lunes, 26 de agosto de 2013

EL COMERCIO DE ESCLAVOS EN ESTA COLONIA CANARIA DURANTE EL SIGLO XVII






Eduardo Pedro García Rodríguez

1605.
Los libertos en la sociedad canaria del siglo XVI
El comercio de esclavos.
La trata junto con los otros sectores económicos completa para el siglo XVI el cuadro de las transacciones comerciales en Canarias, y hace posible que algunas ciudades canarias, entre ellas Las Palmas, se conviertan en puntos activos del comercio. Esto es posible porque este tipo de actividad mercantil, en el que la mercancía era humana, exigía la movilización de abundantes capitales, imprescindibles para realizar las operaciones, adquirir la materia prima y colocarla en los distintos mercados.

El comercio esclavista requería de complicadas operaciones, se­gún se tratara de organizar cabalgadas hacia Berbería o de expedicio­nes con sus respectivos rescates al África negra. Las cabalgadas ve­nían a constituir operaciones de carácter militar, en cuyo espíritu rei­naba la idea de continuidad de la Reconquista, cuyo objeto era asaltar la vecina costa africana y coger al lazo, mediante razias, a los pobla­dores berberiscos de la costa.
En un estudio que hemos realizado, lo­gramos contabilizar para todo el siglo XVI 157 cabalgadas, que par­tiendo de los puertos de las Canarias orientales se dirigían a Berbería.

El análisis de la documentación de protocolos nos informa de la cons­titución de sociedades, de los fletamentos de las naves y del reparto de beneficios; la elaboración del material nos permitió deducir que en cada expedición de este tipo se obtenían unos beneficios que rayaban entre el 100% y el 200% sobre el capital invertido. Los principales ca­pitalistas eran los señores de Lanzarote y Fuerteventura y los gober­nadores, oidores, regidores, canónigos, mercaderes y hacendados de las islas de realengo.

Este tipo de operaciones requería no solo de la búsqueda del transporte, sino de una experta y segura tripulación, a quién se paga­ba en altos precios y piezas de esclavos. Así los maestres y marineros cobraban el triple y, a veces, el cuádruple que los artesanos, obser­vándose un aumento a medida que avanza el siglo. A estos técnicos se unían los soldados, de a pie y de a caballo, con su artillería para asegurar el golpe.

El sistema de las cabalgadas se complica al tener que contemplar un variopinto número de participantes. Pues junto a los capitalistas y sus inversiones, tanto en dinero como en mantenimientos, hay que tener en cuenta a los marineros y naves, su procedencia, sistemas de adquisición y pago, reparaciones, construcciones etc. A ellos se unen los empresarios y técnicos, adalides y soldados con el arma­mento, vituallas, mercancías, trueques y operaciones para concluir con el reparto de beneficios al final de la jornada, que podía durar de 1 5 días a un mes según resultara de fácil o difícil la operación.

De todo este sistema, resultaba un segundo proceso, el del resca­te. Pues en estas cabalgadas se cautivaban, a veces, moros importan­tes a los ojos de la tribu, que en una segunda operación, ahora en son de paz y siempre en suelo africano, se canjeaban por varias piezas de negros. Si por el contrario los apresores quedaban apresados también se realizaba el canje tanto por moros como por dinero, armas y mer­cancías.

Las expediciones al África negra seguían un proceso completa­mente distinto, desde el momento en que la operación militar estaba ausente. La distancia aumentaba al encontrarse los puntos de destino en Senegal, Guinea y Cabo Verde, aunque con frecuencia se rebasa­ban para llegar hasta el Congo, Angola e islas del golfo de Guinea. La distancia, junto con el riesgo y la protesta lusitana de los embajadores portugueses en Madrid, por contravenir los canarios los pactos entre Castilla y Portugal, favorece los beneficios que se elevan hasta el 300%.

Otra diferencia con respecto a las cabalgadas, es que mientras en aquéllas los participantes eran solo subditos castellanos, ya fueran is­leños o no, en éstas intervienen mercaderes y hombres de negocio de distintos puntos de Europa que invierten sus capitales en estas em­presas. Los portugueses, ¡lícitamente y en contra de los intereses de su reino, se enrolan en estos negocios. Su presencia en las expedicio­nes las favorece, pues las zonas donde se efectuaban los rescates eran de dominio portugués, y por lo tanto eran conocedores no sólo de la costa sino de los lugares donde se podían obtener más piezas a mejores precios.

