jueves, 2 de agosto de 2012

CAPITULO IV


CAPITULO IV 

Eduardo Pedro García Rodríguez
 
El P. Abreu Galindo, con un fino espíritu de observación,  saca la consecuencia de lo expuesto por nosotros, como puede verse en el capítulo primero de su libro segundo, página 87, que dice así: “En las faldas del monte Atlas, en África, hay unos pueblos que llaman los naturales de aquella región Canarios, y podría ser que el primero que descubrió esta isla (Canaria) fuese de aquellos pueblos, y a contemplación de su tierra la llamase Canaria, como al presente en nuestros días lo han hecho los descubridores y pobladores de las partes de las Indias.”
 
Insistimos, pues, que Desde el promontorio o cabo Chahun-haria extrema se lanzaron al mar nuevas tribus, los Chahun-harias, que dieron nombre a la isla de Gran Canaria y al cabo de donde partieron.
 
Es muy probable que la primera tierra donde desembarcaron fué en el sur de Fuerteventura, en la península de jandía, pudiendo atribuirse a esta irrupción de nuevas gentes, la construcción de la muralla que dividió la isla, levantada por los Mahu-harias para mejor defenderse de los Chahun-harias.
 
Desde el sur de Fuerteventura, los Chahun-harias aportaron a la isla de Gran Canaria invadiéndola por la parte oriental y por el sur.
 
La ruta que hemos indicado es la más natural, porque sabido es que desde la costa africana se vé en días claros la parte sur de la isla de Fuerteventura, así como desde el punto extremo de jandía se distinguen las costas de Gran Canaria, y desde esta última isla aquélla península, como afirma el doctor Chil en sus Estudios, diciendo así: “Por el año de 1847, encontrándome en Telde, recuerdo haber visto la isla de Fuerteventura, tan inmediata al parecer a Canaria, que aún observando atentamente la distancia, creeríase poderse atravesar el largo espacio que las separa en un bote, en menos de una hora...”
 
Indudablemente los Chahun-harias serían tribus de gran poder y muy numerosas, pero nunca de tanta importancia como para dar nombre a todo el archipiélago, según estiman algunos escritores. Opinamos que el haber bautizado a estas islas con el nombre de Canarias no tuvo otro origen sino el mismo por el cual se apellidó América al con tinente descubierto por Cristóbal Colón. Algún geógrafo, al conocer el nombre de esa isla lo aplicó en el mapa o portulano que dibujara a todo el archipiélago y la costumbre lo sancionó.” (Buenaventura Bonnet y Reveron, 1925)
 
Los Guanches  

 
“Según afirman los geógrafos Vidal de la Blache y C. de Almeida, así como el historiador César Cantú en su “Historia Universal,” veinte leguas al sur del cabo Tenez, en Argelia, al norte de Grieansville, existe una cadena de montañas llamada Gebel Guanxeris o Guancheris, del nombre de esas montañas tomaron nombre las tribus que viven en sus alrededores, cuya analogía con la voz Guanche que designaba al habitante de Tenerife y al de la Palma es evidente.
 
Analizando las voces Gebel-Guan-xeris, tendremos que Gebel significa monte; guan, en el lenguaje de aquellos aborígenes quería decir “hombre”, palabra que entraba en la composición de otras, así Guan-arteme estaba formado de Guan y Artemi, o sea  hombre descendiente de Artemi Semidán, y también “hijos de Artemi; guan-oth, compuesto de guan, “hombre”, y oth, (el que ampara), era “el hombre que amparaba”,  lo mismo sucedía en las localidades Guan-tecira y el pueblo de la Guancha que existe en esta isla, como recuerdo de la raza vencida. La terminación Cha, significa lugar; por eso Chasna significaba ”las bandas del Sur”.
 
Nos resta estudiar el subfijo xeris, cheris o seris. La voz egipcia shait o sheit, expresaba la tierra del lago, cerca de Moeris, donde residieron antes de que los griegos fundaran a Crocodrilópolis, tribus arias en tiempos de Ramsés 3º, como ya hemos probado. Luego, el verdadero nombre sería: Gebel Guan-sheit, y su traducción, “Monte de los hombres de la tierra del lago”. Los guanches que residieron en Egipto en tiempos anteriores al año 1300 antes de Jesucristo pasaron luego a Argelia, bautizando las montañas donde vivieron con la denominación ya indicada, emigrando más tarde parte de esa población a las Canarias.
 
