domingo, 20 de noviembre de 2011

Aspectos etnográficos del lenguaje silbado de las Islas Canarias.





José Carlos Ortega Albelo


Revisando fuentes antiguas, crónicas de viajes y otros trabajos sobre los antiguos canarios, encontramos valiosos testimonios de cómo fue frecuente el uso del lenguaje silbado en Canarias desde tiempos muy remotos.
 Como un eco, cortando la negritud de la noche, ondulando montañas, llegaba, apagado y lejano, el sonido de un silbo. El tono de atención y el nombre del demandado. Los oídos de la isla estaban atentos a traducir el mensaje. Con una visión pesimista, se tenía la certeza de que un silbo en la noche era el presagio de una enfermedad, una llamada angustiosa para un galeno. Y el más cercano al pueblo tenía la obligación de repetir el mensaje hasta que llegaba al interesado.
 Con estas palabras describía la trascendencia que tenía el lenguaje silbado en la isla de la Gomera el silbador Virgilio Brito, en un pequeño artículo suyo publicado en el programa de las Fiestas de El Cedro en agosto de 1978. Y no era para menos. Esta práctica tuvo un peso especial en nuestras Islas antes de que la mejora de las comunicaciones, la llegada de nuevas tecnologías, la terciarización de la economía y el abandono sistemático de las tareas agrícolas y ganaderas, hicieran que perdiera la imporancia de antaño. Sin embargo, durante nuestra historia distintos autores recogieron la funcionalidad que proporcionaba este lenguaje en la vida de sus habitantes, registrando auténticas estampas etnográficas del pueblo canario.
Testimonios antiguos de la utilidad del silbo canario
Revisando fuentes antiguas, crónicas de viajes y otros trabajos sobre los antiguos canarios, encontramos valiosos testimonios de cómo fue frecuente el uso del lenguaje silbado en Canarias desde tiempos muy remotos.
 Así, el catedrático de arqueología de la Universidad de La Laguna Antonio Tejera Gaspar, en su trabajo El lenguaje silbado de los gomeros, hace referencia a la utilización frecuente del silbo en la isla de Tenerife antes de ser conquistada. Concretamente, nos cita la obra de Abreu Galindo, quien afirma que con ahumadas se entendían, y con silbos que daban de lo más alto; y el que los oía silbaba al otro, y así de mano en mano en breve tiempo se convocaban y juntaban todos.
 También, para la isla de Gran Canaria, recoge un testimonio publicado en las Décadas de Alonso de Palencia, cronista de los Reyes Católicos, el cual dice que los canarios acudieron desde diversos lugares, cuando desde las atalayas en rocas inaccesibles, los viejos les indicaron con un silbido, que utilizan como las señales de un cuerno o de una trompeta, que ya podían y debían atacar al enemigo.
 Por su parte, el insigne doctor chasnero Juan Bethencourt Alfonso, en el tomo I de la Historia del Pueblo Guanche (1931), abordará la cuestión del silbo canario, expresamente sobre las noticias que sobre el silbo articulado hemos recogido en algunas islas y su actual existencia en La Gomera y Tenerife.
 Sobre la isla de Tenerife nos comenta lo siguiente: Los guanches poseían la facultad de trasmitir sus pensamientos a distancia articulando los silbidos, constituyendo un verdadero lenguaje de expresión. Tal era así que por medio del silbo articulado se hacen preguntas, envían recados y sostienen conversaciones más o menos largas según el hábito y habilidad de los interlocutores. En menos de una hora pueden circular las noticias por la isla; siendo tradicional en Tenerife que los alzados, que tantos años después de la conquista se mantuvieron en armas contra la soberanía de España, se valían de dicho lenguaje para concertar correrías y eludir las persecuciones.
 Ya para el siglo XIX tenemos la crónica Las Islas Canarias. Cuadernos de viaje (1872) de Karl von Fritsch, quien tras su visita a la isla de La Gomera, realizada en noviembre de 1862, nos proporciona este interesante texto: Más tarde, en el camino entre Alajeró y Santiago, tuve la oportunidad de conocer una forma singular de entenderse a gran distancia, un lenguaje convencional que los gomeros utilizan cuando los interlocutores están alejados: la comunicación por silbos. Los pastores gomeros han sabido imprimir al silbo emitido con ayuda de los dedos tantas modulaciones, que son capaces de llamarse unos a otros, habiendo profundos barrancos de por medio, y de expresar preguntas y respuestas diversas. En este sentido, personas dignas de crédito me han contado que, empleando este medio, han encargado leche a pastores que apacentaban sus rebaños lejos de allí.
 Un comandante del ejécito español, a quien tal cosa le parecía increíble, hizo colocar a dos gomeros a considerable distancia uno del otro, mandando preguntar por silbos si José conocía al inglés N. de La Orotava. Le tradujeron la siguiente respuesta: «Ni lo he visto ni lo conozco». Entonces el oficial se acercó al preguntado, mandándole repetir verbalmente la pregunta y la respuesta.
 Se dice que este medio de comunicación típico de La Gomera, que, por supuesto, sólo comprenden los iniciados, ha reportado, algunas veces, ventajas a los españoles en tiempos de guerra. Anteriormente, los isleños silbaban salmos de alegría en la iglesia durante la celebración de la Navidad; pero, habiéndose derivado abusos de ello, en el año del Señor de 1862 el sacerdote prohibió dichos silbos so pena de graves castigos. Sin embargo, no se abría hecho cumplir tal prohibición, si los próceres de la villa de San Sebastián no se hubieran repartido por la iglesia y cerrado las puertas en la Misa del Gallo. Sin embargo, antes y después silbaron en las calles más alto si cabe.
 Para finalizar, sobre la isla de El Hierro tenemos que hacer referencia a René Verneau (1880), el cual nos dice que en el pueblo de El Pinar quedaron sorprendidos de oír por todas partes los silbidos y sonidos de una trompa. Era la señal de llamada.

“Estampas” etnográficas del siglo XX y XXI
Retomando el artículo del silvador gomero Virgilio Brito, nos encontramos con valiosa información desde el punto de vista etnográfico, mucho más actual, explicándonos la importancia que tenía en los años 70 el lenguaje silbado en su isla y la diferencia entre el silbo de día y el realizado por la noche: En muy pocas ocasiones el mensaje no era nada trascendental. Un simple aviso para salir al día siguiente a determinado paraje o determinado negocio. Eran los menos. El silbo en las noches gomeras era como una señal agorera de enfermedad, calamidad o muerte. El día era otra cosa. El día era laboriosidad y el silbo avisaba el agua, las faenas agrícolas, la muerte del cochino, etc.
 Del mismo modo, se lamenta del continuo retroceso que comenzaba a tener esta práctica en La Gomera: Hoy el silbo es un tema de museo. Se silba pero menos; otros medios lo han desplazado. El silbo ha pasado a ser una pieza del folklore. Estudios, leyendas, cábalas sobre su origen. Pero un no rotundo a su verdadera naturaleza.
 Este diagnóstico fue compartido en el artículo de Diana Clyton Soar, para la revista Eseken (2000), la cual citando el libro «The Canary Islands» de Henry Myhill, publicado en 1968, dice que en aquellos tiempos el silbo se oía cada vez menos en la capital de la isla, pero este señor afirma haber oído un mensaje silbado, en una ocasión, por los altavoces de la Santa María de las Nieves (uno de los correíllos que unía San Sebastián y Santa Cruz de Tenerife anterior a la construcción del puerto de los Cristianos).
 Corneluis Kriel el encargado de las plantaciones Olsen en Playa de Santiago contó a Myhill que el silbo era muy útil en la finca: por ejemplo, para localizar al capataz, o enviar órdenes para abrir un canal de riego y cerrar otro. Pero, otra vez más, eran los gomeros los que sabían sacar el máximo provecho del silbo: el encargado se quejaba que era imposible para él hacer una visita sorpresa a una plantación lejana y coger a los trabajadores desprevenidos.
 En Valle Gran Rey un maestro le contó la siguiente historia: una noche los vecinos de La Calera estaban preocupados. Se veían luces en una zona muy escarpada de la montaña, ellos temían que unos forasteros no podían encontrar el camino y que estaban en peligro de caerse por el precipicio, en cualquier otro sitio tendrían que haber enviado un equipo de rescate a investigar, aquí bastaba unos cuantos silbidos para averiguar que eran campesinos buscando un baifo.
 En la obra del etnomusicólogo y silbador güimarero David Díaz Reyes El lenguaje silbado en la isla de El Hierro podemos encontrar innumerables reseñas etnográficas, recogidas en las entrevistas que realizó a veinticinco informantes herreños para elaboración de su trabajo. Entre ellas, podemos destacar, a modo de muestra, algunas de ellas.
 En la realizada a Amadeo Quintero Padrón, silbador de El Mocanal, comenta que su madre, doña Elvira Padrón Hernández, le comentaba que cuando ella era pequeña, su padre Ignacio Padrón (…) silbaba mensajes como «tráiganme papas, o tráiganme gofio». Prosigue diciendo que el silbo se usaba como saludo, para traer cosas, o llevarlas, y así.

