miércoles, 22 de abril de 2015

HISTORIA DE LOS PAPAS DE ROMA: LA SIMIENTE DEL FALSO PROFETA



 (XIII)

El Papado de la Era Contemporánea (1800…)

El “Syllabus” y otras hierbas / Infabilidad versus santidad

 

 Índice del Tema

Introducción

A la muerte de Pío VI, se dejó oír una exclamación: “Pío, el sexto y último”. Napoleón llegó a decir refiriéndose al papado: “Esta vieja máquina se deshará por sí sola”. A pesar del comentario de Napoleón de que caería por sí solo, el papado no sólo no caería sino que se mantendría fuerte. La profecía del Apocalipsis debe cumplirse (Ap. 17)
El comienzo del siglo XIX representa la recuperación del papado, no porque la institución busque el cambiar, sino porque lo que inevitablemente gira alrededor suyo, se adapta a su existencia, una vez más.
Perdida la estrategia de alcanzar poder a través de conquistar territorios con la bandera de la fe romana, y con la espada del emperador, el papado se hace fuerte ahora a través de otra estrategia hasta nuestros días, hasta el punto de que el papa hoy en día – increíblemente - es llamado el “hombre de paz”.

“¿hombre de paz?”

 “¿hombre de paz?”
Nunca el papado en esta hora ha tenido mejor prensa en todas partes, y lo consigue no con la espada desnuda, sino con la apariencia de la piedad (aun negando la eficacia de ésta, 2 Ti. 3: 5).
No obstante, mientras el papado empezará a buscar el darnos su cara más dulce, los papistas de toda esta era contemporánea, se esforzarán en levantar el poder temporal del soberano romano. Aparecerán ligas católicas, partidos políticos católicos, prensa católica, de nuevo los jesuitas, más tarde el Opus Dei, etc. etc. que serán instrumentos muy eficaces de presión en los países liberales o de transfondo protestante.
El fin de todos ellos es, instaurar una dictadura religionista basada en el poder papal, y derrocar la incipiente democracia. No obstante, en estos días, esta última está siendo muy útil al papa, justamente por el hecho de que puede mostrar al mundo una cara de afabilidad y encanto, escondiendo tras estas formas, la antigua voluntad inamovible de ser el señor de la Tierra, y seguramente, buscando el momento propicio para actuar conforme a sus antiguos y verdaderos propósitos.
Seguimos viendo papas.
PÍO VII, Napoleón I y los jesuitas
PÍO VII (1800-1823). El cardenal Bernabé Chiaramonti fue el elegido tras un largo y manipulado cónclave, lleno de presiones de orden político e intereses varios de todo tipo (¿sucesión apostólica?). Estaba emparentado con el anterior papa Pío VI, el cual le nombró en su día obispo de Tívoli, y luego obispo de Imola. El 14 de febrero de 1785 le hizo cardenal. Una vez papa, a su madre, la condesa Giovanna Ghinni, la declaró venerable, es decir, digna de veneración.

“Pío VII”

