viernes, 17 de enero de 2014

CAPÍTULO XLIV-I



EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1831-1840

CAPÍTULO XLIV-I



Eduardo Pedro García Rodríguez

1831.
(En Canarias), Dar a luz sin estar casada se tiene por una gran vergüenza, especialmen­te en las comunidades urbanas y, sobre todo, si el entuerto no se compensa con una boda a toda prisa. De cualquier manera, los casos de infanticidio no son tan ha­bituales como se podría creer, aunque muy frecuentemente los hijos habi­dos fuera del matrimonio, que son bastantes en el curso del año, se aban­donan como expósitos a las puertas de las iglesias y en otros lugares. Más a menudo se recurre a medios infames, para deshacer las consecuencias de ciertas intimidades; y esto es tanto más fácil, cuanto que, en el campo, son muy bien conocidas las plantas y hierbas, por medio de las cuales se puede conseguir tal cosa, y, en la ciudad, nunca faltan viejas que, además de la alcahuetería, sigan practicando impunemente ese reprobable oficio, para escarnio de las leyes.

Sin duda, las costumbres son incomparablemente más puras en el interior de las Islas que entre los habitantes de las zonas portuarias y de las ciudades más grandes, donde el contacto con extranjeros y la confluen­cia de muchos holgazanes y de la peor gentuza han corrompido mucho las costumbres en todas las clases sociales. El pueblo llano de las ciudades se puede comparar, en algunos aspectos, con los lazzaroni de Ñapóles. Esta gente no siembra, ni cosecha; sin embargo, nuestro Padre celestial los alimenta a ellos y a su numerosa prole, la cual, en verano, anda desnuda mugrientos y está llena de todo tipo insectos. Al mediodía se tumban hom­bres y mujeres en la calle, delante de las casas, ocupados en buscarse los piojos de la cabeza, servicio que tanto aquí como en la Península se consi­dera una obra de caridad. En ambos sexos de esta clase social reina la más abominable depravación. Las mujeres se dan, por regla general, al aguardiente, y se les ve, a veces, tambaleándose por la calle borrachas, armando ruido y peleándose. A esta categoría pertenecen también las mujeres públicas, que, por las noches, salen de sus escondrijos y se ofre­cen a los paseantes con una desvergüenza difícil de igualar. Pero, ¡ay de aquél que se deje atraer por su engañosa seducción! Pues, para decirlo como Goethe, habrá de lamentarse enseguida de la serpiente, que... "ace­cha entre las rosas del placer. (Francis Coleman Mac-Gregor, [1831] 2005:133-134)
1831.
Todo en el mundo tiene su pro y su contra, viéndose aquí esta máxima asaz bien comprobada. La sequedad del país (Lanzarote), sus vientos continuos y molestos, se compensan por la seguridad, buen fondo y excelencia del puerto, igualmente que por la abundancia de pescados de todas calidades y tamaños con la facilidad de cogerlos que presenta.

El prospecto de la Historia Natural de las Canarias, escrito por los SS. P. Barker Webb y S. Berthelot, pág. 5, dice: Que hay en sus mares muchos peces nuevos, otros que sólo se pescan en las costas de América, otros en el Mediterráneo. Y como la isla de Lanzarote es a mi conocimiento la que más sobresale en esta riqueza ycthyotica, a ella la podemos aplicar la excelencia. Pero es cierto, que a pesar de ser muy sanos, no es su gusto tan sabroso como el del norte de Tene­rife, Canaria y aun de Lanzarote misma, por estar experimentado, que en las costas del sur de nuestras islas, no son tan buenos ni tan gordos. Otro tanto sucede con los variados y abundantes mariscos. Aconteciendo el revés de los frutos de la tierra, puesto que los pro­ducidos en las bandas del sur de ellas, siempre son más pesados, sa­brosos y substanciosos.
Se pesca con cañas, liñas, nasas, tarrayas, chinchorros, y levan­tando charcos. Esta frase y curiosa operación, merece explicarse para que se entienda. El gran Charco de S. Ginés, el cual se halla atravesado por una pared de piedra seca. Recorren y levantan ésta a la marea vacía, de modo que lleno el mar, pue­da pasar un poco más alto de dicha pared. Entonces entran los peces naturalmente, y descuidados se quedan dentro aprovechando las orruras de la ribera. Baja el mar saliéndose por entre los agujeros cic­la piedra seca, pero como el pescado ya no puede hacer lo mismo, se queda en seco y lo recogen en canastas. En otros distintos charcos menores y caletas, por ciertas épocas del año se practica la misma maniobra.

