, Manuel Miranda, acompañados del alcalde de Puerto del Rosario, Marcial Morales. Tanto el alcalde como el presidente insular coincidieron en valorar positivamente la recuperación de este interesantísimo elemento patrimonial que "nos recuerda cuáles son nuestras señas de identidad cultural y la importancia de nuestra historia", dijo Morales, mientras que Cabrera animó a la familia de los propietarios a poner en valor una molina "que a partir de ahora va a despertar la curiosidad de los turistas y por eso es importante mantener el patrimonio abierto a la vista del público para que puedan aprender de nuestros orígenes".
 Esta molina, denominación que se da a los molinos hembra, se encontraba en desuso desde mediados del siglo pasado como consecuencia del abandono de los métodos tradicionales de molienda de grano ante la llegada de la producción industrial. Su recuperación ha necesitado de un minucioso trabajo de restauración de sus elementos de hierro y madera, así como la restitución de aquellos más deteriorados, tarea que se llevó a cabo durante varios meses por encargo del Cabildo en el taller que regenta en La Matilla el carpintero majorero Domingo Molina.
 En cuanto a la rehabilitación del edificio de la molina, los trabajos fueron realizados directamente desde la Consejería de Infraestructuras y Ordenación del Territorio del Cabildo. El personal de la Corporación se ha ocupado también del ensamblaje de la maquinaria (torre, aspas y maquinaria de molturación), de la instalación del capacete para cerrar definitivamente la cubierta del edificio y de la rehabilitación del entorno. El consejero del Cabildo Manuel Miranda destacó que esta acción de restauración ha dado un muy buen resultado puesto que ha sido posible recuperar la mayoría de las piezas de la maquinaria de la molina, mientras que las piezas renovadas mantienen su tipología tradicional.
 Las piezas de madera originales que se han recuperado en este proyecto son la estructura de la torre (también llamada destiladera, por su forma), la tolva, la canaleja, el pivote o puyón, las dos ruedas dentaras y la base o cruceta. Las piezas de metal también se han restaurado, como son el pivote o puyón, el husillo, la lavija del freno, el cangrejo y la aguja o eje. Los que han necesitado ser reproducidos son principalmente las aspas, el harinal, varias maderas y tornillos de la torre y el rabo o timón, entre otros.
 Los datos aportados por a la dirección del proyecto en el Cabildo por los últimos propietarios de La Molina de La Asomada han permitido conocer que antes de esta ubicación la torre y la maquinaria se encontraban en la localidad de Casillas del Ángel.
El registro de la compraventa data de 1909, mientras que el último uso conocido de la molina, ya en La Asomada, se remonta a 1950.
 Los molinos hembra: una innovación. Las molinas o molinos hembra, aunque menos comunes que los molinos, son un elemento arquitectónico cuyo uso se extendió durante décadas en el entorno rural de Fuerteventura, debido a que su utilización o alquiler suponía un proceso fundamental en el economía de la isla, eminentemente cerealista.
 La invención de la molina se atribuye a Isidoro Ortega, natural de Santa Cruz de La Palma, en el siglo XIX. Su principal innovación es que reúne en una única planta las actividades de molienda y manipulación del grano, lo que supone una ventaja con respecto al molino (que ya existía en Canarias a finales del s. XVIII), en el que el molinero ve dificultada su tarea al tener que desplazarse constantemente entre las dos o tres plantas del edificio.
 Otra cualidad sorprendente de la molina es su portabilidad. Al ser su principal característica la marcada diferencia entre la maquinaria y el edificio, la molina permitía a sus propietarios, en caso de necesidad, transportar en un momento dado la torre y la maquinaria de molienda a una nueva edificación, lo que resultaba relativamente sencillo ya que ésta consta únicamente de una sola habitación cuadrangular. Asimismo, la configuración de la molina facilitaba su desmontaje cada cierto tiempo, operación que era necesario realizar para picar las piedras de moler una vez que alcanzaban cierto nivel de desgaste, como consecuencia de la fricción.
 Proceso de molturación. El proceso comienza colocando las velas, que están en las aspas, de cara al viento. La torre de la molina, que es capaz de girar sobre si misma, se orienta manualmente desde afuera utilizando el rabo o timón, que se fija al suelo. El giro horizontal de las aspas se transforma en vertical al pasar la rotación de la rueda dentada al husillo. Este giro se fija en la piedra molinera superior a través de una pieza llamada cangrejo. La molienda del grano se produce gracias a la fricción entre la piedra molinera superior e inferior, que es fija. El grano tostado cae inicialmente desde la tolva a la canaleja y, a medida que se va triturando, se desplaza hacia fuera hasta las paredes de la balsa o harinal, desde donde, finalmente, cae pasando por el cajón hasta el saco o costal.
