miércoles, 1 de enero de 2014

MOVIMIENTOS PRE-INDEPENDENTISTAS EN CANARIAS





Eduardo Pedro García Rodríguez

1819. Abril 8. Se producía en Gran Canaria un curioso conflicto de competencias entre las instituciones. Todo empezó cuando los diputados municipales Patricio Russell y Manuel Lugo informaron en la correspon­diente reunión del Ayuntamiento, convocada por Terradas por la vía de urgencia, que habían oído, "en la mañana de este día a cosa de la una a don Antonio Gil Barrera, alcalde de mar de este puerto, que acababa de entregar al señor gobernador militar de esta Plaza un Pliego cerrado, que recibió de a bordo del Místico Na Sa de los Dolores que arribó a este Puerto, en el que se halla actualmente fondeado, después de haber sido apresado y suelto por una corbeta de guerra insurgente, y cuyo pliego expresó el citado Gil, a presencia de un crecido concurso, lo remitía el comandante de la precitada corbeta insurgente al referido señor gobernador militar, a quien lo entregó cerrado, según venía, por cuya razón ignoraba su contenido; en cuya consideración esperan de este Cuerpo se tomen las medidas más conducentes y oportunas, a efecto de que, instruidos del contenido de aquel pliego, se evite toda consecuencia desagradable".

Sometido el tema a discusión se acordó que "siendo sospechoso el crucero de la corbeta y demás buques insurgentes por la conducta que se observa en sus operaciones, acopiando lanchas, sin causar otras extorsiones a los del País que, desgraciadamente, han caído en su poder; y no estando por demás toda defensa en esta Isla, habiendo el justo recelo de que acaso quiera aspirar a ocupar alguna; se oficie al señor gobernador militar para que, redoblando su acreditado celo, tome las medidas oportunas a efecto de evitar cualquier invasión de parte de estos enemigos; que instruidos tal vez de la indefensión de la Ciudad intenten insultarla, saqueándola, y que el Cuerpo espera que para la tranquilidad y satisfacción del público quiera manifestarle el contenido del pliego oficial que el Comandante de la corbeta insurgente le dirigió".

Ascanio contestó, al día siguiente, que estaba al tanto —como era notorio- de la necesidad de permanecer alerta y, con relación al pliego remitido por el insurgente, manifestó que "el paquete referido, cuya remi­sión dimanó sin duda del gusto que tienen los pueblos que están en revo­lución de propagar sus noticias, contenía cinco Gacetas de Buenos Aires, que como papeles cuya circulación está prohibida, remitiré por primera ocasión de barco al Excmo. Sr. Comandante General”.

El Ayuntamiento no quedó satisfecho con la respuesta del gobernador de las armas, pero no quiso salirse de sus atribuciones. Mientras tanto, el corregidor remitió un oficio a la Real Audiencia sobre el asunto, y ésta pasó a implicarse también. El día 11, Ascanio contestó con cierta arrogancia a la interpelación del Real Acuerdo: "...si no obstante mi desvelo, contemplan las autoridades civiles que me restan providencias precautorias que esco­ger, pueden las que lo estimen prudente advertírmelas, acercándose y con­ferenciando conmigo (porque hay ocasiones en que embarazan las contestaciones por escrito), en el firme concepto de que las expondré mi opinión, oiré sus observaciones y haré de ellas el uso que por mis conocimientes militares halle conforme al mejor servicio del Rey Nuestro Señor y seguridad de la Patria".

Pero, más adelante, añadía con sorna que "si la Audiencia, con fun­dado temor, como me dice V.S., de que el Insurgente aspira a consumar algún plan de agresión hostil contra esta Isla y su Capital, quiere tomar eficazmente sobre los indicados particulares, u otros de su atención, cuan­tas medidas permite la importancia de esta novedad, puede verificarlo segura de que no la hacen falta para ello las cinco Gacetas de Buenos Aires, que me remitió el Comandante de la corbeta, y cuyas noticias no producen la luz más escasa acerca de invasiones, saqueos o insultos que contra estas Islas mediten aquellos rebeldes, ni dan a las cosas otro semblante ni aspecto que el que tenemos delante".

El 16 de abril, el regidor Policarpo Padrón expuso, en el Cabildo, que se debía informar al Rey sobre el asunto, pues "al paso que el Ayuntamiento de este modo cumple con sus deberes, recuerda a S.M. su inalterable celo, lealtad, y vigilancia hacia su Real Persona e intereses; sale de un silencio que podrá suponérsele criminal, y del que queden libres, según tiene en­tendido el que expone, algunas autoridades". A partir de entonces se inició una serie de exposiciones a la superioridad, por parte de las tres instituciones grancanarias: Ayuntamiento, Corregimiento y Real Audiencia.

