martes, 24 de febrero de 2015

REPRESENTACI0N ICONOGRAFICA DEL DRAGO


Las representaciones iconográficas del drago, ya en pleno s. XX –donde se suceden en corto tiempo numerosos movimientos pictóricos, a veces relacionados con la política o con tendencias artísticas internacionales–, tienen un carácter más estético y vitalista o muestran otra simbología desligada de lo religioso o científico.
Iconografías draconianas: paseos por el arte y la ciencia
 Desde los primeros conocimientos históricos escritos que hacen alusión a las islas Canarias se inician las referencias a plantas que se han incorporado al imaginario, más o menos fantástico, de este archipiélago. Estas alusiones se inician con las famosas ferulas de Plinio el Viejo (S. I d.C.), los laurotaxa de los botánicos prelinneanos, la leña noel y el herreño árbol santo o árbol de la lluvia. Sin embargo, ninguno de los vegetales precedentes ha generado tanta literatura y admiración como el drago (Dracaena draco), a pesar de tratarse de una especie macaronésico-africana, distribuida por los cuatro archipiélagos y el suroeste de Marruecos (montañas del Antiatlas), cuyas características, distribución y usos se detallan en otros artículos de este mismo número.
 Si bien los dragos son conocidos desde la época clásica grecorromana, hace más de 2.000 años, es muy probable que estos primeros conocimientos haya que referirlos a los parientes de los dragos atlánticos situados en el entorno del Mar Rojo (Egipto, Eritrea-Djibuti, Etiopía, Somalia y mitad sur de la península de Arabia) y del Océano Índico, en particular a los dragos de la isla de Socotora, en donde conviven con otras interesantes especies, sometidas a explotación comercial desde tiempos remotos por ser productoras de resinas o por su valor medicinal (sangre de drago, incienso, mirra y sabia de aloe). A ellas, y en particular al drago, aluden diversos escritores clásicos, como Dioscórides y Plinio el Viejo (s. I. d.C.), cuando hablan del cinnabaris (o crinabaris para otros).
 Es posible que los dragos macaronésicos también fueran conocidos en el mundo clásico, puesto que las islas eran visitadas ocasionalmente en esas épocas remotas. Sin embargo, no podemos afirmar que existiera un comercio de su “sangre” en esos tiempos y tampoco conocemos que fuera incorporado en obras artísticas antiguas. Es extraño que, a pesar del conocimiento de la sangre de drago, estas llamativas plantas no aparezcan iconografiadas o descritas en el mundo egipcio y tengamos que esperar hasta el siglo XV para ver sus primeras representaciones gráficas.
 Los primeros testimonios escritos que se refieren a la presencia del drago en las islas atlánticas (testimonios indirectos por alusión al colorante rojo en el texto de Boccaccio), los encontramos en distintas obras, llevadas a cabo por diversos viajeros que realizan incursiones o exploraciones en busca de nuevas rutas comerciales, incluyendo el tráfico de esclavos, en los territorios atlánticos del noroeste africano desde el s. XIV, abarcando varios de los archipiélagos macaronésicos. Poco después, en los libros-crónicas que narran la conquista de Canarias en el inicio del siglo XV (1402-1406), Le Canarien, siendo la versión de Gadifer escrita antes de 1420, se señala la presencia de dragos (“dragoniers”) en varias islas (La Palma, Gomera, Hierro, Tenerife y Gran Canaria) y se acuña por primera vez (según comunicación personal de la doctora B. Pico) la palabra francesa “dragonier” para designar a nuestro drago. También hallamos referencias en diferentes fuentes documentales (datas, crónicas de conquista, acuerdos de cabildos, protocolos notariales...) generadas a raíz de dicho episodio. A su conocimiento en Europa también contribuyó, probablemente, la publicación en 1507 de la obra del veneciano Alvise da Ca’ da Mosto, en la que hace alusión a los dragos y a la explotación de su sangre en Porto Santo, una de las islas del archipiélago de Madera, descubierto por los portugueses Zarco y Teixeira en 1418. El llamativo aspecto de esta especie, abundante en el siglo XV en la pequeña isla, puede justificar el traslado de ejemplares a la capital portuguesa y su cultivo allí en diversos monasterios. Además, no hay que olvidar que los portugueses mantenían relaciones frecuentes con el archipiélago canario y sus propiedades medicinales serían conocidas por el uso tradicional que del mismo hacían las poblaciones indígenas.