 Los molinos y molinas se controlan utilizando la palanca de freno, que cuenta con una pletina metálica que presiona la rueda dentada para disminuir su fuerza. Asimismo, el molinero debe controlar al mismo tiempo la separación entre las dos piedras para regular el grado de molturación del grano. Esto se hace mediante otra palanca situada en la parte inferior de la balsa.  (Redacción BienMeSabe. Publicado en el número 365)


Fallece   Miguel González Martín oriundo de Teno Alto (Buenavista, Tenerife).

Muy pocas son las personas que recuerdan y conocen la historia del señalado molino. Pero lo más curioso de todo ello resulta ser el modo en el que se transportaron las pesadas piezas del molino desde Los Silos hasta Matoso, en el confín del paisaje de Teno.
 Fueron varios los indianos que, a su regreso de Cuba, pretendieron e instalaron molinos de gofio. Un claro ejemplo lo representa Miguel González Martín (1885-1961), oriundo de Teno Alto (Buenavista, Tenerife). Muy pocas son las personas que recuerdan y conocen la historia del señalado molino. Pero lo más curioso de todo ello resulta ser el modo en el que se transportaron las pesadas piezas del molino desde Los Silos hasta Matoso, en el confín del paisaje de Teno.
 En el pueblo de Los Silos se ubicaba en el paraje de la Montaña de Aregume, conocido como Los Molinos. Al parecer, perteneció a la familia de los Jordanes. Funcionó hasta finales de los años 20 (pa mi gusto por el 29'). Su último molinero se llamaba Alfredo Yanes Dorta (1909-1991). Fue adquirido por quinientas pesetas en plata. Dejó de funcionar por la razón de que ya había motores, máquinas pal gofio; una de ellas, accionada con gasolina, se situaba a unos 100 metros de distancia, siendo propiedad de Manuel Gómez Soto (1885-1945), hijo de José Gómez Suárez, de origen gaditano, quien vino a Los Silos para trabajar como jefe de máquinas en el ingenio de Daute.
 El viejo molino de aspas de La Montaña medía, aproximadamente, 3 metros de altura, con base circular de 50 metros de circunferencia, disponiendo de una puerta y de una ventanita por un lado; las paredes eran de bloques de tolmo, revestidas con cal de color amarillo, importada de Inglaterra en sacos, mezclada con arena del mar. El inmueble que albergaba el molino se fue arruinando, subiéndose sobre sus paredes los niños para volar las cometas, favorecido por la circunstancia de que allí corre mucho el viento. Y sirvió de goro a un macho cabrío. Hoy no queda ninguna huella, copando el espacio una moderna casa.
Gran parte de la información que presentamos se la debemos al recuerdo y la gentileza de Pedro González Martín y Abraham González Regalado, respectivamente, hijo y yerno de Miguel González Martín, la persona que compró el molino, encargándose, además, de coordinar el transporte de los materiales, así como de construir y ponerlo en funcionamiento. Las piezas esenciales que se adquirieron fueron las dos muelas o piedras, la cruceta y los cuatro pilares (columnas), de tea de pino como la anterior. Cada uno de ellos, de sección cuadrangular, medía 6 metros de largo y 15 o 20 centímetros de grosor: cada una pesaba 100 kilos o más.

