jueves, 7 de agosto de 2014

ELISA GONZÁLEZ DE CHÁVES, FUNDADORA - DIRECTORA DEL PRIMER COLEGIO PARA SORDOMUDOS DE CANARIAS



1967 agosto 4.
Murió en Santa Cruz de Tenerife, Elisa González de Chaves, fundadora-directora del primer colegio para sordomudos de Canarias.

Nació en La Orotava, el doce de junio de 1914. Hija de una familia de labradores hacendados y la menor de siete hermanas. Nacida con muy pocas posibilidades auditivas, apenas desarrolló la facultad de hablar. Su niñez transcurrió en el sano ambiente rural de La Cruz Santa, Realejo Alto, actual Villa de los Realejos, donde su padre fue durante muchos años juez de paz y alcalde pedáneo, y en el Puerto de la Cruz.
Cuando sólo tenía cuatro años perdió a su madre, víctima de la terrible epidemia de gripe, que asoló la humanidad en 1918, murió con el desconsuelo de dejar a esta niña en la orfandad.

Su enfermedad le ocasionó una infancia solitaria vivió rodeada del cariño de su familia. Desde siempre demostró notable inteligencia y afán por instruirse. Su maestro fue su propio padre quien la enseñó las primeras letras. En El Puerto de la Cruz asistió a clases en el Colegio de la Pureza y, más tarde, en él de La Milagrosa de La Orotava, con las limitaciones impuestas por sus circunstancias personales, aprendió a leer y escribir con soltura. Cuando contaba quince años murió su padre y, a partir de entonces, pasó largas temporadas en el Colegio de la Pureza de Santa Cruz de Tenerife, donde siguió un curso de pintura y manualidades, alternando con estancias en La Orotava, en casa de sus hermanas mayores. Poseía vivacidad y su dolencia la forzada a la inacción, pero observaba el mundo con singular interés.

Al cumplir los veintitrés años -entonces límite de la minoría de edad para las mujeres -  ­el dictamen médico la declaró incapaz para administrar sus bienes, entonces su ánimo aprisionado en soledad, con el único escape de sus arraigadas creencias religiosas y las escasas lecciones de «cultura general» que podía recibir. Era una joven introvertida, con cortas posibilidades de hacerse comprender.  La ilusión llegó cuando conoció a otra joven, nacida sordomuda como ella, que le dijo que podía comprender las voces y llegar a hablar. Su nueva amiga había aprendido el sistema mímica en una escuela especializada, en el sur de Francia y había logrado expresarse de palabra. Desde aquel momento Elisa esperanzada comenzó a manifestar su voluntad de estudiar esos métodos.

Eran los años inmediatos a la Guerra Civil, y la posibilidad de estudiar fuera muy escasas, pero sus hermanas supieron del Instituto Educativo de Sordomudos y Ciegos, que regido por la Comunidad de Terciarias Franciscanas existía en el paseo del General Mola de Barcelona. En esa estupenda institución no solo se impartía el clásico sistema mímico, ideado por el abate L' Epée, en el que cada letra se representa mediante una determinada posición y movimiento de los dedos, sino que además se aplicaban nuevas técnicas basadas en el empleo de la vista y el tacto y la comprensión del lenguaje a partir del movimiento de los labios, y en esa escuela aprendió Elisa a expresarse correctamente. De este aprendizaje escribió el ex magistrado Sánchez Parodi: “Días catalanes, de soledades, abierto su espíritu, a todo cuanto para ella era un descubrimiento, adivinando ruidos, recogiendo e1 nacer de las palabras, que almacenaba, con codicia y gozo, despertando diariamente a la vida, descubriendo inesperadas albas tras un mundo de silencios entrecortados. La enorme alegría de saber. El venturoso y torrencial deseo de comprobar que te entiende... de expresar los cariños que se escapan. Y como no, sentir la cálida emoción de palpar vocablos nuevos. Que dicen "amor". "cariño" "alegría", "esperanza". Mientras estás segura que las palabras que musitas, salidas del corazón. Existen personas que sólo podrán oídas a golpes también de sus propios corazones entusiasmados”