Pero de tiempo en tiempo hubo aquí otro entretenimiento sin­gular con la pesca o apañada de toninas, cuyos peces dan vuelta de O. a E. de esta isla en días de mucha calma. Era uso, que el primer barquito que las descubría pusiese una banderita y se presentase de­lante del puerto, a cuya señal todos los barquitos salían al instante a todo remo, llevando en la proa un hombre armado con una pa­lanca o piedras. Formaban se en media luna, e iban apaleando el agua y arrojando guijarros a dichos peces que son muy tímidos, para obligarles a entrar por la barra del arrecife. Conseguido esto, les seguían estrechando cada vez más, se amarraban los barquillos unos a otros formando cordón, y ponían también otra lanchita de­bajo del puente para impedir que se escapasen por allí, aunque para intimidarlos solía bastar la sombra de la misma gente que so­bre su muralla se reunía a este útil barqueril espectáculo. En tal disposición, esperaban a que bajase la marea, y llegada la hora, en­traban dentro del circo tres o cuatro barquillos de los menores, cada uno con su arpón, manejado por un marinero diestro quien lo lanzaba desde la proa contra la tonina que más cerca le quedaba, dándola cuerda a manera de como se hace con las ballenas, para que se fuese cansando y desgarrando. Algunos otros hombres iban armados de grandes hachas por la ribera, para luego que dichos pe­ces fatigados del arpón llegaban a la playa darles hachazos hasta acabarlos: Cuando otros de los nadadores más ágiles con un cuchi­llo en la mano, se montaban a horcajadas sobre el pez, agarrados con la izquierda del aletón, y con la derecha le iban acuchillando hasta matarlos.
Las toninas, que algunos también llaman botes, y que ni uno ni otro nombre sea el verdadero, es de la clase de los cetáceos, su tama­ño de una y media a dos varas de largo, y cosa de dos tercias de diá­metro cerca de las ventrechas; cuero liso, color blancazo por el vien­tre, y azulejo sucio por el lomo, cola y aletas. No es ofensivo, ni se defiende sino huyendo, pero como sólo aguanta el mismo o menos resuello que el hombre, este prevalido de tal accidente le descubre a flor del agua, asusta y mata. Dan grandes bramidos cuando están he­ridos, que parecen bueyes, y algunas de sus hembras suelen abortar en la tropelía. No obstante, sus fuerzas son extraordinarias, pues cuando están con las angustias de la muerte ya varadas en la playa, despiden coletazos tan fuertes que al barquero que las da los hacha­zos cada vez que no rehuye el cuerpo le echan a tierra como nada, pero el caído regularmente se levanta riendo, y en despique redobla el vigor de sus brazos.

Después de muertas, se repartían con igualdad entre todos los barquillos que habían asistido a la faena, y a S". Ginés patrono de la parroquia se le donaba una parte igual a cualesquiera de ellos, como también si sobraba alguna de pico, no se dividía, sino que era para el santo. Cada barquero conducía las suyas por lo regular al islote del Quebrado, para que no diesen mal olor cuando hacían el aceite que extraen de la grosura, la cual es de cosa de cuatro dedos de grueso, y blanca como la del cerdo. Dicho aceite es muy limpio, da buena luz sin humo, y de la pulpa se hacía tasajo que comían aquellos natura­les y no tenía mal sabor.

Una de las veces que mataron estos animales, cierto caballero del apellido Travieso, desde el puente donde estaba con muchos es­pectadores, creyendo contribuir a la matanza, disparó un fusil con bala a una de las toninas que rápidamente venía nadando hacia di­cho puente, la dio en la cabeza, la bala rechazó, y pasó a un mucha­cho el cual quedó muerto junto al desgraciado tirador que se quedó estupefacto!

El mayor número que se ha solido coger ha sido sesenta, y de ahí abajo. Pero una ocasión, sólo tres o cuatro, (a principios del año 1807) y habiendo dado al santo la más pequeña, dicen que se agravió y no permitía que volviesen con frecuencia a pasar al alcance. Pues­to que algunas veces que se intentaba volverlas a entrar en el puerto fallaba el lance con cuyas casualidades fue fácil afirmarse esta bar­quera creencia. Mas, imagino, que como los peces viven muchos años, según dicen los naturalistas, algunas toninas que escaparon en las últimas apañadas pudieran existir escarmentadas que sirviesen de cautas guías a su grey. En fin, en el mes de enero de 1829, parece que depuso el santo su resentimiento, cesando el entredicho, y hubo otra considerable matanza de cosa de 40, de dichos peces. Y unas 16, el de 1831. .  (J. Álvarez Rixo, 1982:87 - 91)

1831.
Los canarios son comedores de gachas, como decía Plinio de los antiguos romanos. El alimento fundamental del hom­bre corriente, y que ocupa el lugar del pan, es el gofio, hecho de granos de cebada, trigo o maíz, que se tuestan al fuego y, luego, se muelen. Este gofio puede comerse bien tomando un puñado, sin más ingredientes, de esta harina tostada, bien con pescado salado y cocido, carne, queso, fru­tas, papas y otras verduras, o bien amasado sólo con agua. Con un zurrón lleno de gofio, una calabaza hueca con agua, una manta de tejido basto y algo de tabaco en sus alforjas, camina el canario por toda la isla con su cayado en la mano, sin preocuparse de buscar un alojamiento para la no­che, ya que, en el peor de los casos, le puede servir para ello la primera cueva adecuada que encuentre. Sin embargo, a muchos isleños, sobre todo a los de La Palma, La Gomera y El Hierro, les falta, a menudo, incluso ese sencillo alimento, de manera que se ven obligados, durante gran parte de año, a ayudarse con un pan confeccionado a partir de raíces de helechos las cuales, una vez secas, molidas y mezcladas con un poco de harina di centeno, se hornean para hacer pan. En Lanzarote y Fuerteventura la gente pobre llega a comer incluso, en años de escasez, las semillas de  una especie de barrilla (Aizoon canariense), molidas como gofiov. Durante la época de fructificación, una gran parte de la población se alimenta de higos, principalmente de los higos de Indias o higos tunos, que se dan muy bien incluso en las regiones más áridas y que, secos, proporcional un alimento sano y sustancioso. El pescado salado y las papas, junto con una salsa de vinagre, aceite y pimienta española, llamada mojo, constituyen un exquisito manjar para la mayoría de los canarios. La bebida usual es el agua, para la gente del campo, y el vino, para los de la ciudad; sin embargo, en algunas Islas, sobre todo en las dos más orientales, se acostumbra, desgraciadamente, a beber aguardiente. Entre las clases altas domina la cocina española y el plato más importante es el puchero, compuesto esencialmente de carne hervida, papas, garbanzos y otras verduras, todo ello cocido con un trocito de tocino; los restantes platos dependen del antojo del que cocina y constan normalmente de un asado o de compuestos, muy especiados con tomate. Durante la hora del almuerzo las dos de la tarde, está cerrada la puerta de la casa. En la mesa no puede faltar un espantamoscas. Antes de beber agua, se suele comer golosinan Se suele ser moderado en el consumo del vino. La siesta tras el almuerzo es lo habitual. (Francis Coleman Mac-Gregor, [1831] 2005:134-135)