La dualidad de las fuentes de esclavos hizo posible la aparición en Canarias de dos tipos de cautivos; berberiscos del noroeste africa­no y negros rescatados o comprados en Cabo Verde y Guinea.

Al llegar a los puertos y mercados isleños estos esclavos eran vendidos como cualquier otra cosa a menudeo o en almoneda pública por lotes. A partir de aquí pasaban a ocupar un lugar importante en los ingenios, haciendas, casas particulares y monasterios. A través de las ventas se rastrea el mercado y se conoce su importancia. A él acuden gentes de todo origen y condición social en el que dominan los mercaderes. Las Palmas se convirtió en el siglo XVI en un mer­cado importante, y su prosperidad se debió en parte a la trata, com­parable a los de Sevilla y Lisboa.

También las operaciones de compra-venta permiten conocer otros aspectos esenciales del esclavo como su nombre, raza, edad, procedencia, salud, tachas, etc.

A partir de su salida del mercado se comprueba como los escla­vos se integran en la sociedad insular recién creada, con un aporte poblacional del 12% con respecto a la población libre. Los censos, li­bros de bautizos, de confirmaciones y de matrimonios dan prueba de ello. Este grupo social, marginado y discriminado, es asimilado rápida­mente, a pesar de los problemas de lengua, ya sean bozales o ladinos, religión, usos y costumbres, aún cuando las dos variantes de esclavos presenten particularidades diferentes. En este aspecto mantienen huellas de su antigua idiosincracia como lo prueban las prácticas de brujería, el curanderismo favorecido por la inasistencia médica, el pa­ganismo y el folklore. A pesar de estos problemas el fenómeno de aculturación fue más fuerte de lo que pueda pensarse, hasta tal punto que cuando Felipe III decreta la expulsión de los moriscos de todo el territorio nacional, pide información a las autoridades canarias por medio de la Audiencia de Las Palmas sobre el comportamiento de los moriscos. Los informes son tan satisfactorios que los berberiscos acli­matados y nacidos en Canarias, quedan exceptuados de la expulsión.

Los negros se integraron aún con mayor facilidad, tal vez por su mayor primitivismo y escaso bagaje cultural. La asimilación fue facili­tada no solo por los propios pobladores sino por la legislación, basada en Las Partidas, que permitía y preveía la manumisión, por la protec­ción de la Iglesia y por la predicación de las órdenes mendicantes.

Las leyes y las prácticas caritativas de los eclesiásticos, fueron ampliadas por la actitud benevolente de la sociedad isleña hacia el esclavo, en particular en las relaciones amo-esclavo. Estos aspectos se contemplan en las relaciones testamentarias de los dueños, quie­nes en su última voluntad tienen un recuerdo para sus cautivos a los que liberan y dejan bienes. La libertad concedida bien a través de cláusulas testamentarias como de escrituras de alhorría permiten el acceso de un eslabón a otro, es decir del estado de servidumbre al de horros o libertos.

Esta visión rápida de la sociedad y economía canaria del Quinien­tos, se completa ahora con el estudio de los libertos, hombres y muje­res que procedentes de la cautividad se van a ir integrando en el cuer­po general de la población libre.

Los libertos.

Conocida ya la importancia que jugó la esclavitud en las Islas Ca­narias en el siglo XVI, sabemos que de la institución resultó y se gestó un grupo humano marginal, del mismo origen que los esclavos, negros-moriscos-mulatos, si bien muchos descendientes de aquéllos y nacidos en las islas, a quienes se les conoce como criollos, que va a ocupar un lugar importante en la sociedad del momento como mano de obra necesaria en todas las actividades económicas. Nos referi­mos a los libertos, grupo al que no solo a nivel insular, sino incluso nacional, se le han dedicado pocos estudios.

Los libertos constituyen en la escala social el nivel entre los es­clavos y el grupo más bajo de los libres. Por esta razón, quizá, se en­cuentran inmersos en los mismos trabajos a que estaban acostum­brados en su estadio anterior. Se les relaciona con los ingenios de azúcar, con lo cual se confirma una de nuestras hipótesis: siguen tra­bajando en los mismos establecimientos que motivaron su entrada en esclavitud. Son los negros los más asiduos, pues tanto laboran en cui­dar las cañas como en trabajar en las calderas, en las prensas y en los bagasos, convirtiéndose incluso alguno en capataz o en contratador del resto del personal, por lo común de su mismo origen.

