martes, 20 de enero de 2015

EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA




UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

PERIODO COLONIAL 1491-1500

CAPITULO I-XXXIII



Eduardo Pedro García Rodríguez

1496 septiembre 29.

Actitud de los nobles y villanos ligueros guanches respecto al reconocimiento de la soberanía de España. Alzamiento de los villanos ligueros. Cuarta campaña de Lugo. Concentración de los habitantes de los tres reinos de la Liga, formación de poblaciones y su nacimiento a la civilización. Revolución de los villanos de la Confederación y reconocimiento de la soberanía de España por su nobleza. Proclamación oficial de la conquista de Tenerife en 29 de Septiembre. Quinta campaña de Lugo contra los villanos confederados.

Concentración de los habitantes de los cuatro reinos de la confederación en los de Icod y Dante. Creación de poblaciones. Convivencia de un pueblo guanche o bárbaro y de otro guanche-hispano civilizado. Número de guanches acogidos a la Paz de Los Realejos y de los que persistieron en la rebeldía.

La rebelión de los villanos ligueros o alzados, como llamaron en adelante a los que no aceptando la Paz de Los Realejos guerreaban contra la soberanía de España, sólo se explica por un profundo sentimiento de independencia exaltado por el fanatismo del clero babilón, como es tradicional; pues dióse el caso extraño, que mientras la nobleza prefirió echarse en brazos de los españoles antes que consentir la merma de sus privilegios, sus esclavos, que no otra era su condición, siguieron combatiendo a los castellanos siendo los que los redimían. Verdad es que en lo sucesivo confundieron en un odio común a españoles y guanches convenidos, pero con todo fue rara la orientación de las dos corrientes en que se desdobló el pueblo indígena, porque parece más natural las hubieran invertido.

Cuando el 25 de Julio descubrieron los villanos en el campamento del Realejo lo tramado por la nobleza, se arremolinaron furiosos denostando a los reyes de traidores y cobardes e injuriando a los personajes de mayores prestigios; apresurándose a ganar las alturas de Tigaiga para derramarse por sus respectivos tagoros, con objeto de apoderarse de los medios de vida y de llevar la alarma a todas partes, con los desmanes propios de las guerras civiles y sociales.
* *
Los recientes sucesos y el nuevo giro de cosas obligaron al general Lugo a no permanecer ocioso. Sin pérdida de tiempo abrió su cuarta campaña organizando tres pequeños ejércitos con fuerzas castellanas y guanches ligueros mezclados, a cuyo frente puso a los reyes Benytomo, Acaymo y Beneharo para que marcharan a reducir a los alzados a sus respectivos reinos; quedándose él en el Real de Taoro con 200 ó 300 españoles en expectativa de los acontecimientos.

Aunque no se han comentado detalles de esta guerra de rebeldía, sábese que durante varias semanas sufrieron los alzados una tenaz persecución, viéndose el general Lugo en la necesidad de variar su plan estratégico. Efectivamente: al recorrer los reyes sus respectivos reinos fueron muchos los que se sometieron a sus consejos y exhortaciones, pero el mayor número continuó recalcitrante batiéndose con furia aunque sin concierto los primeros días, si bien a poco se inteligenciaron para unificar su acción y darse mutuo apoyo. Eligieron como centro de operaciones algunas regiones abruptas en los tres reinos, varias de las cuales han pasado a la historia con el nombre de Fortalezas, como la Fortaleza hacia las cumbres entre Los Realejos y La Guancha, la fortaleza de Temoseque hoy montaña de Tejina, las fortalezas de Taborno y Diyo o Dico en Anaga, etc., de las que tenemos testimonios en distintas datas. En estos puntos se concentraban y rehacían para emprender incursiones repentinas más o menos lejanas, teniendo en constante movimiento a las columnas o cayendo sobre los pequeños destacamentos cuando se fraccionaban. Y no era esto lo peor, sino que como el sistema de población consistía, como hemos dicho, en auchones diseminados donde moraban las familias de los nobles que formaban parte de las columnas hispano-guanches, caían sobre ellos los alzados robando cuanto encontraban, maltratando y realizando venganzas personales contra sus antiguos señores, produciendo la intranquilidad y perturbación que es de suponer.