1831.
La cochinilla se introdujo y empezó a propagar en la isla de Lanzrote lo mismo que en todas las Canarias después del año 1831; v ya el de 1839, la exportación que se hizo por el Puerto del Arrecife fue así, tanto de este artículo importante como de los demás que se veían.
Para España 148 libras de cochinilla cuyo valor en rvn. Es     
id.      605 fanegas de judías  ..............................
id.      9 quintales de orchilla ...............................
id.      6.620, dichos de barrilla............................
id.      576 fanegas de trigo  ................................
Para el extranjero 50 quintales de orchilla..................
id.            400, dichos de musgo   ..................
id.            43.414, dichos de barrilla...............
(José A. Álvarez Rixo, 1982:206-207)


1831. El Presidente de Venezuela Páez llama a los canarios en exclusiva a poblar los fértiles campos venezolanos como sustitutos de los esclavos negros. Una corriente migratoria de familias canarias se estableció especialmente en los años 40. Su influencia fue tan decisiva que jugaron un papel crucial en la Guerra Federal. Tras la paz vivió su época dorada en el Gobierno de Guzmán Blanco. El auge cafetalero y la crisis bélica cubana la favorecieron en una etapa de grave depresión en la colonia de Canarias tras el crac de la cochinilla. La trascendencia de ese contingente fue tal que entre 1874 y 1888 de los 20.827 inmigrantes registrados 14.403 eran canarios. En el último decenio del siglo, a pesar de la crisis cafetalera desde 1893, siguieron acudiendo para huir del servicio militar por la Guerra en Cuba. Serán los años en que Secundino Delgado publique El Guanche.

1831.
Inmediatamente después del sometimiento de las Islas (Canarias), la parte más aprovechable y mejor del suelo existente fue repartida, con la autoriza­ción de la Corona (de Castilla), entre los que habían contribuido a la conquista como recompensa por sus servicios, repartimientos de los que, por supuesto, también se beneficiaron las iglesias y los conventos. Por esta razón, la nobleza y el clero poseen, actualmente, la mayor parte del suelo y, en rela­ción a ellos, hay pocos propietarios de los estados de la burguesía y el campesinado. Antiguamente, la nobleza solía ceder a terceros aquella partí; de sus propiedades que no podía o no quería trabajar a cambio de un mo­desto censo enfitéutico, del que proceden los denominados tributos, que tales campos de cultivo, sujetos al pago de censos, deben satisfacer a su propietario. Sin embargo, después de haber transformado la nobleza, en los últimos siglos, la mayor parte de sus propiedades en mayorazgos y fideicomisos, ha explotado siempre sus fundos por medio de medianeros, manteniendo un sistema desventajoso que ha llegado hasta el día de hoy.
En realidad, grandes mayorazgos hay muy pocos, y las tierras que los constituyen están, normalmente, dispersas por todas las islas y, dentro de éstas, diseminadas aquí y allí; pues extremadamente raras son las ha­ciendas de varios cientos de fanegadas que conformen un todo unitario, debido a que el suelo está por doquier atravesado por barrancos y zonas rocosas. El noble que es propietario, acostumbrado a vivir inactivo en la ciudad, no se preocupa ni por la agricultura ni por mejorar sus propieda­des; de ahí, la deficiente explotación de los campos y el deterioro absoluto de los edificios en ellos construidos, cuyo aspecto ruinoso delata muy cla­ramente la ausencia continuada de sus propietarios, de los cuales son los menos los que se dedican a la agricultura. Estos terrenos rara vez se arrien­dan; y si lo hacen, el término habitual es el de nueve años; y tampoco suele satisfacerse el arriendo en dinero efectivo, sino que se determina en una cierta cantidad de fanegas de trigo por cada fanegada de tierra, de­pendiendo de la bondad del suelo. Dadas estas circunstancias, el propie­tario dispone para cada trozo de terreno aislado de un medianero propio, quien trabaja el campo, pone parte de la semilla o toda, según la tierra sea mala o buena, corre con todos los gastos de la labranza y parte in natura el producto de la cosecha con su señor, después de haber satisfe­cho el diezmo correspondiente. Esta relación no está vinculada a un de­terminado número de años, como el arriendo de tierras, sino que puede ser resuelta en cualquier momento; por esta razón, el medianero sólo atien­de al presente y a su propio provecho, sin cuidarse de introducir mejoras; y como su señor tampoco se preocupa en absoluto de ello, se sigue como consecuencia que el valor del fundo disminuye cada vez más y ninguna de las dos partes llega jamás a conseguir una cierta riqueza.
La parte del suelo que está cultivada (según los datos de Escolar, apenas un 1/7 del total, esto es, 311.662 fanegadas o yugadas canarias de 6.400 varas cuadradas) es de una fertilidad tal, como suele ser normal en las islas de origen volcánico. En Tenerife, desde el sureste hasta el sur, esto es, desde Güímar hasta el Río de Arico, el suelo está compuesto por piedra pómez desintegrada y por una toba que contiene mucho silicio. En la meseta de La Laguna y en la altiplanicie de Vilaflor hasta Guía y Arona, predomina la arcilla roja. Todo el resto del terreno cultivado y la tierra apta para el cultivo están compuestos por una disolución de arena, esco­rias y lavas basálticas, mezcladas, a veces, con arcilla. De semejante na­turaleza es el suelo de Gran Canaria, La Palma y El Hierro; en cambio, La Gomera tiene un suelo casi exclusivamente arcilloso. El suelo de Lanzarote presenta una mayor variedad, estando compuesto, en parte, de una mezcla de lavas basálticas descompuestas, arcilla, arena y escorias, y, sobre todo en las zonas costeras, de arena calidad, la cual constituye, mayormente, también el componente fundamental del suelo de Fuerteventura. De acuerdo con su situación, el suelo de las Islas debe dividirse en tres zonas, a saber, la zona de montaña, la de medianías y la de costa, siendo ésta última la que proporciona las mejores y más ricas cosechas en los años en que llueve a su debida época. Por otra parte, se emplea el riego artificial en los terrenos de cultivo situados en zonas bajas 3 que se encuentran cerca de torrentes o manantiales, cuya agua se canaliza a este propósito y siendo tales terrenos los más productivos con mucho pues producen hasta tres cosechas al año.