Sabido es que en Berbería las montañas toman en general su nombre de las tribus que las pueblan, y esta costumbre nos ha facilitado el estudio de esos ramales arios. El monte Wan-nasch reese, (el guan-xeris de Samson y el aauser de Duval), está a ocho leguas at S. E. de Sinaab, sirviendo de guía y dirección a los marinos, elevándose mucho por encima de las montañas del país. Los geógrafos antiguos y los escritores posteriores al siglo XV, hablan de los Guanxeris. Edrisi los llama Wanschrys, incluyendo entre esas tribus a los Haouarytes, habitantes de la Palma.”
 
[…] Los guanches que residieron en Egipto en tiempos anteriores al año 1300 antes de Jesucristo pasaron luego a Argelia, bautizando las montañas donde vivieron con la denominación ya indicada (Guanxeris), emigrando más tarde parte de esa población a las Canarias.
 
Sabido es que en Berbería las montañas toman en general su nombre de las tribus que las pueblan, y esta costumbre nos ha facilitado el estudio de esos ramales arios. El monte Wan-nasch reese, (el Guanxeris de Samson y el Gauser de Duval), está a ocho leguas al S. E. de Sinaab, sirviendo de guía y dirección a los marinos, elevándose mucho por encima de las montañas del país. Véanse Suis y Schaw.
 
Los geógrafos antiguos y los escritores posteriores al siglo XV, hablan de los Guanxeris. Edrisi los llama Wanschrys, incluyendo entre esas tribus a los Haouarythes, habitantes de la Palma.

Del espíritu guerrero de los Guanches da fe León Africano, cuando dice: «Las tribus que habitan esta alta montaña (Guanxeris), han sostenido la guerra contra el rey de Tlemencen durante más de sesenta años... Cuentan con 20.000 peones y 2.500 soldados de a caballo.)
 
Luís de Mármol cita también a los Gaunxeris como una población del desierto de Zuenziga, si bien reduce e número de sus combatientes. (Buenaventura Bonnet y Reverón, 1925)
 
 
Los habitantes de Benahuare (La Palma

 
[…] Para estudiar las tribus que poblaron la isla de la Palma, es necesario analizar la vida de los arios desde su asiento en Egipto. Según hemos visto ya, los habitantes de Tenerife y los de la Palma tenían como nombre común el de guanches; como denominación particular, los de esta última isla se llamaban Haouarythes, que según los historiadores, en nada o en muy poco diferían de los de Tenerife.
 
Con objeto de llegar a un conocimiento exacto de donde procedían esas tribus, debemos remontamos a los faraones egipcios de la XII a dinastía, sobre todo a Amenemhait III. este monarca, si no fundó la ciudad que más tarde se llamó Cocodrilópolis, como afirman algunos autores clásicos, por lo menos erigió allí monumentos cuya natura- leza, mal comprendida en la época helénica, dio origen a la leyenda del lago Moeris y a la del Laberinto.
 
Herodoto fue el primero de los historiadores occidentales que habla de tales construcciones, el único que las vio, y de él copiaron  los escritores posteriores su descripción, no sin embellecerla con rasgos más o menos fabulosos.
 
El Laberinto, que es lo que más nos interesa para nuestro trabajo, no era tampoco el palacio maravilloso que nos describe el padre de la historia, sino la ciudad que Amenemhait III fundó como dependencia de la pirámide, según era costumbre, cuyas ruinas pueden verse aún cerca de la aldea de Haouarah.
 
La identidad del Laberinto con las ruinas de Haouarah, señalada por Caristié- Jomard en su  Description des ruines situées prés de la pyramides d'Haouarah en la Description de l'Egypten, tomo IV, páginas 478-524, y por Lepsius, Sriefen an, J.Egypten, página 74 y siguientes, ha sido puesta fuera de duda por Petrie, Hawara, Siahum and Arsinoe», páginas 4 y siguientes.
 
De la primitiva ciudad fundada por Amenemhait III, y más tarde en tiempos de Ramsés III, poblada por tribus arias, éstos tomaron el nombre de la ciudad donde residieron. De Haouarah nació la voz Haouat-ythes, terminación esta última de origen griego que significa pobladores, descendientes, y también valientes o guerreros, como en hopl-ytes.
 
