martes, 28 de agosto de 2012

Capitulo XXVI-I


Capitulo XXVI-I

Eduardo Pedro García Rodríguez


Isla  Titoreygatra (Lanzarote)

                                     
[…]Eran los naturales destas dos islas, Lanzarote y Fuerteventura, caritativos, alegres, amigables, grandes cantadores y bailadores, La sonada que hacían era con pies, manos y boca, muy a compás y graciosa. Eran muy ligeros en saltar, y era su principal ejercicio.  Tomaban   dos hombres una vara larga, uno por un cabo y otro por  el   otro  cabo,  y alzaban los brazos con la vara, lo mas  alto que podían; y el que lo saltaba, tenían por más ligero, Y así ponían dos y tres en hilera,  y   había      hombre que lo saltaba en tres saltos, sin parar.

Eran animosos y bien dispuestos y proporcionados, más que todos los  demás de las islas, y así lo son hoy.” (Abreu Galindo, 1977:55)

Vestían los hombres capas cortas de pieles, á las que decían huruy, largas hasta las rodillas; envolvían sus pies en cueros sujetos con correas, calzado que recibía el nombre de maho ó maxo; adornaban sus cabezas con gorros de piel en forma de cono, al que llamaban guapil. Un saco o mochila de cuero, harguy, usaban para viaje. Las mujeres vestían una larga túnica hasta los pies, y encima un tamarco ó capa de abrigo. Una tira de cuero teñida de color encima del gorro y que se extendía á su alrededor con tres plumas en la parte de la frente, adornaban sus cabezas. (Tomás Marín de Cubas [1694] 1993)

En relación al gentilicio maxo-maxye-majo-maho el Dr. Barrios García en una ponencia presentada en las III Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote recoge: “Tanto el término “majo”, como el de “majorero”, han sido tradicionalmente uti­lizados por las fuentes escritas y la tradición oral como gentilicio para de­signar a los naturales de Fuerteventura y Lanzarete. Además, según cier­tos autores: Maho (Abreu), Maoh (Torriani), Mahorata (Viana), era tam­bién el nombre que le daban algunos a estas dos islas.
Desde este punto de vista, tanto las dos islas como sus habitantes, vi­vos o muertos, parecen haber recibido, según algunas versiones, el mis­mo nombre de: maho, majo, magio, maxio, etc. Esta palabra es relacionable lingüística y semánticamente con el etnómino con el que se deno­minan a sí mismas las poblaciones comúnmente llamadas beréberes; se­gún Salem Chuaquer et al: 
“La lengua de los touaregs, que es una forma del beréber, se di­vide en varios dialectos mutuamente inteligibles con muy poco esfuerzo...

 Para designarse a ellos mismos, estos pastores nómadas del Sa­hara Central,         como todos los beréberes, utilizan el término Amajeg/imuhag, con variantes dialectales múltiples: Amaheg, Amaceg, Amazig... que podemos seguir desde la antigüedad: Maxyes de Herodoto, Mazyes de Mecateo, Mazices y Mazaces de la época latina”.


Para Prasse, la forma primitiva de este término sería á-mahzig, y la forma ámáhág, variante dialectal de los touaregs del Ahaggar, es señalada por algunos estudiosos como la más cercana lingüísticamente al “Majo” de Lanzarote y Fuerteventura. En esta línea de apreciaciones pa­rece claro que la palabra “majo” se correspondería precisamente con una variante dialectal insular del término panberéber con el que estas pobla­ciones se designan a sí mismas.

La adscripción por algunos historiadores de esta palabra como nombre de las dos islas orientales, puede entonces matizarse en el sentido de que, si lingüísticamente, designa una etnia, podría entonces, por exten­sión, designar el territorio que esta etnia ocupa; es decir, no sería éste el nombre de la isla, sino más bien el nombre del territorio que ocupa la etnia. Por otra parte, como nombre de las islas tenemos los más conoci­das de Erbania (Fuerteventura) y Titerogaka (Lanzarote). (José Barrios García: 250-51)
Los imuhagh (gentilicio españolizado como “tuareg”) son un pueblo amazigh (bereber) que habita en extensas regiones del desierto del Sáhara. Tienen su propia escritura el tifinagh. En el idioma este pueblo se suele autodenominar imoshag, imushaq, imuhagh palabra cuyo significado es ‘los libres’ o ‘los nobles’ y que parece derivar de tamazight.

También se dan a sí mismos el nombre de kel tamayaq o kel tamasheg (‘los que hablan el idioma tamasheg’). El pueblo tuareg habita en la zona norte y occidental del Sahara y el norte del Sahel, para ellos el Sáhara no es un desierto, sino varios juntos.

Se les supone principalmente descendientes de los antiguos garamantes que en la antigüedad habitaban el Fezzan. Sus dominios limitaban al norte con los mauritanos, al oeste con los getulos y al este quizás ya con los ancestros de los tubus.

La estructura básica de la sociedad tuareg es el linaje (tawshit), grupo de parientes que reconocen un antecesor común. Los hijos pertenecen al linaje de la madre y heredan de ella, pero el hogar se establece en los aghiwan o campamentos del linaje del padre.

“Hay una denominación que parece común para los que habitan esa franja del continente africano. Los makai, los maclies y los maxyes y después los maziges parecen ser grupos de un mismo pueblo: el protobe-réber. Inclusive se puede llegar a decir que esos vocablos registran pro­nunciaciones locales de una misma palabra, cuyo sonido k se permuta con j, z y h, con arreglo al fenómeno estudiado por Prasse. Según esta ley la palabra temehu sería una variante de las anteriores, a la que se le añade el prefijo beréber t. La palabra maxyes daría lugar a la voz canaria prehispánica magos, mahos, a la beréber amazig, amahak y a la árabe rnayis y mayus” (R. Muñoz Jiménez, 1994:199)

Por su parte el Filólogo canario Dr. Ignacio Reyes apunta: “En relación con el topónimo ‘Mahorata’, el poeta Antonio de Viana (1604, I) alude a sus pobladores como mahoratas, esto es, mahâr-t, ‘tribu o hijos del país natal’. He ahí, cuando menos, la lectura inmediata, porque un posible antecedente fenicio a través del lexema M•H•R (‘occidente’) no debe descartarse por completo. La otra expresión convoca dos conceptos vinculados indebidamente en la tradición oral y documental: ‘mah(i)o’, simple torsión de mahorero, y ‘maxio’ o ‘mago’, que –de manera escueta– se acerca al doble significado hispánico de la noción ‘alma’ (como substancia espiritual y –a la vez– corpórea del ser humano).” (Ignacio Reyes, 2007)

Los maxyes, mashauash o maxie, también conocidos como  mashawash, mashwesh, eran los miembros de un antiguo pueblo de mazighios libios. Pueblo conocido por los egipcios por haber sufrido varias invasiones desde el reinado Amenofis III, hacía el 1380 a.e.a.  Este pueblo intentó extenderse hacia el este, su nombre está recogido en la nómina de pueblos vencidos por el Faraón Merenpta hijo y sucesor de  Ramses II (1213-1203 a.e.a.). Según los documentos egipcios los Mashauash estaban instalados al oeste del delta del Nilo, más allá de los Tehenu en la Sirenaica en la antigua Libia. Herodoto los situaba en Tunicia  y eran sedentarios, pues eran agricultores y poseían casas.