Los moriscos, más reacios a la dureza de estos oficios, prefieren dedicarse al transporte, pues no en vano controlan todo el acarreo pe­sado, en especial cargando las bestias con leña y caña con destino a los ingenios. Tampoco desdeñan el cuidado del ganado, en donde in­cluso son preferidos siempre que se trate de ganado menor y de ca­mellos.

Ambos grupos son también expertos en otros trabajos: labran piedras de moler y preparan hornos para cocer cal.

En las cabalgadas a Berbería participan los moriscos bien como soldados o como adalides, es decir lenguas, que introducen al resto del personal en la tierra y les indican los aduares de moros. Las expe­diciones que zarpan desde las islas de Lanzarote y Fuerteventura cuentan con gran número de ellos, pues los señores de aquellas islas confían en ellos, y forman su propia guardia con naturales berberis­cos.

Por su origen debemos distinguir entre los libertos dos subgrupos. Los que fueron más reacios a la integración, por razones religio­sas inmersas en un contexto sociológico. Estos fueron los moriscos; el que algunos de manera aislada se integraran plenamente no es ob­jeto para invalidar la anterior aseveración.

Los negros se pueden considerar, igual que en otras zonas, como una clase diligente y útil que aprovechaba cualquier oportunidad y ayudó a construir el país para sí y para los españoles.

Ambos grupos se sentían vagamente solidarios, con un único lazo común: su procedencia de la condición servil; a éste se unía otro más problemático y no necesariamente bipartito, el de las asociacio­nes religiosas.

Los problemas con el Santo Oficio fueron similares, aún cuando la incidencia de los moriscos en problemas de ortodoxia fue mayor que la de los negros. Aquéllos traían de sus tierras un bagaje cultural relacionado con prácticas mahometanas y con problemas de hechice­ría. A estas causas se une la de la huida a Berbería, lo que les cuesta naufragios o la hoguera si son cogidos en el intento. La problemática de los negros está centrada en su soterrado paganismo o en prácticas de curanderismo.

En el aspecto social es de señalar su fusión con otros grupos ser­viles, lo que dio lugar al blanqueamiento y a la aparición de mulatos y loros.
En conjunto y ante problemas comunes se unían para nombrar apoderados que defendieran sus intereses e incluso, en alguna oca­sión, los de sus parientes, todavía esclavos.

El título del trabajo puede hacer pensar que en él se incluyen a los indígenas libres. Ahora bien, el problema para analizar cualquier grupo de población liberta va íntimamente relacionado al sistema es­clavista y se ha de ser esclavo plenamente para pasar a formar parte luego de la minoría liberta. Los indígenas que hemos hallado, a lo lar­go del siglo XVI, no responden a la denominación de horros, y si los hubo, cuestión que creemos, no aparecen en nuestra documentación. Todos comparecen ante escribano como naturales y vecinos. Además la aculturpción de los aborígenes conlleva otra problemática distinta a la de los africanos, por el hecho de que la mezcla entre ellos y los conquistadores fue más rápida, y aquel no se cuestionó con los cana­rios la doble imagen que a sus ojos ofrecían los negros y los moriscos, a los que identificaba como esclavos y a quienes se les aplicaba, a ve­ces, las restricciones y recordatorios similares a los de su posición an­terior. Añadían a ello el prejuicio racial y la presunta ilegitimidad.

Sobre la población liberta en el archipiélago, igual que de otras minorías, apenas si se tiene información. Mientras que de los escla­vos y de la trata se tenían algunas noticias sueltas y deshilvanadas, que si bien no calibraban su importancia al menos orientaban, de los libertos y su actividad no se tenía ni eso. Nuestro objeto es estudiar su volumen y actitud dentro de la sociedad canaria del Quinientos.

Creemos que por ser un grupo marginal, íntimamente relacionado con la economía isleña, por su capacidad de fuerza productiva, su es­tudio llenaría una más de las lagunas de que adolece nuestra historia. (Manuel Lobo Cabrera, 1983: 9 y ss.)



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