La traducción será: “los oriundos o los valientes de Haouarah. Unidos con los Guan shait, los hombres de la tierra del lago”, se corrieron por etapas sucesivas hacia el occidente, hasta la Argelia, invadiendo Marruecos y desde allí a las Canarias y a las islas de Tenerife y la Palma, ú1timo punto de su movimiento progresivo.
 
Algunos objetarán que tan largo trayecto no es posible que fuera recorrido por tribus emigrantes; a esos les contestaremos que mayores fueron los recorridos por los íberos desde el Cáucaso hasta España, los germanos desde el centro del Asia, y los árabes desde su península, atravesando toda África, hasta España y sur de Francia […] (Buenaventura Bonnet y Reverón, 1925)
 
Ghumara  (Gomera) 

 
[…] En este capítulo estudiaremos el origen de ese pueblo desde el punto de vista histórico, etnográfico y prehistórico.
 
Los primeros que hablan de tales hombres son los capellanes Bontier y Leverrier, que dicen de ellos lo siguiente: “Se halla (la Gomera) habitada de un pueblo numeroso, que habla el idioma más extraño de estos países, articulando las palabras con los labios, como si careciesen de la lengua; dícese que un gran príncipe, por cierto delito cometido, hizo cortar la lengua a muchos de sus súbditos, desterrándolos a la Gomera, y si son los actuales habitantes sus descendientes, puede darse crédito a aquel hecho por el modo como hablan.”
 
Del Asia Menor, esos pueblos de espíritu aventurero y expansivo se trasladaron al África. De los “Gomeres” del Ponto descienden los “Gomer”, una de las cinco antiquísimas tribus que poblaron Berbería, sobre todo en las costas del Mediterráneo, desde los confines de Ceuta hasta el río Muluya, que en otra época dividió la Mauritania Tingitania de la Cesariense.
 
De estas regiones, los Gomer o Gomeros, por etapas sucesivas, aportaron a las Canarias, principalmente a la isla de la Gomera, que de ellos es indudable que tomó nombre, como también Vélez de la Gomera.
 
Según Antonio de Lebrija, en África existe un belicoso género de hombres que se llaman gomeros, y se suelen asoldar para la guerra, que andan aviva quien venza, y estas mismas cualidades se encuentran en nuestros gomeros.
 
Los primeros historiadores de la Conquista están conformes en que los gomeros eran animosos, ligeros y diestros en ofender y en defenderse, grandes tiradores de piedras y dardos. Las batallas de Argodey y los bandos en que estaba dividida la isla, llamados Mulagua, Agana, Ipalan y Orone, corroboran también nuestro aserto, y en sus cantares recordaban a sus héroes Aguacomoros, Aguanahuche, Amanhuy y Oralhegueya, jefes de tribu que peleaban por sus discusiones con un arrojo sin límites, persistiendo su recuerdo hasta la época de Abreu Galindo. Por último, el alzamiento de los gomeros contra Hernán Peraza demuestra el ánimo esforzado de este pueblo.
 
Todos los escritores afirman que la isla de Gomera no tuvo nunca otro nombre sino el ya indicado de Gomera, y esto prueba aun más nuestro razonamiento etnográfico, ya que antes de ser conquistada por Bethencourt, se la llamaba por su único nombre.
 
Robustece nuestra opinión desde el punto de vista histórico, la opinión de Leopoldo de Buch, a la cual nos adherimos. Afirma este sabio que la isla omitida en las relaciones de Plinio, que solo menciona seis, pudo ser la de la Gomera, que por occidente les pareció a los enviados de juba una prolongación de la de Tenerife, como efectivamente así ocurre; por esto la denominación de junonia mayor ó menor tan discutida y que se le atribuye, simplifica la cuestión.
 