“Pío VII”
A pesar de estar en contra del papado, Napoleón Bonaparte firmó en 1801 un concordato con el papa, buscando con ello su interés personal: Ganarse, a través de la religión, el favor de los fieles. El papa estaba satisfecho con todo ello, ya que en él se reconocía el papado, cuya imagen estaba tan deteriorada en Europa por aquel entonces. De hecho, este no fue sino un pacto de intereses personales por ambas partes. Escribe el católico Beynon:
“Objetivamente debe decirse que la firma del Concordato fue un fracaso para ambos estadistas, ya que se llegó al acuerdo por la ambición de una parte y el cálculo político de la otra: para nada entró en el Concordato el sentimiento religioso”.
Tal era la ambición y desespero por alcanzar, cada uno de ellos, sus metas personales; uno ser el emperador sucesor de Carlomagno, y el otro, reestablecer el papado en su forma y poder como lo fuera en el medioevo, que Pío VII, al final, accedió a coronar como emperador a Napoleón el 2 de diciembre de 1804.
Esto le daba a Napoleón el prestigio de los emperadores como Carlomagno, y a Pío VII la importancia y el reconocimiento de su autoridad, volviendo a ser el papa el que corona a los emperadores. Pío VII y Napoleón, dos hombres antagónicos en todo, aborreciéndose el uno al otro en lo personal y en cuanto a lo que representaban, se ponían de acuerdo para egoístamente favorecerse de mutuo acuerdo.
No obstante,los dos poderes absolutistas inevitablemente iban a chocar. Disgustado el emperador con el papa por motivos de estrategia político militar, decidió ocupar los Estados Pontificios, declarar a Roma como “Ciudad Imperial” y mantener prisionero al pontífice en Fontainebleau (Francia). Allí estuvo del 1809 al 1814. 
Por aquel entonces, la estrella de Napoleón empezó a declinar en lo militar, y consecuentemente en lo político.  Pío VII, una vez se vio libre de Napoleón, volvió a Roma el 24 de mayo de 1814.  Nada más regresar a Roma revocó la orden de disolución de los jesuitas dictada por su antecesor Clemente XIV, y reestableció a la Compañía de Loyola. El papa necesitaba urgentemente a sus jesuitas.
Es obvio que la Compañía, tal y como vimos fue disuelta por el papa Clemente por presión política y no por convicción personal en absoluto, de la misma manera, fue de nuevo rehabilitada cuando esa presión exterior dejó de existir, ya que el papado siempre ha necesitado y buscado la inestimable ayuda de los jesuitas desde el inicio de su existencia para su mantenimiento en el poder.
Por todo ello, todo este asunto tan grotesco, otra vez más nos demuestra la falacia de la infabilidad papal:Un papa, hace una cosa, el siguiente, cuando puede, hace lo contrario. Otro caso, protagonizado por este mismo papa: Pío VII  condenó el matrimonio civil, que en su día Adriano II (867) declarara válido; dónde está aquí la infabilidad papal, ¿quién de los dos fue infalible en su declaración de fe y costumbres?

“El coronado Napoleón I”

“El coronado Napoleón I”
De nuevo otro caso: Recordemos que Sixto V (1585-1590) publicó una edición de la Biblia, y en una Bula recomendó su lectura, pues Pío VII la condenó, de nuevo, ¿quién obró con infabilidad aquí, Sixto o Pío; o quizás, ninguno de los dos?
Al igual que la inmensa mayoría de los pontífices de Roma, este papa estaba totalmente en contra de que la Biblia fuera leída por los católicos, acordémonos de la declaración de los cardenales a Julio III advirtiéndole del sumo peligro de que la Biblia cayera en manos del pueblo; cuando esto ocurriera, se daría el fiel cuenta de la enorme incongruencia de Roma frente a la verdad escritural.
Como ya vimos, Pío VII, escribiendo al primado de Polonia en el año 1816, sobre la lectura de la Biblia, le declaró:
“Hemos deliberadamente tomado las medidas oportunas para remediar y abolir esta pestilencia”.
Con relación a la reinstauración de la Compañía de Loyola, comenta Grigulevich:
“Se restauraron allí el régimen y las costumbres de tiempos pretéritos: el comercio de cargos y santos sacramentos, la vida pródiga y escandalosa del clero, la arbitrariedad y los desmanes de los parientes del papa”.
Tras un larguísimo pontificado de 23 años y medio, Pío VII moría el 7 de junio de 1823 a los ochenta y dos años de edad  a causa de una fractura de cadera. Este valedor de la Compañía, vivió muchos años, pero le siguió:
LEON XII (1823-1829). Este fue el cardenal Della Genga, de familia rica, nació en el castillo de sus ascendientes en Osimo, Italia. Por medio de la bula “Quo Graviora”, confirmó todas las excomuniones lanzadas por su antecesor, Pío VII. Aunque enfermo de por vida, empleó enorme severidad.
En 1825, dos patriotas fueron ejecutados en Roma; en Rávena fueron ajusticiados otros siete, y hubo más de quinientos encarcelados. Delegando gran autoridad en el llamado cardenal vicario, éste podía castigar con pena de cárcel a quienes incumplieran con la obligación católico-romana de practicar la confesión auricular y la comunión pascual, esto incluía también a los extranjeros residentes. Cuando este papa murió, se le quiso poner este epitafio: “Aquí yace Della Genga, para paz suya y nuestra”. Le siguió…
PÍO VIII (1829-1830). Más del gusto de Austria que de otra nación, el cardenal Francesco Severio Castiglioni es elegido papa, nacido en Cingoli (Italia), de una ilustre familia condal. Ya antes de ser papa, luchó también contra el jansenismo, de la mano de Felice de Paolo, obispo de Anagni y de Loreto. Tuvo como puede verse un muy corto pontificado, en el cual no dejó de perder el tiempo repeliendo el jansenismo. La muerte le sorprendió envuelto en política exterior, e intentando introducir el catolicismo romano en los Estados Unidos de América bajo la dirección de los jesuitas.

