miércoles, 21 de enero de 2015

MUJERES AFRICANAS SINGULARES CVII


Lorenza Machín: una mujer, todas las mujeres

El buscador y contador de historias Juan Darias nos desgrana en palabras la increíble historia de una mujer tan inspiradora como luchadora. 

5 de enero de 1955. El Viera y Clavijo está fondeado frente a Puerto Cabras. Una falúa se abre paso entre las olas y se acerca lentamente al barco para recoger pasajeros y mercancías. El viento y una lluvia fina hacen que sea difícil mantenerse en cubierta. Una niña, sin embargo, se mantiene firme sobre las tablas con la mirada clavada en la falúa; quizá por rebeldía o por tenacidad, o como anuncio de la mujer que será. Tarda unos segundos pero consigue distinguir a madre en la barca; viene a recibirla, a ella y al resto de la familia, con una sonrisa en la boca, mientras con una mano se agarra como puede a la pequeña embarcación y con la otra sostiene un toldo para protegerse de la lluvia.
La memoria es un paisaje bajo la niebla y los contornos se difuminan con el paso de los eneros. Por eso quizá el correíllo era El Hierro y no el Viera y el día exacto pase a un segundo plano. Pero algunos recuerdos quedan detenidos en imágenes imborrables, como esa de la sonrisa de madre cuando viene a recibir a los nietos; porque ella en realidad es la abuela y la niña que observa con tanta atención es Lorenza Machín Alarcón (La Isleta, 1946). Y porque ese viaje es una moneda tirada al aire por el destino juguetón, con una despedida en una cara y un encuentro en la otra. La abuela toma el mismo barco hacia Gran Canaria y fallece unos meses más tarde, por lo que no vuelven a verse; mientras la nieta pisa Fuerteventura por primera vez: un amor a primera vista que se mantiene hasta la fecha. “Mi abuela se llamaba Jesús Santana de León y no quería que la llamásemos abuela, sino madre”, recuerda Lorenza. Una abuela con un nombre insólito, presagio de la vida también insólita que le esperaba a la nieta.
Arena y luz
Recuerdos de la mar, una constante en su vida. Ahora es Fuerteventura, antes Puerto Cabras, pero primero fue África: “Yo nací en La Isleta, pero mis padres me hicieron en Tarfaya. Creo que mis recuerdos más antiguos son de allí”, relata con nostalgia. “Tengo imágenes sueltas: un avión que ameriza en una playa, los domingos en el aeropuerto para ver la gente que llega, mis tíos comiendo arroz con pulpo”, cuenta. Porque Lorenza pasó sus primeros años de vida entre Gran Canaria y Cabo Juby, donde Jesús Machín, su padre y uno de los personajes populares más recordados por los vecinos de Puerto del Rosario, estaba destinado como militar por ese entonces. No obstante, el padre enferma y la familia se traslada a Las Palmas. Finalmente, tras una serie de vicisitudes, deciden regresar a Fuerteventura; a Puerto Cabras.

La niña se convierte en una mujer con un carácter indómito, forjado a base de tesón e inconformismo