De las descripciones anteriores se vé perfectamente que entre los cráneos estudiados por Verneau en la Gomera y los de la raza Furfooz, existe una verdadera conformidad. El cráneo es corto en ambas, las fosas –nasales anchas, la estatura pequeña y sepultaban sus cadáveres en cuevas naturales. La semejanza es tan notable, que no es posible rechazarla. […] (Buenaventura Bonnet y Reverón, 1925)
 
Las Razas de Esero (El Hierro) 

 
[…] De los estudios antropológicos efectuados en la isla del Hierro puede afirmarse que la. poblaron tres razas  distintas que aportaron a ella en distintas épocas, a saber: tribus de cráneo dolicocéfalo, de gran estatura, frente ancha, órbitas rectangulares prolongadas en el sentido horizontal y coronadas de fuertes arcadas superciliares; la cara muy ancha en la parte superior y la nariz recta y corta.
 
Con posterioridad a esta raza invadió la isla otro pueblo: los semitas de estatura más baja, de cráneo dolicocéfalo también y a veces subdolicocéfalo, menos alargado que el de los arios (guanches), y perfectamente ovalado; con cara alta y estrecha, ojos también altos, redondeados, muy abiertos, con arcadas superciliares poco salientes, nariz larga y estrecha, con escasa depresión en la raíz, pómulos deprimidos, maxilares estrecha y barbilla un poco puntiaguda y saliente.
 
Si la robustez es la característica de los arios, la finura de la cabeza y de todo el esqueleto puede decirse que es la nota saliente de los semitas.
 
Por último, un tercer tipo, braquicéfalo, de cráneo corto y narices anchas, estudiado por nosotros en el artículo anterior al tratar de la Gomera, donde formaba la totalidad de la población, se instaló en pequeña minoría en el Hierro y en Gran Canaria.
 
De estos tres pueblos enumerados, sólo estudiaremos el primero, o sean los guanches, ya que en nuestro propósito entra analizar separadamente la raza semita. Los braquicéfalos de la Gomera los hemos estudiado con la detención necesaria.
 

Los Bimbaces o Bimbachos
 
Viera y Clavijo en su Diccionario, al hablar en el artículo Lapa (Patella) de los concheros de la isla del Hierro, dice: "Parece que los "Bim-bapas", que eran los primitivos habitantes de aquella tierra, se congregaban en dichos sitios a celebrar sus fiestas, haciendo quizá su principal alimento de las lapas..." En otros pasajes de sus "Noticias", Viera y Abreu Galindo los llaman "Bimbaces" o. "Binbachos", ya sea por el cambio de la explosiva labial "p" en la más suave "b", ya por eufonía, o por ser este el nombre más común.
 
Opinamos sinceramente que los habitantes arios del Hierro, los Bim-bachos, no era un pueblo distinto al de Tenerife, sino al contrario un ramal de aquéllos que se trasladó a la isla del Hierro, como lo hizo antes en la Palma.
 
Procuremos demostrar tal aserto. Mr. d'Avezac dice que el nombre de “Bombachos” provenía de la voz árabe o berebere “Bel y  Bachirs” o “ Ben-Bachirs”, con cuya etimología se conforma Berthelot aún cuando no explica su orígen.
 
Nosotros discrepamos de tal denominación, mas para ello hemos de hacer presente a quien nos lea, que en árabe y en berebere sólo existen tres mociones o signos para expresar los cinco sonidos dé nuestras vocales; unos traducen por “a” y otros por, “e”, la primera de dichas mociones, denominada “fataja” ; la segunda “ quesos” por la “e “ o la “u”; y la tercera, “damma” unas veces por “o” y otras por “u”.
 
Siendo esto así, vemos que según Abreu Galindo, pág. 197, los habitantes de la isla de Teneerife habían tomado el nombre de  “Bincheni”, corrupción, según el señor Berthelot, de “Beny-Cheni”, transformado en “Ben -Cheni“ o “Bin –Cheni”, según opinamos de conformidad con las reglas enunciadas. También pudo derivarse esa última palabra de “Be-ny Chinerfe” o “Ben-Chenerfe”, y ésta de  “Tchinefe”. Como “Beny” o “Ben” significa hijo, descendiente o tribu, y “Chenerfe”  o “Tchinerfe” Tenerife, la traducción sería “Hijos de Tenerife”.
 