Desde el oeste, el pueblo Temehu, más tarde conocida como Tehenu y procedente de Libia, se mantuvo al oeste del delta y de Nubia

Bajo el reinado de Ramses III hubo dos guerras líbico-egipcias, en el -1194 y en el –1188: los Libu y luego los maschwesch intentaron ocupar el Delta.

Los invasores fueron derrotados pero se permitió el establecimiento de libios y la incorporación de muchos de ellos al ejército egipcio. Las victorias de Ramsés III le permitieron ocupar el oasis de Siwa, y extender el culto a Ammon de Tebas, que se extendió rápidamente por todo el Sahara.

Durante el intervalo del siglo XI a.e.a., una parte de este pueblo se infiltró pacíficamente en el Delta del Nilo, fundaron una especie de feudo, alrededor de Bubasti.

La denominación de mashauash se relaciona con Amazigh, (hombre libre), y que seguramente explica el etnónimo de los Maxues mencionados por Herodoto en las Sirtes.

El origen libio de los mashauash está refrendado explícitamente en una genealogía contenida en la estela de Pasenhor (datada en el reinado de Sheshonq V,  en la que se dice que los grandes jefes de los mashauash (incluyendo a los reyes de la Dinastía XXII), eran descendientes de "Buyuwawa el Libio.
Los maschwesch, vecinos occidentales de los Libu. Ambos parecen ser ramificaciones de los Temehu.
Un bajorrelieve del templo mortuorio de Sahue, (dinastía V, hacia el 4670 BP), conmemora una victoria egipcia sobre pueblos de O, nos informa de la vestimenta y aspecto físico de los tehenu; los vencidos llevan un cabello largo, un mechón levantado en la frente, cuerpo tatuado, un traje abigarrado y collares policromos, son de estatura alta, perfil fino, labios gruesos, sotabarba. Llevan funda fálica. Poblaban en aquella época el desierto líbico y los oasis.

Bajo la VI dinastía, hacia el 4300 BP, son mencionados los Temehu, y actualmente algunos autores consideran que son un pueblo a parte de los Tehenu. Los egipcios señalan que son de piel más clara, ojos azules, frecuentemente rubios y que llevan un manto de cuero. Vivían en el Gran Oasis, (Kharga), su cerámica es parecida a la de la Baja Nubia hacia mitad del II milenio a.e.a., (en torno a los 4500 BP)… Los Temehu antes nombrados están representados frecuentemente durante el imperio nuevo, (desde de el 1554 al 1304 a,e.a.), llevan una coleta trenzada que cuelga delante de las orejas, y se dobla sobre los hombros. Con frecuencia llevan plumas en sus cabellos y a veces están tatuados. Van armados con arco y a veces con la espada o con el bumerang (este arma de guerra y caza esta documenta para Benahuare-La Palma). Todos estos rasgos -como hemos visto-serán también señalados por Herodoto en el siglo V a.e.a., en los libios de las Sirtes. Por lo tanto puede concluirse que los temehu son los antepasados de los libios que conocerían los griegos en la Cyrenaica.

“Las numerosas manifestaciones del arte rupestre (Castiglione y Negro 1986, Le Quellec 1993 y 1996, Muzzolini 1996), en esta amplia región, alude a las formas de vida de la época y a un complejo mundo simbólico. Quizá el caso más polémico sea el de los borregos tocados con un objeto o calabaza en la cabeza, que algunos vinculan al Dios Amón, explicándolo por su pertenencia a un sustrato de mitos comunes de origen neolítico. Así pues, todo parece indicar que el norte de Africa, al oeste del Nilo, en un territorio que englobaría gran parte del Sahara occidental y del Magreb actual, estuvo habitado hace aproximadamente más de 6000 años por una serie de etnias con un sustrato cultural común. Estos pueblos o etnias constituirían, desde el punto de vista lingüístico, lo que se ha denominado área o sustrato líbico-bereber; otros autores hablan de "Protobereber" (J. Desanges, 1982). Tras éste concepto se encontrarían nombres de pueblos de la antigüedad como Temehu y Libios entre Egipto y Libia, Nasamones y Psylles de Libia, Garamantes y Atarantes del Sahara, Gétulos y Numidas de Argelia y Túnez, los Guanches de las Islas Canarias, Zenetes, Mauros y Sanhadja entre Marruecos, Argelia y Malí, etc. (Camps, 1980)” (Guillermo Alonso Meneses, 2007)

“La iconografía egipcia del Imperio Nuevo ya alude a los “Temehu” o “Tehennu”, que se caracterizan por llevar coleta y tener tatuajes, los cuales eran agrupados en dos grupos básicos: los “Libu” (que portan taparrabo) y los “Meswes” (que portaban una funda fálica). Estas fuentes egipcias ofrecen los datos históricos más antiguos sobre lo amazigh (lo líbico-bereber o “protobereber”). Por otra parte, la paulatina desertificación del Sahara fue aislando a muchos de estos grupos pastores en zonas de montañas o empujándolos hacia las periferias húmedas del norte y del sur, donde entran en contacto con otros pueblos e incluso se llegan a mestizar. Las primeras fuentes históricas (Herodoto, Estrabón, Plinio) hablan de distintas tribus y/o pueblos: Amantes, Cinithi, Garamantes, Guzantes, Canarii, Libyophenices, etc. (Muñoz, 1994).” (Guillermo Alonso Meneses, 2007)

Aspecto estos corroborados por la moderna arqueología, en un extenso estudio llevado a cabo en torno a las estaciones de grabados rupestres en los yacimientos de la alta Nubia egipcia desde el sur de Korosko al último acantilado Ibrin Sur, saliente rocoso que delimita la región de Gineinah por su lado norte, por los arqueólogos españoles Martín Almagro y su hijo Martín Almagro Gobea, quienes al respeto recogen:

[…] Así, frente a la tesis de Trigger, concretamente sabemos hoy cómo al final del llama­do en la historia de Egipto Primer Período Intermedio penetró en Nubia el pueblo de los "Pan-graves", seguramente de carácter négrido, el cual sirvió a la política  faraónica del Impe­rio Medio y del Segundo Período Intermedio, sobre todo como mercenarios del faraón Ka-mose. Luego estas gentes, nuevas en Nubia, que se pueden relacionar con el pueblo de los MdSj.w, ó maschwesch de las fuentes escritas, que habitaba el desierto oriental de Nubia, acabaron fundiéndose en la cultura C, obra de una raza claramente de tipo mediterráneo y que ya había iniciado su presencia allí a partir de las últimas dinastías del Imperio Antiguo faraónico.