El temprano cultivo de dragos en Europa lo conocemos por las narraciones del que podríamos considerar uno de los primeros turistas europeos, que se adentra en varios territorios de la Península Ibérica y nos deja un curioso e interesante relato de sus viajes. Se trata del médico alemán Münzer (Jerónimo Monetario), quien a fines del siglo XV (1494) vio dragos fructificados cultivados en los huertos conventuales de la Santísima Trinidad (“un gran árbol llamado dragón”) y de los agustinos (tres ejemplares, uno descomunal cuyo tronco dos hombres apenas podían abarcar) de la capital portuguesa, y a quien un sarraceno, curiosamente por la relación con la iconografía que luego veremos, le cuenta que su rosario estaba hecho con los huesos de la palmera que dio de comer a la sagrada familia en su huida a Egipto. Poco antes (ca. 1475) aparecen en Europa central (Alemania) los primeros grabados de esta emblemática especie, que salen del taller de M. Schongauer, natural de Colmar (ca. 1430-1450), representando la huida a Egipto de la virgen María con el niño y san José, donde un drago ramificado, con frutos, y una palmera, también fructificada, que sirve de alimento al grupo, son elementos singulares de la composición y han sido tradicionalmente recogidos en diversas publicaciones. Este interesante grabado sirvió de modelo o inspiración para obras posteriores, tanto grabados como relieves en madera e incluso en tapices. ¿Por qué Schongauer eligió esta exótica especie para este motivo? Sin saberlo, incorpora una rara planta que también está representada en el sur de Egipto con otro drago diferente (Dracaena ombet), de porte similar a algunos de nuestros dragos de mediana edad.
Otro de los grabados más antiguos que conocemos, ejecutado por el alemán M. Wolgemut en 1493 para el Liber chronicarum de H. Schedel, representa a Adán y Eva en el Paraíso, donde, según el Génesis, están el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Junto al árbol de la ciencia del bien y del mal, caracterizado por el manzano con la serpiente enrollada, aparece también el drago como árbol de la vida, tal y como indica D. de la Peña, y la misma interpretación nos da M. de Paz al ilustrarnos acerca de la representación del drago en el famoso cuadro del Bosco El jardín de las delicias. En este caso el drago está junto a la fuente de la que parten los consabidos cuatro ríos paradisíacos de larga tradición iconográfica.
 Siglo XVI
 Le siguen en orden de publicación, a los pocos años, las escenas que adornan la obra de los Comentarios a Virgilio (1502) de S. Brandt, con connotaciones más literarias, ilustrada con diversos grabados xilográficos donde al menos ocho de ellos incluyen el drago. Esta obra es casi coetánea de la del famosísimo pintor y grabador A. Durero, que en torno a los años 1503-1505 realizó al menos un grabado donde el drago aparece junto a la mencionada palmera datilera, basándose, de acuerdo a la similitud de la composición, en la obra precedente de Schongauer, en particular la Huida a Egipto. Pero ¿cuál fue la fuente de inspiración de Schongauer? ¿Conoció personalmente estos extraños (para el mundo europeo) vegetales en Flandes o Portugal? Si no fuera así tendría que haberse servido de una buena representación iconográfica realizada por alguno de los numerosos visitantes a las islas atlánticas o a la propia Lisboa. Teniendo en cuenta la edad de ejecución de la obra y los datos aportados por Münzer, los dragos lisboetas podrían haber servido de modelos.