Frente a tales desórdenes y al aspecto de salvaje ferocidad que iba tomando la rebeldía, propúsose el general Lugo dominarla a la mayor brevedad como aconsejaba el buen sentido político, para lo que tuvo que variar su plan de campaña. No siéndole posible proteger las familias diseminadas, ni estrechar a los alzados en medio de los bosques de tan amplio territorio, no contando con puestos fijos que sirvieran de punto de apoyo a las columnas volantes, y queriendo a la vez evitar las naturales connivencias, así como concluir con el sistema de viviendas aisladas para dar comienzo a las urbanizaciones, de acuerdo con los reyes ordenó la concentración de los habitantes en los tres reinos, señalando los lugares siguientes: Güímar, Santa Cruz, el Valle de Abicore o de San Andrés, Taganana, Punta del Hidalgo, Tegueste de Gore junto a la fortaleza de Tegmoseque, Agüere o La Laguna, núcleos de las actuales poblaciones del mismo nombre. En estos sitios, donde estableció presidios de fuerzas combinadas hispano-guanches, vinieron a parar todos los hombres, mujeres y niños que no simpatizaban con los rebeldes, llevándose por delante ganados y cuantos recursos tenían.

A estímulos del Adelantado, en todos ellos levantaron con febril actividad centenares de sencillas casas pajizas y terrizas a estilo del país, rozaron terrenos, cultivaban, pastoreaban y se iniciaron las artes de la paz y del comercio. Dióse el extraño espectáculo de que en medio de la guerra y en un par de meses, surgieran como por encanto una docena de caseríos llenos de vida, algunos de cierta importancia como La Laguna que nació con 500 ó 600 almas. Por esto dice el obispo Arce en sus Sinodales: «...se fundó con cien vecinos y no más, conquistadores e otra gente...», es decir, conquistadores y guanches, porque la isla no estaba aún para soñar con pobladores. Encontrábase en este presidio mandando un centenar de hombres, de ellos unos 50 castellanos, Hernando de Trujillo, que emplazó el caserío en el morro de la Concepción a orillas del lago Agüere, rodeado de hermosísimo boscaje; reputándose el sitio desde luego, por su situación y belleza, como el destinado a la capital de la isla. Sin duda por esto lo llamaron la Villa desde los primeros días.

En estas nacientes poblaciones no se daban punto de reposo los diez sacerdotes del ejército, catequizando y preparando en brevísimo tiempo para su ingreso en el gremio católico miles de neófitos.

A grandes y pequeños bautizábanlos puede decirse a granel, dándoles los nombres y apellidos de sus padrinos los españoles; y como cada conquistador apadrinó a muchos guanches, de aquí las dificultades a las dos o tres generaciones de averiguar la verdadera filiación, máxime cuando había interés en ocultarla; únicamente algunos reyes y proceres conservaron su apelativo guanchinesco. Pero no se limitaba a esto la labor del clero, porque aparte de un constante trabajo de educación, casaban a los nobles guanches con la primera de sus esposas, a las guanchas con españoles y guanches solteros, procurando evitar los amancebamientos que probablemente no serían pocos.

Mientras tan radical reforma experimentada la sociedad guanchi-nesca en unas cuantas semanas con la salvadora medida de la concentración, con el nuevo plan estratégico ya para mediados de Septiembre había alcanzado Lugo los más brillantes resultados. Cortadas las correrías de los alzados por los destacamentos fijos, que servían de combinación a las columnas volantes, viéronse obligados la mayor parte a Tacáronte, Sauzalejo, Centejo, el Araotava (Orotava), y Taoro, que formaron correrse a través de los bosques al macizo o sierra central y a los reinos no invadidos por los españoles; quedando los tres menceyatos de Taoro, Tacáronte y Anaga por el momento, si no completamente pacificados, con la rebeldía dominada.

Pero aconteció lo que era de temer. Como todos los villanos de la isla se hallaban soliviantados y muy recelosos de la nobleza por lo sucedido con la paz de los Realejos, al ser aventados los alzados ligueros sobre los cuatro reinos de Icod, Dante, Adeje y Abona aún no invadidos por los españoles, fueron otras tantas mechas encendidas aplicadas a un reguero de pólvora que produjo una espantosa confusión, relajándose la disciplina social, con la agravante de hacer algunos nobles causa común con los villanos.

Ya no fue posible entenderse en medio de ese movimiento revolucionario y puestos secretamente de acuerdo con las noblezas y los reyes Belicar, Remen. Pelinor y Adxoña, después de convenidos con el general Lugo de aceptar la soberanía de España bajo las mismas condiciones del tratado de paz de los Realejos, todos juntos se presentaron en Taoro en la mañana del 29 de Setiembre, a través de las exclamaciones de júbilo de los españoles y de las injurias de los villanos, que seguían luchando por su redención y la independencia de la patria.