Asimismo, Juan García Padrón, silbador y pastor de Guarazoca, afirmaba que le silbaban a los animales, pero también a las personas, se ponían a chacoliar (...) [*Chacoliar es una voz herreña que hace referencia a una conversación en la que se hablan cosas sin mucha importancia]. Nos decíamos «vamos», «ven aquí»...
 Por su parte, Antonio Gutiérrez Padilla, natural de Valverde aunque residente en El Mocanal, durante la realización del trabajo, nos comentó que el único teléfono que había en el pueblo estaba en su casa. Así, cuando llamaba alguien, Antonio salía a la calle y silbaba por la persona requerida. También recuerda cómo un doctor, conocido por José Fernández el médico, y que procedía de El Pinar, le silbaba desde la carretera para que abriera el bar: “Me silbaba «¡Antonio, levántate a echarnos una copa!».
 También Fernando Padrón Casañas Sando, silbador de Betenama, al preguntarle qué es lo más antiguo que recuerda de comunicación por silbo contestó que Tío Pancho del de los machos (natural de Hoyo del Barrio) silbaba más de tres kilómetros para que pusieran las papas al fuego, que traía pescado de la costa. Y de oír a mi padre hablar de silbadores en El Pinar. También expresa que con mi hermano me entendía todo, se entienden más si son de la familia, Pero a los que no eran, costaba, pero se entendía también.
 Y para finalizar, en la entrevista realizada por el autor a Victoriano Fidel Padrón González, silbador de Frontera, comenta que nos llamábamos con el silbo, como a dos kilómetros o más. Mi padre me llamaba a mí desde pequeño con el silbo por mi nombre, y nos decía ven pa'rriba o vamos. Continúa diciendo: de madrugada acostumbrábamos de ir pa'l mar, a coger cangrejo, y nos silbábamos.
 A modo de conclusión, David Díaz afirma que muchos herreños, todos nacidos antes de 1950, aprendieron el lenguaje silbado, y lo hicieron desde pequeños. Era necesario, pues facilitaba las labores del campo, tanto en el pastoreo como en la agricultura. También valía para la transmisión de cualquier otro tipo de mensaje, por lo que gozó de gran consideración.
Esquivando a la Guardia Civil
Tal y como ilustra la popular obra cinematográfica de los Hermanos Ríos Guarapo (1989), en nuestra historia moderna fue frecuente echar mano del silbo para evitar problemas con las fuerzas del orden público, en especial con la Guardia Civil. Ésto queda refrendado en algunos informaciones expresadas por personas tanto de la isla de La Gomera, como de El Hierro.
 En el artículo de Diana Clyton Soar, nos cuenta que citando a Fernando Sanz en su Historia Popular de La Gomera publicada en 1998: «Era de tanta utilidad el silbo en los tiempos de escasez que cuando ibas al monte y escapabas de los guardas y lograbas hacer una hornilla, para obtener el carbón vegetal… cuando ellos veían el humo, iban hasta allí, pero como ya les habían avisado con el silbo, allí estaba la hornilla ardiendo pero allí no había nadie y como ellos, se tenían que ir y los estaban acechando para en cuanto se fueran continuar en el trabajo. Si están juntando leña igualmente y si juntando ramas para los animales o cualquier cosa que estaba prohibida, y de cualquier peligro, el silbo era la telegrafía sin hilos.» Esta práctica estaba muy extendida, Sanz vivía en Jerduñe, pero un vecino de Meriga me ha contado la misma historia de los carboneros y la Guardia Civil.
 Para el caso de El Hierro, podemos verlo reflejado en la ya citada obra El lenguaje silbado en la isla de El Hierro en dos de las entrevistas realizadas, en concreto, a los vecinos de El Mocanal Amadeo Quintero Padrón y José Carballo Armas. El primero, recuerda alguna vez que se silbaron para avisarse de que venía la Guardia Civil cuando hacían el margareo o malgareo, que estaba prohibido. [*El malgareo es un ruidoso ritual de burla usado como crítica social típico de El Hierro]. El segundo nos cuenta que cuando malgariaban, y los del pueblo o la Guardia Civil iban a perseguirlos, los que hacían el malgareo se silbaban unos a otros para decirse dónde estaban, o por dónde iba la Guardia Civil.
Silbos de larga distancia
Tanto en La Gomera como en El Hierro, obtenemos numerosos testimonios de que dos personas, por medio del silbo, eran capaces de comunicarse a alrededor de tres kilómetros de distancia.
 Virgilio Brito nos afirma para La Gomera que hay silbadores que en condiciones meteorológicas favorables lograron alcanzar los tres kilómetros perfectamente audibles para el mensaje, por lo que tres silbadores, adecuadamente situados, comunicaban la isla casi en su totalidad.
 Por su parte, David Díaz recoge para El Hierro comunicaciones silbadas a similares distancias en sus entrevistas, tales como Los Lomos-El Mocanal, Guarazoca-Erese, Ajares-Tesine, La Peña-Las Puntas o El Mocanal-Tancajote.
 El citado autor concluye que la distancia máxima que puede alcanzar un silbo que pueda ser comprendido es de unos tres kilómetros, aunque algunos informantes aseguran haberla superado. Para esto es necesario un silencio (…) y unas circunstancias climatológicas y orográficas apropiadas. Hemos comprobado que en circunstancias de silencio, viento a favor o en zonas barrancosas, es posible superar ligeramente los citados tres kilómetros.
El silbo canario, hoy día
A pesar de los malos augurios de Virgilio Brito expresados en su artículo a finales de los 70 (hoy el silbo languidece. No hay incentivos para su conservación. No hay escuela de silbo. No hay preocupación por su pervivencia) y el posterior retroceso que tuvo en las dos décadas posteriores, en la actualidad cuenta con bastante mejor salud.
 Hoy en día existen muchos cursos de lenguaje silbado. Tras la iniciativa de los maestros silbadores Isidro Ortiz Mendoza -de Chipude- y Lino Rodríguez -de Agulo-, se comenzó desde hace años en las escuelas públicas su enseñanza a niños como actividad extraescolar. En la actualidad, se encuentra totalmente integrado en la enseñanza de la red de escuelas públicas para niños y en la escuela de adultos de La Villa de San Sebastián, y prueba de ello son las numerosas demostraciones que se realizan por la isla, en otros puntos del Archipiélago e incluso fuera de Canarias.

Por su parte, en Tenerife desde hace algunos años, se enseña a niños en el Colegio de La Matanza, de la mano del profesor y músico Rogelio Botanz. Asimismo, desde 2009 existe un grupo para enseñanza de adultos en La Cuesta, desde 2010 en Güímar, y desde el presente año en Tejina y La Laguna, todos ellos coordinados por el profesor David Díaz Reyes.
 Aún así, todavía no está todo hecho, ni mucho menos. El objetivo a cumplir debe ser la implantación a largo plazo de grupos de enseñanza en todas las Islas, para de este modo conservar y difundir por todo el Archipiélago este impresionante legado cultural, símbolo de nuestras costumbres, tradiciones, e identidad, que nos definen como pueblo.
(Tomado de Revista Biemesabe: Publicado en el número 392, 18 de Noviembre de 2011)
Bibliografía
- Antonio Tejera Gaspar. El lenguaje silbado de los gomeros. Archivo pdf disponible en www.silbocanario.com.
- David Díaz Reyes [2008]. El lenguaje silbado de la isla de El Hierro. Cabildo Insular de El Hierro.
- Diana Clayton Soar [2000]. “Las ventajas del Silbo Gomero”. Revista Eseken. La Gomera.
- Grupo de facebook Isla de La Gomera [2011]. “Virgilio Brito y el Silbo Gomero”. Extraído de programa de fiestas de El Cedro [1978]. La Gomera.
- Juan Bethencourt Alfonso [1912]. Historia del Pueblo Guanche. Tomo I. Edición anotada por Manuel A. Fariña González. Francisco Lemus Editor. La Laguna [1991].
- Karl von Fritsch. Las Islas Canarias. Cuadros de Viaje [1872].
 José Carlos Ortega Albelo es silbador y colaborador de la web www.silbocanario.com.