El Ayuntamiento escribió al Rey, el día 19 de abril de 1819, asegu­rándole su inquebrantable lealtad:
"El Ayuntamiento Señor hace manifestación a V.M. de este aconteci­miento en prueba de su mayor fidelidad y para acreditarle que aun fuera del mayor peligro, no omite medio que sea relativo a su seguridad y a descubrir a V.M. sus sentimientos de amor y lealtad".
El corregidor manifestó por su lado al Consejo de Castilla, con fecha 22 de abril, su crítica a las gestiones del gobernador de las armas, en el sentido de que no debió recibir las gacetas ni, mucho menos, abrirlas sin "ciencia ni conocimiento de las autoridades legítimamente constituidas":
"El Corregidor no quisiera lastimar a nadie, pero prescinde de todo en tratándose de los derechos de un Soberano, y más cuando con justas razones, desconfía de algunas personas que, por desgracia de esta Isla rodean a Ascanio, y le dirigen: las opiniones de éstas son bien notorias, y peligrosas; y como encargado de la tranquilidad pública, de los derechos del Rey N.S., y de recoger todo papel incendiario, para ponerlo en noticia de V.A., no ha podido conseguirlo de los que dirigen la fuerza".
Añadía, igualmente, que algunos individuos habían podido beber el "veneno" de los documentos remitidos por el insurgente y que, algún día, podrían contagiar a otros, y terminaba solicitando un pronunciamiento oficial sobre la jurisdicción a la que competía el asunto.

Por último, la Real Audiencia también elevó su instancia a la Corte, indicando, además, algunos pormenores de interés:
"Por noticias reservadas que dieron al Tribunal, dirá igualmente, que no se contentó Ascanio con leer las Gacetas, sino que las dio a leer a cierta clase de personas bien conocidas, cuyas opiniones han sido en todos tiempos muy peligrosas, movimiento que no dejó de llamar demasiado la atención del Acuerdo. Dirá, en fin, que desde el día 8 de este mes en que el Gobernador recibió las Gacetas, hasta el 17 en que las remitió al Comandante General, hubo bastante tiempo para que circulasen, y anduvieran, como es de temerse, secretamente de mano en mano. Y si a estos antecedentes se añade, que don Simón Ascanio no ha procedido contra el contramaestre y demás cómplices de la introducción del paquete de las Gacetas; ni ha instruido diligencias algunas con declaraciones..., sobre lo que oyeron y entendieron del Insur­gente en los días que estuvieron prisioneros a su bordo; la Audiencia cree haber tenido fundados motivos de desconfianza".
El Real Acuerdo protestaba, asimismo, de la resistencia del goberna­dor de las armas a entregar los documentos sospechosos y rogaba que se le indicara la conducta a seguir, en lo sucesivo, "en iguales casos con los Jefes de jurisdicciones extrañas".

El Supremo Consejo de Castilla falló a favor de las autoridades civiles, y, con fecha 22 de febrero de 1820, ordenó al Comandante General que "si en los sucesivo se remitiesen papeles sediciosos a los Jefes militares deben estos ponerse de acuerdo con esa Real Audiencia y autoridades civiles, a fin de conservar la tranquilidad pública e impedir la propagación de ideas perniciosas".

Si examinamos no sólo estos sucesos sino, también, el impacto del corso insurgente en Canarias, en su conjunto, resulta llamativo ese conglo­merado de actitudes contradictorias, la apatía de los comerciantes, la apa­rente simpatía de numerosos isleños por los insurgentes, la propia actitud de los corsarios en algunos casos, las sospechas hacia determinadas auto­ridades que, en definitiva, tenían encomendada la propia seguridad de las islas Canarias, entre otros factores.

Los canarios, casi desde los tiempos de la Conquista, estaban acos­tumbrados a las correrías y al pillaje de toda clase de piratas y corsarios, mas las circunstancias históricas e internacionales eran diferentes. Ahora no se trataba de predadores protestantes o musulmanes, sino de pueblos con los que las propias Islas poseían una vinculación ancestral y profunda. Sin duda, fueron años de gran incertidumbre y, al cabo, tanto la falta de una determi­nada conciencia política regional, cuanto el complejo equilibrio de intereses internacionales, impidió que esta remota provincia de España, más parecida en muchas cosas -en palabras de José Murphy- a una provincia americana que a una europea; se desgajara, como sus hermanas de América, del árbol troncal de la madre patria. (Manuel de Paz-Sánchez, 1994)


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