 Ante este fenómeno étnico, bastante bien comprobado hoy, no deberá extrañarnos que el arte de la región nubia lo debamos relacionar con las manifestaciones de otros grabados que hemos visto se nos ofrecen de aspecto muy similar en los desiertos occidentales líbicos, hacia el Kordofan sobre todo.

Estas regiones, según los textos egipcios, las vemos habitadas por pueblos que no debían ser de etnia muy diversa a los pueblos nubios. Estos, parece evidente, recibieron de ellos continuas influencias, más decisivas que las que los egipcios soportaron de sus vecinos de las regiones de los desiertos líbicos, pues Egipto estaba mejor organizado y amparado por el estado faraónico, fuertemente constituido desde los tiempos de las dinastías Tinitas y de los príncipes de Hierakonpolis.

Recientemente, W. Holscher, manejando textos y referencias históricas y arqueológi­cas diversas, igual que ya había señalado E. Zyhlarz', ha diferenciado en las fuentes egip­cias los morenos Tehenu, thenios o Thnw de las inscripciones y los blancos Temehu o Tmh. Los primeros, que usaban el karnata, procederían, al menos en parte, de las zonas cerca­nas al oeste del Delta: Vivieron en Wadi Natrum y ocuparon el Fayum; una rama de ellos, los Msw o Mazykes, partiendo de esta región, acabaron dominando Egipto dándole la Di­nastía XXII. En el Imperio Nuevo, con el nombre TV del país de Ztj, aún se designa a los Tehenu como a los habitantes del desierto occidental, y Rhoterí, sin base segura alguna en nuestra opinión, sugiere sean los habitantes que realizaron las pinturas y grabados en los montes de Gilí Kebir y de Auenat. Desde luego, sí pudieron ser, al menos, estrechos pa­rientes de aquellos prehistóricos artistas, aunque no sea posible por hoy establecer estas relaciones étnicas.

También se pueden reunir noticias desde el Antiguo Imperio, sobre todo en la IV Di­nastía, de los Temehu, tymios o Tmh de las inscripciones. Para O. Bates, E. Zyhlarz, H. Holscher y otros, serían los creadores de la cultura C de Nubia. Procederían del norte de África y, tras apoderarse de los oasis de Selima y otros de las regiones del desierto líbi­co, acabaron ocupando la Nubia en su avance hacia el Sur. Antes darían origen a la llamada cultura de Wadi Hawar, en el Kordofan. Allí aparecen cerámicas y otros elementos cul­turales, entre ellos, las hachas segmentadas típicas de esta cultura. Más difícil es admitir, como ha sostenido Rhotert, que de los Temehu se hayan derivado los Libu y los Maschwesch que aparecen en el Imperio Nuevo en las fuentes históricas egipcias, pues ya hemos visto que los Maschwesch darían origen a la cultura de los “Pan-graves” de Nubia y parecen ser los habitantes de los desiertos orientales del valle del Nilo nubio.

Es evidente que los pueblos pastores líbicos dependieron y se relacionaron con Egipto y su cultura histórica. Incluso para contradecir la anterior conclusión podemos utilizar datos en este sentido muy diversos y convincentes. Por ejemplo, el hombre armado con un hacha con forma egipcia del Nuevo Imperio, de buen estilo naturalista bovino de un abrigo rupes­tre pintado de Safar en el Tassili, nos probaría que aquellas pinturas rupestres del período bovino se desarrollaban hacia el 1500 a. de J. C. También las diversas figuras y composi­ciones repetidamente egiptizantes que se ven entre varias de estas pinturas parecen inclinar­nos a sostener que aquellos grandes artistas del Sahara central se pudieron inspirar en obras del Imperio faraónico. La misma momia de Um Umagiat, hallada y estudiada por Mori, nos haría deducir esta misma conclusión. Sin embargo, su cronología, según el Carbono 14, es 5405 ± 180 de cronología absoluta, o sea unos 3500 a. de J. C, y ello nos obligará a sostener que los ritos funerarios egipcios para la conservación de los cadáveres, siempre pro­pios de culturas avanzadas, tendrían sus precedentes entre los pastores del oeste del valle.

Aún es más desconcertante que cerca de esta momia aparezca una representación de la barca solar funeraria que debemos relacionar evidentemente por su tipo y estructura de la escena representada con la mitología egipcia.

Por otra parte, cada día esta región se ve más enriquecida con el hallazgo de nuevos conjuntos de arte rupestre, más o menos personales en su técnica, estilo y temática, como los que nosotros mismos estamos estudiando en el Sahara español. Cada uno de estos descu­brimientos regionales, sucesivamente aportados por toda esa extensa región del norte de África, desde el mar Rojo al Atlántico, plantea nuevos problemas, no sólo propios de tales provincias artísticas, sino que influyen en la total visión que sobre las creaciones del arte rupestre norteafricano nos hayamos de formar. El estudio minucioso de cada una de estas provincias artísticas, aun poco y parcialmente realizado, nos aconseja ser prudentes en toda valoración étnica y cronológica que hagamos de las mismas… (Martín Almagro Basch et al.1968:317-327)

Llegada de los primeros insuluamazighen al archipiélago


Este término, insuloamazighen acuñado por mi buen amigo el doctor  en filología Ignacio Reyes García -profesional independiente dedicado a la investigación y desarrollo en Ciencias Sociales y Humanas, especialista en  la lengua y cultura amazighes de las Islas Canarias-, lo asumo en contra partida de los manidos y peyorativos de aborigen, primitivos, prehispánicos etc.,que arteramente manejados por el colonialismo y sus comisarios culturales en Canarias nos inducen a referirnos a los aspectos históricos-culturales de nuestros antepasados como si fueran “otros” y no “nosotros”, es decir, la negación del “yo” en favor de “ellos”.

Hace más de tres décadas tuve la osadía de exponer públicamente mi hipótesis en torno a la presencia fenicia en Canarias e incluso la posibilidad de remotos contactos con la antigua civilización egipcia, basándome en los múltiples vestigios arqueológicos existentes en las islas, así como en investigaciones documentales. No tardaron en reaccionar los comisarios culturales, algunos foráneos y otros formados en esa gigantesca máquina de lavar cerebros que es la Universidad de España implantada en La Laguna. Los inmovilistas investigadores de salón cómodamente asentados en sus poltronas y reacios a dejar de pisar la mullida moqueta de sus despachos para patear  los campos respirar el molesto polvo y recibir directamente en la cara los vivificantes rayos de Magek, arremetieron contra mi modesta persona como si yo fuese la personificación del diablo de los católicos, pues mis planteamientos iban en contra de los parámetros culturales que para nuestros ancestros había fabricado,  sostenido y divulgado el sistema colonial mediante estos comisarios culturales encargados de inducirnos a pensar y asumir que nuestros antepasados  habían sido unos pobres seres impensantes capaces solamente de ir detrás de unos rebaños de cabras u ovejas tirando piedras, incapaces por tanto de crear cultura en el sentido que los invasores dan a esta palabra. Cuando la realidad es que en los aspectos morales, sociales y espirituales, nuestros ancestros estaban a años luz de la falsa e hipócrita moral practicada por los invasores.

