miércoles, 25 de febrero de 2015

Historia de La Victoria en Acentejo


Eduardo Pedro García Rodríguez

Uno de los acontecimientos históricos más importantes desarrollados durante el expansionismo del entonces naciente imperio colonial español, tuvo lugar en la Matanza de Acentejo. En este lugar, las tropas mercenarias dirigidas por el destacado mercenario y traficante de esclavos al servicio de la corona española Alonso Fernández de Lugo vio doblada su altiva e insolente cerviz, ante el más grande caudillo que ha tenido la patria canaria, el grande entre los grandes de su tiempo, kebehi Benchomo.

La batalla en Acentejo supuso la mayor derrota sufrida por las tropas españolas en sus conquistas imperialistas, no sólo en canarias (cuya conquista duró casi un siglo), sino que, en las innumerables batallas sostenidas por la posesión del continente americano, las tropas españolas jamás tuvieron una pérdida de hombres como la que sufrieron en el encuentro de la Matanza de Acentejo, donde un cuerpo de ejército guanche compuesto por 300 hombres dirigidos por el archimencey chimenchia/tinguaro, (hermano de Benchomo), infligió al ejército invasor la mayor derrota que jamás sufrieran los ejércitos españoles en sus aventuras coloniales durante la baja edad media.

Pacificada la isla de tamarant (gran canaria) gracias a los buenos servicios prestados por el traidor y converso thenesor remidan, conocido después de bautizado por Fernando Guanarteme y una vez repartida la isla entre los conquistadores, el término de gaete le fue asignado a un capitán que se distinguió en la conquista tanto por su arrojo como por su falta de escrúpulos en el empleo de métodos poco ortodoxos en sus luchas contra los canarios.
En este territorio creó su feudo e ingenio azucarero Alonso Fernández de Lugo quien atrincherado en su torre de gaete -de la cual era alcalde daba rienda suelta a sus sueños de grandeza y maquinaba la manera de satisfacer su insaciable afán de rapiña.
Desde la torre, divisaba en días claros las siluetas de las islas de la Palma y Tenerife las cuales formaban el objetivo más íntimo de sus apetencias. Decidido a dar cima a su proyecto y teniendo en cuenta que el producto de su incipiente ingenio y la porción de esclavos que le había tocado en el reparto no eran suficientes para trasladarse a la corte “decorosamente” para gestionar ante la misma la concesión de la conquista de las dos islas afanes de su soñada grandeza, decide continuar con las entradas y razzias en ambas islas con el objeto de reunir el capital suficiente con que trasladarse a España y comprar influencias en la corte que le permitieran la consecución de sus fines, así comienza el merodeo por las islas de la Palma y Tenerife con la intención de apresar esclavos y ganados, en ésta última, hace una “entrada” nocturna en 1479 por el menceyato de Icod, consiguiendo robar y transportar a gran canaria, un cuantioso botín consistente en gran cantidad de cabras que estaban encorraladas, es decir, era ganado manso, mucho cebo y carne salada, panes de cera y cantidad de velas de cera a medio terminar y una parecida a un cirio pascual acabado, cueros de cabra y cebada, tres mujeres dos hombre y algunos muchachos, dejando en el terreno, quizás por falta de capacidad de carga en la nave buena cantidad de cueros y cebada, molinos de mano, gánigos y platos de barro.
Naturalmente, este tipo de asaltos sólo era posible llevarlos a cabo con el concurso de gente del país buenas conocedoras del terreno que les permitía moverse de noche entre riscos y barrancos. Quizás, las buenas relaciones que Lugo mantenía con el menceyato de Anaga procedían de estas correrías en la que posiblemente contaba con el concurso de la familia ybaute, única de éste menceyato que, con la del mencey, fue agraciada por Lugo con reparto de tierras en Anaga después de la conquista.
Durante ocho años Lugo alternó el cuidado de sus noventa fanegadas de tierra en agaete, con las continuas razzias y saqueos en las islas de la Palma y Tenerife, al tiempo que iba preparando la conquista de las mismas procurando fomentar las disensiones internas entre menceyatos, y las de achicaxnas y archimenceyes dentro de estos, usando para sus fines como valiosos colaboradores en Tenerife a los menceyes de los bandos de Güimar, Abona, Adeje, los cuales ya habían venido recibiendo influencia cristiana por parte de los frailes instalados desde dos siglos antes, en el eremitario de Güimar, así cómo a un buen número de gomeros cristianizados que fueron introducidos en la isla, conocidos como babilones  y quienes con posterioridad a la conquista decidieron sacudirse el yugo de los españoles y formaron un núcleo importante de resistencia con los alzados.