Durante una década, no sólo progresó en su dicción, sino que aprendió esas especiales técnicas de enseñanza, para poder redimir a aquellos seres nacidos con su mismo defecto, para lo que también hizo un cursó de técnicas de enseñanza en la «Associatión Saint Vicent de Paul» de Montpellier, Francia. A fines del año 1956 está de regreso en Tenerife convertida en educadora de Sordomudos. ¡Que gran alegría ¿verdad?! Pero cuidado aun falta superar el escollo de su incapacidad legal. Quería gozar de libertad, poseer capacidad jurídica, cuando ya la tenía para la práctica realidad de la existencia cotidiana y promovió el pleito, para que se alzara la tutela y pudiera gobernarse por si misma. Con el dictamen médico favorable es oficialmente declarada mayor de edad. Ahora puede regir su vida y administrar sus bienes. Gana la admiración de cuantos la conocen, ha dado pruebas de un talento y un tesón sin límites y libre de trabas se traslada a Santa Cruz de Tenerife. Y continua hablando de ella el ex magistrado Sánchez Parodi: “Como el pájaro que escapa de la jaula enrejada. Elisa emprendió su vuelo en la capital y allí nació realmente de nuevo, como si de repente hubiese retornado su juventud. La ilusión, el futuro dorado hecho presente. Y se dedicó a la gran tarea que en adelante marearía su existencia. Porque volcó todo su esfuerzo en la educación y enseñanza de los sordomudos, ejemplo iluminado, ternura hecha carne, energía transformada en honda pasión”.

Dispone de pocos medios, sin ayudas, sin nadie que pueda auxiliarla en su labor, pero con una gran fe en Dios, se lanza abiertamente a redimir a los sordomudos de la Isla. Recorre toda la geografía insular, los va a buscar a Valle de Guerra, a La Laguna, a La Orotava, a Los Realejos..., donde quiera que exista uno de ellos y lo sepa. La distancia no es obstáculo. En Santa Cruz reúne al primer grupo, les enseña en una sala que en su Delegación le cede la Sección Femenina, un aula ruinosa, luego se traslada al viejo Instituto de Enseñanza Media, para de allí mudarse transitoriamente a un salón en el grupo escolar de «San Francisco». Estos son los orígenes de la «Asociación de Sordomudos de Tenerife».

Por aquel tiempo, entre 1957 y 1959, los trabajos de Elisa empiezan a conocerse, le ayuda el joven Agustín Yánez Valer, entonces estudiante en la Escuela Superior de Bellas Artes y luego sacerdote, igualmente dedicado al apostolado entre los sordomudos del mundo. Elisa luchó sin descanso durante diez duros años e hizo ver a la gente que la sordomudez no es demencia ni irremisible infortunio, que no altera ni disminuye la inteligencia, ni el discernimiento, sino al contrario, los fortalece.

Numerosos sordomudos, que vivían una existencia desgraciada, aislados de la vida encontraron en ella a su libertadora. Necesitaba un local más amplio y más medios económicos, en solicitud de ayuda, llamó a muchas puertas, acudió a las autoridades, a instituciones y particulares, hizo cuanto estuvo en su mano. Además dirigió, enseñó, asumió compromisos que no le concernían, sin que la decepción, la ingratitud o el desánimo consiguieran doblegarla. En un esfuerzo de continua superación quiso mantenerse al día en el conocimiento de las nuevas técnicas de enseñanza y visitó, en Alemania, Francia, Suiza, las más vanguardistas instituciones europeas. Por fin consiguió una casa adecuada y seguridad, gracias a una subvención oficial y a las cuotas de socios protectores. En la santacrucera calle de Viera y Clavijo quedó decorosamente instalado el primer hogar y escuela de Sordomudos de Canarias. Era un gran paso al ansiado reconocimiento oficial. En octubre del año 1967 la secundarían un profesor y una profesora especializados en técnicas de enseñanza para sordomudos, anticipo de la futura gran escuela. Era tiempo de hacer realidad su mayor ilusión, contar con unas adecuadas instalaciones, capaces para acoger a los sordomudos de Tenerife, pues como continuamente afirmaba «todos -sanos y enfermos- tienen derecho a aprender».

Elisa no llegó a ver ese mes de octubre, ni ese colegio, pues Dios la llamó a su seno. A pesar de tener cincuenta y tres años se fue de este mundo con las manos llenas de buenas obras, manos que en vida permanecieron siempre abiertas, tendidas a todos quienes necesitaban su auxilio, sin distingos, como correspondía a la nobleza de su espíritu. Aunque las mujeres como ella no mueren, están perpetuadas en sus obras. Dijo el ex periodista Francisco Ayala: “Su obra no pierde dimensión ni siquiera hoy después de su muerte. Pues fue una gran revolucionaria. La vencedora de un combate desigual contra las circunstancias. La redentora de muchos sordomudos. Que luego se formaron en la sociedad como seres totalmente normales"….