EL MENCEYATO DE ANAGA, ISLA CHINECH (TENERIFE)




 El Menceyato de Anaga, se encontraba encuadrado principalmente en lo que hoy se conoce como Cordillera de Anaga, un macizo terciario con una antigüedad aproximada de unos 7 millones de años, con un relieve  muy abrupto y escabroso, de pequeños valles y profundos barrancos (Anosma, Ijuana, Chamorga, etc., en la parte Norte; Chiquita, La Sombra, Cercado, Piedra Grande etc. en la parte Sur), destacando entre sus altitudes más elevadas; el conocido como Roque Taborno y el llamado Cruz de Taborno con 1.024 m. s. n. m.

Sus costas suelen ser bastante acantiladas, aunque destacamos algunas playas como Almáciga, Benijo, Antequera, El Bufadero, Añazo, etc. constituidas principalmente de callaos, formados por las desembocaduras de los barrancos.

Destacando los llamados Roques de Anaga frente a Las Palmas de Anaga, conocidos como Roque de Fuera y Roque de Tierra, así como el Roque Bermejo en Chamorga.

Sus límites se establecían en lo que llamamos Santa Cruz, internándose un poco en la parte Sur de La Laguna (Gracia, parte de La Cuesta, Barranco Santos, Montaña Guerra, etc.), su población debió de ser bastante elevada, por la cantidad de yacimientos arqueológicos encontrados y repartidos por casi todo su geografía; Taborno, Taganana, El Draguillo, Las Palmas, Los Roques, Anosma, Chamorga, San Andrés, Barranco Santos etc. (Vide Infra) Su hábitat principal fueron las cuevas, al encontrarse éstas en gran cantidad por toda la zona, y su economía principal era la ganadería y labores agrícolas. Aunque muchos autores le dan un lugar en los llamados Bandos de Paz, es bien sabido que se unió al Mencey de Taoro en su lucha contra los conquistadores. Las playas de Añazo, El Bufadero y el valle de Las Higueras en San Andrés, fueron escenarios de toda clase de arribadas de expediciones de conquista y saqueo para robo de ganado o simplemente en busca de esclavos entre 1477 y 1493.

Béthencourt Alfonso nos delimita nuestro menceyato de esta manera:

 Ocupaba el extremo oriental de la isla rodeada de mar excepto por el SO cuya frontera de N a S era el barranco de las Casas – bajas que lo separaba del señorío de Aguahuco, línea derecha al naciente de las Mercedes a la sierra Sejéyta o del Bronco y San Roque, al barranco del Rey  o Drago hasta La Cuesta , que lo dividía del señorío de Tegueste , al barranco del Hierro, al mar, que lo deslindaba del reino de Güímar, comprendía la jurisdicción de Santa Cruz.
 Veamos un resumen de Ossuna, sacado de una obra de K. V. Fritsch y W. Reiss (1868), refiriéndose a como sería Anaga antes de formarse la isla de Tenerife como se le conoce actualmente.
…nada concluyente puede deducirse en punto a la edad de las montañas y sinuosidades que ofrece su actual relieve; en diferentes sitios de su zona central presenta desgarramientos eruptivos y corrientes de lava, testimonio fehaciente de cercanas erupciones, en la región de Anaga y en las de Teno las masas traquíticas ocupan extensas superficies, descubriéndose, sobre todo en el suelo anaguense, vestigios remotos, como la separación de los islotes de las Palmas, del alto roque de Aderme, que revelan erosiones muy lejanas y subversiones antiquísimas. Estas raras diferencias de formación que afecta al relieve de Tenerife han inducido a los señores Fritsch y Reiss a suponer que las dichas dos regiones constituyeron en lejanos tiempos dos islas, que se unieron después entre sí, gracias a los ríos de lava y enormes derrumbamientos de materiales volcánicos provenientes del macizo central indicando con más o menos precisión los nombrados geólogos cuales fueron las dimensiones de estos dos problemáticos núcleos y cuales sus límites, según esta hipótesis, los de la isla de Anaga estaban determinados al S por el mar que ocupaba la actual llanura de San Cristóbal de La Laguna, cuyas montañas inmediatas formaban una hermosa bahía y los restantes señalábanse por las meridionales de la cordillera que atraviesa esta región, desde la montaña de La Fuente de los Castaños hacia la Punta del Hidalgo por el N no sin antes formar otro espacio intercolinar en el valle de Tejina y desde la colina de San Roque a Paso Alto, en Santa Cruz, abrazando esta región, una superficie mayor que la que correspondía a los dominios de los antiguos menceyes de Anaga, hipótesis que los sabios alemanes exponen con muchas reservas, lo cierto es que la región de Anaga estuvo constituida en un principio por montes de formación muy antigua, restos de un desconocido continente. Los estudios geológicos que Mr. Leopoldo de Buch ha hecho en esta región le permiten sostener la existencia de un núcleo o filón sólido que cree haber descubierto en el corte de las desembocaduras de los barrancos Seco y del Bufadero, en la costa Sur y en las erosiones que ofrece la abertura por donde va al mar el barranco de la Mina, en la costa Norte, núcleos que, al decir del mencionado sabio, después de levantarse a bastante altura se prolonga hasta la rápida pendiente, cubierta de vegetación, por donde cruzan las célebres Vueltas de Taganana para ir a ocultarse bajo las olas del mar por una serie de rocas cortadas a pico y cubiertas de toba y conglomerado
 El Menceyato jugó un papel muy importante en la conquista de la isla, ya sea como lugar de arribada de las tropas invasoras, ya como asentamiento de los primeros conquistadores (Ej. Las 3 Torres de Añazo).
 Uno de los historiadores que mejor estudió la región de Anaga fue D. Manuel de Ossuna y Van Den Heede Saviñón y Mesa (1845–1921), ya que poseía una importante hacienda por la zona de Roque Bermejo en Anaga y donde pasaba largas temporadas durante el verano.

Entre los diferentes artículos publicados por Ossuna nos vamos a centrar principalmente en uno de ellos que creemos interesante no solo porque describe perfectamente una parte importante de esta región, sino también por su rica toponimia; como es su obra inédita Estudios sobre la región de Anaga transcribiéndola de su manuscrito original, aunque tomando nota de lo que posteriormente publicó bajo diferentes títulos como “Anaga y sus antigüedades“en The Scottish geographical Magazine” por Miss M. W. Macdowall en diciembre de 1897 y en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid en 1898.

No puede dudarse que los valles de Anaga conservan aún los caracteres más primitivos  del Archipiélago canario; no solo por el aspecto de sus altas montañas y selvas vírgenes, sino también porque, formando toda la  comarca la prolongación más saliente de la isla de Tenerife, aislada de todo centro de población por las altas crestas de sus montañas, sus habitantes, que son en su mayor parte pastores, viven completamente separados de todas las influencias del mundo exterior; pudiendo así conservar las costumbres sencillas y patriarcales de sus antepasados.

 Gracias a estas peculiares circunstancias, el tipo caucasiano, que según nos han asegurado nuestros más antiguos cronistas, fue el dominante entre los indígenas de esta comarca al tiempo de la conquista, se ha trasmitido de generación en generación hasta hoy; revelándose claramente en las líneas correctas de la cabeza, facciones finas y alta estatura de los hombres, como en la delicada complexión, ojos rasgados y formas estatuarias de las mujeres. Además, las numerosas palabras y expresiones locales usadas por los campesinos, algunas originales costumbres, y un crecido número de tradiciones y leyendas regionales, ofrecen el mayor interés al etnógrafo y al turista que visiten y examinen esta parte de Tenerife.

La población de Anaga debió de haber sido muy considerable antes de la invasión española, a juzgar del crecido número  de antiguas viviendas y grutas sepulcrales que todavía se ven diseminadas en las laderas de sus montañas y ocultas en las cavidades de las rocas. Sobre todo en las escabrosas  montañas que se extienden desde el salto de Chirindaque hasta el roque de Anambro el vecindario era muy numeroso, gracias a las ventajas especiales que disfrutaban los que vivían en esta particular región. Sería imposible encontrar en ninguna otra parte de la costa meridional  entre Añaza y Cherinda, siguiendo el  camino del Asgua, o en la costa septentrional desde Guañak a Tafada una comarca más favorecida por el clima o con una posición más estratégica de la que ahora examinamos. Tanto por esta razón como por sus buenos pastos, abundancia de sus aguas y gran variedad de frutas silvestres, en ella asentó su corte los antiguos monarcas de Anaga, y la eligieron como lugar de residencia las tribus más ricas según nos hemos  informado por las incompletas noticias que se han podido conservar en algunas familias de aquel vecindario, y que minuciosamente y con gran trabajo  hemos recogido de los más ancianos.