“Los jesuitas, ya hacía tiempo que intrigaban en los EEUU”

“Los jesuitas, ya hacía tiempo que intrigaban en los EEUU”
GREGORIO XVI (1830-1846). El papa del “pestilentísimo”
GREGORIO XVI (1830-1846). De nombre común Bartolomeo Alberto Capellari, adoptó el nombre de Gregorio, el cual hacía doscientos años que nadie usaba. Si antiguo era su nombre, también trasnochadas eran sus ideas. Asegura la enciclopedia católica que “sus 15 años de pontificado se caracterizan por su inclinación hacia cuestiones propiamente religiosas...”, ¡y qué ideas! En su encíclica “Mirari vos” de 1832 condenaba la libertad de conciencia, de prensa y de pensamiento. He aquí un extracto de tal documento:
“...Y de esta, de todo punto, pestífera fuente del indiferentismo, mana aquella sentencia absurda y errónea, o más bien, aquel delirio de que la libertad de conciencia ha de ser firmada y reivindicada para cada uno. A este pestilentísimo error le prepara el camino aquella plena e ilimitada libertad de opinión, que para ruina de lo sagrado y de lo civil está ampliamente invadiendo”.
Pensar que el motivo de argumentar de forma tan agresiva y hasta grosera, impropia de alguien que se hace llamar “Santo Padre” estas ideas, obedece a perseguir una moral recta e iluminada, es un craso error.
El católico Lamennais, calificaba a los colaboradores próximos a Gregorio XVI de “ambiciosos, avaros, corruptos”. Nada había cambiado en Roma realmente desde tiempos realmente antiguos. Las mismas familias aristocráticas asociadas al papado como los Orsini, Colonna, Borghese, Ruspolo, etc. seguían estando allí.
Los parientes del papa y la curia cardenalicia, a pesar de que los ingresos eran elevados, esquilmaban las finanzas para su propio provecho. Todo se intentaba hacer de espaldas al pueblo fiel. Nada había cambiado realmente en el Vaticano. Gregorio XVI “fue  conocido como uno de los más grandes borrachos de Italia, y también tenía numerosas mujeres; una de ellas, la esposa de su barbero” (El sacerdote, la mujer y el confesionario, p. 139).  

“El papa borracho y mujeriego”

“El papa borracho y mujeriego”
Envuelto en sus deseos de volver a la anacrónica realidad de la Edad Media, moría este infalible papa. Le siguió el increíble PÍO IX (1846-1878). A este papa le conocemos ya muy bien. Es el impulsor del Concilio Vaticano I, donde enfáticamente se declaró a sí mismo y a sus sucesores: Infalibles.

“Caracterización católica del Concilio Vaticano I. Nótese la luz pintada que va hasta el papa. Un aspecto más de la suma idolatría en que siempre ha estado inmersa la ramera del Apocalipsis”