 Esta misma simbólica especie la incorpora el Bosco en su famoso cuadro (nombrado anteriormente), pintado a inicios del XVI (entre 1500 y 1510) dándole un lugar preeminente junto al grupo formado por Adán y Eva bendecidos por Cristo. Un poco posterior (1518) es la excelente pintura, adornada con elementos tropicales, donde Burgkmair representa a san Juan en Patmos. El drago que acompaña a la composición, aunque fragmentario, se puede reconocer perfectamente. Su diseño, al igual que los del Bosco, Brandt, Schongauer y Wolgemut, refleja con bastante fidelidad la ramificación de los dragos, lo cual no está tan bien definido en la obra de Durero o en el grabado de san Juan Evangelista y Santiago el Mayor de Woensam de Worms (1500-1541), cuyas características coinciden bastante, y donde el drago no sigue su típica ramificación regular de acuerdo a las floraciones.
 No menos interesante y bella es la representación del drago en una fantástica miniatura iluminada del libro de horas del rey portugués Don Manuel, descrita por J. Lizardo en la revista Islenha (1996), donde el drago está cerca de una fuente de la cual la virgen toma agua, escena relacionada también con la huida a Egipto, pero igualmente podríamos pensar en el agua que proviene del árbol de la vida. Se estima que el dibujo fue ejecutado entre 1517 y 1538 por la iconografía oriental (relacionada con las exploraciones orientales portuguesas) que lo acompaña a modo de orla, incluyendo dromedarios, elefantes, tiendas, beduinos y rinocerontes.
 Considerando que, de existir, los dragos gaditanos serían escasísimos en el siglo XV, ya que Clusio no consiguió ver ninguno en 1564, debemos preguntarnos de dónde proviene la fuente de inspiración relativa a estos dragos en el mundo centroeuropeo. ¿Se trata de plantas oriundas del archipiélago canario o del archipiélago maderense? ¿De África u Oriente próximo? Teniendo en cuenta su cultivo en los conventos lisboetas, la procedencia de esas plantas hay que atribuirla al archipiélago de Madera, en particular a la isla de Porto Santo, de fácil accesibilidad y plagada de dragos por esa época, antes de su poblamiento. Hay que tener en cuenta, además, que las islas Canarias donde los dragos eran más abundantes (La Palma, Tenerife y Gran Canaria) no se incorporaron al mundo europeo del comercio regular hasta fines del siglo XV, después de sus respectivas conquistas. Algunos autores sugieren que la casa comercial alemana Fugger, para la que trabajó Clusio, con intereses económicos en los archipiélagos atlánticos, pudo tener alguna participación en la presencia o conocimiento de dragos en Europa.
 Aunque se ha indicado la posibilidad de que algunos dragos fueran llevados a Flandes o territorios próximos desde las islas atlánticas y especialmente desde Canarias, esto parece muy improbable, teniendo en cuenta las fechas y las dimensiones-edades manifestadas en las primeras representaciones de Schongauer, ya que no consideramos la posibilidad de que dichos dragos fueran transportados con porte ya ramificado, aunque hay casos semejantes, como cuando se intentó enviarlos a la corte de Felipe II desde Canarias, según Fragoso (1572), citado por M. de Paz. El transporte de dragos es altamente complicado por su fragilidad y además tendrían dificultades para sobrevivir a no ser que estuvieran bajo protección total durante los crudos inviernos septentrionales. Tanto los ejemplares reproducidos por Schongauer (ca. 1475) como los de Wolgemut (1493), Brandt (1502) o el Bosco (1500-1510), de similar factura, presentan 3 ó 4 ramificaciones, lo que implicaría que necesitaron unos 50-60 años para adquirir dicho porte si fueron sembrados de semillas, por lo cual tendrían que haber sido recolectadas a comienzos de siglo XV, cuando los archipiélagos atlánticos aún no estaban conquistados ni ocupados (excepto las islas de Lanzarote, Fuerteventura y Hierro) para llegar a tener esas dimensiones en la segunda mitad de dicho siglo. Conocemos el intento de cultivo de dragos canarios, en Sevilla, en la segunda mitad del siglo XVI, a partir de semillas enviadas desde nuestro archipiélago al célebre botánico Tovar.