 El traslado de los materiales. Cuando aconteció, no había ninguna vía asfaltada en la Isla Baja y los vehículos de motor, movidos con gasolina, eran de propiedad particular y su número era inferior al de los dedos de una sola mano. El traslado se hizo a lo largo de varias jornadas diarias, recurriendo a los medios de transporte disponibles, todos ellos de longeva tradición. El itinerario recorrido -andándolo con normalidad, sin carga- se puede realizar en tres horas quince minutos, tiempo desglosado en los tres tramos que se señalan en el siguiente cuadro, refiriendo, también, los medios de transporte que se pudieron haber utilizado:


Los sistemas de transporte, como es lógico, estuvieron acordes con las características de cada una de las vías. Con reses vacunas enyugadas se actuó hasta donde se pudo, concretamente hasta el arriba del Callejón de Teno; a partir de ahí, a hombros. Dicho lugar, situado a unos 15 minutos con respecto al pueblo de El Palmar, también se conoce como Las Vueltas. Allí se ofrecía una comida a quienes prestaron su ayuda: Al alto la cumbre les daban una comida a todos los que iban a trabajar, porque esos trabajaban gratis. Fue un tiempo en el que se prodigaba la colaboración entre iguales: antes había mucha prestación. En el acarreo con las vacas fue notoria la participación de Graciano Palenzuela González (1909-1991), encargado en la finca de Marinas, propiedad buenavistera que contaba con un número considerable de reses vacunas: toda esa madera la arrastré yo hasta el canto arriba El Callejón. Y a partir de ahí, hasta la localidad de Matoso, se cargó a hombros, encargándose de ello varios vecinos de Teno Alto: entonces había hombres y potentes; y de favor, eso no era pago nada.
 A hombros, entre cuatro, se cargaron cada uno de los pilares de tea. Así se trasladó también, en 1958 -entre veinticuatro hombres, desde El Charco a Los Partidos de Teno Alto-, el tronco de eucalipto fresco con el que se obtuvo la cumbrera de la casa del vecino Antonio Verde: yo creo que pesaba 300 kilos o más, medía cerca de 10 metros.
Se discurrió por un camino de cabras, sumamente inclinado, por el que no cabe sino una persona, una detrás de otra, razón por la que los porteadores caminaban por el mismo lado. Sin llevar peso, se invierte una hora y treinta minutos en hacer el recorrido; cuando el eucalipto, se salió a las 9 de la mañana de El Charco y se llegó pasadas las 2 de la tarde a Los Partidos. Otros hombres acompañaban (relevos, ayuda en los descansos...) y hasta mujeres, avisando (lo malo era las curvas) o quitando algún ramo que estorbaba: la gritería, parecía una fiesta, era lo que había. Al llegar, María Bencheque (partera, cocinera en banquetes de ámbito social) nos tenía una cabra preparada. Nadie cobró nada. Cuando era necesario, se devolvía el favor: era lo que había.
 Cada una de las dos muelas de molino y la cruceta se llevaron sobre parihuelas. Las de las primeras fueron cargadas por cuatro hombres, dos delante y dos detrás. La de la cruceta por seis, dos delante y cuatro detrás. Se trata de una forma de cargar inmemorial que sirvió también para trasladar a los enfermos, personas fallecidas... Cuando la carga era liviana se podía portar con las manos, entre dos; cuando no: en pajigüelas cargaban, y sobre el hombro una almohadilla (saco doblado).
 La construcción del molino. Se ocupó de ello la misma persona que lo adquirió, Miguel González Martín, contando con la colaboración de su compadre Eugenio Hernández Salazar (1885-1953), de oficio cantero, quien picaba las muelas, con la escoda, cuando la necesidad lo requería: el viejo Pulido era maestro, le ayudó a montarlo. Aconteció con anterioridad a la Guerra Civil española (1936-1939). Y se invirtieron tres o cuatro meses para montarlo, hacer el cuarto, la base, traer los palos del monte...
 Miguel González Martín (Miguel el de Matoso) emigró a Cuba entre el 16 y el 20. Ejerció como agricultor, carpintero y albañil, ocupación esta última en la que destacó: Mi padre era muy amañado, pa cuestión de madera y piedra era muy amañado; hacía tijeras para los higos, castañuelas y zapatos, hormas pa eso y aleznas. Cerca de su casa, en Matoso, levantó un cuarto para servir de sede al molino, lugar que, todavía hoy, es conocido con esa denominación: El Molino. Las paredes -asentadas en la pared del fondo y laterales sobre el piso rocoso natural- son mayoritariamente de bloques de tosca, labrados en una cantera ubicada por encima deI lugar. Él mismo instaló las piezas traídas desde Los Silos e, incluso, elaboró las aspas a partir de palos convenientemente labrados: las aspas las hizo él, de palos de monte; hizo seis y de sacos hizo la tela, pintadas de blanco con el objeto de cubrir los diminutos orificios que presentaba.
 Sobre el funcionamiento del molino. Estamos basando nuestro relato en el recuerdo de niños que, por entonces, tenían en torno a los diez años de edad. El conjunto de las aspas lo viraban según donde venía el viento; donde quiera que le daba el viento, pallí diba. Se hacía accionando con una pieza de hierro conocida como la retranca. Según la mayor o menor fuerza del viento, actuaban, respectivamente, seis, cuatro o dos aspas, de modo que desprendían, únicamente, los forros de tela correspondientes.
