miércoles, 1 de enero de 2014

INQUIETUD EN EL PUERTO DE TEDOTE ANTE POSIBLES ATAQUES DE CORSARIOS




Eduardo Pedro García Rodríguez

1819. Septiembre 22. El capitán de una fragata inglesa, que arribó en busca de refresco al puerto de Santa Cruz de La Palma, confirmó al gobernador de las armas la existencia de barcos "sospechosos", noticia que ratificó el subdelegado de marina en la Villa de San Andrés y Sauces.

A partir de entonces, los citados capitanes y propietarios, junto con don Juan Fierro que lo era del bergantín "La Estrella", procedente de Puerto Rico y con registro para Santa Cruz de La Palma, decidieron elevar una nueva instancia al alcalde mayor ponderando los recientes y tangibles peligros, subrayando la imposibilidad de asegurar suficientemen­te los buques y solicitando por enésima vez que se omitiese la obligación de acudir a Santa Cruz de Tenerife, "a no ser que Vm. se quiera cargar con la responsabilidad de ciento diez y ocho miles pesos que importan los tres buques y sus cargamentos", esto sin olvidar el deterioro a que se veía sometida la carga en las bodegas de los barcos, así como los costos de mantenimiento que ya ascendían a más de diez mil pesos corrientes ".

Pese a lo anterior, León solicitó la ayuda necesaria del gobernador militar que mostró su disposición al efecto. Antonio de Guisla recibió entonces a los capitanes para que hicieran sus alegatos defensivos, máxime cuando, durante la mañana de ese día 24 de septiembre, se había producido un significativo incidente en el puerto palmero, donde una goleta con ban­dera inglesa se había aproximado y echado un bote que, en las cercanías del muelle y tras pedírsele la documentación, había optado por emprender la retirada, no sin antes intentar sondear la bahía, por lo que hubo de ser amenazado con un cañonazo, saliendo también en su persecución dos lan­chas armadas de los bergantines "Relámpago" y "Gran Poder de Dios".

Como puede presumirse, en esta situación las peticiones de arma­mento y de tropa de los capitanes implicados desbordaron las posibilidades reales y legales del gobernador militar, que devolvió el expediente al alcalde mayor.

Éste, sin embargo, tornó a insistir en su posición, la que hizo extensiva al subdelegado de marina, y dio cuenta de todo a la Intendencia.

Los acontecimientos se precipitaron. El mismo día, 25 de septiembre, se reunió el Cabildo en sesión extraordinaria. La Corporación estudió un memorial de los capitanes donde se ponían de relieve los nuevos peligros "por los enemigos que cruzan estas bocas", y en consecuencia se acordó llevar a efecto lo deliberado en acta del 21 de agosto, por lo que se ordenó que los tres buques fueran descargados y admitidas sus cargas por el ad­ministrador de la aduana, "hecho cargo de las nuevas e imperiosas circuns­tancias que exigen esta determinación, en beneficio de los reales derechos y del interés individual". Dichos cargamentos, para evitar la oposición de Saura, deberían ser depositados en la aduana o almacenes bajo la inspec­ción y custodia de los vecinos y comerciantes de la Plaza don José García Carballo, don Manuel Lujan, don Félix Batista y don Antonio Vicente Fernández, "por su notorio arraigo". Asimismo, en atención a que el ''Relámpago" transportaba cien quintales de pólvora con destino a África, con el consiguiente peligro en caso de ataque al puerto, se decidió solicitar de Guisla que lo hiciese " salir a su destino a la mayor brevedad".

Por último se acordó dar cuenta al monarca de esta "determinación puramente gubernativa", matizando la arbitrariedad de la Intendencia y la firme voluntad de no acatar sus órdenes mientras no recayera la "sobe­rana resolución" sobre el asunto.

Tal como se sospechaba, Saura no cedió a las presiones. El día 26 escribió al subdelegado de rentas mostrando su firmeza y pidiendo ayuda para que no fuera contrariado lo "ya resuelto por la única autoridad que, correspondiente con arreglo a los inventarios practicados", y en caso de que se resistiera deberían ser comisionados los mismos depositarios para que "en­treguen las cargas a sus respectivos dueños o poderdantes, previas las competentes fianzas que aseguren en todo tiempo los reales derechos con arreglo a los registros'.

Joaquín Saura, pues, fue sustituido en su cometido por los comer­ciantes ya mencionados, quienes hicieron entrega de la carga, con la "'ex­cepción de una poca perteneciente a particulares de Tenerife", por ello el Cabildo les encargó que avisaran a los interesados para que nombraran apoderados que se responsabilizasen de la misma y, paralelamente, la Corporación acordó dar cuenta de todo al Administrador General, "para que disponga que por este administrador se perciban los reales derechos y admita los registros", así corno también al Comandante General de Cana­rias.

El 21 de noviembre de 1819, los comisionados dieron cuenta de la entrega de los cargamentos, con lo que concluyeron sus trabajos. Se trata­ba, sobre todo, de productos alimenticios y de materias primas destinadas a las labores artesanales y al mercado insular. (Manuel de Paz-Sánchez. 1994).

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