El investigador que estas antigüedades, quisiera conocer encontrará en tan privilegiada localidad y en el paraje denominado laderas del barro, una anchurosa caverna, restos del vetusto palacio de los monarcas anagueses, provista de una amplia entrada y en cuyas inmediaciones se descubre los muebles de lo que hacen asientos de piedra donde el monarca daba audiencia a sus vasallos. No muy lejos de esta real morada y subiendo la montaña que da acceso a la eminencia cercana, conocida hoy con el nombre de Llano de las Cancelas, podrá  también contemplar una hermosa planicie donde pueden estar en formación 3 ó 4.000 hombres y que le dicen Tagoror, por ser este el sitio en que los demás menceyes reunían a sus consejeros y súbditos para tratar de los asuntos más importantes del Estado, o para administrar justicia; y bajando por esta cima por la ladera que mira al Norte, encontrará una preciosa gruta cercada de un bosquecillo de laureles y brezos, de la que se refieren vagas leyendas relacionadas con los amores de la princesa Guacimara y el valiente Ruimán de Güímar. El interior de esta poética mansión  se haya tapizada de musgos y    nace    allí un manantial de agua muy cristalina que da mayor encanto  a aquel sitio, todavía conocido como con el nombre de Cueva de la Visogue. Dirigiéndose otra vez a la caverna encontrará no a mucha distancia  de ella los restos de una extraña habitación que se dice haber pertenecido a  un príncipe y se le conoce con el nombre de Corral de Icorbo y en todas aquellas inmediaciones descubrirá otros vestigios que dan cierta luz a raras y misteriosas leyendas, conservadas hasta ahora en incoherentes tradiciones.

Desde tan interesantes lugares alcanzará a ver a lo lejos, en las laderas de Anosma , unas rocas blanquizcas que señalan el sagrado asilo de las magadas de Anaga, vírgenes consagradas a la divinidad y cuya intervención en los asuntos religiosos y hasta en los políticos era impetrada a menudo por el Rey y sus consejeros y junto a la entrada se distinguen todavía algunos asientos señalados en el risco, y en su interior que es tan espacioso, que puede servir de albergue a todo un rebaño de vacas, se ven pequeñísimas cavidades, parecidas a los nichos de exvotos que aún existen en las inmediaciones de Pnyx o en la selva de Dafne. Una antigua tradición dice haber sido habitado este asilo después de la conquista por cierta familia guanche cuyo nombre indígena ignoramos, pero que después de cristianizada fue conocida con el nombre de “familia de Juan Sánchez”, hasta hoy es conocida esta  singular vivienda por “Cueva de Juan Sánchez” y aquel lugar por Las magadillas. No muy distante se encuentra la Cueva de los Palos célebre por sus visiones horrendas de espectros y diablos donde perdían “la facultad de reír” los que en ella penetraban, como les sucedía  a los antiguos griegos en la gruta de Trophonius; oyéndose también en las montañas inmediatas, según una antigua tradición que viene de tiempos anteriores a la conquista; horribles ruidos subterráneos como los que los habitantes de Libadia oían temblorosos junto al célebre antro ya citado. También se ven en las  laderas que desde el mismo lugar aparecen al    SE varios puntos negros que señalaban las antiguas viviendas de la tribu de Chimber y más allá al otro lado del barranco de Ujana las cuevas del término que pobló la tribu de Korosmas asimismo se encuentran en los contornos a más o menos distancia unas de otras, las moradas de las familias de “Cherinda”, “Vichuelo”, “Laravicho”, “Asano”, “Vigogia”, “Tajana”, “Afono”, “Chinobre”, “Icono”, “Vegio”, etc. y otras cuyos   nombres conservamos de las tradiciones recogidas con muchas más hasta noventa de los que hemos remitido nota a Londres a nuestro ilustre amigo Lord Bute y que publicamos ahora por primera vez  Entre las grutas sepulcrales  debemos mencionar la denominada Cabezo de los muertos situada como a tres kilómetros  en dirección O del Tagoror y en una alta eminencia. El nombre indígena de esta importante necrópolis se ha perdido; pero se conserva la tradición de que en aquella cueva se siguieron guardando por algún tiempo los restos de    varias familias guanches ya cristianizadas. Esta original caverna es de difícil acceso y está constituida por una prolongada cámara a manera de galería con dos amplias entradas[7]. También existe no muy lejos de   aquella otra donde dicen Vegeril, descubierta por dos pastores en 1860 que tuvieron la inadvertencia de destruir las innumerables momias y otros restos allí conservados. Finalmente citaremos la gruta descubierta en1889 también por otros pastores de las que fueron extraídos diez esqueletos y una momia bastante completa. Los periódicos de la provincia anunciaron entonces el hallazgo y pudimos poco después adquirir varios restos. En 1890 visitamos esta caverna en compañía de nuestro amigo Sr. Cabrera, encontrándose en tal ocasión los maxilares inferiores que faltaban a los cráneos de los dichos diez esqueletos así como otros varios restos nuevos que se hallaban a alguna profundidad bajo tierra. Esta gruta sepulcral está situada en las laderas de Icorbo y    su entrada había permanecido igual hasta el referido año de 1889 por estar oculta con grandes piedras colocadas intencionadamente desde  muy remota época. En la parte más interior se ven varios escombros desprendidos del techo y consideramos casi seguro que bajo ellos se encuentran más restos humanos.

 Sin duda alguna las tribus y familias antes aludidos tienen hoy descendencia en Anaga, si bien sus representantes llevan otros apellidos pues es evidente que convertidos al catolicismo a raíz de la conquista muchas o casi todas las familias variaron sus nombres por otros castellanos para evitar la nota de sospecha de gentilidad o de falsa fe que en aquel tiempo se miraba tan mal. Esta creencia la fundamos no solo en la pureza del tipo indígena hasta hoy conservada y en las tradiciones referidas sino en hallarse todavía arraigadas por aquellos valles, extrañas preocupaciones  o creencias como la de suponer “que viven en lo último de la tierra” tradición que entre los guanches debió de tener muy alcanzado origen, pues los escritos clásicos anteriores a Augusto la refieren como existente en los poblados más antiguos de estas islas; lo de ver con horror la muerte “porque el cuerpo va a ser sepultado bajo tierra sin ser preservado de la descomposición” o creer  “que el mayor o menor trastorno en el semblante de un cadáver está en relación con la vida y moralidad del muerto”, la de creer en la aparición de los difuntos como en los pueblos orientales y también al conservar varios aforismos. Así mismo fundamos esta ciencia en algunas raras costumbres como la propia y exclusiva de esta región de llevar los hombres sobre la espalda una piel de “Fol” (cabra)  en forma de zurrón al que dan el nombre de cairamo, la de dejarse crecer la barba en señal de duelo, la de auxiliarse mutuamente los vecinos en las labores y faenas campestres, costumbre que existe todavía en uso y aprovechamiento que por su forma revela no descansa en las Ordenanzas dadas por el consejo de la isla después de la conquista para aprovechamientos comunales, sino en el humanitario y sabio régimen agrario que regía entre los indígenas antes de la llegada de los españoles, en fin, parece que en aquellos sencillos montañeses revive el espíritu del antiguo pueblo guanche cuando les vemos referir con entusiasmo los vagos recuerdos o incompletas noticias que refieren de los corrales o sitios históricos mencionados u otros que se relacionan con la memoria de los antiguos pobladores al convivir con un número crecido de voces indígenas de las que hemos podido recoger.