Con tan extraordinario suceso, ese mismo día del 29 de Setiembre de 1496 fue proclamada oficialmente la conquista de la isla y su incorporación a la Corona de Castilla. Después de cantar un Te Deum el canónigo Samarinas, el Alférez Mayor Andrés Suárez Gallinato levantando en alto el pendón real gritó tres veces en un altozano del Real de Taoro: «Tenerife, Tenerife, Tenerife, por los Reyes de Castilla y León»; seguidos de salvas, toques de clarines y atabales, vivas y ajijides de los guanches, confundiendo ambos pueblos sus manifestaciones de alegría.

Aunque por muchos años siguió la brega con los alzados, tal fue la conquista de Tenerife, calificada inexactamente por fuerza de armas en el concepto de que los españoles aniquilaron la raza indígena a sangre y fuego. No sólo se ha faltado a la verdad histórica despojando al general Lugo y a sus huestes castellanas del mérito humanitaria dentro de las empresas guerreras, sirve de señuelo de la crueldad española.
Pero si el reconocimiento de la soberanía de España por la nobleza de los cuatro reinos de la Confederación del Sudoeste, era la conquista moral de Tenerife, no fue la material. Aún había algunos millares de hombres furiosos, capaces de los mayores desmanes que era necesario reducir, así como poner a cubierto de sus iras a las familias de los comprometidos por la causa de España. El general Lugo como hizo por el Norte, abrió su quinta campaña formando cuatro pequeños ejércitos hispano-guanches, uno para cada reino de la Confederación, poniendo al frente a sus respectivos soberanos; mientras él continuó en Taoro dirigiendo desde allí las operaciones del Sur sin perder de vista el Norte.
Repitióse, el caso de los reinos de la Liga, que bastantes de los alzados cedieron a los consejos de sus reyes, pero la mayor parte de los villanos y algunos nobles los rechazaron. Mejor que por el Norte se concertaron desde luego para la lucha, eligiendo también aquellas regiones más riscosas como bases de sus correrías y donde se hacían fuertes mientras convenía a sus designios. Igualmente varios de esos sitios han pasado a la historia con el nombre de Fortalezas, tales como la aún llamada Fortaleza de Masca en Teño; la Fortaleza de Ahiyo, hoy roque del Conde entre Adeje y Arona; la Fortaleza de Ivocan o Los Mogotes, en la actualidad la Fortaleza junto a las Vegas en Granadilla, etc. de lo que tenemos testimonios documentales.

Los encuentros librados no revistieron importancia como hechos de armas, ni podían revestirla por la nueva táctica adoptada por los alzados de cansar las columnas disolviéndose delante de ellas, para concentrarse rápidamente y atacar con feroz exaltación cuando se dividían, siendo temibles por su encarnizamiento y porque ya tenían muchos armas europeas. Otras veces los esperaban a pie firme en las referidas fortalezas, sin otros sitios análogos de tan agria y extensa región, para abandonarlos y deslizarse a través del boscaje conseguido el fin que se proponían1.

Así, pues, refiérese que ya corrido el mes de Octubre, como el general Lugo no disponía de fuerzas bastantes para dominar estratégicamente tan extensa región y proteger las familias adictas, dispuso que todas estas familias de los reinos de Abona, Adeje, Dante e Icod, se concentraran en los siguientes puntos de las dos últimas naciones: Mazca, Palmar, Esparragal, Buenavista, Silos, Culata, Garachico, Daute, Icod, la Rambla, Santa Catalina e Icod del Alto; donde a lasde identificarse o fundirse con los conquistados, sino que para mayor ironía su   pocas semanas surgieron, al igual de lo sucedido en los menceyatos del Norte, otras tantas poblaciones entregadas con actividad a las faenas de la nueva vida. De esta suerte replegados los cuatro ejércitos a los reinos de Icod y Daute, después de fijar presidios hispanos-guan-ches en los nacientes caseríos, dedicáronse las columnas a limpiarlos de alzados empujándolos sobre la sierra central y los reinos de Adeje y de Abona, que les abandonaron por entonces.

Por manera que a mediados del año 1497 ofrecía Tenerife el extraño espectáculo de que convivieran siquiera en lucha, dos pueblos de una misma raza pero de aspecto diferente.

Por la banda del Norte, extendiendo un brazo al Naciente hasta Santa Cruz y Güímar y otro brazo al Poniente a rematar por Icod en Mazca, destacábase un cordón de un par de docenas de nacientes poblaciones más o menos costeñas de indígenas en su gran mayoría, ya cristianos, que se lanzaron con entusiasmo por la vía de la civilización adoptando las costumbres, indumentaria y adelantos de los españoles, que por vivir urbanizados constituyeron la clase de los vecinos; y por la banda del Sur desde Mazca al Escobonal, comprendiendo las actuales jurisdicciones del Valle de Santiago, Guía, Adeje, Arona, Chasna, San Miguel, Granadilla, Arico y Fasnia, más el macizo de la serranía central, otros cuantos millares de personas perdidas entre los bosques, exaltadas por las ideas de independencia, viviendo conforme a sus antiguas costumbres  bárbaras; que por de pronto fueron entregadas con gran perspicacia por el general Lugo a la acción desvastadora del tiempo y de la civilización, que a través de los años los fue suavizando poco a poco; que son los conocidos en la historia por el nombre de alzados.