Con estos preparativos secretos bastante avanzados y teniendo la bolsa bien repleta con el producto de la venta de los guanches que había esclavizado, Lugo se remite a España, y en 20 de febrero de 1492, lo vemos en el campamento de santa fe recibiendo de los reyes católicos, la confirmación de las tierras de gaete, confirmación que le era necesaria para desarrollar sus planes ulteriores, las capitulaciones para la conquista de la isla de la Palma tuvieron que esperar hasta el mes de junio de 1492, pues la reina estaba enfrascada en los preparativos para la invasión de América. Concluidas las capitulaciones en córdoba, a fines de agosto Lugo levanta bandera en Sevilla para la recluta de mercenarios con destino a la conquista de benehuare (La Palma). Las operaciones fueron rápidas valiéndose para ello el conquistador, de los bandos de paz en los que tenía gran influencia la palmera gazmira, y usando como era habitual en él de la falacia y el engaño, una vez sometida y saqueada de manera inmisericorde de hombres y ganados la isla, Lugo se retira a gran canaria para descansar y disponer del botín de su “gloriosa” conquista.
Desde el campamento de Jardina (gracia) el ejército invasor se puso de nuevo en marcha con grandes precauciones, pues durante su marcha hacía Tahoro eran hostigados continuamente por algunas partidas de guanches de los menceyatos de Tegueste y Tacoronte, que les hostigaban por los flancos. El ejercito continuó su avance hacía Tahoro sin mayores dificultades, por el camino se iban apropiando de numerosos rebaños de ganados que pastaban aparentemente abandonados y que, por la natural rapiña de los mercenarios éstos se resistían a dejar por el camino, así continuaron hasta la altura de la actual cuesta de la villa, donde decidieron hacer un alto y formar consejo de oficiales para determinar las medidas a tomar. En el consejo prevaleció la opinión de retornar al campamento de Añaza con la cuantiosa presa de ganados que tenían, seguidamente iniciaron la contra marcha hacía Eguerew (la laguna).
De esta manera tan poco estratégica retrocedía la vanguardia ufana con la rica presa cuando en el aire sonaron unos agudos silbidos y ajijides que pusieron en movimiento desordenado a los hatos de ganados al tiempo que caían grandes piedras y troncos de árboles sobre las sorprendidas tropas españolas, los banotes hendían el aire yendo a frenarse bruscamente en el pecho de los mercenarios traspasando sus corazas. Pasado los primeros momentos de estupor en el ejército invasor, cada uno buscó por instinto, un grupo donde apoyarse y, sin previo concierto, entregados a su propia iniciativa, se organizó una especie de defensa por pelotones ante la imposibilidad de maniobrabilidad de los caballos el arma más efectiva de las tropas españolas.
Bien pronto la línea del frente quedó convertida en un amasijo de cadáveres de hombres y caballos; toda defensa ante el empuje guanche era inútil, en el fragor de la batalla destacaron por su arrojo y valentía chimenchia, sigoñé, guadafrá, arafo, tigaiga y otros significados capitanes de Benchomo y sus aliados.
La derrota del ejército español en la batalla, que después pasaría a conocerse como de la Matanza de Acentejo, fue total. De las tropas españolas, solamente logró sobrevivir un grupo de unos trescientos que a nado se refugió en una baja, y otro de unos treinta que lo hizo en una cueva, como veremos más adelante. Entre los hechos recogidos por los cronista destacan tres que merecen ser narrados, el primero, la vergonzosa huida a uñas de caballo ayudados por algunos auxiliares güimareros del general Alonso Fernández de Lugo y, parte de su plana mayor, quienes abandonando a su suerte lo que restaba de sus tropas, atravesando chicayca (la esperanza), ganaron la seguridad del torreón de santa cruz. El segundo, es que, llegado Benchomo ( quien se había quedado en los campos de la Orotava en previsión de un ataque por parte de los bandos confederados con los españoles, según algunos autores, o para cortar la retirada de los invasores si estos hubiesen decido replegarse a Tahoro según otros), en las postrimerías de la batalla encontrando a su hermano Chimenchia sentado en una piedra, le recriminó de la siguiente manera: ¿Cómo es esto hermano, mientras tus hombres se baten con el enemigo, tú estas holgando?.

A lo que respondió Chimenchia, - dando a entender con ello que un caudillo no tiene que mancharse las manos con la sangre de los vencidos si no es en defensa de su vida.
“Yo he hecho mi oficio de Capitán que conducirles a la victoria, ahora que los carniceros hagan el suyo”

El tercero, es el que un grupo de unos 30 soldados posiblemente informados por isleños buscaron refugio en una cueva, los cuales concluida la batalla obtuvieron la misericordia y ayuda de Benchomo quien los hizo conducir sanos y salvos al campamento español de Añaza. Esta actitud benevolente por parte del régulo tahorino se explica si, como creemos, los mercenarios se refugiaron en la cueva santa del Sauzal o en la necrópolis de la montaña de los guanches. Es bien conocido el respeto del pueblo guanche por los lugares santos y el derecho de refugio que adquirían los asesinos que se acogían en los lugares sacros. Hechos similares se registraron durante la conquista de gran canaria, y posteriormente en la batalla de la laguna.


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