Pero el tiempo es un consejero sabio y la luz siempre prevalecerá sobre las tinieblas, así me ha sido dado el poder ser testigo de cómo algunos de aquellos poseedores de patentes de corso –léase titulación universitaria- que en su momento me calificaron de  advenedizo, analfabeto e ignorante entre otros muchos  epítetos menos elegantes, andando el tiempo quizás obligados por la presión de una sociedad sedienta del conocimientos de sus orígenes, así como por el empuje un grupo de jóvenes científicos no comprometidos con la política de estómagos agradecidos, han decidido cambiarse el “chips” y se han visto obligados a tomar partido por la verdad histórica, naturalmente tratando de reconducirla soterradamente hacía sus discursos etnocentristas y dependentistas.

Ya que la práctica de investigación arqueológica puede entenderse como práctica política, como acción transformadora de las realidades contemporáneas y futuras.

Explorando los diversos estatutos que la arqueología adopta en torno a la relación del saber y el poder, rechazamos muchas de las implicaciones positivistas que la han constituido como ciencia desde sus orígenes, así como otras posteriores posmodernas.

Sería deseable, como vía posible de investigación, una concepción de la arqueología como indagación, reflexión y crítica de las diversas maneras, explícitas u ocultas, en que la cultura material condiciona y es condicionada por la acción social; de las tendencias hegemónicas y totalizadoras del orden social impuesto y de la estratificación de distintas experiencias y temporalidades en la imposición cultural.

Así vemos como en los últimos años un grupo de profesionales de la educación y la investigación vinculados a la Universidad de La Laguna han venido desarrollando un amplio trabajo sobre la presencia feno-púnica en el archipiélago, fruto del cual ha sido la publicación de varios artículos en revistas especializadas así como de algunos libros relacionados con  el tema.

Por su parte el doctor en Filosofía y Letras e investigador histórico Buenaventura Bonnet Reverón,  en una serie de artículos publicados en el primer tercio del pasado siglo XX en la  Revista de la Historia que el dirigió, nos presenta su visión del origen de los primigenios habitantes de Lanzarote y Furteventura:  “A la vez el prefijo de la voz Mahu-haria, Mahu, tiene su origen en el vocablo Tamohu o T'mahu, con el cual los egipcios designaron algunos ramales pelásgicos de ojos azules y cabellos rubios que invadieron el Delta, y que en general significaba gentes del Norte porque dada la situación geográfica del Egipto y la del Asia Menor, esos pueblos invasores llegaban del Septentrión.

De la unión de ese apelativo con la raíz, se formó el de Mahu-haria y por aspiración y debilitación de vocales, el de majoreros actual, que demuestra su filiación con los arios, o pelasgos, llamados también pre-helénicos.

Por consiguiente, debemos aceptar que la invasión de esta isla (Lanzarote) se efectuó desde la de Fuerteventura atravesando el estrecho de la Bocaína que las separa unos 11 kilómetros, alcanzando tierra por el sur de Lanzarote, en la punta de Matagorda o en la de Pechiguera.

La distancia entre ambas islas se acorta por existir entre ellas un islote o peñón llamado isla de Lobos de tres kilómetros y medio de extensión, que toma su nombre de los muchos lobos marinos que en otra época salían a la orilla a gozar del sol, de cuyas pieles se confeccionaban cintas para curar ciertas enfermedades; también este islote fué nido y refugio de piratas.

El paso se facilitaba de una isla a otra mediante el peñón ya indicado, si bien no negamos que también llegaron directamente de África tribus arias, pero la afirmación de Abreu Galindo al decir: “Los naturales destas dos islas Lanzarote y Fuerteventura se llaman Mahoreros...” (Libro 1º, capítulo IX página 29) confirma nuestro aserto de que los Mahu-harias poblaron ambas islas.

Asimismo, el nombre de Haría, raíz de la voz Mahu-Haria, demuestra la filiación que pretendemos establecer con las gentes que invadieron a Fuerteventura. Todos sabemos que Haría es el pueblo más septentrional de Lanzarote, que sería el punto extremo de las correrías de aquellos hombres, o por lo menos el postrer recinto fortificado de la isla.

También hemos de hacer notar que el cabo o punto de Fariones, de Hario-nes, guarda similitud con las voces ya analizadas por nosotros, sin que pueda esto considerarse como meras casualidades, pues desde el punto de vista filológico están comprobados su origen como un hecho probado, si bien no se ha prestado a este estudio la importancia que merece.” (Buenaventura Bonnet y Reverón, 1925)
                                                                                                          

La presencia cartaginesa


Hace 15.000 años se detecta una homogeneidad cultural acusada en todo el norte de África, con una población dolicocéfala de considerable altura con un promedio de 1,70.

Este grupo étnico es suplantado a partir del 6.000 por gentes que desarrollan la denominada cultura Capsiense (por el yacimiento de Gafsa en Túnez). La población precedente no fue exterminada, sino que se refugió en las zonas de montaña (djebel), lo que explica los contrastes biotípicos del Magreb.

La parte más poblada de África fue el Sahara que entre los años 8000 y 6000 a.e.a. estaba recorrido por largos y caudalosos ríos (algunos de 1200 kilómetros de longitud) y poseían una vegetación exuberante. En tiempos del tantas veces mencionado Herodoto grandes extensiones del actual desierto estuvieron habitadas por una densa población de agricultores y pastores. A mediados del III milenio, comenzó el desecamiento del Sahara. Las gentes del centro del actual desierto emigraron hacia el Sur.

Durante más de 1200 años toda la franja septentrional del África al norte del Sahara -la denominada África Menor, pero también Tripolitania y el Fezzan- conoció desde el mundo mediterráneo una especie de transfusión más o menos directa de vida y cultura a partir de los inicios del Bronce y hasta el Hierro, con realizaciones políticas y culturales.

Durante el primer milenio a.e.a., el Sahara se fue secando y poblándose de amazighes descendientes de los Garamantes. La capital de este reino fue Garama Djerma, donde se han encontrado 45000 sepulturas datadas las más antiguas en  el siglo V a.ea.

A finales del siglo IX a.e.a., según la tradición la ciudad de Cartago fue fundada por la legendaria Dido y por un tío suyo sumo sacerdote  de Amón. Dido fue la primera reina de este nuevo enclave fenicio en la costa africana. Construida en una península que sobresale del golfo de Túnez, Cartago tuvo dos espléndidos puertos, conectados a través de un canal. Por encima de los puertos, sobre una colina, se encontraba la fortaleza amurallada de Byrsa.

Hacia el siglo VI a.e.a. Cartago había sojuzgado a los pueblos libios y anexionado las antiguas colonias fenicias, controlando de este modo toda la costa del norte de África, desde el océano Atlántico hasta la frontera occidental de Egipto, así como Cerdeña, Malta, las islas Baleares y parte de Sicilia.