Las fincas, que en las islas más pequeñas se dejan sin vallar, en las islas de realengo están normalmente cercadas, con una simple mural  de piedras; sin embargo, a veces se utilizan también a este propósito las chumberas y, sobre todo, las pitas, las cuales resultan espectaculares a causa de la altura que alcanzan en la época de floración. Y no sólo constituyen un seto muy difícil de atravesar, sino que también, en tiempos de escasez, sus hojas, picadas, sirven para alimentar al ganado, además de proporcionar una tercera utilidad: que se elaboran con sus fibras unas cuerdas muy resistentes.

La manera como se procede en el cultivo de los campos es, aproxi­madamente, la misma en las siete islas. No se usa ningún otro arado que el sencillo arado de mano castellano, sin ruedas, parecido al que es usual en Provenza, sólo que más pequeño y, consiguientemente, de menor peso. Normalmente se ara la tierra con bueyes y, más raramente, con caballos o mulos (si bien, en algunas islas como, por ejemplo, en Langarote y Fuerteventura, se usan también dromedarios), aunque no profunda porque el suelo no es difícil. Además de la pala, son la azada y el sacho las herramientas que más usa el campesino. Con ellos cava el terreno y realiza todas aquellas labores del campo que se pueden hacer sin usar el arado. De la grada y el rodillo no se sirve jamás, bien por no conocerlos, bien por considerarlos superfinos; de las demás herramientas propias del agricultor posee únicamente las más necesarias, no teniendo ni idea de la existencia de las más apropiadas. Como la mayoría de los campesinos poseen poca tierra, no necesitan mantener bueyes para arar, viéndose, así, obligados a valerse para tal propósito de yuntas ajenas, una costumbre que está muy extendida por todas las Islas.

El alquiler de una yunta de bueyes cuesta, por término medio, de 2 libras y 6 chelines a 3 libras ester­linas por día, sin contar la manutención del arriero. El jornal de un mozo de labranza es, aproximadamente, de 8 chelines con manutención y de 1 libra esterlina y 2 chelines sin manutención, siendo algo más elevado du­rante la zafra. Dicho jornal suele pagarse aquí en trigo, debido a la esca­sez de dinero en efectivo.

El procedimiento de los isleños en las labores agrícolas es muy sen­cillo y consiste, más o menos, en lo siguiente: una vez recolectada la cose­cha, se labra todo el campo, bien dejándolo seco, lo que se llama arar de sequero, bien regándolo, si hay agua en las proximidades, lo que se dice resfriar la tierra. En este último caso, unos ocho o diez días más tarde, se le vuelve a pasar el arado (dar hierro) e, inmediatamente después, se la­bra de nuevo el campo una vez más, haciendo, al mismo tiempo, los sur­cos y los canales para el agua, pasándose a continuación a sembrarlo. Los campos a los que no se puede aplicar este riego artificial son divididos en dos mitades, sembrándose cada año una de ellas. La parte que no se siem­bra se usa de la siguiente manera: apenas ha caído la primera lluvia y han salido las malas hierbas, se labra el campo y se siembra con altramuces, guisantes o judías, que o bien se recolectan, o bien se dejan como forraje verde para el ganado; después de esto, el campo queda en barbecho, para ser plantado con trigo al año siguiente. Si no se lo quiere sembrar con los susodichos frutos, propios del campo en barbecho, de to­das formas se labra el campo desde que salen las malas hierbas; y, a su debido tiempo, se ara el terreno una vez más y se planta millo de sequero o, simplemente, se lo deja en barbecho. En ambos casos puede sembrarse el campo con trigo al año siguiente.