 El molino de Matoso sirvió para aligerar el peso de la jornada doméstica, ahorrando lo que suponía la molienda con molinos de mano. Por entonces, Teno Alto estaba más poblado que en la actualidad: 245 habitantes en 1930 y 277 en 1940, frente a lo 153 registrados en el nomenclátor de 1981.
 Trabajaban en el molino el propio Miguel González Martín y sus hijos Miguel (1916-1937) y Mateo González Martín (1920-2008). El primero de ellos murió en la guerra, ése fue el más que molió, lo conocían todos por el Molinero.
 El gofio más común correspondía al cultivo más generalizado en Teno: el trigo. Aunque mucho menos, de millo mezclado con trigo e, inclusive, de millo solo estando bien tostado. También producían frangollo. La pequeña empresa no contaba con tostadora; el cereal se traía tostado de la casa, valiéndose del jurgunero o juergo con el que se removía el grano en el tostador o tiesto de metal que suplantaría al de barro ofertado por mujeres de Arguayo, conjuntamente con otros enseres cerámicos: tarros para ordeñar, calderas para guisar la leche, tallas para el agua... Se molía todos los días: en Teno el viento fallaba pocas veces; si había trabajo, no paraba; y a veces lo hacíamos por la noche para aprovechar el viento. Cada familia, con determinado intervalo de tiempo, llevaba al molino dos o tres almudes, porque antes era por almudes. Las muchachas o los muchachos -andando desde sus caseríos de procedencia- llevaban el grano tostado al molino en talegas de morsolina. Los clientes eran de Teno. Se pagaba la molienda con dinero: estaban las perras negras esas, de cobre.
 La andadura vital del molino fue corta: a diez años no llegó. Las razones del cese de la actividad son esencialmente dos. Los hijos mayores del molinero partieron hacia la Guerra Civil (1936-1939). Y lo más fue por el fallo del trigo, la cebada no daba resultado. Al trigo morisco, cultivado en la zona, le afectó un virus, un bicho, lo que obligó a los teneros a promover el cultivo de la cebada al objeto de contar con el fundamental gofio: cuando vino el bicho yo [Mateo Martín Regalado] tenía 7 o 8 años, ya la cebada no servía para moler, porque tenía mucho casullo; en Los Silos había una máquina que lo molía todo, lo dejaba finito. Se volvería a cultivar trigo, de la clase Marruecos, conseguido en El Palmar: El Marruecos no se lo comía tanto, pero el molino había ya desaparecido. Como en El Palmar no había por entonces molino, se acudía caminando, con frecuencia a lomos de burro, a los que había en el más distante pueblo de Los Silos: ir a Los Silos al molino de don Alberto [Alberto Palenzuela Dorta: 1887-1969]; y, a veces, tener que llevar botellas de gas (porque escaseaba el combustible).
 Con posterioridad al cese del molino, las piezas de madera (pilares, cruceta) fueron vendidas o aprovechadas -dada su calidad, de tea de pino- para hacer puertas, ventanas... Una de las muelas se partió y la otra permanece enterrada en la era. El cuarto donde estaba instalado el molino, como el conjunto de la casa paterna, lo heredó la hija María. Lo convertirían en bodega, cerrando para ello el orificio del techo por el que ascendían las vigas que sostenían la cruceta con las aspas. Mide 4,30 metros de largo, 4,65 de ancho y 2,40 de altura. Las paredes tienen 75 centímetros de grosor. Su única puerta, de 95 centímetros de anchura, está orientada al poniente.
 Repetidas veces hemos escuchado añorar los viejos molinos de viento. En el N.O. de Tenerife hubo varios. Que sepamos, tres en Los Silos: en la finca de La Sabina; en Susana; y el ya mencionado de la Montaña de Aregume, zona denominada Los Molinos, que sería trasladado a Teno Alto, dando nombre al espacio conocido por El Molino. Y en Buenavista, Barrio de El Molino, el de Sebastián Gallego (Sebastián García Gallegos: 1853-1944). Nadie se explica por qué los dejaron desaparecer. Se alzaron en lugares favorecidos por el soplo de brisas y vientos y dejaron su impronta en la toponimia. Y funcionaron con energías limpias, no contaminantes, tan demandadas y defendidas en la actualidad. Es una muestra más de todo lo que bregaron y nos enseñaron nuestros Mayores.