A finales del siglo VII a.e.a., se lleva a cabo la circunnavegación de África, a cargo de marinos fenicios y  financiada por el faraón Necao, la travesía, que se había iniciado en el Mar Rojo, en Egipto, discurrió desde Oriente por aguas del índico hasta Occidente, donde los fenicios habrían surcado las aguas del Océano Atlántico, antes de iniciar por el Mediterráneo el regreso al Delta del Nilo, tras aproximadamente unos 3 años.

En el siglo V a.e.a., el almirante cartaginés Hannón emprendió un viaje a lo largo de la costa atlántica del norte de África, que visitó las costas noroeste y oeste de África alrededor del año 520 antes a.e.a. con una flota de sesenta barcos y un contingente humano de 30.000 personas, por esta época es casi seguro que el Magreb estaba ya mazigizado, ya que los nombres de las escalas corresponden a nombres mazigios.

 A partir del siglo VI, pero sobre todo del V a.e.a., se constata una gran presencia de Cartago en las costas del Magreb. En el litoral que va desde Tunicia a Marruecos los cartagineses fundaron una serie de colonias como Bizerta (Hippo Acra), Tabarca (Thabraca), Annaba (Hippo Regio), Rusicad (Skikda), Chullu (Collo), Bajaia (Saldas), Argel (Icosium), Tipasa, Gouraya (Gunugu), Bethioua (Porto Magno), Russadir (Melilla), Tamuda, Tingi (Tanger) Kouass y Banasa, entre las más importantes, mientras que otros enclaves fenicios anteriores, como Utica, Mersa Madakh o Lixus conocen ahora un nuevo auge. Posiblemente por estas fechas fundan factorías en el Archipiélago Canario, para la pesca de túnidos y la elaboración del garum, orchilla etc.


Conformación del territorio de  la Isla Titeroygatra (Lanzarote)

Según el arqueólogo José León Hernández: “el conocimiento que hoy poseemos del origen y formación de la isla, parece que hace algo más de 10 millones de años se produjeron los acontecimientos volcánicos y tectónicos que hicieron emerger por primera vez una parte de los que hoy es la isla de Lanzarote y que constituyen pruebas físicas de lo que se denomina Serie I.  Restos de aquélla etapa formativa, son el Macizo de Famara y el conjunto montañoso conocido por Los Ajaches.

Este período esta relacionado con el Primer Ciclo volcánico, que quedaría encuadrado aproximadamente entre los 5,1 y 20 millones de años y por lo tanto se correspondería con las postrimerías del Terciario (Mioceno). Se trata, desde el punto de vista geológico y petrológico, de los restos de coladas y piroclastos basálticos que se produjeron en aquella etapa.  Al finalizar este primer ciclo, parece producirse un prolongado período erosivo (uno 4 millones de años) que transformaría sustancialmente la fisonomía de la isla preexistente.

El segundo gran período, comprende las denominadas Series II y III, siendo especialmente esta última, la etapa que conformará fundamentalmente el soporte físico de la actual isla, ya que se extiende a lo largo de casi toda su geografía, tanto en su afloramiento directo (el mayor porcentaje del territorio insular), como debajo de los episodios volcánicos posteriores.

Comprende este período, la  actividad volcánica que va desde unos pocos miles de años, hasta los 5,1 millones de años. Se forma este territorio, fundamentalmente dentro del Cuaternario, aunque se correspondería con el dilatado período del Pleistoceno. También se caracteriza por estar formado por coladas y piroclastos basálticos.

La mayoría de las montañas de la isla, se corresponderían con los centros eruptivos que crearon el territorio de este Segundo Ciclo Volcánico. Entre otras cabe destacar a Caldera Blanca,  Montaña del Rodeo, Montaña Negra, Montaña Blanca, Guatisea, Tamia, Montaña Mina, Tinache, Timbaiba, Tinasoria, Montaña de Guenia, Montaña de Ubigue, Los Rostros, Ortiz, Montaña Negra, Diama, Testeína, Chupadero, Tremesana, Pedro Perico, María Hernández, Tínga, Guardilama, etc..,así como algunos lomos,  conos y elevaciones existentes en la isla, al igual que en La Graciosa, Alegranza, etc.. Gran parte de las zonas cubiertas por las “arenas volcánicas” y que hoy se sitúan en La Geria, Testeina, Masdache, Chibusque, El Sobaco, etc., pertenecen a este tipo de terrenos.” (José de León Hernández, 2004)

 La Gran Mahan


Por su parte y según una teoría del palenteologo D. Francisco García- Talavera Casañas nos dice: “De todos es sabido que al finalizar la última gran glaciación del Pleistoceno sobrevino un intenso cambio climático que afectó sobremanera al hemisferio Norte. Las tierras que habían estado cubiertas por casquetes glaciares se vieron libres de ellos paulatinamente y a medida que se iban fundiendo los hielos, el nivel del mar -que llegó a estar 120 m por debajo del actual- ascendía, quedando sumergidas las costas bajas. Testigos de estas oscilaciones son las “playas levantadas”, “playas sumergidas” y las plataformas insulares conocidas como "veriles", de gran extensión en las costas de Fuerteventura y del Norte de Lanzarote.

Dentro de una síntesis paleogeográfica de las islas orientales a lo largo del Holoceno (Cuaternario reciente), cabe resaltar importantes cambios en la configuración de las mismas. Como botón de muestra diremos que durante el máximo glacial würmiense, hace 18.000 años, Lanzarote, Fuerteventura y las isletas e islotes, junto a algunos bancos submarinos como el de Amanay (-25 m), conformaban una sola isla de más de 200 km de longitud y una superficie superior a los 5.000 km2, orientada paralelamente a la costa africana y siguiendo las directrices de la geotectónica de esta región atlántica. A su vez, la distancia que en aquel tiempo separaba esa gran isla, que llamaremos “Mahan”, del vecino continente no era superior a los 60 km. (en la actualidad son 95). Si, además, tenemos en cuenta que en esa época el Sahara estaba pasando por una de las etapas de máxima aridez, no resulta descabellado pensar en poblaciones paleolíticas localizadas en la franja costera, más húmeda y con abundantes recursos marinos a su alcance. La falta de documentación arqueológica, en este caso, es debida a que probablemente los yacimientos fueron destruidos por la erosión marina o están sumergidos en la plataforma continental. Por eso solamente aparecen restos neolíticos, época en la que el mar ya había alcanzado aproximadamente su nivel actual. Con toda certeza en muchos días del año en los que la atmósfera estaba limpia, libre de las tormentas de polvo y de la humedad litoral, las cumbres de nuestra gran isla eran visibles desde las atalayas más elevadas de la vecina costa de Tarfaya -como incluso ocurre actualmente- ofreciéndose como tentadora “terra incógnita” a nuestros primitivos vecinos. ¿Intentaron dar el salto ya en esas fechas?.