Aunque, en las Islas, se está todavía muy lejos de preparar y con­servar el estiércol que sirve de abono con el mismo cuidado que en otros países, sin embargo a este asunto se le presta mucha mayor atención en Tenerife y Gran Canaria que en las demás islas.

Con este fin y habida cuenta la escasa ganadería de las Islas, se recoge todo el estiércol que se puede de los establos de los caballos y del resto del ganado y de los galli­neros, además de las inmundicias de las casas, y se amontona todo en un rincón de la finca, para que se pudra allí y poder ser, después, extendido sobre los campos de cultivo.

Cerca de las ciudades suele cubrirse este es­tiércol con una capa de tierra de cuatro a cinco pulgadas de espesor, que suele mantenerse húmeda echándole, de vez en cuando, un poco de agua, sin dejar que escurra. Si se utilizan excrementos humanos, se mezclan éstos, primero, con mucha tierra y, luego, dicha mezcla se añade al resto del estiércol e, inmediatamente, se lleva al campo que se va a plantar con maíz. Igualmente aprovechan los isleños los escombros de los edificios derruidos, el residuo de las lejías y las algas que el mar arroja a la orilla; también suelen quemar los rastrojos para abonar los campos. Sin embar­go, los campesinos estiman, particularmente, como un abono muy efecti­vo el de la tierra de las cuevas donde anidan las palomas silvestres o donde se encierra a las cabras para pasar la noche, y lo utilizan, sobre todo, cuando plantan papas. Por el contrario, no conocen ni el empleo de la marga, que hay en Gran Canaria, ni de muchas otras clases de abono.

El trigo, el centeno y la cebada se esparcen al vuelo; de la última no se conocen más tipos que la romana y la blanca, de las cuales suele hacer­se el gofio que se consume normalmente. Toda la que no se utiliza con este fin, sirve para alimentar a los caballos, mulos y burros, a los cuales, en otros momentos, suele echárseles, además, una cantidad suficiente de es­pigas de trigo picadas en trozos menudos. De trigo se cultivan los cuatro tipos siguientes: el castellano, el barbudo, llamado aquí barbilla, el trigo de invierno y el morisco. Este último es el más apreciado, por ser el que más grano tiene y por obtenerse de él un pan que, aunque no muy blanco, resulta extraordinariamente sabroso y nutritivo. No es raro que de un solo pie de este trigo salgan veinte o más espigas. En aquellos sitios de las Islas donde no se puede utilizar el riego artificial, se siembra el trigo in mediatamente después de las primeras lluvias, a fines de octubre, pero, a veces, también en diciembre, o tan pronto se perciba que va a llover. Sin embargo, como el obtener una cosecha abundante depende, generalmen­te, de la lluvia del invierno y del rocío de la primavera, pero éstos no siempre se presentan, puntualmente, a su debida época, resulta que, aproximadamente, de cada cinco cosechas se malogran tres por falta de agua, salvándose apenas la sementera, caso que, efectivamente, ocurrió en los años 1815 y 1828. A veces, se produce el curioso fenómeno de que la semilla que no creció en un año, en el que la lluvia se hizo esperar, germina al año siguiente por la misma época, después de que el cielo haya fertilizado las campiñas. Difícilmente podría suceder esto, si las Islas no se encon­traran totalmente libres de gorriones.

Es cosa corriente que el campesino, llevado por la ambición de obte­ner pingües cosechas, siembre las semillas tanto más cerca unas de otras cuanto mejor es la tierra de cultivo, sin pensar que un exceso tal se mues­tra justamente como lo contrario a lo que la razón y la experiencia ense­ñan. El promedio de una fanegada de 1.600 brazas cuadradas de un buen suelo de cultivo puede calcularse en 8 ó 10 almudes o, también, en una fanega de semillas de trigo. Una fanega de este cereal pesa entre 100 y 120 libras, la cual, después de molida, produce 9 ½  almudes de harina y 2 1/2 almudes de afrecho. El trigo que producen las medianías es mejor que el de las zonas altas, pero el que aventaja a todos en calidad es el que se planta en las zonas costeras, particularmente las variedades de trigo morisco y de invierno. En la comarca de La Laguna existe entre los cam­pesinos, desde tiempo inmemorial, la curiosa costumbre de sembrar mez­clados, en el mismo terreno de cultivo, trigo y avena, mezcla que recibe el nombre de trigo avenoso.