 El presente artículo. Para la elaboración del presente artículo hemos contado con la estimable ayuda de las siguientes personas: Ángela García Herrera y José García León (empleados del Ayuntamiento de Buenavista del Norte); Álvaro Hernández Yanes, Cristina Reyes Casañas y Juan Hernández Pérez (empleados del Ayuntamiento de Los Silos); María del Carmen Yanes Palenzuela y Francisco García Gómez.
 Y lo han hecho realidad la información proporcionada por los Maestros y Maestras de la Tierra que a continuación se relacionan: Pedro González Martín (88 años), María González Martín (84 años), Abraham González Rodríguez (87 años), Mauro González González (51 años), Mateo Martín Regalado (84 años), Víctor González Martín (77 años), naturales de Teno Alto. Domingo Romero González (76 años), de El Palmar. Adolfo Hernández García (87 años), Otilio Hernández Navarro (88 años), Clara del Rosario Gutiérrez (85 años), Domingo Rodríguez del Rosario (93 años), de Buenavista del Norte. Y Horacio Dorta Spínola (71 años), Rufino Hernández Lorenzo (89 años), Fernando Hernández Álvarez (82 años) y Antonia María Luisa Palenzuela Acevedo (80 años), de Los Silos. A todos ellos nuestra gratitud y aprecio por habernos transmitido tan valiosos recuerdos de su Memoria.
(Manuel J. Lorenzo Perera (Director del Aula Cultural de Etnografía de la ULL)
Publicado en el número 444 de BieMeSabe)



La torre de la Molina de Almácigo se levanta ya hasta sus ocho metros de altura originales, tras finalizar el Cabildo de Fuerteventura el proceso de restauración llevado para recuperar este antiguo inmueble de uso industrial, declarado Bien de Interés Cultural y que destaca por ser la molina más alta de la isla.
 La Consejería de Obras Públicas de la institución insular majorera se ha encargado de coordinar un proceso que comenzaba meses atrás en los talleres del carpintero tradicional Domingo Molina, en La Matilla, donde se llevó a cabo la restauración de la estructura. Por otro lado, la acción del personal y la maqunaria propios del Departamento de Obras Públicas ha permitido llevar a cabo la restauración del edificio y el ensamblaje de la torre, las aspas y toda la maquinaria de molturación. Edilia Pérez, consejera titular del área, explicó que "después de un mes de trabajos la estructura de la molina se encuentra totalmente instalada, a falta únicamente para finalizar el proyecto de culminar durante las dos próximas semanas los trabajos de carpintería y otros remates en el exterior". La actuación contempla también la recuperación del almacén de la molina, donde se conserva la piedra de moler y todos los utensilios.
 Cabe destacar que este inmueble, al igual que otros muchos molinos y molinas -o molinos hembra- que pueblan la geografía insular, es de titularidad privada. Sin embargo, al contar estos inmuebles con la declaración de Bien de Interés Cultural, es el Cabildo la administración que se encarga de su restauración. Entre las que son propiedad del Cabildo, son varios los molinos y las molinas que se encuentran en funcionamiento y habilitados para su visita, como ocurre con el Molino de Antigua, el Molino de Tiscamanita o la Molina de Tefía. Otros como la Molina de La Asomada, el Molino del Durazno o la propia Molina de Almácigo, que han sido objeto de restauraciones recientes por parte del Cabildo, tienen titularidad privada y son los propietarios quienes se comprometen a facilitar su visita al público y a ocuparse de su conservación. En total, son 23 los molinos y las molinas reconocidos como BIC en toda la isla y que han sido rehabilitados gradualmente en las últimas décadas.