África pasó entonces a ocupar un puesto de privilegio entre los mejores recuerdos y la capital majorera se convirtió en el nuevo escenario de las correrías de la niña Lorenza. Pero como eran otros tiempos, todos tenían que arrimar el hombro en la familia. “Cuando era niña trabajé mucho. Mi madre preparaba chochos, pirulíes, chufas y cosas de esas. Yo iba los domingos a venderlo todo en la puerta de la iglesia o donde sabía que las muchachas estaban hablando con los novios, para que ellos me compraran algo”, narra con detalle.
Una infancia dura donde no queda espacio para la escuela. La niña, sin embargo, se convierte en una mujer con un carácter indómito, forjado a base de tesón e inconformismo. Por eso a los 20 años, al tiempo que se convierte en madre, decide hacer sus estudios primarios en Radio Ecca. “Después de esto, poco a poco fui cambiando mis lecturas. De jovencita leía novelas de amor, pero a partir de ahí me interesaban otras cosas. Yo creo que me puse a estudiar y a leer porque me di cuenta de que si uno tiene cultura nadie piensa ni actúa por ti, sino que lo haces tú mismo”, sentencia.
Militante“roja”
“No soy una intelectual, pero sí tengo claro a qué tenemos derecho todos: educación, sanidad, vivienda y cultura”, confiesa orgullosa. Unos principios que mamó desde niña en la familia: “Mi gente eran los rojos de Puerto. Yo de pequeña no sabía nada de esto, pero sí recuerdo que mis tíos escuchaban a La Pasionaria en la radio. También me acuerdo de que la Guardia Civil iba a su casa a las once o doce de la noche a revisarlo todo”, rememora.
De casta le viene al galgo, así que la joven inquieta se convirtió en la mujer comprometida a nivel laboral, social y personal. Un carácter combativo que la llevó a militar en el Partido Comunista, primero en la clandestinidad durante la dictadura franquista, y luego ya como dirigente insular tras la legalización. “El primer discurso que eché fue en 1977 y me acuerdo que estaba temblando”, narra Lorenza. La militancia la llevó varias veces a Cuba y las desavenencias con Santiago Carrillo la llevaron a ingresar en las filas del Partido Comunista del Pueblo Canario. 
Fruto de su inconformismo, Lorenza tuvo una vida laboral un tanto azarosa. “Al principio me costaba encontrar trabajo, porque era la roja que siempre daba problemas”, confiesa. “Trabajé de limpiadora en un instituto, en la cocina del hospital y luego me saqué por mi cuenta el título de auxiliar de enfermería. Me costó un poco, porque una vez me suspendieron Lengua: tenía que hacer una redacción sobre el Descubrimiento de América y yo conté todo el exterminio que hicieron allí los españoles”, relata orgullosa.
Mujer y artista
“Cuando saqué el título ya trabajé muchos años en maternidad, porque así podía luchar mejor por los derechos de la mujer”. Porque Lorenza piensa que cada mujer puede hacer mucho por las demás: “hemos sido avasalladas, maltratadas y marginadas, pero las mujeres somos muy fuertes. Cuando nos tumban, nos volvemos a levantar. Lo que no me cabe en mi cabeza es lo que está pasando ahora con el aborto, porque la mujer es la única que puede decidir sobre su cuerpo. Así que tendremos que luchar otra vez”, sentencia.

Lo que no me cabe en mi cabeza es lo que pasa ahora con el aborto. La mujer es la única que puede decidir sobre su cuerpo”

Lorenza combina su faceta de luchadora comprometida con la de actriz. Relata: “Hace unos ocho años tuve una depresión y como soy enemiga de la medicinas, me apunté a teatro”. Y desde entonces su carrera sobre las tablas o delante de la cámara no ha parado. No en vano, directores y compañeros de reparto se han enamorado del rostro expresivo de Lorenza y de la dulzura con la que interpreta. No en vano, ha participado en unas cuantas obras de teatro, catorce cortos y un largometraje. Una actividad frenética que compagina con sus actuaciones como cuentacuentos en colegios e institutos. “A través de los cuentos intento transmitirles a los niños y adolescentes, ante todo, que son seres humanos”.
“Gracias, Lorenza”
Los girasoles crecen frondosos en su porche y ella saluda con alegría a los vecinos del barrio de El Charco. Comparte casa con dos perritas, cientos de libros y discos y una multitud de plantas. En su mente atesora un sinfín de recuerdos; todos ellos material narrativo para el nuevo proyecto en el que esté embarcada: escribir sus memorias. Una actividad que compagina con la escritura de cuentos y los ensayos para sus actuaciones. Una artista polifacética cuyo mayor premio, confiesa, es cuando los niños le dicen tras sus actuaciones: “gracias, Lorenza”. “Con eso ya me considero pagada”. Lorenza Machín, activista, artista y mujer; una mujer en la que caben todas las mujeres.
(Juan Darias. Fotografía de: J. D.)  



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