La idea no parece tan descabellada si consideramos la presión climática y/o antrópica que tendrían dichas poblaciones en aquella época, máxime si tenemos en cuenta antecedentes documentados arqueológicamente, como es el paso -hace 11.000 años- desde Nueva Guinea a Nueva Bretaña, atravesando el brazo de mar de 88 km que separaba ambas islas (Specht et al., 1983). Más cercano a nosotros y por las mismas fechas, los primitivos pobladores de Grecia cubrían una distancia de 150 km entre el continente y la isla de Melos en busca de obsidiana (Cherry, )…

Fue, en el último milenio antes de nuestra Era, cuando un nuevo período húmedo permitió durante siglos el poblamiento del Sahara Central, así como un nuevo avance de los pueblos del África blanca hacia el Sur y Oeste. Es muy probable que por esas fechas poblaciones del litoral sahariano ya hubiesen entrado en contacto con algunas de las grandes culturas mediterráneas (egipcios, fenicios, cartagineses, griegos, etruscos, romanos, etc.) y que por lo tanto fueran transportados o incentivados determinados contingentes humanos para su desplazamiento a las "maravillosas islas" (Hespérides, Afortunadas, etc.), como les sucedió a las poblaciones beréberes situadas más al Norte (Marruecos, Argelia, Túnez, Libia).”  (Francisco García-Talavera Casañas, 1997)

 Posibles Factorías Fenicias


Como queda dicho en el capitulo anterior la presencia fenicia en las Islas esta arqueológicamente demostrada, ahora bien, esta presencia posiblemente era  temporal supeditada al tiempo que durase la campaña anual de recogida de las materias primas tales como el murex, pieles de cabras y ovejas e incluso de focas de las que existían abundantes colonia en la isla de Lobos, y posiblemente ámbar gris de la que con cierta frecuencia suelen varar paquetes en las playas, en la antigüedad era usada para fijar los aromas de finos perfumes y literalmente valía su peso en oro,  pero sobre todo en la pesca de túnidos con el que se elaboraba el garúm, manjar altamente cotizado en la época. Todas estas materias primas no podían dejar de interesar a un pueblo altamente especializado en el comercio y la navegación de altura como el fenicio y, cuya presencia en el Archipiélago está arqueológicamente contrastada, además está recientemente corroborada por el descubrimiento en Lanzarote por el profesor Pablo Atoche de un yacimiento cuyas características apuntan a que era un asentamiento fijo con fines comerciales.

Como siempre que se produce un hallazgo arqueológico de cierta importancia que pone en entredicho las actitudes inmovilistas de ciertos sectores del mundillo académico servidores del sistema colonial en Canarias centralista, y que no concuerde con las tesis oficiales construidas sostenidas y propagadas con el fin de inducir en el pensamiento colectivo de la alienada sociedad canaria el concepto de que la primigenia cultura guanche estaba en un estadio de desarrollo del pleno neolítico, estos investigadores de salón están prestos a sembrar el desconcierto en la sociedad canaria, no dudando para ello en tervigersar y manipular   conscientemente los resultados de los hallazgos arqueológicos que no puedan ser controlados y manipulados por ellos, llegando incluso cuando les fallan los argumentos científicos, a denigrar y descalificar a quienes honestamente desarrollan su trabajo y además, tienen el valor de hacerlo publico sustrayéndolo de los habituales círculos corporativos y herméticos en que suelen desenvolverse.

Para ello, siempre han contado con el entusiasta concurso de unos medios de comunicación dependientes puestos incondicionalmente al servicio del colonialismo, especializados en mantener a la sociedad canaria en un continuo estado de desinformación o de ignorantación  y promoviendo todas aquellas actitudes que puedan contribuir al arraigo en la población de los sentimientos desenraizadores conducentes a mantener vigente el ya ancestral complejo de xenofobia entre los canarios.

Estas campañas de descrédito no esta exentas de intencionalidad política ni de inconfesables intereses económicos personales, no deja de ser significativo el hecho de que determinados catedráticos sostenidos y mimados por el sistema colonial, se brinden a ser los paladines del inmovilismo cultural en la colonia y sean los primeros en salir en defensa de actitudes a todas luces indefendibles, pero naturalmente están dispuesto a defender a ultranza al sistema que les libera mensualmente sus jugosas nóminas a cambio de la fidelidad al sistema, aunque sean concientes de que en los foros científicos internacionales hacen el más espantoso de los ridículos. Como anécdota puedo decir que uno de estos catedráticos afirmaba que en la isla de Tenerife no existían grabados rupestres y, cosas de la vida, hoy vive económicamente de ellos.

Hace más de tres décadas que vengo sosteniendo que  el Archipiélago Canario estaba habitado desde hace más de tres mil ochocientos, pero sucede que en esta colonia quien carezca de patente de corso para las cuestiones culturales tiene vetado el exponer públicamente planteamientos que no estén acordes con las tesis oficiales y oficialistas, pero el tiempo que es juez imparcial acaba poniendo las cosas en su sitio y dando la razón a quien en justicia la tiene, por ello me congratulo de que el profesor y arqueólogo de la Universidad de España en Las Palmas de Gran Canaria don Pablo Atoche y su equipo multidisciplinar, hayan hecho público el hallazgo y estudio de un yacimiento en la isla Titeroygatra (Lanzarote) de origen fenicio datado en el siglo diez ante de la era occidental actual.

Según el profesor Atoche: En el yacimiento hay una serie de elementos cerámicos modelos a torno, un tipo de cerámica que por esa época es introducida por los fenicios en el Occidente mediterráneo pero son una pequeña muestra frente a un contexto amplio de otros elementos que no tienen procedencia fenicia”. Esos elementos arqueológicos  han aparecido en un rico contexto material en el que destaca una estela pétrea con grabados, varios objetos de adorno personal o un pequeño recipiente de algo más de un centímetro de alto, lo que le convierte en el recipiente cerámico de menores dimensiones hasta ahora hallado en Canarias.

Las dataciones del carbono 14 (C14), de estos elementos realizadas en los laboratorios Beta Analytic Inc., de Florida (USA), colocan a uno de los yacimientos estudiados, una estructura de unos cien metros cuadrados, como el más antiguo establecimiento al aire libre localizado hasta el presente en todo el Archipiélago, al tiempo que retrasan la presencia humana en Lanzarote al siglo X antes de la era actual occidental.[1]

Este hecho viene a corroborar la tesis de muchos investigadores de la presencia en el archipiélago de navegantes procedentes del Mediterráneo; primero fenicio-púnicos y más tarde romanos, que dejaron significativos restos de su paso por la Isla en forma de estructuras constructivas, elementos cerámicos (ánforas y otros recipientes), objetos metálicos de cobre, bronce y hierro o abalorios vítreos.

Además el estudio de los sedimentos y pólenes antiguos recuperados en los yacimientos investigados por el equipo científico permite asegurar que Lanzarote presentaba hace tres mil años un aspecto totalmente diferente al actual, con una amplia cobertura vegetal en la que existían especies arbóreas que hoy están ausentes en la Isla, como es el caso del pino canario.