 Las molinas más grande y más pequeña de Fuerteventura. Paralelamente a la restauración de la Molina de Almácigo, el Departamento de Obras Públicas del Cabildo ha iniciado la restauración de otra molina situada en las cercanías, entre el cruce de Tefía y los Llanos de la Concepción, y que tiene la particularidad de ser la molina de menor tamaño de Fuerteventura, pues debe su origen a una ingeniosa adaptación a partir de un antiguo molino de mano. En el extremo contrario, la de Almácigo es con más de ocho metros altura en su torre y contando con las aspas de mayor longitud de las que equipan este tipo de estructuras, la molina de mayor altura de la isla, que es también especial por haber estado instalada en tres emplazamientos distintos. A lo largo de su historia, distintos molineros se han valido de esta maquinaria mientras estuvo instalada en La Ampuyenta, luego en El Cotillo, y finalmente en su ubicación actual. Se encontraba en desuso desde hace dos décadas. Su recuperación ha necesitado de un minucioso trabajo de restauración de sus elementos de hierro y madera, así como la restitución de aquellos más deteriorados, tarea que se llevó a cabo por encargo del Cabildo en el taller del carpintero majorero Domingo Molina. En cuanto a la rehabilitación del edificio de la molina, los trabajos fueron realizados directamente desde la Consejería de Infraestructuras y Ordenación del Territorio del Cabildo. El personal de la Corporación se ha ocupado también del ensamblaje de la maquinaria (torre, aspas y maquinaria de molturación) y de la rehabilitación del entorno.
 Los molinos hembra: una innovación. Las molinas o molinos hembra, aunque menos comunes que los molinos, son un elemento arquitectónico cuyo uso se extendió durante décadas en el entorno rural de Fuerteventura, debido a que su utilización o alquiler suponía un proceso fundamental en el economía de la isla, eminentemente cerealista. La invención de la molina o se atribuye a Isidoro Ortega, natural de Santa Cruz de La Palma, en el siglo XIX. Su principal innovación es que reúne en una única planta las actividades de molienda y manipulación del grano, lo que supone una ventaja con respecto al molino (que ya existía en Canarias a finales del s. XVIII), en el que el molinero ve dificultada su tarea al tener que desplazarse constantemente entre las dos o tres plantas del edificio.
 Otra cualidad sorprendente de la molina es su portabilidad. Al ser su principal característica la marcada diferencia entre la maquinaria y el edificio, la molina permitía a sus propietarios, en caso de necesidad, transportar en un momento dado la torre y la maquinaria de molienda a una nueva edificación, lo que resultaba relativamente sencillo ya que ésta consta únicamente de una sola habitación cuadrangular. Asimismo, la configuración de la molina facilitaba su desmontaje cada cierto tiempo, operación que era necesario realizar para picar las piedras de moler una vez que alcanzaban cierto nivel de desgaste, como consecuencia de la fricción.
 Proceso de molturación. El proceso comienza colocando las velas, que están en las aspas, de cara al viento. La torre de la molina, que es capaz de girar sobre sí misma, se orienta manualmente desde afuera utilizando el rabo o timón, que se fija al suelo. El giro horizontal de las aspas se transforma en vertical al pasar la rotación de la rueda dentada al husillo. Este giro se fija en la piedra molinera superior a través de una pieza llamada cangrejo. La molienda del grano se produce gracias a la fricción entre la piedra molinera superior e inferior, que es fija. El grano tostado cae inicialmente desde la tolva a la canaleja y, a medida que se va triturando, se desplaza hacia fuera hasta las paredes de la balsa o harinal, desde donde, finalmente, cae pasando por el cajón hasta el saco o costal.
 Los molinos y las molinas se controlan utilizando la palanca de freno, que cuenta con una pletina metálica que presiona la rueda dentada para disminuir su fuerza. Asimismo, el molinero debe controlar al mismo tiempo la separación entre las dos piedras para regular el grado de molturación del grano. Esto se hace mediante otra palanca situada en la parte inferior de la balsa. (Redacción BienMeSabe, Publicado en el número 449)







1 comentario:

  1. Buenas noches. Lo felicito por tan acusiosa investigación històrica sobre Los Molinos y Molinas en Canarias.
    Gracias a un programa de gastronomía que transmitió TVE, me llamó la atención que en visita a Fuerteventura, se habló y mostró esa belleza arquitectónica de la Molina. Mostraron su funcionamiento (Sr. Francisco) quien contó que ese modelo de Molina fue traido desde Venezuela por paisanos que regresaron con la idea de poner en marcha la molienda de trigo para el Gofio. En todo su relato no se hace mención a este hecho, y aprovecho la oportunidad de saber su autenticidad y veracidad histórica. Soy descendiente de madre canaria. Y actuaklmente profesor de HIstoria de la Universidad de Carabobo. Venezuela.
    Reitero mi felicitaciones por su trabajo intelectual..
    Saludos,
    Jorge Ruiz Delgado

    ResponderEliminar