 Por otra parte, las primeras reproducciones iconográficas y descripciones de carácter científico tenemos que asignarlas al famoso botánico Clusio (Charles de L’Écluse), que tuvo ocasión de viajar por la Península Ibérica, visitando Lisboa en 1564, y que en su obra Rariorum aliquot stirpium per Hispanias observatarum historia (1576) incorporó, junto a la descripción del drago, un grabado representando un ejemplar con tres ramificaciones acompañado por una hoja y una rama de su inflorescencia provista de frutos. Según el propio Clusio, vio el drago (sólo menciona uno) en el convento dedicado a la virgen de Gracia (Lisboa), sin hacer alusión a los indicados por Münzer. Parece indudable que fue ese drago el que le sirvió de modelo para su conocido grabado, del cual se conserva, junto con los de otras especies, el dibujo original en color (página 132 del presente número), realizado por Van der Borcht, en la biblioteca Jagiellónska de Cracovia (Polonia). Al igual que representaciones anteriores, este drago tendría una edad próxima a los 40-50 años cuando lo vio Clusio, lo cual no estaría de acuerdo con las observaciones de Münzer, hechas 70 años antes, si hubiese visto e iconografiado los mismos ejemplares. Los detalles de la fructificación (obtenidos de ramas que le enviaron al año siguiente de su viaje) y hoja, así como su descripción, parecen confirmar que el propio Clusio fue el sagaz observador.
 Coetáneo de estas obras son los textos con alusiones a la sangre de drago procedente de América, del sevillano N. Monardes (1580) quien, además, incorpora un curioso dibujo donde se ve un dragón embrionario dentro de los frutos de la especie americana correspondiente, según información y datos aportados por el obispo de Cartagena de Indias.
Posteriormente, en esta segunda mitad del siglo XVI, seguimos encontrando diversos textos alusivos al drago, algunos acompañados de iconografías, aunque en su mayoría corresponden a copias, de manos de diversos herbalistas (V. Cordus, 1561; Gerard, 1597...) del famoso grabado de Clusio, mientras que otros textos locales o no de esta época, como los de T. Nichols (1583), del italiano Torriani (1592), del portugués G. Frutuoso (al parecer el libro fue escrito antes de 1582, aunque no hay fecha exacta) o del fraile A. de Espinosa (1594), no nos aportan elementos iconográficos pero nos ayudan a comprender la antigua distribución de los dragos en Canarias, con alusiones concretas a topónimos de gran interés como la Punta de los Dragos en Barlovento (La Palma), usos y presencia en algunos barrancos (datos que se detallan en otros artículos de este número).
 Una vez incorporado el drago al mundo del grabado y la pintura europea, su difusión tuvo cierta importancia en el mundo centroeuropeo y occidental. Sin embargo, resulta curioso que no se extendiera e incorporara su conocimiento al entorno mediterráneo, debido quizás a que las últimas manifestaciones góticas no tuvieron intercambios importantes con el Renacimiento meridional.
 Siglo XVII
 A lo largo del siglo XVII, el dibujo clusiano siguió siendo reproducido, con o sin modificaciones, por diversos autores europeos en tratados y libros de simples (plantas medicinales), y es citado en diversas obras botánicas (Bauhin, 1623; Parkinson, 1640; Commelin, 1689...), recogidas en parte por Plukenet. En la segunda mitad del siglo se inician las informaciones, a veces acompañadas de dibujos, relativas al gran pino de Teror, Gran Canaria, en el que posteriormente se ubicaría la aparición de la virgen de su nombre, iconografiada en el grabado de Simón de Brieva de 1782 (reproducido en la pág. 143 del número 4 de Rincones del Atlántico). En sus ramas crecían tres jóvenes ejemplares de dragos, siendo atribuida a Marín de Cubas la primera imagen gráfica del mismo (finales del siglo XVII), así como el que posiblemente sea el primer dibujo de un drago realizado en Canarias.