Tan pronto como se ha segado y agavillado el cereal, se envuelve en sábanas y se lleva a la era en caballos, ya que sólo en la comarca de La Laguna se dispone de carretas tiradas por bueyes para este menester. Esta era, que suele estar en campo abierto y, a menudo, a varias horas de distancia, es de forma redonda y está empedrada. Aquí se amontona el cereal en parvas, haciendo con las gavillas uno o más círculos del alto de un hombre, cuidando que las espigas miren siempre hacia el interior, y se dejan así, durante algunos días, hasta que se trille. Y se trilla bien utili­zando cuatro o cinco caballos, que, uncidos en una fila, lo pisotean, bien empleando un trillo especial2. Si se quiere conservar la paja con el tallo, se emplea la forma normal de trillar. Después de haber separado el grano, con el bieldo, de la paja y, aventándolo, de las granzas, éste suele conser­varse, en las zonas de medianías, en graneros; pero resulta frecuente que no se atienda con la diligencia debida a tapar las grietas y agujeros del suelo y del techo, donde moran gorgojos y polillas, que, sin embargo, no se encuentran en las zonas altas. Los agricultores cuidadosos almacenan su cereal en grandes sacos de lino y, algunas veces, ponen encima algunas ramas de Bosea yerbamora, cuyas hojas se consideran un remedio infali­ble contra los gorgojos. Los campesinos de las zonas costeras se sirven para este menester de los llamados silos o fosos cuadrados, cuyo suelo y paredes están cubiertos de unos tablones del mismo tamaño y revestidos con paja de trigo. Tales silos contienen de cien a doscientas fanegas y el cereal se conserva, a menudo, largos años, si la tierra se mantiene seca. Para este mismo fin, en Lanzarote y Fuerteventura, se utilizan los llama­dos pajeros, que, a menudo, pueden contener más de mil fanegas de ce­real. En cuanto a los molinos de cereal existentes en las Islas, los hay de viento y de agua, pero su número es muy limitado y son pequeños.

Como los molinos de agua no siempre disponen de toda la que necesitan, mu­chas veces se encuentran parados, sobre todo en las épocas de sequía. Por esto, tanto los campesinos como la gente de las clases más pobres suelen servirse de un pequeño molino de mano para moler el grano tosta­do del que se hace el gofio. Como este molino de mano, además del mismo gofio, constituye el legado más importante que los antiguos guanches han dejado a sus invasores, estimamos que merece una descripción más deta­llada. Está integrado por dos piedras molineras de lava porosa, dispuesta una sobre la otra, y que tienen de 10 a 12 pulgadas de diámetro y de 2 a 2V2 pulgadas de grosor. La piedra molinera inferior está fijada en un so­porte de madera o piedra a una altura de tres o cuatro pies del suelo. La superior da vueltas en torno a una clavija de hierro que atraviesa por el centro a ambas piedras, gracias a un palo, cuyo extremo inferior se fija en el borde de esta misma piedra molinera superior, la cual se puede levan­tar mediante una argolla que sale de la pared. Un dispositivo muy senci­llo, pero que cumple su propósito a la perfección.

En Gran Canaria y en Tenerife se cultiva mucho maíz y una buena tierra, donde se pueda emplear el riego artificial, produce, anualmente, dos cosechas de maíz y una de papas o al revés, según se empiece con el primero o con las segundas, respectivamente. Después de haber abonado convenientemente la tierra, se planta el maíz a una distancia de un pal­mo uno de otro, metiéndose de dos a tres granos en cada agujero. Cuando las plantas, que han salido de dos en dos y de tres en tres, tienen algunos pies de altura, se arrancan de raíz, plantándose, en el agujero que ha quedado, nuevos granos, los cuales, sin embargo, rara vez alcanzan un gran desarrollo. Algún tiempo después se arranca el espigón de las hojas y, tan pronto como la mazorca cobra alguna consistencia, también se arran­ca el cogollo, para echárselo al ganado, al que también le tocan los tallos dobles y las hojas. La cosecha del maíz que se planta en febrero o marzo y en agosto tiene lugar en junio y noviembre, respectivamente. Tan pronto como el fruto está maduro y ha sido recogido, se corta el tallo por la raíz, se guarda y se usa para echárselo al ganado, cuando se haya acabado la hierba. Luego, en la era se libera el fruto de las hojas que lo envuelven y, así, desnudo, se tiende al sol durante algún tiempo, para que acabe de madurar y se seque; después de esto, se desgrana la mazorca mediante un trozo de hierro o de madera esquinados, actividad que realizan en común y, generalmente, de muy buena gana los mozos y mozas del pue­blo, pues bromean y se divierten entretanto. Las mazorcas más grandes y mejores, destinadas a proveer de semillas, se atan y dejan colgadas de las vigas del techo en las casas, desgranándose sólo cuando se van a emplear. Los carozos se usan como combustible. El precio del maíz es, por lo me­nos, igual que el del trigo, si bien, generalmente, es algo más alto, pudién­dose calcular su precio medio en unas 10 libras esterlinas por fanega.

Las papas se cultivan en todas las siete islas, sirviendo de alimento tanto al rico como al pobre. Las papas negras de invierno se plantan en noviembre y se recogen en febrero: permanecen cuatro meses en la tierra y son las que más tubérculos producen. Las papas coloradas permanecen enterradas sólo tres meses, mientras que las papas veraneras se cultivan durante todo el año. De buena gana se utilizan las papas inglesas y las de las otras islas para semillas, pues todas las clases son muy parecidas; sin embargo, está extendidísima la mala costumbre de escoger para semillas las papas más pequeñas y esmirriadas, porque los campesinos, además de otros muchos prejuicios, abrigan también la creencia de que las peque­ñas son las que producen más fruto. El precio medio de las papas, cuyo cultivo se ha incrementado extraordinariamente en los últimos veinte años, es de 5 a 6 libras esterlinas y 8 chelines por fanega.