De la voz “Bin-Cheni” nace la dé “Bin-Ben-Cheni” o “Bin-Ban-Che-ni” (transformada la “e” en “a”, o sea  (“Binbanche” o “Binbacho” por pérdida de la segunda “n”, al pasar esa voz al castellano) , cuyo primitivo origen fue “Ben-Beli-Cheni”, que quiere decir en berebere “Hijos de los hijos de Tenerife”; así el nombre de “Bombachos”, expresa claramente que un ramal guanche de Tenerife aportó al Hierro.” (Buenaventura Bonnet y Reverón, 1926)
 
Por su parte el investigador tinerfeño doctor Juan Bethencourt Alfonso en obra Historia del Pueblo Guanche, nos ofrece un extenso trabajo en torno a los primitivos habitantes de las isla, en él, sostiene la tesis del entroncamiento de los primeros pobladores con egipcios e iberos, teoría sustentada a finales del siglo XX, por el inmunólogo de la Universidad Complutense de Madrid, Luis Arnaiz, y su colega Jorge Martínez Laso, en una publicación de un estudio genético sobre las poblaciones ibéricas. Comparando los genes “alelos” –utilizados para garantizar la viabilidad de las transfusiones de órganos– se podía determinar la cercanía genética de diferentes poblaciones o grupos humanos. El resultado de estas investigaciones con unas muestras de población europeas, “españolas”, norteafricanas y vascas, determinó que los vascos estaban más cercanos genéticamente al resto de habitantes de la Península y a los norteafricanos de origen beréber que al resto de poblaciones europeas. La teoría acerca de su origen caucásico se venía abajo y se corroboraba la tesis de que los vascos serían los descendientes de los íberos, los primeros pobladores de la península Ibérica, venidos del norte de África durante las invasiones cartaginesas. De ahí la similitud genética con los beréberes norteafricanos, que también serían semitas.
 
Veamos algunos párrafos tomados de la obra del Dr. Bethencourt Alfonso: Fuente.
 
[…] Dividido dicho imperio por las Columnas de Hércules destacábase al N. de África el Egipto, de tal antigüedad y lejano progreso que su historia positiva alcanza a más de cuatro mil años antes de Cristo, fecha en que ya conocía según el P. Fidel Fita el arte de la navegación y la escritura sobre el papiro. La generalidad de las tribus y demás naciones del extremo septentrional del continente situadas a su Oeste, a pesar de tener sus designencias peculiares, por lo que aparece en las inscripciones hay fundado motivo para creer que los egipcios les daba el nombre genérico de Rebu; pero como en su idioma y escritura no existía la l, por la cual los extranjeros podían leer la r como l pronunciado Lebu, de aquí el término de Libio que aplicaron los griegos a los moradores de Cirene por ser los primeros que conocieron. Por esto dice el Dr. Meyer en su interesante «Historia del antiguo Egipto»:
 
“ ...todas estas tribus, a las cuales pertenecen también los habitantes de los oasis, son estrechamente afines entre si y forman con los habitantes del Noroeste de África, los númidas y los moros, un gran grupo de pueblos que conocemos con los nombres de libios o moros, o con el más moderno de berberiscos”.
 
Aparte de la recíproca influencia orgánica de los egipcios y demás pueblos del N. de África, como se deduce del excelente trabajo de Schmidt, “Del cráneo del antiguo y del moderno egipcio”, hay testimonios históricos demostrativos de las relaciones y de la compenetración de dichas razas, entre sí y con otras de la orilla opuesta del Mediterráneo.
 
En las inscripciones de las tumbas tebanas del tiempo de Tut-mosis  y sucesores, aparece que al Egipto pagaban tributos la Nubia, los oasis libios, los chenus y utentius {también libios) con otros territorios del Oeste, ”las islas del gran mar” y “dos países que están detrás del gran mar”; y en los Anales del referido soberano dibujados en las paredes del templo de Karnak, confirmase el pago de estos tributos por “las islas del gran mar”, “todos los países ocultos”, “todas las islas de los fenchus o Kaft {Fenicia), la Nubia, Punt, los oasis libios, la Marmárica y otros territorios libios, los chenus y utentius, todos los países que están detrás del gran mar y los países de delante”, “todos los habitantes de las arenas”, “todos los bárbaros de la Nubia” “Los habitantes del Oeste y Este son vasallos tuyos”.
 