 A partir de entonces, esta llamativa especie es demandada en el mundo científico debido al auge que adquiere el coleccionismo de curiosidades en general, siendo cultivada probablemente tanto en diversos jardines botánicos (Ámsterdam, Leiden) como en jardines privados europeos desde fines del siglo XVII.
 Siglo XVIII
 Las representaciones de dragos toman un carácter más artístico, desvinculándose de contenidos simbólicos y religiosos a partir del s. XVII y especialmente durante el XVIII, llevándose a cabo por motivos estrictamente botánicos (caso de los herbalistas) o simple curiosidad debido a su extraño porte y su supuesta milenaria longevidad.
 Curiosamente no figura en la colección que mantenía el acaudalado George Clifford, banquero holandés, que fue estudiada y descrita por el propio Linneo en su Hortus Cliffortianus (1737), donde sin embargo incluye otras curiosas especies canarias como el famoso bicacarero (Canarina campanula, hoy C. Canariensis) o la salvia canaria (Salvia canariensis).
 El primer dibujo de interés científico tomado al natural en las islas Canarias, que tuvo cierta difusión en copias manuscritas, corresponde al realizado en 1724 por el cura mínimo francés L. Feuillée en la finca de la familia Porlier cerca de Bajamar, La Laguna, Tenerife. Representa un drago con dos ramificaciones, correspondiente, por tanto, a una edad de unos 40-50 años (pág. 159 del presente número). Desconocemos hasta cuándo existió este ejemplar, del cual no hemos encontrado referencias posteriores.
 De igual forma se ilustra en la narrativa de viajes y exploraciones científicas, en particular desde que es ilustrado por P. Ozanne, que estuvo en Tenerife entre 1771 y 1772, como dibujante de la expedición de J.C. Borda, A.G. Pringue y J. -K.-A. Verdun de la Crenne. Su boceto sirvió de modelo para diversas obras posteriores, como el grabado que aparece en la obra de Humboldt Vue des cordilleres, 1810, así como un famoso cuadro (Museo de Borda, Dax, Landas, Francia) que refleja la 2ª medición de la altura del Teide hecha por Borda (1776) en el valle de La Orotava, donde el drago adorna la histórica medición recreada por el artista sin ocupar su posición real. Ozanne tuvo la oportunidad, al igual que otros viajeros anteriores y posteriores, entre ellos Lord Macartney (1793) –en cuyo honor se celebró el famoso almuerzo entre las ramas del árbol–, Ledru (1796) o Humboldt (1799), de contemplar el mal llamado drago milenario que se encontraba en los jardines de Juan Domingo de Franchy en La Orotava hasta mediados del siglo XIX, que le sirvió de inspiración para su obra. De la segunda mitad de éste siglo son también dos conocidos grabados realizados en Bruselas por el grabador belga Simon Cattoir según dibujos de C. Freudenberg. Dichos grabados (reproducidos en la pág. 215 del número 5 de Rincones del Atlántico y en la pág. 128 del presente número) reproducen dos perspectivas diferentes de la casa y la situación y diseño de los famosos jardines, hoy completamente modificados, y sus más ilustres componentes perdidos (el drago y la palmera centenaria).