Con la excepción de Fuerteventura, el cultivo de la vid es considera­ble en todas las Islas, pero, sobre todo, en Tenerife. En esta última isla, los viñedos que producen el mejor vino están en la costa noroccidental y se extienden desde Tejina hasta Buenavista, zona en la que suelen ocu­par el lado sur de las montañas en cuyas laderas están plantados. Muros hechos de piedras sueltas, de dos a tres pies de alto y que se levantan, escalonadamente, a cierta distancia unos de otros, sirven para evitar que la tierra se deslice y corra. Como las piedras no están unidas por argama­sa alguna, dejan pasar por medio de ellas el agua de lluvia que baja profusamente desde las partes más altas de la montaña, sin que quede dañada por ello la viña, cosa que sólo ocurre en ocasiones extraordina­rias. Aquí se cultivan las vides bien apoyando sus cepas en rodrigones, bien tendiéndolas sobre un armazón de cañas y listones; y, por otra parte, pueden verse en largas filas de emparrados o, simplemente, con sus pám­panos extendiéndose por el suelo. Se las suele plantar en hondonadas, que son excavadas con este propósito allí donde haya lava y grietas en las rocas. Cuando se podan, lo que se hace entre finales de enero y principios de marzo, se deja a cada una de ellas dos o tres yemas, después de haber cavado primero el terreno con la azada. En abril se limpian las cepas y se arrancan las malas hierbas que hayan crecido. En junio o julio se levan­tan del suelo los sarmientos y se sujetan en alto, para que no se achicha­rren en el suelo recalentado por el sol. La última operación consiste en aclarar las filas y extender los sarmientos cargados de uvas, para que todos ellos aprovechen por igual la beneficiosa incidencia de los rayos so­lares. Donde las circunstancias lo permiten, se usa también el riego artificial; sin embargo, las uvas que no se riegan son las que producen el vino mejor y más fuerte. La vendimia empieza a principios de septiembre y se prolonga hasta bien entrado octubre, según la naturaleza del lugar en que estén situados los viñedos. En la vendimia no se suele operar, cu general, con el cuidado y la limpieza requeridos. Así, por ejemplo, no se pone ningún reparo en mezclar, en la recolección, uvas maduras y verdes, buenas y podridas, juntándolas todas. Cuando se pisa la uva se procede con la misma negligencia y no resulta raro que se mezclen distintos mon­tos, aunque algunos ya hayan empezado a fermentar. El lagar con todos sus accesorios suele estar lleno de inmundicias, pues sirve de residencia, durante todo el año y hasta que se lo necesita, a las aves de corral o a los perros y gatos. Se compone de un recipiente cuadrado de madera mal labrada, de seis pies de largo por dos de alto, sobre el que se fija una viga muy gruesa. Cuando el lagar está casi lleno, se mete allí una media docena de campesinos jóvenes, que con los pies desnudos pisan la uva. Despues se exprimen totalmente los hollejos y el escobajo con ayuda de la viga. Mezclados con agua y vueltos a exprimir de nuevo originan una bebida ligeramente alcohólica, que se llama aguapié y que es muy aprecia da entre la gente del campo. La fermentación del mosto tarda aproximadamente seis semanas. Sin embargo, los barriles en que se envasa no se limpian ni se arreglan con anterioridad como sería deseable; e incluso, en las mismas bodegas suele estar todo tan sucio y se encuentran allí tales cosas, que bastarían por sí solas para echar a perder totalmente el mejor vino que podría resultar.

De las uvas de la que se obtiene el vino hay las siguientes clases: la uva vidueña da un vino seco, muy similar al de Madeira, que se conoce en Inglaterra con el nombre de vidonia y cuya cualidad superior se designa con la denominación de "London Particular". La uva malvasía, oriunda de Grecia, produce o bien un vino generoso, parecido al anterior y que, a menudo, se mezcla con aquél, o bien el llamado seco o malvasía dulce, según se recolecte la uva cuando este madura o se espere hasta que empiece a secarse. Además de esto, de la uva listan se logra un vino ligero muy agradable, muy parecido en sabor- a los vinos del Rhin de clase inferior. De otro tipo de uva, llamada negra molla o tintilla, se consigue un vino ligero, de color rojo claro, parecido al del sur de Francia y que en Alemania se usa para mezclar con los vinos de Burdeos. Queremos, ahora, proporcionar al lector un cuadro sinóptico de los frutos del campo y de otros vegetales y plantas que se cultivan en Canarias. Las zonas más fértiles para el cultivo de cereales son, sin discusión, las situadas en las zonas bajas; y, en los años  que cae lluvia abundante v a su debido tiempo, Gran Canana, Lanzarote y Fuerteventura produ­cen ellas solas tanto grano que pueden proveer a las demás islán, que no lo cultivan en tan gran cantidad, por lo que se considera a aquellas como el granero de todas las demás. En conjunto, se cultiva todo el cereal necesario para el consumo anual; sólo en el caso de largas épocas de ma­las cosechas es preciso importarlo del exterior, haciéndolo venir desde España, de forma fácil y barata, en tiempo de paz; pero, si la madre patria está inmersa en una guerra que implique batallas navales, esto resulta, en ocasiones, extremadamente difícil. El producto medio total de las cose­chas de los mejores frutos del campo, durante el período de cinco años que va desde 1800 a 1804, expresado en números redondos y en fanegas, 4Vz de las cuales equivalen a un quarter inglés de 8 bushels, fue el siguiente:

Tipo de cereal
T
GC
F
L
LP
G
H
Producto total
Trigo
97.600
51.700
39.400
28.600
19.200
8.400
500
245.400
Centeno
9.900
4.100
100
5.500
11.700
2.100
2.500
35.900
Cebada
24.900
53.400
111.600
125.000
18.100
9.600
8.400
351.000
Avena
1.800
-
-
-
-
-
-
1.800
Maíz
30.300
133.000
2.100
17.200
1.100
3.200
160
187.060
Patatas
314.000
127.700
8.000
52.000
46.000
10.000
5.000
562.700
Producto total
478.500
369.900
161.200
228.300
96.100
33.300
16.560
1.383.860

Lo que da un producto total de 1.383.860 fanegas. Estos datos pare­cen un poco optimistas, porque un autor posterior ha tasado el producto de la cosecha de 1813, un año con un promedio normal, en 1.372.177 fane­gas. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que el cultivo de cereales y papas se ha incrementado tan significativamente desde entonces, que, actualmente, la cosecha media debe de ascender a un millón y medio de fanegas al año. El precio medio del trigo, de acuerdo con el cual se fija el de los otros cereales, puede estimarse en dos pesos la fanega, según lo cual el quarter inglés podría costar unas 40 ó 42 libras esterlinas. Si sube el precio del trigo, significa que el producto de la cosecha no se considera suficiente para atender a las necesidades del mercado interior, constitu­yendo tal subida de precios el santo y seña para que los comerciantes se apresten a importarlo de fuera. En cambio, si el precio del trigo cae por debajo de la cifra mencionada, esto significa que la cosecha ha excedido las necesidades de la demanda, como ocurrió en los años 1825 y 1826.

Se cultivan muy pocas semillas: linaza se planta, sobre todo, en Gran Canaria, pero en ninguna de las Islas en cantidad suficiente para satisfa­cer la demanda interna, por lo que las tres cuartas partes tienen que ser importadas del exterior. Alpiste producen Tenerife y Gran Canaria, pero sólo unos pocos quintales para consumo propio. De zumaque, que, en par­te, crece silvestre y, en parte, se cultiva, se obtienen, anualmente, de 4.000 a 5.000 quintales para las necesidades de las curtidurías de pieles. Se cultivan también en las Islas las hortalizas más habituales, como calaba­zas, pepinos, coles, guisantes, habas y judías, garbanzos, lentejas, ñames, lechugas, pimientos y cebollas y ajos de excelente calidad, aunque no hay huertas propiamente dichas, siendo que, con mayor cuidado, podría pro­ducirse muchísimo más. Pero donde más se nota el atraso es en el cultivo de los árboles frutales: se considera que con plantar un árbol frutal ya se ha hecho lo suficiente, sin que haya que preocuparse más por él, de mane­ra que nadie piensa en podar los brotes o ramas secos ni en cuidar o aten­der el tronco. Por esta razón, los más de los frutales se encuentran retor­cidos y raquíticos, llenos de parásitos y cubiertos de liqúenes y moho, siendo su fruta poca y de mediana calidad; y ello a pesar de que, si se prestara mayor cuidado y atención en el cultivo de los árboles frutales y dada la bondad de su clima y suelo, Canarias podría poseer casi todas las frutas de la Tierra, con la mejor calidad y la mayor abundancia, pues no sólo se dan muy bien las europeas, sino también muchas de las americanas que se han transplantado aquí. Las frutas más abundantes, en Tenerife y Gran Canaria, son las siguientes: manzanas y peras (si bien hay pocas catego­rías de las clases superiores), membrillos, cerezas, ciruelas (tan abundan­tes en Vilaflor que, una vez secas, se envían a todas partes en la isla), alharicoques y diferentes clases de melocotones (que se dan muy bien, porque estos árboles necesitan aquí menos cuidados), moras, almendras, castañas y nueces, higos (siendo tenidos los de El Hierro por los mejores de todos) e higos chumbos (que crecen en abundancia por doquier), naran­jas dulces y limones (que son exquisitos, sobre todo, en las zonas costeras donde hay cerca agua para poder regarlos), plátanos (muchos y de exce­lente calidad). Otras frutas menos extendidas son la piña tropical, dáti­les, granadas, papayas, guayabas, chirimoyas y algunas otras frutas tro­picales. El olivo, que crece silvestre en algunas zonas, se cultiva, desgraciadamente, muy poco, porque los propietarios de tierras se quejan de que los fuertes vientos que suelen soplar en la época en que los olivos florecen arruinan la esperanza de una buena cosecha; así, en Gran Cana­ria, y más concretamente en Agüimes y Temisas, donde se hallan las ma­yores plantaciones de olivos, pasan, a menudo, dos o tres años sin que den fruto. Aunque las aceitunas son pequeñas, producen un aceite de muy buen sabor; sin embargo, la mejor cosecha no ha superado jamás las 40 pipas. Si se plantaran olivos en los lugares adecuados y no se los dejara crecer tanto, sino que se los podara a su debido momento, se lograrían cosechas tan abundantes como en el sur de Francia y se ahorrarían las Islas un total de, al menos, diez mil libras esterlinas contantes y sonantes que van todos los años a España para pagar este artículo de primera ne­cesidad. (Francis Coleman Mac-Gregor [1831] 2005:197-208).

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