viernes, 31 de octubre de 2014

Dia de finados





Tal día como mañana por la noche se encienden lamparillas en un recipiente con aceite y agua por las almas de los fallecidos. Antaño las cofradías pedían para la novena de ánimas y se piensa que soñar con muertos significa boda. En el pasado se le ponía una vela encendida en la mano del moribundo para que no fuera al purgatorio
se ha perdido la costumbre de ponerle a los difuntos décimas que en el pasado encargaban al poeta Guillermo Perera, para luego los familiares del muerto fingir llantos. Los allegados al fallecido cogían escritos poéticos y se enteraban de los datos de la vida del llorado, mientras otros optaban por comer al lado de las tumbas con manteles en el suelo.

En los pueblos de Canarias, la muerte de una persona no pasaba desapercibida para nadie en aquel pequeño pueblo marcado por las faenas agrícolas y el cambio de las estaciones. Ningún vecino podía ser ajeno a ella y, de un modo u otro, era inexorable su activa participación en el hecho.

La casa del muerto se convertía en el centro de la actividad social, cuyos habitantes encontraban pocas oportunidades de encontrarse y reunirse, aparte de las que, eventualmente, les proporcionaba la misa o las escasas fiestas. Por el ambiente
creado, parecía que el pueblo había perdido el aliento al mismo tiempo que el extinto.
En un principio, la tradición de los finados era, eminentemente, familiar y se contaban anécdotas de los finados de la familia y los hacía presentes con sus palabras. Mientras tanto, se compartía una comida frugal a base de donde se había preparado el condumio, consistente en torrijas con miel de caña, nueces, castañas asadas, higos pasados, acompañado todo con vino, mistela, con anisado. Luego se salía y la celebración llevaba el rito en la calle con los ranchos de ánimas que iban por el pueblo con sus cánticos.
En verdad, tenía todos los visos de una comida ritual: se hablaba poco, se rezaba y los abuelos suspiraban pensando si llegarían a la comida del próximo año. Mientras se oscurecía por la llegada de la noche, si es que la luna no lo remediaba, lucían y crepitaban las lamparitas de aceite en honor de los muertos. Así comenzaba la noche de difuntos con el insistente doblar de las campanas, cuyos toque de ánimas parecían suspiros lastimeros.
María Gómez Díaz. Octubre de 2014.


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