Allá en el fondo de uno de estos fragosos valles, en cierta ocasión oímos lo lejos, de repente, una serie de silbos e inmediatamente miramos para la cumbre de una montaña alta de donde parecía proceder los sonidos; allí distinguimos en la roca más alta el perfil de un hombre con un “cairamo” sobre la espalda, que estaba haciendo esfuerzos violentos  para hacer retroceder el rebaño de cabras que tenía a su cargo. Después de repetir los silbos  que resoban cada vez más y más agudos en nuestros oídos, comenzó a bajar de su altura con una agilidad asombrosa hacia el fondo del valle, equilibrándose en los puntos salientes de las rocas, que apenas parecían suficientes para servirle de apoyo, ayudándose en su descenso peligroso de una larga lanza, saltando las distancias más prodigiosas hasta que después de pocos momentos, nada más, se encontraba al lado de nosotros y no lejos de algunas cabras, que estaban paciendo tranquilamente sin hacer caso de sus llamadas. Nosotros miramos con no poco interés al hombre, que nos saludó respetuosamente. Enseguida volvió su rostro hacia la montaña donde había dejado su rebaño y poniéndose dos dedos en la boca, oprimiéndolos entre sus dientes y sus labios dio un silbo agudo; luego para llamar a las jairas que estaban paciendo cerca de nosotros dijo: Tu vi-qui, Tu vi-qui, Torri-tome, Chi qui to-mi; y para ahuyentar a otras gritaba: Tu.rria!,  Jua jay!, Jua jai!, Hu yas!, Chos-chis, Chiás Chips. Todo este incidente nos llenó de asombro y parecía transportarnos al seno de la antigua vida pastoril de los guanches, tal cual a menudo la han descrito los cronistas coetáneos de la conquista.
           
Esta parte de la obra la continúa con un relato de un viaje en busca de una antigua leyenda de Anaga sobre una Anguila gigante bajo el título de : “Excursión al barranco de los infiernos”, pero la mayor parte de sus manuscritos, bajo títulos tales como: El problema de la Atlántida y geología de la Región de Anaga, Impresiones y perspectivas desde las altas montañas de Anaga, Últimos estudios sobre la historia de las Islas canarias y descripción de la Antigua Comarca de Anaga, tratan principalmente de una exhaustiva  descripción de la Geología, Flora y Fauna de esta región, tratando también sobre varios escritos antiguos y de la época sobre la cartografía de Anaga.

Con respecto al poblamiento en la región de Anaga, Luís Diego Cuscoy (1968: 74-86) nos comenta:

 Los barrancos de la Punta del Hidalgo hay que considerarlos dentro del grupo de los que cortan el contorno de la península de Anaga. En esta península el grupo poblador, además de los acantilados, ocupó con preferencia los barrancos, penetrando por éstos hasta los 400 m. como máximo en la vertiente N. y hasta los 500 m. en la vertiente S. Sobre los valles de san Andrés e Igueste de San Andrés se concentró un número muy numeroso de población.

Un poblado de gran densidad se encuentra en todo el Barranco de Santos, desde su desembocadura, en Santa Cruz de Tenerife, hasta la montaña de Guerra. En todas las márgenes se encuentran cuevas de habitación. Son también numerosas las cuevas sepulcrales, y todavía se da el caso, muy frecuente, de hallar cubiertos de huesos humanos el piso de las necrópolis emplazadas en ambas márgenes. Con relación al poblado mismo, las cuevas funerarias suelen ocupar puntos extremos; una serie de cuevas sepulcrales se halla en la parte más elevada de ambas márgenes, con acceso por el último andén a contar desde el fondo, mientras que otro grupo ocupa el curso alto del barranco, precisamente en la base S. de la montaña de Guerra.

En la península de Anaga, la población ocupó los angostos valles y los barrancos desde la costa hasta una altura de 300 a 400 m.

Al ser una zona de aislamiento su movilidad fue fijada por los propios límites de la península, siendo una región densamente poblada.

Con respecto a sus reyes la Historia y los cronistas solo nos han dejado los nombres de Beneharo I y Beneharo II.

Creemos que los nombres de los reyes de este menceyato, fueron inventados por Viana, ya que es a partir de la publicación de su obra cuando comienza a oírse el nombre de Beneharo entre cronistas e historiadores, pues Espinosa (1980: 41) nos relata:
            …los demás reyes cuyos nombres se ignoran, reinaron en Anaga,          Tegueste, Tacoronte…

Solo en el Wölfel hemos encontrado que le da el nombre de “Serdeto”, así mismo en los apuntes originales de Ossuna encontramos que por relatos orales transcribió el nombre de “Ben–Charo II[11]” el cual vemos más normal que Beneharo.

Béthencourt Alfonso  nos deja el nombre de tres hijos de Beneharo II que después de bautizado tomó el nombre de Pedro de los Santos[12]: Guacimara;  que según la leyenda contrajo matrimonio con Ruimán (Viana) y tomó el nombre después de bautizada de Ana Hernández, Guajara: según Viana llevó este nombre la mujer de Tinguaro tuvieron cinco hijos: Ana Hernández Pérez, casada con Gaspar González de La Caja, Pedro Hernández, Francisca Pérez, casada con un tal Luís Hernández, Inés Pérez, casada con Gonzalo Hernández y Juana Pérez, casada con Juan Suárez, y también una de las esposas de Bencomo llevó este nombre de Guajara, en opinión de Díaz Dorta, Enrique: fue datado y tomó el nombre de Don Enrique, como consta en el archivo de Alfonso Avesilla

Hay varias datas que nos dan referencia sobre donde moraba el rey de Anaga aunque como podemos ver en lugares diferentes:

Constanza Mexia, v.ª de esta isla. Doy a vos C. M. un asiento de casa de cien pies con una fanegada de ta. de s. que es en el valle de Abicor, linde del cabo de abaxo de la cueva del Rey que fue de Anaga…17-IV-1518

 Otras datas nos la dan por el barranco de Anosma, como veremos más adelante, incluso algunos historiadores, como Béthencourt Alfonso, nos señala el reino de Anaga en Taganana.

Las primeras incursiones que se realizaron para el intento de conquista de Tenerife comienzan con el desembarco de Diego de Herrera el 12 de Julio de 1464 en la zona del Bufadero, donde junto con los nueve menceyes que había en ese momento en la isla, firmaron un tratado de paz y amistad ante el escribano público Fernando de Párraga como consta en escritos de la época.

 ...estando en la Isla de Tenerife, una de las islas de Canaria, en un puerto que se llama el Bufadero, estando en él dicho Señor Diego de Ferrera señor de las dichas islas, con ciertos navíos armados é con mucha gente que traía en los dichos navíos, vinieron ende, e departieron ante el dicho señor, el gran rey Inobach de Taoro, el rey de las lanzadas que se llama rey de Goimal, el rey de Anaga, el rey de Abona, el rey de Tacoronte, el rey de Venicod, el rey de Dexe, el rey de Tegueste, el rey de Daute, é todos los subsodichos nueve reyes juntamente hicieron    reverencia y besaron las manos al sobredicho Señor Diego de Ferrera...

Espinosa (1980: 88-89) nos relata la segunda incursión a esta parte de la isla por parte de Sancho de Herrera, hijo de Diego de Herrera:

Donde algunos años vino Sancho de Herrera, hijo del sobredicho a esta isla, con intento de ganarla y poblarla, y salto en tierra en el puerto de Santa Cruz, término de Anaga, que llamaban Añazo, donde, permitiéndolo los naturales, hizo un torreón en él y los suyos vivían, y allí venían los naturales a tratar y contratar con los cristianos. Sucedió que los españoles hicieron un hurto de ganado, de lo que los naturales se sintieron y se quejaron a Sancho de Herrera de sus vasallos, y para conservar la amistad entre ellos firmada, hicieron una ley: que si algún cristiano cometiese delito alguno o les agraviase en algo, que se los entregasen a ellos, para que hiciesen del su voluntad, y si natural contra  español, por el contrario. Hecha esta ley o conveniencia, sucedió que los     españoles incurrieron en ella, haciendo no se que agravio a los guanches; los cuales quejándose del agravio recibido, Sancho de Herrera se los entregó, en cumplimiento de lo que se había puesto, para que ellos hiciesen justicia a los españoles. El rey de Anaga, usando de clemencia con ellos, no les quiso hacer mal, antes los volvió en paz a su capitán sin daño.

No pasaron muchos días, que los guanches cayeron en la pena,  habiendo hecho contra los españoles cosa de que les convino querellarse a su rey de ellos, el cual sin más deliberar entregó a Sancho de Herrera los malhechores: más no les sucedió con él lo que los españoles con su rey, porque los mandó ahorcar luego Sancho de Herrera sin remedio. No pudieron los naturales sufrir ni llevar la cruel justicia, que de los suyos en su tierra los advenedizos y extranjeros hicieron; y ansí amotinados quiebran los paces entre ellos asentadas y vienen de mano armada al torreón que los cristianos tenían hecho, y, dando con él por el suelo, lo arrasan, matando algunos de los que dentro     hallaron; y así fue forzoso a Sancho de Herrera y a los suyos que, desamparando la tierra, se volviesen a la suya, con pérdida de algunos.