Un mes después de su muerte, el espíritu de Elisa está presente en la memoria de todos, aunque su obra, ahora plena realidad, quedaba huérfana de guía. Entonces Lucio Pérez escribió: “Hoy [...] traemos a este lugar un nombre más asequible, más cercano, más entrañable, más nuestro: Elisa González de Chaves, su nombre, su figura no son de fama universal: ni siquiera en los estrechos límites de nuestra Provincia ha sido muy conocida su obra... su personalidad. Y sin embargo, en los últimos lustros. Ha sido en nuestra tierra la persona más merecedora de un público reconocimiento por su tenacidad, por su paciencia, por su generosidad, por su consagración total a la obra de redención de los sordomudos. Pronto hará diez años que su ilusión de hacer participe del bien por ella recibido a otros hermanos necesitados empezó a dar sus frutos. Este feliz aniversario lo contemplará desde la eternidad. Y recibirá ese día el más cálido y ferviente de los homenajes: el agradecimiento sincero de más de trescientos sordomudos”…….

A Elisa González de Chaves y González de Chaves se la recuerda en Santa Cruz por el rótulo de una calle. La benéfica institución por ella fundada que, llevó su nombre, al presente ha desaparecido. Es tiempo de grandes adelantos pedagógicos y se hacen necesarias otro tipo de instalaciones y sistemas, sin embargo, sus logros, sus esfuerzos la hacen merecedora de permanecer y ser públicamente enaltecida, quizá dando su nombre a la nueva escuela para sordomudos de Tenerife.

El colaborador del diario EL DÍA en los Realejos E. Domínguez escribía el 14 de mayo del año 2002 sobre Elisa González de Chaves, que era la gran olvidada de la Cruz Santa. AL MENOS a mí me parece curioso y hasta sorprendente, cuando algunos crusanteros quieren olvidarse de la vida de Elisa González de Chávez que tan bien conoció Don José Luís Sánchez Parodi, y que, al mismo tiempo, escribiera tan bellos y emotivos artículos sobre esta gran mujer. Pero ya ven... algunos quieren echarle más tierra encima, y creo que no es justo si repasamos cuidadosamente la vida y las inquietudes de esta mujer, que a pesar de que padecía ciertas molestias físicas, se interesó de forma ejemplar por los mudos e indefensos a los que la sociedad suele atropellar.
Si los crusanteros acudieran a las hemerotecas, de seguro que encontrarían muchos trabajos que manifiestan las virtudes de esta gran tinerfeña, y al mismo tiempo insistirían en que el Ayuntamiento se decida de una vez por todas a colocarle la placa con su nombre al entorno peatonal de la iglesia, tal y como ya fue acordado por el pleno del Ayuntamiento hace alrededor de ocho años.

También en esos años, la Asociación de Vecinos de la Cruz Santa se había interesado por este asunto, e incluso me pidieron datos sobre la vida de Elisa, pero al parecer el asunto sólo quedó en saber... Lo cierto es que cuando se nombran ciertos y destacados personaje de la Cruz Santa de relevado prestigio, a los cuales respeto, se olvidan de Elisa González de Chávez, y creo que no es procedente si enjuiciamos la realidad y valoramos todo el sentir de una mujer que se entregó al favor de los que sufrían.

La vida de Elisa, según comentaba en sus artículos Don José Luís Sánchez Parodi, no fue nada fácil. Era una chica inquieta. Y de sus virtudes, que fueron muchas, se beneficiaron muchos sordomudos. Siempre lograba lo que se proponía, y entre sus logros fundó un colegio para ellos en Santa Cruz, y es en la capital tinerfeña el único lugar donde se ha reconocido la obra y vida de esta ejemplar mujer, que tiene allí una calle que lleva su nombre.

Desde estas columnas de EL DÍA, invito a la Asociación de Vecinos de la Cruz Santa, a sus colectivos y ciudadanos interesados en el tema, a que se informen en saber qué ha pasado con la solicitada propuesta en favor de rotular con el nombre de Elisa González de Chávez este rincón emblemático de la Cruz Santa junto a la iglesia. Pues es de justicia que la Cruz Santa sea agradecida con sus bienhechores y entre tantos hijos destacados, no cabe duda que Elisa, por sus condiciones físicas y humanas, fue y será en la historia de la Cruz Santa una mujer a tener en cuenta, por su entrega y dedicación con tantas personas a las que, de forma cariñosa y humana, pudo consolar y atender muy valientemente.