“Caracterización católica del Concilio Vaticano I. Nótese la luz pintada que va hasta el papa. Un aspecto más de la suma idolatría en que siempre ha estado inmersa la ramera del Apocalipsis”
Pío Nono, el infalible
En sólo cincuenta horas de cónclave fue elegido Giovanni María Mastai-Ferreti como papa. Hablaba de amnistía, reformas, libertad de prensa; hablaba de paz, de progreso, contrariamente a sus antecesores.
Con todo ello se atrajo las simpatías no sólo de Italia, sino de Europa entera. Con ese discurso de aperturismo y de libertad, hasta los soberanos le enviaban embajadas con regalos. Existe una copla Toscana que dice, no exenta de cierto humor:
“¡Oh, Dios, oh Dios, toda Italia me parece un gallinero, no se oye gritar sino Pío, Pío!”.
Todo parecía indicar que Roma había dado a luz a un papa que amaba la libertad de pensamiento. A través del cardenal Pasquale Gizzi como jefe de la secretaría de Estado, empezó a promulgar amnistías por doquier por delitos políticos (¿?), y todo ello fue acogido con entusiasmo por todo el mundo.
No obstante, tal derroche de virtud duró poco. Pronto, ante nuevos síntomas revolucionarios, redactó una imperfecta constitución con la intención de imponerla en todos sus Estados. Se empezó a crear gran malestar, agravado por la guerra que el ejército del papa perdiera contra Austria, y de un día para otro, esa aura de liberalidad se esfumó. Declarado por muchos italianos traidor, el papa fue expulsado de Roma, donde se proclamó la república y se abolió el poder temporal.
En ese momento, las potencias católico romanas le ayudaron, sobre todo la República Francesa por mano de Luis Napoleón III, y tras diecisiete meses de ausencia, regresó al Vaticano, el 12 de abril de 1850. Se reestableció de nuevo el poder temporal
No obstante, era ya el tiempo de pensar en unir a Italia como una sola nación. La solución sería la monarquía, y para ello se creó el 17 de marzo de 1861 la creación del reino de Italia, bajo el cetro de Víctor Manuel II, de la casa de Saboya. Roma debería ser necesariamente la capital del reino. Con todo, el papa ve con rabia como el tiempo de los grandes poderes terrenales de la Iglesia, ajenos completamente a la voluntad de Cristo, iban concluyendo.
No obstante aún abrazaba la idea de que en el último momento llegaría la ayuda de alguna potencia católica extranjera, y en eso estaban los jesuitas trabajando. Pero, no fue así. El 29 de septiembre de 1870, Roma fue rodeada, y al día siguiente, entraron los ejércitos italianos.
El 2 de octubre se celebró un plebiscito para que los propios ciudadanos romanos decidieran su destino. El resultado fue increíble: 133.681 votos contra 1.507. Se decidió la unión con el Estado Italiano. El 9 de octubre de 1870, un real decreto incorporaba Roma y el Patrimonio de San Pedro al reino de Italia.
El papa perdió lo que no era suyo definitivamente, un territorio que abarcaba por aquel entonces 12.000 kilómetros cuadrados, y en el que habitaban unas 700.000 personas. Así, cayó, después de mil años, el poder temporal de la Iglesia de Roma.
Mientras tanto, el papa Pío IX, excomulgó a todos sus enemigos, que eran muchos miles, empezando por sus antiguos súbditos de la ciudad romana. Quizás es el papa que haya excomulgado jamás a más personas. Por su parte les mandaba a todos al infierno (esto es en definitiva excomulgar según Roma).

“Pío IX, el papa “infalible” por excelencia”

“Pío IX, el papa “infalible” por excelencia”
Considerándose prisionero en el Vaticano, en un encarcelamiento autoimpuesto, trató de boicotear las nuevas instituciones democráticas, prohibiendo a los católico romanos votar en las elecciones políticas.
Desde el Vaticano maldijo a sus enemigos. La maldición que declaró sobre el nuevo rey de Italia Víctor Manuel es digna de ser transcrita aquí:
“Dondequiera que esté, ya sea en casa o en el campo...en todas las facultades de su cuerpo...que el cielo, con todos los poderes que se mueven allí, se levante contra él, lo maldigan y angustien”
Todas esas maldiciones sumaron más de 130 palabras. Los jesuitas tenían entonces mucho trabajo que hacer.

“Víctor Manuel II, rey de Italia”