Después de varias incursiones realizadas a la isla, en mayo de 1943, Alonso de Lugo con más de mil soldados desembarca por la zona de Añazo para continuar hacia La Laguna para atacar al Mencey Benchomo de Taoro como nos relata Espinosa (1980: 97):

El Rey de Anaga, y el de Tacoronte y el de Tegueste, por cuyos términos los españoles habían pasado, no hicieron resistencia con todo su poder (aunque hacían algunos asomos y arremetidas), o porque veían la pujanza y fuerza de los nuestros, o porque los querían dejar entrar tierra adentro, para usar dellos a su salvo.

Terminada la invasión y conquista de Tenerife, uno de los primeros pueblos que se fundó en el reino de Anaga, fue Santa Cruz al ser puerto de mar y lugar de desembarco en la conquista, así como Taganana como nos vuelve a indicar Espinosa (1980: 124)

Taganana es un pueblo fundado sobre los peñascos de Anaga, de gente que tira por el, arado y azada.

Dentro de las Datas de Tenerife encontramos una magnífica toponimia con relación a nuestro Menceyato que creemos no podemos menospreciar:

En la villa de San Cristóbal en 2.5-1517 pareció presente Diego de Salazar por sí y en nombre de Lope de Salazar, su padre, e como suso conjunta, e presentó dos títulos de data:

Diego de Salazar, como a hijo de conquistador y vº de esta isla de T. unas aguas que están al bando de Anaga en dos barranquillos que se             juntan el uno con el otro que han por nombre de la una banda /. Ad Adav./. Anasmon y de la otra/. Adavmoa/. e el otro barranquillo que sale de las cuevas de la morada del rey que se dice Binanca que ha por nombre el agua Ada au Tehican y de la otra Idaf Chonom la cual dicha    agua vos do para viñas e arboleda e para lo que vos quisiéredes…

Juan Navarro, vº 4 f. de tas. De r. y 2 c. de s. q. es en Anaga, término desta isla de Tenerife en los campos de Amazy q. se han de regar con el agua de Avhana; los dhos. Campos eran, en el tiempo de los guanhes, del rey de Anaga 28-XI-1507.

Diego de Ybaute, vº desta isla. 8 f. en Anaga en la somada de   Ajavga de la banda de hacia Abicore.

Diego Benytes, fijo de Guany acas, vº desta isla 3 cuevas, la una el Corbo y la otra en Benyco y la otra alabisguan, q. es término desta        isla, y así mismo vos doy en vecindad e repartimiento un c. de ta., la mitad en Labisguan y la otra mitad Ajauguan en los campos llanos. 28-I-1513

Existen varios lugares con el topónimo de Bailadero según Béthencourt Alfonso:

El bailadero en la cumbre de Igueste y Taganana.- queda el topónimo en la carretera que va de Las Mercedes a Taganana.

El bailadero cerca del pino Amogoje, en la cumbre entre Igueste de San Andrés y Taganana.- creemos que es el mismo que el anterior por la poca distancia entre ambos lugares.

El llano del bailadero en la punta de Naga.- Según nos indican varios vecinos de Chamorga, se encontraba y aún se conoce con este topónimo el lugar donde actualmente hay un cementerio antes de llegar al Lomo de Las Bodegas.
Y aunque Béthencourt Alfonso no lo nombra, existe un lugar en Chinamada conocido como El Bailadero y Cruz del Bailadero.

Asimismo el topónimo Tagoror nos lo cita igualmente Béthencourt Alfonso en:

Tagoro de Abicore o El Tagoro en el Valle de San Andrés.-Por encima de San Andrés encontramos el Valle Abicor.

Tagoro de Beleté o Asomadita del Tagoro  en los Nuégados cerca del Draguillo.- Beleté se conoce a una zona entre El Draguillo y Las Palmas de Anaga, exactamente en la segunda lomada

Tagoro de Juagae o La Baja del Tagoro o El Tagorillo en el Almácigo.- Gollada de los Almácigos en el camino que va de Chinamada a Punta del Hidalgo donde también es conocido como “Era de los almácigos” los vecinos nos dicen que:  eso no era una era,  y para nosotros tampoco.

Tagoro de Naga o El Tagoro, entre el corral de Ocorbo y Cabezo de los Leñadores, cerca de Roque Bermejo.- En Anaga en la zona de Roque Bermejo, existe el llamado “Corral de Ocorbo” una cueva empedrada y rodeada de un círculo de piedras, (hoy media destruida por derrumbes) se llega a ella por una vereda que parte del barrio de “La Cumbrilla”(Vide Supra), en el tomo II de la Historia del Pueblo Guanche de Béthencourt Alfonso, Pág. 436 leemos: Ocorbo: Cueva y corral de Ocorbo en Taganana, así como en los mapas: “Icorbo” por debajo del Lomo Las Bodegas y en Buenaventura Pérez: Acorbo: cuevas y montañas en Punta de Anaga, cerca de Táfaga, todos aproximadamente en el mismo lugar. Por los lugareños es conocido también como Icorbi, aunque nos señalan un lugar antes de llegar conocido como El Tagoro.

Tagoro de Chamorga, en valle Bermejo.- Sabemos que gente del lugar y cerca de Chamorga, conoce un lugar llamado “El Tagoror de Anaga” probablemente el mismo anterior por su proximidad.

Tagoro de Afur o lomo del tagoro, en Afur.- según nos informan: estaba en el canto arriba del sabinar.

 Aparte de estos, nombra Tagoros en Taganana, y por encima del valle del Bufadero en el Macizo de Anaga, así mismo nos comunican que hasta hace pocos años había un Tagoro  en los altos, entre Benijo y El Draguillo, que fue destruido por un corrimiento de tierras debido a las lluvias.

En el Achimenceyato de Aguauco o de la Punta del Hidalgo. Nombra uno en La Hoya.

Es un investigador Norteamericano E. A. Hotton el que en una visita que hizo a Tenerife en 1915, mejor estudió detenidamente algunas cuevas sepulcrales de Anaga:

En la actualidad Tenerife no conserva en su museo ningún buen ejemplar de momia que haya sido encontrada en la isla. Recientemente dos ejemplares, una de niño y otra de adulto, fueron vendidas por un coleccionista local a un museo de Buenos Aires, Argentina y parece que eran de las que estuvieron colocadas de pie. Se dice que en la expoliada momia de San Andrés, había momias erectas hace quince años cuando fue expoliada por un austriaco. Otras cinco o seis fueron adquiridas por un coleccionista alemán hacia el año 1880, y se cuenta que algunas de ellas eran de mujeres de hermoso y largo pelo.

El museo de Santa Cruz cuenta con dos momias completas y en mal estado de conservación, y con restos de otras. Entre ellos se encuentran varios pares de miembros inferiores, manos, cabezas, etc. La seca piel está aún adherida a los huesos y en varios casos se conservan las mortajas que cubrieron las momias, en todos los casos el cabello se ha desprendido de las cabezas, aunque otras partes como uñas, pestañas, orejas. Parece probable que estas muestras hayan sufrido un gran deterioro desde que comenzaron a exhibirse.

Las dos momias parecen que se embalsamaron con el cuerpo extendido y en posición decúbito supino. Los brazos están colocados a los costados y con las palmas de las manos descansando en las caderas. De este hecho puede deducirse que se trataba de varones, puesto que las mujeres eran mirladas con los brazos sobre el estómago. El cuerpo de los varones se amortajaba con una túnica de piel de cabra con mangas, o tamarco muy bien cosidas con un sencillo punto por encima. Se extendían luego por el cadáver varias capas de pieles, no muy apretadas por correas de cuero sin curtir. El cosido de esa envoltura era más burdo que el de la vestimenta interior. La momia del varón adulto mide aproximadamente 1,60 m. de longitud.

La otra momia, de un niño, se encuentra en muy mal estado de conservación, las pieles que la envuelven están muy secas y quebradizas y carcomidas por los gusanos. La mayor parte de las exteriores han desaparecido y las interiores le cubren el cuerpo y la cabeza. A la que rodea esta parte se le unió una pequeña bolsa, que posiblemente contuvo comida en el momento del enterramiento. Es casi seguro, por la posición de sus pies y cabezas que ambas momias se colocaron en un principio de espaldas y no fueron colocadas verticalmente apoyadas en las paredes de la cueva. Berthelot dice que cerca de tacoronte se encontró la momia de una anciana que había sido enterrada en cuclillas.