Vicente Luís Hernández, de la Asociación de Sordos de
Tenerife, escribía sobre Elisa González de Chaves, que refleja una etapa educativa de los años cincuenta, allá en la misma isla. Se trata de “Elisa: Historia de una ilusión”, contado por Pedro Martínez Carrasco, ex-profesor del colegio “Elisa González de
Cháves”. Aunque el título parezca raro, para mí tiene un significado sentimental. Cuando trabajaba en el colegio «Elisa González de Cháves» y me preguntaban mis compañeros dónde ejercía mi labor docente siempre les respondía: “en el Colegio Elisa”. Elisa González de Cháves tuvo una única ilusión: el sordo, de ahí el título:

«HISTORIA DE UNA ILUSIÓN»

No llegó a conocer personalmente a Elisa, puesto que murió 9 años antes de que entrara en el colegio que ella fundó, pero había leído relatos de su vida y toda su vida fue una lucha constante para conseguir su ilusión: AYUDAR AL SORDO TINERFEÑO. Elisa nació en un barrio de los Realejos, Santa Cruz, en el 12 de Julio de 1914. Bautizada el 21 del mismo mes en la iglesia matriz de Nuestra Señora de la Concepción, nació y vivió sorda, fue la menor de siete hermanas. Se quedó huérfana de madre a los cuatro años y su padre falleció cuando sólo contaba con 15 años. Estudió en el colegio de las hijas de la caridad y luego en la Pureza de Santa Cruz de Tenerife.
Ella sabía que para ayudar al sordo debía formarse como persona, que para dar cultura tenía que poseerla ella primero, puesto que nadie da lo que no tiene. La esperanza llegó a Elisa cuando una joven sorda como ella le dijo que esforzándose mucho podía llegar a hablar. Esta joven estudió en un colegio del sur de Francia, y se expresaba perfectamente con su voz. La voluntad firme de Elisa empezó a manifestarse. Eran los años inmediatos a la Guerra Civil y la posibilidad de estudiar fuera era costosa y escasa. Sus hermanas se Informaron de un instituto educativo de Sordos que la Comunidad de Terciarias Franciscanas tenía en Barcelona. Allí perfeccionó su habla y su formación que luego perfeccionó en Montpellier (Francia). Había logrado su primer propósito: Formarse. Regresó a Tenerife en 1956 convertida en ya profesora de sordos, con 42 años y una gran ilusión: dar a los restantes sordos de la isla lo que ella había conseguido. Esta ilusión se llevó a cabo, sí, pero a costa de un tesón sin límites, con muy pocos medios, sin que nadie pudiera ayudarla en su labor, pero con una gran fe en Dios y en su fuerza de voluntad se lanza al encuentro de los sordos de la isla. Va al Valle Guerra, a La Laguna y a Los Realejos. Acude allí donde tiene noticia de que vive un sordo. Reúne a un grupo en Santa Cruz y comienza su enseñanza en una habitación que le cede en su Delegación la Sección Femenina. Un aula vieja, sin recursos, luego en el viejo Instituto de Enseñanza Media, más tarde, en una clase provisionalmente cedida en el grupo escolar «San Francisco ». Estos son los cimientos de la Asociación Tinerfeña de Sordos. Un año después de venir a Tenerife, entre 1957 a 1959 sus trabajos empiezan a conocerse. Le ayuda un joven estudiante en la escuela Superior de Bellas Artes tan tenaz y voluntariosa como ella y que todos vosotros conocéis, Don Agustín Yanes Valer. Tras diez años de lucha, consiguió una casa y unos pocos medios, una subvención oficial y unas cuotas de socios protectores y cuando no llegaba el presupuesto ella lo ponía de su bolsillo. En la casa de Viera y Clavijo, en Santa Cruz de Tenerife instaló el Hogar del sordo y la escuela.

Me honran unos lazos familiares a través de mi mujer Antonia María Gonzáles de Chaves y Díaz, su padre Félix Gonzáles de Chaves y Fernández Acosta primo hermano de la fundadora y directora del primer colegio para Sordomudos de Canarias, Elisa Isabel González de Chaves y González de Chaves.

Según su sobrino nieto Antonio Luque Hernández: “…Elisa era alta y su cara, sin ser guapa, resultaba agraciada. Tenía expresivos ojos negros y clara tez. Dotada de inteligencia y fácil compresión, poseía distinción en sus modales y por lo normal de su aspecto nada mostraba su minusvalía. De carácter pacífico, simpática, decidida, irónica y consecuente con su opinión….” (Bruno Juan Álvarez Abreu)


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