 Siglo XIX
 Durante la primera mitad del s. XIX, además del grabado ya comentado que aparece en la obra de Humboldt, tienen especial interés los dibujos que ilustran un trabajo de S. Berthelot acerca del drago publicado en 1827, en el cual se recogen diversos dibujos de ejemplares de diferentes edades así como detalles de las plántulas, flores y frutos. Al menos algunas de estas ilustraciones fueron realizadas por J.J. Williams, según nos cuenta el propio Berthelot, siendo reproducidos algunos de ellos en obras posteriores. Alfred Diston, por su parte, inmortalizó tres dragos que habían sido plantados, con motivo de la construcción del Jardín de Aclimatación de La Orotava, en su fachada norte (Rincones del Atlántico, número 2, pág. 201), los cuales también habían sido objeto de un grabado de dicha fachada publicado en la famosa Historia Natural de las Islas Canarias (tomo de Misceláneas), realizado con menos rigor por Williams (dibuja dos ejemplares), sin posibilidad de asegurar, en este caso, que se tratara de dragos. Uno de los ejemplares dibujados por Diston aún sobrevivió hasta los años 70 del siglo XX y figura en diversas fotografías de la época. Diston también llevó a cabo un dibujo (acuarela), al igual que otros autores como Bernardo Cologan en 1859, del ya maltrecho drago de Franchy.
 En la obra de P.B. Webb & S. Berthelot, antes mencionada, publicada entre 1835 y 1850, el drago figura además como elemento importante en otras láminas de las Misceláneas así como en dos de las planchas compuestas que contiene el gran Atlas de dicha magnífica obra, algunos de cuyos grabados están probablemente basados en apuntes del natural (poblaciones salvajes del barranco del Infierno y de Taganana) realizados por S. Berthelot.
 Es interesante para la flora endémica de Canarias que a finales del siglo XVIII (1787) comience a publicarse en Londres la preciosa revista Curtis’s botanical magazine, donde se describen e ilustran algunas de las nuevas plantas que van siendo conocidas en el mundo europeo. Entre ellas, varias representan a especies endémicas o de origen canario, correspondiendo la lámina 4571, publicada en 1851, al drago macaronésico, con una imagen que parece estar basada también en la obra original de P. Ozanne, donde además se ilustran los detalles morfológicos de sus inflorescencias, flores, frutos y semillas.
 De época semejante (1842) es la interesante acuarela que realizó el minucioso Álvarez Rixo para acompañar a su Disertación sobre el árbol drago, manuscrito parcialmente inédito que se conserva en la biblioteca de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, La Laguna (pág. 126 del presente número).

A lo largo de este siglo XIX se llevaron a cabo diferentes publicaciones incluyendo la representación (grabados) del drago, la mayoría relativas al famoso ejemplar, mutilado ya por el huracán de 1819, de los jardines de Franchy, pero destacan en la segunda mitad (1875) las obras pictóricas producidas por la singular viajera inglesa Marianne North, que incluyen dragos tinerfeños de Santa Cruz, valle de La Orotava y cercanías, en diversos óleos. Estas obras están ejecutadas en fecha algo posterior a los inicios de la fotografía en Canarias, que ya nos muestran imágenes del desaparecido drago de Franchy y del aún sobreviviente drago del Sitio Litre, en el Puerto de La Cruz.
 Dichos cuadros nos ayudan, además, a entender mejor la edad de estos misteriosos seres vegetales, relacionados con mitos y leyendas, y en particular el ritmo de su crecimiento teniendo en cuenta su ramificación. Curiosamente, el más famoso de los dragos pintados por North, que aún se conserva vigoroso en el patio principal del Sitio Litre mencionado, fue objeto de una de las primeras fotografías realizadas en Canarias (1856) por la Sra. Smyth (esposa de Piazzi Smyth), 19 años antes. Con esos datos se puede estimar la edad actual de dicho drago en torno a los 210 años (imágenes reproducidas en el número 5 de Rincones del Atlántico, pág. 225). En este mismo sentido, resulta muy interesante para el cálculo de la edad de los dragos el dibujo que incluye O. Stone (que viajó en 1883-1884 por Canarias) en su conocida obra Tenerife y sus seis satélites (1889), de un joven ejemplar que existió en los jardines de Franchy y que fue sembrado en 1877 a partir de semillas del gigante caído en 1867, que tuvimos ocasión de observar varias veces, desde que inició la pérdida de algunas ramas hasta su destrucción total. Este ejemplar, que vivió unos 120 años, también acabó perdiéndose, quizás, cuando se detectaron en él enfermedades que no fueron correctamente atendidas. Esta misma autora también nos proporcionó un pequeño dibujo del llamativo drago del cementerio de Los Realejos, aunque no tiene la suficiente calidad para hacer un estudio comparativo de sus ramificaciones.