Los ejemplares que acabamos de detallar se encontraron en Araya, Candelaria, Tenerife. En la colección de Villa Benítez, en Santa Cruz, existen varios restos de momias descubiertos en las proximidades de Anaga, en el Norte de Tenerife. Esas muestras incluyen cráneos, pies y brazos y, en algunos casos, el cabello que es oscuro, aún se adhiere a la calavera. En esta colección se conserva también una momia de un varón de corta estatura envuelta en pieles de cabra muy bien cosidas, y que se localizó en la montaña de Taco, cerca de Santa Cruz.

En el Puerto de la Cruz, el Sr. Ramón Gómez, ha reunido varias antigüedades guanches, entre las que se encuentra una momia muy mal conservada, aunque no tuve la oportunidad de observarla de cerca. (Hotton 80-81) Explorada el 11 de julio de 1915
Recibí información sobre la existencia de una cueva funeraria guanche a través de Fernández Hurjillo (sic), un joyero de Santa Cruz, quien había visitado personalmente la cueva y recogido algún material óseo y que le compré y quien en la mañana del 11 de julio me condujo al lugar.

La cueva se encuentra a unos 200 m. al sur de San Andrés, inmediatamente por encima del camino carretero que discurre a lo largo de la costa de Santa Cruz hasta la localidad y en una concavidad natural existente en una cara vertical de la pared rocosa, a unos 15 m. sobre el camino y a unos 30 m. sobre el novel del mar. Desgraciadamente no pude tomar medidas porque mis cajas con las cintas métricas no habían llegado.

Alcanzamos la entrada de la cueva, gracias a dos escaleras que unimos y que habíamos conseguido en el pueblo. La caverna tiene unos cinco metros de anchura en la boca que se estrecha hasta tres en el fondo, con una profundidad de unos cinco metros. En la entrada la altura es de unos cuatro metros y desde punto al techo se inclina hacia el suelo para alcanzar una altura de solo un metro en el fondo.

En la primera mitad de la cueva, el desigual suelo rocoso, estaba formado de huesos humanos, formando una capa cuyo espesor era entre 10 y 20 centímetros, mientras que la parte trasera estaba libre de restos. Un natural de la zona me informó que inicialmente los restos estaban apilados al fondo.

Me contaron que in austriaco había recogido más de cincuenta cráneos y algunas momias, lo que no es en absoluto improbable, si se tiene en cuenta la cantidad de restos óseos que aún quedaban.

La cueva se encontraba en tales condiciones que no era posible efectuar ninguna observación arqueológica. Me tuve que contentar con examinar el desesperanzador y confundido montón de huesos y recoger aquellos que podían ser de algún interés para la finalidad del estudio. Quedaba claro que la cueva había sido el lugar de enterramiento de muchas personas, porque encontramos entre los restos al menos 26 cráneos rotos, además de partes faciales de algunos otros. Por lo que se refiere a las mandíbulas había 31 completas y muchos fragmentos, aunque ningunas se correspondían con los cráneos recogidos. Además de otras piezas óseas, retiramos 104 tibias, 77 fémures, y 82 húmeros. Era imposible llevarse todos los restos, en parte a causa de las interferencias de las autoridades civiles, y también por su volumen. Calculo que lo que recogimos era la mitad de lo que se encontraba en el suelo de la cueva. Pusimos especial interés en recuperar todos los fragmentos craneales. Estimo en unos 50 individuos los representados en el material retirado, aunque es más probable que incluyéramos restos de más de 100 personas, que es el número mínimo de personas que tuvo que haber sido enterrados en la cueva, es incuestionable que el austriaco responsable del primer saqueo de la misma se llevó los mejores ejemplares.

Los huesos se encuentran en un excelente buen estado de conservación, y muchos de los cuerpos debieron ser embalsamados, dados que trozos de carne y piel, obviamente tratados con algún conservante resinoso, se adherían aún a los huesos. Recogimos también varios trozos de piel de cabra, correspondiente a las envolturas de las momias, uno de los cuales presentaba un cosido muy hábil. Encontramos una concha ornamental perforada, y en el suelo de la cueva había muchos pequeños palos y ramas que originalmente se extendían para colocar sobre ellos los cuerpos.

He sentido profundamente que la persona que descubrió esta cueva no actuara correctamente. Naturalmente es posible que los primeros saqueadores fueran nativos, que normalmente destruyen los restos guanches que encuentran.
Bajo mi supervisión se limpió cuidadosamente el piso de la cueva para estudiarlo, y los restos óseos que se dejamos en ella fueron clasificados y apilados. Tan solo unos pocos centímetros de tierra cubrían el rocoso suelo y es improbable que el lugar hubiese sido utilizado alguna vez como vivienda.

La Prensa de la época se hace eco de estos expolios:

FRUTOS DEL ABANDONO

En la prensa local se publicó hace unos días la noticia de la llegada a esta capital de un profesor norteamericano que venía a esta isla con objeto de estudiar la primitiva civilización guanche. Después hemos oído hablar de un botín arqueológico recogido en un depósito funerario formado por dos cavernas situadas en las cercanías del pueblo de San Andrés, rumor de que nos hacemos eco por referencias particulares y que desearíamos se desmintiera.

Hará cosa de un año, otro sabio de nacionalidad austriaca, se apoderaba, como buena presa, de un verdadero tesoro de antigüedades canarias a la faz de todos, de ciudadanos, de sociedades artísticas; y así, metódica y sistemáticamente, escudado con nuestra indiferencia y vergonzosa  pasividad, se han enriquecido el Museo británico de Londres, el Louvre de París, el de Viana, el Imperial de Berlín, el de Suecia, el de Nueva York y el de Buenos Aires. Sin embargo nuestro Museo municipal, apenas cuenta con tres momias en muy mal estado de conservación.

Los hechos expuestos son más que suficientes para escribir un artículo violento que expresara nuestro legendario abandono, reflejando en él la amargura que nos inspira contemplar como desaparecen los vestigios que vinculan el recuerdo de nuestras glorias pasadas, pero no somos inclinados a tales extremos, aparte que el razonamiento sereno lo creemos mejor; pero así y todo, solo dolor y desconsuelo nos causa ver como esos objetos de arte y aquellas momias son trasplantados lejos de la región en que por siempre debieran conservarse pregonando así nuestra tibieza y, ¿porqué no decirlo?, nuestra ignorancia y nuestra indolencia.

No queremos creer que los huesos o lo que fuere de las momias encontradas hace poco en una cueva de San Andrés, fueran vendidas por unas cuantas pesetas, ni tampoco damos oído al rumor de que su transporte se hizo sin el consentimiento de su dueño, ni que intervino alguna autoridad de la localidad en el despojo, no que se formularon quejas ante determinada Corporación, y decimos que no lo creemos, porque todo eso nos parece inexplicable.

Y no se diga que esos recuerdos arqueológicos carecen de interés y que solo preocupan a algunos pocos; no, investigar la civilización de la humanidad, cual fue su estado primitivo, como se formaron las razas, que pensaban y como vivían los primeros hombres y porqué serie de cambios pasaron hasta llegar a una civilización superior, es problema al cual hoy se dedica especial interés en las naciones civilizadas.

Medios tuvimos para evitar que los descubrimientos hechos en San Andrés no salieran de nuestro país, y con medios seguros contamos para que en lo sucesivo no se repita; pero ¿se utilizarán? ¿Los haremos valer? Difícil será contestarlo. Hoy, cuando todos los pueblos rechazan sistemáticamente la intervención extranjera en excavaciones y descubrimientos, hemos consentido que se vaya despojando a nuestra tierra de reliquias que quizás fueran brillante eslabón de las investigaciones que en estos tiempos algún hijo de esta tierra está efectuando.

Hay una ley publicada por el ministro D. Amalio Gimeno, de 2 de junio de 1911, en que se prohíbe extraer y llevarse del territorio español restos de antigüedades, sea cualquiera el modo en que fueron adquiridas, prohibición que se hace patente en el preámbulo, y en los once artículo en que consta, y esta ley no fue observada en las exploraciones en que nos referimos.

El artículo ocho de la precitada ley dice en unos de sus incisos: “Los descubridores extranjeros autorizados por el Estado harán suyo en pleno dominio un ejemplar de todos los objetos duplicados que descubran”. Y nosotros preguntamos: ¿están debidamente autorizados estos profesores por el Estado Español para practicar investigaciones arqueológicas en la isla y llevarse de ella estos restos guanches?

Si las preguntas que hemos formulado tuvieran confirmación satisfactoria excusado es decir lo que nos complacería, de lo contrario, formulamos la protesta más enérgica, reclamando que se cumpla la ley.