Cuanto al número de guanches que aceptaron la paz de Los Realejos y de los irreductibles que continuaron en la rebeldía, sólo podemos ofrecer un cálculo de probabilidades basados en las tradiciones y en antecedentes muy atendibles (3). Partiendo del supuesto más verosímil, fundado en diversas consideraciones muy largas de exponer, de que a la arribada del general Lugo contaba Tenerife con una densidad de población de 27 mil almas, y que más o menos la proporcionalidad entre nobles y siervos era igual tenida en cuenta sus instituciones, necesidades del cultivo, del pastoreo, etc.; y si admitimos por otra parte que durante los tres años murieron por el hierro y la epidemia la cifra un tanto exagerada de 5 a 8 mil personas, creemos razonable la conclusión que de los 20.000 guanches supervivientes 15.000 reconocieron la soberanía de Castilla y 5.000 se mantuvieron en la rebeldía casi en su totalidad villanos.

NOTAS

Como ejemplo de estos encuentros, y descontadas las exageraciones de esta clase de documentos, en la información de nobleza en 1506 del conquistador Jorge Grimón, ante el Alcalde Mayor de Tenerife Sancho de Vargas Machuca, en que dice «...que se halló en todas las peleas que tuvieron con los isleños, así de la parte de esta isla como de la otra «(es decir, lo mismo en el Norte que en el Sur), uno de los testigos declara: « ... y se fue a la vuelta de Taoro y llevó consigo a Jorge Grimón y a su hijo Juan Grimón y a Alemán con tres espigardas; y a la subida de Icode fue en la delantera Jorge Grimón con todos los espingarderos y mataron muchos guanches y destaparon el camino por donde pasaron los caballos... Si no es por dicho Grimón no se acabara de conquistar la isla tan pronto». Otro testigo, Alonso de las Hijas, depone: «...que estando en las partes de Abona peleando con los isleños, acudió allí Jorge Grimón con siete espingarderos, y con su venida se dieron los de Abona, que estaban fuertes en Los Mogotes»', y añade: « ... si no van los espingarderos no vuelve ninguno vivo».

Pero según la declaración de otros de los testigos, no hubiera llegado ninguno vivo, pero de hambre.

ANOTACIONES

(1) «Allí fue donde depositó una notable imagen del Santo Cristo, que trajo de Castilla, en fecha no determinada: es la única de esas contribuciones piadosas y artísticas de Alonso de Lugo que afortunadamente se conserva, y goza desde entonces de una especial devoción de los laguneros». [Elias Serra Rafols. Alonso Fernández de Lugo. Primer colonizador español. Santa Cruz de Tenerife: Aula de Cultura de Tenerife, 1972; pág. 25].

(2) Esta es una de las pocas firmas de Guanches o Naturales que se ha conservado (Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife).

(3)  Frente al interés poblador de Alonso Fdez. de Lugo, debemos mencionar la actitud de gran parte de los guanches que vivían cerca de los núcleos poblados. Estos mostraban un lógico rechazo a vivir en casas «al estilo andaluz o castellano»:

«Así mismo sabrá V.A., que en esta su dicha isla abrá seiscientas personas o más guanches actuales della entre más o menos e la vivienda destos no es ni a seido servicio de Dios ni de V.A. ni del bien común de la isla que estén en ella salvo antes muy perjudiciales a todo por que su propio natural es holgar e no aplicados a ninguna manera de industria n servicio salvo vivir en los campos e montañas algunos dellos guardando cabras e obejas e no se a podido con ellos acabar ni puede vivan en poblado aunque muchas veses les ha seido requerido e mandado por la justicia y así como gente vuelta y apartados hurtan e roban los ganados de los vecinos...».
«Capítulo de la escribanía del crimen del Cabildo de Tenerife, dedicado a valorar la actitud de los guanches que habían sobrevivido a la conquista de la isla».

[Concejo del 22 de Julio de 15f5. Cabildo de Tenerife. La Laguna. Acuerdos'del Cabildo de Tenerife. (Ed. y est. de Elias Serra Rafols, Leopoldo de la Rosa). La Laguna: Instituto de Estudios Canarios, 1965. (Vol. III, 1514-1518); pág. 102].
(En: Juan Bethencourt Alfonso, Historia del Pueblo Guanche, tomo III)


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