Como queda dicho anteriormente, descubrimientos científicos de esta importancia y naturaleza no pueden dejar indiferentes al estamento dependiente y reaccionario académico coloniales quienes han cerrado filas con los sectores mediáticos, quienes como en situaciones similares anteriores se han apresurado a orquestar una campaña intoxicadora y de descalificación contra la persona del señor Atoche y su equipo de arqueólogos, quien se ha visto obligado de salir al paso de las noticias mal intencionadas y manipuladas, dando una lección de dignidad y honestidad poco frecuente en el mundillo científico canario, algunas de cuyas declaraciones a la prensa no me resisto a reproducir:

“Algún interviniente incurre en una falta de ética profesional porque yo no voy poniendo en duda resultados de otras excavaciones, me limito a usar los datos que los arqueólogos proporcionan y a partir de ahí doy mi opinión”. Se ha dicho que yo he afirmado que el yacimiento es un almacén fenicio y yo no he dicho tal cosa”. “Se trata de un asentamiento constituido por una única estructura, por tanto no puede tratarse de un poblado”

“Se me achaca el hecho de que estoy intentando abogar por una identidad fenicia para los antiguos canarios. Nada más lejos de mi intención: sería algo así como sostener que los arqueólogos peninsulares que trabajan en el Norte de África lo estarían haciendo para abogar por la identidad musulmana de cualquiera de los yacimientos en los que operan”.

“De demostrarse mi hipótesis, el principal hallazgo de la investigación es que “las navegaciones fenicias por el Atlántico pasarían del siglo VIII a. de C. a finales del X a. de C. Hasta ahora la fecha más remota que se daba es el siglo VIII en orden a lo investigado en los yacimientos de Lixus y Mogador [Marruecos]“. “no es contradictorio con las fechas que tenemos del Estrecho de Gibraltar, porque las excavaciones en el entorno de Cádiz [que fue fundada por los fenicios] apuntan al siglo IX y las fuentes literarias señalan que la fundación de Cádiz se produjo en el 1100 a. C.”

Factores económicos que justifica la presencia fenicia en Titeroygatra (Lanzarote)



En la época Fenicia el color púrpura era muy apreciado. Se obtenía de varios caracoles marinos carnívoros del género Murex. Los fenicios eran verdaderos maestros y detentadores del secreto en la obtención de este color cuya elaboración siempre se ocultó celosamente, fue un producto altamente cotizado durante siglos. Usado exclusivamente desde tiempos remotos por emperadores, reyes nobleza, y alto clero, como dato curioso tenemos que  la palabra “purpurado” tiene su origen en este tinte.
Este tinte los fenicios lo obtenían a partir del caracol mediterráneo Murex brandaris y del africano Murex africanus: Murex africano.

Realmente Murex es un género circunscrito a la región del Indo-Pacífico, como demostraron Ponder y Vokes (1988). Las especies atlánticas y mediterráneas se consideraban antaño como Murex, pero pertenecen en realidad a Haustellum y otros géneros. El mucus procedente de la glándula hipobranquial de estas especies se empleaba en la elaboración del Purpura de Tiro o Púrpura real.
Para teñir las túnicas se seguía un doble tintado. Por una parte se sumergía en un tinte índigo que se conseguía de otro caracol Hexaplex trunculus. Después se volvía a sumergir en un baño del Murex brandaris.

Según recoge Homero: “El púrpura de tiro... se considera de la mejor calidad cuando tiene exactamente el color de la sangre coagulada, y es de un tono negruzco a la vista, pero de un aspecto brillante cuando se mantiene a la luz, por lo que encontramos que Homero habla de “sangre púrpura”.

Su altísimo precio derivaba de que conseguirlo era muy costoso. Para obtener un gramo de tinte se necesitaban aproximadamente unos 9000 caracoles.

Podemos hacernos una idea de su alto coste si tenemos en cuenta que en Roma en la época de César un pequeño pañuelo teñido de púrpura podía costar más del sueldo de un mes de un funcionario medio. Había varias tonalidades, más claras o más oscuras, pero la más utilizada era entre el granate y el morado. Era el color de la franja de la toga de los altos magistrados y de la toga triumphalis que llevaban los generales victoriosos que celebraban el Triunfo. En la época del César fue autorizado por el Senado a llevar esta toga permanentemente, lo que causó malestar al sector más reaccionario del propio Senado, ya que este color estaba asociado con la realeza. Los emperadores romanos no se atrevieron a utilizar la toga púrpura por lo menos hasta Domiciano por este mismo motivo.
Conchas marinas

“Las conchas de ciertos moluscos bivalvos marinos, concretamente del género Spondylus, tuvieron en la Antigüedad una gran importancia y fueron objeto de comercio en diferentes regiones del globo, muchas de ellas situados a gran distancia de la costa. Por ejemplo, conchas de Spondylus gaederopus, una especie que vive en el mar Mediterráneo, aparecen en yacimientos neolíticos de los Balcanes, Macedonia, Bulgaria, el valle del Danubio y otras regiones centroeuropeas. La realidad es que a lo largo de muchos siglos y en distintas regiones del globo, avezados comerciantes se han aprovechado de ese inusitado interés y han obtenido pingües beneficios a cambio de las humildes conchas marinas.

En las playas de nuestras islas, sobre todo en las orientales, también suelen aparecer conchas de este tipo después de producirse grandes marejadas. Pertenecen a Spondylus senegalensis, una especie llamada "ostrón" en Canarias, que vive en todos los archipiélagos macaronésicos y en la costa atlántica africana, desde Marruecos hasta Angola. Están conchas eran muy valoradas antiguamente en regiones del interior del continente, como Malí o Burkina Fasso, donde hasta hace poco su posesión era un símbolo de poder. Se sabe que antes de la conquista de las islas realengas, los portugueses comerciaban con tribus africanas en La Mina (Guinea), cambiando ostrones recolectados en Canarias y Cabo Verde por su peso en oro.”[2] (L. Sánchez Pinto)


Factorías de túnidos: Garum


El garum o liquamen era un subproducto de la salazon pues se hacia con las partes blandas del pescado que se eliminaban al limpiarlo; intestinos, hipogastrios, gargantas, huevas, ánguilas, alosas, salmones,  sardinas, y sangre,  mezclados con vísceras, pequeños peces completos, moluscos y condimentos de diversa naturaleza.  Entre las diferentes especies de malacofauna, los hallazgos de algunas cetarie subrayan la importancia de bivalvos marinos como la Acanthocardia tuberculata, la Glycymeris insubrica, la Ostrea edulis o la Callista chione, o gasterópodos también marinos como la Charonia lampas.

Esta mezcla se metía en salmuera y se exponía al sol durante largo tiempo, a veces meses. Si se quería acelerar el proceso se calentaba artificialmente. El garum junto con los perfumes era la sustancia más caras de todo el imperio romano.

Los primeros en comercializar el producto fueron los griegos sobre el siglo IV a.e.a; de hecho su nombre procede del pez que los helenos llamaban gáro y que en la actualidad se le denomina caballa. Este producto estaba dirigido a las grandes metrópolis y por consiguiente era un producto caro, de lujo, que hacía que fuera un gran negocio para aquellos que lo fabricaban. La ubicación de las industrias estaba generalmente en los arrabales de las ciudades costeras donde se producían.