 A fines del siglo XIX (Noll, Schatt...) y principios del XX (Bolleter, Pitard & Proust, Lindinger, Knoche...), diversos libros botánicos de carácter científico o narraciones de viajes (M. d’Este, 1909) comienzan a incorporar diversas fotos de las islas entre las que es frecuente encontrar algunas de dragos, no sólo del más admirado de Icod o del también famoso del seminario viejo de La Laguna, aunque, lamentablemente, es imposible conocer la ubicación actual de algunos de ellos, si es que aún existen. En otros casos las imágenes o dibujos no tienen una buena calidad, aun tratándose de textos científicos como el dibujo de Hermann Christ (1886). Asimismo, contamos con diversas imágenes, en parte inéditas, debidas a diversos visitantes que recorrieron nuestras islas cámara en mano tales como A. de Montherot o Ellerbeck, o por miembros de expediciones de carácter más científico, como O. Simony, cuyas obras fotográficas sólo conocemos en parte o son totalmente desconocidas en Canarias.
En la producción local, algunos pintores costumbristas de fines del siglo XIX o principios del XX nos han dejado algunas manifestaciones artísticas donde se recogen imágenes del drago. Entre ellos destacan Alejandro Ossuna (Tenerife), autor de numerosas composiciones campesinas y quizás también de un curioso dibujo del Roque de las Animas (Taganana) con sus dragos, y J.B. Fierro (La Palma), con una bella e infantil acuarela de estos gigantes junto a las cuatro palmas de Buenavista (Breña Alta).

Más academicista y con una mejor calidad es la obra de otros pintores canarios, ejemplos raros, que incluyen el emblemático vegetal en sus composiciones. Destaca el bello óleo realizado por Baeza, a fines del siglo XIX, de un hermoso drago aún existente, con porte majestuoso, en la zona de San Vicente de Los Realejos (reproducido en el nº 5 de Rincones del Atlántico, pág. 252), conocido como drago de las Siete Fuentes, cuya cuidada realización nos sirve igualmente de testimonio para llevar a cabo una aproximación más al cálculo de la edad de los dragos basada en su ramificación. Este mismo autor dejó plasmado el drago de Icod, por las mismas fechas, en una bella composición al óleo que recoge parte del núcleo antiguo de esta ciudad. Asimismo, es notable una de las obras historicistas del pintor Robayna centrada en la Matanza de Acentejo (1860), donde incorporó un viejo drago, o la estampa más reciente y bucólica de la pintora portuense Lía Tavío.
 Siglo XX
 Las representaciones iconográficas del drago, ya en pleno s. XX –donde se suceden en corto tiempo numerosos movimientos pictóricos, a veces relacionados con la política o con tendencias artísticas internacionales–, tienen un carácter más estético y vitalista o muestran otra simbología desligada de lo religioso o científico, tal y como ocurre con los dragos surrealistas pintados o dibujados en diversas obras y escritos por el tinerfeño lagunero Óscar Domínguez, el “dragón de canarias” según E. Westerdahl. Destacan también los murales alegóricos canaristas-costumbristas (naturalismo retórico según F. Castro), un tanto propagandísticos, como los de Aguiar (Salón de Actos del Cabildo de Tenerife, 1953) o los de Néstor de La Torre en el Casino de la capital tinerfeña (1931-1935). Aguiar también pinta el drago en su bello cuadro Frutos de la tierra, 1927, mientras que Néstor lo representa en otras obras entre las que destacan los sensuales Poema del mar y Poema de la tierra. En este último, incluye una escena desarrollada entre las ramas de un corpulento ejemplar de drago (Mediodía).