“Víctor Manuel II, rey de Italia”
Contra el resto de sus enemigos, que según el número de los votos ascendía al 99 por ciento de la población italiana, el papa maldijo a todos ellos también:
“Todos los que...han perpetrado la invasión, usurpación y ocupación de las provincias de nuestro dominio, o de esta querida ciudad (Roma)...han incurrido en la mayor excomunión y todo el resto de las censuras y penas eclesiásticas, cubiertas por los sagrados cánones, constituciones y decretos apostólicos y todos los Concilios generales especialmente el concilio de Trento” (Loraine Boettner, “Roman Catholicism”, 1982, p. 246).
No fue fácil para el pueblo italiano toda esa transición. Tuvo el pueblo que sufrir aún los desmanes del papa. Cuando una multitud se reunió gritando vivas al nuevo rey Víctor Manuel, inmediatamente la policía papal hizo fuego contra las gentes congregadas.
Esa fue la manifestación del sentir del papa, el cual expresó claramente en su “Quanta Cura” su línea de pensamiento propia del oscurantismo medieval, propia de la Roma político religiosa de siempre:
“Estas opiniones falsas y perversas de democracia y libertad individual, son tanto más detestables, por cuanto ellas...estorban y proscriben esa influencia saludable que la Iglesia Católica, por institución...debiera ejercer libremente...no sólo sobre hombres como individuos, sino sobre naciones, pueblos y soberanos”.
Sigue diciendo el papa:
“...Esa opinión errónea tan perniciosa para la Iglesia Católica...a la que nuestro predecesor, Gregorio XIV llamó la demencia (deliramentum): es decir, “de que la libertad de conciencia y de culto es el derecho peculiar (o inalienable) de todo hombre, que debe proclamarse por ley, y que los ciudadanos tienen el derecho a ...expresar abierta y públicamente sus ideas, verbalmente, o mediante la prensa, o por cualquier otro medio”.(Quanta Cura, Pío IX, 8 diciembre de 1864).
Mucho más que todo eso hizo ese réprobo papa. Después de la votación democrática que arrasó con el poder temporal del Vaticano, Pío IX reaccionó con una crueldad y demencia inusitadas. Ejecutó cientos de italianos que se habían opuesto al pensamiento del papa, y unos 8.000 fueron confinados a las cárceles papales bajo condiciones inhumanas:
“Muchos encadenados a la pared y sin libertad siquiera para ejercicio o fines sanitarios. El embajador inglés llamó a los calabozos de Pío IX, “el oprobio de Europa” (Emmet McLoughlin, An Inquiry into the Assassination of Abraham Lincoln – The Citadel Press, 1977- p. 94).
Arribavene, un testigo ocular, describió el horror de esas prisiones de ese infalible papa:
“Desde el alba hasta el anochecer, estos miserables cautivos colgaban de las barras de hierro de sus horribles moradas, e imploraban perpetuamente a los que pasaban para que les dieran limosnas en el nombre de Dios. ¡Una prisión papal! Cómo me estremezco al escribir estas palabras...seres humanos apilados juntos confusamente, cubiertos de harapos, y rodeados de parásitos” ( Arribavene, op. cit.. tomo II, p. 389).

El “Syllabus” y otras hierbas 

Dados los fracasos en lo político y militar, Pío IX intenta sujetar a sus fieles, distrayéndoles con nuevos dogmas. En el año 1852, envía una encíclica, o carta circular a los obispos, en la cual dice que pronto va a declarar el dogma de la Inmaculada Concepción de María, y el “Syllabus”.
En el 1854, en su Bula “Ineffabilis Deus”, instituyó el dogma de la “Inmaculada Concepción”, y en el año 1864 publicó el “Syllabus”.
En cuanto a este último, se trata de un catálogo donde se condenan todas las libertades. En él, se reseñan lo que a juicio del vicario de Cristo (y no de Cristo), son los principales errores de pensamiento y obra. Entre otros: el creer que el papa debiera conciliarse con el progreso, la libertad de opinión y pensamiento, libertad de prensa.
En el Syllabus, se decretó la unión de la iglesia de Roma con el Estado, y que el catolicismo romano debe ser la religión del estado en todas partes, y que la iglesia de Roma puede usar la fuerza para obligar a la obediencia; por lo tanto, no hay salvación fuera de esa institución porque se condena deliberadamente la creencia de que todo hombre tiene libertad de aceptar y profesar la religión que crea verdadera” (III, 15).
Este Syllabus¸ jamás ha sido rechazado ni enmendado por Roma, y sigue, por tanto, siendo doctrina de la iglesia romana, aunque no pueda ponerse en vigor en la mayoría de países, gracias a Dios. En el Syllabus, Pío IX expresa todo lo contrario a lo que predicaba cuando fue elegido papa, por ello, sólo podemos entender su actuación inicial como una mascarada; una descarada hipocresía.