El rey Seti I figura realizando una expedición guerrera hacia el Oeste, contra las tribus libias de los tehenus, que probablemente se le rebelaron. Pasa por el primer soberano que introdujo la costumbre de reforzar el ejército egipcio con mercenarios. Ya bajo el solio de Ramasces II {Ransés) existían fuerzas permanentes de libios, de negros y ”e hombres vigorosos procedentes de muy lejos por mar” ; pero fueron los libios los que llegaron a constituir casi el ejército nacional. Durante siglos a ellos se debió principalmente la defensa del reino, no ya contra las distintas invasiones que sufrió de las regiones costaneras de Europa, de las islas del Mediterráneo o del Asia, sino de gentes de su propia raza que más de una vez cayeron sobre Egipto. Ramesces III logró rechazar con dichos contingentes una de las tantas irrupciones libias, que se había apoderado de las poblaciones, de los territorios occidentales del Nilo, ocupando durante años el distrito de Kanopos. Más cómo siguieron aumentando de día en día los mercenarios libios, concluyeron por hacerse dueños del reino el año 939 antes de nuestra era.
 
No creemos necesario reproducir más citas en apoyo de la anunciada compenetración de las razas del N. de África, pero sí vamos a ocuparnos de una de las invasiones de bárbaros más o menos rubios indudablemente parecidos a otros de antiguo establecidos en el país conocidos por tamahus que en 1500 antes de Cristo penetraron por  la frontera occidental de Egipto, reinando Menephat I. Tal muchedumbre se extendió por el extremo septentrional llevando a los habitantes yacentes en parte sangre homogénea íbera y en parte de otro elemento étnico; porque a la par realizaron la irrupción pueblos tan distintos por su origen, costumbres e idiomas como el turanio y una de las principales ramas de la familia indo-europea como la celta.”
 
Aunque no se conoce ni una cita histórica en que fundamentar la presencia de los egipcios en las Canarias, son tales los indicios que ya a principios del siglo pasado escribía Viera y Clavijo: “Quizás volveríamos a embarazamos aquí con las dificultades sobre la isla Atlántida de Platón, si para probar la existencia de los hombres atlántides fuese preciso la existencia de aquella tierra; pues aún los mismos que la consideran fabulosa, reconocen que hacia el Occidente de África y Europa hubo una nación antiquísima de atlántides, la cual era una colonia de egipcios descendientes de Neptuno, esto es, del Océano Magno; cuyas guerras con los pueblos más allá de las columnas de Hércules dejaron no se qué confusa memoria en la tradición de los hombres. De manera que esta especie de gente debe ser tenida por el tronco fecundo de cuantos en lo primitivo habitaron nuestras islas y sus contornos”.
 
En efecto, todo induce a que fueron los primeros pobladores de las Canarias en tiempos muy remotos. Aparte de que las conclusiones osteométricas como hemos visto evidencian el parentesco entre guanches y egipcios, también este vínculo lo pone de manifiesto la etnografía. El tatuado de brazos y piernas, el andar los varones siervos tan sólo cubiertos con el taparrabo de cuero o tejido, los casamientos de los soberanos con sus hermanas[1] y el recaer el cargo de sumo pontífice en individuos de la familia real, fueron costumbres comunes a los dos pueblos. Cuenta Herodoto que los egipcios practi-caban la siembra surcando primero la tierra y arrojando luego la semilla, para después soterrarla moviendo sobre el campo rebaños de carneros, de cerdos u otros animales, y esto mismo hacían los guanches con sus rebaños de cabras en ciertas localidades.
 
En materia religiosa mantiénese la identidad, sin embargo de saberse poco de los isleños. Para unos y otros era el sol una de las divinidades más veneradas, así como artículos de fe el culto a los muertos”. (Juan Bethencourt Alfonso, 1991)
 
Los Zanatas 

 
Los Zanatas, Zenetes, Zenetas, conformaron una de las naciones más importantes dentro de la gran familia mazigia, hasta la penetración islámica en el noroeste del continente, precisamente, el nombre de zanatas por los que son conocidos después de la islamización les fue impuestos por los árabes
 
Este pueblo fue uno de los que arribaron a las islas, principalmente a las de Chinech y Benahouare, muchos siglos antes de que fuesen islamizados en el continente, desde Chinech se expandieron por otras islas aportando un mayor contingente a la isla de Esero o Hero, como nos indica el gentilicio de los antiguos habitantes de ésta isla y, el hecho de que los primeros conquistadores europeos se valieron de bimbaches para los asaltos a la isla de Benehouare, ya   que éstos y los hawaritas se entendían  perfectamente puesto que hablaban la misma lengua.
 