La naturaleza de dichos ingredientes, el modo de preparación o el gradiente de salazón permitió la producción de diferentes salsas. Así por ejemplo sabemos de la existencia de la “flor del garum de morena”. Del mismo modo, cuando el garum se mezclaba con agua para diluirlo se llamaba hidrogarum, en tanto que oenogarum, oxigarum, oleogarum o pipegarum, si lo era con vino, vinagre, aceite o pimienta.

El Archipiélago canario se encuentra en medio de una de las principales rutas migratorias de túnidos en el Atlántico.

Su paso por Gran Canaria, sobre todo por la costa sur y noroeste de la isla, coincide con la mitad de la primavera, el inicio del verano y desde el inicio del otoño hasta la llegada del invierno. Las especies más habituales son:

Lo que sí es cierto, que el atún era muy apreciado en todo el Mediterráneo. Cuenta también Aristóteles, esta vez acercándose un poco más a la realidad, que los fenicios  cuando venían a nuestras costas, viajaban con vientos del este hasta un lugar más allá de las columnas de Hércules, donde se encontraba una extraordinaria cantidad atunes. 
Una vez pescados, los conservaban para llevarlos a Cartago, donde, además de considerarlos un exquisito bocado, se encargaban de redistribuirlo por otros pueblos ribereños del Mediterráneo. La prueba de la gran consideración que tuvo en aquellas épocas este pez, es que su característica silueta aparece incluso en viejas monedas púnicas.

Desde luego que esos pragmáticos comerciantes del Mediterráneo Oriental que la historia conoce por fenicios no sólo sabían de la afición del atún rojo a ir y venir, sino que sacaban de este saber provecho: las salazones de túnidos eran parte de su mercadería y atunes contrapuestos iban grabados en monedas encontradas de la primitiva Gadir (actual Cádiz) como si quisiesen así hacernos saber, a través de los tiempos, su conocimiento de la migración que en ambos sentidos circulaba entre las columnas de Hércules, más tarde rebautizadas por los invasores musulmanes con el nombre de uno de sus guerreros más osados: Tarik. Gibraltar.” (J.L. Díaz  Luna, 1999)

En la actualidad continúa siendo uno de los recursos pesqueros más importantes en Lanzarote.

Focas

La caza de focas está documentada desde los inicios de la invasión y conquista de la isla por los piratas Jean de Bethencourt y su socio Gadifer de la Salle conforme recoge la crónica de la conquista Le Canarien: “Después Gadifer, no sospechando nada en ningún modo que Bertín de Berneval, que era de noble linaje, pudiese hacer alguna malicia, salió del Rubicón en compañía de Remonnet de Levedan y varios otros, con su bote; y pasaron a la isla de Lobos, para conseguir pieles de lobos marinos, por la necesidad de cal­zado, que faltaba a los compañeros; y se quedaron allí algunos días, hasta que les faltaron los víveres, porque es una isla desier­ta y sin agua dulce. Entonces mandó Gadifer a Remonnet de Le-vedan con el bote al castillo de Rubicón, para buscar manteni­mientos y que volviese al día siguiente, pues tenían víveres sólo para dos días.

Cuando Remonnet y el bote llegaron al castillo de Rubicón, hallaron que tan pronto de haber salido Gadifer con los arriba dichos para la isla de Lobos, Bertín se había marchado con sus cómplices a un puerto llamado la isla Graciosa, donde había llegado la nave Tajamar. Y el dicho Berlín dio a entender al maestre de la nave muchas mentiras, y le dijo que prendería cuarenta hombres de los mejores que hubiese en la isla de Lanzarote, que valían dos mil francos, para que el dicho maestre lo quisiese admitir en su nave, a él y a sus compañeros; e hizo tan­to con sus falsas palabras, que el maestre, impelido por su gran codicia, le dio su acuerdo; y esto ocurrió el 15° día después de San Miguel de mil 400 y dos; y en seguida volvió Bertín a Ru­bicón, perseverando en su malicia y en su malvada intención.” (Le Canarien, 1980: 87-88)

Ámbar gris


En Canarias, hay algunos topónimos que hacen referencia a este producto, como la playa del Ámbar, también conocida como Lambra, en La Graciosa, o la punta del Ámbar, en Gran Canaria. Es muy probable que recibieran ese nombre porque antiguamente allí solían encontrarse, entre otras muchas cosas, masas de ámbar gris depositadas por las corrientes marinas.

Otro producto muy interesante relacionado con los cachalotes es el espermacite, un aceite de excelente calidad que se encuentra en grandes cantidades en la cabeza de estos animales. Antiguamente se hacían velas que duraban mucho tiempo, de ahí el nombre de “esperma” que aún se aplica a la cera derretida.

En la parte norte de la isla deshabitada de La Graciosa, se en­cuentra una pequeña bahía arenosa, llamada por los del país Playa del Ámbar.(1) Aquí se encuentra a veces una especie muy buena de ámbar gris, en una forma parecida a una pera, y generalmente con un pequeño tallo: parecería por esto que crece en las rocas debajo del agua y que se ve arrojado a la playa por las olas, pues es corrien­te encontrarlo después del tiempo tormentoso.[3] (George Glas, 1982: 35)

El archipiélago es zona de colonias estables de cetáceos se han identificado hasta el momento 28 especies. Esta riqueza parece deberse a una combinación de características físicas y biológicas atractivas para estas especies, como una topografía que les facilita el encuentro con sus presas.

Sus tamaños varían desde menos de 2 m. en el delfín moteado, hasta los casi 30 m. del rorcual azul o ballena azul. Algunos de ellos viven aquí de forma permanente, los llamados residentes, mientras que otras especies frecuentan estas aguas de forma estacional.

Concretamente en las aguas cálidas y profundas en torno a Tenerife tienen una población residente de como mínimo 500 calderones tropicales (de un tamaño entre un delfín mular y una orca), y con un comportamiento intermedio a ambos, son animales que viven en grupos familiares compactos. Es fácil ver su típica cabeza bulbosa, sus aletas pectorales en forma de gancho y sus cuerpos largos en las aguas transparentes mientras nadan justo por debajo de la superficie antes de la inmersión en busca de calamares.




[1] De ese siglo, más o menos, data también una pequeña cueva de Icod de los Vinos, en Tenerife, donde se han encontrado resto de actividad humana, pero la diferencia del hallazgo de Lanzarote es que se trata de una edificación al aire libre.

[2]  En la época de la invasión y conquista de las denominadas islas realengas, la recolección y comercialización de las conchas era monopolio de la corona castellana, quien concedía la exclusiva de este comercio a destacados personajes.
[3] El precio del ámbar gris era muy alto. A finales del siglo XVI, en Tenerife se vendía a 10 ducados la onza, que significa, más o menos, que un gramo costaba lo mismo que un barril de 60 litros lleno de trigo.

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