“Estarán sujetos a responsabilidad criminal, indemnización y pérdida de las antigüedades descubiertas, según los casos, los exploradores no autorizados y los que oculte, deterioren o destruyan ruinas o antigüedades. (Art. 10 de R. D. de 2 de junio de 1911).

Anaga no se libró, como el resto de los reinos de Tenerife, del repartimiento de tierras por parte los conquistadores, principalmente por ser una zona muy rica en aguas, y probablemente al ser un bando de guerra, no nos consta que se hayan dado tierras por esta zona a canarios excepto al llamado Diego de Ybaute y como muestra insertamos una lista de algunos de los beneficiarios de estos repartimientos.

Como podemos ver, hay dos núcleos muy importantes de población, que no aparecen relacionados en este Diccionario; Igueste de San Andrés (probablemente por estar incluido en la estadística del barrio de S. Andrés, aunque es de extrañar por la distancia de uno a otro) y Taborno.

El valle de San Andrés, fue conocido por los documentos de finales del siglo XV y principios del XVI por el nombre indígena de Abicore e Ibaute, hoy los barrancos del Cercado y las Huertas, más tarde llamado “de las Higueras” y posteriormente “de Salazar”, por el repartimiento de tierras que se dio en este lugar a favor de Lope de Salazar, el más antiguo conocido del 8 de febrero de 1498, y todos ellos le fueron confirmados por el reformador Licenciado Juan Ortiz de Zárate, en agosto de 1508. Fernández de Lugo le concedió «el Valle de las Higueras, el qual sea para vos e para vuestro hermano Sancho de Salazar e para vuestro yerno Gonzalo del Real e si algún otro vezino cupiera más sea para Pedro Per­domo, vuestro cuñado, que a de venir a vevir a esta isla e quede para otros dos vezinos que traigáis para ello>.

No vamos a seguir las incidencia de este repartimiento, que pronto había de dar lugar a numerosos pleitos, y sólo notar que un indígena, Diego de Ibaute, obtuvo sentencia a su favor, en virtud de la cual Lope de Salazar debió de en­tregarle doce fanegas de tierra en dicho valle.

En 1528 el Valle de Salazar pertenecía a cinco herede­ros: al presbítero Luís de Salazar, como heredero de Lope de Salazar; a la viuda de Sancho de Salazar, en represen­tación de sus hijos; a los herederos de Pedro Perdomo, que los representaba Juan Álvarez, por sus hijos y de Luisa Per­domo, llamados Cristóbal Perdomo, María Ortiz, Marcos y Brígida Perdomo, por sus cuñados Luís, Brígida, Catalina y Francisco Perdomo, Juan de Burguillos y Nufro de Morales, y sus sobrinos, los hijos de Marina Perdomo; a Juan Real, hijo único de Gonzalo del Real, y a los herederos de Antón Mexía y Elvira de Párraga, por los que compareció Diego de Párraga y Ana Ramona, viuda de Juan González Mexía. Poseía también bienes en el valle Diego de Ibaute.

Es sabido que los Baute o Ibaute, como un Gaspar Fer­nández, todos de los del reino de Anaga, fueron de los indí­genas que más ayudaron a la conquista y resultaron bene­ficiados en los repartimientos.
           
Lope de Salazar estaba casado con Beatriz de Párraga, posiblemente también indígena de Tenerife, como lo prueba el testamento de un sobrino suyo, Juan de Guarzanaro (¿Guan­zanaro?) otorgado en Sevilla en 1497, en el que se dice natural de Fuerteventura, hijo de otro Juan de Guarzanaro y de Catalina Despós, que lo eran de Tenerife y por el que ins­tituye heredera a su tía, Beatriz de Párraga, la esposa de Lope de Salazar.
           
Lope, terminada la conquista, se retiró a vivir a sus tierras, aunque el Cabildo le encomienda algún servicio, como el de la distribución del ganado para el abasto el 28 de enero de 1499 y para el aprovechamiento de los pastos, desde Ibaute hasta el Bufadero y el valle de Tahodio, el 4 de agosto de 1503; el cuidado de la defensa del puerto de Santa Cruz, para lo que mandan llamar, entre otros, «a Luís de Salazar e a Salazar el Viejo» el 23 de enero de 1513 y el 10 de noviembre siguiente la visita de salud de los navíos.

Años más tarde, establecida en las Islas otra rama de la misma familia, cuando obtuvo del rey don Carlos II título Condal, eligió la denominación del Valle de Salazar, donde tuvo ricas propiedades, legadas al Estado en el siglo XIX por uno de sus miembros para con su producto promover la repoblación forestal. (Raúl Melo Day, en:
usuarios.multimania.es/melodaitraul/experiences.html)




La Maldición de Laurinaga


Se dice que antaño Fuerteventura fué una isla con mucha vegetación. Pero, en la actualidad es una isla muy arida y muy seca. Este cambio climatológico está desmostrado científicamente. Sin embargo existe una leyenda de la isla conocida como, la Leyenda de Laurinaga.
"En el siglo XV, don Pedro Fernández de Saavedra, fue nombrado señor de las islas Afortunadas. En Fuerteventura. Don Pedro, tan conquistador en el amor como en la guerra, cobró fama, nada más llegar a la isla por sus aventuras con las muchachas guanches. Se casó, al poco tiempo de llegar allí, con doña Constanza Sarmiento, hija de García de la Herrera, y tuvo catorce hijos, amén de todos los ilegítimos que sembró por la isla en sus frívolas aventuras. Con el transcurso de los años, uno de los hijos de doña Constanza, don Luís Fernández de Herrera, se convirtió en un apuesto caballero, heredando todos los defectos de su padre, pero ninguna de sus virtudes. Era altanero, petulante y conquistador; pero cobarde para la guerra. Y le resultaba divertido seducir a las muchachas indígenas, que le miraban como a un héroe. En una ocasión, se encaprichó de una bellísima doncella que había sido bautizada como cristiana con el nombre de Fernanda. A la muchacha no le disgustaba la presencia de don Luís; pero no se decidió a poner en juego su reputación accediendo a sus deseos. Pasaron los meses y el galán siguió acosando a Fernanda, que cada día se sentía más dispuesta para aquel juego, hasta el extremo de aceptar una invitación de don Luís para asistir a una cacería organizada por su padre. Llegado el día, don Luís se las arregló para estar solo toda la mañana con la ya enamorada doncella.
Comieron plácidamente a la sombra de un chopo y poco después el joven caballero la invitó a dar un paseo. En animada conversación llegaron a una espesa arboleda cuando ya la tarde declinaba. Don Luís, creyendo que ya había llegado el momento de prescindir de galanteos platónicos, intentó abrazar a Fernanda. Ella trató de defenderse, pero comprendiendo que le sería imposible hacerlo, pidió socorro a grandes voces. Los gritos fueron oídos por los cazadores, y advirtieron la ausencia de la pareja.

Don Pedro montó en su caballo y, en compañía de otros caballeros, picó espuelas para dirigirse hacia allí. Antes de que llegaran, pudo acudir un labrador indígena, que al ver la situación de la doncella trató de defenderla de don Luís. Éste, ofendido y molesto, desenvainó un cuchillo, dispuesto a quitar la vida a aquel indígena. Pero no fue posible, porque, tras unos minutos de lucha, el labrador pudo arrebatar el arma a don Luís. Iba a clavársela, como venganza, ciego de ira, cuando don Pedro, que llegaba a todo galope y había visto la escena se precipitó con su caballo sobre el campesino que cayó con violencia al suelo y murió en el acto. Entonces apareció de entre los árboles una anciana indígena, madre del labrador, que lanzando una mirada dolorida sobre aquel cuadro, se dio cuenta enseguida de lo ocurrido. Levantó la cabeza para conocer al causante de aquella muerte, y se encontró con la de don Pedro, el caballero que la había seducido en su juventud y del que había tenido aquel hijo que acababa de morir. La anciana al reconocerle, ciega de indignación, le hizo saber que ella era Laurinaga y que aquel cadáver era el de su propio hijo. Luego, elevando los ojos al cielo, como invocando a los dioses guanches, maldijo con voz temblorosa y acento grave aquella tierra de Fuerteventura, por ser señorío de aquel caballero don Pedro Fernández de Saavedra, causante de todas sus desgracias. Dicen que a partir de aquel momento empezaron a soplar sobre aquellas tierras los vientos ardientes del Sahara, que se empezaron a quemar las flores y toda la isla fue convirtiéndose en un esqueleto agonizante, que según la maldición de Laurinaga, acabará por desaparecer."

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