Los zanatas continentales que fueron influenciados por los conquistadores árabes, asumieron de tal manera la nueva cultura impuesta que incluso llegaron a renunciar a sus orígenes, mazigios prefiriendo ser considerados árabes, como una manera de ocupar puestos relevantes en la nueva sociedad,  no dudando muchas de las familias zanatas influyentes en inventar falsas genealogías para justificar una supuesta ascendencia islámica. Esta actitud en sumarse al vencedor, tuvo su paralelismo en las islas, recién terminada la conquista de la isla de Tamarant, los antiguos canarios pertenecientes a las clases que habían sido dominantes, no sólo no dudaron en aceptar el nuevo estatus impuesto por los nuevos amos, sino que además se esforzaban  por diferenciarse de los habitantes de las otras islas presumiendo de ser cristianos “e hablar castellano como los propios castellanos”.
 
Los nobles guanches de la isla de Chinech, una vez que fueron sometidos, la mayoría de ellos como el resto de la población fueron obligados a tomar nombres cristianos, pero en el siglo posterior a la conquista muchas familias pertenecientes a la nobleza guanche, que aún conservaban sus nombres mazigios. Con objeto de escapar a la marginación social a que le tenían sometidos los conquistadores, y para superar los frecuentes expedientes de limpieza de sangre incoados por la inquisición española, no dudaron en crear falsas genealogías renunciando a sus orígenes y nombres de su ascendencia tales como Benchomo, Garachico, (actualmente afincados en Argentina) Tahoro, Tahodio, Tacoronte, Ibaute, Icod, etc., para sustituirlos por otros vulgares españoles o portugueses como Albertos, Pérez, Hernández, Alonso, García, Rodríguez etc.
 
Esta actitud de renuncia estaba justificada en la consecución de un ascenso social, ya que para poder acceder a determinados empleos públicos en las milicias, administración o en el clero, e incluso para poder asistir a las universidades españolas, los aspirantes debían superar los mencionados expedientes de limpieza de sangre, ya que el acceso a estas ocupaciones estaba vetadas para judíos, moros y guanches, al margen de la capacidad económica que éstos tuvieran. Sería sorprendente, para muchas familias canarias que presumen de descender de conquistadores o colonizadores, el comprobar mediante un seguimiento genealógico cuantas de ellas descienden directamente de guanches y canarios, ostentado en éstos día apellidos que en un determinado momento fueron usurpados mediante triquiñuelas y el pago de buenos honorarios a los genealogistas de turno. No fue ajeno a este deseo de equipararse a los invasores, el hecho de que en determinados momentos del pasado, desaparecieran abultados legajos de las dependencias de los juzgados y Ayuntamientos, así como oportunos incendios producidos en archivos de conventos y parroquias, pero la Tamusni es sabia, y si alguien tiene interés en conocer los verdaderos orígenes de alguna familia, sólo tiene que indagar en las zonas rurales de nuestro país, seguro que encontrará a algún Mago que se lo explicará, y podrá tener la seguridad de que está consultando con el archivo más fiable sobre el tema.
 
A los lectores que tengan interés en profundizar en el tema de los primeros poblamientos de nuestra Matria, me permito recomendarles la consulta además de la bibliografía que figura al final de estos artículos, los libros y artículos siguientes: “La Piedra Zanata,” de Rafael González Antón et al. Edición del O.A.M.C. Cabildo de Tenerife, 1995. “Los enamorados de la Osa Menor”, Rafael González Antón y Mª del Carmen del Arco Aguilar, Edición del Museo Arqueológico de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 2007. “Abora” Miguel A. Martín González. Ediciones J.A.C.E. S.L. Santa Cruz de La Palma, 2006. “El conocimiento geográfico en la antigüedad” de Antonio Santana Santana, en: Eres, volumen 10. “Más allá de Cerné” Enrique González Gravioto, en: Eres volumen 9. “Datos sobre la colonización púnica de las Islas Canarias, de Rodrigo de Balbín Behrmann, en Eres, volumen 6 entre otros muchos autores.


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