 Mas recientemente el drago comienza a ser pintado en diversas formas (realista o idealista) por numerosos pintores de las vanguardias que lo plasman de acuerdo con las nuevas visiones del paisaje, que cobra una visión dramática, incorporándolo, de alguna forma más o menos reconocible, en sus obras (Oramas, Salvio Salvatore, J. Ismael o F. Monzón), bien como protagonista de la composición o como elemento simbólico y decorativo en el paisaje, el cual toma un protagonismo muy particular en estos movimientos para los que el poeta Pedro García Cabrera recomienda la incorporación, en las obras pictóricas, de dragos, piteras y euforbias. En otros casos, el drago se convierte en el elemento central y monográfico de toda una obra (P. Dámaso, ver pág. 419 del presente número) o tiene un componente más onírico y fantástico, como en las contemporáneas obras de L. Morera.
 Por otro lado, aun cuando la actividad pictórica se inicia en las islas tardíamente, el drago no se incorporó, salvo raras excepciones, a dicha pintura hasta fechas recientes. A excepción de la atracción que siempre ejerció el drago de Franchy, que acumuló numerosas representaciones antes y después de quedar mutilado por el mencionado temporal. Ha sido más frecuente, al igual que pasa en el mundo europeo, especialmente mediterráneo, la incorporación de diversas especies vegetales americanas que llaman la atención y son repetidamente representadas, hasta la provocativa saciedad para un botánico, en el transformado paisaje que se representa en dicha pintura (Robayna, Néstor, Oramas, Monzón, Santana, Manrique...), particularmente piteras (Agave spp.), tuneras, chumberas o nopales (Opuntia spp.), cardones abisinios (Euphorbia candelabrum) y Cereus del Perú.
 Dentro del mundo fotográfico destacan, además de las imágenes históricas ya mencionadas, las dedicadas al viejo drago del seminario lagunero, uno de los más accesibles en los diversos recorridos de visitantes por la isla que sin embargo no parece que haya sido plasmado en la pintura, aunque sí en numerosas postales, al igual que el desaparecido viejo drago del hotel Pino de Oro (Santa Cruz) o el de Icod.
 Más recientes son las diversas y numerosas fotografías que se han realizado sobre el drago de Icod, “parada y fonda” de numerosas excursiones colectivas, las más viejas de las cuales datan de la segunda mitad del siglo XIX (fotografía estereoscópica datada entre 1864 y 1868), pero sobre todo de finales de dicho siglo, tomadas por numerosos fotógrafos y viajeros (Baeza, Ellerbeck, Simony, Schenck...), para prolongarse a principios del XX. Teniendo en cuenta que Icod queda algo más distante del tradicional recorrido “científico-turístico” de Santa Cruz-La Laguna-La Orotava-Teide y viceversa, su espectacular drago, considerado el más viejo y mejor conservado de los actualmente existentes, no fue objeto de estudio, grabados o pinturas hasta fechas más actuales, con la excepción del comentado óleo de Baeza.
 Carácter de las imágenes
 En general, la iconografía de que disponemos de los dragos presenta un acabado muy diverso, desde las artísticas xilografías y grabados de Schongauer o Durero, el esquemático de Clusio, el más infantil de Feuillée (1724), los grabados basados en dibujos de Williams en la Historia Natural de las Islas Canarias tratando de ser lo más realista posible, ofreciéndonos dragos en distintas edades, hasta los óleos de M. North con sus interesantes apreciaciones de conjunto, incorporados al paisaje o mostrando bellos detalles sugerentes como las raíces aéreas.
 Por otra parte, es igualmente significativo que la casi totalidad de los dragos dibujados provengan de la isla de Tenerife, lo cual está justificado por ser la isla más visitada y la que poseía dragos más accesibles y numerosos a lo largo de las rutas más comunicadas y transitadas.
(Arnoldo Santos Guerra. Biólogo. Unidad de Botánica del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias, en Rincones del Atlántico)



1 comentario:

  1. Excelente artículo! estoy fascinado con la historia de la representación iconográfica de la botánica en general. Felicitaciones

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