Infabilidad versus santidad

La Enciclopedia Británica Vol. 17, p. 224, nos dice que ese papa, Pío IX, como tantísimos otros, distaba mucho de una mínima expresión de santidad. Nos dice que tenía “varias mozas (tres de ellas eran monjas), de las cuales tuvo hijos”. Muchos enemigos levantó contra sí mismo ese exaltado pontífice, tanto es así que los cardenales no se atrevieron a trasladar su cadáver desde san Pedro hasta la basílica de san Lorenzo donde él dispuso ser enterrado. Cuando así lo hicieron tres años más tarde, una muchedumbre asaltó el cortejo fúnebre. Ese fue Pío IX, el papa infalible donde los hubiere.
León XIII, el papa que se creía Dios en la tierra
Su sucesor, el papa LEÓN XIII (1878-1903), tenía por nombre común Gioacchino Pecci. Hijo del conde Domenico Lodovico. Fue el primer nuevo papa elegido sin el poder temporal. Este papa continuaba negando el derecho a los católico-romanos a votar. Este fue el papa que enfáticamente declaró: “Ocupamos en la Tierra el lugar de Dios Todopoderoso” (The Great Encyclical Letters of Pope Leo XIII, p. 304, by Benziger Brothers, N.Y. Nilil Obstat, 1903). Poco tiempo después de su elección, excomulgó (como era costumbre papal) a todos los evangélicos. A partir del Vaticano II, ya no se les excomulgará; ¿quién tenía razón, los que excomulgaban o los que no? (¿infabilidad papal?).

“León XIII, dios en la tierra”

“León XIII, dios en la tierra”
Pío X, el papa hecho santo por los hombres, pero no por Dios
Le sucedió PÍO X (1903-1914). Este es el célebre Pío X, el cual escribió el célebre Catecismo Mayor, donde cercena los Mandamientos de la Ley de Dios, y añade otros, como ya vimos. Él también, siguiendo el ejemplo de aquel antiguo papa Hormidas y su “Fórmula Hormidas” (s. VI), dogmáticamente asegura que la Iglesia de Roma es la única y verdadera Iglesia de Jesucristo.
Este varón, hijo alabado de Roma, fue “elevado a los altares” como san Pío X.
Durante su pontificado se produjo la total separación entre la Iglesia católico-romana y el Estado en los países católicos. A diferencia de su predecesor, en el 1905 levantó la prohibición de votar a los fieles (¿infabilidad papal?).
En una encíclica publicada en el 1910, calificaba a los Reformadores o Protestantes como: “Enemigos de la cruz de Cristo, hombres de mentalidad terrena, cuyo dios era su vientre”, pocos años más tarde, el Concilio Vaticano II, contrariamente definía a los Protestantes como “hermanos separados” (¿infabilidad papal?). Hay una gran diferencia entre ser “enemigo de la cruz de Cristo” y ser “hermano”, aunque eso sí, “separado”. ¡La verdad es que los evangélicos no son ni una cosa ni otra!

“Pío X, el papa hecho santo por los hombres, pero no por Dios. Fíjense en esa foto en la que posa, como si fuera un césar romano. ¡En el dicho de hombres así deben creer los católicos!”

“Pío X, el papa hecho santo por los hombres, pero no por Dios. Fíjense en esa foto en la que posa, como si fuera un césar romano. ¡En el dicho de hombres así deben creer los católicos!”
Este “santo” papa condenó a los reformistas católicos, y sobre todo al movimiento llamado modernista que opinaba que los dogmas eran símbolos en parte mutables. El papa les calificó de “cloaca de todas las herejías”.
En oposición al modernismo y por inspiración y promoción jesuita, nació el movimiento integrista, que utilizó para alcanzar sus metas: la denuncia, el espionaje y las maquinaciones ocultas, sin desdeñar todo tipo de armas más o menos violentas, entre ellas, el poder de la prensa y de la palabra escrita en general.
Con el visto bueno y apoyo de este “santo” varón, se creó una red secreta antimodernista internacional. Es decir, una especie de policía secreta eclesial. Muchas denuncias se produjeron, que afectaron a casi todos los intelectuales católico-romanos. Antisemita a ultranza, se necesitó de la intervención del ejército italiano para liberar a los judíos del ghetto de Roma impuesto por el Vaticano. Pío X, citado por Golda Meir en su autobiografía, dijo: “No podemos evitar que los judíos vayan a Jerusalén, pero jamás lo aceptaremos”.
Poco antes de morir, estalló la Primera Guerra Mundial. Aunque de puertas para fuera Pío X adoptara una posición neutral, la verdad es que no fue así. El Vaticano fue el principal instigador de esa barbaridad.
Seguiremos hablando de ello.
(Continuará)
© Miguel Rosell Carrillo, pastor de Centro Rey, Madrid, España. 2009
www.centrorey.org



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